Las cartas del destino - Celia Krauczuk - E-Book

Las cartas del destino E-Book

Celia Krauczuk

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Beschreibung

Cansada de fracasos y malas elecciones, Andrea recurre a una tarotista en busca de respuestas, y encontrará sorpresas. De todas maneras, lo que las cartas no le adelantan es lo difícil que sería ese camino a transitar. Las cartas del destino nos acerca la historia de una mujer en busca de aquel a quien el destino señala como su compañero. Para ello, deberá atravesar decepciones, rendirse ante ilusiones sin fundamento, sufrir por recuerdos del pasado y animarse a estar sola en el proceso. Solo cuando se encuentre consigo misma y se reconozca en su valía como mujer, madre y profesional, podrá abrirse lo suficiente como para dejar entrar en su vida al hombre correcto. Si el destino está escrito, nada indica que sea fácil deducir cuáles son los hilos que constituyen su entramado, y tampoco cuáles son las puntadas que conviene destejer. Andrea dedicará su vida a descubrirlo.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Magdalena Gomez.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Krauczuk, Celia Andrea

Las cartas del destino / Celia Andrea Krauczuk. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

304 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-679-9

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Misterio. 3. Relaciones Interpersonales. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Krauczuk, Celia Andrea

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Agradecimientos

A mi amigo y escritor Facundo Fernández,por animarme a escribir esta primera historiaque desde siempre tuve en mi mente.

A Andrea Lago, escritora de mi ciudad adoptiva,que desinteresadamente y sin conocerme,me ayudó con sus consejos.

A ambos por orientarme respecto de los pasos por seguir.

A Dani y Noah, mis editores favoritos.

A Susana, quien hace doce años me abrió su bibliotecay me atrapó en el mundo de la lectura.

A ese primer amor, que inspiró el hilo de esta historia.

Y a MI AMOR con mayúsculas ♥

Las cartas del destino

Eran las tres de la mañana. Nuevamente, ese sueño que la dejaba insomne. Otra vez, como cada noche,prendió el velador y retomó su lectura, esperando a que regresara el sueño.Y así, quizás pudiera volver a soñar con él.

Nada sucedió. Su mente no podía concentrarse en la historia porque él seguía ahí, su aliento sobre su piel se sentía tan vívido... A veces se le ocurríapensar que esos viajes astrales de los que él le hablaba podían llegar a ser verdaderos. Si era así, si eran reales, entonces había una esperanza… Entonces él la seguía pensando.

1

Era martes cuatro de diciembre. Andrea miró su reloj, las ocho de la mañana. Escuchó que Joaquín, su hijo de cuatro años, la llamaba desde su cuarto. Se levantaron y desayunaron. Santiago, su papá, vendría a buscarlo para pasar la mañana juntos.

Joaquín y su buen humor matutino eran todo lo que necesitaba para empezar su día con optimismo. Antes de que naciera, sus mañanas monótonas se basaban en desayunar mirando un punto fijo en la pared, en silencio, alrededor de una hora, para poder luego arrancar los quehaceres, que así y todo le costaban. Desde que nació Joaquín, esas mañanas dejaron de ser un punto fijo en silencio para ser pura risa, caos y caricias. Joaquín y sus ojos azules oscuros, sus manitas tiernas alrededor de su cuello y su demandante intensidad de niño pequeño eran todo lo que estaba bien en su vida.

Andrea y Santiago estaban separados desde los inicios de ese año, trasdiez de estar juntos. No había sido fácil; diez meses después, él seguía demostrando su dolor y Andrea se sentía culpable, más allá de que supiera que no todo había sido su culpa.

Esa mañana se sentía inquieta, a las once tenía turno con una tarotista que le leería las cartas. Se la había recomendado una compañera de trabajo, a la cual, varios meses atrás, le había acertado todo. Lacuriosidad fue más fuerte, y Andrea se decidió a ir. Desde chica se sentía atraída por ese tipo de temas, el destino, el tarot, la carta astral, incluso el horóscopo, pero nunca se había animado a incursionar por esos terrenos. Temía que le dijeran algo que no estuviera bien, y además, lo que sabía que podía pasar, que la sugestión la condujera a hacer cosas que en realidad no quería, solo justificadas con “me lo dijeron las cartas”. Sin embargo, venció sus nervios y, ansiosa por saber lo que le depararía el futuro, allá fue.

