La vida de un bribón - Wilkie Collins - E-Book

La vida de un bribón E-Book

Wilkie Collins

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Beschreibung

Adaptación de la obra de Wilkie Collins, esta novela cuenta con humor las aventuras de un bribón que, finalmente y por amor, se convierte en una persona honrada.

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COLECCIÓN La puerta secreta

REALIZACIÓN: Letra Impresa

AUTOR: Wilkie Collins

ADAPTACIÓN: Elsa Pizzi

EDICIÓN: Elsa Pizzi

DISEÑO: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL

ILUSTRACIONES: Gabo León Bernstein

Collins, William Wilkie

La vida de un bribón / William Wilkie Collins ; Elsa Pizzi ; ilustrado por Gabo León Bernstein. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-8933-00-9

1. Novelas de Aventuras. I. Pizzi, Elsa. II. Bernstein, Gabo León, ilus. III. Título

CDD 863.9282

© Letra Impresa Grupo Editor, 2021

1.a edición: enero de 2021

Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

Teléfono: +54-11-7501-1267 Whatsapp +54-911-3056-9533

[email protected]

www.letraimpresa.com.ar

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Todos los derechos reservados.

Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.

Esta colección se llama La puerta secreta y queremos invitarlos a abrirla.

Una puerta entreabierta siempre despierta curiosidad. Y más aún si se trata de una puerta secreta: el misterio hará que la curiosidad se multiplique.

Ustedes saben lo necesario para encontrar la puerta y para usar la llave que la abre. Con ella podrán conocer muchas historias, algunas divertidas, otras inquietantes, largas y cortas, antiguas o muy recientes. Cada una encierra un mundo desconocido dispuesto a mostrarse a los ojos inquietos.

Con espíritu aventurero, van a recorrer cada página como si fuera un camino, un reino, u órbitas estelares. Encontrarán, a primera vista, lo que se dice en ellas. Más adelante, descubrirán lo que no es tan evidente, aquellos “secretos” que, si son develados, vuelven más interesantes las historias.

Y por último, hallarán la puerta que le abre paso a la imaginación. Dejarla volar, luego atraparla, crear nuevas historias, representar escenas, y mucho, mucho más es el desafío que les proponemos.

Entonces, a leer se ha dicho, con mente abierta, y siempre dispuestos a jugar el juego.

LA LLAVE MAESTRA

Les proponemos que adivinen a qué personaje de la televisión describimos. Se trata de un chico que no es malo pero que vive haciendo travesuras. Se burla y molesta a su hermana y a sus compañeros de escuela más débiles, y no le gusta estudiar. Siempre está planeando alguna broma, aunque también es víctima del maltrato de un grupito de chicos mayores, quienes buscan peleas todo el tiempo. Sus ocurrencias son castigadas y, a veces, aprende la lección. Aunque no siempre es así: de hecho, cada nuevo episodio comienza con él escribiendo en el pizarrón una frase que nos permite suponer qué diablura cometió. Ya adivinaron de quién se trata, ¿verdad?

“No volveré a hacer nada malo en mi vida” garabatea un día y no preguntamos qué pudo haber hecho esa vez, si por las anteriores sabemos que mintió, cantó el himno eructando, azotó a sus compañeros, incendió el aula, fingió haber sido secuestrado, vendió remedios milagrosos y también el colegio, le robó el perro a un ciego, enjabonó los pasillos de la escuela, discriminó, falsificó billetes y tarjetas de crédito.

Bart es un dibujo animado, que vive en la ficción y, como tal, exagera situaciones. Pero seguramente en la escuela, en el club o en el barrio conocen algunos que se le parecen. Porque en la vida real hay muchos pícaros que no se toman las cosas en serio y que solo tratan de pasarla bien, burlándose de los demás. Y así como en la serie de televisión, en muchas ocasiones reciben su escarmiento y, cuando crecen, cambian.

Pero algunos llegan a adultos sin cambiar y las travesuras que hacían cuando niños se convierten en delitos que reciben ya no una reprimenda, sino una condena judicial.

A estas personas que se toman la vida a la ligera, engañando a la gente, se las llama bribones. Los bribones son los individuos haraganes, astutos e ingeniosos, que se aprovechan de los demás, haciendo trampas o estafas. Y, si bien en la vida real no queremos cruzarnos con ellos, nos divertimos cuando conocemos sus andanzas a través del cine, la televisión o los libros. Es que las ocurrentes trampas a las que apelan estos bribones “de mentira” nos causan gracia y también nos atrae ver qué hacen para evitar que los atrapen.

