Las cien mejores poesías de la lengua castellana - Luis Alberto de Cuenca - E-Book

Las cien mejores poesías de la lengua castellana E-Book

Luis Alberto de Cuenca

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Beschreibung

Hace casi ciento diez años preparó don Marcelino Menéndez Pelayo, director de la Biblioteca Nacional, una antología de Las cien mejores poesías de la lengua castellana. La selección reflejaba, desde luego, su gusto personal, pero también el de su tiempo. Luis Alberto de Cuenca dirigió la Biblioteca Nacional entre 1996 y 2000, y fue en ese lapso de tiempo, concretamente en 1998, cuando vio la luz la primera edición de sus Cien mejores poesías de la lengua castellana, florilegio que a su vez reflejaba los gustos de su autor y de su tiempo. Ahora, con importantes modificaciones, vuelve a editarse de manera definitiva la antología de Luis Alberto, que rescata poetas injustamente olvidados, reivindica la poesía tradicional y descubre a los ojos del lector actual parcelas sorprendentes de los mejores poetas que escribieron en castellano. He aquí, pues, un libro de compañía para todas las horas, que, ábrase por donde se abra, nos habla de luces y de sombras, de alegrías y penas, de amor y desamor: de belleza siempre.

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LAS CIEN MEJORES POESÍASDE LA LENGUA CASTELLANA

Luis Alberto de Cuenca

Luis Alberto de Cuenca

LAS CIEN MEJORES POESÍASDE LA LENGUA CASTELLANA

© 1995, María Kodama

© Herederos de los autores

© 1929, Rafael Alberti;©1966, Herederos de Vicente Aleixande;©1968, Herederos de Jaime Gil de Biedma;©1924, Fundación Pablo Neruda;©1970, Herederos de José Ángel Valente

©Luis Alberto de Cuenca y Prado

© 2017.Editorial Renacimiento

www.editorialrenacimiento.com

POLÍGONO NAVE EXPO, 17•41907VALENCINA DE LA CONCEPCIÓN (SEVILLA)

tel.: (+34) 955998232•[email protected]

Diseño de cubierta:Alfonso Meléndez

ISBN:978-84-17266-04-2

PRÓLOGO

Aprincipios del siglo XX, concretamente en 1908, don Marcelino Menéndez Pelayo publicó una antología rotulada Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua castellana que gozó de gran difusión. Noventa años después, en 1998, apareció mi florilegio Las cien mejores poesías de la lengua castellana en la popular colección Austral de Espasa. Don Marcelino fue nombrado director de la Biblioteca Nacional en 1898, a raíz de la muerte de Tamayo y Baus, y lo fue hasta el final de sus días, en 1912. También yo me desempeñaba como director de la B. N. –lo fui entre 1996 y 2000– cuando vieron la luz mis Cien mejores poesías de Austral, de modo que podría hablarse de más de una coincidencia, teniendo en cuenta, eso sí, que mi bouquet atendía a los gustos de finales del siglo XX, y los del estudioso cántabro a los de finales del XIX. La empresa me resultó en su momento muy atractiva, y la llevé a cabo en no más de dos meses de trabajo, limitándome a recordar los poemas que permanecían almacenados en mi memoria como criterio fundamental de selección.

Titulé el libro Las cien mejores poesías de la lengua castellana, por entender que en poesías ya se contenía el adjetivo (líricas) ­menendezpelayesco. Además, me impuse como norma no incluir fragmentos en mi antología, lo que hacía imposible que joyas de la poesía épica como el Cantar del Cid o La Araucana se diesen cita en sus páginas. El título del libro excluía la riquísima poesía española escrita en lenguas distintas del castellano y acogía algunas piezas compuestas por autores de Hispanoamérica. En el ámbito cronológico, me detuve en poetas nacidos antes de 1930.

Cuidé con mimo de los textos elegidos, unificando criterios ortográficos y de puntuación, y acompañé cada poesía de una breve nota introductoria de carácter personal con alguna referencia bibliográfica y ninguna intención científica. La generosidad de mi amigo Abelardo Linares ha hecho que aquella antología, que disfrutó de un buen número de reimpresiones en su edición original –las tres últimas enriquecidas con un apéndice pedagógico de J. Francisco Peña–, vuelva a los escaparates de las librerías españolas e hispanoamericanas en esta edición de 2017, inserta en la colección «Los cuatro vientos», de la editorial hispalense Renacimiento. El libro es sustancialmente el mismo de 1998, con cuatro únicos cambios. Por problemas de derechos de autor ha habido que prescindir de las aportaciones de Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Blas de Otero y Nicanor Parra (el único poeta que quedaba vivo del primitivo florilegio). Tres poetas españoles y uno chileno que han sido sustituidos por cuatro hispanoamericanos: el mexicano Amado Nervo, el colombiano Luis Carlos López y los argentinos Leopoldo Lugones y Oliverio Girondo.

