La serie del Zodíaco: 10 relatos eróticos cortos para Géminis - Alexandra Södergran - E-Book

La serie del Zodíaco: 10 relatos eróticos cortos para Géminis E-Book

Alexandra Södergran

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
Beschreibung

«Recibí un mensaje. No debería haber mirado. Había tomado mi teléfono para apagar el sonido como precaución, para que no me molestara durante la reunión. Pero, por supuesto, no pude evitar leer el mensaje: "Nunca encontré otra mujer que se mojara tanto ni que fuera tan apretada como tú. Me duele el cuerpo de extrañarte. P."». –El juego con el Sr. X La gente del signo de Géminis, con su gusto por la variedad y tan segura de sí misma, se encontrará a sus anchas en estos relatos eróticos: Un mensaje caliente justo antes de una reunión de trabajo Otra, recién casada, descubre las mil posibilidades de su sexualidad entre ellos. En un aburrido almacén donde trabajan, una chica y un chico van a darle color al tiempo. Un voyeur que no puede dejar de mirar a la pareja de enfrente En una universidad se abre un departamento de Erótica... Una pareja descubre el mundo swinger a través de una amiga Esta compilación contiene los relatos: -El juego con el Sr.X-Un relato erótico -Sesenta y cuatro-Relato erótico -El macho alfa-Relato erótico -Un tipo peligroso -Relato erótico -Metamorpheros-Relato erótico -El deseo -Swingers Estos relatos cortos se publican en colaboración con la productora fílmica sueca, Erika Lust. Su intención es representar la naturaleza y diversidad humana a través de historias de pasión, intimidad, seducción y amor, en una fusión de historias poderosas con erótica.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Olrik Julie Jones Alexandra Södergran

La serie del Zodíaco: 10 relatos eróticos cortos para Géminis

Translated by Raquel Luque Benítez, Montserrat Soler Llopis

Lust

La serie del Zodíaco: 10 relatos eróticos cortos para Géminis

 

Translated by Raquel Luque Benítez, Montserrat Soler Llopis

 

Original title: The Zodiak Series: 10 Erotic Short Stories for Gemini (SPA)

 

Original language: Swedish

Cover image: Shutterstock

Cover design: Rebecka Porse Schalin

Copyright ©2024, 2025 Olrik, Julie Jones, Alexandra Södergran and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788727173276

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

El juego con el Sr. X Un relato erótico

Recibí el primer mensaje justo cuando iba camino a la reunión con mi jefe para hablar sobre mi futuro en el trabajo. Me había puesto mi nueva chaqueta corta y zapatos con un poco de tacón para vestirme acorde a la ocasión. Esperaba verme como la empleada seria y ambiciosa que podría ser recompensada con un aumento de sueldo luego de un período de «prueba» de un año. Antes, en casa, había practicado frente al espejo cómo debería presentarme, de manera concisa y profesional. Mi esfuerzo laboral había excedido las expectativas en ocasiones previas.

Recibí el mensaje. No debería haber mirado. Había tomado mi teléfono para apagar el sonido como precaución, para que no me molestara durante la reunión. Pero, por supuesto, no pude evitar leerlo:

«Nunca encontré otra mujer que se mojara tanto ni fuera tan apretada como tú. Me duele el cuerpo de extrañarte. P.».

Era estúpido. Me sentía a la vez tonta, excitada y un poco avergonzada. Y obviamente, estaba totalmente desconcentrada para la reunión. Estaba sentada allí, con una sensación de estremecimiento en mi parte baja y una sonrisa estúpida. La reunión parecía más un examen del colegio que el diálogo entre dos profesionales que había imaginado antes. Era frustrante. No habría aumento de sueldo esta vez.

El mensaje ni siquiera era algo sobre lo que pudiera hablar con mi novio, Michael. Principalmente, porque el mensaje no era de él. Era de mi antiguo jefe, Patrick. Estuve tonteando con él de vez en cuando durante los últimos tres años que trabajamos juntos en Scandia, uno de los mayores hoteles de la ciudad.

