La venganza del millonario - Charlene Sands - E-Book

La venganza del millonario E-Book

Charlene Sands

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Beschreibung

Se encontraron unidos por la venganza Lo único que el millonario Cody Landon deseaba era saborear la dulce venganza. La famosa cantante Sarah Rose lo había traicionado… y ahora debería pagar por ello. Tenía intención de seducirla y después la abandonaría para siempre. Pero Cody no contaba con desear más. Tampoco contaba con aquel embarazo inesperado. Para salvar su imagen y su carrera, Sarah tendría que casarse con él, dándole a Cody lo que éste había anhelado durante tanto tiempo: acceso ilimitado a ella. Cuando el bebé naciera, Cody se divorciaría de Sarah… a menos que ella consiguiera hacerle cambiar de opinión.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2008 Charlene Swink. Todos los derechos reservados.

LA VENGANZA DEL MILLONARIO, N.º 1651 - enero 2012

Título original: Do Not Disturb until Christmas

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2009

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-455-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

El aroma a café le llegó desde la cocina de su ático en el hotel Tempest de Nueva Orleans. Code Landon se acercó a la cafetera y se sirvió una taza. Solo y sin azúcar, tal y como le gustaba, dio un trago y enseguida agradeció el calor en aquel frío día de Luisiana. Se fue al sofá, se sentó y encendió la televisión con el mando a distancia. La gran pantalla iluminó la habitación y empezó a pasar canales. Apoyó las botas en la mesa de centro y se acomodó.

El rostro de Sarah Rose apareció en pantalla, cincuenta y dos pulgadas de ojos verdes, suaves rasgos y rizos caobas. Code respiró hondo. Su corazón latió con fuerza. Retiró las botas de la mesa y se enderezó para escuchar la entrevista de Sarah.

–Mi trabajo en la Fundación de los Sueños es muy importante para mí. Estoy encantada de estar aquí en Nueva Orleans y agradezco a la gente de Tempest la oportunidad que me da. Ésta es una gran ciudad. Queremos que todos trabajemos juntos para reconstruir las casas de los más necesitados. Todo niño debería tener un sitio al que llamar hogar.

La entrevistadora estaba junto a Sarah, sujetando el micrófono muy cerca de su cara.

–Ahora eres una estrella del country, pero según tengo entendido, tus orígenes son humildes. ¿Es ésa la razón para cooperar?

–Creo que sí. Mi madre se ocupó sola de sacar a tres niñas adelante y de pagar las facturas. Recuerdo el miedo que pasaba de niña pensando que algún día nos quedaríamos sin casa. Ningún niño debería vivir con ese miedo. Y debido a una catástrofe natural, muchas personas han perdido sus casas. Necesitan nuestra ayuda.

Sarah estaba tranquila. Había vivido toda su vida de adulta de cara al público. Sabía desenvolverse ante la prensa, pensó Code. Había habido uno o dos escándalos en su carrera. Vinculada a casanovas y a deportistas, los rumores no habían dejado de hablar de triángulos amorosos y rupturas. En aquellos años, cada vez que había oído mencionar el nombre de Sarah, había apagado la televisión. Había leído titulares en los periódicos hasta que había aprendido a ignorarlos. Se las había arreglado para apartar de su mente a la Sarah Rose pública, pero de la privada aún seguía acordándose después de tanto tiempo.

Habían estado muy enamorados en el instituto. Creyó haber encontrado a la chica de sus sueños, a la única chica que querría para siempre. Pero Sarah había tenido otros planes que no le incluían a él. Quiso dejar Barker, en Texas, a cualquier precio, rompiéndole el corazón.

No fue mucho después cuando Sarah se había convertido en la cantante de country favorita de América, una mujer que ganaba mucho dinero con sus conciertos. Ahora, recaudaba fondos para causas caritativas. Había logrado lo que quería en la vida.

Code no había conseguido olvidar a Sarah: ni lo mucho que la había amado ni cómo lo había traicionado por su carrera. Había necesitado años para darse cuenta de que no podría continuar con su vida hasta que consiguiera sacársela de la cabeza. Pero ahora quería más que eso, quería venganza.

