La princesa perfecta - Alexandra Sellers - E-Book
SONDERANGEBOT

La princesa perfecta E-Book

Alexandra Sellers

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Por fin, el Jeque Jalal había sido reconocido príncipe y heredero. Ahora, ya podía reclamar lo que era suyo: tierra, título, trono... y una princesa. Clio Blake, la mujer que lo había hechizado, luchaba contra él como una leona, pero Jalal no estaba dispuesto a renunciar a ella. Clio Blake no pertenecía a ningún hombre... ni era la princesa de ningún país. Y jamás entregaría su corazón a alguien con el pasado de Jalal. Entonces, ¿por qué no podía resistir sus deliciosos y exigentes besos? ¿Y por qué temblaba cada vez que pensaba en el príncipe bandido... amándola, poseyéndola?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2019

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Alexandra Sellers

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La princesa perfecta, n.º 985 - octubre 2019

Título original: Sheikh’s Honor

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-676-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

El hidroavión verde y blanco sobrevoló las copas de los árboles con el fin de posarse en el siguiente lago. Clio Blake, dirigiendo la lancha motora, oyó el ruido del aparato antes de verlo. Cuando tuvo al hidroavión encima, alzó los ojos al cielo deseando poder obrar milagros y hacerlo desaparecer.

No quería que ese aparato estuviera allí. Él no debería haber ido.

Aminoró la velocidad bruscamente y condujo la motora hacia el estrecho canal que separaba los dos lagos, donde numerosas señales limitaban la velocidad advirtiendo del peligro de erosión de las orillas por las estelas de las embarcaciones. Algunas de las casas de campo seguían cerradas, pero la mayoría ya estaban abiertas, anunciando la época de vacaciones.

Una vez que recorrió el canal y salió al lago mayor, aceleró la velocidad y emprendió el camino hacia el embarcadero de hidroaviones. El Twin Otter ya estaba deslizándose por la superficie de las aguas con el fin de volver a despegar.

Bien, él estaba allí. Adiós a las esperanzas de que algo pudiera evitar su llegada.

Sus padres se habían negado rotundamente a prestarle atención. Su hermana Zara lo había querido así y Zara siempre conseguía lo que quería. Por lo tanto, el príncipe Jalal ibn Aziz ibn Daud ibn Hassan al Quraishi, el sobrino de los regentes de los Emiratos Barakat, estaba allí… para pasar el verano entero.

Clio se preguntó si el príncipe Jalal se estaba acordando en esos momentos de su último encuentro. «Es peligroso considerar enemigo tuyo a un hombre cuya fuerza no conoces», le había dicho entonces.

Ella ni siquiera se dignó a reconocer la amenaza, mirándolo con unos ojos que parecían decir: «¿Tú y cuántos más?». Pero había sido una presunción. Clio sintió miedo en su presencia, ¿y quién no? El príncipe era el hombre que había tomado a su hermana como rehén con el fin de presionar a los príncipes de los Emiratos Barakat.

Podría haber ocurrido cualquier cosa. Tuvieron mucha suerte cuando todo se resolvió sin que hubiera corrido la sangre. Eso fue lo que Clio le dijo el día de la fastuosa fiesta de bodas a la que habían asistido también Zara y el príncipe Rafi. A Clio le había estropeado la fiesta la presencia de aquel hombre, a pesar de que ahora tenía el título de príncipe en vez de bandido.

«Es peligroso considerar enemigo tuyo a un hombre cuya fuerza no conoces».

Clio se estremeció. Sin duda, llegaría a conocer su fuerza durante el terrible verano que se le avecinaba. Pero una cosa era segura: jamás le perdonaría lo que les había hecho ni el riesgo al que los había sometido.

Por mucha fuerza que tuviera Jalal, nunca dejaría de ser su enemigo.

 

 

Clio casi veneraba a su hermana mayor, a pesar de que apenas se llevaban tres años. Zary, así la llamaba Clio desde su infancia.

