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Un médico especialista en implantes de memoria envuelto en un homicidio; un inspector que trata de identificar al autor de un misterioso crimen; un ingeniero que queda atrapado en la Cordillera de los Andes a merced de una extraña criatura; un arqueólogo que viaja por el tiempo hasta el Big Bang; son algunos de los universos a los que el lector podrá entrar fascinado gracias a la pluma de ese genial soñador de historias que es Fabián Donnini. A través de esta excelente colección de relatos, que aúnan la intriga del género policíaco, los elementos oníricos de la literatura fantástica y la elucubración metafísica del ensayo filosófico, el autor nos conduce nuevamente a los temas más inquietantes y misteriosos de la actualidad y el porvenir, haciendo gala de un brillante estilo literario emparentado con Borges, Bradbury, o Poe. Andrew Gillman
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Seitenzahl: 167
Veröffentlichungsjahr: 2023
Donnini, Fabián Sebastián Los ojos del gato / Fabián Sebastián Donnini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3351-7
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Diseño de tapa y fotografía: Guillermo A. Bautis [email protected]
Este libro no puede ser reproducido total ni parcialmente en ninguna forma ni por ningún medio o procedimiento, sea reprográfico, fotocopia, microfilmación, mimeógrafo o cualquier otro sistema mecánico, fotoquímico, electrónico, informático, magnético, electroóptico, etc. Cualquier reproducción sin el permiso previo por escrito de la editorial viola derechos reservados, es ilegal y constituye un delito.
Prólogo
Ángel
El Contrapiso
El Hombre de la foto
El libro de los números
El pez que cayó del cielo.
El puente de las almas
Hymn to her
La Ciudad Perdida de Ubar
La extraña vida de Hans Krommell
Like a burning paper in the air.
La Flor de Novalis
Los ojos del gato
Pequeños detalles
La otra puerta
Viaje al origen del Universo
Wondering
A Fabiana Basile, Ángel “Dr. Fausto” Di Risio y Martha Cataldi, por las correcciones y sugerencias.
A Jorge Millet por su colaboración en la búsqueda biográfica de la vida de Hans Krommell,sobre todo del período oscuro o Italiano.
A Guillermo Bautis quien además de su profesionalismo y creatividad en el diseño de lacubierta, tomó varias fotos hasta lograr que mi cara pudiera estar en la contratapa.
Al “Kid Caimán” Camilo Giani por su permanente apoyo, y por su prólogo (en realidadpublico solo para que él escriba en mis libros).
Especialmente a Karl Muller (nieto de Frika Krommell), quien nos facilitó las obras completas de Hans Krommell; y al profesor Enrique Guillot Puig, quien tradujo del alemán los textos.
Para mis hijos María Paz y Juan Sebastiány para Andrea, mi esposa eterna.Sin ellos no soy nada.
Fabián Donnini presenta aquí su segundo libro de ficción literaria. Es un conjunto de relatos, algunos muy breves, no por ello menos impactantes y otros de amplio desarrollo, como aquel trabajo que da merecidamente nombre al libro.
Ahora que este cardiocirujano, saliendo del pautado y muy organizado mundo quirúrgico, se vuelve a aventurar en los a veces cenagosos terrenos de la literatura, sus lectores no nos sorprendemos. Ya lo hemos hecho al recorrer las páginas de su obra prima
La partida de Alan Moral y hemos desde entonces sabido que Donnini está dotado para la alta redacción enigmática.
¿Quién es Alan Moral? O, mejor ¿quién fue? Repasando las hojas de su libro anterior tenemos nítida contestación a los interrogantes. Pero ahora, en las apenas entintadas páginas de estos ojos del gato, se reencarna un tal Allan Moral, así, con doble ele, que, malgré la consonante diferencia, no deja de ser un personaje iterativo.
Donnini juega con eso y con muchas otras configuraciones, signando un esteticismo peculiar. La genética de su padre, artista plástico, lo hace dialogar permanentemente con el coautor de sus días de forma transmundana. Logra transmitir su universo interior a sus lectores, provocando en ellos inquietud y a veces cierto desasosiego.
Veamos ahora, a través de los ojos del felino, ese mundo interior y descubramos el milagro, siempre renovado, de la literatura como fuente de placer intelectual y pensamiento creativo.