La había localizado en Tempest West, Arizona, semanas atrás y la había seducido. Habían tenido una breve aventura. Code pretendía que eso fuera todo, pero se había sentido atraído por Sarah de una manera que no podía describir. No había acabado con ella todavía.

La empresa de seguridad Landon, su compañía, tenía un contrato con los Hoteles Tempest. El momento era perfecto: mientras Sarah estuviera actuando allí, él estaría supervisando el trabajo de su equipo modernizando el sistema de seguridad del hotel. Brock Tyler, dueño del hotel y buen amigo de Code, había adivinado sus intenciones, pero a aquellas alturas no le importaba lo que otra gente pensara. Se sentía con derecho a inmiscuirse en la vida de Sarah.

Le debía una y la venganza iba a ser dulce.

–Maldita sea –dijo apretando el botón de apagado.

Se levantó del sofá preguntándose a qué demonios había estado esperando. ¿Acaso una invitación de Sarah para retomar la aventura que habían empezado en Arizona?

Code se duchó y se puso una chaqueta de Yves Sant Laurent, unos pantalones negros y se calzó unos zapatos de piel de Ferragamo. Se peinó retirándose el pelo de la frente y se echó colonia. Satisfecho, se dirigió a la puerta con una sola idea en la cabeza: volver con Sarah Rose y devolverle todo el dolor que le había causado a su corazón.

–¿Code? ¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó sorprendida Sarah, recostándose en el marco de la puerta de su suite en el ático.

Era la última persona que esperaba ver en Nueva Orleans y menos aún frente a su puerta. Había pensado que sería el servicio de habitaciones.

Continuó con la mirada fija sintiendo que una oleada de calor invadía su cuerpo. Trató de evitar que su repentina aparición y aquellos penetrantes ojos azules la alteraran. Iba vestido de negro de los pies a la cabeza y estaba tremendamente guapo. Verlo vestido como un hombre de éxito y poder era un buen recordatorio de lo mucho que había cambiado desde sus días de juventud.

–Si no te conociera bien, diría que no te alegras de verme.

Y así era. Sarah pensaba que habían puesto fin a sus sentimientos en Arizona. Habían hecho el amor de manera dulce y apoteósica, culminando así años de incertidumbres, anhelos y penas. Había sido una sensación agridulce y maravillosa, todo lo que Sarah había esperado después de haber soñado tanto con hacer el amor con Code.

Pero ¿por qué estaba allí ahora?

No podía controlar las muchas emociones que se arremolinaban en su estómago al ver a Code de nuevo. Había tenido mucho ajetreo de entrevistas, ensayos y recorriendo la zona Ninth Ward, la zona más devastada por el huracán Katrina y a la que más había que ayudar. El ver de primera mano aquella destrucción la había puesto melancólica. Necesitaba mantener la calma y tratar de recaudar fondos. La aparición de Code sólo podía complicar las cosas.

–Lo siento. Mi madre me enseñó buenos modales, pero me ha sorprendido verte aquí. ¿Querías algo?

Code parpadeó lentamente, mostrando sus largas y oscuras pestañas y las finas líneas alrededor de sus ojos.

–Esa pregunta tiene muchas respuestas.

Sarah se mostró tranquila, tratando de controlar sus emociones.

–Lo cierto es que estoy aquí por trabajo –dijo él tras unos segundos–. He venido a supervisar el montaje. Mientras estés en las instalaciones del hotel, mi compañía es responsable de tu seguridad –explicó Code echando una mirada hacia el interior de la suite–. ¿Quieres que te lo siga explicando aquí fuera?

–No, no, pasa –dijo haciéndose a un lado para que entrara.

Al pasar junto a ella y rozar su brazo, Sarah percibió el olor de su colonia, la misma que se había quedado impregnada en su piel tras su primera noche entre las sábanas.

–Estoy segura aquí. Mi mánager me lleva allí donde tengo que ir y, cada vez que tengo que salir, tengo un guardaespaldas.