Las dos hermanas se parecían físicamente a su madre. Ambas tenían el cabello negro, ojos marrón oscuro y hermosa estructura ósea; pero Clio era plenamente consciente de ser la versión pobre de su hermana. El cabello de Zara caía en una cascada de rizos perfectos; sin embargo, el de Clio era liso, aunque igualmente abundante. Zara era una princesa de cuento de hadas con sus ojos ligeramente rasgados, rasgos delicados y figura de muñeca de porcelana. Por el contrario, los ojos de Clio eran más redondos debajo de sus espesas y negras cejas, confiriéndole una expresión seria; sus pestañas eran más cortas, aunque también muy espesas. Además, había heredado la amplia boca de su padre, en contraste con la pequeña de Zara, igual a la de su madre.

Al cumplir los once años, Clio ya era más alta y más corpulenta que su hermana mayor; y, a pesar de ser menor, ya había empezado a sentirse protectora de Zara. Siempre había tenido la tendencia a sacar a Zara de apuros, aunque Zara era perfectamente capaz de resolver sus propios problemas.

Sus actitudes también eran distintas. Mientras que Zara había perdonado y olvidado lo que Jalal le había hecho, Clio sabía que ella jamás podría. Había sido Zara quien había pedido a su familia que lo hospedara durante el verano con el fin de darle la oportunidad de practicar el inglés antes de empezar el curso de posgraduado. Clio se había opuesto.

Sin embargo, allí estaba, en el corazón de Ontario, a punto de recoger a Jalal para llevarlo a la casa de campo donde ella y su familia vivían y trabajaban, en las orillas del lago Love.

 

 

Estaba de pie en el muelle. Se había afeitado la barba que llevaba la última vez que ella lo vio.

Salió de su ensimismamiento cuando Clio lo saludó levantando el brazo y agitando la mano al tiempo que la embarcación se deslizaba a lo largo del muelle.

–¡Clio! –exclamó Jalal, dispuesto a mostrarse cordial.

Bien, así que estaba dispuesto a olvidar, ¿no? Pues ella no.

–Príncipe Jalal –dijo Clio asintiendo breve y fríamente con la cabeza–. ¿Podría saltar a bordo? Tire primero el equipaje.

Él la miró y luego asintió. Clio se dio cuenta de que la oferta de amistad acababa de ser retirada, y se alegró de ello. Lo mejor era dejar las cosas claras desde el principio.

–Gracias –contestó Jalal; después, agarró las bolsas con el equipaje y las tiró a la embarcación.

A continuación, se quedó quieto, mirando a la motora con el ceño fruncido. Con sorpresa, Clio se dio cuenta de que, probablemente, jamás había hecho algo, para ella tan sencillo, como subirse a una embarcación sin estar amarrada al muelle.

¿Y ese era el hombre que iba a serle tan útil a su padre en el club de yates? Ese era el argumento con el que sus padres habían respondido a sus protestas: con Jude en la ciudad, necesitaban a alguien.

–Agárrese a mi mano –dijo ella en tono profesional, en el mismo tono en el que le hablaba a los turistas sin experiencia.

Con una mano en el volante, Clio extendió el brazo para ofrecerle la otra.

–Primero salte al asiento.

Clio había medio esperado que rechazara la ayuda, pero Jalal se agachó para aceptarla. Cuando sus dedos se rozaron, Clio contuvo el aliento al sentir una especie de corriente eléctrica; al momento y automáticamente, retiró la mano.

Jalal intentó recuperar el equilibrio y aterrizó de mala manera en el asiento de la embarcación con un pie antes de apoyar el otro en el suelo de la motora. Involuntariamente, fue a sujetarse a Clio.

Ella, automáticamente, lo agarró y Jalal acabó delante de ella, con una rodilla en el suelo, rodeándole el cuerpo con los brazos y con una mejilla entre los pechos de ella.

Al cabo de unos electrizantes momentos, Clio se puso tensa.

–Quíteme los brazos de encima –dijo ella.

Jalal se enderezó al tiempo que le lanzaba una furiosa mirada. Estaba lleno de ira.

–¿Qué es lo que quieres demostrar? –le preguntó Jalal apretando los dientes.

