Los jefes - Una noche en el pasado - April Dawson - E-Book

Los jefes - Una noche en el pasado E-Book

April Dawson

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Beschreibung

¿Puede haber algo peor que reencontrarte después siete años con el hombre que te rompió el corazón? ¡Por supuesto! Que no se acuerde de ti. Para rematar la situación, ese hombre se convierte en tu jefe de un día para otro y te das cuenta de que tu corazón se sobresalta con cada encuentro, cada sonrisa y cada guiño que compartís. -

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April Dawson

Los jefes - Una noche en el pasado

Translated by Aitziber Elejalde Sáenz

Saga

Los jefes - Una noche en el pasado

 

Translated by Aitziber Elejalde Sáenz

 

Original title: Feel the Boss

 

Original language: German

 

Copyright © 2017, 2023 April Dawson and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728131039

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Para Sarah,

mi alma gemela

Capítulo 1

Sarah

De nuevo me encuentro sentada en una monótona gala con invitados aburridos y comida insípida. Siempre es lo mismo. Delante del edificio se agolpan los paparazzis a la espera de un escándalo pese a la seriedad generalizada de los invitados. En el vestíbulo, la mayoría mira a su alrededor en busca de una cara que no les parezca repugnante, y la fiesta está muerta. He asistido a tantas galas benéficas que ya he perdido la cuenta, aunque debería decir que a veces es porque me obligan a asistir. Muchos dirán que es divertido que te inviten a fiestas elegantes, pero a mí me exasperan. Preferiría estar en casa viendo una serie con mi hermana o leyendo un libro, incluso haciendo la colada. O estar en cualquier otro lugar que no fuera este.

Dejo vagar la mirada por el salón y veo a conocidos hombres de negocios charlando de forma animada. En estos eventos se cierran más tratos que dinero se recauda, lo que me parece muy triste. Conozco bastante bien a más de la mitad de los asistentes, pero no me apetece hablar con ellos, estoy harta de conversaciones superfluas. Para mi satisfacción, compruebo que este salón es más elegante que el que me encontré la última vez. Todavía tengo pesadillas con cabezas de alces que me persiguen a través de bosques oscuros. Esta noche nos encontramos en un hotel exclusivo. No tiene una decoración demasiado ostentosa, pero no han escatimado en motivos florales. El techo está inspirado en el impresionante fresco de Miguel Ángel Buonarroti La creación de Adán y hace honor al original de la Capilla Sixtina. La luz en la zona del bar y del comedor es tenue, de manera que el bien iluminado escenario parece aún más impresionante. A mi alrededor, mis compañeros de mesa están enfrascados en una conversación a la que apenas presto atención. Llevo un rato sumida en mi mundo, pensando en el libro tan emocionante que leí ayer. Veo a los protagonistas ante mí y recuerdo la forma en que superaron todas las dificultades para poder estar juntos. Veo el amor que se me ha negado hasta ahora.

—¡Sarah!, el señor Keagan te ha hecho una pregunta. —La voz grave de mi padre interrumpe mis pensamientos. Le sonrío avergonzada, pero no sirve de nada. Se le ha hinchado la vena de la frente y sé perfectamente lo que eso significa: está furioso.

—Perdóneme, ¿cuál era la pregunta? —mascullo con la cara al rojo vivo mientras oigo suspirar a mi padre.

—¿A qué se dedica, señorita Newman? —¡Ah!, la típica pregunta que te hacen en estas galas.

Pongo mi cara de póker habitual.

—Soy la responsable del Departamento de Informática de nuestra empresa familiar y también llevo los asuntos de marketing —respondo sin mucho entusiasmo. No sé cuántas veces habré pronunciado esa misma frase. De todas formas, mi interlocutor se olvidará de lo que le diga. En el mundo de los negocios, la gente no se suele interesar por las personas. Quieren saber a cuánto cotizan las acciones, cuál es el balance anual y si la empresa está en la ruina y pueden comprarla a precio de saldo.