En la novela que están a punto de leer, un bribón –según él mismo lo confiesa– toma la palabra y nos cuenta su vida. Prepárense a conocerlo y a seguirlo a través de los caminos que eligió para lograr su objetivo. En ellos se topará con otros pillos, que lo ayudarán o se aprovecharán de él, como lo hacen los compañeros Bart. Y tal como él, no podrá quejarse de que le paguen con la misma moneda.

CAPÍTULO 1

~ Un joven rebelde ~

Me llamo Francis Softly pero todos me dicen Frank, y quiero contarles mi vida, que ha sido bastante singular. Les aseguro que no carece de aventuras, y por eso su lectura puede ser entretenida. Pero además, quizás les resulte útil porque, sin pecar de vanidoso, soy un ejemplo de cómo no se debe actuar. Sí, confieso que he sido un bribón gran parte de mi vida y que me he divertido mucho, aunque también he pagado las consecuencias.

Cierta vez alguien me dijo: “Un bribón no nace, se hace”. Así que para comenzar, tengo que hablarles de mi familia porque, en mi opinión, ella influyó bastante en las malas decisiones que tomé. No quiero eludir mis responsabilidades, pero creo que los valores con los que me educaron no me ayudaron a ser una persona respetable.

Mi madre pertenece a la nobleza: sus padres eran el Barón y Lady Malkinshaw. Como todos saben, los aristócratas solo se relacionan con gente de su misma clase social o con personas de muchísimo dinero. El caso es que mi padre, el doctor Francis James Softly, no era ni noble ni rico, sino simplemente un médico. Pero los Malkinshaw lo aceptaron como marido de su hija, porque supusieron que sería el médico de la nobleza.

Por otra parte, él también quería alcanzar una reputación de persona distinguida y ser aceptado en ese círculo exclusivo. Entonces, desde que se casó con mi madre, simuló que tenía dinero y solo aceptaba atender a los nobles.

Nunca supe cómo hizo para mantener el nivel de vida que llevábamos. Vivíamos en un barrio elegante, teníamos muchos criados y él hacía sus visitas médicas en un costoso carruaje. Sin embargo, los pacientes notables brillaban por su ausencia. De vez en cuando, solo uno o dos lo llamaban para que los examinara.

Además, mi madre y él se desvivían por que los invitaran a las casas aristocráticas y antes de dar cualquier paso, siempre consultaban con mi abuela, Lady Malkinshaw. Ella era, en definitiva, la que conducía a la familia.

Y ahora, les dedicaré unas palabras a esta anciana y a mi tío, pues directa e indirectamente tuvieron mucho que ver en mi vida de bribón. Cuando murió el Barón Malkinshaw, mi abuela se vio en serios aprietos económicos. Entonces mi tío, que nunca había trabajado (como todo noble que se precie de tal), se hizo cargo de las finanzas de su madre. Trató de especular en la bolsa, pero fracasó. Así que no le quedó otro remedio que trabajar. ¡Imagínense la vergüenza que sintió mi abuela! Sin embargo, eso no fue lo más grave. Lo peor de todo fue que se dedicó al poco elegante negocio de vender jabones y velas. Y aunque logró amasar una fortuna, Lady Malkinshaw lo consideró una ofensa personal. Si lo piensan bien, estarán de acuerdo con la venerable anciana. Los Malkinshaw jamás se habían ensuciado las manos trabajando. Y ahora su hijo no solo lo hacía sino que, además, se ocupaba de algo ¡tan vulgar! Era una deshonra para el apellido. Así que, a partir de ese momento, lo despreció y lo expulsó de su círculo íntimo. Es cierto que, con frecuencia, le pedía dinero prestado. Pero no la juzguen mal: estoy seguro de que era su forma de demostrarle que aún lo quería.

Creo que ya tienen un panorama bastante claro de mi familia. Tanto para mi abuela, como para mis padres, las apariencias eran lo único importante. Así que no les sorprenderá cuando les cuente qué decisiones tomaron respecto de mí. Llegado el momento de que yo fuera al secundario, en lugar de mandarme a un colegio barato, donde me enseñaran algún oficio, mis padres le preguntaron qué hacer a Lady Malkinshaw, como siempre. Y ella dictaminó que fuera a una de las escuelas más famosas y caras.