Ruborizándose bajo el impacto de aquella mirada, Clio le gritó:

–¡No lo he hecho a propósito! ¿Por quién me ha tomado?

–Por una mujer con una forma muy peculiar de ver las cosas. Decidiste ser mi enemiga, pero no sabes lo que eso significa. Si vuelves a intentar ponerme en ridículo, sabrás lo que eso significa.

Las palabras de él la asustaron, pero Clio no estaba dispuesta a que se lo notara.

–Gracias por la advertencia, pero creo que ya lo sé –se enteró de lo que era ser el enemigo de ese hombre el día que Jalal raptó a Zara.

Jalal, con desdén, sacudió la cabeza.

–Si lo supieras, no te comportarías de forma tan infantil.

–¿Qué quiere decir?

–Quiero decir que eres una mujer, Clio, y yo soy un hombre. Cuando una mujer decide ser la enemiga de un hombre, siempre es por alguna razón diferente a la que ella supone.

Clio se quedó boquiabierta al darse cuenta de las implicaciones de esas palabras.

–¡Vaya un machista! ¡Y eso que es de los modernos Emiratos Barakat! No parece tener…

Jalal sonrió y alzó una mano antes de interrumpirla.

–Yo soy del desierto –le recordó Jalal.

–¡Es evidente!

–En el desierto, un hombre le permite ciertas cosas a una mujer porque él es fuerte y ella débil. El hombre hace ciertas concesiones.

Clio no pudo evitar que la sangre se le subiera a la cabeza.

–¡Jamás en mi vida me había encontrado con una persona tan…!

–A cambio, Clio, una mujer jamás le habla a un hombre en ese tono. Las mujeres tienen la lengua muy afilada, los hombres tienen cuerpos fuertes. Nos respetamos mutuamente, por eso no utilizamos nuestros puntos fuertes para atacarnos.

–¿Me está amenazando?

–Solo te estoy explicando el modo como las mujeres y los hombres se comportan en un país civilizado.

–¡Pues no es así como nos comportamos aquí! –estalló ella–. ¡Quizá no haya notado que, civilizado o no, ahora no está en el desierto!

Jalal pareció contener una sonrisa.

–Lo sé perfectamente. Por ejemplo, estamos a punto de chocarnos con el barco que está justo detrás del nuestro, cosa que jamás ocurriría en el desierto.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Agarrando el volante instintivamente, Clio se volvió. Con el tiempo justo, metió la marcha y empezó a alejarse del pequeño yate anclado al muelle. ¡Por fortuna, había evitado un verdadero desastre!

No era propio de ella ser tan descuidada al mando de una motora. Eso solo demostraba el efecto tan negativo que ese hombre le producía.

Sin embargo, el repentino peligro la había ayudado a calmarse. Mientras guiaba el barco a través de las brillantes aguas del lago, comprendió que ese hombre había estado distrayéndola intencionadamente, y Clio se enfadó consigo misma por reaccionar con tanta violencia. Necesitaba aprender a controlar mejor sus emociones si quería sobrevivir a aquel verano.

Jalal contempló el paisaje a su alrededor.

–Es la primera vez que veo un paisaje así –la expresión de él mostraba tal apreciación que Clio tuvo que hacer un esfuerzo para no ablandarse–. Es precioso.

Ella también lo pensaba.

–Pero supongo que, en el desierto, se siente en casa –comentó ella.

A Clio no le gustó lo que vio del desierto cuando estuvo en los Emiratos. Sin duda, semejante entorno natural producía hombres violentos.

–Yo no me siento en casa en ninguna parte.

Clio se lo quedó mirando.

–¿En serio? ¿Por qué?

Jalal sacudió la cabeza.

–Mi abuelo Selim no quería que siguiera sus pasos. Cuando era un niño, no cesaba de decirme que el destino reservaba algo grande para mí, lo que hizo que no me pareciera realmente mi hogar el lugar en el que nací. Era de otro sitio, pero no sabía de cuál. Después, mi madre me llevó a la capital…

–Zara me dijo que el palacio se encargó de su educación desde muy temprana edad –dijo ella, interesada… en contra de su voluntad.

