Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La tonta del rizo es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la historia se articula en torno a un usurero que se niega a devolver a sus verdaderos dueños una propiedad empeñada tiempo atrás. Los legítimos propietarios tramarán un plan para recuperar lo que es suyo.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 124
Veröffentlichungsjahr: 2020
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Pedro Muñoz Seca
COMEDIA EN TRES ACTOS
Estrenada en el Teatro Poliorama de Barcelona, el día 17 de Julio de 1936 y en Madrid, en el Teatro Infanta Isabel, el día 29 de Diciembre de 1939.
Saga
La tonta del rizo Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1936, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508116
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Existen críticos que tienen por sistema pedir a los ingenios lo que, por su idiosincrasia o condiciones nativas, el ingenio no puede dar. Pedir a Pedro Muñoz Seca, por ejemplo, moderación en el trazo, disciplina escolástica, contención voluntaria de su fecundidad pasmosa, era pedirle algo absolutamente contrario a su condición y su genio. Ciertamente quebien pudo el admirable escritor realizar los milagros que, con insistencia casi agresiva-o agresiva, sin casi, a veces-, le demandaban: pero entonces él no hubiera sido Pedro Muñoz Seca. Muñoz Seca, independiente y personalísimo, no quiso nunca ni ahogar su numen, ni torcer ni torturar su temperamento. Producía con libertad y desenfado, seguro de su gracia avasalladora. Bien adivinaba que la risa le ofrecería al fín el aplauso, el triunfo. Caricaturista estupendo, no quiso nunca templar la mano en los rasgos salientes del modelo, ni atenuar deformaciones, ni suavizar contornos. Pero con el propio vigor, con igual audacia y desembarazo -en ocasiones, crueles- dibujó un gañán que un aristócrata, una patrono que una dama, y el ensañamiento del pintor más lo encontraríamos en las clases que presumen de distinguidas.Y siendo esto así, ¿por qué se persiguió, se acorraló y encarceló a este hombre, generoso y bueno, que aún en las horas de su humillación y martirio sonreía, sonreía y lograba la risa de los demás, con su vena constantemente fácil y oportuna? ¿Por qué se le asesinó bárbara y estúpidamente? ¡Ah! tanto valdría preguntar a los vendavales por qué destrozan los sembrados que luego serán alimento y calor; por qué abaten arboledas umbrías y caseríos inocentes; o a las furias del mar por qué devoran barcos y hombres, que los cruzan con una misión civilizadora. Acaso la única respuesta que pueda darse a la compleja y triste pregunta, es la de que Pedro Muñoz Seca, por sus resonantes éxitos teatrales, por su triunfo social, por su popularidad sin limites, por sus ganancias materiales, para el vulgo hablador descompasadas y fabulosas….. MERECIO la envidia. La envidia, el mayor monstruo de la tierra. Caín, por boca de Lope, después de sacrificar a Abel, por envidia, exclama « ¡Yo he sido el hombre primero que abrió a la muerte las puertas del mundo! »...
J. ALVAREZ QUINTERO
Reparto de su estreno en Madrid
Hall de una casa señorial con honores de castillo, enclavado en las afueras de Turdiales; pueblo que se supone en una provincia castellana.—El ornamento de las paredes; el viejo artesonado; los muebles, los cuadros y los aparatos de luz; denotan mucha antigüedad y no poco descuido.—La puerta de entrada, siempre abierta, está en chaflán; a la izquierda último término, y tanto dicha puerta como un ventanal que hay en el foro dan a un jardín muy arbolado. En el primer término del lateral izquierda, se inicia una galería bastante ancha. En el lateral derecha; primei término; otra galería un poco más estrecha, y en último término, también en chaflán, el arranque de una amplia escalera. Hay una mesa, con dos sillones en el centro de la escena; un artístico banco en el foro, debajo de la ventana, y un bargueño a la izquierda entre la puerta del jardín y la galería. Todo ello, con la pátina de los años. Se desarrolla esta comedia en pleno verano y desde luego en nuestros días.
