La risa asusta al miedo - Sergio de la Calle - E-Book

La risa asusta al miedo E-Book

Sergio de la Calle

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Beschreibung

Pero… ¿es esto cierto? Dondequiera que miremos, parece haber una crisis, ya sea económica, climática, política o bélica. Muchas veces, al mismo tiempo. En este escenario, ¿hay espacio para el humor? SÍ, aunque no sea obvio, los tiempos de crisis son los más propicios para la risa. Es cuando se vuelve más necesaria y útil, porque, como dice Sergio de la Calle, «en medio del caos, el humor es la brújula para orientarse; en los accidentes emocionales, un airbag; y, en la oscuridad, un faro». La risa asusta al miedo se alzó con el Premio Feel Good en su octava edición porque es un elogio al humor en todas sus formas y circunstancias, un verdadero manifiesto para quienes han decidido (o deberían) llevar la risa como estandarte. En este libro encontrarás a muchos valientes, algunos célebres y otros anónimos, que se plantaron con una sonrisa firme ante problemas de diferente índole y gravedad y dijeron, sin que les temblase la voz: «Si puedo reír, es que todavía no me han vencido».

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La risa asusta al miedo

El mundo necesita reír más. Y no va a hacerlo solo.

Sergio de la Calle

Obra ganadora de la 8.ª edición del Premio Feel GoodTM

Primera edición en esta colección: marzo de 2024

© Sergio de la Calle, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-35-9

Diseño de cubierta: Marta Benito

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

El humor es otra de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia.

VIKTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido

Dedicado a todos los que entienden

que el humor es un arma de construcción masiva

y tienen el valor de utilizarlo

a las duras

y a las maduras.

Índice

Nota preliminarOtra nota preliminar1. Lo que NO ES este libro2. Lo que SÍ ES este libro3. Querer no es poder. Pero en este caso, sí4. Los enemigos de la risa5. Los monstruosEl Monstruo de los Pequeños InconvenientesEl Monstruo del EgoEl Monstruo del RechazoEl Monstruo de la Pérdida de LibertadEl Monstruo de la EnfermedadEl Monstruo de la MuerteConclusionesOtras conclusionesAgradecimientosOtros agradecimientosDedicatoria final

Nota preliminar

El número de sinónimos de cada uno de estos dos conceptos me da que pensar, ¿por qué tanta riqueza en uno y tanta escasez en el otro?:

Reír

Llorar

Carcajear

Descojonarse

Descuajaringarse

Despelotarse

Despitorrarse

Despotorrarse

Desternillarse

Mondarse de la risa

Partirse

Partirse el pecho

Partirse el culo

Partirse el nabo

Partirse el ojete

Troncharse de risa

Lagrimear

Plañir

Sollozar

Este desequilibrio da que pensar.

También da pensar que «te meas de la risa» y «te cagas del miedo».

Y que la risa sea contagiosa y que el llanto corte el rollo.

Quizá es, como dijo Víctor Hugo, que «la risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano». O quizá no tenga nada que ver con poetas, dramaturgos y novelistas franceses.

Bueno, se acabó el comparar sinónimos.

Otra nota preliminar

No, no, espera un momento. Una comparación más, también muy asimétrica:

Vivir

Morir

Existir

Apagarse

Dar el último suspiro

Diñarla

Espicharla

Estirar la pata

Expirar

Fallecer

Fenecer

Jiñarla

Irse a criar malvas

Irse para el otro barrio

Marcharse

Mudarse al barrio de los callados

Palmarla

Pasar a mejor vida

Perecer

Ponerse el pijama de palo

¿Pudiera ser que el humor nos permita afrontar lo inevitable?

¿Y si resulta que la risa asusta al miedo?

Voy a ver si desarrollo un poco más esta última idea y, de paso, nos reímos un poco.

No será fácil tratar temas graves con humor. De hecho, será peliagudo. Dificultoso. Arduo. Hasta peligroso, diría alguno.

Pero sabemos que es posible.

Lo sabemos, gracias a Chesterton, escritor y filósofo irlandés, que afirmó:

Lo contrario a divertido no es «serio». Lo contrario a divertido es «aburrido».

1.Lo que NO ES este libro

Lo que vas a leer de ahora en adelante no va de «a mal tiempo, buena cara» o de que «si la vida te da limones, haz limonada».

Soy un activista del humor, pero no un dogmático. No celebro el primer domingo de mayo, Día Mundial de la Risa, ni el último viernes de enero, el National Fun at Works Day, ni tampoco el primer viernes de abril, Día Internacional de la Diversión en el Trabajo, ni nada parecido. Simplemente no creo en este tipo de cosas.

