Los que no juraron a Hitler - Isidro Catela - E-Book

Los que no juraron a Hitler E-Book

Isidro Catela

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Beschreibung

El nacionalsocialismo fue, con el comunismo, una de las dos ideologías totalitarias que sembraron Europa de muertos y destrucción. Nunca se había conocido una violencia como la del siglo XX. La idolatría nazi de la raza aria exigía la eliminación del pueblo judío y también la supresión de una Iglesia que no se sometiera al "Cristo germánico" proclamado por el Führer y sus ideólogos. Pío XI denunció con fuerza el nazismo en su encíclica Mit brennender Sorge, escrita en alemán para ser leída en todas las iglesias de esa lengua. El joven campesino austriaco, beato Francisco Jägerstätter, fue uno de los laicos que, en nombre de su conciencia de católico, no quiso jurar fidelidad a Hitler. Aquí se narra su vida y su martirio, testimonio de luz para la Iglesia y la humanidad de hoy. Lo cuenta también la película de Terrence Malick, Vida oculta.

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Colección

Mártires del siglo XX

nº 10

Dirigida por Juan A. Martínez Camino

Isidro Catela

Los que no juraron a Hitler

El beato Francisco Jägerstätter y otros laicos

© El autor y Ediciones Encuentro, S. A., Madrid 2020

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

100XUNO, nº 75

Esta obra ha sido publicada con la colaboración del

Instituto de Estudios Históricos de la Universidad CEU San Pablo

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN EPUB: 978-84-1339-375-9

Depósito Legal: M-27361-2020

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda, 20 - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Introducción

I. Cristo o Hitler: la violencia nazi contra la Iglesia

II. Francisco Jägerstätter: una vida oculta

Los que vivieron fielmente una vida oculta

Una infancia mísera

Una juventud alocada

Francisca, el amor de su vida

Los años convulsos: Hitler toma el poder

Llamada a filas: nadie puede servir a dos señores

El martirio

La beatificación

III. Otros laicos QUE NO JURARON A HITLER

Beato José Mayr-Nüsser

Beato Nicolás Gross

Miguel Lerpscher

José Ruf

Alfredo Andrés Heiss

Ernesto Volkmann

Ricardo Reitsamer

Referencias

Libros

Artículos y revistas

Webs

Audiovisuales

Documentos pontificios

Créditos de las imágenes

«Estoy escribiendo con las manos atadas, pero es mejor hacerlo así que con la voluntad encadenada. A veces Dios nos revela su fuerza abiertamente; ofrece la fuerza a quienes le aman para no anteponer la tierra al cielo. Ni la prisión, ni las cadenas, ni siquiera la muerte pueden apartar al hombre del amor de Dios, o arrebatarle su voluntad libre. El poder de Dios es invencible».

Beato Francisco Jägerstätter

Francisco Jägerstätter

Introducción

El hombre que se arrodilla ante Dios, evita tener que arrodillarse ante otro hombre. El beato Francisco Jägerstätter y los otros laicos, cuyas semblanzas protagonizan este libro, vivieron ese drama gozoso en primera persona1. Drama, porque sabían bien que no hincar la rodilla, no jurar, en este caso a Hitler, suponía la muerte. Y gozo, porque la palma del martirio es el culmen de una vida en plenitud; el gozo de vivir con el Amado, una vez hechos los deberes, como expresa con belleza y hondura el apóstol san Pablo a su discípulo Timoteo: «Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida» (2 Timoteo, 4:7).

Los mártires no son locos, ni simplemente héroes, por más que sus virtudes heroicas sean tan evidentes como las que vamos a esbozar aquí. Personas que han aceptado su vocación de sufrir por Amor, con mayúscula, pero que no es, en ningún caso, una actitud masoquista, ni una suerte de sacrificio morboso. Chesterton afirmaba, con su habitual agudeza, que el suicida está en las antípodas del mártir, porque el primero se preocupa tan poco de todo lo que no sea él mismo, que desea el aniquilamiento general, mientras que el segundo, se preocupa hasta tal punto de lo ajeno que se olvida de su propia existencia. En este sentido, los mártires son personas normales y, por eso, paradójicamente, extraordinarias. Como el ramillete de laicos que componen este retrato coral. Hombres sencillos que, aun en un contexto tan convulso como el de la Segunda Guerra Mundial, y con complejos y singulares discernimientos de conciencia en cada caso, no se abajaron ante aquellos que solo pueden matar el cuerpo.

Los que no juraron a Hitler es, en parte,un homenaje a aquellos que, contra la costumbre y contra la corriente dominante en ese momento decisivo de la historia contemporánea, corrieron hasta la meta y mantuvieron intacta la fe. Es, sobre todo, el retrato ejemplar de un puñado de hombres que, lejos de servir para señalar a los que no pudieron o no supieron hacerlo, nos ilumina con las vidas de quienes, de forma escondida y en muchos casos casi anónima, dijeron «no» a los dioses de barro del nacionalsocialismo. Y es asimismo, en última instancia, un indicador luminoso para el martirio que viene en cada momento de la historia.

No se trata de ser cenizos, ni pájaros de mal agüero, sino de comprender, en toda su profundidad, la verdad del cristianismo y las huellas martiriales, siempre vivas, que jalonan su historia. La diatriba tal vez sea otra. Hitler es recurrente. Es la viva (y casi única) imagen del diablo para muchos. Aparecerá reiteradamente su figura: existe hasta una ley de interacción social, la denominada ley de Godwin o regla de analogías nazis, propuesta por Mike Godwin en 1990, y que sostiene que a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno.

