Los Eternos - Richard M. Ankers - E-Book

Los Eternos E-Book

Richard M. Ankers

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Beschreibung

Los Eternos, ni humanos ni vampiros, son los últimos habitantes en una Tierra moribunda. Enfrentandose a un sol que agoniza lentamente, algunos han aceptado su destino mientras que otros están listos para luchar por su futuro. Es en este ultimátum que Jean, el último señor Eterno, nace.

La vida de Jean cambia drásticamente después de que su mordida toma la vida de la princesa Chantelle de La Alianza de Nueva Europa. De repente, es un hombre buscado, que se enamora y redescubre su humanidad.

Con el tiempo del sol llegando a su fin, Jean pasa de desgracias manipuladas a conspiración históricas y aún más allá, mientras trata de reconciliarse con su sórdido pasado.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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LOS ETERNOS

LOS ETERNOS

LIBRO UNO

RICHARD M. ANKERS

TRADUCIDO PORDIEGO FERNANDO PRADO RIESTRA

Derechos de autor (C) 2015 Richard M. Ankers

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2023 por Next Chapter

Publicado en 2023 por Next Chapter

Arte de la portada por CoverMint

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Epílogo

Querido lector

1

INDIFERENTE

"A veces, el fin es solo el principio."

JEAN

La mano fría, muerta de Chantelle se deslizó en la mía como terciopelo helado.

"¿El balcón, Monsieur?"

"Por favor, Jean. Sabe que la formalidad me hace sentirme viejo, Princesa".

"¿Acaso no lo es?" se rio tontamente.

Le lancé una mirada escrutadora.

Pavoneándose majestuosamente, me condujo al balcón iluminado por la luna, donde una brisa leve hizo ondular la seda morada de su vestido y despeinaba sus sueltos bucles, negros como un cuervo. Ni la orquesta, ni los juerguistas notaron nuestra ausencia, todos muy absortos en sus pequeños placeres.

Arbustos de geranios dispersos emitían un débil aroma hacia la noche en vaharadas de delicioso perfume. La fragancia circuló en las corrientes de aire vespertinas, mezclándose con los exquisitos aromas propios de Chantelle. Ella era todo lo que un hombre podría haber deseado, la perfección personificada.

"Ven acá." La acerqué a mí, sin hacer caso de sus ojos inquisitivos. Nada más me importaba, entonces ¿Por qué debería haberme importado eso?

"Ven acá, Princesa," corrigió, presionando sus escondidas curvas contra mi cuerpo.

Si hubiera podido recordar cómo se sentía la felicidad, entonces ese momento habría estado cerca. El batir recatado de su pestaña sólo añadía al encanto.

"Esto es hermoso, ¿No, Jean?"

"No tan hermoso como tú," dije, y me asomé sobre la baranda. Las aguas rojas del Danubio recorrían su turgente camino alrededor del perímetro del palacio, formando una barrera natural contra los invitados no deseados. Ese era el propósito exacto de su diseño. La naturaleza nunca había tenido voz en ello.

"¿Volvemos?" ronroneó Chantelle, cuando la revivida orquesta atrajo mi atención del río. Había sólo una clase de música para tales ocasiones: Strauss.

Bailamos el vals en círculos lentos al ritmo de las notas irónicas del Danubio Azul. Dudaba que el compositor hubiera obtenido la misma respuesta ante su obra maestra de haberla intitulado roja. La luna, como un reflector, brilló desde una eternidad centellante, mientras girábamos a través del suelo de ébano pulido. ¿Podía haber algo mejor? Lo dudaba muchísimo. Sólo porque uno estuviera muerto eso no impedía apreciar las cosas finas de la vida.

Había estado experimentando lo mejor de la vida los últimos quinientos y pico de años y, a diferencia de algunos, había disfrutado cada segundo. ¿Qué había que no pudiera gustar? Haber cenado y bebido con aquellos de estirpe sin tacha, compartido sastres con reyes y reinas, caminar por ramblas góticas sin miedo, esa era la vida, o muerte, con la que había soñado. Nunca extrañé la luz del sol y pensaba que estaba terriblemente sobreestimada. El sol les había dado un sentido tan falso de bienestar a los vivos. Sólo en la claridad de cristal de una refulgente luna brillaba la verdadera forma de un objeto. La serpiente no era una reptante, fea bestia, sino una sensual, seductora enroscada criatura. El murciélago eclipsaba por muchos a los pájaros, ya que para nada requería la adulación que las aves sí ansiaban. Y el lobo, ah, el lobo, ¿Qué podía uno decir? Ver la silueta de los lobos grises de antaño dibujada por la luna del cazador era algo de una majestuosidad surrealista. Había caminado libre por un mundo de placeres esculpidos; un mundo diseñado para homenajear a la noche; creado para la exuberancia. A quién trato de convencer, ¡Odiaba todo eso! Cómo envidiaba a los lobos su libertad, la única cosa que nunca poseería.

"¿Deberíamos permanecer aquí fuera bajo las estrellas, Monsieur?"

El hermoso acento francés de mi compañera me sacó de mis reflexiones.

"Dime, Jean, ¿Cuál es tu deseo?"

"Estar contigo."

"Puedes estar conmigo en cualquier momento, pero en este momento sólo una vez."

"Puedo cerrar mis ojos e imaginar este momento cada vez que quiera."

"Eso no es lo mismo y lo sabes," me recriminó. Otro aleteo de aquellas oscuras pestañas causó una breve perturbación en sus brillantes ojos de amatista.

"No, probablemente no, pero de todos modos disfrutaré de hacerlo."

Inclinó su cabeza a un lado como si eso le ayudara a pensar. "Sabes, Jean," susurró. "Con ese pelo, largo y oscuro, y esos melancólicos ojos negros, realmente estás para morirse." Chantelle lanzó su pelo hacia atrás y sonrió, su elegante cuello de porcelana llamándome.

Fue una cosa momentánea, un impulso incontrolable. Hundí mis colmillos como daga en la carne, y chupé, y saboreé, y bebí.

No supe por cuanto tiempo estuve saciando mi sed, pero fue mucho. Cuando había terminado, el fuerte sabor metálico de su sangre saturaba mi lengua, y ella se había ido. La había llevado más allá del punto de no retorno, donde la lujuria de los Eternos y la inmortalidad se combinaban. Mi desliz había quebrado la ley sacrosanta de la vida Eterna, el pecado original, el lazo prohibido a un pasado vergonzoso: ¡Había matado a la princesa Chantelle, de La Nueva Alianza de Europa, la única hija del rey Rudolph y, por primera vez en un siglo, tuve pánico!

