La perfecta casada - Fray Luis de León - E-Book

La perfecta casada E-Book

Fray Luis de León

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Beschreibung

La perfecta casada es una obra didáctica escrita por el influyente poeta y teólogo español Fray Luis de León en el siglo XVI. Esta obra, que refleja los ideales y principios del matrimonio católico según el punto de vista de la Contrarreforma, tiene como objetivo instruir a las mujeres casadas sobre cómo vivir de acuerdo con los principios y normas del catolicismo. El texto es un análisis profundo de los roles y responsabilidades de la mujer en el matrimonio, presentando una descripción detallada de las virtudes que, según Fray Luis de León, debía poseer una mujer casada para cumplir su rol de esposa y madre en el contexto de la sociedad española de su tiempo. La perfecta casada está escrito desde una perspectiva decididamente religiosa y está enraizado en la interpretación de Fray Luis de León del Libro de Proverbios, específicamente Proverbios 31:10-31, que describe el carácter ideal de una "mujer virtuosa". Según Fray Luis de León, una "perfecta casada" es aquella que es modesta, casta, piadosa, respetuosa con su esposo, diligente en sus tareas domésticas y devota en su fe cristiana. La obra fue muy influyente en su tiempo y continuó siendo referida y citada en España hasta finales del siglo XIX, lo que demuestra su impacto duradero en las normas y expectativas sociales para las mujeres casadas en la sociedad española durante este período. Al tratarse de un tratado sobre el matrimonio, La perfecta casada también proporciona una perspectiva valiosa sobre las actitudes sociales y religiosas hacia el matrimonio y el papel de la mujer en la España del siglo XVI. Aunque los valores y las normas sociales han cambiado considerablemente desde entonces, la obra sigue siendo un testimonio histórico relevante de la vida y las expectativas matrimoniales en la España del Renacimiento.

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Fray Luis de León

La perfecta casada

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La perfecta casada.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-144-9.

ISBN rústica: 978-84-9953-901-0.

ISBN ebook: 978-84-9953-908-9.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

La perfección 7

La perfecta casada 9

Capítulo I. ¿Quién hallará mujer de valor? Raro y extremado es su precio 19

Capítulo II. Mujer de valor, ¿quién la hallará? Raro y extremado es su precio 20

Capítulo III. Confía en ella el corazón de su marido; no le harán mengua los despojos 24

Capítulo IV. Pagóle con bien, y no con mal, todos los días de su vida 31

Capítulo V. Buscó lana y lino, y obró con el saber de sus manos 35

Capítulo VI. Fue como navío de mercader, que de lueñe trae su pan 41

Capítulo VII. Madrugó y repartió a sus gañanes las raciones, la tarea a sus mozas 43

Capítulo VIII. Vínole al gusto una heredad, y compróla, y del fruto de sus palmas plantó viña 49

Capítulo IX. Ciñóse de fortaleza y fortificó su brazo. Tomó gusto en el granjear; su candela no se apagó de noche. Puso sus manos en la tortera, y sus dedos tomaron el huso 51

Capítulo X. Sus manos abrió para el afligido, y sus manos extendió para el menesteroso 54

Capítulo XI. No temerá de la nieve a su familia, porque toda su gente vestida con vestiduras dobladas 58

Capítulo XII. Hizo para sí aderezos de cama; holanda y púrpura en su vestido 61

Capítulo XIII. Señalado en las puertas su marido, cuando se asentare con los gobernadores del pueblo 84

Capítulo XIV. Lienzo tejió y vendiólo; franjas dio al cananeo 85

Capítulo XV. Fortaleza y buena gracia su vestido, reirá hasta el día postrero 86

Capítulo XVI. Su boca abrió en sabiduría, y ley de piedad en su lengua 87

Capítulo XVII. Rodeó todos los rincones de su casa, y no comió el pan de balde 91

Capítulo XVIII. Levantáronse sus hijos y loáronla, y alabóla también su marido 94

Capítulo XIX. Muchas hijas allegaron riquezas, mas tú subiste sobre todas 101

Capítulo XX. Engaño es el buen donaire y burlería la hermosura; la mujer que teme a Dios, ésa es digna de loor 103

Capítulo XXI. Dalde del fruto de sus manos, y lóenla en las puertas sus obras 108

LIBROS A LA CARTA 111

Brevísima presentación

La vida

Fray Luis de León (Belmonte, Cuenca, 1527-Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 1591). España.