Cómplices de esta aventura han sido, desde el principio y en mayor o menor medida, los siguientes nombres propios, que cito por orden alfabético: Alfredo Arias, Alfonso M. Galilea, Víctor García de la Concha, Regino García-Badell, Enrique Gracia, Julio Martínez Mesanza y Emilio Pascual. La palma de la gratitud para ellos entonces y ahora, con motivo de esta nueva y preciosa aparición de mis Cien mejores poesías de la lengua castellana.

LUIS ALBERTO DE CUENCA

Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo

(CCHS,CSIC)

Madrid, 12 de marzo de 2017

1

DE CÓMO MORIÓ TROTACONVENTOS E DE CÓMO EL ARÇIPRESTE FAZE SU PLANTO DENOSTANDO E MALDIZIENDO LA MUERTE

JUAN RUIZ, ARCIPRESTE DE HITA

(H. 1283-H. 1350)

ElLibro de buen amor,como la obra de Cervantes, de Quevedo o de Borges, no es solo un libro, sino una vasta y compleja literatura en la que se dan cita los temas y los tonos más diversos. Constituye una de las cimas literarias de la Edad Media occidental. Junto al maravilloso planto de Juan Ruiz a la muerte de Trotaconventos, ofrezco a continuaciónla versión en castellano actual de María Brey Mariño, para dar facilidades al lector no familiarizado con la lengua del Arcipreste.

Dize un filósofo, en su libro se nota,

que pesar e tristeza el engenio embota:

e yo con pesar grande non puedo dezir gota,

porque Trotaconventos ya non anda nin trota.

Assí fue, ¡mal pecado!, que mi vieja es muerta:

murió a mí serviendo, lo que me desconuerta;

non sé cómo lo diga: que mucha buena puerta

me fue después çerrada, que antes me era abierta.

¡Ay Muerte! ¡Muerta seas, muerta e malandante!

Mataste a mi vieja, ¡matasses a mí ante!

Enemiga del mundo, que non as semejante,

de tu memoria amarga non sé quien non se espante.

Muerte, al que tú fieres, liévaslo de belmez,

al bueno e al malo, al rico e al refez,

a todos los eguales e los lievas por un prez,

por papas e por reyes non das una vil nuez.

Non catas señorío, debdo nin amistad;

con todo el mundo tienes cotiana enamistat;

non ay en ti mesura, amor nin piedad,

sinon dolor, tristeza, pena e grand crüeldad.

Non puede foír omne de ti nin se asconder,

nunca fue quien contigo podiese bien contender;

la tu venida triste non se puede entender,

desque vienes non quieres a omne atender.

Dexas el cuerpo yermo a gusanos en fuesa,

al alma que lo puebla liévastela de priesa;

non es el omne çierto de tu carrera aviesa.

¡De fablar en ti, Muerte, espanto me atraviesa!

Eres en tal manera del mundo aborrida,

que, por bien que lo amen al omne en la vida,

en punto que tú vienes, con tu mala venida

todos fuyen d’él luego como de res podrida.

Los que.l aman e quieren en vida su conpaña

aborrésçenlo muerto como a cosa estaña:

parientes e amigos, todos le tienen saña,

todos fuyen d’él luego como si fuese araña.

De padres e de madres los fijos tan queridos,

amigos de amigas deseados e servidos,

de mugeres leales los sus buenos maridos,

desque tú vienes, Muerte, luego son aborridos.

Fazes al mucho rico yazer en grand pobreza:

non tiene una meaja de toda su riqueza;

el que bivo es bueno e con mucha nobleza,

vil fediondo es muerto, aborrida villeza.

Non ha en el mundo libro nin escrito nin carta,

ome sabio nin neçio que de ti bien departa;

en el mundo non ha cosa que con bien de ti se parta,

salvo el cuervo negro, que de ti, Muerte, se farta.

Cada día le dizes que tú le fartarás;

el omne non es çierto quándo e quál matarás:

el bien que far podiese, oy le valdría más,

que non atender a ti nin a tu amigo cras cras.

Señores, non querades ser amigos del cuervo,

temed sus amenazas, non fagades su ruego;

el bien que far podierdes, fazedlo luego luego:

tened que cras morredes, ca la vida es juego.

La salud e la vida muy aína se muda:

en un punto se pierde, quando omne non cuda;

«el bien te faré cras», palabra es desnuda:

vestidla con la obra ante que Muerte acuda.

Quien en mal juego porfía, más pierde que non cobra

coida echar su suerte, echa mala çoçobra:

amigos, perçebidvos e fazed buena obra,

que, desque viene la Muerte, a toda cosa sobra.

Muchos cuidan ganar guando dizen: «¡A todo!»:

viene un mal azar, trae dados en rodo;

llega el omne thesoros por lograrlos a podo;

viene la Muerte primero e déxalo con lodo.

