Solos en el paraiso - Alexandra Sellers - E-Book

Solos en el paraiso E-Book

Alexandra Sellers

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Beschreibung

Julia 1009 Pawnee Walker buscaba un marido desesperadamente, y, por suerte, el atractivo Ezra Jagger estaba dispuesto a representar aquel papel. Pero la mañana después del «Sí, quiero», Pawnee descubrió que sus problemas se habían solucionado y ya no necesitaba estar casada, aunque le había prometido a Ezra quedarse a su lado y ella no podía negarle nada a su nuevo marido...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Alexandra Sellers

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Solos en el paraíso, JULIA 1009 - Julio 2023

Título original: Not without a wife!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo

Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411801201

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

¿Es usted un ciudadano canadiense a punto de viajar a Shamsirabia? Si es así, le ruego que se ponga en contacto conmigo urgentemente en el número de teléfono: 5 55 16 79. A cualquier hora.

 

El trozo de periódico que contenía el anuncio cayó sobre la mesa cuando estaba sacando la tarjeta de crédito de la cartera. Ezra Jagger lo miró un momento sin comprender y después recordó que lo había visto cuando Miranda le estaba enseñando la sección de contactos del periódico y lo había guardado por curiosidad. Después se había olvidado por completo de su existencia.

Volvió a leerlo antes de guardarlo en la cartera y después empezó a pensar en problemas más inmediatos. Ángela había ido al cuarto de baño y el camarero le había presentado la cuenta sin que él la hubiera pedido. ¿Debería pagarla inmediatamente o debería esperar por si ella quería tomar alguna cosa más?, se preguntaba. Desde luego, Miranda había tenido razón. Ángela era guapa y parecía inteligente, pero él estaba demasiado nervioso para darse cuenta de si le gustaba o no.

—Hola —sonrió ella cuando volvió a la mesa. ¿Estaría sonriendo porque él le gustaba o porque pensaba que era un idiota? No le gustaban nada las citas a ciegas y no sabía por qué se había dejado convencer por Miranda.

El camarero volvió y se quedó a su lado, esperando que dejara la tarjeta de crédito sobre la cuenta.

—Yo le avisaré, ¿de acuerdo? —dijo él, irritado. El camarero desapareció con un gesto de sorpresa.

—Lo has asustado —rió Ángela, con cierta satisfacción.

—¿Qué? —preguntó Ezra.

—¿No era eso lo que querías?

Lo único que él quería era que no le dijeran lo que tenía que hacer. Era un restaurante caro y elegante, pero la mitad de las mesas estaban vacías y no le hacía gracia tener que marcharse cuando lo decidiera el camarero. Ni siquiera eran las diez de la noche.

—Sólo quería que esperase un poco. ¿Quieres tomar algo, un café, un licor?

Ángela sí sabía por qué el camarero había llevado la cuenta tan pronto. Ella misma se lo había pedido cuando se dirigía al cuarto de baño porque nunca había conocido a un hombre más hermético que Ezra Jagger y, hasta aquel momento, la velada había sido incómoda y desesperante. Pero, en ese momento de irritación con el camarero, Ezra se había convertido en un hombre masculino, atractivo y dominante, como si le hubieran quitado una capa que dejaba ver quién era en realidad. Era muy alto y guapo, aunque no como un galán de película. Tenía el pelo oscuro y unos labios en los que no se había fijado hasta entonces. Ángela decidió en ese momento que quizá merecía la pena esperar un poco.

—Un Cointreau, por favor —sonrió.

Ezra levantó la mano para llamar al camarero.

—Un Cointreau y un café solo —pidió.

La cuenta desapareció discretamente de la mesa mientras el camarero lanzaba una mirada de reproche sobre Ángela. Había violado las reglas de todo buen camarero al llevar la cuenta sin que la pidiera el caballero y, como resultado, seguramente se quedaría sin propina.

—Y ahora dime por qué Miranda te está buscando una mujer —dijo ella, cuando llegaron el licor y el café.

Ezra soltó una carcajada y Ángela empezó a pensar que quizá aquel hombre era tan interesante como le había dicho Miranda.

—Ojalá pudieras decirme cómo evitarlo.

—¿Sois parientes?

—Es la futura suegra de mi hermana. Consiguió que su hijo y mi hermana se conocieran a través de un anuncio y ahora cree que puede emparejar al resto del mundo. Cuando volví de Arabia para pasar las Navidades me encontré el primero en su lista.

—Entonces, ¿no se lo has pedido tú?