Vaya por delante que conozco estos «símbolos», entiendo su valor y respeto a las organizaciones o personas que los promueven, pero, simplemente, a mí no me encajan. No creo que el humor o la diversión se deban encapsular en un día en concreto. Ni eso ni otras muchas cosas.

¿Una boda de ensueño o un regalo caro cada aniversario hace que un matrimonio sea duradero y feliz? No. Lo hace la confianza y el entendimiento mutuos, el cariño, los proyectos compartidos y, por supuesto, las discusiones superadas.

¿Una ceremonia de entrega de premios, anual, semestral o cuatrimestral, construye toda una cultura de reconocimiento? Obviamente, no. Eso se logra con un reconocimiento en el día a día, específico e inmediato, justo después de que algo se haga bien.

Y así con todo. Incluido el humor.

Sobre todo, el humor.

La frecuencia y la repetición en el día a día son la clave de todas y cada una de las dimensiones de la vida. Si cualquiera de esas cosas se deja de hacer con regularidad, entonces todo lo construido en un año se pierde en tan solo un mes.

Con esa lógica, es una pena reservar el humor solo para las grandes ocasiones. Todos los días hay momentos para la risa, y no pocos. No hay que esperar a una fecha determinada del año ni a la cena del sábado con los amigos (generalmente a partir del segundo vino).

Igualmente, y tan importante como los hábitos, recomiendo un extremo cuidado con los oradores motivacionales, esa suerte de modernos vendedores de pócimas mágicas (o de humo, o de crecepelo, o de elixir de juventud, o de emplastes para el vigor sexual o de cualquier fraude que la historia ya nos haya enseñado antes). Ya sabes, esos individuos que inundan las redes sociales con sentencias intrépidas y vigorosas del tipo «Una sonrisa lo soluciona todo» o «Si no te importan los problemas, ellos huirán de ti», y que incluso ponen sobre la mesa evidencias que tildan de «científicas». Los escritores de libro dicen escribir por contribuir a construir un mundo mejor. Y es verdad, buscan un mundo mejor... para ellos (yo puedo decirlo, que este es mi quinto libro). A mi entender, personas así se aprovechan de la gente ofreciendo soluciones simples a problemas complejos, algunas veces, incluso con buena intención. El ejemplo más notorio fue el del psicólogo Fritz Strack, que en 1988 publicó un artículo1 en el que explicaba cómo forzando una sonrisa artificialmente gracias a sostener un bolígrafo entre los dientes mejoraba el estado anímico de las personas. Enseguida y hasta el día de hoy, miles de oradores motivacionales recomiendan vehementemente tal práctica, reforzando la tiranía de la felicidad ante personas que pagan cien euros por escucharlos. «Si sonríes sin ganas, engañas al cerebro haciendo que tenga más emociones positivas», dicen.

Todo el mundo contento. El científico por la notoriedad, los charlatanes por la sencillez de la fórmula, la audiencia que veía la felicidad a su alcance y, sobre todo, los bolígrafos Bic, ya fueran Bic Naranja o Bic Cristal... Solo había un problemilla. Uno pequeño.

El experimento NO se pudo replicar.

En 2017, el propio Strack escribía un artículo haciendo autocrítica reconociendo que esta hipótesis estaba refutada.2 Nadie se hizo eco ni quiso hacerse eco, y los que menos, los directivos de Bic. Sus colegas científicos respondieron un poco después, en el 2019, otorgándole el IG Nobel, una versión humorística de los famosos galardones noruegos, valorando y aplaudiendo la honestidad del investigador que admitió que había errado en su hipótesis. Ni que decir tiene que este reconocimiento no caló fuera del ámbito científico y la gente sigue contando lo de morder un bolígrafo para reírse como si fuera cierto.

La sonrisa es una herramienta poderosa, y como todas las cosas valiosas hay que utilizarla con un propósito. Forzarla sin ganas (cuando no «sonríen los ojos») nos convierte simplemente en Ronald McDonald, el payaso de las hamburguesas, de permanente sonrisa sin valor. Y un punto siniestro, añadiría. No..., más bien dos puntos, si tenemos en cuenta que también atemoriza a los niños.

En un libro que trata sobre el valor del humor en la vida hay que resaltar que tenemos derecho a sentirnos tristes de tanto en cuanto, y si ese sentimiento, por lo que sea, nos embarga de forma sostenida, no hay que enmascararlo con una sonrisa falsa. Es una pésima estrategia.