La tarotista le hizo mezclar las cartas pensando en todo lo que le gustaría saber. Entonces ella se concentró: su hijo, amor, trabajo, salud, y más amor. Su principal obsesión era el amor, qué le deparaba el destino. Mientras Roxana —la tarotista— comenzaba a colocar las cartas sobre la mesa, ella, nerviosa por lo que estaba por escuchar, miraba todo a su alrededor, mientras jugaba con sus manos.

El lugar era una cocina común y corriente de una casa humilde, Roxana era viuda desde joven, se dedicaba a esto y lo ganado solo le alcanzaba para vivir día a día. Sobre la mesa había una agenda donde tenía los datos de sus clientes, una vela encendida, un rosario y su cenicero lleno de colillas de cigarrillo. Le preguntó a Andrea si le molestaba que fumara, ella le dijo que no, aunque en realidad, si había algo que le caía mal era el humo y el olor al cigarrillo. Pero no le dijo nada, Roxana estaba en su casa y era dueña de hacer lo que quisiera, más allá de que ella estuviera pagando por ese espacio. Además, desde un comienzo le cayó bien. Se mostró como una persona muy agradable, abierta, cálida, muy pero muy graciosa y hasta mal hablada, no había frase que no contuviera una mala palabra.

Mientras colocaba en la mesa las cartas, le pidió a Andrea que deletreara su apellido, luego su nombre, y por último que dijera un número de dos cifras —sin pensar demasiado, eligió el cuarenta y siete—; fue así como dispuso sobre la mesa las cartas que la acercarían a su destino.

Andrea habíasalido con un chico durante unas semanas hacía casi tres meses. Había mucha química entre ellos, pero todo quedó en la nada y ella nunca supo por qué. Se imaginó que era un hombre más que había buscado en ella la satisfacción de necesidades físicas, y le dolió porque no estaba habituada a ese tipo de relaciones y por el hecho de que lo conocía de su adolescencia. Él se había tomado el tiempo para abordarla y conquistarla, la hizo pensar que podía ser algo especial, más allá de que existiera la posibilidad de que no funcionara. Ella no pensaba que fuera solo sexo lo que él quería… Sin embargo, todo indicaba que así había sido.

Nunca hubo un reproche de su parte, simplemente lo dejó pasar, pero aún estaba pendiente de sus publicaciones en Facebook y en dos ocasiones habían llegado a mantener una charla breve, como simples conocidos. Ella no estaba interesada en relaciones pasajeras, su tiempo de jugar al amor había pasado, tenía un hijo y quería un amor de verdad. Lógicamente sabía que en el camino podía toparse con relaciones que no condujeran a ningún sitio, pero estaba cansada de equivocarse. No quería que eso le volviera a suceder.

Ese día iba en busca de respuestas. Roxana comenzó:

—Acá veo que estabas con alguien, pero sucedió algo que lo alejó. No te preocupes, porque vuelve —le dijo—, aunque no es una relación que vaya a funcionar. A él le gustás mucho, y te quiere, pero tiene miedo.Noquiere enamorarse porque ya sufrió mucho. —Hizo una pausa—. De todos modos, no lo visualizo en tu futuro. Vas a creer que lo querés, pero no va a ser así, te veo perdiendo mucha energía por él —continuó con su charla mientras daba vuelta más cartas—. Aparecerá otro hombre, se trata de un profesional, y él se va a poner celoso, esto va a hacer que se acerque más a vos…

Su relato continuó:

—Acá aparece la figura del amante, que con el tiempo se convierte en una relación estable. Y tienen una hija.

De pronto a Andrea se le cortó la respiración, no quería tener más hijos. Había sufrido con su embarazo, se había sentido muy sola, y también durante la crianza, y no estaba dispuesta a volver a pasar por lo mismo… A no ser que realmente se enamorara de una persona que valiera la pena, cuestión que veía muy difícil.

La emoción fue creciendo cuando Roxana le dijo que un gran amor del pasado iba a volver a buscarla. Ella pensó que quizás Luciano fuera esa persona, quien sería su amante y el padre de su hija. Andrea había tenido varios novios, pero solo él aún le quitaba el sueño. Trataba de no pensarlo, él estaba casado y tenía dos hijas, y si bien ella sentía que eran el verdadero amor el uno del otro, no podía imaginarse qué jugada del destino los volvería a encontrar… Tal vez no se trataba de él.

Entre otras cosas, Roxana le dijo que en el siguiente año tendría un ascenso laboral que le implicaría cierta comodidad económica. Esto le dio un poco de tranquilidad.