De familia ilustre con ascendientes judíos, Luis Ponce de León estudió en Alcalá de Henares y Toledo antes de ingresar como novicio en el convento salmantino de San Agustín. Participó en las polémicas que enfrentaban a dominicos y agustinos en la universidad de Salamanca. Frente al tomismo conservador de los primeros, postuló el análisis de las fuentes hebreas en los estudios bíblicos. Cuando se difundió su traducción al castellano del Cantar de los cantares a partir del hebreo, fue acusado de infringir la prohibición del Concilio de Trento, que estableció como oficial la versión latina de san Jerónimo. Procesado por la Inquisición, estuvo encarcelado entre 1572 y 1577, al final fue declarado inocente y pudo volver a sus clases. Hombre vehemente, sufrió otra amonestación inquisitorial en 1584. Tuvo las cátedras de filosofía y estudios bíblicos, y poco antes de su muerte, en 1591, fue nombrado provincial de la orden agustina en Castilla. Dominaba el griego, el latín, el hebreo, el caldeo y el italiano. Fue admirado por Cervantes (que lo llamó «ingenio que al mundo pone espanto»), por Lope de Vega que escribió:

«Tu prosa y verso iguales

conservarán la gloria de tu nombre»

y sobre todo por Francisco de Quevedo (quien lo consideró el «mejor blasón de la habla castellana»).

La perfección

La perfecta casada describe los atributos que requiere una mujer para el matrimonio católico. El texto, escrito en el espíritu de la Contrarreforma, fue muy referido en España hasta finales del siglo XIX.

Dios, cuando quiso casar al hombre, dándole mujer, dijo: «Hagámosle un ayudador su semejante» (Gén, 2); de donde se entiende que el oficio natural de la mujer, y el fin para que Dios la crió, es para que sea ayudadora del marido, y no su calamidad y desventura; ayudadora, y no destruidora. Para que la alivie de los trabajos que trae consigo la vida casada, y no para que añadiese nuevas cargas. Para repartir entre sí los cuidados, y tomar ella parte, y no para dejarlos todos al miserable, mayores y más acrecentados.