Esta observación se puso de manifiesto, en 2021, gracias a la ONG británica Campaign Against Living Miserably (CALM), cuando lanzó su campaña La última foto, en la que pretendía dar visibilidad al suicidio como el grave problema de salud pública en que se ha convertido hoy en día. Los datos son feroces y no mienten: el suicidio se ha convertido en un fenómeno global que se reproduce en todos los países, una pandemia silenciosa y peligrosa. La campaña en cuestión mostraba, de una forma muy valiente, las últimas fotos que publicaron varias personas en redes sociales antes de quitarse la vida. En esas imágenes, los protagonistas se muestran, sin excepción, sonrientes. Todos, así de duro. Celebran cumpleaños o fiestas, bromean con sus amigos y familiares, etc. Si tuvieras que definirlos con un adjetivo, dirías que parecían personas «relajadas», «despreocupadas» o «contentas». Con este ejercicio de concienciación, la ONG pretendió mostrar a la sociedad que «los suicidas no siempre parecen suicidas», y enseñar así al mundo que las señales del suicidio a menudo son invisibles, o al menos no son como la ciudadanía, en general, se imagina. Vamos, que un bolígrafo puede poner una sonrisa en la cara, pero no la pone en el alma.

Por eso quiero decir alto y claro desde las primeras páginas de este libro una cosa:

El humor ayuda en muchos sentidos, pero no arregla nada por sí solo.

Si de forma persistente te sientes triste y vacío, desanimado, derrotista... no lo ignores. No cometas el error de esconderlo tras tu mejor sonrisa.

Háblalo.

Y la sonrisa ya volverá cuando le toque o le apetezca. No te preocupes, que llegará.

Hay que aceptar lo malo de la vida. Ese es el primer paso, como manifestó Eugène Ionesco, dramaturgo fundamental del teatro del absurdo, al afirmar que «ser consciente de lo horrible y reírnos de esto es dominarlo. Solo el humor puede darnos la fuerza necesaria para aguantar las tragedias de la existencia».

No escribo este libro para sumarme al nocivo discurso de la felicidad low cost.

Escribo este libro porque el mundo necesita reír más y más a menudo.

Y no va a hacerlo solo.

Tenemos que poner de nuestra parte. Un poco. Pero todos los días.

En estos tiempos turbulentos «poco espacio queda para la risa», dicen algunos, y se ponen las noticias durante el desayuno para ratificar su postura y entender las novedades solo como quieren entenderlas. Yo les replico: «He visto cincuenta años de tiempos turbulentos, los que llevo vividos», y le digo eso de que «cuando la única herramienta que tienes es un martillo, todo problema comienza a parecerse a un clavo». Hemos pasado por demasiadas cosas, superado demasiadas crisis, como para (justo ahora, cuando más hemos aprendido) bajar los brazos, que ya sabemos más y tenemos nivel de senior lidiando problemas. Lo peor sería retraernos. Deshacer lo andado.

«Lo último que se pierde NO es la esperanza, es el humor». Esta es la dedicatoria que suelo poner en mis libros en estos tiempos. Hay gente que, cuando le devuelvo el ejemplar firmado y la lee, se emociona. Y es que en los últimos quince años hemos sobrevivido a crisis económicas, laborales, medioambientales y sanitarias. Ahora estamos en otra de naturaleza diferente, bélica y energética. Y sin necesidad de que me avalen estudios sesudos, ya te digo que estoy convencido de que superada esta, otra crisis vendrá. En este contexto, reconozco que parece haber pocos motivos para la risa. Por eso entiendo la expresión «ME HA ARRANCADO una sonrisa». En general, la expresión denota cierta sorpresa. No esperaba sonreír, pero, ante todo pronóstico, lo hice. Adicionalmente, cabe señalar que el verbo «arrancar» suena a algo difícil que requiere una fuerza inusual, algo que da como... pereza. La buena noticia es que «arrancar» es la parte complicada, el resto es sencillo.

El humor es como conducir. Requiere práctica. Todos los días.

Hay que frenar a veces.

Parar, incluso.

Y volver a arrancar.

A mí, convencido activista del humor, la sonrisa no me sale natural. Como desaparcar el coche, sonreír es un acto consciente. Hay que subirse al vehículo, mirar a tu alrededor, decirle al niño que calle un momento, meter la primera y pisar suavemente el acelerador. Tras un tiempo haciéndolo parece automático, pero lo cierto es que sigue siendo deliberado.

Si la vida te parece totalmente podrida es que hay algo que has olvidado, y es reír, sonreír, bailar y cantar.

