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Todos nos parecemos a un pez: algunos, a una sardina; otros (como el novio de la mamá de Sofía) a una amenazante barracuda. Sofía, en cambio, es toda una sirena, aunque su especie está en peligro de extinción. Este libro fue ganador del Premio El Barco de Vapor 2013 en México, así que no te lo puedes perder.
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Veröffentlichungsjahr: 2015
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Edición digital
Coordinación LIJAna Amelia Arenzana GaliciaGerente de LIJ de Ediciones SM
Gestión digitalCecilia Eugenia Espinosa BonillaGerente de Servicios educativos digitales de Ediciones SM
Coordinación editorialFederico Ponce de León Turiján
Coordinación digitalJulio Arnoldo Prado Saavedra
Optimización de contenidos digitalesFelipe G. Sierra Beamonte
Las sirenas sueñan con trilobites / Martha Riva Palacio Obón
ilus. de Paulina Barraza
Primera edición digital, 2014.D. R. © SM de Ediciones, S. A. de C. V., 2011 Magdalena 211, Colonia del Valle, 03100, México, D. F.Tel.: (55) 1087 8400 Para conocer SM, su fondo editorial y sus servicios: www.ediciones-sm.com.mxPara comprar libros de SM en línea: www.libreriasm.com
ISBN 978-607-24-1056-5 ISBN 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor
Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana Registro número 2830
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, o la transmisión por cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
La marca El Barco de Vapor® es propiedad de Fundación Santa María.
Para la más tremenda de las sirenas. A mil metros de profundidad o a nivel del mar, siempre estás.
1. Las sirenas viajan en Volkswagen
MIENTRAS se dirigía hacia la bahía en la parte trasera del destartalado Volkswagen rojo, lo único que animaba a Sofía era que finalmente el mar y ella se iban a ver cara a cara. No es que esto la pusiera completamente contenta, pero al menos le hacía sonreír un poco.
Raquel, su mamá, manejaba sin hablar, con el cigarro en la boca y las cumbias a todo volumen en el radio. Había llegado cansada del trabajo y se había levantado de un humor pésimo. Nada más había recogido su pelo teñido en una cola de caballo y ni siquiera se había maquillado. Eso, como sabía Sofía, significaba que era momento de quedarse callada para salvar el pellejo. Especialmente ahora.
Un poco mareada y sintiendo todo un enjambre de cangrejos rojos en el estómago a causa de los nervios, Sofía volteó hacia la ventana y suspiró fastidiada. Tenía calor, y el asiento del coche estaba pegajoso. Asomándose por la ventana, miró las palmeras que pasaban corriendo por el borde de la carretera. Intentó entretenerse dibujando peces en el vidrio con el dedo, pero se aburrió muy pronto. Los camiones de carga pasaban uno tras otro, sacudiendo el Volkswagen y provocando que Raquel se pusiera de peor humor. Por primera vez en ese día, Sofía sintió verdaderas ganas de llorar. Uno de los cangrejos que viajaban en su estómago decidió subir a su garganta y enredarse ahí.
Raquel le sonrió a través del espejo retrovisor a la niña delgada de cabello negro largo y ojos grandes y ojerosos que viajaba en el asiento trasero. Sofía intentó devolver la sonrisa a su madre, pero no pudo. Raquel no era la única que estaba de mal humor. Incómoda, la mujer subió el volumen al radio. Más cumbias.
Sofía intentó entretenerse hablando con el mar. Aunque nunca se hubieran visto, el mar y la niña ya se conocían, y platicaban desde antes de que Sofía supiera que él se llamaba mar y que ella era una sirena. Porque ella era una sirena (sí, con cursivas, porque ser sirena no es cualquier cosa).
Sofía se había enterado de cuál era su verdadera identidad cuando en Ciencias Naturales le mostraron varias fotos de cómo crece un bebé en el útero. Al verlas le quedó claro que antes de nacer somos como sirenas (a fin de cuentas respirábamos en el agua, ¿no?).
Y no es que Sofía no comprendiera los misterios de la reproducción humana. Entendía lo mismo que sus compañeros… Y tal vez alguien diría que eran necesarias más pruebas para concluir que una es sirena, pero no para Sofía. A ella siempre le gustaba ir más allá.
Es solo una cuestión de óptica. Desde su punto de vista, una podía hacer dos cosas en la vida: imaginarse en un mundo seco en el que tienes que esconderte en las noches entre las jaulas de la azotea, o imaginarse en una azotea, sí, pero siendo una sirena.