No les diré su nombre, porque no creo que nadie se enorgullezca de haber sido mi maestro. Para hacerlo breve: nunca fui un estudiante destacado. Es más, me dediqué a hacer travesuras. Entre otras, puedo ufanarme de haberme peleado a golpes de puño con cuatro ricachones, aunque solo vencí una vez. También me escapé tres veces. Fue muy divertido burlar la vigilancia de mis maestros y vagabundear por las calles. Lamentablemente me pescaron y más lamentablemente aun, me castigaron con unos buenos azotes. En fin, al recibirme de bachiller sabía jugar al cricket, odiar a los ricos, curar las verrugas, escribir versos en latín, nadar, lustrar los zapatos y hacer caricaturas de mis maestros. ¡No pueden decir que no aprendí nada útil en esa elegante escuela!

Luego, se presentó el problema de elegir una profesión. Mi temperamento aventurero y hasta algo vagabundo me impulsaba a ser viajante de comercio. Me atraía ir de lugar en lugar, ver todos los días caras nuevas y ganar dinero divirtiéndome. Pero eso no era lo adecuado para el nieto de Lady Malkinshaw, quien nuevamente decidió mi destino. Esta vez dictaminó que debía estudiar medicina. ¡A ver si por fin lograba lo que no había conseguido mi padre!

Por supuesto que a mí no me gustaba esa carrera ni tampoco estudiar. Sin embargo, me resigné y, cuando recuerdo la dedicación con la que la inicié, me considero casi un héroe.

Pero esa no fue la peor parte del asunto: más odiaba las reglas que debía acatar para triunfar en la alta sociedad. Mis padres me obligaron a asistir a las comidas y los bailes que se daban en las casas aristocráticas, y a comportarme como un caballero de la nobleza. Esa fue una prueba muy dura y les aseguro que en prisión, nunca me sentí tan incómodo como en esas reuniones.

Hasta que mi paciencia llegó al límite. Entonces, durante la segunda temporada de estos encuentros sociales, tomé la firme decisión de abandonar la carrera, aunque eso significara frustrar las expectativas de mi familia de convertirme en un médico rico y famoso.

CAPÍTULO 2

~ Un joven descarado ~

La oportunidad de abandonar la carrera se presentó de un modo bastante raro. Ya les conté que, entre otras ramas del saber, en la aristocrática escuela aprendí a hacer caricaturas. Tenía un talento natural para el dibujo y, al comenzar la universidad, progresé mucho, practicando en secreto. Luego, empecé a ganar un dinerito con ellas, también en secreto. ¿Qué otra cosa podía hacer? La posición social de mi familia me impedía trabajar, y mi padre me daba una suma tan insignificante, que no vale la pena mencionarla.

Un compañero de la universidad me sugirió ofrecerle mis caricaturas a un editor para que las vendiera. Fui a verlo y, para mi sorpresa, se interesó en varias. Acepté entregárselas, con la condición de no firmarlas con mi nombre. Desde ese momento, con el seudónimo de “Tersites Junior”, me convertí en uno de los más implacables caricaturistas ingleses. La aristocracia era el blanco de mis burlescos y groseros dibujos, que tenían un éxito enorme entre la gente común, pues reconocían en ellos a sus patrones.

Durante más de un año y sin que mi familia tuviera la menor sospecha, obtuve una buena ganancia. Pero llegó el día en el que todo se descubrió. Una mañana, mi padre recibió una carta de Lady Malkinshaw. En ella le informaba, con una letra torcida por la indignación, que “Tersites Junior” era, nada más y nada menos, que yo. Y adjuntaba una caricatura de ella, en la que aparecía dibujada como si fuera una cacatúa.

Lo negué todo, por supuesto. Inútilmente. La cacatúa también había incluido pruebas evidentes de mi culpabilidad. Entonces mi padre, que por lo general era un hombre muy cortés y pacífico, tuvo un acceso de ira. Afirmó que con mi oficio insultaba el honor de la familia, insistió en que no hiciera más caricaturas, y me ordenó que fuera de inmediato a ver a Lady Malkinshaw y le pidiera perdón humildemente. Respondí que lo obedecería si aumentaba mi mesada. O si mi abuela me nombraba su médico personal, con un buen sueldo. Como verán, eran unas condiciones muy modestas. Sin embargo, la cólera de mi padre creció y amenazó con echarme de casa. Le respondí que le evitaría el trabajo y esa misma noche me fui.

A pesar de lo que pudiera creerse, mi salida del hogar paterno fue bien vista por mi madre. Ella no quería que mi mala reputación se convirtiera en un obstáculo para el porvenir de mi hermana. Les sorprende que no haya mencionado antes a mi querida hermana, ¿verdad? Bueno, ha llegado el momento.