La trampa de los colores - Hernán Blanco - E-Book

La trampa de los colores E-Book

Hernán Blanco

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Beschreibung

"¿Por qué al mundo le interesarían las historias que cuento?", se pregunta Hernán Blanco en la introducción de La trampa de los colores. Y uno podría reformular: ¿por qué, en estos tiempos apremiantes, alguien se detendría, se prepararía unos mates (el maridaje perfecto para este libro) y se dispondría a leer, justamente, las historias de Hernán Blanco? Entre las miles de posibles respuestas a esta pregunta, quizás la que él propone sea la acertada: "por el amor que uno le pone a lo que hace". La trampa de los colores discurre por temáticas diversas. La paternidad, la adolescencia, el fútbol, las redes sociales y hasta el terror, entre otras, parecen darle al libro una cierta heterogeneidad. Sin embargo, si uno agudiza la percepción, es capaz de notar lo que subyace tras las historias de Blanco. Es él mismo quien nos da la pista del hilo que las une: "Mi actitud, como decisión de vida, es que la tristeza ajena nunca me sea indiferente". Son diecinueve cuentos, relatos o pequeños ensayos que nos acercan una brisa de esperanza, de aires nuevos. Son tiernos, cercanos y pasionales porque fueron concebidos por alguien que cree que algo mejor es posible. Esa certeza es lo que Blanco se ha propuesto contagiarnos.

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La trampa de los colores

Hernán Blanco

Ilustración de tapa: Juan José Da Silva

Ilustraciones de interior: Natalia Aranguez

Instagram: @lasmariposasyeltiempo

Blanco, Hernán

La trampa de los colores / Hernán Blanco ; Ilustrado por Natalia Aranguez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8492-07-0

1. Adolescencia. 2. Narrativa Argentina. 3. Literatura Juvenil. I. Aranguez, Natalia, ilus. II. Título.

CDD A863.9283

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-987-8492-07-0

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

Índice

Agradecimientos

Prólogo

Las segundas partes no son buenas

Entrevistas

Grooming, sexting y otras yerbas

La trampa de los colores

El golpe

Los condenados

Malena

Oda a la friend zone

Máscaras

Sexto año

Caralibro

El animal era yo

Perder es ganar

La casa de Alicia

Un juego sagrado

El otro lado de la historia

Una cita con la muerte

El capitán del cielo

Retazos

Agradecimientos

A mi madre, que se agiganta con los años. A Ceci, Juan, Malú y Vicky, con ellos todo; sin ellos, nada. A Sara y familia. A mis hermanas, Romina y Gabriela, que amo cada vez más, y a sus familias, insustituibles en mi vida. A los miserables, mis hermanos y amigos que siempre me acompañan en todo. Al Sr. Daniel, a Juanjito por la tapa y mucho más. A Lean por el apoyo de siempre y la reseña. A la Subsecretaría de Educación de Tigre. A Geraldin y la asociación A.I.R.E., a Natalia V., a mis compañeros, a mis alumnos, a la gente hermosa de mi Don Torcuato querido y, siempre, a papá, que me acompaña en todo.

Prólogo

A Las mariposas y el tiempo le sigue La trampa de los colores. En él, Hernán Blanco intenta, desde sus cuentos, relatos y algunos ensayos, describir momentos de felicidad o tristeza, contados desde diferentes perspectivas. «Las segundas partes no son buenas» es el prólogo del presente libro; el autor nos lo afirma desde el inicio y es una ley universal, que a veces se cumple, pero otras no. Después de su debut, Hernán Blanco nos sigue dando un mensaje de vida: historias reales que nos conmueven, nos emocionan, nos transportan y nos hacen vivirlas junto a los protagonistas de sus relatos.

