La pasión no se olvida - Jules Bennett - E-Book

La pasión no se olvida E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

¿Estaría el príncipe dispuesto a olvidar las reglas? El príncipe Lucas Silva deseaba desesperadamente olvidar la ruptura de su compromiso, hasta que un accidente hizo que olvidara la identidad de su prometida. Ahora pensaba que su fiel asistente, Kate Barton, era su futura esposa. Y ella tenía órdenes de mantener la farsa. Interpretar el papel de su amada no suponía ningún esfuerzo para Kate, que llevaba años enamorada de su jefe. Pero las normas de palacio prohibían que los miembros de la realeza intimaran con los empleados, así que Kate sabía que su felicidad no podía durar.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Jules Bennett

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La pasión no se olvida, n.º 2069 - octubre 2015

Título original: A Royal Amnesia Scandal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7268-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Escapar a las montañas habría sido mucho mejor para su estado mental que irse a la villa recién comprada de la costa de Portugal.

Kate Barton vestida ya era suficiente para hacer jadear a cualquier hombre, pero Kate andando en biquini cubierta con un pareo medio transparente anudado en el escote resultaba casi aterrador. La mujer tenía curvas, no estaba esquelética como una modelo, y que la asparan si no sabía cómo sacar partido a los valles y las cuestas de su cuerpazo. No es que se exhibiera adrede, pero tampoco podía ocultar sus bendiciones.

Luc Silva maldijo entre dientes y amarró la moto de agua al muelle. Su intención al ir allí había sido escapar de los medios, escapar de la mujer que le había traicionado. Entonces, ¿por qué tenía que cumplir penitencia por otra mujer?

Para asegurar la intimidad de ambos, le había dejado a Kate la casa de invitados. Desgraciadamente, compartía la playa privada con la casa principal. En su momento, Luc pensó que comprar aquel complejo para reformar en una isla privada era una gran idea. No tenía acceso a Internet ni apenas señal del móvil, así que era el escondite perfecto para un miembro de la familia real de Ilha Beleza. No quería estar cerca de gente que conociera su estatus. Luc solo tenía un requisito a la hora de buscar un escondite: que fuera un lugar para escapar. Y sin embargo, allí estaba, con su sexy asistente. Y no solo eso, la reforma de la propiedad no se había terminado todavía porque había necesitado huir de la realidad mucho antes de lo que pensaba.

Consecuencias de tener una prometida mentirosa.

–Te estás quemando la cara.

Luc apretó los puños cuando se acercó a Kate. ¿Estaba tendida sobre aquella tumbona a propósito o le salía natural atormentar a los hombres? Se había desatado el pareo, ahora abierto y enmarcando su lujurioso cuerpo cubierto únicamente por unos triángulos de tela roja.

–No me estoy quemando –contestó Luc sin detenerse mientras caminaba por la blanca arena.

–¿Te has puesto protección solar? –le preguntó ella poniéndose una mano en la frente para protegerse los ojos del sol.

El gesto hizo que se le movieran los senos, y lo último que necesitaba Luc era quedarse mirando el pecho de su asistente por muy impresionante que fuera. Cuando Kate empezó a trabajar con él hacía un año, la deseaba… y seguía deseándola. Era la mejor asistente que había tenido en su vida. Sus padres todavía trabajaban para los padres de Luc, así que contratar a Kate había sido una decisión fácil. Una decisión que ponía en duda cada vez que sus hormonas se disparaban cuando la tenía cerca. Nunca se relacionaba con el personal. Sus padres y él mantenían siempre las relaciones profesionales separadas de las laborales para no crear ningún escándalo. Era una regla que seguían a rajatabla tras un escándalo que había tenido lugar hacía varios años, cuando un asistente filtró algunos secretos familiares. Así que cuando Luc se prometió con Alana, dejó a un lado la atracción que sentía por Kate. Durante los tres últimos años estaba dispuesto a dar el sí, quiero por dos razones muy válidas: su ex aseguraba que estaba esperando un hijo y necesitaba casarse para asegurarle un heredero a Ilha Beleza. Ahora Alana se había ido y él estaba tratando desesperadamente de conservar el título, aunque solo le quedaban unos meses para encontrar esposa.

