Los Apóstoles de Abraham - Leonardo Palermo - E-Book

Los Apóstoles de Abraham E-Book

Leonardo Palermo

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Beschreibung

En una Detroit post-industrial sumida en el caos, Sigmund Smid enfrenta la caída de su familia y su ciudad. Su hijo Boris se convierte en un criminal implacable, mientras su otro hijo, Mark Levy, queda paralizado tras un trágico accidente. En medio de la desesperación, el abuelo Abraham encuentra en un arsenal olvidado la clave para recuperar lo que queda de su familia. Juntos, abuelo y nieto luchan por la justicia y la redención, enfrentándose a un destino que los ha traicionado.

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Seitenzahl: 182

Veröffentlichungsjahr: 2024

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LEONARDO PALERMO

Los Apóstoles de Abraham

Palermo, LeonardoLos apóstoles de Abraham / Leonardo Palermo. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5475-8

1. Narrativa. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

Agradecimiento

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Posdata

Con amor a todos los niños del mundo, especialmente a aquellos que inspiraron estas páginas. Que esta historia sea un recordatorio, que dentro de cada niño hay un poder infinito esperando ser descubierto.

Sí, sí, claro que podemos ayudarlos, es nuestra obligación hacer de este mundo algo mejor. Disfrutemos con amor el proceso.

Agradecimiento

A los guardianes de la sonrisa sincera y la esperanza firme, que en las sombras de las adversidades encuentran su propia luz. Para aquellos cuyos corazones son más fuertes que las circunstancias y catalizan sus heridas en alas para volar.

Capítulo 1

6 de marzo de 2008

—¡Baja el arma de tu cabeza! –Grito Susan Britos, cuando entró al cuarto frío y oscuro de Brian, su hijo mayor; en desuso desde que este se fue a la ciudad de Hudson. Su loca carrera y sus gritos desesperados, no fueron suficiente para detenerlo.

A Susan, alguien la había puesto sobreaviso de lo que estaba sucediendo en su casa. Mientras ella, había salido a despedirse de sus amigas y vecinas de toda la vida. Una mudanza obligada, que no aceptó de buena gana, pero que no tenía alternativa. Apenas abrió la puerta de la habitación, reconoció la figura de su marido junto a la ventana; con una pistola que le pareció enorme apoyada sobre la sien derecha. Volvió a gritar mientras corría desesperadamente a su lado. Aún así, la decisión estaba tomada y su pedido no fue escuchado. El disparo certero arriba del oído, hizo que la cabeza de Sigmund, volara por los aires.

Fragmentos de hueso, sangre tibia y un licuado de sesos, cubrieron literalmente todo el cuarto. Cortina, ventana y paredes, mientras que su cuerpo sin vida caía en cámara lenta, sobre una alfombra marrón con dibujos arabescos, rojos azules y dorados, comprada en los años buenos…

La maratónica y desgraciada historia de Sigmund Smid, comenzó mucho antes, tanto que ya había olvidado cómo fue ese camino de pendiente sin retorno. Después de trabajar en la fábrica Ford, por más de dos décadas, vio con sus propios ojos como el gigante de Detroit caía de rodillas. Nunca se había imaginado, que el imperio cerraría sus puertas, dejando a miles de trabajadores en la calle. Y aunque uno de los jefes de sección, lo había puesto sobre aviso que eso pasaría, hizo caso omiso.

Él, era un excelente mecánico armador, podía elegir mudarse a Texas o Chicago donde la empresa podía reubicarlo sin inconvenientes, pero no aceptó. Resistió el embate y buscó trabajo en algunas de las empresas que sí se quedaron, defendiendo su terruño hasta las últimas consecuencias. Todo lo que amaba estaba en Detroit, su familia, una casa digna y bella, lograda con su propio esfuerzo; sus amigos y una hipoteca que pagar. Aparte creyó que esa coyuntura era temporal, solo faltaba la intervención del estado central y en un chasquido de dedos las cosas volverían a la normalidad.

En aquellos tiempos, miles de empresas quebraron, contagiadas por el efecto dominó. Otras tantas se declararon en bancarrota y las que tuvieron mejor estrategia, se mudaron a otros estados menos conflictivos, e incluso muchas optaron por irse a otros países. Ciento de miles de operarios quedaron sin trabajo, sin techo y con poco que comer, en tanto deambulaban como zombis por la gigante metrópolis, que ya no los reconocía, ni necesitaba. A consecuencia vinieron los robos, secuestros por encargo, saqueos, asesinatos, todo estuvo al orden del día. Sin ley y sin orden. El siglo XXI comenzaba a sangre y fuego. La otra cara del capitalismo salvaje. La gran debacle estaba en marcha y no había vuelta atrás. Salvando distancias, como cuando ocurrió el gran incendio de 1805 donde se quemaron hasta los cimientos, más no la voluntad de levantarse de sus cenizas, como lo indica su bandera. Esta vez hasta la voluntad se desplomó como castillos de barro en medio del vendaval.