Por regla general, era completamente flemático, después de todo, ¿De qué había que preocuparse cuando uno ya estaba muerto? Pero matar a una princesa seguramente calificaba. Entonces seguí bailando, sosteniendo a Chantelle cerca, y me abrí paso entre las puertas doble hacia el borde del balcón. Girando nuestras formas unidas, contemplé la alegría dentro de la sala de baile: los juerguistas se balanceaban al ritmo de la orquesta, ignorantes de todos excepto de sí mismos. Una sonrisa satisfecha surgió en la comisura de mis labios. Una vez seguro de nuestra privacidad, salté la baranda con mi carga. Era una caída de aproximadamente diez metros, nada para alguien como yo, y rápidamente me dirigí hacia la arbolada orilla del río. Manteniendo a Chantelle pegada a mí, como un amante lo haría, me aseguré de nuevo de nuestra soledad. Donde mis ojos Eternos no podían ver, mis sentidos, olor y oído, se hicieron cargo. Todos ellos confirmaron que no había nadie presente, salvo yo y mi cadáver. Esperé a una nube oportuna que obscureciera la luna y luego arrojé su cuerpo difunto lejos en las aguas bordó. La lánguida forma de Chantelle golpeó la superficie con un plaf indigno, y luego se hundió por etapas. Su pelo de cuervo fue el último en marcharse, como algas en un mar agitado. Me habría gustado decir que sentí pena de verla ir, pero, para ser sincero, a lo sumo me era indiferente.

Volviendo sobre mis pasos debajo del balcón, tuve una repentina epifanía: no podía volver por el mismo camino. La gente debió habernos visto ir hacia el balcón. No, otra ruta de escape era requerida.

No deseando que me encontraran solo afuera, divisé una hiedra trepadora de aspecto robusto y, a la inversa del comportamiento parásito, la escalé hasta la cumbre del palacio. No sentí ningún letargo cuando pasé sobre una gárgola particularmente horrible al llegar al tejado del palacio, la sangre de Chantelle me había revigorizado por completo.

Habiendo disfrutado siempre de los espectaculares paisajes, me tomé un momento para saborear los alrededores. ¡Era increíble! La clase lo era todo, y esa, la más opulenta de las cúpulas del placer, desbordaba de ella. Con una visión completa tanto de las montañas como del río, el conde de Burgundy (un juego de palabras inteligente con el color, ya que seguramente no era de linaje), podría posar su vampírico ojo en todos, sin excepción. No es como si hubiera alguien para vigilar, pero sospechaba que era un poco inseguro y esto probablemente ayudaba a su sueño. Envidié su casa, sin embargo. No tenía presente (ni podía recordar si había sido testigo) si lo había construido para sí mismo, pero le mostraba en una luz más fina que la que él solo proyectaba. No hubiera podido soportar al pequeño enano de otro modo.

Serpenteaba a través del tejado inclinado en busca de algún sitio para acceder al salón principal, cuando me di cuenta de que me habían descubierto.

"Buenas noches, Jean," se dejó oír la gimiente voz del señor Walter Merryweather.

"Buenas noches," respondí con aire casual.

"¿Dando un paseo?"

"No, de hecho, estoy perdido. Buscaba la letrina y de algún modo me encontré frente al tipo equivocado de pote."

"Jiji, sí, completamente."

"¿Y tú?"

"Aburrimiento, como siempre."

"Podrías meterte en terribles problemas por decir algo así."

"Podría, pero no lo haré." Me guiñó y tocó el ala de su nariz con un dedo envuelto en un guante de terciopelo verde que hacía juego a la perfección con el resto de su traje.

"Una vista increíble."

"Siempre. El Danubio es un arroyo impresionante. Nunca me canso de verlo pulsar a través de la tierra como la abultada vena yugular de una virgen. Ah, aquellos días felices," añadió, con un bostezo sofocado. "Te quitaste de encima a Charlotte, ¿Verdad?"

"Chantelle," lo corregí. "Y preferiría decir que he eludido su empalagoso exceso de entusiasmo, al menos por un rato." Miré a Walter con detenimiento, pero no reaccionó, y supuse mi secreto a salvo. "¿Deseas volver al baile?" Le pregunté.

"No realmente. Deploro todo ese alarde llamativo. Mis colmillos son más grandes que tus colmillos, etcétera, etcétera. ¿Realmente nos hemos vuelto tan melodramáticos?"

"Bueno, este es el final del mundo, o eso dicen. Más vale irse con estilo."

"Puede ser," estuvo de acuerdo. "Aunque preferiría estar arrancando gargantas humanas y sorbiendo sus almas aún."

"Uno sólo puedo imaginar."

"Ah, olvido lo joven que eres."

"Y yo lo antiguo que eres tú."

"Haber perdido a la humanidad marcó el principio de mi letargo."

"Si tú lo dices."

"Pongámonos de acuerdo en que ambos lo encontraríamos infinitamente preferible a beber de una bolsa."

"En verdad," acordé, mientras se levantaba y cepillaba el musgo de su ropa chillona.

"Bueno, vámonos entonces, a reincorporarse al aburrimiento y todo eso."

"Después de ti,” dije, haciendo un gesto con mi mano. Siempre tranquilo bajo presión, sonreí para mis adentros y lo seguí fuera del tejado a través de una puerta que no había notado, de vuelta a las cuerdas de más Strauss. No esperaba sentirme igual sobre él de nuevo. Prefería más a Wagner, de todos modos.

Merryweather me condujo a través de un juego laberintico de pasos congestionados, cuyo propósito me eludía por completo, antes de que finalmente resurgiéramos en uno de los balcones reales que observaban desde arriba a la multitud danzante.

"Hace que uno se enferme, ¿No es cierto, Jean?"

"¿Qué lo hace?"

"Todo esto." Extendió sus brazos a lo ancho para abarcar por completo la masiva sala de baile, aparentemente sin preocuparse de quien le pudiera ver.

"Proporciona un poco de entretenimiento," dije, mientras alejaba un mechón largo y oscuro de mis ojos.