No todos disfrutan tanto cambiar de óptica. Incluso parecería que ciertas personas tienen atascado el mecanismo para hacerlo. La maestra de Ciencias Naturales, por ejemplo, le advirtió a Sofía que si no quería reprobar, mejor ni se atreviera a mencionar nada remotamente parecido a una sirena en el examen.
En las noches, Sofía se escapaba con su libro de Ciencias Naturales y una linterna a la azotea. Escondida entre las sábanas húmedas de los tendederos, volvía a ver la foto del bebé-sirena durmiendo en una burbuja y pensaba que ese mar chiquito le había explicado muchas cosas antes de nacer. Porque, sí, Sofía, había nacido con todas las respuestas.
Solo que el mar no le dijo cómo recordarlas. Es una lástima, porque a los nueve uno tiene muchas preguntas en la cabeza. Preguntas tan básicas como “¿Qué tipo de pez es mi mamá?”. Y es que todos nos parecemos a un pez. O al menos eso es lo que Sofía opinaba.
Su maestra de Ciencias Naturales, por ejemplo, cuando con un estornudo inundaba el aire con miles de gotas de saliva, le recordaba a una ballena que navega lentamente por el océano. Casi podía verla lanzando agua a presión por la cabeza.
Claro que no todos los peces son buena compañía. Una cosa es pasarla con una ballena o un pez globo, y otra es tenérselas que ver con una barracuda.
Los esfirenos (Sphyraena spp.) son un género de peces carnívoros de aguas profundas. Conocidos vulgarmente como barracudas, constituyen el único género en la familia de los esfirénidos. Una de sus características más llamativas es que atacan a sus presas con gran rapidez. La carne de la gran barracuda puede ser muy tóxica, debido a que este animal devora ciertos peces coralinos altamente venenosos.
Y la peor de todas las barracudas era José, el novio de Raquel. De algo estaba segura Sofía: definitivamente, a él no iba a extrañarlo. José sabía que Sofía ya se había dado cuenta de quién era él realmente, y el muy hipócrita trataba de despistarla regalándole muñecas.
Pero las barracudas siempre serán barracudas, y es mejor alejarse de ellas. Especialmente si te ven como José veía a Sofía cuando no estaba Raquel. Además, a Sofía tampoco le gustaban los apretones que esta barracuda le daba en el brazo. Sentía como si la llenara de algo pegajoso y viscoso.
A partir de su primer encuentro con José y el apretón de brazos, Sofía empezó a escaparse a la azotea de su edificio en cuanto Raquel salía a trabajar. Todas las noches se escondía entre las jaulas llenas de ropa tendida. Entre José y ella se inició un juego de escondidillas. Pero con él no era divertido. Sofía sabía que tarde o temprano le iban a ganar.
José, el muy chismoso, fingía estar preocupado y corría a acusarla con Raquel en cuanto ella llegaba del trabajo. Le decía ofendido que Sofía se había vuelto a escapar a la calle. (¡Al menos no sabía dónde se metía realmente!) Raquel, molesta, regañaba a su hija. Y cuando Sofía intentaba explicarle que José era una barracuda, Raquel se disgustaba y le respondía que no volviera a salirse.
Aun así, Sofía siguió escapándose a la azotea cada noche mientras Raquel trabajaba. Aunque eso significara pasar frío entre las sábanas húmedas y que la regañaran al día siguiente en la escuela por quedarse dormida en clase. Era mejor que compartir el territorio con la barracuda (Sofía decidió que no valía la pena llamar José a José cuando los dos sabían que no era José, sino barracuda).
Aunque Raquel dijera que eran tonterías y que no quería que su hija se saliera sin permiso, el mar le gritó a Sofía que era mejor correr. Ahora, mientras viajaba con su mamá hacia la Bahía, Sofía volvió a pensar en Raquel y su trabajo. Ella le había dicho que era mesera, pero había cosas que no encajaban.
Cuando tenía siete años, Sofía encontró en un cajón una foto de su mamá junto con sus compañeras de trabajo. Todas eran muy bonitas y usaban unos trajes de baño que brillaban. Raquel se enojó con Sofía por andar esculcando sus cosas y escondió la foto. Pero eso solo hizo que su hija se intrigara más.