La maravillosa y pujante meca, motor de la nación estaba herida de muerte. Y la pregunta obligada, fue su estandarte y emblema nacional. ¿Qué pasó en Detroit?

Hay decenas de explicaciones y cientos fueron las causas, entre ellas, la crisis del petróleo, negligencia, mala praxis y por sobre todo corrupción y desidia…

Sigmund Max Smid había nacido un viernes trece, en el mes de enero de 1955 en una ciudad muy distinta. Único hijo, padre obrero y una madre enfermera, infancia feliz y adolescencia interrumpida. Al morir su padre tuvo que abandonar la facultad para ir a trabajar a la misma empresa que lo vio morir en un accidente en la planta de embalaje. Un pasado Clark, lo aplastó, quizá por un descuido del conductor o por fallas en los frenos. La verdad nunca se supo. De todas maneras, nunca le gustó el estudio y con sus diecisiete años aceptó el puesto que dejó vacante su padre, sin resignación y con cierto entusiasmo. Ayudó a su madre y gozó la vida de adolecente con responsabilidad. Después de todo estaba en la mejor ciudad de Estados Unidos de América. Detroit cuna del automóvil, el whisky clandestino y la música Motown. Rodeada de hermosos lagos, montañas nevadas en invierno y su maravilloso río homónimo que los separaba de los aburridos canadienses. Una soltería prolongada, hasta que conoció al amor de su vida y se casó en la primavera de 1985. Como obrero calificado y un buen sueldo no tuvo problemas en pedir un préstamo para comprarse una bella y enorme casa en el distrito de Harlem, un vecindario de clase media acomodada en la orilla sur del río Detroit. Allí formó su familia con su amada Susan, hija de emigrantes mexicanos. Gente llegada en la primera mitad de los cuarenta, cuando la ciudad comenzaba a expandirse y se embellecía con fabulosos centros comerciales. Maravillosas salas de cines, hoteles gigantescos y casinos lujosos.

El primer hijo colmó de felicidad la vida de la feliz pareja. Susan renunció a su trabajo de enfermera en el hospital J. F. Kennedy y se dedicó con el más tierno amor al cuidado de Boris Brian, niño astuto, calculador y decidido. Tan pronto comenzó a caminar mostró su determinación. Al segundo hijo lo bautizaron Mark Levy, robusto y mestizo. Rasgos aztecas como su madre, trigueño, ojos grandes y negros, nariz ancha, mentón cuadrado, de pelo oscuro y brilloso, manos fuertes y tenaces. Contrarrestaba por completo con la palidez de Brian. Este se parecía más a su padre, pelo entrefino y rubio, ojos grises y hundidos, delgado, pómulos prominentes, dientes pequeños y un lunar del tamaño de un botón de camisa en la barbilla del lado izquierdo.

La crisis que comenzó lenta pero sostenida en la década de los setenta, dieron ciertos indicios de la peligrosidad del sistema, pero ni las autoridades locales, ni el estado central, hicieron algo para detenerla. Atados con una soga al cuello que apretaba año tras año el nudo, cada vez más y lo peor estaba por comenzar. Las pandillas juveniles, en otrora pícaras y mansas, se volvieron violentas e incendiarias de edificios y casas abandonadas. Robos, saqueos y asesinatos se sumaron a diario. Y de buenas a primera, un masivo exilio dio comienzo a largas caravanas de camiones de mudanzas y autos repletos de bagallos, que migraron de una triste y desolada ciudad; para beneplácito de truhanes desalmados y peligrosos. En ese ambiente hostil, tuvieron que crecer los hijos de Smid.

Boris Brian, siendo el mayor y teniendo más libertades, comprobó en carne propia, cómo su hermoso vecindario se transformaba literalmente en una cloaca. Los años felices habían quedado atrás, sus amigos eran otros y su nuevo colegio fue un mero pasatiempo. Las riñas se hicieron habituales y él jamás rehusó una, por desventajosa que fuera. No solo porque era bueno en las peleas, sino porque su instinto lo obligaba desde adentro como algo visceral y profundo que no podía dominar. Pero también sabía que tarde o temprano formaría su propia pandilla, para bien o para mal.