(No hay nadie en escena al levantarse el telón. Un segundo después aparece en lo alto de la escalera y la baja renegando ELADIA, “La tonta del rizo”, una muchacha de veintitrés o veinticuatro años, que parece atontada, pero que, como se irá viendo, no tiene un pelo de tonta. Viste con humildad, porque es hija de los sirvientes de la casa, y aunque su peinado no es ningún primor, luce un rizo, sumamente cuidado, que le cae sobre la frente y le favorece no poco.)
ELADIA.—(Bajando la escalera y disponiéndose a hacer mulis por la izquierda) ¿A mí? ¡Al instante! ¡Como que voy yo a...! ¡Sí, sí! ¡Ni que fuera yo tonta de veras!
LORENZA.—(Mujerona zafia, apelotonada, de mal humor vilalicio y que habla siempre como si acabaran de mentarle la madre; apareciendoen lo alto de la escalera) ¡Oye, tú; no te me escapes!...
ELADIA. —(Deteniéndose) Nono ,señora.
LOREN. — (Bajando la escalera.) Cuando llenes el depósito y vuelvas de la tienda, tienes que hacer dos cosas más.
ELAD.—Sisí, señora.
LOREN.—Como el jinojo ese del indio de porras, como se llame, y el otro fulano, están con la joroba de lo del arreglo del pozo, corta tú unas rosas con el tallo muy largo, como las del jueves, que las quiere doña Fulanita para mandarlas a la pamplina esa de la porra del jinojo ese.
ELAD.—Sisí, señora.
LOREN.—¡Ah!; y cómprame como un metro de alambre flexible galvanizado para el... laberinto del... cacharro de los... cocodrilos o como sea.
ELAD.—Sisí, señora.
LOREN.—Toma los diez céntimos que cuesta. (Se los da.)
ELAD.—Sisí, señora.
LOREN.—Pega luego los dos botones de la americana de don Graciano.
ELAD.—Sisí, señora.
LOREN.—Ahí tienes la americana y la cesta de la costura.
ELAD. —Sisí, señora.
LOREN. —Voy a ver que... caralampio hace tu padre, que no resuella. No he visto un hombre más haragán, ni más candongo. Donde hay conversación, echa el ancla. ¡Lástima de cohete que lo tostara y lo achirrara y tuviera que sentarse con las narices! (Mutis por la derecha.)
ELAD.—¡Si, que sí! ¡Como que voy yo a darle a la bomba, y a venir cargada desde la tienda, y encima a cortar las rosas pa pincharme, como el otro día, que me destrocé las manos y hasta me rompí la falda! ¡Quiá, quiá, quiá! (Se asoma a la puerta de entrada y llama.) ¡Don Corebo!... ¡Don Corebo!... (Volviendo al centro de la escena.) ¡En seguidita! ¡Eladia, que cortes; Eladia, que rajes; Eladia, que te rompes el traje!
COREBO.—(Por la izquierda. Es un indio como de cincuenta años, simpático, dulce, afable, sonriente y como apocado, agotado y vencido. Vistemuy mal y calza peor. Habla con marcadísimo acento mejicano. Un poco temeroso.) ¿Qué ocurre? ¿Me llamó don Graciano?
ELAD.—No, señor, no. (Hablando más atonladamente que antes.) Es que me ha dicho mi mamá que le diga a usté que corte unas rosas con un rabo muy largo pa doña Rufina, la hermana del amo.
COREBO.—¿Y le dijo la mamasita que habría de ser yo?
ELAD.—Sí, señor. Ya le dije yo que yo las cortaría, pa no distraerle a usté de esa faena que le han encargao del pozo; pero me contestó que nonones, que soy muy atontá y que no iba a cortarlas tan bien como usté, que eso dice ella que lo hace usté como nadie.
COREBO. (Halagadísimo.) Eso es verdad. No es por alabarme, pero en corte y en poda hay poquitos que a mí me lleven la delantera. Yo he nasido en un jardín, en el jardín de Sacalatupita de Talcolasolapa, de donde mi papasito era jardinero. Ahora mismo te las voy a cortar, porque lo del arreglo del pozo está parao.
ELAD.—¡Anda! ¿Pues qué ocurre?