Jalal tenía una bonita voz, despertaba el interés.

–Sí, pero yo no lo sabía entonces. Ocurrieron cosas muy curiosas, pero yo era demasiado pequeño para pedir explicaciones. Empecé a ver las cosas más claras cuando se acercó el momento de ir a la universidad y mi madre me dio una lista de los estudios que podía seguir. Fue entonces cuando pregunté quién controlaba mi vida y por qué. Pero mi madre no me contestó.

–¿Y estudió lo que le aconsejaron que estudiara?

Jalal lanzó una amarga carcajada. Nunca había hablado de eso con desconocidos, y no comprendía por qué lo estaba haciendo con Clio. Ella le había dejado muy claro que no quería ser su amiga.

–Rompí la lista y dije que ya era un hombre y que era yo quien elegía lo que iba a hacer.

–¿Y qué pasó?

Jalal sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

–Me licencié, me alisté en las fuerzas armadas y al cabo de un tiempo volví a sentir la mano invisible de mi protector. Me entrenaron para ser oficial y me ascendieron con más rapidez que me merecía… Mi madre continuaba sin querer decirme nada.

Clio notó un eco de frustración en su voz.

–Pero, al final, lo descubrió –Clio se preguntó si Jalal le estaba contando aquello con la intención de disipar su hostilidad hacia él por medio de justificar la forma como trató a su hermana.

–Sí, lo descubrí el día en que, según el legado de su padre, los príncipes llegaron a la edad de gobernar. El reino de Barakat iba a dividirse en tres emiratos. La ceremonia de la coronación se realizó por todo lo alto y fue televisada. Se colocaron televisores en todas las plazas de todos los pueblos para que todo el mundo pudiera verla, fue un espectáculo para demostrar a la gente el poder, el misterio y la majestad de sus nuevos príncipes.

Sin darse cuenta, Clio estaba sonriendo.

–Vi la ceremonia en casa de mi madre. Jamás olvidaré el momento en el que las cámaras mostraron, uno a uno, los rostros de los príncipes; en último lugar, el del príncipe Rafi.

–Naturalmente, yo era consciente de que nos parecíamos; cada vez que su foto salía en un periódico, la gente que me conocía hacía comentarios sobre el parecido. ¿Pero qué es una fotografía? Un parecido verdadero requiere algo más que un rostro. Ese día, el día que vi moverse al príncipe Rafi, y hablar y sonreír… fue como si me estuviera viendo en un espejo.

Clio murmuró algo para sí misma.

–Fue entonces cuando comprendí todo. El misterio de mi vida… me di cuenta de que tenía algo que ver con el parecido que había entre el príncipe Rafi y yo. Sabía que el anciano al que llamaba padre no era mi padre verdadero. «¿Quién soy?», le pregunté a mi madre temblando y furioso. «¿Qué relación hay entre el príncipe Rafi y yo?».

–¿Se lo dijo?

Jalal asintió.

–A pesar de la vergüenza que le produjo lo que tuvo que confesar, ya no pudo evitarlo. Estaba enormemente desilusionada por que el gran futuro que le habían prometido para mí no hubiera llegado aquel día glorioso. «Es tu tío», me dijo. «Es el medio hermano de tu padre, el gran príncipe Aziz. En vez de ellos, podrías ser tú quien estuviera siendo coronado».

Jalal hizo una pausa, debatiéndose entre el presente y el pasado.

–Por supuesto, al igual que todo el mundo, sabía quién era el príncipe Aziz, a pesar de que hacía más de veinticinco años desde el trágico fallecimiento de él y su hermano. Y aquel noble príncipe, aquel héroe que había muerto tan joven… era mi padre.

Clio respiró profundamente; sin darse cuenta, llevaba un tiempo conteniendo la respiración.

–Debió ser terrible.

Jalal asintió.

–Me sentí perdido, como un hombre solo en el desierto después de una tormenta de arena. En esos momentos, sentí que todo lo que había creído sobre mí mismo era falso. Era el hijo ilegítimo de un príncipe muerto, el nieto de un viejo rey… ¿Cómo podía ser? ¿Por qué no me lo habían dicho?