Mi padre también es uno de esos hombres de negocios: pocas palabras, inflexible y despiadado en la gestión de su empresa. Un adicto al trabajo emocionalmente frío, más jefe que padre. Por supuesto, espera los mejores resultados de mi hermana y de mí, algo que nunca llegaremos a alcanzar. No se pierde ninguno de los eventos que se celebran aquí en Nueva York casi todos los fines de semana. Establecer relaciones comerciales, consolidarlas y cerrar tratos; eso es lo único que le interesa a papá. En los últimos tiempos ha ido a peor. Siento que algo lo está oprimiendo, lo veo, pero no deja que nadie se le acerque demasiado. Se volvió así cuando nuestra madre nos dejó.

Dentro del Grupo Newman lo llaman Peter el Bárbaro porque dirige la empresa con gran tesón y cierta dureza. Si alguien muestra debilidad, fuera. Muchos trabajadores cualificados han tenido que dejar la empresa por sus excentricidades e incluso yo he estado en la cuerda floja, y eso que soy su hija. Le da igual que alguien tenga que alimentar a su familia o que necesite el trabajo para salir adelante. Tampoco le preocupa lo que quieran sus hijas. Callie tiene la suerte de seguir en la universidad, de lo contrario papá ya la habría metido en la empresa. Cuando terminé mis estudios de informática, que completé cursando un máster, intenté alejarme de mi padre y quería buscar trabajo en alguna otra empresa, pero eso no entraba en la cabeza de Peter Newman. Para él sería una deshonra que trabajara en otro sitio y diera la espalda a la empresa familiar. Soy consciente de que a mis veinticinco años soy lo suficientemente mayor como para tomar mis propias decisiones. Aun así, me resulta muy difícil decirle que no a mi padre.

Parece que el señor Keagan ha perdido el interés por hablar conmigo, así que se gira hacia papá, quien me dirige una mirada indicando que he metido la pata hasta el fondo. Ahora más que nunca puedo imaginarme el sermón que me espera sobre lo maleducada que soy y lo importantes que son las buenas relaciones comerciales. Papá siempre ha tenido el poder de intimidar y acorralar a cualquiera con una sola mirada o su mera presencia. Mi estado de ánimo está bajo mínimos. Tengo que salir de aquí. Me disculpo, agarro el bolso de mano y salgo a toda prisa del salón. Puedo sentir en la espalda la mirada penetrante de mi padre, pero no me giro, y aprieto el paso.

Mientras que en el salón bulle la actividad, en el guardarropa reina la tranquilidad, lo que me viene de perlas. Dejo el bolso sobre una cómoda, me apoyo contra la pared y respiro hondo. «¿Qué ha pasado con mi vida?». Tenía grandes planes. Quería dar la vuelta al mundo antes de cumplir los treinta, lanzarme en paracaídas, nadar con delfines y muchas cosas más. Pero hasta la fecha no he hecho nada de eso, y solo me quedan cinco años para hacer realidad mis sueños. La presión que he sentido durante toda mi vida, provocada por los constantes comentarios de mi padre de que debería parecerme más a él y trabajar más duro, han hecho que me sea imposible conocer ningún otro lugar que no sea Nueva York. Las vacaciones nunca han sido un tema a tener en cuenta. Mi mejor amiga, Elena, lleva años insistiéndome para que me enfrente a mi padre de una vez, pero no puedo. No quiero decepcionarlo como hizo mamá. Todos la queríamos, pero eso no le bastó.

El amor también ha sido algo importante para mí, pero con los años se ha ido quedando en segundo plano. De todos modos, mi padre nunca aceptaría a ninguna de mis parejas. Para él siempre seré la pequeña y dulce Sarah, la que no sabe apañárselas sin la ayuda de papá. Es desesperante.

Me gustaría coger un taxi e irme a casa, pero eso solo lo enfurecería aún más. Y no es una buena idea. Así que me trago la frustración e intento recomponerme para sobrevivir a esta noche. Seguro que un par de horas más no acabarán conmigo. ¡Espera! ¿Es posible morir de aburrimiento? Tengo que buscarlo en Google sin falta. Me paso la mano desesperada por el pelo rubio oscuro, que hoy llevo suelto. Las suaves ondas me caen sobre los hombros y acarician la parte superior de mi cuerpo.