Pierde luego la fabla e el entendimiento:

de sus muchos thesoros e de su allegamiento

non puede levar nada nin fazer testamento:

los averes llegados derrámalos mal viento.

Desque los sus parientes la su muerte varruntan,

por lo heredar todo a menudo se ayuntan;

quando por su dolençia al físico preguntan,

si dize que sanará, todos gelo repuntan.

Los que son más propincos, hermanos e hermanas,

non coidan ver la ora que tangan las canpanas;

más preçian la erençia çercanos e çercanas

que non el parentesco nin a las barvas canas.

Desque.l sale el alma al rico pecador,

déxanlo en tierra solo, todos han d’él pavor;

roban todos el algo, primero lo mejor:

el que lieva lo menos tiénese por peor.

Mucho fazen que luego lo vayan a soterrar,

témense que las arcas les han de desferrar:

por oír luenga misa non lo quieren errar;

de todos sus thesoros danle chico axuar.

Non dan por Dios a pobres nin cantan sacrifiçios

nin dizen oraçiones nin cunplen los ofiçios;

lo más que sienpre fazen los herederos noviçios

es dar bozes al sordo, mas non otros serviçios.

Entiérranlo de grado e, desque a graçias van,

amidos, tarde o nunca por él en misa están;

por lo que ellos andavan ya fallado lo han:

ellos lievan el algo, el alma lieva Satán.

Si dexa muger moça, rica o paresçiente,

ante de misa dicha otros la han en miente:

o casa con más rico o con moço valiente,

muda el trentanario, del duelo poco se siente.

Allegó el mesquino e non sopo para quién,

e maguer cada día esto ansí avién,

non ha omne que faga sus testamento bien,

fasta que ya por ojo la Muerte vee que vien.

Muerte, por más dezirte a mi coraçón fuerço:

nunca das a los omnes conorte nin esfuerço,

si non, desque es muerto, que lo coma el escuerço;

en ti tienes la tacha que tiene el mestuerço:

faze doler la cabeça al que lo mucho coma;

otrosí tu mal maço, en punto que assoma,

en la cabeça fiere, a todo fuerte doma:

non le valen mengías desque tu ravia le toma.

Los ojos tan fermosos póneslos en el techo,

çiégaslos en un punto, non han en sí provecho;

enmudeçes la fabla, fazes huerco del pecho:

en ti es todo mal, rencura e despecho.

El oír e el oler, el tañer, el gustar,

todos los çinco sesos los vienes a gastar;

non ay omne que te sepa del todo denostar

quanto eres denostada do te uvias acostar.

Tiras toda Vergüença, desfeas Fermosura,

desadonas la Graçia, denuestas la Mesura,

enflaquesçes la Fuerça, enloquesçes Cordura,

lo dulçe fazes fiel con tu mucha amargura.

Despreçias Loçanía, el oro escureçes,

desfazes la Fechura, Alegría entristezes,

manzillas la Limpieza, Cortesía envileçes:

Muerte, matas la Vida, el Amor aborresçes.

Non plazes a ninguno, a ti con todos plaze:

con quien mata e muere e con quien fiere e malfaze;

toda cosa bien fecha tu maço la desfaze,

non ha cosa que nasca que tu red non enlaze.

Enemiga del bien e del mal amador,

naturas as de gota, del mal e de[l] dolor:

al lugar do más sigues, aquel va muy peor;

do tú tarde requieres, aquel está mejor.

Tu morada por sienpre es infierno profundo,

tú eres el mal primero e él es el segundo;

pueblas mala morada e despueblas el mundo,

dizes a cada uno: «Yo sola a todos hundo».

Muerte, por ti es fecho el lugar infernal,

ca, beviendo omne sienpre en mundo terrenal,

non avrié de ti miedo nin de tu mal hostal:

non temerié tu venida la carne umagnal.

Tú yermas los poblados, pueblas los çiminterios,

refazes los fosarios, destruyes los inperios;

por tu miedo los santos fizieron los salterios:

sinon Dios, todos temen tus penas e tus lazerios.

Tú despoblaste, Muerte, el çielo e sus sillas;

los que eran linpieça, fezístelos manzillas;

feçiste de los ángeles diablos e renzillas:

escotan tu manjar a dobladas e senzillas.

El señor que te fizo, tú a este mateste,

Ihesu Christo Dios e ome tú aqueste peneste:

al que teme el çielo e la tierra, a este

tú le posiste miedo e tú lo demudeste.

El infierno lo teme e tú non lo temiste,

temióte la su carne, grand miedo le posiste;

la su humanidat por tu miedo fue triste,

le deidat non te temió, entonçe non la viste.

No.l cataste ni.l viste, viote Él, bien te cató;

la su muerte muy cruel a ti mucho espantó;

al infierno e a los suyos e a ti mal quebrantó:

tu.l mataste una ora, Él por sienpre te mató.

Quando te quebrantó, entonçe lo conoçiste:

si ante lo espantaste, mayor miedo presiste,

si tú a él penaste, mill tanto pena oviste;

dionos vida moriendo al que tú muerte diste.