CAMILO A. GIANT
No bien hubo terminado de hablar, Masshud de Antenexas reconoció a su viejo maestro entre la multitud. Aquel se le acercó y dijo:
—Ha pasado tanto tiempo desde que partiste, que pensé que nunca más volvería a verte, y ahora que te he escuchado me doy cuenta cuánto has evolucionado desde aquellos tiempos en que eras mi discípulo. Quizás debiera ser yo tu alumno.
—Tus palabras me llenan de orgullo, Anfóstenes. Por mi parte siempre he recordado al hombre que me inició en la búsqueda de la sabiduría eterna.
Caminaron lentamente como hacía tanto tiempo y recordaron aquellas épocas eludiendo la nostalgia, hasta que en una pausa, el anciano preguntó al fin aquello que lo inquietó desde el comienzo.
—Algo me ha impresionado de tu discurso Masshud, y es la manera en la que te refieres a la muerte. Lo haces como si realmente la hubieras vivido.
El joven volteó hacia él sabiendo que su maestro lo había notado desde el comienzo, hizo una pausa y le susurró al oído:
—Lo que sucede querido Anfóstenes, es que yo ya he muerto varias veces.
El viejo maestro abrazó con emoción a su antiguo discípulo, y no se sorprendio cuando sus manos atravesaron al ángel como a una bruma...
A Mora
El señor Cornejo observaba cómo desde lo alto de un andamio, un par de obreros emparchaban una grieta de una pared exterior evidentemente deteriorada por una enredadera que se aferraba al muro en una extraña simbiosis.
Hacía sólo quince días que habían adquirido la vieja casa de Palermo, la cual había estado deshabitada desde años atrás debido a una sucesión dificultosa.
Cornejo era empleado de una multinacional y debía viajar al día siguiente a la casa central en Dallas por dos semanas, el hecho de tener que dejar todo en manos de su familia no lo intranquilizaba sino que lamentaba no poder estar para observar las pequeñas metamorfosis que llevarían la vieja casona a ser la residencia de sus sueños.
—Quince días no son nada para esta gente. ¿No ves que hace tres que están terminando de arreglar esa rajadura? –Le dijo su hija– Cuando vuelvas todo va a seguir igual.
—Espero que no tengas razón porque debemos dejar el departamento en un mes. –Contestó él.
—Señor Cornejo...–se escuchó la voz del arquitecto Galli– ¿puede venir por favor?
Fue acompañado por su hija al living donde vieron a Galli inclinado en el piso.
—Mire esto don Aníbal –dijo Galli– estos tablones de pinotea son muy buenos pero la mayoría están podridos.
—¿Podridos? –preguntó Estela.
—¿Cuán podridos? –agregó él.
—Miren. –Galli levantó su pie derecho unos veinte centímetros y lo dejó caer con violencia, hundiéndose a través de dos tablas.
—Papá ¡Está repodrido!
—Sí nena, ya veo. Y... dígame arquitecto, cuánto puede salir arreglar esto.
—Habría que cambiar casi la totalidad del piso del living y parte del comedor, en los cuartos está bastante bien , es un gasto que no habíamos tenido en cuenta. Si bien es muy lindo, este tipo de piso es muy caro.
—Y... ¿no se puede cambiar de tipo de parquet? –preguntó Estela.
—Sí, hay otros pisos más baratos pero...–Galli se detuvo y encendio el noveno Chesterfield en lo que iba de la mañana, exhaló una corta bocanada de humo, y continuó– ¿No les gustan los pisos de cemento?
—¿Cómo de cemento? –inquirió Cornejo.
—Sí papá, –interrumpió Estela– Son bárbaros, y están de moda.
—Le puede poner unas guardas en los bordes, coloca el cemento, lo pulimos, y le va a salir mucho más barato, es más , creo que va a ser todavia más barato que plastificar el piso éste, como usted pensaba. –afirmó Galli mientras hacía cuentas con una calculadora.
—Bueno... este... no sé qué decir. ¿Por qué no llamás a tu madre y a tu hermano a ver qué les parece?
Estela salió corriendo a las escaleras que conducían al primer piso. Entonces Cornejo preguntó.
—Dígame Galli, ¿eso va a quedar bien, o va a parecer un restaurante?
—Ahora se usa mucho, a mí particularmente me gusta, le pusimos uno igual hace unos meses en el living a la casa quinta del actor Jorge Vázquez que quedó brutal, además se ahorra unos mangos que no son despreciables, mire, casi mil pesos.–dijo mostrando el cristal de la máquina.