De repente, la puerta de al lado se abre con tanta fuerza que tengo miedo de que me aplaste. Un grito silencioso me sale de la garganta. Miro sorprendida la madera que ha golpeado la pared justo a mi lado.

—Sean, por favor, ¡tenemos que hablar! —gime con desesperación una voz de mujer.

—No, Jazabell, no tenemos nada de qué hablar.

—Pero tú y yo...

—No hay ningún tú y yo, Jaz.

—Yo pensaba que la cita de hoy te habría hecho cambiar de opinión.

—Para mí no ha cambiado nada. Sigo siendo tu jefe, y tú, mi empleada, así que déjalo de una vez.

Petrificada, observo la puerta, que se ha vuelto a cerrar ligeramente debido a la fuerza del impacto y me bloquea la vista. Me siento mal por escuchar una conversación privada, pero no puedo moverme, todavía tengo el susto metido en el cuerpo. Entonces oigo pasos y me quedo paralizada. Sea quien sea quien esté hablando, no quiero conocerlo. Ya es lo suficientemente vergonzoso estar escondida detrás de una puerta.

—Jazzy, voy a serte sincero. No me gustas. Lo que tuvimos fue solo un polvo y hace mucho de eso.

Esas duras palabras me afectan. No sé a quién pertenece la voz, pero enseguida me doy cuenta de que ese hombre no me cae bien. Por lo que parece, la deja plantada, cierra la puerta y se queda quieto. El hombre, al que solo veo de espaldas, agarra con fuerza el picaporte y toma aire profundamente. Después sacude la cabeza, se gira y me descubre. En cuanto me doy cuenta de quién es, noto que me falta el aire. Ante mí se encuentra nada más y nada menos que Sean Coleman. El hombre que no solo me rompió el corazón, sino que me hundió en la miseria.

Sus ojos azul hielo me miran con frialdad, cosa que no puedo tomarme a mal. Si mi aspecto refleja lo que siento ahora mismo, su asombro está justificado. Desliza la mirada por todo mi cuerpo, y de repente me alegro de llevar un vestido cerrado hasta el cuello. Siento como si me estuviera desnudando con la mente. Sus ojos azules recorren cada rincón de mi cuerpo y casi puedo sentir su mirada. Me siento tentada de cerrar los ojos, su presencia me parece muy angustiosa. Sean está igual que hace siete años. Cuerpo musculado, mirada salvaje, pómulos elevados y el pelo negro azabache que le cae desenfadado por la frente. Un chico malo de manual, y yo sé de buena tinta lo malo que puede llegar a ser.

De pronto me asaltan los recuerdos. Siento sus fuertes brazos rodeando mi cintura, su pulgar acariciando mi cuello y esos ojos azules como el hielo que por fin me hacen sentir libre. Mi cuerpo comienza a temblar y mi respiración es cada vez más agitada.

—Sean —susurro, e intento sostenerle la intensa mirada. Conozco muy bien esa expresión en su rostro. Le gusto.

—¿Nos conocemos? —murmura seductor, pero esas dos palabras son como un puñetazo en el estómago.

«¿Ya no se acuerda de mí?». Noto un pinchazo en el corazón y la decepción me hace cerrar los ojos un momento. El hombre del que una vez estuve enamorada, que marcó un antes y un después en mi vida, no sabe quién soy. Esa constatación hace que broten las lágrimas en mis ojos. Hubo una época en la que él era el centro de mi universo, mi primer amor. Noto que me falta el aire y que cada vez me cuesta más respirar. Siento como si Sean estuviera apretándome el corazón con el puño, subyugándome. Incluso después de tanto tiempo consigue desconcertarme y sacarme de quicio al mismo tiempo. Aunque ya no sea suya, todavía tiene la capacidad de hacerme daño. ¡Menudo idiota!

—¿Se encuentra bien? —me pregunta, y no sé qué debería contestar. Estoy de todo menos bien. Ahora más que nunca desearía poder irme a casa y procesar la conmoción. Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantar la vista y enfrentarme a su intensa mirada. En ella veo una preocupación auténtica, lo que me sorprende un poco. Hasta donde yo sé, Sean Coleman es un hombre que solo piensa en sí mismo. Para no quedar como una completa estúpida, asiento precipitadamente e intento huir de él.