Y en cuanto estuviera en el trono cambiaría aquella ley arcaica. Que un hombre se acercara a los treinta y cinco no significaba que tuviera que atarse a alguien, y Luc no quería saber nada del matrimonio. Y menos ahora que habían jugado con él.

–Estás frunciendo el ceño –dijo Kate cuando pasó por delante de ella–. Enfadarse no ayuda a tu cara roja. Había momentos en los que admiraba que no le tratara como un miembro de la realeza, sino como un hombre más. Antes de subir los escalones que daban al salón, Luc se dio la vuelta.

–¿Has cancelado la entrevista con ese periodista americano?

Kate volvió a adquirir una postura relajada y cerró los ojos mientras el sol seguía besando toda aquella piel expuesta.

–Me he encargado de cancelar todas las entrevistas que tenías en relación con la boda y todo lo que tenga que ver con Alana –le informó–. Las he retrasado para finales de año, cuando tengas el título. Estoy convencida de que para entonces lo habrás resuelto todo.

Luc tragó saliva. Kate no solo era su mano derecha, sino también su mayor apoyo. Hacía que tuviera buena imagen ante la prensa, y a veces incluso embellecía un poco la verdad para favorecer el apellido de su familia.

–Le dije a la prensa que estabas pasando un mal momento, resalté lo del falso aborto y la petición de intimidad de tu familia.

Kate levantó una rodilla y se le movió un poco la braguita del biquini. Los ojos de Luc se dirigieron de inmediato a aquella parte de su cuerpo y deseó ponerse de rodillas y explorarla con algo más que con la mirada.

–Si has acabado ya de mirarme fijamente, tienes que entrar y ponerte protección solar –dijo Kate sin abrir los ojos.

–Si te taparas no te miraría fijamente.

Ella se rio.

–Si me tapara no me pondría morena. Alégrate de que al menos lleve puesto algo. Odio las marcas del biquini.

Luc apretó los dientes y trató de apartar de su cabeza aquella imagen. Contuvo un gemido y subió las escaleras para entrar en la casa principal. Kate le estaba lanzando el anzuelo adrede y él se lo estaba permitiendo porque en aquel momento de su vida estaba un poco débil. Tampoco podía ocultar el hecho de que su asistente le volvía loco de un modo que no debía. Había estado prometido, y antes y después de su compromiso quería acostarse con Kate.

Acostarse con una empleada era lo peor, y no iba a caer en semejante cliché. Kate y él tenían que seguir manteniendo una relación profesional. Kate siempre le apoyaba, estaba a su lado pasara lo que pasara, y se negaba a poner aquello en peligro metiéndose en su cama.

Kate se quedó tan sorprendida como él cuando se descubrió el engaño de Alana. No hizo ningún comentario al respecto, no trató de ser amable ni tomárselo a broma. Se hizo cargo al instante atendiendo todas las llamadas y dando explicaciones de por qué se había puesto fin al compromiso.

De hecho, fue su brillante plan lo que salvó el orgullo de Luc. Kate le contó a la prensa que Alana había perdido el niño y que la pareja había decidido separase como amigos. Al principio Luc quiso contar la verdad, pero estaba tan herido por la naturaleza de la mentira que siguió adelante con la farsa.

Así que, a pesar de todas las ocasiones en las que Kate le volvía loco con sus comentarios sagaces y la tortura de su cuerpo, no podría manejar aquella situación sin ella.

Antes incluso del engaño de su prometida, Luc había deseado tener un lugar en el que refugiarse y escapar del caos que suponía ser miembro de la realeza. Comprar aquella casa, a pesar de las reformas que necesitaba, había sido un regalo para sí mismo. La vista le convenció al instante. Tenía una piscina infinita que daba al mar y a los magníficos jardines, y contaba con un muelle para amarrar la moto acuática y el barco.

Lástima que hubiera tenido que venir antes de terminar por completo la reforma. Kate había avisado a los trabajadores de que tenían que parar dos semanas porque la casa iba a estar habitada. Habían conseguido rematar unas cuantas habitaciones antes, y la habitación principal era una de ellas.

Luc se quitó el bañador mojado y se metió en la ducha acristalada, lo que le hizo sentir que estaba en el exterior, pero en realidad solo estaba rodeado de plantas tropicales. La ducha era un anexo al dormitorio principal y una de sus zonas favoritas de la casa. Le encantaba la sensación de estar fuera y de contar al mismo tiempo con la intimidad que anhelaba. Aquella fue su principal prioridad cuando compró la casa.