—Está bien, si usted lo dice.
—Usted fume tranquilo.
—Ya dejé de fumar. –replicó Cornejo.
—Está bien es sólo una expresión, quiero decir que no se preocupe. En unos días lo terminamos y se fija cómo queda.
En ese momento, Estela volvió con su madre y su hermano.
—Estamos todos de acuerdo papá, es una buena idea.– dijo Francisco.
—Aníbal, –su esposa se acercó y lo apartó unos metros– en los bares queda muy bien, pero nunca lo vi en las casas. ¿A vos te gusta?
—Pero querida, es lo que se usa ahora, va a quedar bárbaro. ¿Sabés quién tiene uno igual? Jorge Vazquez, el actor, en su casa quinta.
—¿Y vos cómo sabés?
—Lo vi en una revista. Vos fumá.
—¿Qué?
—Que te quedes tranquila, pero estás hecha una vieja, la casa va a quedar bárbara y muy moderna. Galli... rompa todo nomás.
—Bueno.
Al volver de almorzar, la familia Cornejo se encontró con una montaña considerable de tablones de pinotea apilados en un extremo del living, un pozo donde antes se encontraba el piso, escombros, papeles de diario viejos y unos huesos que por su tamaño debían pertenecer a un roedor.
—¡Qué horror! –exclamó Aurelia.
—No te preocupés querida, es el contrapiso, se ve que se juntó mucha suciedad en tanto tiempo que la casa estuvo deshabitada. –Cornejo se acercó a Galli y cuando vió que su esposa estaba lo suficientemente lejos como para escucharlo le dijo:
—¡Qué horror! Va a quedar bien, ¿No?
—Usted fume, don Aníbal. ¿Qué esperaba encontrar debajo del piso? La casa estuvo deshabitada tanto tiempo que hasta las ratas se murieron de hambre.
—Sí, claro...
La voz de Estela los interrumpió.
—¡Papá, Mamá, vengan a ver!
—¿Qué pasa?
—Miren, ahí abajo hay como una pequeña puerta de metal.
—Es cierto, –dijo Galli mientras se acercaba a ella eludiendo los escombros– ¡Rubén! –Gritó, y uno de los obreros vino rápidamente.
—A ver, fíjese si puede mover estos escombros.
Estela observaba fascinada, igual que su madre; Francisco, en cambio, tenía cara de desconfianza. Al cabo de unos minutos dijo en voz baja:
—No piensan levantar esa tapa., ¿No?
—¿Por qué? –Preguntó Estela.
—A ver si hay un muerto enterrado ahí abajo.
Todos quedaron mudos por un instante. Hasta el peón abandonó su tarea. Finalmente Estela argumentó:
—Yo creo que puede haber un tesoro escondido.
—¿Quién va a ser el estúpido que guarde un tesoro en ese lugar? –preguntó Francisco.
—¿Dónde vas a guardar un tesoro para que nadie lo encuentre? –replicó Estela.
—Y después vendés la casa, y no te lo llevás. –dijo racionalmente su hermano.
—Yo creo que Panchito tiene razón –dijo su madre,– mejor no abramos nada total así estamos bien.
—Pero mamá, no le hagas caso a este cobarde, si hay un muerto se tapa de nuevo y listo.
—Y te mudás vos sóla acá porque yo no pienso venir. –dijo Francisco.
—Sí Estelita, ¿para qué complicarnos la vida? Dejemos todo así.
—Arquitecto, ¿qué hago? –preguntó el peón con cara de susto– Mejor dejamos todo como dice el pibe.
—Aníbal, ¿qué quiere hacer? – Galli miró fijamente al señor Cornejo mientras abría su segundo atado de cigarrillos.
—Bueno...¿Qué puede ser esa puerta?
—Yo soy arquitecto, no adivino.
—Sí, pero, ¿no puede ser un sótano, o el pozo ciego?
—En medio del living no creo que sea el pozo ciego. Un sótano podría ser, pero no está en los planos. Hay que abrir y mirar.
—¿Y si hay un muerto? – preguntó con una expresión de pánico Aurelia– ¿Qué hacemos?
—Y... habría que avisar a la policía... creo...–dijo el arquitecto.
—Y, ¿cómo vivimos acá?