Todo había empezado en la fiesta de Navidad de la empresa: vaya estereotipo. Aunque los dos estábamos completamente borrachos, fue el mejor sexo que había tenido. Así que, luego de eso, nos habíamos encontrado algunas veces por año, hasta diez veces, tal vez. Y eso a pesar de que Patrick era un hombre de familia y tenía una relación «seria», porque entre Patrick y yo sólo se trataba de sexo. Sin emociones. Ni lazos. Nuestra relación, si es que merece ser llamada así, terminó bastante naturalmente cuando renuncié al trabajo en el hotel. Poco tiempo después de empezar mi nuevo trabajo, conocí al amor de mi vida, Michael, y ahora vivimos juntos.

Sinceramente, no he pensado en Patrick en todo este año. Mi vida ha sido frenética y excitante con mi nuevo trabajo, y con mi maravilloso, maravilloso Michael. Pero mi cuerpo no se ha olvidado de Patrick. Definitivamente no. Por una fracción de segundo, recordó las sesiones salvajes y locas, los orgasmos que tenía con él.

Cuando volví a mi puesto, afortunadamente, mis compañeros pensaron que mi falta de aliento se debía a una mala reunión con mi jefe. La reunión en realidad había sido bastante terrible.

Le envié un mensaje algo enojado a Patrick. O quizás fue un tipo de enojo gracioso, si es que eso existe. «Malo Patrick.¡Me acabas de costar un aumento de sueldo!». Respondió inmediatamente con un emoji lloroso y escribió: «¿Debo ser castigado?».

No sé por qué lo hice. Tal vez fue la fuerza del hábito porque siempre nos habíamos enviado mensajes sucios. Tal vez fue porque el día de hoy se había transformado en algo muy distinto al «día de reunión seria» que yo había planeado. De todas formas, fui al baño y tomé una foto de mi trasero con una mano levantada junto a él, como si estuviera a punto de pegarle. Le envié la foto junto con un texto que decía: «¡Mereces ser golpeado, niño malo!».

Para mi deleite, a continuación, mi teléfono explotó con mensajes. Lo mantuve en mudo para que mis compañeros no especularan por qué sonaba todo el tiempo. Tampoco respondí. Me hacía extrañamente feliz. No del tipo de felicidad dichosa que tengo cuando recibo un mensaje de Michael diciendo que me ama o alguna otra cosa dulce, sino más bien de la forma como solía ser con Patrick: un juego preliminar corto y delicioso que terminaría en sexo salvaje en un depósito. O en su oficina.

Al final del día le iba a escribir que ya no estaba disponible de esa forma. Era prácticamente una mujer casada. Al menos, estaba en una relación con un hombre con el que me quería casar. Cuando llevé mi teléfono al baño de la compañía al final de la tarde, no pude evitar leer los mensajes. Alternaban entre «Te extraño» y «Mi cuerpo ansía al tuyo». También había mayores descripciones de cómo me iba a «lamer los pezones con su lengua hasta que se endurecieran como diamantes» y a «cogerme hasta que gritara de placer». Ese tipo de cosas.

Uf. Era mucho para asimilar. No estaba segura de cómo debía sentirme. La línea entre lo correcto y lo incorrecto empezaba a difuminarse. Sentía como si una máquina del tiempo me hubiera llevado dos años hacia atrás. Sólo para mostrarme que era mucho más feliz en la vida que tenía ahora. Tengo un futuro. Pero... Es verdad que sí extraño esta parte de mi vida anterior. Me miré en el espejo del baño. Mi largo cabello castaño recogido. Camisa abotonada. Trabajadora seria. Profesional.

Me desabroché los tres primeros botones de la blusa y solté mi cabello. Ahora me veía un poco más como mi yo normal. El espejo reflejó una sonrisa lasciva en mi cara. Luego, humedecí la punta de mis dedos con agua del grifo y la dejé gotear en mi escote que ahora era muy visible. Dejé que un mechón de mi cabello cayera sobre él, y luego me saqué una selfie en la que no se veía nada más que mi boca y mi escote con gotas de «sudor». Se la envié a Patrick con un texto que decía que rara vez había sudado así durante un día de trabajo, el que había terminado, por suerte. Me respondió enseguida preguntándome si podía venir a recogerme. Le respondí bruscamente: «No. Me voy a casa».