Encontraremos narraciones reales de adolescentes que querían ser grandes, pero ahora, en un mundo adulto, quieren ser chicos; de acoso en el ciberespacio; de dos amigas y una elección; de reivindicación; de racismo; de desigualdad en varias formas que duelen, y también de humor, como un recreo entre tanta realidad brutal. Además, se aborda la relación que tiene el ser humano con la tecnología, y nos deja pensando sobre ella. El vínculo con los animales se hace lugar en la diversidad temática del libro; el fútbol tiene su espacio, como no podía ser de otra manera, más en este contexto tan particular y doloroso para los argentinos: la pérdida física de nuestro capitán, el superhéroe de batallas imposibles que nos llevó a creer en nosotros mismos, un nombre que trasciende continentes, culturas, idiomas: Diego Armando Maradona. Aún queda sitio en este paseo narrativo de emociones y sentimientos, este es completado con la muerte y su aparición, que nos cambia la vida para siempre. Algo tan humano como la vida misma. Y, al final, la sorpresa, la frutilla del postre: un pequeño ensayo humanístico donde el autor dialoga consigo mismo sobre las decisiones de la vida y cómo estas nos condicionan en el presente, planteando un interrogante que todos nos hemos hecho alguna vez, ¿qué hubiera pasado si…?

Los textos están acompañados por el talento de Natalia Aranguez en las ilustraciones del interior, que son el complemento ideal para una lectura amena, sentida y visceral de la obra. Estas nos permiten visualizar los aspectos más notables de los relatos.

Párrafo aparte para el arte de tapa de Juan José Da Silva, una delicia atractiva desde la óptica de cualquier ojo. Podemos apreciar la amistad, una noche estrellada ideal, todo dentro de una gran trampa, que es la vida misma. La imagen nos invita a conjeturar una hipótesis de lo que se va a encontrar en el libro. Es una gran antesala introductoria para lo que vendrá después.

Se sentirán identificados en muchas de estas historias, las cuales expresan los momentos transitados de una vida común, con la simple diferencia de que el autor lo ha plasmado en cuentos y relatos.

Leandro Ariel Parrilla

Profesor de Lengua y Literatura

Abogado

No es verdad que la gente pare de perseguir sus sueños porque sean mayores, se hacen mayores porque dejan de perseguir sus sueños.

Gabriel García Márquez

Las segundas partes no son buenas

Así reza el famoso dicho. Con mi primer libro, junté un puñado de historias, escritas en distintos momentos; relatos con poco en común entre sí. Intenté compartir sucesos simples, por los que la mayoría de los mortales atravesamos. En el proceso de escritura, conocí la muerte más dolorosa, la más cercana y trascendental de mi vida: mi papá. No pude evitar volcar esa tristeza. Tenía mucha información sobre la muerte, pero recuerdo no poder nombrarla en el proceso en el que papá iba derechito hacia ella; como cuando Messi encara al arco eludiendo rivales y solo queda el arquero, que, asustado, se preocupa más por evitar el ridículo que por el gol mismo. Ella se acercaba a toda velocidad, y yo miraba para otro lado. Me ocurrió eso, no la nombraba; sabemos que la muerte es tabú. Intenté, con mis herramientas, encontrarle algo positivo, y realmente me costó mucho. Después, como casi siempre, con el hecho consumado, las nubes se disipan y florecen días mejores, comienzan a aparecer consuelos, algunos reales, otros forzados, pero propios de los humanos.

En el proceso, tuve sensaciones encontradas con respecto a lo que significa o genera la muerte de un ser querido en nuestra cultura. Dicho acontecimiento primero mermó mis ganas de escribir, y luego el paso del tiempo hizo que aparecieran las fuerzas para terminarlo y, sobre todo, para animarme a compartirlo, a mostrarlo. El objetivo era dejarle algo escrito, muy humilde, a mi familia porque, a medida que pasa el tiempo, pienso que la muerte me va a atrapar a mí en algún momento. Y, como no avisa, hay que tratar de vivir con más ganas. Que sienta culpa de llevarme, que, cuando tenga que agarrar a alguno sí o sí, elija a otro; convencerla, persuadirla, confundirla, hacerla vacilar… siempre es bueno ser amable y caballero, darle el lugar a otro, decirle que yo puedo esperar acá en la tierra un tiempo más.