—Si no recuerdo mal, le pedí que no lo hiciera.

—¿Y por qué cree que necesitas ayuda para conocer a una mujer?

—Porque me han destinado a Shamsirabia y cree que seré más feliz si me voy casado.

—¿Y tú qué crees?

—Es cierto que no hay muchas oportunidades de conocer mujeres en un país musulmán —explicó él. En los últimos cinco años siempre había sido destinado a países árabes, pero no tenía ninguna intención de casarse por muy poco hospitalario que fuera el desierto.

—¿Te gusta tu futuro cuñado?

—Tengo que reconocer que Ben me gusta más como cuñado que Justin McCourt, el antiguo prometido de mi hermana.

—¿Tu hermana estaba prometida con Justin McCourt? —preguntó Ángela, muy sorprendida.

—Sí. ¿Lo conoces?

—Claro. Es profesor en la universidad en la que estudié. Y es guapísimo.

Durante la cena, Ángela le había contado que era licenciada en filología árabe y esa era la razón por la que Miranda había creído que eran perfectos el uno para el otro.

Ezra no había sido capaz de decirle que, cuanto antes estuviera fuera de Shamsirabia, mejor para él. Lo que quería era poder elegir destino en la compañía de ingeniería en la que trabajaba y, desde luego, no sería el desierto. ¿Qué haría Ángela con su árabe en Montana, en Rusia o en Albania?

—Pues yo me alegro de que no se case con él. Nunca me cayó bien.

—¿No te cae bien? —preguntó ella, mirándolo con sorpresa. Ezra sabía que todas las mujeres adoraban a Justin McCourt, aunque nunca lo había entendido—. ¿Por qué no?

—Es la clase de hombre que sólo se lleva bien con las mujeres —contestó. Eso no era suficiente para Ángela, pero no tenía más que decir. Nunca le había caído bien, aunque lo había intentado por su hermana.

—A veces los hombres que no se llevan bien con otros hombres son los mejores maridos.

—Ben será mucho mejor marido para mi hermana que Justin McCourt.

—Ya —sonrió Ángela tomando un sorbito de licor. Durante el incómodo silencio que se hizo entre ellos desde entonces, Ezra empezó a pensar que tenía que tomar una decisión. En realidad, apreciaba a Miranda, pero si el precio que tenía que pagar por su amistad era tener que pasar noches como aquella con una extraña después de otra, lo mejor sería decirle la verdad.

La conversación no volvió a animarse desde entonces y, a las diez y cuarto, Ezra aparcaba el coche frente a la casa de la joven.

—Muchas gracias. Lo he pasado bien —dijo ella por fin. Cuando Ángela salió del coche, él respiró, aliviado.

 

 

—¿Qué tal ha ido? —preguntó Sam desde su asiento frente al ordenador.

—Igual que la primera —sonrió Ezra—. Miranda tiene buen gusto, pero… no sé. ¿Qué tal va el artículo?

—Bien. Tengo que entregarlo mañana y parece que ya he encontrado la línea. En una hora habré terminado —contestó su hermana, grabando el documento antes de levantarse—. ¿Te apetece un café?

—¿Tienes una cerveza? —preguntó Ezra, quitándose la corbata y dejándose caer sobre el sofá—. Ya he tomado demasiado café por hoy.

—Si no te gustan las citas a ciegas, ¿por qué no se lo dices a Miranda? —preguntó Sam, volviendo con la cerveza.

—No lo sé. Quizá porque creo que lo que está haciendo es lo que hubiera hecho mamá. Insistir en que buscara una buena mujer para tener hijos.

—Sí. A mí me pasa igual.

—Me hace gracia cómo lo prepara todo, cómo se interesa. Pero cuando estoy a solas con una de las mujeres que elige para mí, me doy cuenta de que estoy haciendo el tonto.

—Debe de ser por las cosas que decían los abuelos.

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes. Siempre estaban hablando de los peligros que había en quedarse a solas con un miembro del sexo opuesto…

—¿De verdad? —interrumpió él—. No recuerdo nada de eso.

—Yo sí. Empezó cuando cumpliste catorce años. ¿No te acuerdas? Siempre te decían que no podías quedarte a solas con una chica.

—Ahora que lo dices, me suena algo. Pero no creo que eso me haya afectado.

—Pues a mí sí. Siempre me preguntaba en qué clase de animal te convertirías. Cada vez que salías con una chica, ellos te hacían la vida imposible. Supongo que los pobres no sabían nada sobre educación sexual.