No nos alargaremos. El libro es breve y, desde hechos históricos, pretende poner sobre la mesa que hoy, o mañana, el dilema ya no será Cristo o Hitler, pero, en el fondo, será el mismo. El diablo tiene muchos rostros. Cuando el mal se abate sobre nosotros, hay que reconocerlo y aprender a conocerlo, para poder combatirlo adecuadamente.

En nuestros días, en plena sociedad de las pantallas, las esvásticas y los campos de concentración tienen la forma light de un odium fidei que derriba estatuas, o la forma gore de las ejecuciones de cristianos en Oriente, firmadas por sus verdugos, que son selfies del diablo que él envía por la red para que no se le olvide2. Ese terrenal infierno nos es, por desgracia, conocido: «Si el nazismo no creía en el cielo de los justos, si no creía tampoco que valía la pena elevar la tierra hasta el cielo, creía en cambio que era posible descender la tierra hasta el infierno. Fue posible. Las cámaras de gas, los crematorios, dan fe de que fue posible»3. Parafraseando las palabras de Viktor Frankl, en su popular obra El hombre en busca de sentido, he aquí al ser humano, capaz de la música de cámara, de las cámaras de gas y de entrar en ellas musitando un padrenuestro.

Nuestro principal protagonista, el joven granjero Francisco Jägerstätter, estaba convencido también de que el nazismo era un tren que se dirigía inexorablemente hacia el infierno. Así lo dejó escrito, relatando un sueño que tuvo en enero de 1938: «Me gustaría gritar a todos los que se encuentran en ese tren: ¡bajaos de allí, antes de que el tren llegue a su estación final, aunque os cueste la vida! Creo que, con ese sueño o visión, Dios me ha mostrado que debo tomar una decisión: nacionalsocialista o católico»4.

Para el recorrido que se traza, en primer lugar, este libro hace escala en la violencia nazi contra la Iglesia. Las diversas leyendas negras han contribuido, entre otras cosas, a extender falacias como la de la complicidad del papa Pío XII con el nazismo. En tiempos de posverdad, como veremos, hasta crónicas sobre Jägerstätter, que debiera ser el paradigma del resistente —y que podría incluso utilizarse ideológicamente para tratar de hacer ver que fueron pocos los que se opusieron al nazismo— se permiten titular, sin pudor: «Franz Jägerstätter: el beato nazi»5.

Pero, quizás una de las ideas más arteramente difundidas, es la de hacer creer que la violencia se ejerció solo contra los judíos. El Tercer Reich fue consecuente hasta el final con su paganismo. No había sitio para Dios en tal plan de dominación del mundo. La lógica pedía una sustitución de la fe existente por otra, a imagen y semejanza del Führer. Veremos, en este sentido, cómo el plan de exterminio contra los judíos se desarrolló de forma simultánea a la persecución contra las iglesias cristianas, en general, y católica, en particular.

De entre el conjunto de vidas entregadas que aparecen, destaca sobremanera la del beato Francisco Jägerstätter (1907, Sankt Radegund, Austria - 1943, Brandemburgo, Alemania). Dentro de la escasa popularidad de sus historias, la vida de este padre de familia es, tal vez, la más conocida de cuantas recogemos, y lo ha sido de forma creciente en los últimos años, sobre todo a partir de su beatificación, en 2007, durante el pontificado de Benedicto XVI, y más recientemente, a raíz de la película Vida oculta, de Terrence Malick, estrenada en 2019.

«El sueño del tren», manuscrito original de Francisco Jägerstätter

Los mártires de Hitler son, sin embargo y por desgracia, muchos más; también entre los fieles laicos. Por eso, aunque el beato Jägerstätter se lleve la palma, en el libro presentamos asimismo las historias de José Mayr-Nüsser y Nicolás Gross, también beatos, y las de Miguel Lerpscher, José Ruf, Alfredo Andrés Heiss, Ernesto Volkmann y Ricardo Reitsamer. Serán, como suele decirse, todos los que están, aunque obviamente no estarán todos los que son. En cualquier caso, habría que cerrar la lista (y así lo haremos) con puntos suspensivos…

I. Cristo o Hitler: la violencia nazi contra la Iglesia

Alfred Rosenberg, uno de los intelectuales de cabecera del nacionalsocialismo alemán, autor, entre otras obras, de El mito del siglo XX no se andaba con rodeos. Antes, al contrario, solía afirmar sin tapujos y de maneras muy diferentes que la cruz de Cristo debía desaparecer de Alemania. En un discurso pronunciado en el Congreso de Núremberg, en octubre de 1936, llegó a decir que el cristianismo era una doctrina senil, que no quería dejar su sitio a la filosofía de la renovación y del porvenir, y que, precisamente por ello, era una evidencia para él (y subrayaba que también para el amado Führer) el hecho de que la Iglesia católica y con ella también la Iglesia protestante confesional debían desaparecer de la vida del pueblo alemán6.

Debían desaparecer y no dejar huella. Otro de los ideólogos favoritos del nazismo, Heinrich Himmler, era bastante explícito cuando afirmaba que «en nuestros tiempos ya no será posible ser mártir. Nosotros nos encargaremos de eso. Nos esforzaremos para que las personas de este tipo terminen en el olvido»7. También en eso fracasaron.

Es necesario retratar al nazismo, darle su verdadero rostro, porque el agravio a la condición humana que supuso el paso del nacionalsocialismo por la historia no consistió simplemente en la persecución y exterminio a los judíos, concretado en el monstruoso asesinato de seis millones de ellos, sino también «en la violación constante de la justicia, en la arbitrariedad erigida en norma, en la crueldad, en la persecución a hombres de los más distintos pueblos y de los más distintos credos (…) la cristiandad, hermana del judaísmo, co-portadora con él del cálido y luminoso ideal mesiánico, heredera del común decálogo, fue también hermana en el dolor, la sangre y la muerte»8