–Te atacaron en Nashville mientras estabas en el escenario.

Se giró hacia ella justo cuando la sangre se le iba del rostro. No pudo disimular su incomodidad. Aquel recuerdo siempre lo tenía presente. Un fan enloquecido había saltado al escenario y, en su carrera, la había empujado haciéndola caer. Había pasado mucho miedo y nunca olvidaría el momento en el que el hombre había estado sobre ella.

Un miembro de seguridad había detenido al fan y se lo había llevado y había sido Robert, su mánager, el que la había tranquilizado. La había reconfortado, asegurándose de que no hubiera resultado herida. Robert había llegado hasta ella para protegerla y le había dado la opción de cancelar el resto del espectáculo. Después de una hora de palabras tranquilizadoras, había tomado la decisión de continuar y los fans la habían recibido con amabilidad y alegría, dándole una gran ovación al final.

–¿Cómo te has enterado de eso?

Code curvó un extremo de su boca.

–¿Quién no se enteró? Salió en toda la prensa. El incidente incluso apareció en YouTube. Además, es mi trabajo saber estas cosas.

–¿Tu trabajo?

Había pretendido mostrarse preocupado por la situación de empleo cuando ambos sabían que su compañía trabajaba en todos los rincones del país. Lo había leído en Internet y en alguna publicación. El artículo de una revista había descrito la Agencia de Seguridad Landon como la compañía más innovadora y de más rápido crecimiento de las de su clase. Su padre y él habían desarrollado un nuevo sensor que habían patentado y vendido al gobierno por millones.

No era un simple guardaespaldas. Lejos de eso, aunque también sus orígenes habían sido humildes. Había aprovechado los conocimientos militares de su padre y había aprendido el negocio de la seguridad desde abajo. Su vida había seguido el sueño americano al pie de la letra como la suya, incluso más. Al fin y al cabo, el talento de ella era un regalo, no el fruto de mucho trabajo y perseverancia.

–Me cuesta creerlo, Code.

–Estoy haciendo un favor a Brock, Sarah. Me ha pedido que supervise las cosas mientras esté aquí. Eres la mayor atracción del hotel durante las fiestas navideñas. Tan sólo estoy asegurándome de que sus intereses estén a salvo.

Sarah no le creía, pero no podía hacer mucho más que echarle de su suite.

–De acuerdo, haz lo que tengas que hacer –dijo, queriendo añadir que se fuera.

Pero lo cierto es que Sarah no quería que se fuera. Ése era el problema. En el fondo de su corazón quería que Code Landon se quedara. Había habido mucho dolor entre ellos. Sarah lo había dejado en pos de su carrera, abandonándolo a él y al amor que compartían.

Ella había conocido a Robert Gillespie cuando la vio actuar en la feria del condado de Barker. Le había ofrecido una vía para dejar la triste vida que su familia llevaba y Sarah no había tenido otra opción. Aunque Code nunca llegaría a entenderlo, lo cierto es que se había ido de Barker, Texas, con nada más que la mejor de las intenciones.

Sarah miró los ojos inescrutables de Code. Al ver que se quitaba la chaqueta y que la dejaba en el sofá, sintió un vuelco en su interior. Sarah se dio media vuelta, a modo de desprecio. Lo único que quería hacer esa noche era dormir. El dormitorio la llamaba, pero no quería detenerse en aquel pensamiento. Si Code la seguía a su interior, no tendría la fuerza de voluntad para rechazarlo.

Y cometerían otro error.

Como el que habían cometido en Arizona.

Cuando Sarah le dio la espalda, Code se hizo una promesa. No tenía interés en mujeres ambiciosas, ésas que siempre conseguían lo que querían a cualquier precio. Pero vio un extraño brillo en sus ojos durante unos segundos. No era tan inmune a él como pretendía hacerle creer.

Continuó inspeccionando la enorme suite, examinando a fondo el lugar y asegurándose de los medios que su equipo había instalado por seguridad.