Ezra se encogió de hombros. Lo único que recordaba era que se encontraba incómodo cada vez que salía con una chica. En ese momento, recordó el anuncio que llevaba en la cartera y pensó que podría llamar y escuchar la voz de la mujer en el contestador para hacerse una idea de cómo era. Cuando Sam volvió al ordenador, él se acercó al teléfono.

—¿Dígame? —dijo una voz femenina al otro lado del hilo. Era una voz normal, sencilla, de una mujer que podía tener desde veinte a cincuenta años.

—¿Ha puesto usted un anuncio en el Globe and Mail? —preguntó Ezra, aclarándose la garganta.

—¿Es usted periodista?

—No, lo siento. Soy ingeniero.

—¡Estupendo! ¿Y va a ir a… —interrumpió la frase con una tos—. ¿Cuándo?

—Dentro de un par de semanas —contestó él—. ¿Le importaría decirme qué clase de asunto quería tratar con un ciudadano canadiense que va a viajar a… los países árabes?

—Por teléfono, no. ¿Podríamos vernos?

—¿Ahora?

—Si está en la ciudad.

—Estoy en la calle College.

—Entonces, estamos muy cerca. ¿Conoce Imam Bayaldi, en la esquina de la calle Dean?

—Puedo encontrarlo.

—Estaré allí en veinte minutos.

—De acuerdo —contestó él, dejándose llevar por el entusiasmo de la mujer.

—Será mejor que no digamos nuestro nombre por teléfono. Yo tengo el pelo castaño y llevaré un pañuelo rojo —dijo ella antes de colgar.

—¿Has concertado una cita tú solito? —preguntó su hermana desde la puerta con una sonrisa. Ezra le mostró el anuncio—. Qué raro —añadió ella, después de leerlo.

—Me llamó la atención el otro día, cuando estaba repasando con Miranda la sección de contactos.

—Suena como si alguien quisiera que llevaras algo o que contactaras en Shamsirabia con alguien. ¿No te parece?

—Ya me enteraré —contestó él, poniéndose una cazadora que sacó del armario.

—Ten cuidado, no vayan a secuestrarte —advirtió su hermana con una sonrisa.

—La vida está llena de riesgos —dijo él antes de cerrar la puerta. Realmente, la situación política de Shamsirabia era complicada, pero no podía imaginarse por qué un ingeniero iba a verse involucrado en nada peligroso.

Cuando salió a la calle estaba nevando, pero decidió ir caminando hasta el café. Llevaba tanto tiempo fuera de su país que echaba de menos la nieve y el aire frío que llenaba sus pulmones.

Imam Bayaldi era un sitio al que no había ido nunca. No había vuelto a Toronto para entrar en un café árabe. Pero cuando llegó allí, le gustó. La iluminación era agradable y las mesas pequeñas y cómodas. Había gente sola leyendo y Ezra se dio cuenta de que era un lugar perfecto para escaparse del mundo.

Se sentó en una esquina y estaba mirando la puerta cuando una mujer alta y delgada, con un pañuelo rojo sobre la cabeza entró y se quedó mirando alrededor. Ezra le hizo una seña y ella sonrió mientras se acercaba a su mesa.

—Gracias por venir —dijo, quitándose el pañuelo. Era una mujer de apariencia normal, de unos veinticuatro años, con los ojos y el pelo castaño, que le llegaba por los hombros. Lo llevaba peinado de una forma muy natural, sin artificios y eso hacía que él se sintiera cómodo.

—De nada —dijo él, mirándola un poco perplejo. Estaba pálida, pero parecía una chica sana. Quizá aquel era el aspecto de los espías, se decía a sí mismo.

—Me llamo Pawnee —dijo ella, ofreciendo su mano.

—Ezra —dijo él, estrechándola.

—¿Te importa si te hago un par de preguntas antes de contarte nada?

—No prometo contestarlas.

—De acuerdo. ¿Vas a ir a Shamsirabia?

—Es mi próximo destino.

—¿A qué ciudad?

—A la capital. Maqamallah.

—Estupendo —sonrió ella—. Es justo ahí donde quiero ir. ¿Podrías llevarme contigo… como criada o algo así?

—¿Como criada?

—¿Tienes niños? Quizá podría… —empezó a decir ella, pero él negó con la cabeza—. Qué lástima. Podría haber ido como niñera. ¿Qué clase de trabajo vas a hacer allí?