Esta frase no está impresa en una taza de café, acompañada de una nube de colores o un unicornio con ojos de salido y aparentemente bajo los efectos de los psicotrópicos. Tampoco es el subtítulo de un libro de autoayuda ni la declaración de principios de una comuna hippie. En realidad, es una de las estrofas de la icónica canción Always Look On The Bright Side of Life, que cierra la icónica película de 1979 La vida de Brian, dirigida por Terry Jones y escrita por los Monty Python. Todos y cada uno de los días me esfuerzo por no olvidar ese mensaje de aquellos inigualables humoristas británicos. Es decir, hago un esfuerzo consciente para encontrar el lado humorístico de las cosas.

Me gusta recordar la frase del cineasta francés Gérard Jugnot cuando dijo que «La risa es como los limpiaparabrisas. Nos permite avanzar, aunque no se detenga la lluvia». En la misma línea que él, yo digo que el humor es mi bote salvavidas.

Mi chaleco antibalas.

Mi fuente de energía limpia, renovable y sostenible.

Mi Prozac y mi viagra.

Cuesta, sí, cierto. Pero, como el coche del que hablaba antes, te mantendrá en movimiento.

Espero convencerte de ello en las próximas páginas. Y ahora que sabes de qué NO va este libro, veremos de lo que SÍ va.

2.Lo que SÍ ES este libro

El título de este libro es la respuesta que les di a mis mellizos, Nico y Valeria, cuando, preparando una cena de Halloween, me preguntaron a qué se debía el hecho de que una fiesta, supuestamente terrorífica, se había acabado convirtiendo en algo tan divertido.

«La risa asusta al miedo» dije, encogiéndome de hombros. Mi respuesta fue una ocurrencia espontánea y sin meditación alguna, pero ciertamente afortunada. Así soy de brillante cuando no me lo propongo (cuando lo intento, no suele pasar). Me sonó tan bien que pensé que eso ya lo tenía que haber dicho alguien más inteligente que yo. Googleé la frase y no la encontré tal cual por ningún lado, aunque es cierto que encontré algo similar, solo que infinitamente mejor:

LA RISA ASUSTA LAS MISERIASno las sana, no las mata, no las borra las asusta las miserias se van por un rato y con ellas los miedos mientras el pecho estalla de risa no hay monstruo que nos gane.

La autora de esta preciosidad es Magalí Tajes, psicóloga y escritora argentina que, además, es humorista. Su texto resume perfectamente lo que desarrollaré en estas páginas: reír es una forma de afrontar la adversidad.

La risa siempre es bienvenida, pero aporta mucho más valor cuando las circunstancias vienen mal dadas. Mientras escribo estas líneas, Shakira canta en la radio «Hay que reírse de la vida a pesar de que duelan las heridas».

Reír en mitad de una crisis es una muestra de valor o, al menos, una forma de transmitir que nuestro valor es más grande que nuestro miedo. Como dijo la actriz Nina Dobrev: «Sonreír no siempre significa que tú eres feliz. A veces, solo significa que eres una persona fuerte».

En cuanto a lo que entiendo por sentido del humor no creo que sea cuestión de reírse mucho ni por todo, sino aprender a percibir la vida desde ópticas más alegres y felices, como bien apuntó el psicólogo José Elías. Cuando tienes un problema y eres capaz de hacer una broma sobre el mismo, entonces es que empiezas a tomar el control de la situación.

El humor no soluciona el problema, pero es el primer paso para encontrar una solución.

Y eso es especialmente importante en los adultos, pues vivimos nuestro Halloween particular, que no se limita al 31 de octubre, víspera del Día de Todos los Santos. Más bien, nuestros monstruos particulares nos acompañan todo el año, día a día, hora a hora. Stephen King, el celebrado escritor de docenas de best sellers de terror, se dio cuenta de esto antes que yo, cuando zanjó: «Los monstruos son reales, y los fantasmas también lo son. Viven dentro de nosotros, y a veces, ganan». Esos monstruos nos chupan la alegría al susurrarnos el miedo a un posible despido, a no llegar a fin de mes, a heredar una enfermedad de nuestros padres, a un divorcio, al fracaso de un proyecto emprendedor... Son los monstruos que nos roban el sueño y con él pagan el miedo a no estar a la altura de las circunstancias, al fracaso, al deshonor, al ridículo. Y esos monstruos están presentes también en la vida de la gente que parece más alegre y relajada (recordemos aquí la campaña La última foto que comenté en el capítulo anterior). Hay un interesante estudio, realmente un análisis psicológico que trata sobre comediantes, payasos y actores, titulado Finge que el mundo es divertido y para siempre.3 Una de las conclusiones a las que llega es que muchos de esos perfiles combaten sus demonios internos a través del humor.