Había cámaras escondidas en los pasillos y en las esquinas fuera de la suite y una media docena a la vista para disuadir, todas ellas conectadas al centro de seguridad de Landon, situado una planta más abajo. Las suites del ático tenían sus propios ascensores con llave y guardas apostados, así que nadie podía acceder sin ser visto.

Code confiaba en su equipo. No necesitaba comprobar su trabajo. Sarah no estaba en peligro. Había ido allí por un motivo diferente y había usado el asunto de su seguridad como excusa.

Code terminó de inspeccionar la suite, deteniéndose un minuto a ver su enorme dormitorio, con las sábanas de raso revueltas en la cama. La habitación olía a ella, a un fresco y dulce aroma a fresas.

Code recordó aquel olor de su juventud. Después de besarla hasta casi perder el sentido, se separaba de ella con aquel olor a fresas impregnado en su ropa, su boca y sus recuerdos.

Volvió al salón e inmediatamente se detuvo. Sarah estaba tarareando una melodía mientras colocaba un pequeño soldado de adorno en el árbol de Navidad. De espaldas a él, no sabía que la estaba observando. La observó acariciar la delicada figura antes de encontrar una rama de la que colgarla. Tenía toda la atención puesta en lo que estaba haciendo y la canción que tatareaba llenaba la estancia, transmitiendo una cálida sensación de paz.

Sin decir nada, Code atravesó la habitación y se colocó a su lado. Tomó un ángel blanco y lo colgó de una rama.

–Es un poco pronto para Navidad, ¿no? –preguntó.

Los ojos de Sarah brillaron tristes.

–No, tengo tantas que recuperar…

Code la observó allí sola decorando el árbol de Navidad con demasiada antelación, con unos vaqueros desgastados de marca, un sencillo jersey blanco y el pelo recogido con una pinza. Algo le conmovió en su interior.

–¿Necesitas ayuda?

Los ojos de Sarah se abrieron como platos.

–¿Quieres ayudarme a poner el árbol?

Code asintió.

–A mí me parece más divertido cuando no lo hace uno solo –dijo, y al ver que se quedaba pensativa, añadió–: O podemos hablar de lo que pasó entre nosotros en Arizona.

Sarah parpadeó y se quedó jugueteando con un adorno en su mano.

–Pongamos el árbol, Code. Me quedan cinco cajas más de adornos por abrir.

Code miró las cajas que estaban en el suelo llenas de bolas y otros adornos artesanales, algunos de ellos con inscripciones a mano y se dio cuenta de que debían de ser regalos de sus fans.

–¿Tienes ocho cajas de adornos?

–Como te he dicho, tengo que recuperar varias Navidades. ¿Quieres retirar tu ofrecimiento?

Él sacudió la cabeza.

–No me asustan los retos, deberías saberlo ya.

Sarah puso otro adorno en el árbol.

–Está bien que compartas esa información –dijo pendiente de lo que estaba haciendo.

–Considéralo una advertencia –dijo Code en tono serio.

Sarah le dirigió una mirada interrogante y sus ojos se encontraron.

–¿Qué estás diciendo, Code? ¿Me consideras un reto?

Él colocó otro adorno en el árbol, sin dar una respuesta a la pregunta de Sarah.

Sarah dejó la bola que tenía entre las manos y se apartó del árbol.

–Code, ¿por qué no nos dedicamos tan solo a poner el árbol sin recordar el pasado?

–¿No te gusta pensar en el pasado, verdad, Sarah? Una oleada de resentimiento se agitó en su interior. Había creído que la había olvidado hasta lo de Arizona. Entonces, se había dado cuenta de que todavía tenía demonios contra los que luchar y Sarah era parte de ellos.

La vida de ella había empezado al conseguir su primer éxito a la edad de diecinueve, justo seis meses después de dejarle. Sus éxitos continuaron llegando, pero no sus cartas. Tan sólo había recibido una, pero el contacto entre ellos cesó poco después de su primer gran éxito. Code recordó cómo se había sentido abandonado, a la espera de una mujer que había decidido seguir su vida sin él.