–Debió ser terrible –repitió Clio.

–Sí, lo fue. Después de la impresión, me vi presa de una gran furia. Si no querían reconocerme porque era hijo ilegítimo, ¿por qué tanto empeño en apartarme de mi vida ordinaria, por qué tanto empeño en educarme? ¿Por qué nunca vi a mi abuelo, el rey, ni a mi abuela, su esposa más querida, durante todos esos años en los que mi futuro estaba siendo dirigido? Mi abuelo estaba muerto y yo carecía de toda explicación.

Jalal hizo una pausa y el reflejo del sol en el agua le hizo parpadear.

–¿Qué hizo entonces?

Jalal miró a Clio momentáneamente; después, una vez más hacia el horizonte.

–Me dirigí a los nuevos príncipes, mis tíos. Exigí que me revelaran qué planes había tenido mi abuelo respecto a mí.

–¿Y se lo dijeron?

Jalal sacudió la cabeza.

–No, nada. Se negaron a hablar con su sobrino. Me habían sacado de la casa de mi madre, pero los que lo habían hecho se negaban a permitirme la entrada en la de mi padre.

Jalal volvió el rostro y miró a Clio intensamente.

–¿No era una injusticia? ¿No tenía derecho a estar enfadado?

–Zara me dijo que sus tíos, Rafi, Omar y Karim, no sabía nada de usted. ¿No es verdad?

–Es verdad que a ellos nadie les había hablado de mi existencia. Después, me dijeron que, por mis cartas, tampoco habían podido ver claramente la situación. Pero alguien lo había sabido desde el principio. Mi mismo abuelo… pero no había dejado nada para mí en su testamento, ni siquiera me mencionaba.

–¿No es un poco extraño? –a Clio aquello le parecía lo menos creíble de todo.

Jalal la miró al rostro con suma intensidad.

–¿Quieres decir que mis tíos sabían la verdad, pero que decidieron negarlo hasta que se vieron forzados a admitirlo? ¿Lo sabes con certeza? ¿Te ha dicho algo tu hermana?

Clio negó con la cabeza.

–No, lo único que sé es lo que usted me ha contado. Lo que pasa es que me resulta difícil aceptar que una mujer no quisiera conocer a su único nieto, el hijo de su difunto hijo.

El rostro de él ensombreció.

–Quizá… mi nacimiento ilegítimo fuera una mancha demasiado negra.

A Clio ya no le extrañó que se sintiera un hombre sin hogar.

Jalal guardó silencio mientras se deslizaban por las tranquilas aguas del lago, que parecían prolongarse como las arenas de un desierto.

–¿Qué hizo cuando sus tíos se negaron a hablar con usted?

Jalal había vuelto al desierto de su infancia, pero sus raíces habían sido arrancadas.

–El desierto ya no podía ser mi hogar. La tribu, tan ignorante, viviendo en otro siglo, temerosa de todo lo nuevo, ya no podía ser mi familia.

Lo que forzó su determinación a que su familia lo reconociera, aunque para ello tuviera que tomar un rehén.

–El resto, ya lo sabes –añadió Jalal en tono irónico.

–Sí, sé el resto. Y ahora, su vida ha vuelto a cambiar. Gracias a Zara, ha demostrado su linaje, tiene los títulos y las propiedades de su padre, sus tíos confían tanto en usted que le han nombrado Gran Visir, y ahora tiene la misión de…

Jalal levantó la cabeza bruscamente y sus negros ojos se clavaron en los de ella.

–¿Misión? ¿Quién te ha dicho que yo tengo una misión?

Clio le devolvió la mirada con expresión de sorpresa.

–Creía que el motivo por el que ha venido aquí es para perfeccionar su inglés con el fin de entrar en la universidad de Harvard en otoño para estudiar ciencias políticas. Tenía entendido que este verano la familia Blake iba a ayudarlo a conseguirlo.

La alarma desapareció de la expresión de Jalal.

–Sí, es verdad.