De ser cierto, el humor es una herramienta muy útil porque el miedo es un compañero de viaje para toda la vida, una garrapata que uno nunca logra quitarse del todo porque su cabeza está enraizada muy profundamente dentro de nosotros. Cuando eres niño tienes miedo a decepcionar a tus padres, cuando llegas a la adolescencia, a no encajar, después te da pavor no terminar los estudios, no encontrar un trabajo, no poder sostener a la familia cuando tu vida ya está asentada y, a mi edad, la decrepitud (he negado la presbicia hasta lo indecible e incluso ahora me resisto a ponerme las gafas de cerca después de haberlas pagado). Entiendo que por ese motivo, el director de cine Woody Allen afirmó que «El miedo es mi compañero más fiel: jamás me ha engañado para irse con otro».

Como todos, yo también tengo mis propios miedos, independientemente de que, por mi trabajo, pueda (o deba) transmitir mucha seguridad. Por ejemplo, cuando imparto conferencias me presentan como un experto, como un autor consolidado, enumeran posgrados y otras pamplinas. Yo llego, me sitúo en el centro del escenario con tranquilidad. Mi voz es firme. Mi mirada, sostenida. La sonrisa, confiada. Pero pese a esa puesta en escena admito que tengo miedo. Siempre que hablo en público, lo tengo.

Si no transmito ese miedo es simplemente porque estoy familiarizado con él y lo tengo domesticado a través de la práctica.

Y es que el miedo tiene un gran aliado: la inacción.

El mejor enemigo del miedo es siempre, inequívocamente, hacer cosas.

Mover el culo.

Así que, lo que sea que te dé miedo, ponte a hacerlo, y verás que el miedo no desaparece del todo, pero, al menos, no te paralizará. Te morías de miedo con el primer beso, ¿no? Pero lo hiciste y ahora te gustaría no parar.

Además de la acción, el miedo también tiene otro gran enemigo: el humor.

Sea cual sea tu monstruo particular, el humor es una de tus armas para combatirlo. Reírte de tus miedos debilita a esos oscuros engendros, les quita una parte de su poder. Allen Klein hace una analogía con las artes marciales. El ju-jitsu es un arte marcial japonés que utiliza la fuerza del oponente contra él mismo. Pues bien, cuando se afronta un problema en la vida, el humor responde a la misma lógica que este arte marcial milenario: invierte la energía y la envía en dirección opuesta. Este autor lo llama el ja-jitsu,4 en un divertido juego de palabras.

A mí me gusta decir que el humor es a la vida lo que el airbag es a los coches. Estas bolsas llenas de gas comprimido tienen como principal función amortiguar, en caso de colisión, el impacto que se produce entre los ocupantes del vehículo y el volante, el panel de instrumentos y el parabrisas. Sin embargo, el humor tiene dos diferencias respecto al airbag. La primera, que, con suerte, nunca utilizarás un airbag de verdad en toda tu vida. En todo caso, quizá una vez. Sin embargo, el humor es un amortiguador efectivo que puedes usar casi a diario. No hace falta esperar un gran drama para darle uso. La otra gran diferencia es que el airbag es un elemento de seguridad pasiva, y el humor es de todo menos pasivo. Requiere proactividad, iniciativa, como he dicho arriba.

Entiendo que, para muchos, la vida es un viaje lleno de altibajos con más «bajos» que «altis». Al fin y al cabo, no deja de ser humano tener esos baches, pero, como cantaba Serrat, «soy un beso del infierno, pero un beso al fin y al cabo». En unos casos, se necesitará ayuda de terceros para afrontar tales escollos y ver más el beso que el infierno, mientras que, en otros casos, recurriremos a nuestra propia capacidad para resolver y superar nuestras propias situaciones y problemas. El contenido de estas páginas, por lo tanto, busca instruir a las personas para que sean capaces de hacerse cargo de sí mismas. Ahora me adelanto a tu pregunta ¿es, pues, este un libro de autoayuda?

Yo no lo considero así. Si tuviera que buscar una sección para clasificar este libro en una librería sería la de «Ayuda a otros». Pero lamentablemente no existe nada así, por lo que me temo que este libro acabará en la dichosa sección de autoayuda, la más grande de toda librería, sin duda.

Si observas con atención a tu alrededor coincidirás conmigo en que hay mucha gente que ayuda a otros, que los inspira. Y ni son famosos ni han hecho grandes hazañas.

En este libro mencionaré a personas conocidas, para poner una nota de color y por tratarse de iconos reconocibles universalmente, pero, sobre todo, voy a referirme a gente desconocida. Héroes cotidianos que hacen lo que hacen sin necesidad de tener focos delante, de buscar reconocimiento alguno y sin que quede registro de sus gestos. Pero eso no significa que sus actos pasen desapercibidos o que sean olvidados.