La perfecta casada

Del maestro Fray Luis de León a doña María Varela Osorio

Este nuevo estado en que Dios ha puesto a vuestra merced, sujetándola a las leyes del santo matrimonio, aunque es como camino real, más abierto y menos trabajoso que otros, pero no carece de sus dificultades y malos pasos, y es camino adonde se tropieza también, y se peligra y yerra, y que tiene necesidad de guía como los demás; porque el servir al marido, y el gobernar la familia, y la crianza de los hijos, y la cuenta que juntamente con esto se debe al temor de Dios, y a la guarda y limpieza de la consciencia (todo lo cual pertenece al estado y oficio de la mujer casada), obras son que cada una por si pide mucho cuidado, y que todas ellas juntas no se pueden cumplir sin favor particular del cielo. En lo cual se engañan muchas mujeres, porque piensan que el casarse no es más que, dejando la casa del padre, y pasándose a la del marido, salir de servidumbre y venir a libertad y regalo; y piensan que, con parir un hijo de cuando en cuando, y con arrojarle luego de sí en los brazos de una ama, son tan cabales mujeres que ninguna las hace ventaja: como a la verdad, la condición de su estado y las obligaciones de su oficio sean muy diferentes. Y dado que el buen juicio de vuestra merced, y la inclinación a toda virtud, de que Dios la dotó, me aseguran para no temer que será como alguna destas que digo, todavía el entrañable amor que le tengo, y el deseo de su bien que arde en mí, me despiertan para que la provea de algún aviso y para que le busque y encienda alguna luz que, sin engaño ni error, alumbre y enderece sus pasos por todos los malos pasos deste camino y por todas las vueltas y rodeos dél. Y, como suelen los que han hecho alguna larga navegación, o los que han peregrinado por lugares extraños, que a sus amigos, los que quieren emprender la misma navegación y camino, antes que lo comiencen y antes que partan de sus casas, con diligencia y cuidado les dicen menudamente los lugares por donde han de pasar, y las cosas de que se han de guardar, y los aperciben de todo aquello que entienden les será necesario, así yo, en esta jornada que tiene vuestra merced comenzada, te enseñaré, no lo que me enseñó a mí la experiencia pasada, porque es ajena a mi profesión, sino lo que he aprendido en las Sagradas Letras, que es enseñanza del Espíritu Santo. En las cuales, como en una tienda común y como en un mercado público y general para el uso y provecho general de todos los hombres, pone la piedad y sabiduría divina copiosamente todo aquello que es necesario y conviene a cada un estado, y señaladamente en este de las casadas se revee y desciende tanto a lo particular dél, que llega hasta, entrándose por su casas, ponerles la aguja en la mano, y ceñirles la rueca, y menearles el huso entre los dedos. Porque, a la verdad, aunque el estado del matrimonio en grado y perfección es menor que el de los continentes o vírgenes, pero, por la necesidad que hay dél en el mundo para que se conserven los hombres, y para que salgan dellos los que nacen para ser hijos de Dios, y para honrar la tierra y alegrar el ciclo con gloria, fue siempre muy honrado y privilegiado por el Espíritu Santo en las Letras Sagradas; porque de ellas sabemos que este estado es el primero y más antiguo de todos los estados, y sabemos que es vivienda, no inventada después que nuestra naturaleza se corrompió por el pecado y fue condenada a la muerte, sino ordenada luego en el principio, cuando estaban los hombres enteros y bienaventuradamente perfectos en el paraíso. Ellas mismas nos enseñan que Dios por su persona concertó el primer casamiento que hubo, y que les juntó las manos a los dos primeros casados, y los bendijo, y fue juntamente, como si dijéramos, el casamentero y el sacerdote. Allí vemos que la primera verdad que en ellas se escribe haber dicho Dios para nuestro enseñamiento, y la doctrina primera que salió de su boca, fue la aprobación deste ayuntamiento, diciendo: «No es bueno que el hombre esté solo». (Gén, 2.)

Y no solo en los libros del Viejo Testamento, adonde el ser estéril era maldición, sino también en los del Nuevo, en los cuales se aconseja y como apregona generalmente, y como a son de trompeta, la continencia y virginidad, al matrimonio le son hechos nuevos favores.

Cristo, nuestro bien, con ser la flor de la virginidad y amador sumo de la virginidad y limpieza, es convidado a unas bodas, y se halla presente a ellas, y come en ellas, y las santifica, no solamente con la majestad de su presencia, sino con uno de sus primeros y señalados milagros.

Él mismo, habiéndose enflaquecido la ley conyugal, y como aflojádose en cierta manera el estrecho ñudo del matrimonio, y habiendo dado entrada los hombres a muchas cosas ajenas y extrañas mucho de la limpieza, firmeza, y unidad que hay en él; así que, habiéndose hecho el tomar un hombre mujer poco más que recibir una moza de servicio a soldada por el tiempo que bien le estuviese, el mismo Cristo, entre las principales partes de su doctrina, y entre las cosas para cuyo remedio había sido enviado de su Padre, puso también el reparo de este vínculo santo, y así le restituyó en el grado antiguo y primero. Y, lo que sobre todo es, hizo del casamiento, que tratan los hombres entre sí, significación y sacramento santísimo del lazo de amor con que Él se ayunta a las almas, y quiso que la ley matrimonial del hombre con la mujer fuese como retrato e imagen viva de la unidad dulcísima y estrechísima que hay entre Él y su Iglesia; y así ennobleció el matrimonio con riquísimos dones de su gracia y de otros bienes del cielo.

De arte que el estado de los casados es estado noble y santo, y muy preciado de Dios, y ellos son avisados muy en particular y muy por menudo de lo que les conviene, en las Sagradas Letras por el Espíritu Santo, el cual, por su infinita bondad, no se desdeña de poner los ojos en nuestras bajezas, ni tiene por vil o menuda ninguna cosa de las que hacen a nuestro provecho. Pues, entre otros muchos lugares de los divinos libros, que tratan desta razón, el lugar más propio y adonde está como recapitulado o todo o lo más que a este negocio en particular pertenece, es el último capítulo de los Proverbios, adonde Dios, por boca de Salomón, rey y profeta suyo, y como debajo de la persona de una mujer, madre del mismo Salomón, cuyas palabras él pone y refiere, con gran hermosura de razones pinta acabadamente una virtuosa casada, con todas sus colores y partes para que, las que lo pretenden ser (y débenlo pretender todas las que se casan), se miren en ella como en un espejo clarísimo, y se avisen, mirándose allí, de aquello que les conviene para hacer lo que deben.