Entre nosotros siempre había existido la regla no dicha de que no nos escribiríamos fuera del horario de trabajo. Principalmente, porque él era casado, pero también porque, ocasionalmente, yo había estado en alguna relación estable con alguien.

Conduje a casa con malos pensamientos rondando mi cabeza. ¿Por qué me excitaban tanto los mensajes de Patrick? No le había dedicado ni un solo pensamiento en un año. ¿Acaso no era tan feliz en mi relación con Michael como había pensado? Sí. Sí, lo era. Estaba segura de que esa no era la razón. Amaba a Michael, y tan pronto como pisé nuestra casa, supe con certeza que también amaba mi vida con él. Podíamos hablar sobre cualquier tema. Bueno, quizás no sobre Patrick. Cuando pensé en ello, me di cuenta de que nunca le había mencionado a Patrick. No era porque fuera un secreto, sólo que no había sido importante. Pero ahora lo era. Había sentido un profundo deseo de encontrarme con Patrick, aunque sea una vez más.

Tomé una ducha fría, literalmente, que me ayudó un poco. Patrick era un capítulo concluido de mi vida. Capítulo cerrado. Eso es. Ahora era otra persona. A pesar de que no sentía que contase como infidelidad si estuviera con Patrick una vez más porque se trataba sólo de sexo y placer egoísta, sabía que Michael se sentiría terriblemente dolido. Si es que se llegaba a enterar...

Cuando Michael llegó a casa, a eso de las diez de la noche, parte de mi excitación se había calmado. Aunque igualmente estaba lista y excitada luego de mi contacto con Patrick durante el día, más que nada por la memoria del sexo salvaje y pervertido que persistía en mi cuerpo. Michael me abrazó tiernamente cuando yo prácticamente me lancé a sus brazos. Pero eso fue todo. Me besó y suspiró al decir que estaba tan exhausto que sólo quería irse directo a la cama.

Ese era mi plan también, al menos por la parte de la cama, así que lo seguí. Apenas apoyó la cabeza en la almohada ya estaba seco como una hoja. Ahí estaba yo, con mi cuerpo temblando de excitación nuevamente, encendido por un antiguo amante, mientras que al lado dormía el hombre con el que quería comenzar una familia y envejecer.

Insatisfecha.

Me escabullí de la cama para encontrar mi teléfono. No para escribirle a Patrick, sino para leer sus mensajes y ver si aún me excitaban. Lo hicieron. Los borré todos rápidamente y subí a dormir al lado del hombre de mi vida, Michael. Sin embargo, mis pensamientos volaban. Mi cuerpo gritaba por sexo en silencio. Intenté hacer que recordara el sexo con Michael. Pero era de un tipo diferente al que había tenido con Patrick. El sexo con Patrick era mucho más intenso y apasionado. Michael no me cogía, me hacía el amor. No es que él hubiera usado esos términos tan sofisticados; lo había estado pensando yo misma. Era como una larga e intensa caricia que casi siempre terminaba en orgasmo. Cuando era más asombroso, alcanzaríamos el orgasmo al mismo tiempo, mirándonos en la profundidad de nuestros ojos. Era sexo con amor, mientras que, con Patrick, había sido exclusivamente sexo con lujuria. Lujuria obscena, opuesta al amor hermoso. Y ahora me encantaría volver a ensuciarme de vez en cuando.

Me enojé conmigo misma. ¿Por qué ansiaba tanto la opción sucia, zambullirme y sucumbir al ardiente deseo? No tenía ningún tipo de sentimiento hacia Patrick. Tan sólo era un amante extraordinario. Al menos lo era en ese entonces. Michael estaba en la cumbre de la pirámide. Sólo era algo distinto con él.