A santos que tenías en tu mala morada

por la muerte de Christos les fue la vida dada;

fue por su santa muerte tu casa despoblada,

querias la poblar matándol: fue por su muerte ermada.

Sacó de las tus penas a nuestro padre Adán,

a Eva nuestra madre, a sus fijos, Sed e Can,

a Jafet, a patriarcas, al bueno de Abrahán,

a Isac e Jacob, non te dexó a Dan;

a Sant Johan el Bautista, con muchos patrïarcas,

que los teniés en penas en las tus malas arcas;

al santo de Moisén que tenias en tus barcas,

profectas e otros santos muchos, que tú abarcas.

Yo dezir non sabría quáles eran tenidos,

quántos en tu infierno estavan apremidos,

a todos los sacó a santos escogidos,

mas contigo dexó los tus malos perdidos.

A los suyos levólos con Él a Paraíso,

do an vida, veyendo más gloria quien más quiso;

Él nos lieve consigo, que por nós muerte priso,

guárdenos de tu casa, non fagas de nós riso.

A los perdidos malos que dexó en tu poder,

en fuego infernal los fazes tú arder,

en penas perdurables los fazes ençender,

para siempre jamás non los has de perder.

Dios quiera defendernos de la tu çalagarda,

Aquel nos guarde de ti, que de ti non se guarda,

ca por mucho que bivamos, por mucho que se tarda,

a venir á tu ravia que todo el mundo escarda.

Tanto eres en ti, Muerte, sin bien e atal,

que dezir non se puede el diezmo de tu mal;

a Dios me acomiendo, que yo non fallo ál

que defender me quiera de tu venida mortal.

Muerte desmesurada, ¡matases a ti sola!

¿Qué oviste conmigo? ¿Mi leal vieja, dóla?

Tú me la mataste, Muerte; Ihesu Christo conpróla

por la su santa sangre, por ella perdonóla.

¡Ay, mi Trotaconventos, mi leal verdadera!

muchos te siguian biva; muerta, yazes señera.

¿Adó te me han levado? Non sé cosa çertera:

nunca torna con nuevas quien anda esta carrera.

Çierto, en Paraíso estás tú assentada,

con dos mártires deves estar aconpañada:

sienpre en el mundo fuste por dos martirïada;

¿quién te me rebató, vieja, por mí sienpre lazrada?

A Dios merçed le pido que te dé la su gloria,

que más leal trotera nunca fue en memoria;

fazerte he un pitafio escripto, con estoria:

pues que a ti non viere, veré tu triste estoria.

Daré por ti limosna e faré oraçión,

faré cantar las misas e daré oblaçión;

la mi Trotaconventos, ¡Dios te dé rendenpçión!,

¡el que salvó el mundo, Él te dé salvaçión!

Dueñas, non me retebdes nin me digades moçuelo,

que si a vós sirviera, vós avriades d’ella duelo:

llorariedes por ella, por su sotil anzuelo,

que quantas siguía, todas ivan por el suelo.

Alta muger nin baxa, ençerrada nin ascondida,

non se le detenía do fazia debatida;

non sé omne nin dueña que tal oviés perdida,

que non tomase tristeza e pesar sin medida.

Fízele un pitafio pequeño, con dolor:

la tristeza me fizo ser rudo trobador;

todos los que lo oyerdes, por Dios nuestro Señor,

la oraçión fagades por la vieja de amor:

EL PETAFIO DE LA SEPULTURA DE URRACA

«Urraca só que yago so esta sepultura;

en quanto fui al mundo, ove viçio e soltura;

con buena razón muchos casé, non quis boltura:

caí en una ora so tierra, del altura.

»Prendióme sin sospecha la Muerte en sus redes;

parientes e amigos, aquí non me acorredes:

obrad bien en la vida, a Dios non lo erredes,

que bien como yo morí, así todos morredes.

»El que aquí llegare, ¡sí Dios le bendiga

e sí.l dé Dios buen amor e plazer de amiga!,

que por mí, pecador, un paternóster diga;

si dezir non lo quisiere, a muerta non maldiga».

DE CÓMO MURIÓ TROTACONVENTOS. IMPRECACIÓN A LA MUERTE

Un filósofo dijo y en su libro se anota:

con pesar y tristeza, el ingenio se embota.

Yo, con pena tan grande, no puedo decir gota

porque Trotaconventos ya no anda ni trota.

Así fue, ¡qué desgracia!, que mi vieja ya es muerta,

¡grande es mi desconsuelo! ¡murió mi vieja experta!

No sé decir mi pena, mas mucha buena puerta

que me ha sido cerrada, para mí estaba abierta.

¡Ay muerte! ¡Muerta seas, bien muerta y malandante!

¡Mataste a la mi vieja! ¡Matases a mí antes!