"¡Bah! ¡Entretenimiento, en efecto! Tenemos máquinas que pueden mover montañas, la capacidad de crear recursos casi interminables, y sin embargo esto es el epitome de nuestros logros, juguetear." Merryweather golpeó una mano enguantada en terciopelo sobre el parapeto, más bien para efecto que por cólera genuina.

Ya aburrido del petimetre, a pesar de sus inclinaciones repentinas a la rebelión, decidí irme. "Debería encontrar a la princesa antes de que algún otro apuesto Eterno se la lleve antes del alba."

"Ah, se le antoja un chapuzón de medianoche, ¿Verdad?"

"No nado."

"¿Quién dijo algo sobre nadar?"

"Hmm." Puse mis ojos en blanco frente al radiante tonto. "De todos modos, debo irme."

Merryweather me analizó con una mirada parecida a la sospecha antes de quitarse un sombrero imaginario. Me había despedido, y no necesité que me lo indicara dos veces. Después de una mirada rápida hacia abajo, salté el parapeto y caí la distancia bastante larga hasta el piso de la sala de baile, aterrizando convenientemente a los pies de la marquesa de Rhineland y una manada de sus amigas. Era un título pomposo para una mujer pomposa, pero en verdad tenía piernas exquisitas.

"Señoritas," dije e hice una reverencia exagerada.

"Oh, Jean, te ves particularmente delicioso esta noche. Tan alto, oscuro y hermoso como siempre, por lo que veo," rezumó la Marquesa. Sus ojos azul hielo brillaron a la luz de una docena de arañas de luces.

"Así como usted, Marquesa."

"Oh, Jean, sabes que debes llamarme Portia."

"Lo lamento, Portia, a veces me olvido."

"¿No estás con la princesa?" preguntó, lo que hizo que sus depravadas amigas se rieran disimuladamente.

"Lo estaba, pero creo que la he ofendido. Me castiga con su ausencia."

"¿Es realmente un castigo?"

Me incliné más cerca, o tan cerca cómo podría a alguien vestido como una copa y susurré, "No en verdad."

"Oh, Jean, usted es un Lord Eterno muy travieso."

"Podría serlo."

El destello en sus ojos correspondió al gesto de sus labios: disoluto.

"¿Quisiera usted dejar este aburridísimo baile?"

La Marquesa miró alrededor, como si buscara a alguien, antes de tomar mi mano en la suya, enguantada. Dio un adiós precipitado a sus compatriotas, luego me condujo lánguidamente lejos de la sala de baile. Nadie nos echó un segundo vistazo, todos muy compenetrados en su parranda.

Cruzamos las doradas puertas dobles, y caminamos por un pasillo de marfil pulido. Eso me dio la posibilidad de simular admiración ante los más dramáticos murales que cubrían cada centímetro del lugar: un signo cierto de exageración y mal gusto. Salimos luego a través de la brillante entrada de cristal del palacio y bajamos la magnífica escalera de mármol. Con una pose dramática la Marquesa llamó a un lacayo, que hizo traer su carro a toda prisa. No tenía idea de qué empujaba al carro, a menos que fueran caballos cuyo color correspondiera al de la noche. Sin dar las gracias a ninguno de los apresurados criados, subió los escalones de carey hasta su boudoir móvil y se sentó de espaldas al cochero. Le seguí, haciendo todo lo posible por evitar pisar su vestido, y me senté en un asiento blanco de cuero enfrente.

"Hace mucho tiempo que no le tenía así, solo," murmuró.

"La mayor parte de un siglo, me imagino," contesté, enderezando los puños de mi chaqueta.

"Veo que rechaza rendirse a los caprichos de los demás, incluso del rebelde." La Marquesa levantó su barbilla hacia mi atuendo negro.

"Me conoce. A los viejos hábitos les cuesta morir."

"Sé exactamente lo que quiere decir."

Si la Marquesa estaba a punto de continuar divulgando sus pensamientos, el agitado inicio de nuestro paseo lo previno. En un momento de brutalidad envuelto en colmillos, la Marquesa golpeó dos veces contra el marco del carro y gritó a los cocheros que no la sacudieran otra vez. La grieta en el panel lateral donde el puño se encontró con la madera demostraba la falsedad del decoro que mostraba. Como siempre, lo encontré asqueroso. Volviéndose de nuevo hacia mí, otra vez angelical, continuó.

"¿Me has echado de menos, Jean?"

"Te he visto en muchas ocasiones. Este mundo hecho a medida es demasiado pequeño para echar de menos a alguien mucho tiempo."

"Sabes lo que quiero decir," rio tontamente.

"No realmente," contesté francamente.

"Hm, hacerse el difícil no funciona conmigo. Veo a través de tu escudo de desdén." La luz de la luna brilló a través de la ventana del carro y le dio una mirada extraña de locura a sus ojos mientras se acercaba.

"No hay ningún escudo. Mis sentimientos por esta vida no han cambiado en siglos."

Vi a la Marquesa recostarse contra su asiento y considerar mis palabras, con la mirada de un niño incapaz de entender la pregunta.

"¿Realmente lo odia tanto?" preguntó.

"Sí".

"Pero ¿Por qué? Tenemos todo lo que nuestros corazones desean, y si no simplemente lo creamos."

"Ese es exactamente el por qué." Miré fijamente a través de la ventana al dramático paisaje que pasaba por delante.

"Es un hombre muy misterioso," se rio entre dientes, mientras se deslizaba al asiento al lado del mío. "Hermoso, ¿no es cierto?" ronroneó en mi oído.

"Quizás, si le gustan sus Alpes e Himalaya fusionados. Es solo que prefiero los originales."

No supe si la Marquesa me había oído o no, ya que su boca se cerraba sobre mi cuello. Me retorcí en mi asiento ante la presión doble que aplicaba, nunca lo bastante fuerte como para romper la piel.

"Dime ahora que no me has echado de menos," palabras de endulzada seda manaron de su boca.

"No la he echado de menos," espiré mientras nuestras bocas se encontraron y, al menos por un rato, me rendí ante ella como el juguete que una vez había sido.

Tiempo y movimiento se entremezclaron en una bruma; sospeché que la Marquesa manipuló uno o ambos para su beneficio. No es que me quejara. Sus atenciones demostraron ser un sorprendente alivio para lo que había ocurrido en el palacio. Por supuesto, estaba acostumbrado a que las mujeres se lanzan sobre mí por un motivo u otro. Sin embargo, que dos tan poderosas lo hicieran en la misma noche era por completo una nueva experiencia. La primera experiencia nueva en mucho más tiempo del que me importaba recordar.

