Orfeo - Martha Riva Palacio Obón - E-Book

Beschreibung

Martha Riva Palacio retoma el mito de Orfeo para construir una historia de amor que se repite en el tiempo. La prosa poética presente en esta corta novela cautiva y envuelve al lector en una atmósfera donde Eurídice canta por los pasillos de Argos mientras un barco se encuentra suspendido en el mar del tiempo y Orfeo relata, a veces desde su propia voz, otras desde la voz de su amada, estos encuentros y desencuentros, donde él no tendrá más remedio que mirar hacia atrás una y otra vez. Varias historias entretejen esta novela y será decisión del lector decidir cuál de todas es la verdadera.

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Seitenzahl: 70

Veröffentlichungsjahr: 2017

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© Ernesto Durand

MARTHA RIVA PALACIO OBÓN  Es escritora, poeta y artista sonora. Estudió psicología en la Universidad Iberoamericana y la maestría en artes visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM. Ha publicado poesía, álbum ilustrado, novela y cuento. Algunas de sus obras han recibido importantes premios y reconocimientos, como el XVI Premio de Literatura Infantil Barco de Vapor, el XVIII Premio de Literatura Juvenil Gran Angular, el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2014 y el Premio Fundación Cuatrogatos 2016. En el FCE ha publicado también la novela Buenas noches, Laika en la colección A la Orilla del Viento y el poemario Lunática en coedición con la FLM.

Primera edición, 2017 Primera edición electrónica, 2017

© 2017, Martha Riva Palacio Obón

D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel.: (55)5449-1871

Colección dirigida por Socorro Venegas Edición: Angélica Antonio Monroy Diseño del forro: León Muñoz Santini y Andrea García Flores

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5270-6 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

MARTHA RIVA PALACIO OBÓN

ÍNDICE

Donde descubro el infinitoDonde descubro la muerteDonde descubro la vidaDonde descubro mi vozDonde no miro atrásDonde descubro el tiempo

Para Ernesto, por todas esas nochesde insomnio en las que navegó conmigohasta la isla del Ámbar.M. R. P. O.

Al perder por segunda vez a Eurídice en el inframundo, Orfeo, príncipe de Tracia, comprendió que el alma pasa por más de mil vidas y que, de volver a encontrarse en la misma situación, no tendría más remedio que mirar de nuevo hacia atrás. Así murió el cantor y nació el oráculo.

ANÓNIMO, Papiro XVII de Alejandría

Es privilegio de las leyendas el no tener edad.

JEAN COCTEAU, Orfeo

AHORA CANTARÉ SOBRE LA LLUVIA, LA SANGRE

y un barco suspendido en el mar del tiempo.

Te contaré historias de los difuntos

y del tenue rastro que dejan bajo la tierra.

Tú decidirás cuál de todas es la verdadera,

pero escucha con cuidado

cuando te hable del fuego y del ámbar,

o no podré traerte de vuelta.

Porque hoy cantaré sobre los muertos

y a cambio me quedaré con uno.

DONDE DESCUBRO EL INFINITO

El sonido de los campos de ki en Marte.

Las canciones que me enseñaron los viejos de la caravana mientras cruzábamos por el Paso de Tharsis. Nuestras dos lunas, la noche que vi el fuego y los biodomos que apenas consiguen protegernos de las tormentas de arena. Hay días en el Magreb Rojo en los que el horizonte se borra y no es posible distinguir entre arriba y abajo. También allá nos da vértigo, lo llamamos el Gran Mal: un día tu mente se quiebra y caminas sin rumbo hasta que se te acaba el oxígeno. El horror de lo homogéneo. Lo que nos angustia no es que las dunas sean iguales sino que parecen no tener límite.

Debí hablarte sobre esto, Eurídice, pero era la primera vez que venías a verme y, cuando me preguntaste en qué estaba pensando, me dio pena decirte que extrañaba el desierto. ¿Quién podría extrañar el desierto cuando nos encontramos navegando hacia la Tierra del Sol?

Preferí hablarte sobre los vórtices de plasma y de cómo estudiamos la estructura de nuestra estrella traduciendo en sonido las ondas que sacuden su superficie.