¡Enemiga del mundo, no tienes semejante!

De tu amarga memoria no hay quien no se espante.

Muerte, a aquel que tú hieres arrástralo, cruel,

al bueno como al malo, al noble y al infiel,

a todos los iguales por el mismo nivel;

para ti, reyes, papas, valen un cascabel.

No miras señorío, familia ni amistad,

con todo el mundo tienes la misma enemistad,

no existe en ti mesura, afecto ni piedad,

sino dolor, tristeza, aflicción, crueldad.

No puede nadie huir de ti ni se esconder

ninguno pudo nunca contigo contender;

tu venida funesta nadie puede entender,

cuando llegas no quieres dilación conceder.

Abandonas el cuerpo al gusano en la huesa,

el alma que lo anima arrebatas con priesa,

no existe hombre seguro en tu carrera aviesa;

al hablar de ti, muerte, el pavor me atraviesa.

Eres de tal manera del mundo aborrecida

que, por mucho que sea un hombre amado en vida,

tan pronto como llegas con tu mala venida,

todos se apartan de él, como de res podrida.

Aquellos que buscaron, en vida, su compaña,

aborrécenle muerto, como materia extraña;

amigos y parientes le abandonan con saña,

huyen de él y se apartan, como si fuese araña.

De padres y de madres, de sus hijos queridos,

de amigas y de amigos, deseados, servidos,

de mujeres leales tantos buenos maridos,

cuando tú vienes, muerte, ya son aborrecidos.

Haces al que era rico yacer en gran pobreza,

no conserva una miaja de toda su riqueza;

quien, vivo, era apreciado por su mucha nobleza,

muerto es ruin, hedionda, repugnante vileza.

No existe ningún libro, disertación ni carta,

ni hombre, sabio o necio, que de ti bien departa;

lo que viene de ti solo males ensarta,

solo al cuervo contentas, que de muertos se harta.

Tú prometes al cuervo que siempre le hartarás,

mas el hombre no sabe cuándo, a quién matarás,

el que hacer puede un bien, hágalo hoy; valdrá más

que esperar a que vengas con tu amigo cras, cras.

Señores, no queráis ser amigos del cuero,

temed sus amenazas, mas no atendáis su ruego,

el bien que hacer podáis, hacedlo desde luego;

quizá estaréis mañana muertos; la vida es juego.

La salud, la existencia muy de prisa se muda,

al momento se pierden cuando el hombre descuida;

el bien que harás mañana es palabra desnuda,

vestidla con la obra, antes que muerte acuda.

Quien mal juego porfía se arruina y no cobra,

procura buscar suerte, halla mala zozobra;

amigos, daos prisa en hacer buena obra

pues, si viene la muerte, ya toda cosa es sombra.

Muchos piensan ganar cuando dicen: ¡A todo!,

pero luego, un azar cambia el dado a su modo;

busca el hombre tesoros por tener acomodo,

viene la muerte entonces y lo deja en el lodo.

El habla pierde luego, pierde el entendimiento:

de sus muchos tesoros, de su amontonamiento

no puede llevar nada, ni aun hacer testamento,

y los bienes logrados se pierden en el viento.

Desde que sus parientes la su muerte barruntan

para heredarlo todo a menudo se juntan;

si por la enfermedad al médico preguntan

y él ofrece curarla, como ofensa lo apuntan.

Aun los más allegados, los hermanos y hermanas

ya no ven el momento de doblar las campanas;

más aprecian la herencia, cercanos y cercanas

que no al pariente muerto ni a las sus barbas canas.

Cuando ya el alma sale del rico pecador,

queda en el suelo aislado; causa a todos pavor.

Comienzan a robarle, primero lo mejor;

el que consigue menos se tiene por peor.

Con mucha prisa luego lo quieren enterrar,

temen que alguien las arcas vaya a descerrajar,

la misa de difuntos no quieren retrasar;

de todos sus tesoros le ponen chico ajuar.

No dan por Dios al pobre, ni ofrecen sacrificios,

ni dicen oraciones, ni cantan los oficios;

lo más que, a veces, hacen herederos novicios

es dar voces al sordo, pero no otros servicios.

Entiérranlo contentos y, desde que fin dan,

tarde o nunca, a disgusto, por él misa oirán,

pues lo que ellos querían ya encontrado lo han;

ellos cogen la hacienda, el alma va a Satán.

Si deja mujer moza, rica, hermosa y pudiente,

aun no las misas dichas, otro la tiene en mente,

casará con un rico o con mozo valiente,

nunca pasa del mes dolor que viuda siente.

Afanóse el mezquino sin saber para quién

y, aunque todos los días hay casos más de cien,

las gentes no preparan su testamento bien

hasta que con sus ojos venir la muerte ven.

¡Muerte, por maldecirte a mi corazón fuerzo

Nunca das a los hombres consolación ni esfuerzo;

cuando alguno se muere, ¡que lo coma el escuerzo!