* * *

Apenas había abrochado mi pantalón cuando el carro se detuvo con una sacudida. Fui arrojado de cabeza en el corsé de la Marquesa, y el ser encontrado en dicha posición por el atento cochero me puso descontento. Si le pareció raro no lo demostró, mientras la Marquesa soltaba el gruñido más indigno desde la parte de atrás de su garganta. Me separé, bajé del carro, ofreciéndole mi mano a la Marquesa, y vi nuestro destino.

"Muy impresionante, Marquesa." Miré el castillo de cuento de hadas de arriba abajo. "¿Mármol blanco?"

"Si me llamas Marquesa una vez más, te arrancaré la lengua," siseó. "Y no, en realidad es marfil pulido."

"Esa es una cantidad exorbitante de elefantes muertos solo por el placer de alguien."

"¡Siempre el mismo bromista! De todos modos, estoy un poco cansada de verlo, de hecho. Puedo hacer que lo vuelvan a construir en jade. Creo que así luciría lo suficientemente diferente a la norma."

"¿Existe tal cosa?" Contesté.

Se mofó y me condujo a una escalera mecánica; una entrada perezosa a una vida perezosa que en cierto modo distraía del efecto general del lugar. Una barricada de criados apareció como de la nada, liberó a la Marquesa de su exceso de ropas, luego escapó en una precipitada marcha atrás.

"Veo que todavía gobiernas tu casa con puño de hierro, Mar... Portia."

"No hay otro modo, Jean. Me baso en el principio de que, si trato a cada uno con la misma falta de respeto, aquellos que lo merecen captarán el mensaje, mientras que los que no a lo sumo se quejarán." La sonrisa con colmillos de satisfacción con la que acompañó la frase no hizo nada para mejorar mi aceptación de sus métodos. No es que nadie me hubiera preguntado.

"¿Puedo preguntar hacía dónde nos dirigimos en este momento en que la luz del día se acerca?" Pregunté, con tanto desinterés como pude demostrar.

"Cómo, a admirar la vista, por supuesto. No creíste que hice construir este castillo por el valor sentimental, ¿Verdad?"

"Tenía la impresión de que su marido había sido el que lo había hecho construir."

"Le gusta pensar eso, Jean. Pero todos sabemos que los hombres no tienen ideas verdaderamente propias."

Tuve un deseo repentino de golpear la cabeza de Portia y sacarla de sus arrogantes hombros. La Marquesa se estremeció cuando el pensamiento se mostró en el destello de mis ojos. Pero, como su posición decretada, pronto se recuperó y reanudó su paso tambaleante a través de los brillantes pasillos blancos de su casa. Anduve detrás y a la derecha de ella principalmente para no tener que mirar su cara, completamente aburrido ya de ella, pero también para que ella estuviera del lado del alba. Prefería que la Marquesa fuera la primera en experimentar el sol si apareciera durante su jactancia.

Tras un paseo aparentemente interminable en el que hasta comencé a silbar para comunicar mi aburrimiento, la Marquesa se detuvo antes de un par de cortinas, las más largas, rojas y aterciopeladas alguna vez hubiera visto. Hizo una pausa, lamió sus labios, y luego abrió las cortinas con un floreo.

El reflejo de alejarme de mi temido destino fue difícil de resistir, pero supuse que incluso una imbécil tan grande como la Marquesa evitaría matarse tan fácilmente, por lo que permanecí firme. Creo que se impresionó de verme allí, cuando otros hubieran huido, y probablemente lo hicieron.

"¿Entonces?"

"Entonces, ¿Qué?" Contesté, deseando evitar sumar a sus ilusiones de grandeza.

"¿No es la más hermosa de las vistas?" Señaló a través de un valle de asombrosa profundidad a algo en la distancia.

Dio un paso adelante, tratando de retener mi aire despreocupado, pero no pude evitar dar paso a mi lado inquisitivo. Había una cierta clase de palacio, era difícil estar seguro, pero era algo antiguo y bastante espectacular. De eso estaba seguro.

"Es Shangri-La, Jean. Lo he hecho trasladar aquí. Sabía que apreciarías su esplendor."

Sacudí mi cabeza con repugnancia, di la espalda a la tonta pomposa e fui hasta las recamaras. Sería un día largo antes de que pudiera librarme de la mujer.

2

CONFUNDIDO

Abrí el elaborado ataúd de la Marquesa, un salto atrás a un pasado antiguo, aunque necesario. Me estiré y luego salí a la reconfortante comodidad de la oscuridad. La cerradura ornamentada estaba ubicada en el interior de la cavidad, un toque particularmente inteligente, aunque innecesario, que me impedía encerrar con llave a la exasperante mujer. En cambio, me conformé con la cautela y cerré la tapa en el silencio. No esperaba que la Marquesa se despertara pronto, pero no tenía la intención de arriesgarme. Siempre había sido un pájaro tempranero, ¿O era tardío? De todos modos, abandoné su lugar más privado.

La mujer, aunque aburrida, realmente poseía estilo. La naturaleza gigantesca del ataúd, lo bastante grande como para contener una cama matrimonial con espacio para moverse, demostraba que no era una completa idiota, sólo la mayoría.

Como toda nuestra clase, el instinto señalaba cuando el sol se había puesto. De todos modos, miré con cuidado a los lados de las pesadas cortinas de terciopelo, con cierto grado de agitación. La tarde había llegado.

La Marquesa dormía con las ventanas abiertas, y saboreé el aire de montaña. Era tanto más fresco, tanto menos nublado por el estancamiento y la muerte a tales alturas que al nivel del suelo. En cierto modo lamentaba que no pudiera permanecer, pero sabía que me aburriría después de... bueno, inmediatamente.

Recogí mis ropas de donde las había arrojado y estaba a punto de salir en búsqueda de sangre cuando la tapa del ataúd se abrió y la Marquesa se elevó de su cama.

"¿Te marchas tan pronto?"

"Bueno, a pesar del hecho de que no has revelado el paradero del Marqués, estaba por ir por un trago."

"¿Estás tan desesperado por el?" dijo, sofocando un bostezo.