Hasta el momento Sofía tenía varias pistas sobre el trabajo misterioso de Raquel:
Era en las noches y no dejaba que Sofía fuera a verla. Usaba un traje de baño muy bonito que brillaba.Cuando creía que nadie la veía, bailaba usando un bastón y se contorsionaba como las mujeres del circo. Raquel y el mar no se hablaban.Sofía empezó a imaginar que su mamá y sus compañeras trabajaban en un circo y volaban de un trapecio a otro mientras un público vestido de gala les aplaudía divertido. Se lo imaginó tantas veces que dejó de creer que pudiera haber otra opción.
Durante sus escapadas a la azotea, Sofía le decía al mar que tal vez vendían palomitas y algodones de azúcar donde trabajaba Raquel. El mar prefirió no opinar al respecto. Con o sin trabajo misterioso, Sofía terminó concluyendo que Raquel era pez volador. Y eso no eran buenas noticias, pues ¿cómo pueden entenderse una sirena y un pez volador si una es del mar y el otro es del aire?
Al final, Raquel, preocupada por las tendencias escapistas de su hija, decidió que Sofía estaría mejor en la Bahía. Sofía opinaba que quien debería irse y que estaría mejor bajo el agua y en una caja fuerte era la barracuda. Pero su mamá —demostrando hasta qué punto era un pez volador— nunca pensó que esa pudiera ser una alternativa. Raquel intentó explicarle que por su trabajo no podía cuidarla y que iba a estar mejor con su abuela, pero Sofía tenía sus dudas. Pero ahora todo eso estaba atrás.
Como Sofía venía pensando en todo esto, no se dio cuenta de en qué momento llegaron a la Bahía. Era un pueblo pequeño y se podía recorrer a pie en una hora. Las casas eran de un piso con terrazas grandes y las calles estaban llenas de arena. Como si la playa hubiera decidido estirarse tierra adentro.
El mar llamó a Sofía. Hablaba muy fuerte; parecía que gritaba.
Raquel se estacionó frente a una casa pequeña con pintura verde, descarapelada a causa del salitre. Sofía, cansada del viaje en carretera, bajó apresurada. Respiró hondo. ¿Conque así olía el mar? Era como tragarse un sol entero por las narices. Volteó hacia la playa mientras se estiraba. En un segundo se borraron Raquel, la barracuda y las noches en la azotea. Solo estaba el mar dándole la bienvenida.
Pero ni ese instante, ni todos los cangrejos ermitaños que corrían por la arena huyendo de las fragatas que volaban graznando sobre ellos, fueron suficientes cuando Sofía se dio la vuelta y se encontró frente a frente con su abuela.
El mar nunca la había preparado para alguien así.
2. ¿Palomitas?
TITA era punto y aparte.
Era alta. Gigantesca. Su cabello largo era gris con blanco y lo llevaba siempre suelto. Había nacido en una isla lejos de ahí, y todavía en las noches de luna llena seguía cantando en un idioma extraño frente al mar. La gente de la Bahía decía que era el idioma de la Isla.
Tita nunca dijo que lo fuera. Pero, bueno, tampoco dijo que no lo fuera.
Tal vez una abuela así no estuviera tan mal. Claro, siempre y cuando pasemos por alto un minúsculo detalle: Tita era un verdadero dragón marino.
En los mapas medievales se ponía la leyenda “Más allá, dragones” para indicar a los navegantes que estaban en un territorio desconocido y que probablemente estaban a punto de llegar a la orilla del mundo.
Pues bien, Sofía había llegado a la orilla del mundo, aparentemente. Le habían dicho que los dragones no existían. Se lo habían asegurado miles de veces, ¡y hasta la regañaron por afirmar lo contrario! Quienes habían dicho semejante barbaridad no conocían a Tita. Nadie que hubiera visto a la abuela de Sofía podía seguir negando la existencia de los dragones.
Compartir la casa con un dragón marino es muy complicado. Sofía lamentó no haber traído con ella un equipo de supervivencia. No sabía en qué consistía exactamente dicho equipo, pero estaba segura de que sería algo más que tres cajas de cartón cubiertas con cinta adhesiva.
A Sofía no le quedó más remedio que enfrentar sola a su abuela. No es que Tita fuera mala, pero había algo en ella que recordaba a una criatura marina muy arrugada y grande. Uno de esos seres gigantescos que, si no te fijas, te pueden lanzar por los aires con sus aletas. Tal vez por eso Raquel había preferido escapar a la ciudad.