Muchas veces pensé en qué dejarles a mis hijos, y el libro es un buen plan; también lo es dejarlo en las bibliotecas de la gente que amo para que esté allí cuando todo esto termine. Uno deja en sus páginas ideas, ideales en los que creyó toda su vida. Alguna vez escuché decir que «las balas mueren al detonarse, las palabras viven al replicarse». Y es así, después es difícil explicarle a un soñador que les ponga coto a sus ilusiones. Y así como todos vamos dejando pedacitos nuestros por donde vamos, esta fue la forma que encontré de hacerlos visibles.

Lo increíble del libro es que la decisión de editarlo fue motivada por una pandemia. El famoso coronavirus y su interminable cuarentena, en medio de este flagelo que puso de rodillas al mundo, en tiempos cuando la humanidad entera está de duelo. Porque todos perdimos algo, desde lo más importante, que puede ser un familiar, pasando por empleos, abrazos, tiempo y hasta ganas. Ese hastío, desdén y desazón que con toda razón generaba en la gente, en mí, por suerte, generó lo contrario. No es que estaba feliz, simplemente me pude abocar a mi proyecto. Nos enfrentamos a una realidad inédita, en la que todos estábamos inmersos en un encierro con aislamiento social. No creo que en el mundo se olviden jamás del bienio 2020/2021, los chicos no fueron al colegio, los padres no concurrieron a sus empleos, salvo que fueran servicios esenciales: comida, salud, seguridad, y algunos más no tan esenciales.

Este nuevo mundo, en el que el virus era contagioso sobre todo por el contacto físico, hacía que no pudiéramos ver a nuestros familiares o amigos, no podíamos abrazarnos, besarnos, darnos la mano, ni siquiera despedir a nuestros muertos dignamente; todo se reducía a chocar los codos. Imagínense el mate; para un argentino, no compartir el mate era un total despropósito. Yo creo que el mate es un elemento tan noble que no hubiera contagiado, pero, por las dudas, no probamos.

Así nos acomodamos, con charlas familiares para llevarnos bien entre todos, tenernos paciencia. Me di cuenta de que la gente trabaja en busca de un bienestar, para tener momentos de disfrute con su familia, pero, cuando era obligatorio estar con ella, se incomodaba. Increíblemente, hubo muchas separaciones, divorcios, porque la gente no se disfruta, simplemente se soporta, y todas las actividades, hobbies, trabajos, tecnología, redes sociales son mecanismos que nos ayudan a escapar, tal vez hasta de nosotros mismos. Escuché a mucha gente estar harta de sus hijos, enojados por tener que ayudarlos en las tareas del colegio: no estaban acostumbrados a compartir tanto tiempo juntos. No digo que, para mí o mi familia, haya sido fácil, o no nos hubiese pasado todo lo antes mencionado. Hubo charlas, tolerancia y, sobre todo, mucho amor, para entendernos y soportarnos cuando alguno tenía un día malo y no podía escapar a ningún lado. Los noticieros todo el tiempo sembraban malas noticias, discordias, empeoraban nuestros humores y estados de ánimo. Ni hablar de la gente que depende de su trabajo diario para llevar la comida a su casa y, por aproximadamente cinco meses o más, no pudo hacerlo con normalidad. Esta pandemia a muchas personas las mostró realmente como son, realzó lo bueno y lo malo, sacó a la luz lo miserable o lo maravilloso de cada ser.