—Mire señora, si pasa eso, la policía va a venir y va a investigar, lo que les va a llevar mucho tiempo, así que no creo que puedan mudarse por ... digamos... con lo rápida que es la justicia...unos años.
—Entonces tápelo. –dijo Aurelia.
—Bueno, como usted quiera. –Galli aspiró una bocanada de humo y volvió a mirar al señor Cornejo.– ¿Lo dejamos?
—Bueno...en realidad, creo que va a ser lo mejor.
—Pero papá...
—Ya escuchaste a tu madre y a tu hermano, –interrumpió Aníbal– va a ser mejor así. Después lo discutimos a la noche.
Luego la familia Cornejo se retiró. Esa noche Aurelia le ayudó a preparar las valijas, su avión salía a las siete y treinta. Durante la cena casi ni se habló del contrapiso. El señor Cornejo se acostó temprano pero no pudo conciliar el sueño, primero por el viaje, y luego por la extraña puerta metálica. ¿Y si su hija tenía razón? Podrían estar viviendo toda su vida arriba de un tesoro sin saberlo. Él no había conocido al dueño original de la casa ya que ésta había entrado en una sucesión, así que Estela bien podía estar en lo cierto. Pero por otro lado, tampoco sabía en qué circunstancias había fallecido el dueño de casa. Para colmo, mañana salía su avión y al volver ya no podría hacer nada.
Sus pensamientos continuaron desvelándolo hasta que miró el reloj despertador. En números rojos brillantes, el display indicaba las tres de la mañana, su esposa estaba profundamente dormida, se levantó lentamente para no hacer ruido y comenzó a vestirse. Tomó la valija y salió rumbo a la casona a las tres y treinta. Era una noche cerrada y en la casa no había luz, pero sabía dónde guardaba Galli una linterna. Cuando partió el taxi, la calle se oscureció por completo. Al llegar a la puerta miró nuevamente su reloj que marcaba las cuatro menos diez. Pensó que tenía al menos una hora para levantar la puerta y explorar qué había debajo, ya había resuelto que si lo que hallaba era desagradable no diría nada y quizás más adelante podría vender la propiedad, pero la idea del tesoro iba cobrando fuerza en la medida que corrían los minutos. Abrió la reja del jardín, que se encontraba sin llave, y se dirigió a un pequeño cuartito que hacía las veces de obrador. A tientas pero bastante rápido encontró la linterna de Galli e ingresó a la casa por la puerta de atrás. Una vez en el living caminó rumbo a la puerta por entre los escombros y con ayuda de una barra de acero la levantó por uno de los bordes.
La puerta era muy pesada pese a su tamaño bastante más chico que lo habitual, no tendría más de un metro cincuenta de alto, y como estaba sobre el piso arrodillado, tuvo que apoyar la linterna en el suelo para poder terminar su tarea con ambas manos. Finalmente logró levantar parcialmente la misma, de tal forma que debía sostenerla para que no se cerrase. Tomó la linterna con su mano derecha mientras sostenía con la otra la puerta a modo de parante, e iluminó hacia abajo.
Observó unos tablones que hacían las veces de escalera, y los fue explorando hasta llegar a un piso lleno de papeles y maderas. Repentinamente, un destello de un extremo del recinto llamó su atención. Dirigió hacia allí la luz de la linterna y observó que el lugar no mediría mas de tres metros cuadrados, y en una esquina, parcialmente cubierta por unos trapos sucios se hallaba una gran caja negra con una manija metálica y un emblema cromado en la parte delantera.
—¡Una Caja fuerte! –pensó. E instintivamente comenzó a bajar por los escalones. Entonces se dio cuenta que a medida que descendía la puerta se cerraría por encima suyo, dirigió la luz hacia el piso del living ( que ya estaba a la altura de su cuello) buscando una madera para usar de parante, y en ese momento, uno de los tablones de la escalera cedio bajo sus pies y Cornejo cayó al vacío mientras el resto de la escalera se iba rompiendo a medida que su cabeza golpeaba sobre ella. La puerta metálica permaneció detenida en la misma posición unos segundos, tal vez por el óxido de sus bisagras, para, luego de un chirrido, caer bruscamente levantando una gran nube de polvo.
Ese lunes por la tarde, Francisco y Estela fueron a la casona y se maravillaron por lo bien que había quedado el piso de cemento ya alisado. Antes de salir Estela le preguntó:
—¿No hay algo que te llama la atención?