—Me parece que ha llegado el momento de que me cuentes para qué quieres ir a Maqamallah —contestó Ezra, cruzándose de brazos.

Ella se quedó callada un momento mirándolo a los ojos, como intentando averiguar qué clase de hombre era aquel. Ezra no estaba acostumbrado a que una mujer lo mirase con aquella firmeza y le gustó.

—No sé nada sobre ti —dijo ella—. ¿Si te cuento algo, me prometes mantenerlo en secreto?

Desde luego, aquella chica no parecía una traficante de drogas ni una activista política.

—¿Es algo ilegal o deshonesto?

Ella dudó unos segundos antes de contestar.

—Pues…

—Mira, yo no me quiero meter en líos, así que no creo que pueda ayudarte —dijo Ezra, levantándose.

Ella le puso la mano sobre el brazo, impulsivamente.

—¡Espera, por favor! Al menos, deja que te lo cuente.

Quizá era su naturalidad lo que lo hizo sentarse de nuevo. Siempre le había parecido que las mujeres con las que salía intentaban manipularlo con sus gestos, con sus pestañeos. Pero aquella chica lo miraba como… de hombre a hombre.

—Si tiene algo que ver con drogas, no cuentes conmigo —advirtió él.

—¡Claro que no! —exclamó Pawnee impaciente—. Escucha… —empezó a decir, mirando a su alrededor—. ¿Has oído hablar de Cree Walker?

Por supuesto había oído hablar de Cree Walker. Todo el mundo en Canadá había oído hablar de la mujer que era retenida como rehén por los rebeldes en Shamsirabia, pero Ezra tenía otras razones para recordar su nombre. La inquietud política en ese país era precisamente la razón por la que el consejo de ministros había decidido construir otra mezquita, que había encargado a la compañía para la que él trabajaba.

—Sí —fue todo lo que dijo.

—Cree es mi hermana —dijo Pawnee—. Nadie está haciendo nada por ella, así que tengo que ir a rescatarla.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ESTÁS loca? —preguntó Ezra, tan alto que dos hombres se volvieron a mirarlos—. ¿Y qué crees que vas a poder hacer tú? ¿Rescatarla como un héroe de película? Lo único que conseguirás es que te maten.

—No voy a hacer las cosas sin pensar. Nadie nos dice nada y mis padres están enfermos de angustia…

—Sí, claro y estarán encantados cuando se enteren de que ya no tienen sólo a una hija secuestrada, sino a dos —dijo Ezra, sarcásticamente.

—Eso es cosa mía —replicó ella—. Y no necesito que te pongas sarcástico sobre algo que no conoces. Yo sé lo que tengo que hacer y cómo hacerlo. Lo único que quiero saber es si vas a ayudarme o no.

Ezra se quedó pensando un momento.

—Perdona —dijo por fin—. Es que la idea de ir a Shamsirabia no me hace ninguna gracia. Me han advertido que, por culpa de un puñado de fanáticos, vamos a tener que estar rodeados de medidas de seguridad y ahora vienes y me dices que vas a ir a por esos fanáticos tú solita.

—Creí que era uno de los países más liberales de Oriente.

—Y lo era. Pero los fanáticos religiosos lo han convertido en uno de esos países en los que tomarse una botella de cerveza puede costarte la pena de muerte. Ahora no se puede hacer nada sin contar con ellos.

—¿Lo ves? —preguntó Pawnee muy excitada—. Eso es lo que intentaba decirte. Nadie está haciendo nada. Simplemente, están esperando a que ellos tomen una decisión. Y yo no pienso esperar porque se trata de mi hermana.

—De verdad, no entiendo qué crees que puedes hacer. Y, además, si quieres ir allí, ¿por qué no tomas un avión? ¿Por qué tanto secreto?

—Porque cometí el estúpido error de contarle a los del Ministerio de Asuntos Exteriores lo que quería hacer. Me dijeron que no intentara nada porque rompería el delicado equilibrio entre los dos países y que eso era malo para las relaciones diplomáticas.

—Pero no pueden evitar que vayas allí. Canadá sigue manteniendo relaciones diplomáticas con Shamsirabia. Si no fuera así, yo tampoco podría ir.

—Pero pueden hacer que las autoridades de ese país no me den el visado para entrar.

—Sí. Supongo que pueden hacerlo.

—Por eso te necesito. Si voy como tu criada o tu niñera, nadie se daría cuenta —explicó Pawnee.

—¿No se darían cuenta de que viaja conmigo una chica llamada Pawnee Walker?