COREBO.—Que ha estado ahí uno que desía que venía en comisión y nos ha dicho a Jirafa y a mí que no podemos seguir trabajando en lo del pozo, porque es salirnos de lo nuestro. Que yo, como criado de don Graciano, debo limitarme a lo mío y Jirafa, el hortelano, a lo suyo ná mas y que en cuanto a lo del pozo, para lo del brocal tiene que venir un albañil; para lo de la garrucha, un carpintero, y para lo del agua, uno de esos que entienden del agua.
ERAD.—Un marino.
COREBO.—No, tontita; un posero.
ELAD. —¡Ah!
COREB.—Total, tres jornales sin necesidad, porque entre Jirafa y yo lo hubiéramos arreglado lindamente. (Bajando la voz, temeroso.) ¡Qué excuso desirte, niña, cuando se entere el patronsito!
ELAD. —¡Huy!... ¡Con lo agarradísimo que es!... Que ése es de los de puño cerrao y apretao, pero no pa arriba, sino pa abajo, que no se lo abren ni con unos alicates.
COREBO.—(Temerosísímo.) Calla, no te oiga. No hablemos más. Voy a eso...
ELAD.—(Deteniéndole.) Es que me dijo también mi máma que le dijera a usté, que se llegara a la tienda de Reveriano y se trajera un ciento de huevos y varios paquetes que hay allí apartaos.
COREBO.—(Un tanto extrañado.) ¿A la tienda yo?...
ELAD.—Nada, que no me deja ir a mí, con lo que a mí me gusta ir a la tienda. ¡Me da una rabia!... Pero dice que a mí los dependientes me van a engañar, y que, en cambio, a usté no hay quien lo engañe, porque es usté más listo que todos los tenderos juntos.
COREBO.—(Halagado nuevamente.) No es que soy más listo, Eladia; es que soy ya viejo y he visto mucho y he batallado mucho y he luchado mucho en la vida.
ELAD.—Que es usté listo, don Corebo.
COREBO.—No me llames así. que me avergüensas. ¡Don Corebo yo! ¡Pobre de mí!... Yo no soy nadie, niña. (Dirigiéndose a la puerta del jardín.) ¡Don Corebo yo!...
ELAD.—¡Ah! Haga usté el favor de decirle a Jirafa que venga a darle a la bomba, que se ha quedao vacio el depósito de arriba.
COREBO.—(Indeciso.) ¡Poco va a gustarle eso a Jirafa!
ELAD.—Yo, lo que me han dicho...
COREBO.—(Llamando desde la puerta.) ¡Jirafa!... ¡Jirafa!... ¡Venga no más! (Volviendo al lado de Eladia.) Con éste hay que tener mucho cuidado. Es muy rebelde, tiende mucho a lo moderno y está cada día más sacado de cuello.
JIRAFA.—(Un zagalón con un cuello muy lorgo y una cabeza muy chica, entrando por la puerta del jardín.) Presente Jirafa. ¿Qué hay que hacer?
COREBO.—La mamasita de ésta, que le ha dicho a esta que me diga a mí, que te diga a ti que le dés a la bomba hasta llenar el depósito de arriba.
JIRAFA.—¿La mamasita? (AEladia.) ¿Pero eso no lo haces tú o tu “papasito” con las “manesitas”?
ELAD.—Sí; pero como corre prisa, se han empeñao en que lo hagas tú, porque dicen que tú, por tener más fuerzas que nadie, lo llenas en un santiamén y te quedas tan fresco; dicen que eres capaz de llenarlo en diez minutos...
JIRAFA.—(Halagado.) Tanto como en diez minutos, no diré; pero en un cuarto de hora...
ELAD.—En un cuarto de hora lo llenó una vez Zaldívar, aquel que fué luego campeón de no sé qué cosa de fuerza.
JIRAFA.—(Decidido.) Pues voy a ver yo. Mira la hora cuando yo dé un silbido.
ELAD.—Escucha. ¿No tenías tú un cacho de alambre flexible?
JIRAFA —Sí. En la espurerta de las herramientas está. Dile a mi madre que te lo dé, o a mi prima Sebastiana, que está allí con ella.
ELAD. — (Gratamente sorprendida.) ¿Eh? ¿Pero está ahí Sebastiana? ¿Cuándo ha llegado?
