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La refinada narrativa e incansable pluma de Fabián Donnini nos invita, en esta tercera entrega, a transportarnos entre mundos infinitos. Un multiverso donde, sin quererlo, encarnaremos el papel de personaje principal, un viajero fuera del tiempo que a cada paso se transforma y vive las más extrañas aventuras. En solo diecinueve de ellas, tan opuestas a lo que sabemos como cierto, el autor logra efectivamente y afectivamente, alejarnos de la realidad. Esta dificultad para reconocer lo verosímil, incurre en un nivel de incertidumbre que rápidamente estremece y obliga a seguir leyendo. En dosis medidas a la perfección, que nos recuerda a la magistral prosa de Asimov, Borges, Bradbury, Poe y quizás Sturgeon, el escritor ilustra la posibilidad de lo imposible, lo que podría ser y no es. Interrumpir la lectura sería casi como un crimen. Pero, ¿y si todo esto fuese cierto? ¿En que proporción lo sería? Como es habitual, Donnini, nos hace preguntarnos al final, si esto es verdad, o quizás,… nunca jamás sucedió. Guillermo A. Bautis
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Seitenzahl: 121
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Fabián Sebastián Donnini
Donnini, Fabián Sebastián Nunca . Jamás . Sucedió : cuentos de ficción / Fabián Sebastián Donnini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2873-5
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Diseño: Guillermo A. Bautis / [email protected]
Foto de tapa: Cosma Andrei
Este libro no puede ser reproducido total ni parcialmente en ninguna forma o por ningún medio o procedimiento, sea reprográfico, fotocopia, microfilmación, mimeógrafo o cualquier otro sistema mecánico, fotoquímico, electrónico, informático, magnético, electroóptico, etc. Cualquier reproducción sin el permiso previo por escrito del autor o editorial a cargo viola derechos reservados, es ilegal y constituye un delito.
A Juan Sebastián y María Pazque me recuerdan que algo hice bien.
A Caro.
Este libro fue posible gracias a la ayuda de mis hijos Juan Sebastián y María Paz que además del apoyo incondicional colaboraron en los títulos de los cuentos, “Algo así como un crimen” se lo debo a María, e infinitas sugerencias y correcciones a Juanse.
Debo agradecer a la Embajada de la República de China el ejemplar original de 1923 de las “Leyendas de la antigua China Imperial” del Profesor Dr. Quan Sé, de donde tomé cierta información.
A Fernando Pessoa por su ayuda involuntaria en “Biografía”. A mi madre que siempre me impulsó a seguir escribiendo.
A mi amigo Guillermo “Nono” Bautis por el diseño de la tapa, contratapa, varias correcciones y paciencia eterna.
A Luli por sus correcciones en “El secreto del androide”.
Y por último a la memoria de mi padre y de mi amigo Jorge, que me acompañaron en el proceso de elaboración, quizás más de lo que hubiese querido, pero a veces de los ausentes no es posible alejarse con la facilidad que uno quisiera.
Agradecimientos
Prólogo
El emperador, el mago y la maldición
Algo así como un crimen
Elixir de amor
Lo que debió haber sido y no es
La Americana
In Dreams
El Escribidor
Reencuentro
El secreto del androide
¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?
A la que era una vez
Encuentro con el diablo
Biografía
El líquido adelgazantedel Dr. Zaiping Ling
Will you remember me?
La persecución de la memoria
Gilgamesh y Massudh el Sabio*
Recuerdos en blanco y negro
She’s gone
Epílogo
Table of Contents
¿Por qué escribe cuentos un notable cirujano cardiovascular? ¿Si los escribe, por qué los publica?
Conozco a Fabián Donnini hace más de 20 años, y aunque hoy estamos más viejos y tenemos achaques, seguimos compartiendo como colegas el trabajo y por sobre todo una gran amistad. Siempre tratando de ayudarnos mutuamente con desvelos y problemas, encontramos consuelo en la búsqueda, sabiendo que ni uno ni el otro tendrá la solución.
Pero, quizás un artista, es quién finalmente puede expresar sus sentimientos, y toda expresión requiere un destinatario. El principal destinatario es el artista mismo. Luego, quien lee se identifica con la historia y entiende estar expresando algo similar, o recibiendo un mensaje similar…
Esta hermosa antología de cuentos del Dr. Fabián Donnini es una declaración a la mujer amada, la expresión de devoción incondicional hacia los hijos, y tal vez una rendición de cuentas que busca la siempre inalcanzable reconciliación con los padres.
Nos lleva de paseo por un mundo en el que todo se toma un poco en broma para intentar infructuosamente alivianar el peso de la existencia. Además, vamos a encontrar buenas historias con pinceladas de reflexiones profundas, escondidas en la prosa de fácil lectura de un autor culto y brillante.
Un libro exquisito, que alterna entre la filosofía, el romanticismo y la narración de historias que intentan llevar lo cotidiano a lo sublime.