De pronto, Sean me agarra del brazo y me quedo paralizada. Un rayo atraviesa mi cuerpo y me hace temblar. Sentir su mano en mi brazo desnudo hace que se despierten todos los sentimientos que tenía enterrados en lo más recóndito de mi interior. Sentimientos que no quería volver a tener. Levanto la mirada y veo su expresión de desconcierto. Como si estuviera hechizado, me mira el antebrazo y frunce el ceño como si él también lo sintiera. Eleva la vista y me mira profundamente a los ojos.

—Se… —Carraspea, pero no me suelta el brazo—. Se deja el bolso —susurra, y hace un gesto con la cabeza hacia la cómoda detrás de mí. ¿Qué bolso? ¡Ah, sí!, mi bolso.

—Gracias —murmuro, e intento esbozar una sonrisa a pesar de la dificultad para respirar, pero no lo consigo. Sin embargo, él no da muestras de querer soltarme. Parece estar absorto en sus pensamientos—. Eh... necesito el brazo.

Entonces se da cuenta de que todavía me está agarrando. Sean me suelta bruscamente, murmura una disculpa y se pasa la mano por el pelo. «¡Joder!». ¡No me puede hacer esto! Hace tiempo era un gesto que me parecía irresistible. Me muerdo el labio inferior y hago todo lo posible por parecer fría y reservada. Pero fracaso, porque me tiembla todo el cuerpo.

Entonces me tiende la mano.

—Sean Coleman.

«¡Ja! ¡Como si no lo supiera!». Él es el responsable de más de uno de mis sueños húmedos y también de muchas de mis lágrimas.

—Sarah Newman. —Le estrecho la mano extendida y de nuevo se desata un torbellino en mi interior.

Sean sigue sin inmutarse. Parece que mi nombre no le evoca ningún recuerdo. La decepción me golpea hasta la médula. Perdí la virginidad con este hombre y ni siquiera se acuerda de mí. El dolor que se extiende por mi pecho es casi insoportable y no me deja pensar con claridad.

—Tengo que irme. —Sin decir nada más, lo dejo plantado y me apresuro hacia el baño de señoras. Me lavo las manos temblorosas con agua helada y me mojo el cuello. ¡Joder! Llevo años intentando desterrar a Sean de mis pensamientos, algo que últimamente es cada vez más difícil, pues su cara y la de su hermano no hacen más que salir en las portadas.

—Genial, Sarah, ¡lo has vuelto a bordar! —le reprocho a mi reflejo en el espejo, sin apenas poder contener lo enfadada que estoy conmigo misma—. ¿Por qué tiene que ser tan guapo? —murmuro para mis adentros.

He pensado mil veces en cómo reaccionaría si alguna vez volvía a encontrarme con él.

—Quería echarle en cara que no es más que un mujeriego y un cabrón. Le iba a leer bien la cartilla, pero ¿qué es lo que he hecho? Quedarme con la boca abierta. ¡Solo ha faltado que se me cayera la baba!

Entonces oigo una carcajada y me doy cuenta de que hay una chica morena detrás de mí.

—¿Estás bien? —pregunta sonriendo mientras me mira a los ojos a través del espejo.

Asiento. No me apetece hablar de mis problemas sentimentales con una desconocida.

Me regala una sonrisa sincera que no le puedo devolver y desaparece dentro de un cubículo.

Bajo la vista y me aferro al lavabo. «Tengo que calmarme». Así no puedo volver con papá, se daría cuenta enseguida de que algo no va bien. Respiro hondo un par de veces. «Tranquilízate, Sarah, solo es un tío. Hay muchos peces en el mar», me digo para mis adentros, y logro respirar más despacio.

La chica se pone a mi lado y se lava las manos.

—Sí, gracias —susurro, y le sonrío avergonzada. Algo más serena, me dirijo a mi mesa y espero de todo corazón no volver a encontrarme nunca más con Sean Coleman.