El tiempo me sirvió para pensar, tomar coraje y compartir estos relatos que vengo escribiendo desde hace rato, de ofrecerlos con muchas sensaciones encontradas (timidez, miedos, alegría) y muchas preguntas. ¿Por qué al mundo le interesarían las historias que cuento? Esa pregunta, sin respuesta concreta, vino a mi mente en varias ocasiones. Y una de las posibles respuestas sería: por el amor que uno le pone a lo que hace. El verdadero objetivo era compartir el libro con mi mamá, que seguía lamiéndose las heridas de un dolor que no mermaba. Pensaba que el libro la podía alegrar un poquito. Sobre todo quería compartirlo con mis tres increíbles hijos y con mi mujer, mi compañera de este maravilloso viaje; también con mis amigos más entrañables, y después, que fuera lo que tuviera que ser, la moneda estaba echada. Sin embargo, el camino fue estresante, porque uno no está acostumbrado a negociarse a sí mismo, a ver qué editorial conviene, quién puede ilustrar tus cuentos, quién se encarga del arte de tapa, quién de la reseña, cuánto se necesita para llevar el proyecto a cabo, la difusión… ahí te das cuenta de que el dinero no hace la felicidad, pero cómo ayuda. Después, había que prepararse para las críticas, no las buenas, esas las digerimos con facilidad, con mucho gusto; hablo de las otras, las más temidas, las malas, por eso, en el proceso, en la búsqueda, me despojé de culpas: si les gusta, bien, y si no, que no compren el segundo, porque yo ya no iba a dejar de hacerlo. En resumen, el libro pudo salir al mundo porque, en ese momento, los sueños fueron más fuertes y le ganaron la pulseada a las excusas y los miedos.

Así fue como salió y en la calle cobró vida, porque las historias dejan de ser tuyas para ser del viento, del universo. Las mariposas y el tiempo es mi primer libro, y contiene diecinueve relatos. El nombre, la parte ligada a las mariposas, aparece porque mi papá era un tipo que, desde su jubilación, como hobby, se había ocupado del jardín, plantando flores, podando y cuidándolo celosamente. Cuando murió, cada vez que con mamá podábamos las plantas de una forma que a él no le hubiese gustado o cuando cortábamos plantas que él no hubiese cortado, aparecía una mariposa, una y otra vez. Es más, en casa hay una especie de pérgola con unos bancos y una mesa y cada vez que está lindo el día, uno se va a charlar y, de paso, se habilita el sector para los fumadores. Con mamá, cada vez que estábamos allí, aparecía una mariposa y decíamos que era papá, que venía a vigilarnos, a pispear qué hacíamos con su jardín. Me pasaba que no quería pensar en su muerte porque, cada vez que lo hacía, lloraba. Como un mecanismo o acto reflejo, pensaba que iba a volver, no lo quería ver hecho cenizas en una urna. Mi mente siempre estaba esperando que llegara.

Mamá se sentía sola, habían sido pareja por cuarenta y siete años, mucho tiempo como para mirar alrededor y no encontrarse así. Era un vacío que nadie podía llenar, y entendí que la muerte era eso: un vacío, el vacío más cruel. Comprendí que marchamos por un camino unidireccional, que uno comienza a caminar cuando nace y nadie sabe cuándo va a terminar, pero todos, inevitablemente, vamos hacia allí. Es lo único que todos hacemos con certeza: vivimos y morimos. Se cree que los fallecidos van a un mejor sitio, tenemos arraigado el dogma católico de que, si hiciste las cosas bien, vas al cielo y, si las hiciste mal, al infierno; es cuestión de fe. Hasta ahora, nadie pudo volver y traer información precisa de cómo es el sitio a donde van.

Seguíamos viendo mariposas, hasta que busqué información sobre ellas y me enteré de que, para algunas culturas, representan al alma, que en ellas se encierra la delicadeza, la fragilidad del ser. Era uno de los antiguos emblemas del alma en viaje hacia lo luminoso, supe que en muchas sociedades era el símbolo del renacer. Se toma a ellas, también, como un símbolo de transformación, del despojo de lo terrenal hacia lo espiritual. Muchas culturas las consideran un ente y las ubican en ese limbo entre lo humano y lo espectral: lo sobrenatural. Se dice que los seres humanos que no están vuelven como mariposas para acompañar, cuidar o advertirles, con sus señales, de algún peligro a sus seres queridos. Por eso, se las considera místicas y mágicas.