La imagen de compartir la espaciosa ducha con Kate se le cruzó por la mente, y Luc tuvo que concentrarse en otra cosa. Como que era diez años más joven que él, y que cuando Luc estaba aprendiendo a conducir ella iba a la guardería. Eso debía bastar para hacerle sentir ridículo por tener aquellos deseos carnales hacia su asistente.

Tenía que encontrar la manera de mantenerla a distancia, porque si seguía viéndola pasearse por ahí con esa equipación tan mínima, no lograría sobrevivir a las siguientes dos semanas a solas con ella.

 

 

Kate repasó la agenda y anotó las cosas importantes que tenía que hacer cuando volviera a la tierra de Internet, es decir, al palacio. Aunque Luc le estuviera dando un respiro a su vida, ella no podía permitirse semejante lujo, con o sin ciberespacio. Tal vez él estuviera recuperándose de la vergüenza de la ruptura y pudiera esquivar las especulaciones de los medios, pero ella tenía que seguir estando un paso por delante para mantener la imagen de Luc inmaculada a ojos de la gente cuando se asentara el polvo de la nube de humillación. El control de daños se había convertido en el número uno de su lista de prioridades en su papel de asistente.

Ser la asistente de un miembro de la familia real nunca fue su aspiración infantil. Aunque se tratara de próximo rey de Ilha Beleza.

Hubo un tiempo en el que Kate acarició la idea de ser diseñadora de modas. Había observado mucho a su madre, la modista de la casa real, y admiraba que pudiera ser tan creativa y que disfrutara todavía tanto de su trabajo. Pero las aspiraciones de Kate se toparon contra el muro de la realidad cuando descubrió que lo suyo era organizar, estar en el meollo y ejercer de pacificadora. Aquel trabajo también apelaba a su parte más solidaria.

Cuando se graduó, supo que quería trabajar con la familia real, a la que conocía de toda la vida. Les quería, le gustaba cómo lo hacían y quería seguir formando parte de aquel círculo.

Kate conoció a Luc cuando ella tenía seis años y él dieciséis. Después de eso le había visto de forma ocasional cuando empezó a trabajar con sus padres. A medida que Kate se iba haciendo mayor y entraba en la adolescencia, Luc le iba pareciendo cada vez más y más atractivo. Por supuesto, él no le prestaba ninguna atención debido a la diferencia de edad, y Kate observaba cómo entraban y salían muchas mujeres del palacio.

Nunca pensó que Luc sentaría la cabeza, pero ya faltaba poco para su coronación. Y como se acercaba a los treinta y cinco años, el «embarazo» de Alana no pudo haber llegado en mejor momento.

Lástima que aquella pija malcriada viera destrozadas sus esperanzas de convertirse en reina. Alana le había hecho creer a Luc que estaba esperando un hijo suyo, algo absurdo, ya que aquella mentira no podía durar mucho. Alana no había contado con que Luc fuera a ser un padre implicado, así que cuando la acompañó a la cita con el médico se quedó de piedra al darse cuenta de que no había ningún bebé.

Al menos ahora Kate no tendría que gestionar las llamadas cuando Alana llamaba a Luc y no podía hablar con ella porque estaba en alguna reunión. Kate se alegraba de que estuviera fuera de la foto, tener cerca a aquella mujer le ponía de mal humor.

Miró la agenda de Luc para después de aquel lapso de dos semanas y lo único que vio fueron encuentros con dignatarios, reuniones de personal, la boda y el baile para celebrar las nupcias de su mejor amigo, Mikos Alexander, y unas cuantas salidas para que los medios hicieran fotos pero no se acercaran lo suficiente para poder hacerle preguntas a Luc. Un saludo al entrar en un edificio, una sonrisa a cámara, y los paparazzi babearían por publicar esas fotos.

El año anterior, Kate había tratado de implicar a Luc en proyectos solidarios, no para llamar la atención de la prensa, sino porque Luc tenía capacidad para cambiar las cosas, para hacer cosas buenas que pudieran mejorar la vida de la gente. ¿Qué tenían de bueno el poder y el dinero si no se usaban para ayudar a los menos afortunados?