Y lo que más le importaba a Andrea, su pequeño gran amor, su hijo. Roxana le dijo que estaba bien, Joaquín era un nene feliz y podría adaptarse a los cambios. Le veía futuro como artista; no lograba vislumbrar en qué rama exactamente, pero dijo que dentro de él había un artista. Le dio tranquilidad a Andrea cuando le dijo que estaba haciendo las cosas bien, más allá de todos los temores que tenía.

Respecto a la relación con Santiago, le dijo que por momentos iba a ser difícil porque él estaba obsesionado con ella, que tendrían altibajos, pero que con el tiempo iban a poder llevarse bien.

También mencionó que pronto tendría una sorpresa relacionada con un bebé, posiblemente le ofrecerían ser madrina. Y, además, que una amiga o amigo se decidiría y contaría su verdadera condición sexual. Andrea no podía imaginarse ni qué amistad tendría un bebé, ni cuál declararía su homosexualidad. Quizás no todo lo que dijeran las cartas tuviera que ser cierto...

—Veo que te vas de vacaciones. —Faltaban pocos días para el receso laboral, pero Andrea no tenía planes ni dinero con el que concretar unas vacaciones—. Y también tu nene se va de vacaciones con el papá. —Andrea se entristeció, nunca había estado separada de Joaquín, ni un solo día—. Acá veo que vas a volver a tu ciudad, ¿estás pensando en irte?

—En realidad no, no creo. Si bien fue una posibilidad volver a Zárate cuando me separé, todo mi trabajo está acá en Campana, y me iba a ser muy difícil movilizarme tanto con Joaquín tan chiquito. Por eso me quedé.

La lectura prosiguió. Roxana le dijo que en una de las fiestas de fin de año iba a disfrutar mucho, que posiblemente Julián, el chico con el que había estado tres meses atrás, la fuera a buscar.

Por último le dijo que, alrededor de los cuarenta años, viviría en el exterior. No veía a causa de qué, si por pareja o trabajo, pero sí que viviría en otro país. Andrea se quedó pensando qué la llevaría a vivir al exterior, no veía en su vida nada que la pudiera llevar a dar ese paso. Su trabajo no podía ser, no había posibilidades. Tal vez fuera por amor… Otra vez esa incógnita: el amor.

Roxana también le habló de su pasado, y fue ahí cuando Andrea no pudo dar crédito a lo que oía. La tarotista debía haber sacado información de algún lado, si no, ¿cómo era posible que lo describiera como si estuviera leyendo la historia de su vida? Le habló del vínculo conflictivo con su mamá; no fue hasta que Andrea se mudó que pudieron entablar una relación armoniosa. Mientras convivieron su mamá trató de manejar su vida, ya que era la única hija mujer; los dos varones siempre hicieron lo que quisieron. Pero Andrea tenía carácter, y no le había dado el mínimo margen para que se inmiscuyera en sus asuntos.

También le habló de la relación entre sus padres. Si bien se llevaban habitualmente mal dado el carácter avasallador de su mamá, no podían vivir el uno sin el otro. Andrea rio sorprendida, porque había descrito a sus padres con precisión.

Por último, le mencionó distintas edades en las que habría experimentado situaciones traumáticas:

—A los tres años hubo una explosión, a partir de ahí comenzaste con pesadillas, ¿puede ser? —le dijo clavando su intensa mirada en la de ella, a través del humo del cigarrillo.

—No sabría decirte lo de la explosión, pero sí que desde que tengo memoria recuerdo tener pesadillas, y la más frecuente es que explotaba Atucha. —Atucha era la central nuclear que había en su ciudad. Al recordar esas pesadillas a Andrea se le puso la piel de gallina, aún hoy soñaba con ello; de hecho, en la actualidad, si escuchaba una explosión o ruidos extraños, comenzaba a sudar y sentir palpitaciones, rememorando esos intensos miedos de niña.

—Otra edad que sale son los seis, veo miedo al abandono. Alguien a quien estabas vinculada afectivamente se fue, y vos lo viviste como un abandono. —Inmediatamente Andrea recordó a su maestra de primer grado, a la que estaba muy unida. Ella enfermó, y vino en su reemplazo una mujer mayor a la cual Andrea le tuvo terror desde el primer día. Fue una situación tan fea para ella que hoy en día lo recuerda con angustia.

Prosiguió Roxana:

—Salen dos edades relacionadas con una misma persona y sensación, a los diez y a los trece años; nuevamente el temor al abandono, y un bebé, ¿sabés quién puede ser? ¿Un hermano, quizás? —Andrea recordó y le contó: Matías, su primo recién nacido. Lo había visto conectado a cables en neonatología, y eso la había afectado sobremanera. A los trece años, nuevamente el dolor de la pérdida y el abandono cuando ese pequeño, al cual estuvo muy unida y que consideraba de su propiedad, se mudó a Córdoba con su mamá, a la ciudad de la que ella era oriunda. Matías, durante esos tres años, había estado a su cuidado; cada vez que su mamá debía salir, incluso cada fin de semana, Andrea se quedaba a dormir con él. Hoy en día, aunque estuvieran lejos, el cariño que los unía era indestructible.