Capítulo 2

Sarah

Entro en el salón con los hombros tensos. En mi ausencia, todos los invitados han tomado asiento y yo vuelvo a sentarme junto a mi padre, que me castiga con una mirada rabiosa. Cuántas veces he deseado ser más valiente y hacerle frente de una vez, pero año tras año siempre acabo acobardándome. Después de que mi madre nos dejase he querido ser una buena hija. Por eso, en lugar de estudiar Pedagogía, que es lo que siempre he querido, me centré en el ámbito técnico para que estuviera orgulloso de mí. Mi hermana Callie estudia Publicidad y, cuando se gradúe, trabajará en la empresa familiar, como yo. Es una ley no escrita.

Me encanta mi trabajo como responsable de informática y marketing del Grupo Newman. Disfruto de mi pasión por la programación. Vivo para ese trabajo y me lleva a superar mis límites. Hace un año logré un gran éxito profesional: creé un programa que permite a las empresas de publicidad unificar de forma clara y compacta, en un único software, las cifras de ventas, las estadísticas, las encuestas y los anuncios publicitarios, es decir, los datos más importantes. Así es posible tenerlo todo a simple vista sin necesidad de ir cambiando de programa en programa. Sé que hay muchos otros del mismo estilo, pero el mío es más innovador, porque calcula el impacto de la publicidad en segundo plano y ofrece datos porcentuales sobre el éxito de los anuncios ya publicados. Como sé que mi padre nunca aceptaría que le hiciera la competencia o que fundara mi propia empresa, he comercializado el programa con el seudónimo George Inna. Sin embargo, no esperaba que tuviese tanto éxito. Muchos periódicos y compañeros han elogiado mi software y se está usando en muchas empresas. Dos tercios de las ganancias que obtengo con este pasatiempo lo destino a la Fundación Newman, una institución que financia escuelas y hospitales en África. Los proyectos en ese continente son muy importantes para mí y, cuando tenga algo más de tiempo libre, viajaré allí para verlos en persona.

Aunque me había propuesto no buscar a Sean con la mirada, lo hago. Echo un vistazo discreto por la fila de mesas, pero no lo encuentro por ningún lado. Pongo los ojos en blanco, molesta por mi actitud. Ese hombre me trató fatal y, aun así, ansío contemplarlo desde la distancia. ¡Qué patético! Nunca aprenderé. Dos mesas más allá observo a la chica con la que me he encontrado en el baño durante mi crisis nerviosa. En cuanto se da cuenta de que la estoy mirando, se gira hacia mí y me guiña un ojo. Sonrío y levanto la mano para devolverle el saludo.

Los invitados aplauden y automáticamente hago lo mismo porque no he oído lo que han dicho. Me quito una pelusa imaginaria del vestido mientras el presentador anuncia al orador:

—¡Un fuerte aplauso para Sean Coleman!

Levanto rápido la cabeza y vuelvo a ver al hombre de ensueño al que debería olvidar. Tengo que controlarme bastante para no maldecir en voz alta. Sean sube al escenario con paso decidido, sonríe a la multitud y mi corazón amenaza con salirse del pecho. El traje negro hecho a medida le queda perfecto sobre su cuerpo de deportista, acentuando sus músculos, que puedo intuir a través de la tela. Debajo lleva una camisa de color blanco perla y una corbata gris oscuro. El protagonista ideal para la próxima película de James Bond. Sonriendo, mira al público, y su sola presencia irradia autoridad y serenidad. Igual que la primera vez que lo vi. «¿Cómo lo hace?». Sacudo la cabeza para bloquear el pasado, que ha invadido todos mis pensamientos. Tengo que mantener la calma y tranquilizarme, pero estoy enfadada con ese tío por ni siquiera acordarse de mí. ¡Aquí no hay lugar ni para la debilidad ni para la atracción!

Sean se coloca detrás del atril de cristal, agarra el micrófono y lo ajusta a su altura. Carraspea antes de hablar.

—Damas y caballeros, es un placer estar hoy aquí con todos ustedes. El año pasado fue muy movido para nuestra empresa, Coleman & Sons, en muchos sentidos. Tuvimos la oportunidad de crear un anuncio de televisión de difusión mundial para la empresa Rehbock, que se convirtió en un gran éxito con la ayuda de nuestros empleados y, especialmente, de Emma Reed. Además...