Un libro hermoso…
Gustavo Samaja
Antes de salir del hotel acomodé mis cosas. Era el último día en Beijing y al siguiente me aguardaba un largo viaje hasta Buenos Aires. Ya llevaba en Oriente más de quince días y aún me sentía cansado. La serie de conferencias a las que había asistido desde la llegada no me habían dado tiempo de adaptarme al cambio de horario y aún me despertaba a la medianoche creyendo que ya había amanecido. Me había ocurrido igual el año anterior, y como entonces recordé que también había supuesto que el viaje me serviría para ordenar mi vida afectiva. Aquella vez igual que esta creí que el tiempo lejos del hogar ayudaría a tomar una decisión sobre lo que debía hacer.
Tomé un café expreso y un paquete de galletitas de agua de una máquina expendedora y me senté en el lobby evitando el desayuno continental del hotel y el aroma de las frituras exóticas a esa hora de la mañana. Después de esas dos semanas no podía comer más que arroz blanco y agua. Añoraba una medialuna de manteca con un buen café con leche. Ni siquiera una croissant en el aeropuerto de París sería suficiente.
–Ojalá encontrar la felicidad con los afectos fuera similar que con la gastronomía. Uno siempre sabe lo que quiere y es muy raro que lo cuestione –pensé.– Sería mucho más fácil.
Me gustaban los hoteles. No había sido siempre así, pero en los últimos años empecé a disfrutar el trato cordial aunque frío e impersonal que ofrecían. Esto me permitía concentrarme en otras tópicos del trabajo o de mi vida.
El guía turístico entró al hall principal minutos antes de la hora convenida con una banderita en su mano invitando a los participantes del congreso a subir al bus que nos llevaría al palacio del emperador Zhu Mang. No eran muchos ya que la gran mayoría prefirió ir de compras a un shopping lo que motivó el enojo del guía.
–Hacen un viaje tan largo y en lugar de interesarse por la cultura prefieren perder el tiempo comprando baratijas–. Me dijo en correcto español con acento madrileño.
–Esas baratijas, como usted las llama, también son parte de su cultura–. Pensé, pero callé para no entrar en una discusión que no llevaría a ninguna parte. El guía había marcado bien sus puntos.
Observé las calles de Beijing desde la ventanilla del ómnibus pensando que quizás sería la última vez que estaría allí, tal cual lo había supuesto un año antes.
–Quizás esté destinado a pensar siempre lo mismo, el eterno retorno, el tiempo circular,– razoné con la desilusión que quizás entonces nunca encontraría la solución a la sensación que me agobiaba.
El bus zigzagueó entre rascacielos hasta que estos desaparecieron, luego por unas verdes llanuras y al cabo de una hora habíamos llegado.
La imagen del palacio era monumental. Lo había construido un emperador que había gobernado con anterioridad a el gran emperador chino. Mucho más pequeño, pero justamente por eso más exquisito y delicado, erigido en madera por sus propiedades antisísmicas y pintado con una variedad heterogénea de colores. Sus techos, que estaban superpuestos a la manera de las pagodas tenían un alero grande cuyo borde se encorvaba hacia arriba.
En su interior, un patio cerrado que se conocía como “pozo de cielo” albergaba una escultura de jade del emperador Zhu Mang de un par de metros de altura. Esta era imponente, pero similar a otras tantas que ya había visto de mayor envergadura y refinamiento ya que se trataba de una obra más antigua. De todas formas lo que resaltaba era la excesiva expresión de tristeza en la boca y ojos del emperador.
Le pregunté al guía si había alguna explicación y entonces me contó la leyenda de la maldición del mago Woo Long que después confirmé en el libro “Leyendas de la antigua China imperial” del profesor Dr. Quan Sé 1923 Ed. Prestay.
“Cuando el emperador Zhu Mang sólo reinaba en su ciudad alrededor del año dos mil antes de Cristo y quiso comenzar a unificar el reino le pidió al hechicero de su regencia, el brujo Woo Long que lo ayudara a triunfar en un ataque al feudo vecino y de esa forma extender su territorio, a lo que él se excusó ya que consideraba que el emperador era codicioso y presentía que ese plan expansionista iba a generar muchas muertes injustificadas.
El emperador encolerizado por la negativa encerró en los calabozos del palacio al mago no sin antes advertirle que llevaría a cabo su plan de todas formas.
Woo Long le dijo que mientras él estuviese privado de la libertad, el monarca y su descendencia sufrirían una maldición que consistía en no poder reconocer a la persona amada ya que esta les sería imperceptible a sus sentidos.
Zhu Mang reconsideró su decisión inicial de ejecutar al nigromante ya que temía de la efectividad de sus conjuros y lo mantuvo prisionero asegurándose que nada le faltare mientras él viviese. Así fue que conquistó gran parte de China, aunque devastando la población durante los ataques. Desposó a la hija del emperador de la ciudad vecina y tuvo tres descendientes, aunque siempre consideró que la verdadera felicidad le era esquiva ya que no podía percibir a su amada y consideraba su vida como un consuelo.