Y así Roxana continuó nombrándole distintas edades y situaciones. Su ruptura con Luciano, el nacimiento de Joaquín, su separación posterior.

2

Andrea salió de la sesión con el corazón desbordante de dicha; más allá de recordarle sus temores, Roxana no le había dicho nada malo. Todo era bueno, y si era verdad, le esperaba un futuro prometedor, más allá de los obstáculos que, como siempre, surgen en el camino. Confiaba en que sería cierto, especialmente tras escuchar tan claramente acerca de su pasado.

Fue esa noche que Andrea soñó con Luciano, y nuevamente fue tan real… Pero siempre se despertaba antes del beso, nunca llegaba a sentir la dicha de sus labios sobre los de ella.

Cuando le costaba memorizar sus facciones, lo buscaba en Facebook y recordaba cada uno de esos rasgos que ante ella lo hacían perfecto. Pero le dolía ver las fotos de la familia feliz, y lo cerraba inmediatamente. No, ella no iba a romper una familia.

Luciano, para ella, era el hombre más especial que pudiera haber sobre la tierra. Tenía el corazón más puro que se pudiera encontrar y una sencillez y calidez que no había vuelto a ver en otra persona, más allá de que la atrajera su aspecto, sus ojos negros de pestañas largas y cejas bien pobladas, su nariz perfecta y sus labios gruesos, y ese lunar en la barbilla al que amaba besar. Era el hombre perfecto. Aunque tenía de él un recuerdo adolescente, hoy era un hombre, pero ella intuía que su esencia seguía siendo la misma, veía en fotos sus ojos y sabía que no se equivocaba. Pero no, no podía ser.

3

El diez de diciembre era su cumpleaños. Ese día había decidido no ir a trabajar, coincidía con que era el día en que atendía en su consultorio particular —era psicóloga—, por lo que podía cancelar los turnos. Joaquín no iría al jardín y pasarían el día de festejo al mediodía con sus padres —iría a la casa de ellos en Zárate— y a la noche con unas amigas, en el departamento que alquilaba en Campana.

Como hacía mucho calor —estaba llegando el verano—, Antonio, su papá, los fue a buscar en su auto, para evitarles la espera del colectivo bajo el sol. En el camino sonó su teléfono y Andrea reconoció el tono del mensaje personalizado, era Julián. Se puso inquieta; por suerte Joaquín iba entretenido con la música infantil que su abuelo había puesto en el estéreo, así que ella pudo, tranquila, leer su mensaje. Todo estaba comenzando a suceder.

Julián le deseó feliz cumpleaños, y bromeó sobre su edad porque ella era dos años mayor que él. También le contó que en esos días había estado cerca de su casa, y recordaba —hacía alusión al poco tiempo que habían compartido—; ella, en tono de broma, le dijo que cuando fuera así, podía golpearle la puerta. Mensaje va y mensaje viene, él la invitó a cenar el siguiente jueves. Andrea no lo podía creer, las predicciones se empezaban a cumplir, y sin dudarlo aceptó. Ya sabía que él no iba a ser su destino, pero le gustaba, y la soledad le empezaba a pesar. ¿Qué tenía de malo comenzar a disfrutar de una relación libre? Ya era una mujer adulta, nunca le había importado el qué dirán. No tenía nadie a quien rendirle cuentas… Pero en el fondo sabía que si jugaba con fuego, se podía quemar.

Una vez en casa de sus padres, decidió dejar el teléfono de lado y dedicarse a su familia. A causa del trabajo intenso de esos días cercanos a las vacaciones, no había tenido tiempo de visitarlos. Se reunieron todos, sus dos hermanos —Pablo y Martín— con sus respectivas familias; Joaquín estaba muy contento rodeado de sus primos, más allá de los celos y berrinches que surgían por no querer compartir sus juguetes con el más pequeño de ellos. Su papá le hizo asado; desde que se había separado solo había comido asado para ocasiones especiales, quería aprender a hacerlo, pero en el departamento no tenía parrilla, por lo que solo contaba con los eventos familiares.