«¿Emma? ¿No se llama así su exnovia?». Me enteré por la prensa de que, al parecer, había tenido una novia, pero no podía creérmelo. Conozco a Sean Coleman. Es un mujeriego que solo piensa en sexo, está forrado de dinero y tiene un ego enorme. Me parece poco probable que una mujer haya podido domarlo.

—Por eso tenemos pensado reorganizar el Departamento de Informática por completo en las próximas semanas y, para ello, hemos adquirido el software ATM de George Inna. La genialidad de George representa una gran contribución a nuestra industria y nos ha ahorrado mucho trabajo.

«¿Sean Coleman acaba de decir que soy genial?».

—¡Joder! —resoplo y recibo el asombro y las miradas de desaprobación de mis compañeros de mesa. «¡Mierda!». ¡No puedo tener la boca cerrada! Me cuesta creer que Sean sea capaz de valorar tanto mi trabajo. Soy consciente de que no lo conozco lo suficiente, pero, viendo lo que cuentan las revistas en las que aparece en portada, da la sensación de que es más un playboy que un hombre de negocios. ¿Pero quién soy yo para juzgarlo? Me oculto detrás de un seudónimo y, a mis veinticinco años, no he conseguido enfrentarme a mi padre ni labrarme mi propio camino. Si hay alguna hipócrita en esta sala, soy yo.

Por suerte, Sean termina el discurso y se baja del escenario con una sonrisa tan reluciente que quita el hipo. Siento algo en mi interior que no puedo expresar con palabras. Cuando lo miro, no veo al hombre que es ahora y que apenas conozco, sino al joven estudiante que me hechizó una noche y de quien me enamoré con toda el alma. Inmersa en el pasado, se hace el silencio a mi alrededor.

Me desconecto del presente y solo veo a Sean, la forma en que hundía las manos en mi pelo mientras gemía, sus labios besando cada centímetro de mi piel ardiente y esos ojos, tan claros como el hielo del Antártico. Sería muy fácil decir que solo me usó y me tiró, pero mi corazón sabe que no fue así. Sus ojos lo traicionaron cuando me penetró y se llevó mi virginidad. Él también sentía que había algo más profundo entre nosotros, algo que nunca habíamos experimentado. Todavía oigo sus jadeos, mis gemidos y de nuevo siento que me toma entre sus brazos, posesivo, y me eleva para ponerme sobre su regazo. Veo cómo me mira a los ojos cuando vuelve a penetrarme y me susurra que nunca había conocido a una mujer más hermosa. Abrumada por los sentimientos que amenazan con desbordarme, levanto la vista y, respirando con dificultad, veo al hombre al que no he podido olvidar en siete años. Mi corazón late desbocado mientras lo observo y me detengo en su trasero.

—Menudo culo —me digo a mí misma, y lanzo un profundo suspiro. Hace mucho que no estaba tan excitada.

—¿Qué? —gruñe mi padre.

Me vuelvo hacia él presa del pánico.

—Que tomaré el besugo.

«¿Qué? ¡Si odio el pescado!». Pero parece que ha funcionado, porque asiente con la cabeza. «¡Uf!». Después de ese susto y de la fantasía erótica diurna, creo que me merezco una copa. Aunque, si voy a estar en la misma sala que Sean, puede que necesite más de una.

—Discúlpenme —les digo a mis compañeros de mesa mientras me levanto con elegancia y me apresuro hacia la barra.

—¿Qué va a tomar, señorita?

—Un vino tinto. ¡No! Ginebra. Espere. Póngame un tequila.

El camarero me sonríe. Parece imaginar que quiero ahogar las penas.

—Ahora mismo.

Me aferro a la barra e intento controlar la respiración. Esta tarde pensaba que se avecinaba una noche muy aburrida. Pero, por desgracia, está claro que me equivocaba. Me he reencontrado con el hombre que dejó mi mundo en ruinas y del que me enamoré locamente. Antes era una ingenua, pensaba que, si se lo daba todo, él también se enamoraría de mí. Pero la realidad me hizo bajar a la tierra de muy malas maneras. Su comportamiento después de nuestra primera noche juntos me demostró que era un capullo y tuve claro que nunca podríamos estar juntos y, aun así, nunca lo he superado. Siempre he comparado a mis parejas sexuales con Sean, lo cual, está claro, es una absoluta tontería.