Solo unos pocos pasan a la historia, pero todos podemos hacer historia.

Un ejemplo de ello son los enfermeros y auxiliares de áreas de hospitalización pediátrica en la noche de Halloween. Estos profesionales aprovechan huecos libres en el turno de noche para decorar los pasillos y las puertas de las habitaciones con botes de medicinas reciclados, rellenados con viscosos líquidos de colores con pegatinas que ponen «Pis de rata», «Virus zombi», «Tripas de rana», «Leche de murciélago», «Moco de ogro». Un toque de humor para hacer más llevaderos los ingresos largos y penosos de los niños y sus familiares. No cabe duda de que estos sanitarios tienen un día a día muy duro y ven cosas que a otros los paralizarían. Pero son capaces de elevarse y transformarlo a través del humor, aunque solo sea por unos momentos. No surge espontáneamente; es un esfuerzo consciente y deliberado.

Uno de los objetivos de estas páginas, por tanto, es poner en valor esas pequeñas acciones del día a día que podrían considerarse de pequeño valor para, así, animar a los que lo leáis a que no renunciéis a dejar un legado que ayude a otras personas. Por mi parte, intentaré dar ejemplo compartiendo mis propias anécdotas y cómo aprendí a reírme de mis propias mierder-experiencias que, revestidas de humor, podrán parecer banales, pero que, cuan más risibles parezcan, más dolorosas fueron.

El humor es la linterna que ilumina el viaje cuando la oscuridad se cierne en nuestras vidas. Y esta metáfora me lleva a cerrar este capítulo de lo que sí es este libro, volviendo a Halloween.

¿Qué elemento encarna el espíritu de dicha fiesta? Sin duda, su famosa e icónica calabaza. Cuenta la leyenda que esta costumbre se la debemos a un pícaro personaje llamado Stingy Jack (Jack el tacaño) o Drunk Jack (Jack el bebedor, probablemente porque los bebedores prefieren que pague otro las consumiciones). Tramposo y vividor, cuando falleció no le dejaron entrar ni en el Cielo ni en el Infierno, pues Jack, ese viejo zorro, había engañado astutamente al diablo varias veces. Resignado a vagar entre los reinos del bien y el mal, Jack recogió unas ascuas ardientes que Lucifer le había arrojado y las introdujo en un nabo que había vaciado y tallado para usarlo como linterna. Condenado a deambular por los caminos, Jack se ganó un tercer apodo y empezó a ser conocido como Jack el de la Linterna (abreviado: Jack O’Lantern). Más tarde, sin embargo, se usaron calabazas para imitar el color de las ascuas del infierno que alumbran el camino a los difuntos en Halloween.

En este libro, el humor va a ser esa linterna con la que cegar a esos monstruos que habitan en la oscuridad.

3.Querer no es poder. Pero en este caso, sí

Un momento, espera.

Antes de meterme con los monstruos y todo eso, quiero tocar un tema. El del querer.

Sí, vale, ya sé que frases del tipo «SI QUIERES, PUEDES» tienen el tufo de autoayuda del que antes renegaba. No dudo que lemas así han hecho mucho daño, generando falsas expectativas y llevando a la frustración a cientos de personas que creyeron en arengas de ese estilo. Pero justo he comprobado que esta frase es cien por cien cierta.

Me di perfecta cuenta de lo acertado de este principio aquel sábado que me levanté a las 11:00 y, a pesar de ello, me propuse completar una siesta de dos horas. Al principio me costaba... me veía sin fuerzas, no me creía capaz, pero me dije a mí mismo: «SÉ TU MEJOR VERSIÓN. TÚ PUEDES», así que apreté los puños fuerte y finalmente, planché la oreja. Al día siguiente, domingo, visité a mi madre y me hizo albóndigas. Siempre pensé que ocho albóndigas de mi madre eran mi tope, pero a la novena grité «¡¡¡SAL DE TU ZONA DE CONFOOOOORT!!!», y, con un fuerte dolor en el pecho, conseguí engullirla y luego rebañé la salsa con un poco de pan, para reafirmar mi voluntad de superación. Llevando a mis peques en coche, creí que mi cordura no aguantaba más de tres canciones seguidas de Maluma5 que ya me habían puesto los mellizos, pero decidí ser EL DUEÑO DE MI DESTINO y alzando un puño al aire, acabé en casa bailando cuatro canciones para ensayar con mis hijos una coreografía del cole.