Su mamá —Angélica— le preparó pizzas y unas masas dulces para que a la noche pudiera cenar con sus amigas sin preocuparse por cocinar. Si bien la relación entre ellas en otros tiempos había sido tensa, siempre estaba predispuesta a ayudarla, más si se trataba de cocinar. A Angélica le hubiera gustado poder ayudarla con el cuidado de Joaquín, sabía que ella lo necesitaba, pero lamentablemente no podía, porque vivían en ciudades distintas y se ocupaba a la vez de los otros nietos.

4

Pasados unos días, ni Andrea ni Julián habían vuelto a escribirse. Ella no pensaba hacerlo; si él quería verla, debía ser quien lo hiciera. Si bien ella quería verlo, ya le había permitido jugar una vez, dos no estaba dispuesta. El miércoles llegó el mensaje tan ansiado, pero no, él le estaba cancelando los planes porque debía ir a Capital para una consulta médica y volvería tarde. La decepción fue grande. De todos modos, Andrea le habló con naturalidad demostrando comprenderlo, aunque por dentro se sentía muy decepcionada.

Decidió dejar el tema de lado; si él tenía que estar con ella, iba a pasar. No tenía tiempo para preocuparse por una persona que no sabía lo que quería. Se enfocó en su hijo y en sus amistades. Estaba llegando fin de año, así que estaba planeando cenas de despedida, organizando cómo serían las fiestas en familia. Había cosas más importantes que la compañía de un hombre, y más si ese hombre la podía herir. Andrea aún no había aceptado que le costaba estar sola, especialmente ahora que Joaquín pasaba más tiempo con su papá. Por eso se aferraba a la escasa compañía que Julián le podía ofrecer.

Su ánimo mejoró al día siguiente, cuando recibió la llamada de su superiora en el centro terapéutico para el cual trabajaba, Patricia Romano.

—Buen día, Andrea, ¿cómo estás? Tengo una propuesta para vos, ¿podés hablar? —le anunció Patricia con tono alegre.

—Buenos días, Patri, ¿cómo estás? Contame. ¿De qué se trata? —le pidió ansiosa. Andrea y Patricia tenían muy buena relación, y como esta coordinaba el centro a la di stancia, era a ella a quien siempre recurría cuando necesitaba algo.

Patricia le contó la propuesta: que ocupara su puesto, porque ella últimamente estaba abocada a otras tareas dentro del centro que le impedían viajar con la frecuencia necesaria. En ese tiempo Patricia se había dado cuenta de que no podía con todo, y terminaba delegando en Andrea las tareas que le correspondían a ella, a pesar de que fuera solo una terapeuta más. Por ese motivo había hablado con el directivo superior —Catalino Cataño— cuando este le pidió que realizara otras tareas, y le dijo acerca de su temor de estar descuidando la zona (el centro contaba con sedes en distintas zonas de Buenos Aires). Sin permitirle continuar hablando, Catalino le dijo que sí, pondrían a alguien en su lugar, siempre y cuando fuese Andrea Ferrari quien se ocupara de su cargo.

A pesar de no estar presente en dicha sede, Catalino era buen observador, y fue él quien empleó a todos los terapeutas cuando el centro abrió en Campana. Andrea fue una de las primeras, y llamó su atención no solo por la energía que emanaba, sino por la pasión y dedicación que ponía en todo lo que hacía. Era una líder natural, en las reuniones de equipo siempre se destacaba organizando todo para que pudiera llevarse a cabo sin pérdidas de tiempo, siempre estaba atenta, no dejaba que se escapara una sola cuestión por tratar, y habían delegado en ella la redacción de las actas. Era además el “recordatorio” de todos, siempre recurrían a ella cuando tenían una duda respecto a las tareas por hacer ya que era la única que había quedado trabajando desde los inicios del centro en dicha ciudad, y tenía más experiencia.

Catalino, a la distancia, supo apreciar todas estas cualidades en Andrea. Patricia estaba contenta por que fuera Andrea la elegida, ya que era en ella en quien había pensado, así que ese mismo día la llamó para ofrecerle el puesto. Confiaba en que no le diría que no; sabía no solo que necesitaba el trabajo —estaba al tanto de los malabares económicos que hacía— sino que ya cumplía con muchas de esas tareas, ayudándola a ella. Habría otras para las que debería entrenarla.

Para Andrea era todo un desafío trabajar con mayor responsabilidad sobre sus hombros, gente a cargo, toma de decisiones. Sentía que estaba preparada, pero demoró la aceptación del puesto hasta tener en claro sus tareas y el sueldo. Quedaron en confirmarle los detalles en una reunión la siguiente semana. Otro acierto de las cartas… ¿Sería que el futuro estaba escrito?