Su carencia de modestia me disgustó cuando paseó su curvo cuerpo hacia mí. "Sí, no me he alimentado desde..." Velé mi explicación de cuando había bebido por última vez. "No recuerdo desde cuando, en realidad. Sin embargo, fue hace bastante tiempo."

"Bueno, iré contigo. Creo que será mejor tener mi ojo puesto en ti. No querría que te tropieces con mi marido. Podría terminar mal para él, y realmente disfruto de su riqueza."

Me di vuelta antes de que pudiera ver cómo la despreciaba y me fui con determinación, mientras gritaba y bramaba en su tentativa de vestirse.

Para cuando me alcanzó ya había olfateado el suministro de plasma y había encontrado una copa de cristal bastante fino para verterlo; la sangre falsa siempre sabía mejor servida en un vaso de calidad. La Marquesa intentó no parecer nerviosa ante mi actitud, y se deslizó sin gracia en el cuarto. El hecho de que sus faldas se agitaran detrás de ella como plumas de pavo real en la brisa demostraba que en realidad había corrido. Probablemente con miedo de que la abandonara por su cuenta.

"Veo que lo encontraste, Jean."

"En efecto. ¿Quieres un poco?" Le ofrecí un vaso que tomó e intentó beber sin que la sangre manchara su cara: falló miserablemente. Cómo se hubieran desesperado nuestros antepasados si nos hubieran visto beber así.

"¿Me acompañarías al baile de Halloween del Conde de Burgundy?" Las pestañas de la Marquesa batieron apelotonadas de coágulos de rímel.

"No estaba al tanto de que fuera a dar uno."

"Los da toda la semana. Una especie de celebración continua, para uno u otro."

"¿No lo hace siempre?"

"Este en particular es temático de Halloween."

"¿No fue la Víspera de Todos los Santos hace un mes, por lo menos? Pierdo la noción del tiempo y las viejas celebraciones."

La Marquesa se inclinó, acercándose, tanto como su busto se lo permitía, y susurró, "Es sólo una excusa para disfrazarse. Voy a ir como una bruja malvada. ¿Cómo qué irás vestido?"

"¡Cómo yo, por supuesto!"

* * *

El viaje de vuelta al palacio del Conde pasó sin novedad. No estaba de humor para las atenciones de la Marquesa. Su obstinada negativa a explicar el paradero de su marido sólo me enojaba más.

Me entretuve observando pasar las desoladas montañas por delante de las ventanas del carro mientras descendíamos de cualquiera que fuera la gran altura a la que nos habíamos elevado antes. La reubicación de la casa de la Marquesa sin consulta previa había sido muy mal recibida. ¡Realmente tenía malos modales!

"Ah, Jean, eres una persona tan desabrida. ¿Qué ocurre en esa mente tuya maravillosa? ¿Por qué siempre estás tan preocupado?"

"Me gusta estar preocupado. Alguien tiene que hacer el esfuerzo."

"Ese es exacto el punto, querido muchacho, nadie tiene que hacer el esfuerzo."

Como acto reflejo hice una bola con mis puños ante su lloriqueo, haciendo que mis guantes negros de cuero crujieran de dolor. Si la Marquesa lo notó, no dejó que se viera, en cambio, decidió mirar fijamente por la ventana de enfrente como una estatua. No me importaba, yo tenía la mejor vista.

Tras una cantidad excesiva de tiempo perdido alcanzamos la llanura y, por fin, miré hacia mi anfitriona. Lo notó inmediatamente.

"Sabía que no podías seguir enojado conmigo por mucho tiempo. Has estado deseando ver mi disfraz, ¿Verdad?"

La miré de arriba abajo una vez, y de nuevo. "No me había dado cuenta de que llevabas uno."

"¡Ja, ja, ja, que chistoso!" La Marquesa puso mala cara detrás de su máscara de nariz puntiaguda. "Seré la reina del baile. Todos se inclinarán ante la magnificencia de mi disfraz. Mira, hasta tengo una escoba."

"Me pareció que ya tenías que hacer un poco de limpieza."

"No he pasado varios miles de años sin limpiar para empezar de repente." Resopló como un cerdo y cruzó sus brazos frente a su amplio pecho.

"¿No tenía idea de que fueras tan vieja?" Dije, en un resuelto esfuerzo para enojarla, con la esperanza de que me echara del carro. Tristemente, no funcionó. De hecho, lo encontró gracioso y se rio tontamente, como una niña.

"Oh, Jean, eres travieso. Sabes muy bien que todos tendrán sus ojos sobre mí. ¿Te hace sentir especial saber que eres mi Eterno preferido? Espero que la princesa Charlotte hierva de envidia cuando lo averigüe."

"Es Chantelle, y no se molestará en lo más mínimo."

"¿Está tan seguro?"

"Muy."

"Hmm, veremos."

Sentí el irresistible impulso de explicar exactamente por qué no, pero no lo hice.

Con un gran sentido de alivio personal, cruzamos las puertas de entrada coronadas de gárgolas de la magnífica calzada del Conde. Como todas las de su clase, era innecesariamente larga. Una medida compensadora según una conocida mutua. Cuando alcanzamos la entrada del palacio, estaba completamente fuera de mí de aborrecimiento a la bruja malvada de Rhineland. Por lo que, esperando perderla, salté del carro antes de que se detuviera. Estaba a punto de correr por la escalera de mármol, cuando un fantasma me abordó.

"¿Y adónde crees que corres?"

"Estaba desesperado por la letrina, si debes saberlo, Merryweather." Nadie más tenía una voz tan quejumbrosa como la de él. Incluso con una gran sábana blanca cubriéndolo y solo dos ojos cortados en ella, era reconocible al instante.

"Siempre, pero siempre, tienes necesidad de instalaciones higiénicas. ¿Molesto tus nervios, Jean?"

"Sería cortés de mí parte decir no, pero no soy conocido por mis buenos modales, ¿Verdad?"

"Touché. Por fin, entre toda esta decadencia, he conocido a un hombre de interés."

"Deja de ser tan melodramático, Walter, me has conocido durante siglos."

"¿Lo he hecho, Jean? ¿Lo he hecho?" Merryweather hizo una reverencia fingida, la sábana subió hasta revelar su opción de traje rojo terciopelo de esta tarde, en vez de su verde habitual, luego se escabulló escaleras arriba, mientras la bruja malvada salía del carro.

"¿Con quién hablabas, Jean?"