Tienes en ti una tacha, la misma que el mastuerzo:

dolerá la cabeza a quien mucho lo coma.

Tu maza peligrosa, al momento que asoma,

en la cabeza hiere, al más fuerte lo doma;

no valen medicinas al que tu rabia toma.

Los ojos que eran bellos, los vuelves hacia el techo

y, de pronto, los ciegas, ya no son de provecho;

enmudeces el habla, enronqueces el pecho,

en ti todo es maldad, pesadumbre y despecho.

El oír y el olor, el tañer, el gustar,

todos los cinco sentidos los vienes a tomar;

no hay nadie que te sepa bastante denostar.

¡Cuánto mal de ti dicen donde llegas a entrar!

Olvidas la vergüenza, afeas la hermosura,

marchitas toda gracia, ofendes la mesura,

debilitas la fuerza, trastornas la cordura,

tornas lo dulce en hiel con tu mucha amargura.

Odias la lozanía, al mismo oro oscureces,

toda obra deshaces, la alegría entristeces,

ensucias la limpieza, cortesía envileces.

¡Muerte, matas la vida y al amor aborreces!

No complaces a nadie, mas a ti te complace

aquel que mata y muere, el que hiere y mal hace;

toda cosa bien hecha tu mazo la deshace,

en tu red queda presa toda cosa que nace.

Enemiga del bien, al mal tienes amor,

estás hecha de gota, malestar y dolor;

el sitio en que tú moras aquel es el peor,

donde no estás presente aquel es el mejor.

Tu morada, por siempre, es infierno profundo.

Eres el mal primero; el infierno, el segundo.

Pueblas mala morada y despueblas el mundo;

vas diciendo a las gentes: —«Yo sola a todos mudo!».

Muerte, por ti se ha hecho el lugar infernal

pues, si viviera el hombre siempre en lo terrenal,

ni tú le asustarías ni tu terrible hostal,

ni odiara tu venida nuestra carne humana.

Vacías los poblados, pueblas los cementerios,

rehaces los osarios, destruyes los imperios;

por ti asustado, el santo recita los salterios.

El que no teme a Dios, teme a tus cautiverios.

Tú despoblaste, muerte, del Cielo muchas sillas,

a los que eran limpieza convertiste en mancillas,

hiciste de los ángeles, diablos, por rencillas

y pagan tu manjar a dobles y sencillas.

Al Señor que te hizo, ¡hasta a Él le mataste!

¡Jesucristo, Dios y Hombre, también le atormentaste!

Cielo y tierra le temen, mas tú, atrevida, osaste

infundirle temor y su faz demudaste.

El infierno le teme y tú no le temiste

su carne te temió, gran miedo le infundiste,

su noble humanidad por ti padeció triste;

la deidad no temió, que entonces no la viste.

Ni miraste ni viste. Él te vio y te miró;

su muerte, tan cruel, a muchos espantó,

¡al infierno, a los tuyos y a ti os denotó!

Tú venciste una hora, Él por siempre venció.

Cuando te derrotó, al fin, le conociste,

si antes le asustaste, mayor miedo cogiste;

si tú le atormentaste, mil penas tú sufriste,

¡muerto, dio vida Aquel a quien tú muerte diste!

A los santos cautivos en tu mala morada,

por la muerte de Cristo, la vida les fue dada.

Fue, por su santa muerte, tu casa despoblada;

con su muerte, poblarla quisiste y fue arrasada.

De tus penas libró a nuestro padre Adán,

a Eva, nuestra madre, a sus hijos Set, Can

y Jafet, patriarcas y al bueno de Abraham,

a Isaac, a Isaías, sin olvidar a Dan;

a San Juan el Bautista, con muchos patriarcas

a quienes tú tenías en tus odiosas arcas;

a Moisés venerable que yacía en tus barcas,

profetas y otros santos que en tu poder abarcas.

No podría decir cuántos eran tenidos

en tu seno; allí todos estaban oprimidos.

Dio libertad a todos los santos escogidos,

mas contigo dejó a los malos perdidos.

A los suyos llevó consigo al Paraíso,

donde viven gozando más gloria quien más quiso.

Él nos lleve consigo, ya que murió sumiso,

nos libre de tu risa, nos tenga sobre aviso.

A los malos perdidos que dejó en tu poder

en el fuego infernal tú los haces arder,

en penas perdurables los haces encender

y ya nunca jamás los habrás de perder.

Dios quiera defendernos de la tu zalagarda

y nos guarde de ti, pues contra ti no hay guarda;

por mucho que vivamos y creamos que tarda,

tu rabia viene siempre y a todo el mundo escarda.

Tan cruel eres, muerte, y tanta tu maldad

que describir no puedo tu gran voracidad;

al Señor me encomiendo, tenga de mí piedad,

no tengo otra defensa contra tu mortandad.

Muerte descomedida, ¡mátate tú a ti sola!