—No. ¿Por qué?
—Mirá para allá.
—Sigo sin entender. – dijo él.
—Aquel obrero, ese que se está por ir, tiene una camisa igual a la de papá.
—Cierto. –contestó Francisco– Mirá el viejo, cuando se entere que un peón de albañil usa su misma ropa. Y él que piensa que es fino.
Y los dos se retiraron riéndose a carcajadas.
—No, no lo tome a mal, no es una descortesía, pero no me tome en la foto, por favor.
—Pero será un recuerdo de la fiesta de fin de año, voy a dejar el disparador automático así entramos todos.
—Disculpe –dije– pero yo tomaré la foto, prefiero no salir.
—Vamos, si no está tan gordo después de todo.
—No es por eso. –respondí, al tiempo que me apresuré a tomar la cámara en mis manos mientras reflexionaba sobre lo molesta que puede llegar a ser la gente bajo determinadas circunstancias sociales.
—A mi tampoco me gusta que me tomen fotografías. –dijo una rubia– Y menos en estas reuniones, siempre salen mal. Ahora si me dejan prepararme con tiempo y me las saca alguien que sabe, todo es diferente.
—Si...supongo que es así.
—A ver, colóquense un poco más a la izquierda así no sale la mesa con las bebidas. Rubén no hagas los cuernitos así después se puede mostrar. –Además de acostarse con la mujer de González el muy turro se pone al lado de los dos y le hace los cuernos el marido para la foto de fin de año. Pensé.
—Bueno... digan whis...ky.
Clic
Le devolvi la cámara a Pereyra, el de personal, y al darme vuelta, ahí estaba de nuevo la rubia.
—Estaba pensando, ¿No serás de los que creen que al tomarte una fotografía te están robando parte de vos? Tengo un tío que va a la Científica Basilio que está convencido de eso. Bueno, además cree que somos descendientes de extraterrestres, pero una idea equivocada no debe quitarle crédito a todas sus opiniones.
—¿Y a tu tío no le dijeron nada de la teoría de Darwin? –pregunté.
—Está convencido de que Darwin también era uno de ellos, y que elaboró su teoría para desorientar a los demás científicos acerca de los extraterrestres.
—Qué interesante teoría la de tu tío. ¿Lo dejan salir de vez en cuando, o está internado permanente?
—Te sorprenderías la cantidad de gente que piensa como él. –dijo, y agregó –No está internado, y es gerente de Graham & Co.
—Bueno, supongo que formar parte del imperialismo Yanki le debe dar más credibilidad a su teoría, –me retracté–, y... me decías que Darwin también... y ¿Hay otros famosos como él que sean extraterrestres?
—No lo estas tomando en serio.
La rubia se había fastidiado, traté de ser por demás cortés y retomé la conversación. Al fin y al cabo, debía permanecer en esa reunión un poco más, y la señorita en cuestión no estaba para nada mal. Me extrañó no haberla visto antes. Hacía casi siete meses que nuestra compañía se había fusionado con otra multinacional y nos habían transferido a todos a un viejo edificio reciclado donde anteriormente funcionaba una fábrica textil que se había incendiado un par de años atrás.
—Disculpame, no quise ser grosero, creo que son estas reuniones de fin de año las que me ponen más escéptico de lo tolerable. ¿Te sirvo algo?
—Una copa de champagne está bien. Gracias. A mí tampoco me gustan estas reuniones, mucha gente. Pero ya se están empezando a ir.
—Si, –asentí mientras le servia su copa y me servia un whisky, el sexto de la noche–. Ahora se produce el efecto cascada, una vez que se va el primero, todos empiezan a despedirse cada vez más rápido.
—Me decías que había otras personalidades que según tu tío son alienígenas. Volvi a insistir luego de un sorbo.
—Jesucristo, Mahoma, Ghandi, Sai Baba...
—Perdón, –interrumpí– y alguno más actual.
—Elvis Presley.
—Ahora puede ser que te crea un poco más. ¿Y alguno de acá?
—Mostaza Merlo.
—¿En serio? Por eso sacó campeón a Racing después de treinta y cinco años. –me quedé mirándola fijamente a los enormes ojos verdosos para luego agregar con resignación.– Te estás burlando de mí.
—Por supuesto.