Ahora encaramos la parte del tiempo, la otra parte del nombre, y fue elegido por creer que solo va en una dirección: cada segundo, hora o día perdido no vuelve, el tiempo nunca para, no da respiro ni revancha, es implacable, y se encarga de curar heridas, pero también va demoliendo todo a su paso. ¿Cuánto tiempo es la eternidad? Nacemos, vivimos y morimos, solo varía el segmento de tiempo que dura una vida. Es un gran impostor, que nos hunde o nos salva, tan infame que nos engaña y hace lo que quiere con nosotros. A veces hay que plantarse y obligarlo a que vaya más despacio, ponerle freno. Pero él nunca espera, por eso no hay que perderlo en vano.

En cuanto a mí, no puedo estar a medias, si aposté a mi libro, voy con todo. Creo que todo es una cuestión de actitud y, si bien hay actitudes y actitudes, está el que, en un tornado, en alguna catástrofe, se esconde rápidamente debajo de la mesa y se guarece allí hasta que pasa el peligro, y tenemos al que va, casa por casa, salvando gente. Mi actitud, como decisión de vida, es que la tristeza ajena nunca me sea indiferente. Podés vivir quejándote de lo que te falta o mirar alrededor y disfrutar lo que tenés. Creo y, sobre todo, quiero pertenecer al segundo grupo, a los de naturaleza extraña, a los que nos alegramos cuando la gente que amamos está feliz; como les digo a mis compañeros incondicionales: las actitudes no se negocian. No estoy muy de acuerdo con los amigos para los cuadros, para las fotos, necesito a los que se embarran conmigo; no me gustan los que están en la platea, en segunda fila, sentaditos y cómodos viendo cómo transpiro para salir de un problema. Y encima te dicen «estoy para lo que necesites» como una frase hecha, rogando que jamás los necesites.

Me gusta la gente que se compromete, que tiene en claro que estar es dar. Creo que las personas que aman de verdad se ríen y sufren con vos. Y, como en las cuestiones de amor, considero que hacer el amor no tiene que ver solo con el sexo o la pareja. Creo en los vínculos, cuando uno está triste y en momentos de crisis, está roto por dentro y, aun así, elige lanzar un chiste para hacer reír a alguien; cuando alguien está confundido, perdido y convidamos el mejor abrazo reparador; cuando un hijo está enojado porque hay cosas que todavía no entiende, lo miramos a los ojos y le decimos que lo bancamos, que siempre vamos a estar, que todo va a estar bien; cuando le pasás el mate a alguien, cargado de amor y de historias, cuando escuchás y te ponés en el lugar del otro que quiere desahogarse, eso también es hacer el amor.

Y, bueno, ahora sí, vamos con la segunda parte. Otra vez, diecinueve cuentos, relatos o pequeños ensayos. En La trampa de los colores, ya no hay mariposas y corren tiempos mejores; una brisa de esperanza, de aires nuevos me abraza y me invita a acompañarlos nuevamente, en otro viaje onírico. Espero que lo disfruten, otra vez va con inmenso amor, eso no se negocia; comprendí que, de este mundo, nadie se lleva nada y está bueno elegir qué dejar.

Ya no sobrevuela la muerte. La vida nos invita a seguir una vez más, a juntar nuestros pedacitos, nuestras penas y alegrías. Y salimos nuevamente al mundo, con nuestra mejor versión, con las hermosas cicatrices que muestran que hubo vida, acción; que se sufrió y se disfrutó; que se dieron miles de batallas cotidianas, y que por eso a las marcas hay que exhibirlas con orgullo y dignidad.

