Los cuatro Robinsones - Pedro Muñoz Seca - E-Book

Los cuatro Robinsones E-Book

Pedro Muñoz Seca

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Los cuatro robinsones es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la historia se articula en torno a cuatro amigos que engañan a sus parejas diciéndoles que se van de crucero, cuando en realidad se van de juerga a un cortijo andaluz. Tras el naufragio del supuesto crucero, tendrán que fingir ser náufragos.

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Seitenzahl: 112

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Muñoz Seca

Los cuatro Robinsones

JUGUETE CÓMICO

en tres actos y en prosa

Saga

Los cuatro Robinsones Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1917, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508031

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Esta obra es propiedad de sus autores, y nadie podrá, s í n su permiso, reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los cuales se hayan cele brado, ó se celebren en adelante, tratados internacio nales de propiedad literaria.

Los autores se reserva el derecho de traducción.

Los comisionados y representantes de la Socíedad de Autores Españoles son los encargados exclusivamente de conceder ó negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.

–––––––

Dro í ts de representation, de traduction et de reproduction réservés povr tons les pays, y compris la Suéde, la Norvège et la Hôllande.

–––––––

Queda hecho el deposito que marca la ley.

A la memoria de mi madre de mi alma,

Enrique.

A la memoria de una santa que se llamó en vida D.a barmen Alvares Jerrano,

Pedro Muñoz Seca.

REPARTO

PERSONAJES ACTORES CONCHA GUERRA Sra. Muñoz. SEBASTIANA Martínez. ANGUSTIAS Martínez. MARY MACHS Srta. Rey. MARCELINA Haro. BLANCA Sra. Siria. ESMERALDA Seta. Leon. BIBIANA Riquelme CARIDAD Riquelme PIEDAD Geijo. MARTINA Caucín. CASILDA Fernández. LUISITA Pardo. LEONCIO GOMEZ Sr. Bonafé. VENANCIO LÓPEZ Zorrilla. GERUNCIO SÁNCHEZ González. CRESCENCIO PÉREZ Espantaleón. PEPITO Asquerino. CURRITO Moreno. ARMANDO Moreno. ALECOK Moreno. ARENAL Del vaile. SANTIAGO Pereda. ZALDÍVAR Pereda. EL CIPRÉS Riquelme. BIBIANO Riquelme. CAMARÓN Delgado. ERNESTO Delgado. EL GAYARRITO Insúa. VILLALÓN Granja. MERCIERIK N. N. KALVENIEF N. N.

––––––––––––

ACTO PRIMERO

Cenador de un espléndido Jardín en una quinta levantina. El cenador está cubierto por espesos parrales y está adornado con guirnaldas y farolillos a la veneciana. El lateral derecha, en sus dos primeros términos, está formado por la fachada de un suntuoso y elegantísimo edificio, con puerta en el centro. En el lateral izquierda, último término, se ve el arranque de otro edificio meaos lujoso. Es de día. Epoca actual, y en el mes de Abril, por más señas.

––––

(Al levantarse el telón están en escena sebastiana y camaron . La primera, guardesa de la quinta, es una mujer como de cincuenta años. Camarón es un marinero Joven y con cara de bruto.)

Seb . (Junto a la puerta de la derecha, escuchando.) Si; están acabando de comer.

Cam . Bueno; pero oiga usted, Sebastiana. ¿De veras que no saben ustedes quienes son esos señorones?

Seb . (Dándose importancia.) ǃHombre!...

Cam . Vamos, dígame usted lo que sepa de ellos.

Seb . ¿Me prometes no decir a nadie una palabra?

Cam . Hágase usted cuenta de que dialoga con una palangana.

Seb . Pues verás. Hace varios días recibió mi marido una carta del amo de la finca, que como sabes está en el extranjero, en la que le decía: «Apreciable Santiago: es posible que en este mes se presenten en esa con una carta mía, varios amigos entrañables que desean pasar en «El Rincón» una temporada. Pon la finca a su disposición.» Y en efecto, hace tres días se presentaron con la carta del amo esos cuatro señores y esas dos señoritas.

Cam . Bueno, ¿pero quiénes son ellos?

Seb . Los apellidos no los sé; pero por lo que he podido entresacar, el delgado y alto es gobernador, el otro delgado y más joven es diplomático, el grueso de la perilla es general y ese otro, el de la cara tan seria, es nada menos que magistrado de Audiencia.

Cam . Camará y vaya una gentuza.

Seb . ¿Pero qué dices, Camarón?

Cam . ES que hablo en irónico. Continúe.

Seb . Pues nada, que nosotros al verlos, pensamos: estos señores y estas señoritas, vienen aquí a pasar unos días de sosiego lejos del bullicio de la capital; pero, muchacho, no llevaban en la finca media hora cuando el gobernador, que debe tener cincuenta y seis corridos, empezó a pedir cazalla y a gritar que le fueran por unas castañuelas.

Cam . Camará, qué raro.

Seb . El general gritaba: «a ver, que me traigan señoras que no pasen de los veintidós años.