"No estoy seguro, algún espectro del pasado."

La Marquesa ignoró mi respuesta, ya que sus ojos exploraban las multitudes de invitados. Como una plaga de langostas multicolor, el palacio estaba plagado de la élite de los no-muertos.

"Vamos," dijo, asiendo firmemente el brazo que le ofrecía. La Marquesa simplemente me arrastró por la escalera, mientras sacudía su escoba hacia todos, sin excepción.

Entramos en el palacio y nos unimos a la multitud que empujaba a lo largo del pasillo principal. Había allí tal despliegue de trajes y máscaras faciales que solo yo permanecía revelado ante las masas.

Preguntándome en qué demonios me había metido, usé mi falta de disfraz para mostrarle mis sentimientos exactos a la turbamulta. Invirtiendo el arrastre de la Marquesa, refunfuñé y resoplé forjando un camino a través de las masas hasta que estuvimos de pie ante las puertas de la sala de baile. Sin darle la posibilidad a la jadeante bruja de recuperarse, les mostré el ceño a los guardias y entramos.

Sentí que las uñas parecidas a garras de la Marquesa clavarse en mi brazo. La presión creció a través del cuero negro de mi abrigo largo. No hacía falta un especialista en disfraces para ver que ella y su álter ego de bruja malvada habían sido derrotados de verdad. Una cornucopia de criaturas mitológicas, y algunas de aspecto más dudoso, desfilaban alrededor del cuarto.

"No soy una mujer feliz," refunfuñó la Marquesa por lo bajo, mientras una clase de hada se deslizaba hacia nosotros en un refulgente vestido.

"Buenas noches, Jean," exhaló.

"Buenas noches," contesté, sin idea de a quién me dirigía.

"Buenas noches, Portia."

Sus palabras parecían una flor de cereza girando en una brisa de medianoche, suave y exótica. El hada se inclinó, las diminutas aperturas para sus ojos el único compromiso hecho en la protección de su deseado anonimato.

"¿Cómo sabías que era yo?" escupió la Marquesa.

"Tus accesorios," sonrieron los ojos de esmeralda que ardían bajo la máscara ornamentada.

La Marquesa contempló su escoba, y luego dándose cuenta de su estupidez, me miró a mí. Podía sentir el ardor desde debajo de su cara enmascarada. Algo particularmente impresionante para un no-muerto congelado.

"Creo que me mezclaré un rato, si ninguno de ustedes se opone, quiero decir."

Me incliné ante la Marquesa cuando se llevó por delante al hada y se perdió en la apretada muchedumbre.

"Ah, te tengo todo para mí. ¿Quieres tomar un poco de aire?" preguntó el hada.

"Gracias a Dios," contesté. "Creí que estaba atrapado aquí para siempre."

Sentí una sonrisa detrás de la máscara calidoscópica y permití que me alejaran del zoológico de mascotas. Esta debería haber sido una tarea difícil, debido al tumulto general de parranderos retozones, pero las muchedumbres retrocedieron como si fuéramos leprosos. Se lo achaqué a que en general era despreciado por todos excepto unos pocos de la Jerarquía que frecuentaban tales reuniones.

Nunca había intentado hacerme querer por alguien que no me gustara, y sentía aún menos razón para hacerlo con aquellos que sí. Era como era, fui donde fui, e hice lo que hice. Pero eso no cambiaba el hecho de que estaba más que un poco perturbado por la fría recepción que me mostraban.

No dije nada a mi misteriosa guía, mientras flotaba a través del conjunto, remolcándome en su elegante estela. Nos condujo fuera de la sala de baile, que noté tenía un nuevo cielorraso que representa tiempos paganos, con demonios y todo, muy apropiados para la ocasión, y entrabamos en el mismo balcón de mi anterior desventura. El hada se deslizó hasta la baranda, donde se detuvo y miró fijamente hacia la oscuridad. Oscuridad parcial hubiera sido más exacto, debido a las hogueras al azar que ardían sin ningún objetivo aparente en las tierras alrededor. Alguien se había decidido por llamas multicolores, lo que sentí más que innecesario. El efecto final era, como de costumbre, espectacular, y totalmente inútil.

Mi compañera miró fijamente hacia el Danubio durante unos minutos. Lo supe a ciencia cierta ya que yo miré fijamente su magnífico cuerpo durante ese tiempo. Debió haber sentido mi mirada lasciva sobre ella, ya que finalmente se dio vuelta y escondió sus grandes alas de raso en su espalda arqueada. Era de una asombrosa buena estirpe. Como su vestido envolvía su lujurioso cuerpo sólo realzaba su atractivo físico, aunque más me preguntaba por lo que estaba bajo la máscara.

"Me gusta tu traje," balbuceé.

"Oh, gracias," dijo después de una pausa breve.

"Creo que tienes todas las posibilidades de ganar el precio al mejor vestido. No dudó que haya uno, como siempre lo hay." Puse mis ojos en blanco con exasperación.

"Lo ganaré," dijo, muy determinada para una mujer de tan obvio buen gusto.

"Te tienes mucha confianza," contesté.

"Bueno, lo haré. Está todo arreglado." Me sentí como un co-conspirador cuando tocó el pico alargado de su máscara.

"¿Por quién?"

"Mi padre".

"¡El Conde!" Me atraganté. "No sabía que tuviera una hija."

Se rio en voz alta de esta declaración aparentemente absurda y le prestó su atención al aire fresco de la noche. Sus acciones me hicieron imaginar un tiempo en que el aliento de una criatura tan hermosa hubiera bailado en el aire frío. Sin embargo, aquellos tiempos habían pasado hace mucho. Ya ningún residente terrenal tenía el aliento caliente, y no lo habían tenido por siglos. Pero uno todavía podía soñar.

Estaba a punto de decir algo más, cuando la orquesta de la casa arrancó con los tonos de la Noche en el Monte Pelado.

"¡Oh, no, no Mussorgsky!" casi gritó. "Salgamos de aquí." Y antes de que tuviera la posibilidad de negarme, había saltado sobre la baranda y había desaparecido tierra abajo. Di un vistazo atrás, a la juerga, y luego la seguí. Hubiera deseado poder decir que pasamos desapercibidos, pero innumerables pares de ojos habían estado sobre nosotros, o mejor dicho sobre mí.