De repente me invade una rabia que me obliga a respirar hondo. Estoy enfadada conmigo misma. Nunca he entendido a las mujeres que siguen con sus parejas aunque estas las traten fatal. Y ahora me doy cuenta de que no soy mejor que ellas. Parece que no he aprendido de mis errores. Por desgracia sigue siendo atractivo y me provoca pensamientos impuros. Esperaba que, por algún milagro, se hubiera puesto gordo y feo, pero no ha sido así. Nunca hubiera pensado que, después de siete años, tendría el mismo efecto sobre mí. Hace un rato casi rompo a llorar en el baño y ahora averiguo que ese hombre respeta mi trabajo y ha comprado mi programa. Como tengo empleados que se ocupan de mis finanzas, no sabía que Coleman & Sons había adquirido mi software.

Cuando tengo el vaso de chupito ante mí, le sonrío al camarero como si fuera el Mesías y vacío el contenido de un trago. ¿Limón? ¿Sal? No necesito nada de eso. Si quiero sacar a Sean Coleman de mi mente, el alcohol debe ser puro.

—Sarah Newman, parece que estás teniendo una mala noche. —Una voz conocida hace que ponga los ojos en blanco, molesta. «¡Él no! Cualquiera menos él».

Respiro hondo antes de esbozar una sonrisa falsa y girarme.

—Gabriel, hola.

Ante mí se encuentra Gabriel Bradford, un chico de buena familia que, por supuesto, sigue los pasos de su padre. Bradford Sweets es el mayor fabricante de dulces de Estados Unidos y pertenece a una de las familias más ricas de América. Gabe no está nada mal. Es alto, de hombros anchos, pelo rubio, ojos verdes y una sonrisa encantadora. Mi mejor amiga Elena dice que es el sexo personificado. Está enamorada de él desde que íbamos a la escuela, pero cuando yo lo miro, no siento absolutamente nada. Aunque me temo que sus sentimientos hacia mí siguen creciendo. Siempre revolotea a mi alrededor y no pierde la ocasión de intentar ligar conmigo.

Me acaricia el brazo, me saluda con un breve abrazo y me besa en la mejilla. Me encantaría decirle que no me interesa, pero la mayoría de las veces que nos vemos es en eventos oficiales, donde también está la prensa. Así que no sería aconsejable comenzar una discusión y dar calabazas a uno de los chicos más ricos del país.

—Bueno, ¿qué tal te va? ¿Sigues siendo la reina de los frikis? —Por comentarios como ese me gustaría dejarlo plantado, pero no sería nada elegante, así que le sonrío. No puedo matarlos a todos en una sola noche.

—En efecto. Sigo siendo la responsable del Departamento de Informática y también llevo los asuntos de marketing.

—Trabajas como una mula, igual que Peter. Deberíais relajaros un poco y divertiros.

Ante mí aparece otro chupito. Miro extrañada al camarero, que asiente y me guiña un ojo.

—Invita la casa. —Este buen samaritano sabe exactamente lo que necesita una damisela en apuros: alcohol de alta graduación.

—Gracias.

Brindo en su dirección sonriendo y me lo bebo.

—¿Tequila? Ah, Sarah, ¿no podrías beber algo de mejor gusto? Algo con estilo.

¡Por favor! Este tío me saca de mis casillas. «No existe nadie más pedante que tú».

Eso es lo que me gustaría decirle, pero esbozo una sonrisa falsa y digo:

—Siempre bebo lo que me apetece. Si no te gusta, puedes irte.

Debería pillar la indirecta, pero no se va. En su lugar, se pega todavía más a mí.

—Ah, Sarah, me encanta tu descaro. Tú y yo seríamos la pareja perfecta. ¿No crees?

Gabe sería el marido perfecto si confiase en la opinión de mi padre. Aunque no tiene ni idea, claro.