Cam . No es un idiota, no.

Seb . El diplomático decía: «naipes, que vayan por naipes», y el magistrado, que parecía el mas circunspecto, rompió a gritar: «puesto que el plan es ese, que vengan guitarristas y bandurrieros acompañados de bailadoras, cantadoras y jaleadoras que nos distraigan unas horas.»

Cam . Y, oiga usted, ¿son de acá, de la provincia de Castellón o son de Alicante?

Seb . No lo sé; lo que puedo decirte es que llevan tres días de jarana, que no sé cómo tienen cuerpo.

Cam . Na, que estos señoritos se dijeron: vamos a correr una juerga; pero vamos a correrla hasta que sudemos la gota gorda, y si todavía no han roto a sudar, es que no sudan ni con salicilatos. ¡Qué gentecita hay en el mundo!

Seb . Yo estoy muerta. Desde que llegaron no he pegado un ojo y mi pobre marido no hace más que ir a la capital, con una barba postiza, para que no le conozcan, y traer barriles de cognac, cuerdas para las guitarras, bicarbonato para el magistrado, etc., etc. y está el pobrecillo cansado de una manera, que el día que se meta en la cama la parte.

Sant . (Por la puerta de la derecha, hablando hacia el lateral.) Sí, señor; no se me olvidará nada. (Entra en escena.) Ea, otra vez a la capital. Estoy viajando más que Lerroux.

Seb . Escucha, ¿qué encargos llevas?

Sant . (Sacacdo una lista.) Lo de siempre. Dos cajas de amontillado Domecq. Cuatro mazos de brevas Carvajal, polvos de arroz marca «Miochotis» y esencia de «Ubigán» para las señoras; ir de parte del barón a ver a dos tíos y traerme ocho primas.

Seb . ¿De quién?

Sant . Pa las guitarras, mujé. Y lo que más me indigna es əso de tener que ponerme la barba; porque a mas del calor que me da, no puedo saludar a nadie. Ayer me encontré a Perera y le dije cadiés, Casildo», y se quedó mirándome, como si hubiera visto al Comendador.

Ven . (En la puerta de la derecha. Es un señor como de cincuenta años; muy bien vestido, pero con una cara que da miedo.) Santiago...

Sant . Mande usted.

Ven . Se me había olvidado decirle que trajera bicarbonato y magnesia Bisop. Se llega usted a la farmacia de Irigoyen y que le den un kilo del de sosa y tres frascos Bisopes.

Sant . Está muy bien.

Ven . Ande, ande; no pierda el correo y que no sé le olvide nada. (Mutis.)

Sant . No, señor.

Seb . Escucha, ¿qué están haciendo ahora?

Sant . Ahora están de sobremesa, contando chascarrillos picantes, (Ríe.) Por cierto que el gobernador ha contado tres ¡mi abuela! Yo creí que echaba las tripas. (Rte.) Bueno, el tío ese es más salao que una anchoa. (Ríe.) El del obispo... (se tronza de risa.) ¡Ay, mi abuela, el del obispo... ¡Ja, ja, ja!...

Cam . ¿Cómo es, señor Santiago?

Sant . Acompáñame a la estación, y por el camino te lo diré. Verás qué cosa tan graciosa, (Vase, seguido de Camarón.)

Seb . (Ruido de voces dentro, seguido del de cacharros que se rompen.) ¡Dios bendito! ¿Qué pasará? (Se acerca a la puerta de la derecha y escucha.)

Cres . (Dentro.) ¡Cochino!

Ven . (Idem.) Sinvergüenza!

Cres . (Idem.) ¡Borracho!

Ven . (Idem.) ¡Fuera!

(Nuevas voces y un gran estrépito.)

Seb . ¡Ay! (Da un grito y hace mutis por la ízquierda, último término.)

(Por la puerta de la derecha entran en escena crescencio y leoncio . Leoncio frisa en los cincuenta años; es un señor elegantísimo, Crescencio, que tiene bigote y pera. de general, es un señor bastante grueso, que ha cumplido también los cincuenta años. Viene nervioso, acalorado, casi arrastrado por Leoncio.)

Cres . (Hablando hacia el lateral, airadísimo.) ¡Eso! ¡Y si no tiene usted costumbre de ingerir bebidas alcohólicas, beba azahar!...

Leon . Bueno, esto se ha terminado: tú te sientas ahí y enmudeces. ¡Pues estaría bueno! Reunirnos aquí cuatro amigos de la niñez para juerguearnos y salir ahora a trompada limpia, como si fuéramos cuatro desarrapados.

Cres . ES que me ha dicho...

Leon . ¡Nada! ¡Se acabó! Tienes que hacerte cargo que lo que él te ha dicho, no te lo ha dicho como magistrado que es, sino como Venancio López González y tú has debido escucharle, no como general de brigada que eres, sino como Crescencio Pérez Gutiérrez, porque si yo presencio vuestra disputa como gobernador civil de esta provincia, y no como Leoncio Gómez Fernández, dormís esta noche los dos en la jefatura.