Pero Luc siempre había estado centrado en la corona, en el premio mayor, en su país y en lo que hacía falta para gobernarlo. No era una mala persona, pero no tenía las miras puestas en la gente más corriente, y por eso a Kate le costaba a veces más trabajo hacer que pareciera un caballero andante de brillante armadura.

En cualquier caso, trabajar para una familia real tenía sus ventajas, y Kate tendría que estar muerta para ignorar lo sexy que resultaba su jefe. Luc haría suspirar a cualquier mujer. Pero por muy atractivo que fuera, Kate se jactaba de mantener siempre la profesionalidad.

Tal vez en alguna ocasión había fantaseado con besarle. De acuerdo, le pasaba una vez al día, pero sería un error garrafal. Todo el mundo conocía la regla de la familia real de no confraternizar con el personal. No cumplirla podría afectar no solo a su trabajo, sino también al de sus padres. Un riesgo que no podía correr.

Suspiró, se puso de pie y dejó la agenda a un lado. Luc le había advertido de que la casa de invitados no estaba completamente rematada, pero a ella le gustaba el encanto del lugar. Kate tenía su propio espacio, agua, electricidad y una playa. Y estaba en una isla desierta con su guapo jefe. La situación no era tan mala, en su opinión.

Kate se dirigió a la puerta de atrás y aspiró el fresco y salado aroma del mar. Siguió el camino de piedra flanqueado por arbustos y plantas que llevaba a la casa principal, y se alegró de estar allí aunque, debido a las circunstancias, Luc estaba de mal humor y se mostrada difícil. Tenía todo el derecho a estar furioso y herido, aunque nunca reconocería lo último. Siempre mostraba una fachada fuerte y se ocultaba detrás de aquel personaje duro.

Kate sabía que no era así, pero había decidido no hablar del tema. Mantener la profesionalidad era la única manera de poder seguir trabajando con él y no dejarse llevar por el deseo.

Cuando empezó a trabajar con Luc tuvieron una acalorada discusión que les llevó casi a besarse, pero él reculó.

Sin embargo, las largas noches trabajando juntos, los viajes al extranjero e incluso el trabajo en la oficina provocaban miradas acaloradas y roces accidentales. Estaba claro que la atracción era algo mutuo.

Entonces Luc empezó a salir con Alana y la atracción física entre jefe y empleada se desvaneció… al menos por parte de Luc. Kate se regañó a sí misma por haber pensado siquiera que terminarían dejándose llevar por la pasión.

Pero ahí estaban otra vez, los dos solteros y solos. Así que ahora más que nunca necesitaba ejercer la habilidad de mantener la profesionalidad. Aunque nada le gustaría más que arrancarle aquella ropa de marca y ver si tenía más tatuajes escondidos, porque el que tenía en la espalda y le subía por el hombro izquierdo bastaba para que sus partes femeninas prestaran atención cada vez que se quitaba la camisa.

Por muy tentada que se sintiera, había demasiadas cosas en juego: su trabajo, el de su padre y su reputación profesional. Haber seducido al jefe no quedaría bien en su currículum.

Kate se había dejado el teléfono y pensó en cambiarse. Pero como estaba cómoda así y solo le llevaría un minuto hablar con Luc, cinco a lo sumo, quería ver si ahora que su vida había dado un giro completo estaría dispuesto a echarle una mano en la aventura para la que llevaba un año pidiéndole ayuda.

Las sandalias de Kate resonaron sobre el sendero de piedra. Iba repasando en la cabeza todo lo que quería decirle mientras pasaba al lado de la infinita piscina camino a la casa. Cuando llegó a la doble puerta de cristal, llamó con los nudillos. La brisa del mar le alborotaba el pelo, acariciándole los hombros. Se había levantado algo de viento y unas nubes negras habían hecho su aparición.

A Kate le encantaban las tormentas. Sonrió hacia el oscuro cielo y recibió con alegría el cambio. Había algo sexy y poderoso en la temeridad de las tormentas.

Volvió a llamar, y al ver que Luc no contestaba puso la mano en el cristal y miró dentro. Ni rastro de él. Giró el picaporte y entró en el espacioso salón. Llevaba directamente a la cocina. La casa principal tenía básicamente el mismo aspecto que la cabaña de invitados, pero era más grande.