Pasó esos días con buen humor, estaba entusiasmada por el ámbito laboral. Se sentía plena, al fin el siguiente año alcanzaría la estabilidad económica buscada. Desde que se había separado estaba afrontando serias dificultades para llegar a fin de mes, por el alquiler, las cuentas que mes a mes aumentaban, la cuota del jardín y los miles de gastos que conllevaba ser jefe de familia. Si bien Santiago le pasaba la manutención correspondiente, solo le alcanzaba para pagar el alquiler, y ella trabajaba medio tiempo porque aún Joaquín era pequeño y muy dependiente de ella —especialmente después de la separación—. Por otro lado, no tenía quien lo cuidara cuando no estaba en el jardín, así que ella solo trabajaba cuando él estaba allí, por las tardes. Santiago tenía tres turnos rotativos —era electricista y trabajaba en una fábrica de la zona—, por lo que no podía contar con él en caso de sumar horas por las mañanas. Aceptar ese trabajo, que podría muchas veces hacer desde su hogar, era muy beneficioso.

5

El sábado, cuando se encontró sola, se decidió y le mandó un mensaje a Julián, quizás él estaba esperando que ella le preguntara cómo le había ido en el médico. Él le contó sobre el tema, y le preguntó si estaba libre para que se vieran; así fue como concretaron el encuentro tan ansiado, después de tres meses.

Todo transcurrió como si fueran viejos amigos que se encontraban para tomar mates, pero había cierta tensión en el aire, no sabían cómo tratarse. Él la miraba intensamente, con sus ojos celestes tan claros que translucían la llama que se iba encendiendo en su interior. Conversaron de lo que el médico le había dicho —tenía cálculos en los riñones y debía operarse—, y ella le contó sobre su ascenso laboral. En un momento inesperado, cuando Andrea se levantaba para arreglar el mate, rozaron sus dedos, su piel se erizó y él observó la reacción de su cuerpo; tras ello, la tomó del brazo, bruscamente la acercó hacia él y la besó. Ella no opuso resistencia, esperaba ese encuentro, ese beso, el abrazo… Y la pasión contenida tras tanto tiempo sin contacto desató un incendio difícil de apagar.

Ambos estaban entregados. Él la llevaba por un camino nunca antes transitado, porque poco sabía del sexo; si bien había tenido varias parejas, nunca se había entregado abiertamente a la pasión, a causa de conflictos en su adolescencia. Era eso lo que la atrapaba, él había despertado en ella un fuego interior del que no se sabía capaz. Nunca pensó llegar a experimentar tanto placer y no cansarse de la danza que ofrecíansus cuerpos entrelazados. Julián la había conducido a un mundo del que ella nada sabía, y le había mostrado una imagen de sí que jamás hubiera imaginado, la imagen de mujer, deseada y deseante. Por eso Andrea le temía, estaba jugando con fuego y la quemada sería ella.

6

Cada uno volvió a su rutina. Ella continuó con su vida esperando que él mostrara interés, pero él seguía con miedo; ella tenía un hijo, eso lo asustaba.

Andrea era en apariencia independiente, sociable, activa. Siempre estaba inmersa en actividades que demandaban su atención, y con sus amistades y familia.

Él en cambio se encerraba en sí mismo, tenía problemas que no dejaban de rondar por su cabeza a raíz de una infancia solitaria, una madre depresiva, un padre que lo abandonó. Cumpleaños y fiestas en la más absoluta soledad… Y tenía miedo, ella representaba todo lo que él habría querido para sí, y temía darle una oportunidad y salir herido una vez más. Porque cada vez que había abierto su corazón, no había funcionado, y no se daba cuenta de que no funcionaba porque él mismo ponía trabas para su felicidad. Su única fuente de alegría era el deporte y su grupo reducido de amigos, y era en ello en lo que invertía su tiempo.

Pasaron varios días y él no daba señales, por eso ella nuevamente tomó la iniciativa y le escribió. Estuvieron hablando, haciéndose bromas, jugando ese juego de seducción mutua, pero él no le decía nada respecto a verse y ella no quería dar el brazo a torcer.

Dos días después él le escribió, y nuevamente charlaron un rato, pero la cita nunca llegaba. Hasta que, pasados unos días, él vio una publicación suya en bikini, la tentación le ganó y la invitó a pasar la noche en su casa… La noche de Navidad, la fiesta de la que las cartas habían hablado. Él la buscaría y sería una noche especial.