Y así, conforme a lo que suelen hacer los que saben de pintura y muestran algunas imágenes de excelente labor a los que no entienden tanto del arte, que les señalan los lejos y lo que está pintado como cercano, y les declaran las luces y las sombras, y la fuerza del escorzado, y con la destreza de las palabras hacen que lo que en la tabla parecía estar muerto, viva ya y casi bulla y se menee en los ojos de los que lo miran, ni más ni menos, mi oficio en esto que escribo, será presentar a vuestra merced esta imagen que he dicho labrada por Dios, y ponérsela delante la vista y señalarle con las palabras, como con el dedo, cuanto en mí fuere, sus hermosas figuras, con todas sus perfectiones, y hacerle que vea claro lo que con grandísimo artificio el saber y mano de Dios puso en ella encubierto.

Pero, antes que venga a esto, que es declarar las leyes y condiciones que tiene sobre si la casada por razón de su estado, será bien que entienda vuestra merced la estrecha obligación que tiene a emplearse en el cumplimiento dellas, aplicando a ellas toda su voluntad con ardiente deseo. Porque, como en cualquier otro negocio y oficio que se pretende, para salir bien con él, son necesarias dos cosas: la una, el saber lo que es, y las condiciones que tiene, y aquello en que principalmente consiste; y la otra, el tenerle verdadera afición; así, en esto que vamos agora tratando, primero que hablemos con el entendimiento y le descubramos lo que este oficio es, con todas sus cualidades y partes, convendrá que inclinemos y aficionemos la voluntad a que desee y ame el saberlas, y a que, sabidas, se quiera aplicar a ellas. En lo cual no pienso gastar muchas palabras, ni para con vuestra merced, que es de su natural inclinada a todo lo bueno, serán menester, porque, al que teme a Dios, aficionadamente para que desee y para que procure satisfacer a su estado, bástale saber que Dios se lo manda, y que lo propio y particular que pide a cada uno es que responda a las obligaciones de su oficio, cumpliendo con el cargo y suerte que le ha cabido, y que, si en esto falta, aunque en otras cosas se adelante y señale, le ofende. Porque, como en la guerra el soldado que desampara su puesto no cumple con su capitán, aunque en otras cosas le sirva, y como en la comedia silban y burlan los miradores al que es malo en la persona que representa, aunque en la suya sea muy bueno, así los hombres que se descuidan de sus oficios, aunque en otras virtudes sean cuidadosos, no contentan a Dios. ¿Tendría vuestra merced por su cocinero y daríale su salario al que no supiese salar una olla, y tocase bien un discante?. Pues así no quiere Dios en su casa al que no hace el oficio en que lo pone.

Dice Cristo en el Evangelio que cada uno tome su cruz; no dice que tomo la ajena, sino manda que cada uno se cargue con la suya propia. No quiere que la religiosa se olvide de lo que debe al ser religiosa, y se cargue de los cuidados de la casada; ni le place que la casada se olvide del oficio de su casa y se torne monja. El casado agrada a Dios en ser buen casado, y en ser buen religioso el fraile, y el mercader en hacer debidamente su oficio, y aun el soldado sirve a Dios en mostrar en los tiempos debidos su esfuerzo, y en contentarse con su sueldo, como lo dice Sant Iuan (Jn, 3). Y la cruz que cada uno ha de llevar y por donde ha de llegar a juntarse con Cristo, propriamente es la obligación y la carga que cada uno tiene por razón del estado en que vive; y quien cumple con ella, cumple con Dios y sale con su intento, y queda honrado e illustre, y como por el trabajo de la cruz alcanza el descanso merecido. Mas al revés, quien no cumple con esto, aunque trabaje mucho en cumplir con los oficios que él se toma por su voluntad, pierde el trabajo y las gracias.