JIRAFA.—Anoche. Viene ya pa quedarse, porque está visto que no sirve pa servir.
ELAD.—¡Lo que te habrás tú alegrado!
JIRAFA.—¡Figúrate! Ea: mira la hora cuando silbe. A ver si lo que hace un hombre no lo puede hacer otro. (Mutis por la galería de la izquierda.)
ELAD.—Al pasar por la casa, don Corebo, dígale usté a esa muchacha que está allí que me traiga el cacho de alambre y que venga de seguida, que tengo muchas ganas de verla.
COREBO.—Sí, niña, sí.
ELAD.—Y ya sabe usté; el ciento de huevos, los paquetes y las rosas con el rabo muy largo. ¡Huy! No sé cómo va usté a tener cabeza para tanta cosa, don Corebo.
COREBO.—(Compadeciéndola.) Por Dios, mujer; eso no es nada...
ELAD.—Para usté, no lo será; pero para mí, que soy tan tonta...
COREBO.—(Haciendo mutis.) (¡La pobrecilla! ¡Y es la única que a mí me llama don Corebo!) (Mutis.)
ELAD.—(Muy decidida y cambiando de aspecto.) ¿Qué otra cosa tenía yo que hacer? ¡Ah, si! Pegar estos dos botones... (Sentándose y disponiéndose a hacerlo.) Esto. sí. Esto lo hago yo con gusto. Es propio de una y es natural que lo haga una. (Suena dentro un silbido.) ¡Sí, silba, silba! listo, que eres tú muy listo! (Cose.)
SEBASTIANA.—(Guapa moza, con el traje de los días festivos, apareciendo sigilosamente enla puerta del jardín. Trae un poco de alambre en la mano. Al ver a Eladia se detiene, pone cara de idiota y dice también idiotamente.) Alabado sea Dios.
ELAD.—¿Eh?... (Pone también cara de estú pida y contesta, a tono con la cara.) Por siempre bendito y alabado.
SEBAS.—(Como antes.) ¿Se puede pasar?
ELAD.—(Idem.) Sí, señora.
SEBAS.—(Idem.) ¿Está amarrado el perro?
ELAD.—(Idem.) Con longaniza. (Sueltan las dos el trapo.)
SEBAS.—¡Eladia!
ELAD.—¡Sebastiana! (Se abrazan.)
SEBAS.—(Temerosa.) Escucha: ¿no hay nadie?
ELAD.—No; no tienes que fingir ni hacer tonterías. Acabo de saber por Jirafa que estabas aquí.
SEBAS.—Llegué anoche.
ELAD.—¿Y qué? ¿Por fin?
SEBAS....¡Por fin, hija mía! ¡Lo bien que me ha ido con tus consejos! En cuarenta casas he servido durante estos dos años, y de las cuarenta he salido con la misma nota; “Buena muchacha, pero tonta”. (Ríen.) Ya me han dicho mis padres que, en vista de que no sirvo para servir, pues que me quede aquí con ellos, y ¡estoy más contenta! Porque, claro, chica, si ellos tienen un buen pasar ¿qué necesidad tengo yo de andar por ahí? ¿Es que no puedo yo trabajar con ellos en lo de ellos y al lado de ellos?
ELAD.—(Maliciosamente.) Y, sobre todo, cerca de él.
SEBAS.—Claro, chica.
ELAD.—Ahí está dándole a la bomba. Qué: ¿sigue bien la cosa?
SEBAS.—¡Uf!... ¡Lo que me ha agradecío un pañuelo de seda que le he comprao pa el cuello!
ELAD.—¡Ya será grande!
SEBAS.—Hay que doblarlo entre dos personas, no te digo más. (Ríen.) Bueno, lo que te vas a reír cuando yo te cuente todas las cosas que he tenido que hacer pa pasar por tonta. Lo fácil que es dárselas de lista y lo difícil que es hacer de tonta, cuando no es una tonta. Pero, cuéntame tú a mí, primero, cómo estás aquí, en el castillo de Polanco; quién es ahora el dueño del castillo y, sobre todo, cómo te va con tu Mariano, que ya sé que sigues en relaciones con él.