Aterricé a un lado de un arbusto de magnolias y tomé nota de mirar primero la próxima vez, luego me precipité tras la encantadora criatura. Se había posado en la orilla del río y miraba las aguas ondulantes pasar resonando.

"¿Nunca me dijiste cómo aseguró el Conde tu triunfo?" Espiré.

"¡El Conde! Ese idiota no podía arreglar sus propios calcetines en sus pies, mucho menos mi supuesto triunfo en el concurso de disfraz."

"Entiendo. Por tanto, no eres la hija del Conde entonces. ¿Puedo preguntar quién ha arreglado tu inminente victoria?"

"El rey Rudolph, por supuesto."

No era un hombre propenso a arrebatos irracionales, pero el deseo de gritar casi me venció. ¿Cómo había sobrevivido Chantelle mi mordida, y por qué actuaba tan dulce luego de que la hubiera maltratado, sepultándola en el Danubio? Mis colmillos repicaban contra mis dientes inferiores. Por una vez en mi vida, no tenía idea de que hacer o decir.

"Hola, todos," se oyó la última voz que deseé oír.

"Hola a ti," devolvió el hada. Era la frescura personificada, para alguien que no hace mucho había tratado de eliminar.

"Merryweather," me quejé. "¿Qué quieres?"

"Bien, pensaba acosarlos a ambos, pero decidí que era demasiado tedioso. Es más fácil simplemente charlar." Con un floreo, el fantasma derivó frente a una línea de arbustos de imitación y se quitó la sábana que lo cubría, para revelar al idiota de pelo rubio que era el señor Walter Merryweather. "¡Por Dios, Jean, parece que has visto un fantasma!"

Permanecí impasible, mientras Merryweather inició un acuerdo inmediato con la figura que simplemente llamó su querida hada. Hirviendo a fuego lento a un lado, contuve el impulso de matar, de una vez para siempre, a ambos. En particular a Merryweather, me apresuraría a añadir.

Fui salvado por las cuerdas del Pájaro de Fuego de Stravinski, un favorito aparente de los británicos. El dandi dio una pronta excusa, volvió a aplicar su astuto disfraz arrojando sobre su cabeza de nuevo la sabana, y nos abandonó como estábamos.

"¿Sentí hostilidad entre tú y el querido viejo Walter?"

"Prefiero no comentar," gruñí.

"¿Por qué?"

"Debido a que estaría haciendo algo que los otros lamentarían."

"¿Hace tales cosas a menudo?" El hada continuó de manera terrorífica y burlona.

"Sólo cuando es necesario. Realmente no sé lo que ves en él, de todos modos."

"No veo nada, muchacho tonto."

Estaba un poco confundido de que me llamaran muchacho. Eso era una cosa que no había sido por medio milenio.

"Walter tiene la confianza de mi padre, esto es todo. Nunca hace nada para ponerse del lado equivocado. Walter tiene la forma de hacer que las cosas ocurran si no juegas de su lado, o así me dicen."

Me maravillaba cómo la mujer podía hablar como si nada hubiera pasado. Los Eternos no sienten la amargura del mismo modo que los humanos acostumbraban, debido a la falta del alma, pero, aun así, casi la había matado.

Concluí que debería admitir y pedir perdón por los eventos de la noche anterior, cuando un grito, "¡Linka!", del balcón distante llamó la atención de ambos.

"Oh, aquí acaba el misterio de la máscara," dijo el hada. "Soy reclamada por él a quien debe obedecerse." Hizo el gesto de atar una soga y simuló ahorcarse.

La acción se desperdició por completo en mí, ya que bajaba en picada hacia la locura. Tenía aún menos idea de a quién me dirigía ahora que sabía el nombre de la mujer, que antes cuando pensaba que era Chantelle.

El hada ahora conocida como Linka posó su mano derecha contra mi mejilla y retiró despacio su máscara con la izquierda. Estaba atemorizado. Ella era por mucho la muchacha más hermosa que había visto nunca, y con certeza no había alcanzado por completo la madurez. Sus ojos de esmeralda brillaban con exuberancia juvenil. Parecía no tocada por el hombre, aunque era algo obvio que esto no podía ser así. Un espécimen perfecto, etéreo, una brizna de pétalos que se elevaba en el ojo de un huracán; estaba seducido. Su toque, suave y gentil, casi derritió la roca que era mi corazón.

"Tengo que irme ahora, Jean. ¿Vendrás, también? Amaría tenerte como mi escolta por la tarde. Además, si hay un concurso secundario por el compañero más parecido a un cuervo, podría ganar dos veces."

"Me encantaría," tartamudeé, a pesar de sus burlas. "Pero, Linka, si ese es tu nombre, yo creía que conocía a cada uno de los que quedaban en este enfermo mundo, al menos a todos aquellos de importancia. Pero, mi querida, no te conozco. Te pido me digas, ¿Quién eres?"

La muchacha se inclinó para acercarse, puso sus labios en mi oído y susurró, "Soy Linka, la hija menor del rey Rudolph, hermana de Chantelle y la gema escondida de La Nueva Alianza de Europa, o eso dice mi padre. ¿Aclara eso las cosas para ti?" Luego besó mi mejilla sin vida, giró, y se deslizó lejos, entre la luz vacilante de las hogueras. El aroma de la primavera se fue con ella y me dejó solitario y desolado.

Creí escucharla reír tontamente mientras volvía al baile de máscaras, pero fácilmente podría haber sido Chantelle, que se reía disimuladamente desde debajo del Danubio, ese río meloso de sangre.

3

SORPRENDIDO

Linka entró en la sala de baile como un soplo de aire fresco, mientras yo me quedé en el balcón como un oscuro contaminante. Los enmascarados invitados se separaban ante ella, lo que alivió mi paranoia anterior, hasta que se detuvo en medio de la arena. Allí giró a la manera de un trompo y ofreció su brazo. El conjunto enmascarado miró en mi dirección.

