La puerta abierta - Margaret Oliphant - E-Book

La puerta abierta E-Book

Margaret Oliphant

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Beschreibung

En las páginas de esta famosa novela de terror de Margaret Oliphant, los lectores encontrarán las claves del miedo: un ambiente tenebroso, muchas preguntas y fenómenos que parecen no tener explicación.

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La puerta abierta

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Margaret Oliphant

Ilustraciones  -  Fernando Baldó

COLECCIÓN La Puerta Secreta REALIZACIÓN: Letra Impresa AUTORA: Margaret Oliphant ADAPTACIÓN: Patricia Roggio EDICIÓN: Elsa Pizzi DISEÑO: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL ILUSTRACIONES: Fernando Baldó

Oliphant, Margaret La puerta abierta / Margaret Oliphant. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2021. Libro digital, EPUB Archivo Digital: online ISBN 978-987-4419-64-4 1. Novelas de Misterio. I. Título. CDD 823.9283

© Letra Impresa Grupo Editor, 2021 Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-1267 Whatsapp +54-911-3056-9533contacto@letraimpresa.com.arwww.letraimpresa.com.ar Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.

Esta colección se llama La Puerta Secreta y queremos invitarlos a abrirla.

Una puerta entreabierta siempre despierta curiosidad. Y más aun si se trata de una puerta secreta: el misterio hará que la curiosidad se multiplique.

Ustedes saben lo necesario para encontrar la puerta y para usar la llave que la abre. Con ella podrán conocer muchas historias, algunas divertidas, otras inquietantes, largas y cortas, antiguas o muy recientes. Cada una encierra un mundo desconocido dispuesto a mostrarse a los ojos inquietos.

Con espíritu aventurero, van a recorrer cada página como si fuera un camino, un reino, u órbitas estelares. Encontrarán, a primera vista, lo que se dice en ellas. Más adelante, descubrirán lo que no es tan evidente, aquellos “secretos” que, si son develados, vuelven más interesantes las historias.

Y por último, hallarán la puerta que le abre paso a la imaginación. Dejarla volar, luego atraparla, crear nuevas historias, representar escenas, y mucho, mucho más es el desafío que les proponemos.

Entonces, a leer se ha dicho, con mente abierta, y siempre dispuestos a jugar el juego.

¿Notaron que están de moda los vampiros? Sin embargo, estos personajes no son nuevos. Desde hace siglos hay cuentos y novelas que los tienen como protagonistas. Drácula, la historia del vampiro por excelencia, seguramente es la más famosa, pero no la única. Por su parte, las películas de vampiros casi son tan viejas como el cine. Desde entonces hasta hoy, sus protagonistas han sido, a veces, aterrorizantes y otras, románticos, queribles y hasta divertidos.

A fines del siglo XIX, se vivió un fenómeno muy parecido, pero con fantasmas. La literatura les dedicó muchas páginas a ellos y a sus contactos con el mundo de los vivos. Las mansiones de las novelas de la época se llenaron de aparecidos, ectoplasmas que hacían visitas nocturnas y médiums o, simplemente, personas tan perceptivas que podían notar su presencia. Esto hizo que se pusieran de moda y que los lectores fantasearan con la idea de tener alguno de estos visitantes en sus casas. Estaban convencidos de que una mansión o un castillo no lo eran realmente sin un fantasma propio.

En 1887, el escritor inglés Oscar Wilde publicó El fantasma de Canterville, una novela corta que, con la aparición de un fantasma más gracioso que temible, se burla del gusto de las personas por tener uno de estos seres en casa. Pocos años antes, en 1882, la autora escocesa Margaret Oliphant escribió La puerta abierta, otra historia de aparecidos. Casi un siglo y medio más tarde, en 2014, se estrenó la película Magia a la luz de la luna, del director estadounidense Woody Allen. En esta hermosa comedia, también se trata con humor el tema de los espíritus que toman contacto con el mundo de los vivos, y se discute si estas “presencias” son reales o solo engaños de embaucadores (el protagonista les recordará al doctor Simson de La puerta abierta). Se las recomendamos: es divertida e interesante.

Como Wilde y como Woody Allen, Margareth Oliphant habla de fantasmas en su novela. Pero, a diferencia de Wilde y de Allen, lo que “aparece” en las ruinas de la vieja mansión que crea Oliphant, no resulta nada gracioso. ¿Se animan a averiguar por qué?

Capítulo

· 1 ·

~

Alquilé la casa de Brentwood en 1872, cuando regresamos de la India. Íbamos a alojarnos allí hasta que encontrara un hogar definitivo para la familia.

La casa era justo lo que necesitábamos. Estaba cerca de Edimburgo, y mi hijo Roland podría ir y volver de la escuela todos los días. Sería mejor que mandarlo a un internado o que estudiara en casa con un tutor.

A mí me parecía bien la primera opción y su madre prefería la segunda. Pero el doctor Simson, que era una persona sensata, sugirió una posibilidad intermedia. Nos dijo: «Lo más saludable será que suba en su caballo y cabalgue todas las mañanas hasta la escuela. Y cuando haga mal tiempo, que tome el tren».