Nunca la perdonaría por ello.

–No tiene sentido –dijo ella suspirando resignada.

–No podemos olvidar lo que pasó en Arizona –dijo Code, y se percató del brillo de sus ojos al recordar cuando habían hecho el amor.

–Creo que podemos –afirmó ella.

Code vio en sus ojos que estaba mintiendo.

–No fue una casualidad, Sarah.

–Fue un error –dijo ella tajantemente.

Pero no podía engañarlo.

Sarah tenía miedo de lo que aquella noche había significado, después de años de espera y zozobra. Habían acabado juntos con un gran magnetismo. Sus cuerpos se habían unido y deseos que permanecían ocultos habían aflorado. Sarah había tenido varios orgasmos y Code se había sentido sobrecogido, al verla agitarse entre tanto placer.

–Era inevitable. Tú y yo juntos.

Sarah tomó otra bola con una inscripción y la foto de una fan justo en el centro. Se quedó mirándola mientras ponía orden a sus pensamientos.

–Deberíamos olvidar lo que pasó entre nosotros. Code le quitó el adorno y lo colgó de una rama cercana.

–¿Al igual que tú te olvidaste de mí?

Ella abrió los ojos como platos.

–Nunca te he olvidado, Code.

Code la tomó entre sus brazos, rodeándola por la cintura y metiendo sus dedos en los bolsillos traseros de los vaqueros de Sarah. La atrajo hacia él y sintió cómo se estremecía. Luego, bajó la mirada a sus labios.

–Demuéstralo.

Capítulo Dos

Hacer el amor con Code Landon en Arizona no había sido muy inteligente. La había pillado por sorpresa. No esperaba encontrarlo en Tempest West. Tenía la guardia bajada y se sentía emocionada, ansiosa y algo más. Su corazón estaba confuso. Ahora, él era más fuerte de lo que recordaba. Sin pretenderlo, le había roto el corazón y había sentido su ira cuando habían hecho el amor. Pero también se había mostrado cariñoso y entregado, a pesar de la latente ferocidad que había percibido en él.

El error había sido cometido y ahora Sarah se sentía incapaz de negarle un beso. Había pensado a menudo en aquella noche que había pasado con él, tratando de dejar a un lado sus sentimientos y culpando a la falta de afecto por la que estaba pasando en ese momento. Pero lo cierto era que Code Landon era un hombre inolvidable: guapo, apasionado,… Había estado enamorada del muchacho y aquellos sentimientos habían vuelto a resurgir incluso a pesar de que ya no era la persona cariñosa y dulce que una vez había conocido.

Había conseguido destrozar aquella parte de Code Landon y sabía que tener una aventura con él sólo podía causarle más dolor.

Code rozó sus labios con los suyos, su boca firme y decidida. Su olor trasmitía masculinidad y se entregó al beso, como si cayera a un precipicio. No había esperanza de salvación. La caída la destrozaría, pero se sentía incapaz de resistirse al disfrute de la pasión una vez más.

Code la atrajo aún más hacia él, metiendo las manos en los bolsillos traseros. Su masculinidad se hizo evidente y ella se entusiasmó al comprobar que podía excitarlo de aquella manera con tan sólo un beso.

–Todavía sabes a fresas –murmuró él, haciendo más intenso el beso y frotándose contra la unión de sus muslos.

–Oh –gimió ella junto a sus labios.

Code inspiró justo en aquel momento, evidenciando cómo el placer de Sarah lo afectaba.

Code pasó su lengua por el labio inferior de ella y le hizo abrir la boca, lo que le provocó un gruñido de placer. Temblorosa, Sarah gimió de nuevo en un confuso estado de excitación.

Con la rodilla le separó las piernas y se acercó todavía más. Sarah apenas podía respirar y lo único en lo que pensaba era en estar desnuda junto a él otra vez, compartiendo aquella intensa pasión y rindiendo su cuerpo traidor que parecía decidido a hacer lo que él quisiera por mucho que intentara resistirse.