Nunca alguien que apreciara la atención inmerecida, por lo que el pasillo de invitados causó un nivel de agitación, pero sólo hasta cierto punto. Tomé una gran bocanada de aire nocturno, me quité el abrigo, lo doblé sobre la baranda del balcón, y luego avancé determinado dentro de la sala de baile. Con la cabeza echada hacia atrás, la camisa negra, de seda, ondulando sobre mis brazos, me destacaba entre el glamour como una sombra meditabunda. Mi cruz de plata, el único recuerdo de antes de la muerte de mis padres, golpeaba contra la piel desnuda de mi pecho. Era un acto deliberado de rebelión contra aquellos que detestaban el símbolo, aunque no apreciaba totalmente por qué. Reflejando la luz de la vela como una estrella, el collar proporcionaba un sentido de poder sobre las masas que jadeaban y gemían. ¿Qué podían decir? ¿Qué podían hacer? Nada. Después de todo, estaba a punto de bailar con una princesa, por segunda vez en veinticuatro horas.

"Mi señora," dije al acercarme y me incliné ante mi anfitriona.

"Monsieur," dijo, imitando el acento francés de su hermana.

Imitar era la palabra correcta. Como todos que aquellos de buena estirpe saben, la gente sólo habla francés para parecer sofisticada, y al hacerlo demuestran que no lo son, o que de hecho son franceses, lo que ya de por si es desafortunado.

Linka se parecía a su hermana, aunque no, tan diferentes como un charco del mar. Tenía la misma barbilla y pelo azabache, pero no poseía ninguno de los manierismos de Chantelle. Pero eran sus ojos, aquellos orbes de esmeralda que quemaban tan ferozmente desde detrás de su máscara, los que las diferenciaban. Linka alumbraba más encanto en un vistazo de esmeralda que el que Chantelle podía dar en una mirada fija de amatista durante un año. Cómo no lo había notado, sumado dos y dos, no era yo, casi desconocido. Estaba orgulloso de ser capaz de abstraerme de la observación; me daba algo para hacer. Linka rezumaba una confianza que provenía de clase, no de esfuerzo. Era aturdidora, y yo, quedé locamente enamorado.

Cómo supo que los valses recomenzaban, no tuve ni idea, pero nos fundimos en uno, deslizándonos juntos como en hielo. Yo era el artista, y ella mi musa. Dos mentes moviéndose como un solo cuerpo. Y, por un rato, casi sonreí. Casi.

* * *

La noche pasó en giros de luz moteada, ondas de música, y una plétora de máscaras que miraban con lascivia. Pronto se hizo obvio que, aunque, y en verdad, todavía no sabía nada de Linka, el resto sí. Los hombres envidiaban y mujeres enfurecían. Ninguno me importaba. Sólo tenía ojos para mi espejismo de hada danzante. La muchacha me tenía tan acalorado bajo el cuello (metafóricamente hablando), que creí que iba a sudar por primera vez, y me pregunté ¿Cómo se sentiría? Pero nunca pasó.

Fue mientras contemplaba dichos pensamientos extraños que noté que algunos palcos en los pisos superiores de la sala de baile se ocupaban. Las velas artificiales, que iban en tonos del azafrán al ámbar profundo entre los juerguistas, reaccionaban ante los humores de los ocupantes de los palcos en halos carmesí y pieles ensangrentadas. Un magnífico puesto mostraba la figura corpulenta e inequívoca del propio rey Rudolph. Su largo colmillo sobresalía sobre su labio inferior como un perro mal educado, lo que irónicamente era. Parecía estar en la compañía selecta de los oficiales de más alto rango de la Jerarquía: Lord Worthington de Britania; el duque Gorgon del Báltico; el príncipe heredero Vladivar de la Alianza Roja, por nombrar algunos de los más notables. El harén habitual de interesadas los acompañaba, la mayoría duquesas menores. Y, con certeza inequívoca, cada uno de ellos nos miraba fijamente. Por instinto, guiñé como respuesta, luego lamenté haberlo hecho, ya que Vladivar enrojeció más allá de la iluminación y Rudolph pareció a punto de explotar.

"¿Te aburro, Jean?" preguntó Linka, robando mi atención de aquellos encima.

"¡Mi Dios, no! Fui atraído al cielo, por decirlo de algún modo, y sus inquilinos. Creo que estoy siendo fulminado con la mirada."

"Ah, no hagas caso de ellos. Se irán en un rato."

"Uno de ellos es tu padre, mi querida."

"Bueno, probablemente tiene más razón para observarnos que los demás."

"Eso supongo. Debes tener una particular importancia para él, para haberte escondido lejos por tanto tiempo," arriesgué.

"No realmente, sólo sé cosas que él desea que otros no."

"Ooh, estoy intrigado."

"Puedes quedarte intrigado," brilló. "Ah, y está ese pequeño asunto del paradero de mi hermana. Tú eres la última persona que fue vista con ella, después de todo."

"¿Lo fui?"

"Creo que sabes que lo eres, Jean. Creo que sabes exactamente dónde está, pero nunca lo dirás."

"Nunca hablaría a las espaldas de una dama."

"No es ninguna dama," gruñó Linka. "La odio."

"Linka, mi querida, ella era tu hermana más allá de sus diferencias."

"¿Era?"

"Es, sabes lo que quise decir. De todos modos," dije, tratando de cambiar el foco de nuestra conversación, "¿Por qué no me ha preguntado tu padre por Chantelle si eso es lo que cree?"

"Merryweather," suspiró.

"¿Perdón?"

"Merryweather habló bien de ti. Dijo que habías estado con él casi toda la noche, por lo que Chantelle debió haber desaparecido en algún flirteo. Ciertamente no sería la primera vez," añadió. "Ha desaparecido por días con anterioridad. Sin importar cómo la castiga padre, sólo parece rebelarse más y se junta con los más indeseables príncipes y otros de su calaña."

"Y, yo," añadí.

"Oh, definitivamente tú."

"Y, ahora tú lo haces."

"En efecto".

"Lo que pretendes hacer con ello ahora es tan travieso como lo que hace tu hermana, si acaso no más."

"Bueno," dijo, y se inclinó hacia mí. "Entre tú y yo, Jean, creo que es hora de ir a la cama."

"Eso es muy atrevido de tu parte, Linka, pero no soy realmente esa clase del hombre," fue mi tímida respuesta.

Linka echó su cabeza hacia atrás y rio. Rio como si el mundo estuviera a punto de terminar, luego se rio un poco más. Su completo placer tintineó a través de la cámara como un flautista en la morgue. Una vez que su histeria se detuvo, hizo un gesto con su cabeza por sobre mi hombro. Entonces me di cuenta, estábamos solos, éramos la última pareja en el auditorio y en el horizonte se veían los primeros matices del amanecer.

"Hora de ir a la cama," dijo otra vez.