Hago un agradecimiento especial a mi hermano de la vida, Juan José Da Silva, que, con inmenso amor, ideó y llevó a cabo el arte de tapa, con el que mostró que todos estamos presos de alguna trampa, de un sistema dañino, diseñado estratégicamente para que reine el odio por sobre el amor. Todos los cuentos, todas las historias, cierran conceptualmente con su ilustración. Gracias, hermano, por esas tardes de Italpark, después de viajar en el tren Belgrano hasta Retiro y caminar esa procesión; tanto fútbol, tanto CEF 13, tanto Caza y Pesca, tanta escuela N.o 42, tanto quedarme a dormir en tu casa, tanta plaza, tantos churros de mi madre. Sobre todo, gracias, por haberme hecho tan hincha de River. Te amo para siempre, amigo.

Otra vez, pensé mucho en papá y en su ausencia, que dice presente todos los días.

Gracias a la vida hermosa, a la familia, a los amigos, a los amores: todos son regalos maravillosos.

Quiero mi lápida, el día que tenga que llegar, con una sola leyenda: «Quien yace aquí vivió mucho, fue muy feliz y, ahora sí, descansa en paz».

¡Hasta la próxima!

Hernán Blanco

La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño.

Friedrich Nietzsche

Entrevistas

Tos, carraspera, dolor de panza, ir al baño antes de salir; repetir una y otra vez, sin fisuras, el monólogo que planeé maquiavélicamente para conquistar el mundo. Arreglarme, perfumarme; agarrar el currículum, los documentos personales, el analítico. «¡¡¡Mamá!!! ¿¿¿Dónde está mi documento???». La ropa, ¿qué me pongo? Carrera contra el reloj, no se puede llegar tarde. ¿El pantalón roto que se está usando o será muy informal?; ¿traje, saco y corbata?, no, demasiado formal. ¿Voy con aro o me lo saco? ¡Uy!, se ve el tatuaje del brazo, hay que taparlo, por las dudas. Sobre todo, tengo que acordarme si exageré alguna parte, porque ese trabajo debe ser mío sí o sí. Respiro hondo, el éxito ya se palpa, lo percibo, voy rumbo a ese trabajo, que, en breve, me otorgará la casa deseada, con una gran pileta, y el auto que merezco y necesito.

Tantos lunes de salir a las seis de la mañana a empapelar el mundo de currículums míos, de levantarme temprano y comprar el diario para buscar un empleo empiezan a rendir sus frutos; tanto caminar, tanto sembrar hicieron que empezara a cosechar algo de ese esfuerzo. Recuerdo las charlas con mis compañeros de sexto: «¿Qué hacemos cuando terminemos?». Unos empezaban a estudiar, otros no querían que le quedaran materias pendientes para poder salir al ruedo, para conseguir un buen trabajo y primero, como corresponde, cumplir con todos los caprichos propios. Ahogados por las economías frágiles de nuestra adolescencia, teníamos ganas de salir a comernos el mundo, soñábamos con el trabajo ideal, y ya contábamos el dinero y lo gastábamos antes de tenerlo. Todos pensábamos que era fácil: terminar sexto año muy arriba con Bariloche, con miles de despedidas y de llantos que, a medida que pasaba el tiempo, entendía y valoraba más. Claro, el embudo llegaba, ejércitos de adolescentes ávidos de oportunidades y la trampa… la telaraña en donde todos íbamos a quedar atrapados. La adultez, como la araña más peligrosa, primero se sentaría a observarnos y a reírse de nosotros para luego ir acercándose lentamente mientras nos mostraría sus colmillos, nos atacaría para chuparnos la sangre poco a poco y, con una mirada cargada de enojo, con las cejas fruncidas, intentaría borrarnos esa sonrisa idiota que portamos felizmente toda la secundaria.