¿Qué lección aprendí? Que las frases motivacionales no son malas por sí mismas. Lo son cuando se aplican a metas de desarrollo personal poco realistas o vacías («vender millones», «ganar millones», etc.) y encima, buscando atajos («en siete semanas», «en siete meses», «desde el sofá de tu casa», «mientras duermes»). Pero esas mismas frases pueden ser útiles si las enfocamos a las pequeñas acciones de nuestro día a día. Y es que esto del humor va justo de eso, de las pequeñas cosas.

4.Los enemigos de la risa

En estas páginas voy a defender que es legítimo, lícito y útil bromear con la muerte, la enfermedad o cualquier otra desgracia. Advierto, sin embargo, que, de hacerse, en algún momento pueden recibirse como respuestas ciertas miradas incómodas, algún tosido de reproche, o espinosos silencios.

El problema aparece cuando el entorno, y más concretamente las personas que viven en ese entorno, no ayudan en absoluto. Son ya tantos que la OMS ha dado la alarma, advirtiéndonos de que el número de adultos inmunodeprimidos ha sido superado por el de humorodeprimidos.

El diagnóstico es claro. Este trastorno se reconoce por la reducción gradual de la capacidad para generar (e incluso entender) el humor, al tiempo que se incrementa, en igual proporción, la capacidad para ofenderse o molestarse. Se ha propuesto, incluso, incorporar en los manuales para estudiantes de medicina una guía rápida de identificación de síntomas propios de esas personas, como puede ser el uso de frases tales como:

«Esto va en serio...», cuando quieren darle importancia a algo que no la tiene.«Ahora, en serio...», cuando no se explicaron con propiedad anteriormente.«Fuera bromas...», si son incapaces de entender las de los demás.«Oye, que esto es muy serio...», cuando quieren hacerse escuchar.«No se toma nada en serio», si la envidia les corroe porque otros sí saben divertirse.«Lo digo en serio», en los casos en los que la gente se ríe cuando dicen alguna de la anteriores.«No le veo la gracia», cuando la gente se sigue riendo incluso después de dicha la frase anterior.

Se puede hacer poco para detener la inmunodeficiencia, pero se puede hacer mucho para contener la humorodeficiencia.

Este problema no es nuevo. Ya a principios del siglo XX, G. K. Chesterton, referenciado antes, conocido también por el sobrenombre del Príncipe de las paradojas, afirmó eso de que:

«En un mundo en que prácticamente todos parecen consagrados a la gravedad, me gustaría glorificar la levedad [...]. Dudo, sin embargo, que me sea posible. La oposición es demasiado fuerte. Hay demasiada gente tratando de que los demás se conviertan en personas espantosamente serias».

Y para rematar, continuó diciendo:

«Los ángeles pueden volar porque se toman a sí mismos a la ligera».

Actualmente, quedan cuatro tipos de humorodeprimidos a los que hay que darles amorcito. Y si no lo aceptan, hay que darles de rabiar. «Tener una actitud positiva quizá no resuelve todos tus problemas, pero va a cabrear a tanta gente que solo por eso merece la pena», dijo Herman Albright, y después lo refrendó el gran artista argentino Quino a través de su personaje Mafalda: «Empieza el día con una sonrisa y verás lo divertido que es ir desentonando con todo el mundo».

Humorodeprimido de tipo I

El primer tipo clasificado es el humorodeprimido que cree que las personas que utilizan el humor no son inteligentes.

Pues bien, las pruebas en su contra son aplastantes. Existen libros6 que dedican más montones de páginas a exponer diferentes estudios que demuestran la correlación entre la inteligencia y la capacidad de entender o generar humor. En concreto, hay un estudio de la Universidad de Viena publicado en la revista Cognitive Processing7 que demuestra que aquellos que aprecian y se ríen con el humor negro son más inteligentes que la media. Los autores del estudio, psicólogos y neurólogos de la Universidad de Viena, pidieron a los 156 participantes que evaluasen doce caricaturas del libro The Black Book, que recoge varias tiras de humor negro y macabro del humorista alemán Uli Stein. No solo si eran risibles, sino que también pidieron que se tuviesen en cuenta factores como si eran, o no, chistes apropiados, vulgares, novedosos o insulsos. Las situaciones de The Black Book se exageran más allá de los límites de la sátira o la ironía, lo que puede requerir mayores esfuerzos cognitivos para entender la broma que plantea el autor.