¿qué has hecho de mi vieja?, tu inclemencia perdióla.

¡Me la mataste, muerte! Jesucristo compróla

con la su santa sangre, por ella perdonóla.

¡Ay, mi Trotaconventos! ¡Leal amiga experta!

En vida te seguían, mas te abandonan muerta.

¿Dónde te me han llevado? Yo no sé cosa cierta;

no vuelve con noticias quien traspone esa puerta.

Supongo que en el Cielo has de estar tú sentada,

con los mártires debes de estar acompañada;

siempre en el mundo fuiste por dos martirizada.

¿Quién te arrebató, vieja, por mí siempre afanada?

A Dios merced le pido, que te dé la su gloria;

de más leal trotera no existe la memoria.

Yo te haré un epitafio, una dedicatoria;

ya que a ti no te veo, veré tu triste historia.

Haré por ti limosna, haré por ti oración,

por ti ofreceré misas, sufragio y donación.

¡Dios, mi Trotaconventos, te dé su bendición!

¡Aquel que salvó al mundo, Él te dé salvación!

Damas, no os enojéis ni me llaméis chicuelo;

si la hubierais tratado también haríais duelo,

lloraríais por ella, por su sutil anzuelo;

cuantas quería iban tras ella por el suelo.

La mujer alta o baja, encerrada, escondida,

ninguna le fallaba, cuando iba de batida;

el hombre y la mujer, por la vieja perdida,

sufrirán gran tristeza y pesar sin medida.

Yo escribí un epitafio pequeño, con dolor

la tristeza me hizo ser rudo trovador.

Aquellos que lo oyeren, por Dios Nuestro Señor,

una oración ofrezcan por la vieja de amor.

EPITAFIO EN LA SEPULTURA DE URRACA, LA VIEJA TROTACONVENTOS

Urraca soy, que yazgo en esta sepultura;

cuando estuve en el mundo tuve halagos, soltura,

a muchos bien casé, reprobé la locura.

¡Caí en una hora bajo tierra, de altura!

Descuidada, prendióme la muerte, ya lo veis;

aquí, amigos, parientes, no me socorreréis.

Obrad bien en la vida o a Dios ofenderéis;

tal como yo morí, así vos moriréis.

Quien aquí se acercare, ¡así Dios le bendiga,

Dios le dé buen amor y el placer de una amiga!,

que por mí, pecadora, un pater noster diga;

sino lo dice, al menos a mí no me maldiga.

(Libro de Buen Amor, col. Odres Nuevos, Castalia, Madrid, 1995)

[2-5]

ROMANCERO

Desde pequeño, he sido muy lector del Romancero viejo castellano. Creo que este tipo de creaciones colectivas habla más del espíritu de nuestra raza que cualquier otro rasgo psicológico o sociológico de los que hacen las delicias de los intelectuales al uso. Reservo para el Romancero cuatro poesías de mis cien: «La muerte de don Beltrán», donde constan dos de los octosílabos más memorables de la poesía española: «Por la matanza va el viejo, / por la matanza adelante»; «Sueño de doña Alda», una pieza cuyos versos «Al son de los instrumentos / doña Alda adormido se ha; / ensoñado había un sueño, / un sueño de gran pesar» presidían un viejo poema mío deElsinore(1972), repleto de emoción y de palabrería; «El conde Arnaldos», que no podía faltar y «El prisionero», del que mi amigo Joaquín Díaz cantaba una versión que guardo en un rincón privilegiado de la memoria.

2

LA MUERTE DE DON BELTRÁN

Con la grande polvareda

perdieron a don Beltrán.

Nunca lo echaron de menos

hasta los puertos pasar.

Siete veces echan suertes

quién lo volverá a buscar,

todas siete le cupieron

al buen viejo de su padre:

las tres fueron por malicia

y las cuatro por maldad.

Vuelve riendas al caballo

y vuélveselo a buscar,

de noche por el camino,

de día por el jaral.

Por la matanza va el viejo,

por la matanza adelante;

los brazos lleva cansados

de los muertos rodear;

no hallaba al que busca,

ni menos la su señal;

vido todos los franceses

y no vido a don Beltrán.

Maldiciendo iba el vino,

maldiciendo iba el pan,

el que comían los moros,

que no el de la cristiandad;

maldiciendo iba el árbol

que solo en el campo nace,

que todas aves del cielo

allí vienen a asentar,

que de rama ni de hoja

no lo dejaban gozar;

maldiciendo iba el caballero,

que cabalgaba sin paje:

si se le cae la lanza,

no tiene quien se la alce,

y si se le cae la espuela,

no tiene quien se la calce;

maldiciendo iba la hembra

que tan solo un hijo pare:

si enemigos se lo matan,

no tiene quien lo vengar.