Un día el emperador enfermó gravemente y sintió que ya era momento de morir. En sus preparativos para dejar este mundo entendió que no podía traspasar su maldición a sus hijos e hizo que llamaran al mago que aún permanecía en cautiverio.
Cuando este se hizo presente Zhu Mang se dirigió a él no como un emperador sino como alguien que solicita un favor y le rogó que deshiciera el conjuro que lo había mantenido infeliz toda su vida aunque esta hubiera estado plagada de éxitos y gloria.
Woo Long escuchó con respeto y una vez hubo terminado de hablar sonrió y dijo:
–No existe tal maldición. Tú me quitaste mi libertad y yo te robé la felicidad de disfrutar del amor haciéndote pensar que no lo encontrarías. Creo que fue un trato justo y dado que estás por morir debo permitirte que disfrutes aunque sea lo poco que te queda de vida.
Zhu Mang permaneció en silencio mirando al mago. Al cabo de unos minutos su voz entrecortada se escuchó:
–Fui un necio en no escucharte aquella vez y me has dado una lección. Agradezco que me hayas perdonado. Eres libre de irte cuando desees. Ya no eres mi prisionero.
Woo Long se quedó junto al emperador hasta que este murió y luego continuó como hechicero del reinado de su primogénito hasta fallecer años después”.
Continuamos la recorrida por el palacio y sus jardines, tomamos unas fotos y volvimos al hotel donde terminé de ordenar mi equipaje dejándolo listo para partir a la madrugada siguiente.
Por la noche ordené un arroz blanco y agua sin gas y me fui a la cama temprano pensando en la complejidad de la maldición inexistente y el daño que había ocasionado.
Como auguré, en el curso de la escala en París la croissant del Charles De Gaulle no pudo mitigar mi añoranza de Buenos Aires. Durante ese tramo soñé que era el Zhu Mang en su lecho de muerte pensando que había malgastado mi vida.
Al despertar, el cielo gris de Buenos Aires se podía ver desde la ventanilla del avión.
Luego de los trámites del arribo salí del aeropuerto. Ella me había venido a buscar.
–No hay peor maldición que creer que uno no ha encontrado la felicidad si lo ha hecho –pensé. Y por primera vez desde mi partida sonreí.
–¿Estás seguro que no te querés quedar a dormir acá Carlitos? Mañana te levantás y vas a trabajar. Yo también tengo que irme temprano para Capital.
–No gracias José, prefiero salir ahora que no hay tránsito. En media horita estoy en casa y mañana tengo menos viaje.
–Mira que es tarde y tomaste bastante. Y tampoco es media horita, a lo sumo tres cuartos de hora con suerte.
–Esta bien, gracias de nuevo. Y tampoco tomé demasiado. Mañana hablamos.
Abrazó a su amigo, le dio un beso a su esposa y subió al auto. Bajó la ventanilla y agregó un último saludo con la mano mientras se retiraba por la calle oscura del barrio privado.
–Voy a tardar más en llegar hasta la salida que en hacer el viaje desde la ruta hasta casa. –Pensó.
Hizo unas cuadras por una calle con un boulevard pero llegó a un cul de sac. Retomó y ayudado por el GPS de su auto pudo encontrar la calle principal que lo llevaría a la salida.
–Siempre me pierdo. –Dijo en voz baja mientras con una mano manejaba y con la otra se colocaba el cinturón de seguridad ya que había empezado a sonar la alarma.
En general dejaba el cinturón ya abrochado para no tener que colocárselo y burlar la alarma de seguridad, aunque en la ruta siempre lo utilizaba, y éste era el caso.
Por un instante quitó la vista del camino para enchufar el teléfono y colocarlo en un soporte sobre el tablero del auto, pero un lomo de burro le hizo dar un salto y el celular se cayó en el espacio entre el asiento y la consola central del auto.
–¡La puta madre! –Exclamó mientras levantaba la vista a dos metros de la casilla de vigilancia.
–Buenas noches señor, ¿me permite el documento y la tarjeta de visita? –Dijo el guardia respetuosamente a través de una ventanilla enrejada.
–Sí, cómo no. – Sacó el documento de la billetera y la tarjeta que tenía apoyada sobre el torpedo del auto y se los entregó. Mientras aguardaba intentó desplazar hacia atrás el asiento para poder tomar el celular. Podía tocar el borde con los dedos pero no agarrarlo con firmeza para sacarlo.
–¿Me permite ver el baúl por favor? –Dijo el guardia al tiempo que salía de la cabina.
Él apretó un botón y respondió sin bajarse del vehículo.– Está abierto.
Notó el cierre del baúl, el guardia se acercó a la ventanilla y le devolvió el documento. Él lo puso en la billetera y la dejó sobre el asiento del acompañante.
Arrancó tomando el volante con la mano izquierda mientras seguía intentando tomar el teléfono con la derecha. Hizo dos cuadras por una calle de tierra y dobló en una ruta interna que lo depositaría en minutos en la autopista.