Cres . Oye, ¿tengo manchado el chaquet?

Leon . Espera, (Lo mira.) Sí, aquí, en la espalda, tienes un poco de cabello de angel.

(Crescencio es muy calvo.)

Cres . ¡Por vida!...

Leon . (Limpiándoselo.) No te asustes; tienes muy poco cabello!

Cres . ¡Ese animal!...

Leon . Reflexiona que tú, primeramente, y sin venir a cuento, le tiraste las vinagreras.

Cres . Poco a poco; le arrojé las vinagreras porque me dijo que yo como militar era un congrio y que ignoraba cómo se dirigía un convoy; y yo para demostrárselo le tiré las vinagreras; creo que estaba en mi derecho.

Leon . Bueno, afortunadamente no ha pasado nada; cuatro palabras huecas y un poco de bencina.

Cres . Lo que le ocurre a ese desdichado de Venancio es que en su vida ha corrido una juerga y es claro, no sabe seguir una broma. Anda, pues si le hacen lo que me hicieron a mí en Melilla cuando yo era teniente, mata a uno.

Leon . ¿Qué te hicieron?

Cres . Señor, una broma, y como broma había que tolerarla.

Leon . Pero, ¿qué fué?

Cres . Nada, que una noche me metieron en un saco, lo ataron y me tiraron al mar.

Leon . ¡Caray! ¿Y eso es una broma?

Cres . Naturalmente que es una broma. Claro que me sacaron en seguida y me hicieron la respiración artificial, que era un deber de los bromistas.

Leon . Pues mira, si a mi me dan esa broma, claro que me hacen la respiración artificial; pero yo le doy una bofetada a uno, que lo dejo sin respiración.

Cres . Cómo se conoce que no has vivido en una academia.

Ger . (Por la derecha. Es un hombre elegantísimo. Frisa en los c í ncuenta años; pero se da muchísima coba y parece un muchacho de treinta y cinco.) Pero, señores, ¿qué va a ser esto? Unos en el comedor, otros en el cenador y distanciados por una tontería. General, adentro. Conchita Guerra desea que penetres.

Cres . ¡Cómo!

Ger . Y quiere que cambies ahora mismo un apretón de manos con nuestro amigo Venancio.

Cres . Bien; sus deseos son órdenes para mí.

Leon . ¡Bravo!

Cres . Será obedecída. (¡Qué rica es! Esta Guerra me trae loco.) (Vase por la derecha.)

Ger . (consultando su reloj.) Parece que noy se retrasan los guitarristas y los cantadores, ¿eh?

Leon . Caramba, que se han ido a descansar esta mañana a las cinco y media, querido Geruncio, y estuvieron tocando y cantando diez y seis horas seguidas. Como que ya a las cinco no se le entendía al Gayarrito lo que cantaba; era un lamento dormilón que daba pena: «Me trajo al mundo mi madre... Me trajo al mundo mi madre...» Y no salía de ahí.

Ger . ¡Pobrecillo!

Leon . Para mí el cante flamenco es una lata; pero como a Conchita y a Mary les entusiasma... y estamos aquí con el solo objeto de que vean lo que es una juerga española...

Ger . Bueno, el que nos ha dado el camelo ha sido Venancio. Porque él, cuando embarcó con nosotros, creía honradamente que íbamos a alta mar a pescar benitos.

Leon . Calla, hombre, si él era mi ilusión; porque yo pensaba, cuando este hombre, que no ha salido nunca de sus casillas, vea que no vames a pescar bonitos, sino a pescar muchísimas merluzas en tierra firme, le vamos a tener que amarrar para que no se vuelva a Castellón y nos delate a nuestras familias; pero, si, sí. Hay que verlo metido en jaleo.

Ger . ¿Y no has notado una cosa?

Leon . ¿Qué?

Ger . Que tanto él como el general se han enamorado de Conchita Guerra de un modo que me parece que vamos a tener pata.

Leon . Claro que vamos a tener pata, porque yo no consiento que nadie me pise el terreno.

Ger . ¡Ah! ¿Pero también tú?...

Leon . ¿Pues por qué he organizado yo esta semana bucólica, querido Geruncio?

Ger . Te advierto, querido Leoncio, que Concha Guerra es una muchacha decentísima. Un poco libre si quieres, algo excéntrica como buena americana; pero nada más.

Leon . Debe ser muy rica, ¿no?

Ger . Sí, es muy rica; pero vive sin ostentaciones ni lujos: excentricidades. Ya ves toda su servidumbre, se reduce a esa doncella yanke que la acompaña.

Leon . Como que cuando yo la visité en Castellón me extrañó muchísimo que viviendo en un palacio no tuviera por lo menos un mayordomo y algún botones para los recados. Tanto que yo se lo dije a mi mujer: qué raro que esta americana no tenga por lo menos un par de botones.

Ven . (Dentro.) ¡Vivan los Estados Unidos!

Voces ¡Viva!

Cres . (Dentro.) ¡Viva la libertad!

Voces (Dentro.) ¡Viva!...

Leon