A la entrada de un puerto,

saliendo de un arenal,

vido en esto estar un moro

que velaba en un adarve;

hablole en algarabía,

como aquel que bien la sabe:

—Por Dios te ruego, el moro,

me digas una verdad:

caballero de armas blancas

si lo viste acá pasar;

y si tú lo tienes preso,

a oro te lo pesarán,

y si tú lo tienes muerto,

désmelo para enterrar,

pues que el cuerpo sin el alma

solo un dinero no vale.

—Ese caballero, amigo,

dime tú qué señas trae.

—Blancas armas son las suyas,

y el caballo es alazán,

en el carrillo derecho

él tenía una señal

que, siendo niño pequeño,

se la hizo un gavilán.

—Este caballero, amigo,

muerto está en aquel pradal.

Las piernas tiene en el agua

y el cuerpo en el arenal;

siete lanzadas tenía

desde el hombro al carcañal

y otras tantas su caballo

desde la cincha al pretal.

No le des culpa al caballo,

que no se la puedes dar:

siete veces lo sacó

sin herida y sin señal

y otras tantas lo volvió

con gana de pelear.

3

SUEÑO DE DOÑA ALDA

En París está doña Alda,

la esposa de don Roldán,

trescientas damas con ella

para la acompañar;

todas visten un vestido,

todas calzan un calzar,

todas comen a una mesa,

todas comían de un pan,

sino era doña Alda,

que era la mayoral.

Las ciento hilaban oro,

las ciento tejen cendal,

las ciento tañen instrumentos

para doña Alda holgar.

Al son de los instrumentos

doña Alda adormido se ha;

ensoñado había un sueño,

un sueño de gran pesar.

Recordó despavorida

y con un pavor muy grande,

los gritos daba tan grandes

que se oían en la ciudad.

Allí hablaron sus doncellas,

bien oiréis lo que dirán:

—¿Qué es aquesto, mi señora?

¿Quién es el que os hizo mal?

—Un sueño soñé, doncellas,

que me ha dado gran pesar:

que me veía en un monte

en un desierto lugar;

de so los montes muy altos

un azor vide volar,

tras d’él viene una aguililla

que lo ahínca muy mal;

el azor, con grande cuita,

metióse so mi brial;

el aguililla, con grande ira,

de allí lo iba a sacar.

Con las uñas lo despluma,

con el pico lo deshace.

Allí habló su camarera,

bien oiréis lo que dirá:

—Aquese sueño, señora,

bien os lo entiendo soltar:

el azor es vuestro esposo,

que viene de allén la mar;

el águila sodes vos,

con la cual ha de casar,

y aquel monte es la iglesia

donde os han de velar.

—Si así es, mi camarera,

bien te lo entiendo pagar.

Otro día de mañana

cartas de fuera le traen;

tintas venían por dentro,

de fuera escritas con sangre:

que su Roldán era muerto

en la caza de Roncesvalles.

4

EL CONDE ARNALDOS

¡Quién hubiese tal ventura

sobre las aguas del mar

como hubo el conde Arnaldos

la mañana de San Juan!

Con un falcón en la mano

la caza iba a cazar;

vio venir una galera

que a tierra quiere llegar:

las velas traía de seda,

la ejercia de un cendal,

marinero que la manda

diciendo viene un cantar

que la mar facía en calma,

los vientos hace amainar,

los peces que andan ’n el hondo

arriba los hace andar,

las aves que andan volando

’n el mástil las faz posar.

Allí fabló el conde Arnaldos,

bien oiréis lo que dirá:

—Por Dios te ruego, marinero,

dígasme ora ese cantar.

Respondióle el marinero,

tal respuesta le fue a dar:

—Yo no digo esta canción

sino a quien conmigo va.

5

EL PRISIONERO

Por el mes era de mayo,

cuando hace la calor,

cuando canta la calandria

y responde el ruiseñor,

cuando los enamorados

van a servir al amor,

sino yo, triste, cuitado,

que vivo en esta prisión,

que ni sé cuándo es de día

ni cuándo las noches son

sino por una avecilla

que me cantaba al albor.

Matómela un ballestero;

déle Dios mal galardón.

6

COSAUTE

DIEGO HURTADO DE MENDOZA

(H. 1365-1404)

Uno de los pocos poemas castellanos en forma paralelística es este célebre «Cosaute» de Diego Hurtado de Mendoza, quien, además de padre del Marqués de Santillana, fue almirante de Castilla y prócer influyente durante el reinado de JuanIy EnriqueIII. Se distinguió en la guerra naval contra los piratas berberiscos. Sus versos se conservan en elCancionero de Palacio.

Aquel árbol que vuelve la hoja

algo se le antoja.

Aquel árbol de bel mirar

hace de manera flores quiere dar;

algo se le antoja.

Aquel árbol de bel veyer

hace de manera quiere florecer:

algo se le antoja.

Hace de manera flores quiere dar:

ya se demuestra; salidlas mirar:

algo se le antoja.

Hace de manera quiere florecer:

ya se demuestra; salidlas a ver:

algo se le antoja.