Sigmund afrontó con hidalguía los avatares de su penoso descenso social, primero se desprendió de su hermoso Mustang 880 de colección, totalmente restaurado por sus propias manos. Luego la moto Harley Davidson azul y para certificar su derrota, cambió la camioneta Van Chevrolet, que usaba Susan, para llevar a los chicos al colegio, por una vieja camioneta Dodge de mucho menos valor. Nunca se quejó, optimista y trabajador, callado y agradecido de la familia que tenía, no había ninguna posibilidad de bajar los brazos, aunque aquel día del accidente se quebró y jamás se recuperó.

12 de febrero de 2000, 07:30hs

Luego de dejar a Boris en la preparatoria San Michel, siguió por la avenida Cleveland hasta la primaria estatuaria Abraham Lincoln, apenas a ocho kilómetros hacia el norte. Pero ese viernes nublado y húmedo no llegaron a destino. Una camioneta a gran velocidad y en contramano, los embistió sobre la parte delantera izquierda de su vehículo. Dieron varios tumbos por una banquina empinada, para detenerse tres metros más abajo. Las ambulancias llegaron veinte minutos después y fueron trasladados hasta el hospital central. Susan apenas sufrió algunos magullones, pero Levy no tuvo la misma suerte. Un golpe en la cadera partió su columna en la sexta vértebra.

El conductor de la otra camioneta fue arrestado y condenado a siete años por conducir en estado de embriaguez, con licencia vencida y sin seguro. De nada sirvió el juicio, el infeliz estaba en la ruina como la mayoría. Apenas con nueve años de edad, Mark Levy, sabe que su vida está truncada. Y para completar el cuadro, Marie Ximena llega en el momento menos oportuno. La pequeña estrella, irradia con su simpatía y su sonrisa angelical sus magras vidas. Frondosa cabellera rubia casi blanca, ojitos azules como el abuelo Smid, tan pálida y delgada como Brian, traviesa y vivaz como un gatito. Ama la música Motown como todos en su casa y prefiere a Mary Wells a Heddy Holland, para dormir. También, para colmo de males, ese año, los sucesivos arrestos de Boris Brian, por consumo de marihuana y disturbios callejeros terminan de llenar la copa. Luego pasa un año entero en el correccional Richmond. Cuando sale se despide del comisionado con una frase que delataría su futuro inmediato.

—Ya terminé mis estudios aquí dentro, ahora yo pongo las reglas, adiós y hasta la vista señor Miller.

Miller Saufer queda petrificado, lo ve salir tranquilamente con las manos en los bolsillos…Luego diría: “No me anime a reprimirlo, algo en esa mirada me decía que tenía que tener cuidado con lo que decía o hacía”. “Apenas un chiquillo, pero me heló la sangre” Recordaría Miller en sus declaraciones, y agrega “No pude mantener su mirada, daba miedo”

Sigmund se desmoronaba día a día entre el whisky y las penas, como la misma ciudad. Un hijo pendenciero, otro postrado en un sillón, mirando televisión todo el día; sin trabajo fijo, sin vehículo y sin dinero para llevarlo a un colegio a terminar su educación. Ni siquiera puede comprar una miserable silla de ruedas para que Mark, salga adelante y aliviarlo de su encierro. Pero todavía no está abatido.

—Sabes hijo, anoche tuve un sueño. Bajaba por las escaleras hasta el sótano, me detuve frente a un tablero de herramientas que estaba reluciente, ellas bailaban al compás de una canción de The Miracles y brillaban centelleantes de felicidad…Luego desperté con una sonrisa y me puse a pensar si había un mensaje detrás de aquel sueño ¡y a fin me di cuenta! ¡Si no puedo comprarte una silla yo mismo la fabricaré! –Dijo orgulloso por su oficio. Y repuesto temporalmente de la atroz depresión que sufría, dejó de golpear a Boris Brian, con o sin motivo. De buenas a primera comenzó a salir por el vecindario rescatando fierros, ruedas y todo aquello que le resultó de su interés. Luego armó un improvisado taller en el sótano y compartió más tiempo con Mark Levy; mientras este se entretenía mirando viejos libros de mecánica de autos y motos que supo coleccionar su padre de joven. La relación se fortaleció y se volvieron inseparables. La pasión por los fierros los unía.

La primera silla fue algo rudimentaria, pero resultó práctica para la función. Al fin, Mark, pudo desplazarse sin tener que llamar por ayuda. Volvió a salir a la vereda y juntarse con una docena de chiquillos del vecindario, para compartir momentos de felicidad motorizada y veloz. En su vehículo que bautizó como “Metallic Dragon” más por su aspecto estrambótico y singular, que, por las alas, que más adelante le pondría. Y mientras todo ese despiole de Boris, sacudía a la familia, él disfrutaba de su popularidad. Sus nuevos amigos se agrupaban en la puerta de su casa y por extraña circunstancias, el nuevo grupo, compartía su pesar. En una ciudad violenta, las primeras víctimas son los niños. Accidentes, maltrato infantil, desnutrición severa y tantas otras causas, pero que a pesar de sus dificultades se divertían como cualquier niño.