Así fue. En principio, Navidad iba a ser triste para Andrea, porque sería la primera fiesta sin su hijo, puesto que le tocaba estar con su padre. Esa noche cenó con su familia —su papá había hecho lechón, algo que a ella le encantaba— y nuevamente se reunieron todos, pero faltaba Joaquín, y ella sentía un hueco en su pecho. A las doce y diez lo llamó, y a través del teléfono vio su carita de felicidad: había visto a Papá Noel, y le había dado su regalo personalmente. Estaba feliz, rodeado de la familia paterna. Andrea tuvo que simular una sonrisa, y despedirse antes de que él la viera llorar.

Luego Julián la pasó a buscar. Perdió la cabeza no bien la vio, ella tenía ese efecto en él. La noche se transformó en madrugada y ellos continuaban envueltos en pasión. Durmieron abrazados, algo nuevo para los dos. Pero días después, él nuevamente marcaba distancia.

Para ese entonces ella ya estaba de vacaciones. Había acordado con Santiago los horarios para ver a Joaquín. Ya habían definido las responsabilidades de su nuevo puesto, y ella había aceptado. Aún debía aprender a manejar algunas cuestiones administrativas, pero lo referente a la coordinación terapéutica no le implicaba un desafío. El nuevo año comenzaría con todo.

Si bien no se sentía enamorada —aunque sí muy atraída—, solo le preocupaba su relación con Julián; él se iba a ir de vacaciones durante todo enero y al regresar debía operarse, por lo que pasarían un largo tiempo sin verse. Hasta el momento nunca habían hablado de lo que tenían, ella seguía esperando una palabra que le demostrara qué era lo que había entre ellos. Eran varias las personas que le escribían, que intentaban por todos los medios conquistarla o al menos conseguir un poco de su atención; la hacían sentir halagada, gustada, pero nadie le interesaba, salvo él.

Cuando la situación la angustiaba, se consolaba recordando las predicciones: él no era su destino, y quizás fuera Luciano quien regresara a su vida para hacerla feliz. Andrea no estaba enamorada de Julián, tampoco pensaba que pudiera llegar a estarlo, solo le gustaba, la pasaba bien con él, le agradaba sentir el efecto que ella, novata en cuestiones de sexo, despertaba en él, y el placer que él le hacía experimentar. Además, se sentía sola. Él era una compañía, pero Andrea no se daba cuenta de que en realidad no la acompañaba, sino que generaba más vacío en ella. No se animaba a arriesgarse con una persona que no conocía, temía ser lastimada o volver a lastimar a alguien. Lejos estaba de querer que eso pasara.

Más allá de la poca comunicación con Julián, la situación de no saber dónde estaba parada era la que le generaba ese malestar, no estaba acostumbrada a no poder manejar todos los aspectos de su vida. Ella necesitaba sentirse acompañada, menos sola, y para eso lo había elegido, equivocadamente, a él.

Fue en esos días de incertidumbre y tiempo libre cuando a Andrea se le ocurrió comenzar a escribir. Sería un diario, el libro de su vida. Poner en palabras todo lo vivido quizás la ayudaría a entender lo que había sucedido en su pasado, su primer amor, sus problemas con el sexo, y sus malas elecciones tras ese primer fracaso.

7

Tenía quince años cuando comencé a salir con mis amigas, era una adolescente tímida, insegura, mi aspecto físico me hacía sentir invisible —era de baja estatura y muy flaca—. En esa época comenzaron las fiestas de quince, a las que iba en contadas ocasiones, cuando mis padres me lo permitían. Mis amigas salían con más frecuencia, tenían padres más permisivos.

Fue en uno de esos cumpleaños donde conocí a Luciano; él estaba junto a su novia. No cruzamos palabra en toda la fiesta, solo me limité a mirarlo. ¿Qué más podía hacer? Él, con novia, y yo, que no me hubiera animado a hablarle aunque hubiese estado solo.

Eso fue en abril. A la semana siguiente, mi amiga Romina, la cumpleañera, me regaló una foto de él junto a sus amigos; esa foto iba a todos lados conmigo, y yo jugaba con mis amigas diciéndoles que él iba a ser mi novio…

Pasaron los meses, y nada sabía de él; salí en un par de ocasiones, pero el destino parecía no querer cruzarnos. Hasta que llegó el día, era el cumpleaños de otra amigaque teníamos en común. El evento fue en una pizzería; él debía ir, pero nunca llegó. Decepcionada, después de comer fui al boliche. Estábamos todos bailando, él no aparecía, pero yo bailaba con su amigo y Romina le dijo que yo estaba interesada en Luciano. Por eso, no bien Luciano llegó, Mateo, su amigo, lo tomó del brazo y lo hizo bailar conmigo.