Para poder visualizar el ejercicio, describiré algunas de las tiras cómicas. En una de ellas, por ejemplo, aparece un forense en la morgue levantando la sábana que cubre uno de los cuerpos mientras le pide a una mujer que lo identifique. «Sí, ese es mi marido», dice ella, y añade: «Y una pregunta, ¿qué producto usaste para que te quede tan blanco?» (¡bip, bip, alerta de micromachismo!). Un segundo chiste gráfico muestra a un hombre al teléfono con cara de confundido, mientras que una voz al otro lado increpa: «Aquí el contestador automático de la asociación de autoayuda para pacientes de alzhéimer. Si todavía recuerda por qué llamó, por favor, hable después del tono».

Según el estudio, si has sonreído con estos ejemplos lo más probable es que seas más inteligente que la media. Tras analizar las caricaturas, los participantes también completaron unas pruebas básicas de coeficiente intelectual, y respondieron un cuestionario sobre su estado de ánimo, sus tendencias agresivas y antecedentes educativos. Cuando Ulrike Willinger, la autora principal del estudio, y sus colegas investigadores evaluaron los resultados, descubrieron que la inteligencia y la comprensión de las bromas de Stein estaban estrechamente vinculadas en todos los ámbitos. Aquellos participantes del estudio con mayores capacidades, tanto verbales como no verbales, tenían más probabilidades de entender el sentido a los chistes y, además, de encontrarlos divertidos. En cambio, aquellos otros con más dificultades para pillarle la gracia mostraron una mayor tendencia a la agresión y a los pensamientos negativos, lo que, en efecto, refuta la creencia comúnmente sostenida de que las personas a las que les gusta el humor negro suelen ser oscuras y negativas.

Esta relación, aclaran los autores, se explica porque el hecho de comprender una broma de humor negro implica «una tarea compleja de procesamiento de la información», en donde todo se reduce a un juego de palabras y desentrañar sus significados. «El humor negro [...] se utiliza para expresar el absurdo, la insensibilidad, la paradoja y la crueldad del mundo moderno. Los personajes o situaciones generalmente se exageran mucho más allá de los límites normales de la sátira o la ironía, lo que puede requerir mayores esfuerzos cognitivos para ser entendidos». Y añaden, «La preferencia por este tipo de bromas está relacionada con la capacidad de entender los contenidos desagradables como ficción juguetona».

Diagnóstico: los humorodeprimidos de tipo I no se enteran de nada. Se apunta como posible causa a que les falta inteligencia para entender algunas cosas. Recomendación: reseteo total.

Humorodeprimido de tipo II

El segundo tipo de humorodeprimidos son los que no usan el humor por miedo a ofender a otros. Cuando se juntan varios se produce una situación paradójicamente cómica, porque todos temen ofender a todos, y ahí no se mueve ni Dios. A este tipo de humorodeprimido le digo que:

El humor es la pera limonera, sin querer ofender a las manzanas limoneras, si es que existe tal cosa, y mucho menos a los limones pereros.

Que es la repanocha, sin querer ofender a las panochas a secas ni a ciertas mazorcas de maíz de sospechosa similitud.

Que es la leche en bote, sin querer ofender a la leche condensada, en polvo, evaporada o todavía en la ubre, pasteurizada o no, de cabra, oveja o vaca.

Que es más bueno que el arroz con leche, sin ánimo de insultar a las natillas, flan o crema catalana, que también son seres de Dios.

Que es una bendición del cielo, sin que ello implique un ánimo de ofender al infierno, claro, ni a las múltiples interpretaciones de cielo, samsaras, purgatorios o versiones ateas, masonas, agnósticas, teósofas, mitológicas o deístas.

¡Qué miedo hay, hoy en día, a ofender a algo o a alguien! Y, ciertamente, puede haber alguien que se ofenda. Pero mi miedo a ver un mundo sin risa es mucho mayor que mi miedo a ofender con la risa.

El humor puede salir mal, sí. Pero lo normal es que salga bien.

«El que tiene boca, se equivoca», dice el refrán, y si utilizas el humor con frecuencia, alguna vez ocurrirá. A mí, por ejemplo, me gusta utilizar el recurso del oxímoron en mis bromas. Como sabes o simularás saber, es una figura retórica que consiste en usar dos palabras opuestas en una misma oración («silencio atronador»), de tal manera que juntas generan un nuevo sentido, algo que me parece el vehículo perfecto para la ironía. Para que quede claro, algunos ejemplos: «copia original», «gentil descortesía», «secreto a voces», «pico de la curva», «calma tensa», «huida hacia adelante», «matrimonio apasionado» y, mi favorito, «talento directivo». En una ocasión, en una charla a un grupo, puse como ejemplo «inteligencia militar». ¿Quién había entre el público? La hija de un militar. Ups.