La noticia se esparció por el barrio y a partir de ese momento, el taller del señor Smith, se convirtió en una pequeña fábrica metalmecánica, cuyos anaqueles se llenaron de ruedas, caños, asientos y chatarra. Rescatadas de empresas que cerraban casi a diario. Chatarra, transformada por sus hábiles manos, en algo útil. Sillas especiales, muletas, prótesis a medida, etc. Un taller donde entraban chicos tristes y salían con una sonrisa de oreja a oreja; veloces y felices. Algunos solo necesitaban muletas o plataforma para su calzado, otros, alguna prótesis para reemplazar el miembro faltante. Comprarlos no era la opción.

Capítulo 2

Enero 2004

Ernesto Britos, sargento de la cuarta columna del ejército norteamericano, hermano mayor de Susan, había viajado desde Hudson con una sola misión, enderezar el torcido sobrino.

—No hay que ser tierno en la formación de un adolecente, la vida disciplinada del ejército lo va hacer reflexionar y si no véanme a mí, yo también fui un pícaro bellaco y vean quien soy ahora.

Ernesto lucía orgulloso las medallas que enarbolaba su pecho, todas ganadas en combate. Nunca pregunto si la guerra en Vietnam fue justa o no. Solo supo obedecer órdenes y apretar el gatillo cuando se lo ordenaban.

Extrañamente Boris Brian no se rehusó al cambio que tendría su vida, hasta le gustó la idea. Unas semanas después ya estaba alistado en el ejército que tanto admiraba su tío, un gran alivio para sus padres y un buen ejemplo para los jóvenes que, como él, estaban desorientados y sin rumbo.

Cinco meses después recibieron la primera carta de Boris, la enviaba desde Haití, según decía convencido. “Seré un soldado como el tío Ernesto y sus hijos, seré un orgullo para ustedes y la nación también… ya verán”

Brian se adaptó fácilmente a su nueva vida, según sus cartas “algo rigurosa y levantarse temprano, es una mierda, todo lo demás está súper bien”.

Aprendió a usar armas de todo tipo, explosivos, estrategias de ataque y defensa, combate cuerpo a cuerpo, manejar vehículos pesados y náuticos… y en todo se destacaba. Líder natural, supo sobresalir entre sus pares. Hábil y obediente rápidamente se ganó la confianza de sus superiores quienes lo propusieron para dragoneante de compañía, pero el joven y talentoso Boris Brian tenían en mente algo distinto…inesperadamente desertó del comando, llevándose gran cantidad de armas, explosivos, y un primo que lo seguiría hasta el mismo infierno si fuere necesario.

—¡Tiene que ser un error! –Dijo el sargento mayor Ernesto Britos cuando lo arrestaron por conspiración y traición a la patria.

—¡He dado mi vida a este país! ¡Soy un maldito patriota y exijo respeto! ¡No hay derecho!

—Lo siento sargento mayor, son órdenes. También sus hijos tienen mucho que aclarar. –Dijo su superior y amigo personal de armas.

Por meses la casa de los Smid estuvo vigilada. La CIA, FBI, y la policía militar, día y noche hicieron guardia esperando que Boris Brian regrese a su casa o al menos que se comunicara con ellos. La noticia había corrido como pólvora en Detroit y las pandillas al menos por ese tiempo estuvieron moderadas, la ciudad estaba prácticamente sitiada, las fuerzas del orden patrullaban incesantemente, pero del dragoneante Smid y el cabo Britos ni una noticia…

Fue esa misma noticia la causal de desalojo, el banco había contemplado el sacrificio de la familia para salir adelante y conservar su casa, postergó una y otra vez la fecha, pero ahora no quería ser cómplice de tener que ayudar a la familia de un delincuente sumamente peligroso.

—El plazo expiró –dijo el gerente del banco, llévense cuanto puedan solo tienen 72 horas para buscar otro sitio… –El desalojo es inminente, de lo contrario entraremos con la fuerza pública y las consecuencias serán totalmente desagradables.

Esa mañana, Mark Levy y su hermana Marie Ximena estaban en la vereda, saludando a una cantidad de amiguitos que se habían acercado a despedirlos. Muchos vinieron con juguetes, otros con cartas de despedida y promesas de seguir como amigos a pesar de las distancias. Después de todo, New Short no está tan lejos decían emocionados y con cierta tristeza.