Todo sucedió tan rápido… Yo estaba muda, no sabía si saltar de alegría o salir corriendo. Él me hablaba como si me conociera. Luego de bailar un par de temas me preguntó si quería ir a sentarme, porque se consideraba muy mal bailarín. Comenzamos a hablar; no recuerdo de qué, pasaron veinte años desde esa noche. Solo recuerdo la calidez de su mirada, y el beso que sin permiso me robó. Tras el beso, una frase: “No lo puedo creer”; esa frase y esa mirada acompañaron su recuerdo durante toda mi vida. ¿Él no podía creerlo? Yo no podía creer que lo que había empezado como un juego acabara en realidad. Él estaba frente a mí, besándome, a mí, que me sentía la chica más insulsa del planeta.

Pero, ¿cómo seguía esto? Yo sabía por mis amigas que las relaciones de boliche quedaban generalmente ahí, era común ir por la vida besándose con cualquiera que te gustara. Yo no era así… pero quizás Luciano sí lo era. Solo había que esperar, pero, ¿cuánto? Yo no salía con frecuencia. Él seguramente sí, y yo temía que conociera a otra en ese tiempo.

A la semana siguiente Romina, ya cansada de aguantarme hablando de él, lo llamó a la casa y le dijo que estaba conmigo, y que al día siguiente iríamos a la biblioteca. Él acordó en ir para verme. Y así fue como empezó nuestra historia de amor, porque lo fue, amor del real, del mágico, del que te hace sentir mariposas en el estómago. Del que te ayuda a crecer y a creer.

Luciano fue, es y será el verdadero amor de mi vida…

8

Eran las dos de la mañana, Andrea decidió dejar la escritura ahí porque recordar había sido muy movilizador, y ella había dejado sus lágrimas impresas en el papel. Seguía sintiéndose culpable por haberlo perdido…

Al día siguiente, cuando Joaquín se fue con su papá al mediodía, Andrea decidió salir a caminar sin importarle el horario, para nada recomendable en verano y con treinta y cinco grados de calor. Necesitaba oxigenarse, despejar su mente. En una semana Julián se iría de vacaciones y no lo vería por un mes, si es que volvía a verlo. Él no le había enviado un mensaje en todos esos días.

Para su sorpresa, una notificación de mensaje entrante sonó con su tono. Lo había llamado de alguna manera con el pensamiento. Esperaba que él le propusiera un encuentro, pero como eso no pasó, ella lo invitó sin rodeos. Quería tener la oportunidad, si era la última vez que lo veía, de al menos disfrutarlo al máximo. Y así fue. Como cada vez que estaban juntos el momento fue sublime, pero esa vez había sido especial, quizás ambos sentían el adiós… Tal vez ella quería dar lo mejor para que él la recordara y quisiera volver a verla, quizás él se quería garantizar que ella lo esperaría.

Era treinta y uno de diciembre. Ese fue el último día que se vieron. Si bien hablaron a los pocos días, porque Andrea le escribió para desearle buen viaje, estaba segura de que esa sería la última vez.

Pasó la noche de Año Nuevo en familia. Esta vez feliz, por poder estar con su pequeño y su familia, todos juntos. Cuando estaba con Joaquín no había nada que pudiera ponerla triste, él era su razón de ser.

Luego siguieron los días de descanso. Todos los días trataba de hacer alguna actividad, salir a caminar, visitar a alguna amiga. Cuando estaba sola y la mente no le daba un descanso, decidía sentarse a escribir. Los pensamientos necesitaban de la tranquilidad y la soledad para surgir, en esos momentos era cuando su mente se inundaba de recuerdos. Ella sabía que debía pasar por ese proceso para sanar.

Era una sensación extraña la que experimentaba, de sentimientos ambivalentes. Por un lado, su mente estaba puesta en Julián, en la necesidad de él que comenzaba a sentir. Se negaba a aceptarlo, no podía ser, porque él la iba a lastimar y no quería en su vida más personas complicadas, y sentía que, aunque él lo intentara, iba a terminar dando un paso atrás —quizás lo pensaba así porque confiaba en las palabras de Roxana—. Nuevamente, su autoestima declinaba cuando de él se trataba, creía que jamás podría enamorarse de ella.

Por otro lado, tenía miedo. ¿Y si las predicciones eran ciertas? Tampoco quería cargar otra vez con el dolor de otra persona en la conciencia, porque si Julián sí se enamoraba y ella terminaba volviendo con Luciano…