Intenté justificar mis pensamientos recordándome que Michael había estado muy ocupado el último par de meses. Su firma de arquitectura tenía que presentar un proyecto al día siguiente y, por supuesto, yo respetaba que eso era una prioridad para él. Pero también significaba que, por un tiempo, sólo habíamos tenido lo que se puede llamar sexo común un par de veces a la semana. Me daba cuenta de que eso era una pésima excusa para ser infiel. Era sólo que sentía una urgencia tan poderosa de responderle a Patrick de nuevo. O más bien, mi cuerpo ansiaba tener sexo salvaje. Estaba anhelante por él. Mi cabeza tenía muy claro que estaba mal que pensara en eso.

Justo antes de dormirme, tomé una decisión. Con ella en mente, casi pude sentir cómo se curvaban las comisuras de mis labios en una sonrisa. Una sonrisa obscena.

A la mañana siguiente, corrí al dormitorio y tomé un par de pantis de red, zapatos tacón aguja, mi corsé y un vestido rojo revelador. Los guardé en mi bolsa, le deseé buena suerte a Michael con la presentación, y salí hacia el trabajo, casi riendo. Los mensajes de Patrick empezaron a llegar a las diez de la mañana, pero no respondí. A las dos de la tarde, tomé el teléfono y escribí un texto que decía: «Encuéntrame a las seis en el bar del hotel Scandia». Y luego de un tiempo agregué: «Se va a poner sucio». Tenía mariposas en el estómago por haber iniciado mi plan. Un poco después agregué: «Tienes que simular que no me conoces...» Luego, prácticamente tiré mi teléfono en la bolsa, para no sentir la tentación de escribir más mensajes.

Llegué al hotel justo después de las cinco. Eso me dio la oportunidad de charlar con mi antigua compañera, Michelle, que estaba en la recepción. También tuve tiempo de cambiarme en su cuarto trasero. A quince para las seis, tomé el elevador hacia el bar del piso superior. Disfruté al verme en el espejo del ascensor. Parecía una acompañante. Y bien, ¿acaso eso era un problema cuando estabas camino a tu cita hot? Afortunadamente, tanto el cantinero como los dos meseros eran empleados nuevos, así que ninguno me conocía o intentaría iniciar una conversación conmigo. Pedí un Martini. Sacudido. Sucio. Me parecía que eso me haría parecer más sofisticada y contrarrestaría el hecho de que me veía como una acompañante.

Él llegó a las seis y caminó con aire despreocupado hacia el bar, donde se paró a unos cinco metros de donde yo estaba sentada con mi bebida. Noté que sus cejas se levantaron en un gesto de asombro o admiración cuando me vio. Crucé las piernas, lo que accidentalmente hizo que mi vestido rojo se subiera para dejar la liga de mis pantis de red. Giré mi taburete en dirección a él y bebí un sorbo de mi Martini mientras le lanzaba una rápida mirada. Me daba cuenta de que le estaba costando controlar su reacción. Sacudió su cabeza divertido, y una enorme sonrisa apareció en su cara como si acabara de recordar un chiste que no podía compartir con nadie. Tomó la bebida que había ordenado y se acercó para pararse detrás de mí, un poco hacia el costado.

Giré mi cabeza, pero sin mirarlo.

—Encantada.

—Igualmente —respondió.

Podía escuchar que su respiración ya estaba agitándose.

Giré un poco más para que pudiera ver mi escote y el corsé debajo de mi vestido.

—Helena —le dije extendiendo mi mano. Él la tomó y sonrió con satisfacción. Claramente, estaba listo para jugar este nuevo juego que yo había creado para nosotros.

—Sr. X —respondió, con un pequeño movimiento de cabeza.

—Sr. X. —Sonreí—. ¿Vienes aquí seguido a… levantar mujeres?

—No —respondió misterioso—, pero estoy empezando a pensar que quizás debería.

Mmm. Respiré largo y profundo. Estaba tan excitada.

—Pero... ahora mismo, pienso que hay otras cosas que «debería» hacer. —Se inclinó hacia mí y colocó su copa en la barra, luego murmuró—: Conseguir una habitación, por ejemplo.

Negué con la cabeza despacio y saqué de mi bolsa la llave que Michelle me había entregado.

—Me ocupé de eso —dije depositándola sobre la mesa.