Sigmund tragó saliva y se dijo a sí mismo. “A empezar de nuevo…qué más da, es hora de cambiar de aire y salir de esta ciudad maldita”, mientras guardaba las últimas pertenencias en cajas de cartón. Pronto vendría el camión de mudanzas.

¿Pero qué es esto? Se preguntó cuándo una pequeña caja de metal de acero inoxidable acababa de caer de un estante superior de la repisa, bajo sus pies. Al verla en el piso, automáticamente recordó las palabras de su padre… (Esto Sigmund es tu salvoconducto, si alguna vez necesitas ayuda y es una situación de vida o muerte busca a este hombre, entrégale esta caja y la llave que hay dentro) luego la cerró y la puso sobre sus manos, eso fue todo lo que le dijo antes de morir cuando todavía estaba en el hospital agonizante… Simun cerró los ojos y quiso recordar algo más, pero no había más, eso era todo, quizá no hacía falta ninguna explicación, o una explicación a esa edad se olvida pronto; también creyó recordar alguna historia de guerra, quizá ese hombre sea algún compañero de batalla incondicional o algo parecido. Úrgeteo intrigado por dentro y vio que estaba la carta, y se dijo ya es hora de que la lea…

Lo demás pasó en segundo, la brusca frenada justo frente a su casa, hizo que la caja cayera de nuevo al piso. Después escuchó un estrepitoso disparo que explotó en sus oídos, pero que le partió el alma... corrió desesperadamente hasta la vereda donde jugaban sus hijos, los gritos y llantos de la chiquillada anticiparon el drama. Marie Ximena, su pequeña y querida hija yacía tirada en el piso con un ahuero de bala en el pecho, de pie junto a ella estaba Boris Brian con una pistola en la mano izquierda...

—¿Creías que nunca más volverías a verme? Oh pobre papito…

Ese no era su hijo, era un monstruo que se había apoderado de Boris Brian, la risa loca y desencajada explotó sus oídos más que el disparo. Su mirada fría y metálica, quemó sus pupilas, el cinismo bestial y brutal lo paralizó. Parecía una hiena frente a su víctima, gozando del festín final. Sigmund cayó de rodillas, recogió el cuerpito de Marie Ximena entre sus brazos, lo apretó con fuerza contra su pecho, mientras un ahogado llanto lo consumía.

—¡Vine a despedirme papito! ¿O creías que te saldrías con la tuya? ¡La venganza es dulce cuando llega! Ahora lo sabes. ¡Vamos! toma mi arma y termina con esta farsa… ¡Otra cosa papito! no te atrevas a querer dispararme por la espalda mis hombres no te darán tiempo y la masacre llevará tu nombre, al resto de la familia…

Decenas de chiquillos lloraban tirados boca abajo en el césped muertos de miedo, varios de sus hombres no los dejaron ir, luego Boris Brian colocó suavemente el rémington 480 sobre el cuerpo de su hermana que todavía estaba en los brazos de su padre y le dijo. Vamos no seas cobarde termina de una vez. Después subió a su Mustang negro y salió lentamente, seguido por su banda que en la huida desparramaba tiros al aire aterrorizando a la muchedumbre curiosa.

Simun entro al living, colocó el cuerpito sobre el sofá, tomó la Rémington 480 y lo llevó hasta su cabeza, apenas un flash de luz lo detuvo, bajó las escaleras hasta el sótano, recogió la cajita de metal y salió como un sonámbulo, hasta la vereda.

—¡Mark Levy! toma esta caja, es todo lo que tengo para ti, busca a este hombre y explícale lo que acaba de pasar, dile que eres el nieto de Francis Verio Smid, pídele ayuda, él sabrá qué hacer. No te detengas por nada en el mundo.

Mark Levy no pudo entender lo que acababa de pasar, aterrorizado de muerte secó sus lágrimas, limpio sus mocos con la manga de la camisa y se rehusó a la orden. Aunque en los ojos furibundos del padre, vio la muerte, el odio, la desidia y también la redención…Era evidente que algo no había hecho bien y Marie fue el precio que tuvo que pagar…

Por piedad sujetó la caja metálica, luego leyó el nombre y la dirección y escuchó por última vez la voz de su padre gritar a todo pulmón. –¡Ve hacia el lago Michigan! ¡Vete a toda prisa y jamás regreses!

…Se fue sin mirar atrás, solo con un grito que explotó en sus labios y que retumbó como un eco perdido en el barrio, donde la tragedia se vivía a diario.

—¡Me vengaré padre, juro que me vengaré!...