—Para serte sincera, no. No eres mi tipo.

—Eso solo lo dices porque no me conoces. Deberíamos pasar más tiempo juntos. Peter me dijo una vez que sería el yerno perfecto, ahora solo me falta convencerte a ti para que seas mi mujer.

Poco a poco empiezo a sentir como si me estuvieran vendiendo al mejor postor. Y, claro, lo que yo quiero no importa. Hago como que no he oído el final de la frase.

—Peter y yo comimos juntos ayer. Me ha invitado a vuestra oficina la semana que viene. Podríamos hacer algo entonces. ¿Qué me dices? —La mano de Gabriel me recorre la espalda. Me gustaría apartársela. Sus constantes intentos de acercamiento me ponen de los nervios.

—No sé si la semana que viene tendré tiempo, Papá tiene algo gordo planificado. —Se me ocurren millones de cosas que preferiría hacer, como planchar la ropa o dar de comer a los cocodrilos. Sería más interesante que una cita con Gabriel.

Su sonrisa es tan amplia que se le marcan los hoyuelos, lo que le hace parecer muy joven. Sabe de sobra que no quiero salir con él, pero conquistarme le parece un reto y ahora intenta conseguir una cita a través de mi padre.

Me giro un momento, pido un Martini y pongo los ojos en blanco, lo que hace que el camarero se ría. Mi dilema es obvio, pero parece que Bradford Junior no lo pilla. No va a ser fácil deshacerme de él. Se me tiene que ocurrir algo.

De repente siento un calor desde la coronilla hasta la planta de los pies. Percibo un hormigueo por todo el cuerpo y noto una mirada que me observa de arriba abajo. Alzo la vista y me encuentro con unos ojos azules que me persiguen hasta en sueños. Sean Coleman está al final de la barra, dando un sorbo a su bebida y examinándome con intensidad. Sus ojos se deslizan por mi cuerpo y al fin se encuentran nuestras miradas. De pronto siento que el aire es más denso y me cuesta respirar. Es como si solo sucediera a nuestro alrededor. Nunca había experimentado nada tan intenso, ese hombre es pura tentación. Cuando se vuelve hacia Gabe, vuelvo a respirar. ¿Qué demonios ha sido eso? Sean frunce el ceño y parece molesto por algo. Gabriel, por su parte, deja escapar un gruñido. «¿Sean y Gabe se conocen?».

Capítulo 3

Sean

Maldita sea, ¿qué ha sido eso? Me miro los dedos con cara de idiota, en los que todavía siento el hormigueo, hasta que cierro los puños. Definitivamente estoy trabajando demasiado, no hay otra explicación. La chica está buena, de eso no hay duda. Pero, en lugar de notar algo en la entrepierna, todo mi cuerpo ha empezado a vibrar. Esta chica tiene algo, y no es solo un cuerpazo. A propósito de cuerpazo, hoy necesito sexo sin falta. No me acuesto con nadie desde ayer y ya se me está haciendo demasiado largo.

—Señor Coleman, cinco minutos —me informa una atractiva morena, y me guía hasta el escenario meneando el culo. ¡Lo está haciendo a propósito! No es que me moleste, pero no puedo subir al escenario con una erección. Me paso la mano por el pelo e intento controlarme. Más tarde tendré tiempo de tirármela.

Después de mi discurso siento la garganta seca, así que intento evitar a los asistentes y pongo rumbo a la barra. Procuro mantenerme oculto para que Jazzy no pueda volver a insinuarse. Me está empezando a poner de los nervios. No hay nada peor que una mujer con la que te has acostado se te pegue como una lapa. El camarero me sirve un whisky doble, que enseguida riega mi garganta. Si quiero sobrevivir a esta gala tan aburrida, necesito alcohol, y en grandes cantidades.

—¿Sean? Oye, ¿va todo bien? —pregunta Emma, sonriendo, y se coloca a mi lado.

Miro el vaso vacío con una sonrisa antes de alzar la vista. Cuando Emma sonríe, el mal humor desaparece. Su alegre forma de ser siempre consigue distraerme. En el pasado no me resultó nada difícil enamorarme de ella.