Mas es la ceguedad de los hombres tan miserable y tan grande, que, con no haber duda en esta verdad, como si fuera al revés, y como si nos fuera vedado el satisfacer a nuestros oficios y el ser aquellos mismos que profesamos ser, así tenemos enemistad con ellos y huimos de ellos, y metemos todas las velas de nuestra industria y cuidado en hacer los ajenos. Porque verá vuestra merced algunas personas de profesión religiosas, que, como si fuesen casadas, todo su cuidado es gobernar las casas de sus deudos, o de otras personas, que ellas por su voluntad han tomado a su cargo, y que si se recibe o despide al criado, ha de ser por su mano dellas, y si se cuelga la casa en invierno, lo mandan primero ellas; y por el contrario, en las casadas hay otras que, como si sus casas fuesen de sus vecinas, así se descuidan dellas, y toda su vida es el oratorio, y el devocionario, y el calentar el suelo de la iglesia tarde y mañana, y piérdese entre tanto la moza, y cobra malos siniestros la hija, y la hacienda se hunde, y vuélvese demonio el marido. Y si a los unos y a los otros el seguir lo que no son les costase menos trabajo que el cumplir con aquello que deben ser, tendrían alguna color de disculpa, o si, habiéndose desvelado mucho en aquesto que escogen por su querer, saliesen perfectamente con ello, era consuelo en alguna manera; pero es al revés, que ni el religioso, aunque más se trabaje o gobernará como se debe la vida del hombre casado, ni jamás el casado llegará a aquello que es ser religioso; porque, así como la vida del monasterio y las leyes y observancias y todo el trato y asiento de la vida monástica, favorece y ayuda al vivir religioso, para cuyo fin todo ello se ordena, así al que, siendo fraile, se olvida del fraile y se ocupa en lo que es el casado, todo ello le es estorbo y embarazo muy grave. Y como sus intentos y pensamientos, y el blanco adonde se enderezan, no es monasterio, así estropieza y ofende en todo lo que es monasterio, en la portería, en el claustro, en el coro y silencio, en la aspereza y humildad de la vida; por lo cual le conviene, o desistir de su porfía loca, o romper por medio de un escuadrón de duras dificultades, y subir, como dicen, el agua por una torre.

Por la misma manera, el orden y el estilo de vivir de la mujer casada, como la convida y la alienta a que se ocupe en su casa, así por mil partes le retrae de lo que es ser monja o religiosa; y así los unos y los otros, por no querer hacer lo que propriamente les toca, y por quererse señalar en lo que no les atañe, faltan a lo que deben y no alcanzan lo que pretenden, y trabájanse incomparablemente más de lo que fueran si trabajaran en hacerse perfectos cada uno de su oficio, y queda su trabajo sin fruto y sin luz. Y como en la naturaleza los monstruos que nacen con partes y miembros de animales diferentes no se conservan ni viven, así esta monstruosidad de diferentes estados en un compuesto, el uno en la profesión, y el otro en las obras, los que la siguen no se logran en sus intentos; y como la naturaleza aborrece los monstruos, así Dios huye déstos y los abomina. Y por esto decía en la Ley vieja, que ni en el campo se pusiesen semillas diferentes, ni en la tela fuese la trama de uno y la estambre de otro, ni menos se le ofreciese en sacrificio el animal que hiciese vivienda en agua y en tierra.

Pues asiente vuestra merced en su corazón con entera firmeza, que el ser amiga de Dios es ser bien casada, y que el bien de su alma está en ser perfecta en su estado, y que el trabajo en ello y el desvelarse, es ofrecer a Dios un sacrificio aceptísimo de sí misma. Y no digo yo, ni me pasa por pensamiento, que el casado, ni algún otro género de gentes, han de carecer de oración, sino digo la diferencia que ha de haber entre las buenas religiosa y casada; porque, en aquélla, el orar es todo su oficio; en ésta ha de ser medio el orar para que mejor cumpla su oficio. Aquélla no quiso el marido, y negó el mundo y despidióse de todos, para conversar siempre y desembarazadamente con Cristo; ésta ha de tratar con Cristo para alcanzar de Él gracia y favor con que acierte a criar el hijo, y a gobernar bien la casa, y a servir como es razón al marido. Aquélla ha de vivir para orar continuamente; ésta ha de orar para vivir como debe. Aquélla aplace a Dios regalándose con Él; ésta le ha de servir trabajando en el gobierno de su casa por Él.