Mi mujer aceptó la solución del problema más rápido de lo que yo esperaba. Entonces, nuestro pálido chico, que hasta ese momento no había conocido nada más divertido que una pequeña ciudad de la India, se encontró con la intensa brisa del Norte, en el suave clima del mes de mayo. Y antes de que llegaran las vacaciones de verano, tuvimos la satisfacción de verlo tomar el aspecto saludable y bronceado que tenían sus compañeros de escuela.

Sentíamos un cariño especial por él, pues era nuestro único hijo varón, y estábamos convencidos de que su cuerpo era muy débil y su carácter, muy impresionable. Poder enviarlo a la escuela y que siguiera viviendo en casa –combinando las ventajas de las dos alternativas– colmaba todos nuestros deseos.

En Brentwood, nuestras dos hijas también encontraron lo que querían. Estaban lo bastante cerca de Edimburgo como para tomar todas las clases necesarias y para completar la interminable educación a la que las chicas parecen estar obligadas en la actualidad. Pensar que su madre se casó conmigo cuando era más joven que Agatha… ¡Y ya me gustaría ver si estas niñas son capaces de superarla! Incluso yo, cuando nos casamos, no tenía más de veinticinco años. En cambio ahora, a esa edad, los jóvenes andan a ciegas, sin una idea clara de lo que van a hacer con sus vidas. Pero supongo que cada generación tiene una opinión de sí misma que la ubica por encima de las que le siguen.

Brentwood está en una de las regiones más ricas de Escocia: esa hermosa pendiente que se extiende entre las colinas de Pentland y el mar. Cuando el tiempo está despejado, se ven de un lado los reflejos marinos, como un arcoíris que abraza los campos y las casas dispersas. Y del otro lado, las cumbres azuladas que le dan a esta región montañosa un encanto que no tiene ninguna otra. Edimburgo, con sus colinas y sus torres que penetran a través de la bruma, se encuentra a la derecha.

El pueblo de Brentwood se extiende colina abajo, a los pies de la casa, del otro lado de un angosto y profundo valle. Y en el fondo de ese valle corre, entre rocas y árboles, un arroyo que en el pasado debió ser un hermoso y salvaje río. Desde el parque y las ventanas del salón, podíamos contemplar el paisaje. A veces, el colorido era un poco frío. Pero otras, la vista era animada: las casas situadas a diferentes alturas y sus pequeños jardines, la calle principal que desemboca en una plaza, las mujeres que cuchichean en las puertas, los carros que avanzan con movimientos lentos y pesados… Nunca me cansaba de ese paisaje. Siempre resultaba agradable y fresco y lleno de tranquilidad.

Dentro de nuestra propiedad también se podían realizar interesantes paseos. El parque que rodeaba la casa estaba cubierto de hermosos árboles y varios senderos descendían en zigzag hasta la orilla del arroyo y el puente que lo cruzaba. Y en el camino principal, que unía la entrada a la propiedad y la casa, se conservaban las ruinas de la antigua mansión de Brentwood: una construcción más pequeña y menos importante que el sólido edificio que habitábamos y que se construyó años después. Sin embargo, las ruinas eran pintorescas y le daban categoría al lugar. Incluso nosotros, que solo éramos inquilinos temporales, sentíamos cierto orgullo, como si aquellas ruinas nos transmitieran algo de su pasada grandeza.

Todavía se conservaban los restos de una torre (una masa confusa de piedras tapizadas de hiedra), y de una edificación grande –o lo que había sido una edificación grande– de la que solo quedaban el esqueleto de los muros, la parte inferior de las ventanas de la planta principal y, debajo de ellas, otras ventanas en perfecto estado de conservación, aunque cubiertas de polvo y suciedad. Allí también crecían desordenadamente zarzas y plantas silvestres de todo tipo.

A poca distancia, se encontraban dispersos los fragmentos de una construcción más tosca. Uno de esos fragmentos daba un poco de pena por su vulgaridad y su lamentable estado de abandono. Se trataba de la fachada: un trozo de muro gris cubierto de liquen, en el que se abría el hueco de una puerta de entrada. Probablemente había sido una entrada a las dependencias de servicio o una puerta trasera.

Ahora ya no había ningún ambiente adonde entrar, pues la despensa y la cocina habían sido totalmente destruidas… Y sin embargo, quedaba aquella puerta, abierta y vacía, expuesta al viento y a los animales salvajes. La primera vez que fui a Brentwood me emocionó. Una puerta que conducía a la nada, una puerta que alguna vez fue cerrada precipitadamente y sus cerrojos echados con cuidado, ahora no tenía ningún significado. Sí, recuerdo que me impresionó desde el principio. Tanto, que le di una importancia que, en ese momento, no se justificaba.

El verano fue un período de felicidad y descanso para todos nosotros. El calor del sol de la India todavía ardía en nuestras venas, y parecía que jamás íbamos a cansarnos del verde, la humedad y la pureza del paisaje escocés. Hasta la niebla nos resultaba agradable.

En otoño, siguiendo la moda de la época, nos fuimos en busca de un cambio que, a decir verdad, no nos hacía falta. Poco después, cuando volvimos a la casa para pasar el invierno y los días se hicieron más cortos y oscuros, y el frío cayó sobre nosotros, se desencadenaron los acontecimientos… Unos acontecimientos que solo me animo a contar porque fueron realmente extraordinarios.