Tú te acurrucaste en mi saco de dormir y me pediste que te compartiera algunas de mis grabaciones. Estabas exhausta. Habías pasado casi todo el turno trabajando afuera con tu equipo de mantenimiento y aún te sentías suspendida en medio de esta inmensidad en la que ya ni siquiera es posible distinguir claramente nuestro mundo. Todo lo que conocemos se encuentra a millones de kilómetros de nosotros.

Debí hablarte sobre el vértigo pero no quería ahuyentarte.

Tú querías que te llenara la cabeza de ruido y a mí no me importó guardar silencio mientras escuchabas mis grabaciones. Antes de que llegaras a verme al final de ese turno, lo único que quería era estar de vuelta en el Magreb. Hemos crecido en confinamiento y no importa qué tan grandes sean los biodomos que construimos, nunca podremos quitarnos de encima la sensación de encierro. Cruzamos con nuestras caravanas por valles y cañones tan grandes que no es posible abarcarlos con la vista, pero aun así nunca podremos apreciarlos de cerca. Dices que hubo una época en la que podíamos respirar directamente la atmósfera del mundo en el que habitábamos, aunque yo sólo recuerdo haber vivido siempre dentro de un paréntesis de aire en medio del vacío. Pero tenemos un mundo, y el saber que es nuestro nos ayuda a combatir la claustrofobia.

Aquí no hay nada a lo que uno pueda anclarse.

El Sol brilla rodeado de materia oscura y no tiene sentido medir nuestro tiempo en función del día y de la noche. Aquí es fácil olvidarse del tiempo y perderse en un ciclo infinito en el que un turno sucede a otro sin que recuerdes ya cuál es el sentido de todo.

Así fue como nos encontramos, atrapados en este capullo de metal en medio de la nada. Primero tu cabello, después tu voz y por último tus manos recargadas sobre la mesa del comedor. También era la primera vez que salías de Marte. Que ese turno aparecieras en mi cabina evitó que me fuera a la deriva.

Cuando se terminó la lista de reproducción, me pediste que la pusiera de nuevo y volviste a cerrar los ojos. Me acosté a tu lado y nos arrullamos con la sinfonía de los millones de partículas de viento solar que se degradaban entre las velas magnéticas del Argos. Aquí he escuchado tempestades que parecen haber sido creadas por genios tan antiguos como los que dices que habitan en Gea.

Después de esa primera vez que dormimos juntos, se volvió costumbre que aparecieras en mi cabina al final del turno. Te metías en mi saco de dormir y me pedías que te mostrara las grabaciones que había realizado en el observatorio. Escuchar al Sol cobró para nosotros un nuevo sentido.

Nunca imaginé que el estruendo de nuestra estrella alimentaría tu vértigo a tal grado que lo único en lo que podrías pensar sería en el abismo y en lo frágiles que te parecían los muros de nuestra nave. En tus pesadillas, el casco del Argos se desgarraba expulsando todo nuestro oxígeno al vacío. Afuera es imposible sobrevivir sin protección más de una fracción de segundo; sin embargo, tú sentías que te hervía la sangre durante una eternidad.

Lo peor de tus pesadillas no era el horror de verte precipitada al vacío, sino el placer que sentías cuando estallaban los muros de la nave. Te preocupaba que un día no pudieras resistir más la tentación de salir sin tu traje.

Sabías que cada vez te era más difícil controlar tu cuerpo.

—¿Qué es lo que se oye al fondo? —me preguntaste en el quinto turno que dormimos juntos.

—Estática —respondí sin pensarlo mucho. Era la tercera vez que reproducías la misma grabación y estaba cansado.

—No, hay algo más.

—Son las ondas de radio que emite el Sol…

—¡Escucha! Alguien está cantando.

Reinicié por cuarta vez el archivo pero no detecté nada fuera de lo común.

—No hay nadie —dije quitándome el audífono.

Pero tú ya no me oías. Ni siquiera reaccionaste cuando me acurruqué a tu lado. Apretando tu audífono, seguías escuchando una canción que sólo existía en tu cabeza.

Dos turnos después tuviste un ataque de pánico a la mitad de un trabajo de mantenimiento. Mientras cambiaban una de las trampas de partículas de la proa, escuchaste de pronto el bramido de un océano en el interior de tu cuerpo. Olvidando que se trataba del flujo de tu propia sangre, levantaste la mirada y la viste brillar frente a ti por primera vez.

Gea, la estéril.