Mas considere vuestra merced cómo reluce, así en esto, como en todo lo demás, la grandeza de la divina bondad, que pone a su cuenta y se tiene por servido de nosotros con aquello mismo que es provecho nuestro. Porque a la verdad, cuando no hobiera otra cosa que inclinara a la casada a hacer del deber, si no es la paz y sosiego y el gran bien que en esta vida sacan y interesan las buenas de serlo, esto solo bastaba; porque sabida cosa es que, cuando la mujer asiste a su oficio, el marido la ama, y la familia anda en concierto, y aprenden virtud los hijos, y la paz reina, y la hacienda crece. Y como la Luna llena, en las noches serenas, se goza rodeada y como acompañada de clarísimas lumbres, las cuales todas parece que avivan sus luces en ella, y que la remiran y reverencian, así la buena en su casa reina y resplandece, y convierte así juntamente los ojos y los corazones de todos. El descanso y la seguridad la acompañan a dondequiera que endereza sus pasos, y a cualquiera parte que mira encuentra con el alegría y con el gozo, porque, si pone en el marido los ojos, descansa en su amor; si los vuelva a sus hijos, alégrase con su virtud; halla en los criados bueno y fiel servicio, y en la hacienda provecho y acrecentamiento, y todo le es gustoso y alegre; como al contrario, a la que es mala casera todo se lo convierte en amargura, como se puede ver por infinitos ejemplos. Pero no quiero detenerme en cosa, por nuestros pecados, tan clara, ni quiero sacar a vuestra merced de su mismo lugar. Vuelva los ojos por sus vecinos y naturales, y revuelva en su memoria lo que de otras cosas ha oído. ¿De cuántas mujeres sabe que, por no tener cuenta con su estado y tenerla con sus antojos, están con sus maridos en perpetua lid y desgracia? ¿Cuántas ha visto lastimadas y afeadas con los desconciertos de sus hijos y hijas, con quien no quisieron tener cuenta? ¿Cuántas laceran en extrema pobreza porque no atendieron a la guarda de sus haciendas, o por mejor decir, porque fueron la perdición y la polilla dellas? Ello es así, que no hay cosa más rica ni más feliz que la buena mujer, ni peor ni más desastrada que la casada que no lo es; y lo uno y lo otro nos enseña la Sagrada Escritura. De la buena dice así: «El marido de la mujer buena es dichoso, y vivirá doblados días, y la mujer de valor pone en su marido descanso, y cerrará los años de su vida con paz». (Ecl, 26.) «La mujer buena es suerte buena, y como premio de los que temen a Dios, la dará Dios al hombre por sus buenas obras. El bien de la mujer diligente deleitará a su marido y hinchirá de grosura sus huesos. Don grande de Dios es el trato bueno suyo; bien sobre bien y hermosura sobre hermosura es una mujer que es sancta y honesta. Como el Sol que nace parece en las alturas del cielo, así el rostro de la buena adorna y hermosea su casa». (Ecl, 36.) Y de la mala dice, por contraria manera: «La celosa es dolor de corazón y llanto continuo, y el tratar con la mala es tratar con los escorpiones. Casa que se llueve es la mujer rencillosa, y lo que turba la vida es casarse con una aborrecible. La tristeza del corazón es la mayor herida, y la maldad de la mujer es todas las maldades. Toda llaga, y no llaga de corazón; todo mal, y no mal de mujer. No hay cabeza peor que la cabeza de la culebra, ni ira que iguale a la de la mujer enojosa. Vivir con leones y con dragones es más pasadero que hacer vida con la mujer que es malvada. Todo mal es pequeño en comparación de la mala; a los pecadores les caiga tal suerte. Cual es la subida arenosa para los pies ancianos, tal es para el modesto la mujer deslenguada. Quebranto de corazón y llaga mortal es la mala mujer. Cortamiento de piernas y descaimiento de manos es la mujer que no da placer a su marido. La mujer dio principio al pecado, y por su causa morimos todos». (Prov, 19.) Y por esta forma otras muchas razones.