La primera entrevista que tuve la encaré con mucha ilusión, pensando que, como en algunas películas, me iban a hacer una propuesta y yo me iba a hacer el pensativo, el dubitativo. Agarrándome la mandíbula y con gesto de profunda reflexión, iba a respirar hondo y, para culminar la reunión, dándole un buen apretón de manos y mirando a los ojos al dueño de la empresa, le iba a decir: «Le agradezco su propuesta, me parece interesante, déjeme pensar, le contesto el lunes, hasta luego».

¡No, no, definitivamente no!, nada era como había imaginado. Con respecto a las entrevistas reales, primero, te costaba muchísimo llegar a ellas, después, te citaban a las ocho, vos ibas a las siete y te atendían a las once. Éramos treinta adolescentes timoratos, pusilánimes, para competir ferozmente entre nosotros. Ahí descubrías que eras uno más en la multitud. Y ya empezabas a sospechar que no eras el único que había ornamentado su currículum con unas cuantas flores artificiales.

A las once, llegaba el momento; la recepcionista sexy se paraba y preguntaba: «¿Pablo Fernández?». Sentías tu nombre y, como era muy común, primero mirabas a tus alrededores para que no apareciera otro. Recién ahí te levantabas nervioso, con la carpeta llena de papeles a pelearle al mundo tu lugar. Concentrado en no tropezarte ni perder ningún papel en el trayecto, saludabas con un gesto afable a la chica que te había llamado y encarabas rumbo al escritorio de la chica más linda, la de recursos humanos. Mientras avanzabas, meditabas sobre el problema: ¿le doy un beso o la mano? (porque, si la diferencia la hacías con muy poco, no se podía fallar).

Empezaban dándote cuatro hojas en blanco y un lápiz negro para hacer los dibujos que te pedían. El primero era una casa con un árbol, un hombre y lluvia. Ya en ese momento, surgían miles de interrogantes: ¿cómo hago la casa?, ¿y el hombre?, ¿y la lluvia?, ¿y el árbol? ¿Hago todo con palitos o con cuerpos? Especialmente para los que dibujamos muy mal, era una gran complicación pasar esa primera parte para sentarte nuevamente a esperar la segunda fase y enfrentarte a un humano de carne y hueso, la muy bella Karen (lo supe por el cartelito en su escritorio). Ella esperaría sentada, tranquila, con esa risa de hereje regodeándose por cómo iba a jugar con vos; con el pulso tranquilo, de local; solo tenía que elegir entre los treinta; como una especie de Calígula, solo debía levantar o bajar su pulgar. Mientras, vos estabas todo transpirado, cansado, con el estrés al punto máximo y, así y todo, debías hacer tu mejor papel, mostrar tu mejor versión para convencer y enamorar a esa mujer que te iba a entrevistar.

—Hola, me llamo Karen, bienvenido a Weinchesmeister Company, tomá asiento.

—¡Que tal! Un gusto estar acá para tratar de formar parte del equipo (¿qué dije?).

—Ah, qué bueno. Comencemos, ¿cómo te fue con la psicóloga? ¿Te tocó dibujar?

—Sí, sí, no me lo esperaba, pero creo que me fue bien (Dios, segunda que no sé qué decir).

—Por lo visto, no tenés experiencia, terminaste la secundaria y esta sería tu primera vez para trabajar.

—Sí, podemos decir que, legalmente, es la primera. Trabajé con mi vecino de ayudante de electricista, también unos meses de vacaciones en una cadena de comidas rápidas, pero, cuando terminó el receso escolar, renuncié para terminar los estudios.

—Muy bien, acá queremos gente que pueda formar parte de un grupo, trabajar sin problemas. La empresa ofrece interesantes condiciones: comedor en planta, obra social, un sueldo acorde a las funciones, excelente ambiente laboral y, según tu trabajo y zona, te pueden pagar los viáticos.

(Bien, sonaba como que me quería convencer a mí).

—Muy interesante, ojalá pueda ser parte del equipo.

—Vamos bien, necesito que me digas tres virtudes tuyas.

(Ajá, hasta ahora, venía como un campeón).