–¿Luc? –lo llamó confiando en que la oyera para no sobresaltarlo.

¿Y si había decidido echarse un rato? ¿Y si estaba en la ducha?

Una sonrisa le cruzó el rostro. El agua deslizándose por aquellos gloriosos y bronceados músculos…

No estaba allí para seducir a su jefe. Estaba allí para plantar la semilla de un proyecto solidario muy importante para ella. Si Luc pensaba que él había formulado el plan, entonces se volcaría en el proyecto, y Kate deseaba desesperadamente que dedicara tiempo y esfuerzo a un orfanato de Estados Unidos que ocupaba un lugar especial en su corazón por motivos que Luc no necesitaba saber. No quería que se implicara por pena. Quería que lo hiciera por sí mismo, porque sintiera que era lo que debía hacer.

Kate no podía quitarse de la cabeza a los gemelos que vivían allí, Carly y Thomas.

–¿Luc? –Kate se dirigió hacia la enorme escalera de caracol.

Ni siquiera sabía qué habitación había decidido utilizar como dormitorio principal, porque había uno abajo y otro arriba.

–¿Estás ahí arriba? –preguntó alzando la voz.

Luc apareció unos segundos después en lo alto de la escalera vestido únicamente con una toalla a la cintura. Kate le había visto en bañador y sabía lo impresionante que era su cuerpo. Pero al verle allí y saber que entre ellos solo se interponía un paño y unos cuantos escalones, se le dispararon las hormonas.

–Lo siento –dijo haciendo un esfuerzo por mantener la mirada en su rostro–. Esperaré a que te vistas.

Kate se dio la vuelta y se dirigió a toda prisa al salón antes de hacer alguna tontería como babear o balbucir. Se dejó caer en el viejo sofá, apoyó la cabeza en el desgastado cojín y dejó escapar un gruñido. Se atusó el veraniego pareo de flores, cruzó las piernas y trató de componer un gesto despreocupado. En cuanto escuchó sus pisadas en el suelo se sentó más recta.

–Siento haberte interrumpido la ducha –le dijo en cuanto le vio entrar en el salón–. Iba a dar un paseo, pero antes quería comentar contigo una cosa.

Afortunadamente, Luc se había puesto pantalones cortos negros y una camiseta roja.

–No estoy trabajando –Luc cruzó el salón y abrió las puertas del patio de par en par para que entrara la brisa del mar.

Kate se puso de pie, dispuesta a mostrarse firme pero sin enfadarle.

–Solo se trata de algo en lo que quiero que pienses –afirmó acercándose a las puertas abiertas–. Sé que hemos hablado de proyectos solidarios en el pasado, pero…

Luc se dio la vuelta, alzó una mano y la atajó.

–No tengo pensado implicarme en nada de eso hasta que llegue al trono. Ni siquiera quiero pensar en nada más que en el presente ahora mismo. Ya tengo bastante lío.

Kate se cruzó de brazos y lo miró a los ojos… hasta que Luc bajó la mirada a su pecho. Vaya, al parecer él tampoco era inmune a la atracción física que había entre ellos.

–Estaba trabajando en tu agenda de lo próximos meses y tienes un hueco en el que podría encajar algo, pero tienes que estar de acuerdo.

Kate vio cómo apretaba las mandíbulas. Cuando la miraba con tanta intensidad nunca sabía qué le estaba pasando por la cabeza. Si sus pensamientos tenían algo que ver con el modo en que la había mirado momentos atrás, le parecía estupendo. Entonces Luc estiró la mano y le deslizó un dedo por el hombro desnudo. Kate tuvo que hacer un esfuerzo por no temblar.

–¿Qué-qué estás haciendo? –le preguntó.

Kate siguió mirándole fijamente cuando le deslizó el dedo por el escote antes de volver al hombro. Si estaba intentando seducirla, no necesitaba hacer nada más. El modo en que la miraba hacía que deseara lanzar por la ventana todas las razones por las que no deberían estar juntos. Solo hacía falta tirar del nudo de tela que tenía al cuello y el pareo caería suelo.

Kate esperó, estaba más que dispuesta a que Luc hiciera realidad su fantasía.

Capítulo Dos

 

Luc apretó los puños. ¿En qué diablos estaba pensando al tocar a Kate así? Estaba loco por permitirse aunque solo fuera aquel breve placer.