—Claro que lo hiciste —dijo con una sonrisa—. ¿Vamos?

Me bajé del taburete de la barra del bar y pasé por su lado hacia los elevadores. Él caminaba un poco más atrás. Una vez más, tuve la sensación de que se esforzaba para actuar casual. Entré al ascensor y él se coló detrás. Las puertas se cerraron y el elevador comenzó a moverse. Él prácticamente se lanzó sobre mí, alzándome y besándome, insaciable. Su mano encontró el botón de emergencia. Me sostuvo contra la pared con una mano, mientras la otra recorría mi cuerpo hasta llegar al corsé, que desabotonó sin ningún esfuerzo.

Estaba muy mojada y eso lo excitó aún más.

—Tenemos que llegar a la habitación —dijo con la voz ronca—, si no, no podré aguantar tanto como quisiera.

Asentí entusiasmada. Yo misma estaba a punto de tener un orgasmo tan sólo por sus caricias y besos. Apretó el botón de emergencia y el elevador retomó su marcha. Cuando se detuvo en el piso siete, donde estaba nuestra habitación, una pareja de ancianos americanos estaba parada afuera. Apenas conseguí bajar mi vestido para ocultar mis partes bajas desnudas, pero mi cabello enmarañado seguro me delataba. Al pasar a mi lado, la mujer de cabello blanco me susurró:

—¡Me encanta!

Al menos no se habían ofendido por lo que obviamente habíamos estado haciendo.

Abrí la puerta de la habitación y una vez más volvimos a representar los papeles que habíamos iniciado en el bar. El juego en el que no nos conocíamos.

—Si apeteces entrar, puedo preparar un par de tragos.

Se rio y sacudió su cabeza, sonriendo como un lobo hambriento mientras pateaba la puerta para cerrarla. Lo miré excitada.

—¿Sr. X....? —dije perpleja.

Asintió e hizo gestos hacia mi vestido, luego con voz autoritaria dijo:

—Sácatelo.

Deslicé mi mano para desabotonar los tres grandes botones de mi vestido. Cayó al suelo y eché un vistazo al Sr. X. Mientras estaba allí con mi pelo enmarañado, mis tacones de aguja, las medias de red y mi corsé parcialmente abierto, mi expresión era de curiosidad.

Señaló mis tacones con la cabeza y dijo:

—Los zapatos también.

Le lancé una mirada confundida y me los saqué. Dio un paso hacia mí mientras yo acataba. Cuando miré hacia arriba, él estaba inclinado hacia mí, ya que nuestra diferencia de altura era ahora muy obvia. Estaba un poco confundida sobre lo que quería. Incliné mi cabeza hacia un lado mientras lo miraba. Esbozó una sonrisa lobuna otra vez y susurró:

—¡Corre!

Se me escapó el más tonto chillido, luego giré y corrí por la habitación del hotel. Él iba detrás de mí, así que salté sobre la cama e intenté brincar hacia el otro lado. Él sabía que lo haría, por lo que rodeó la cama y me atrapó en el aire. Se volteó y me lanzó con suavidad sobre la cama; se colocó sobre mí.

—Hola Helena... ¿O debería llamarte Sra. X? ¿Tienes cosquillas?

Normalmente, odio que me hagan cosquillas, pero esto era tan cercano a lo erótico que casi tuve un orgasmo. Mis chillidos crecieron tanto que pensé que se detendría por consideración de los huéspedes. Me sacó las pantis, una por vez, y se detuvo en mis piernas que nunca antes habían estado tan listas para él como en este preciso momento. No recordaba que en otras ocasiones hubiera sido así.

Asumió su papel de Sr. X de todas las maneras posibles. Un lobo hambriento, que simplemente me devoraba como a un pequeño cordero. Apenas pude escapar antes de explotar en un orgasmo. Era demasiado temprano para someterme completamente. Para evitarlo, rodé al Sr. X sobre su espalda y le saqué los pantalones. Se recostó y se puso cómodo. Con su cabeza un poco levantada, me miró, casi con pereza, aún sonriendo. Me levanté del piso, adonde había dejado sus pantalones. Trepé a la cama. Tomé su pene en mi boca. Empujé mi cabeza hacia abajo mientras mantenía contacto visual. Una vez, dos veces... seis veces. El lobo dejó de sonreír y tuvo que concentrarse en no acabar. Ese era mi plan. Me trepé sobre él, deslizándome lentamente sobre su pene. Me miró casi sorprendido, mientras lo comenzaba a montar. Con suavidad, primero. Más profundo, después. Salvajemente, a continuación.

Al final, no pude aguantar más. Un orgasmo masivo hizo que todo mi cuerpo temblara tanto que casi me caigo de la cama si no fuera porque él me agarró de la cadera en el último segundo. Rodamos y yo quedé sobre mi espalda. Él acariciaba mi piel con la punta de los dedos. Caricias prolongadas. Como si quisiera aplacar mi cuerpo para que dejara de temblar. Cuando me calmé, me giró sobre el estómago y se ubicó detrás mío. Estiró su mano por debajo de mí y me levantó para ponerme en cuatro patas; me penetró por atrás en una posición maravillosamente relajante en la que no tenía que hacer nada más que mantenerme colgada de su brazo, mientras sentía su pene muy, muy adentro mío. Se sentía tan bien, que casi estaba en territorio de un nuevo orgasmo. Pero parecía que mi respiración delataba mis reacciones porque se salió y me volteó para penetrarme de frente. Dobló mis piernas hacia sus hombros para poder entrar por completo. Esta vez podíamos vernos.

Puede que haya sido el coito más largo que hayamos tenido. Tuve un orgasmo que no puedo ni comenzar a describir. Casi me sentía volar, flotando en la nada junto con él, mientras nuestros cuerpos se entrelazaban en un terremoto localizado. Asombroso. Se desplomó a mi lado, totalmente exhausto, sonriendo feliz.

—Tenemos que hacer esto otra vez, definitivamente.

Giré sobre mi lado y le besé el pecho.

—Mmm, absolutamente.

Permanecimos allí por unos minutos, disfrutando del momento. Podía escuchar cómo su respiración se calmaba y le di un pequeño empujoncito.

—No podemos dormir acá, lo sabes.

—¿No podemos? —preguntó.

—No, mañana se sentiría demasiado extraño. Conozco a la mayoría de las personas que trabajan aquí.

Se incorporó un poco.

—También tienes que ir a casa con tu novio. ¿No es cierto, Sra. X.?

—Sí, claro que sí —respondí sentándome erguida—. Mi novio completamente maravilloso.

Se rio y se sentó también.

—Debe ser un tanto espeso... No hacer nada de esto contigo... —Se inclinó para besarme—. ...hasta ahora.

Lo besé. Michael. Mi dulce Michael. El beso se tornó cada vez más apasionado hasta que se alejó.

—Comenzaría todo de nuevo, pero si lo hacemos, no seré capaz ni de gatear a casa —me dijo.

—Entonces vámonos rápido, mientras aún tengas un poco de energía —le respondí con una sonrisa.

Junté mi ropa que estaba desparramada por toda la habitación.

—¿Puedo preguntar cómo te fue hoy?

Sonrió.

—Fue brillante. Si no eligen nuestro proyecto, es simplemente porque no saben lo que es bueno para ellos.

—Eso es muy importante.

Me miró desconcertado.

—¿Qué es importante?

—¡Saber qué es lo mejor para uno!

Nos vestimos rápidamente y bajamos a la recepción. Michelle ya no estaba, así que le entregué la llave al hombre que estaba allí ahora y le expliqué que era algo que había arreglado con Michelle.

Cuando pasábamos por la puerta giratoria, escuché una voz detrás de mí:

—¡Helena!

Giré abruptamente. Michael continuó saliendo por la puerta. Patrick estaba parado detrás de mí, con aspecto desconcertado.

—Patrick —respondí asombrada—, no sabía que estabas en el trabajo todavía.

—No, es que... —Hizo un gesto con su mano—. Estoy usando una habitación... Es un tanto... Bueno, me estoy divorciando, así que...