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Los sabios es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica, tanto en torno a la familia como a la idea de amor romántico.
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Seitenzahl: 123
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Pedro Muñoz Seca
COMEDIA EN TRES ACTOS
Estrenada en el Teatro de la COMEDIA el día 30 de Septiembre de 1924
PRIMERA EDICION
Saga
Los sabios Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1924, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726507966
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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Queda hecho el depósito que marca la ley.
A Eduardo Pedrote,
que en esta comedia consolidó su reputación de primerísimo actor.
Un salón de la casa-palacio que viven en Madrid los Marqueses de flnanúñez. Puerta de entrada en el foro y otra puerta en cada lateral. Es de día. En el mes de Abril.
(Al levantarse el telón están en escena MARGARITA, GERVASIO y JUAN. Margarita, la marquesa de Ananúñez, es una señora de cuarenta y ocho años, andaluza, de Puente Genil, recriada en Córdoba. Es una mujer bastante nerviosa y padece de denteras. Cuando alguien, por ejemplo, junta los piés, roza una bota con otra y el cuero rechina, o frota infructuosamente una cerilla contra el raspador, Margarita se estremece, chilla, se muerde el dedo indice o se mete el pañuelo en la boca, como si le fuera a dar un ataque de histerismo. Gervasio, el marqués, de cincuenta años, habla el castellano archibién, pronuncia maravillosamente y se escucha bastante cuando habla. Es calvo, pero él cree que lo disimula administrándose unos cuantos pelos que le arrancan del cogote y se los trae hacia adelante por series, de modo que por detrás tiene, desde el cuello hasta la coronilla, algo asi como una escalera. Juan, conde del Charco de Guadalcacin, es de Lebrija, tiene treinta y cinco años, es simpatiquísimo, pero bastote y abrutado. Viste con elegancia: pero se le ve que todo lo que no sean unos zahones, una chaquetilla corta, un sombrero ancho y una varita no le va. Están tomando el café. PEDRO y ANA, criados de la casa, él de calzón corto y ella de cofia de seda, sirven el café, los licores y los tabacos, y entran y salen y recogen el servicio y se lo llevan, todo ello con la mayor naturalidad y ajenos a cuanto hablan los demás personajes.)
Gerv. A ver qué dice de Cecilia ese otro periódico, querido conde.
Juan (Cogiendo un periódico.)Amos a vé, hombre, amos a vé... De sosiedá... Del estrajero...
Gerv. (Remedándole.)¡Del estrajero!... Mira que eres... pintoresco, por no decirte otra cosa. Me explico que no pronuncies bien, porque siendo como eres de Lebrija y tratando alli constantemente con pueblanos, pueblinos o pueblerinos, como ahora se dice, no vas a expresarte con la corrección de un burgalés o de un toledano; pero, recárape, cuando lées debes repetir lo que está escrito con todas sus letras, y leyendo extranjero no debes decir «estrajero».
Juan Eres un permaso, marqués, como de aquí a la China.
Gerv. ¿Eh?
Juan Claro, hombre, ¿qué más te da a tí que lea yo una cosa que otra? ¿Me has entendió? ¡Pues entonse!
Marg. Gervasio, como es castellano, de lo más castellano. .
Juan Sí, cree que es muy fási eso de pronunsíá toas las letras, y no es tan fási. A mí me sobran siempre un puñao de ellas, y cuando puedo me las como.
Gerv. Si a mi no me molesta tanto la elisión o supresión como el cambio. ¿Por qué quitas una letra para poner otra? ¿No es más fácil decir balcón que barcón?
Juan Puede que lo sea, pero, vamos, argunas veses el cambio está bien, marqués. Porque tú dises carne, y no dises más que carne; pero dises cajne y se ve hasta er bocao que le tiras. (Ríe Margarita.)Mira, tú le dises a una mujé que te guste «chiquilla de mi alma», y no le dises ná.
Gerv . ¿No?
Juan No, hombre, no le dises ná. ¡Qué le vas a desi! (Muy pronunciado.)«Chiquilllla de mi alllma...» ¡Josú! En cambio le dises, reconsentrao y mordío, «chiquiya de mi arma», y a más de desi un cariño, estás defendieudo er cariño a puñalás.
Gerv. ¡Bah!
Juan En fin, eso es cuestión de temperamentos. A que Margarita, que es de Puente Geni, está conmigo. ¿Verdá, marquesa?
Marg. Ya lo creo.
Juan Y es que no le des vueltas, cuando un andaluz sale completo, le echas de comé dirsionario y lo metes treinta años en Valladolí, y a los treinta años llama toavía «arcayatas» a las escarpias y guita ar bramante y frijones a las «anlubias» ¿Está bien pronunsiado? ¡¡Anlubias...!!
Gerv. Le sobra una ene.
Juan Pues pónsela a estrajero y estamos en paz.
Gerv. (Riendo.) Me haces reir, conde.
Juan Y tú a mí me desquijaras y me descuajaringas, pá que lo sepas.
Gerv. ¡Hombre...! (Trata inútilmente de encender una cerilla, y Margarita, nerviosisima, se estremece, salta, grita, se muerde una mano, etcétera, etc.)
Marg. ¡Ah...! ¡Ay! ¡Por Dios, Gervasio...! ¡¡Ay, ay, ay...!!
Gerv. (Tirandola cerilla.)Perdona, mujer; distraido con la charla…
Juan Si qué estás tú divertida con eso de la dentera.
Marg. Es una desgracia grandísima; pero no lo puedo remediar. Esté donde esté, veo u oigo alguna de esas cosas que a mí me... (Estremeciéndose.)¡Aaay..! Ayer en paseo nos detuvimos en el Retiro y un chófer... (Se estremece.) con un papel de lija... (Vuelve a estremecerse.)empezó a limpiar una rueda.,. ¡Ay...! (Salta y grita.)
Gerv. No lo recuerdes, mujer.
Marg. Ayer fué un día fatal, porque también al confesarme, el sacerdote llevaba sin duda las botas acabaditas de limpiar, rozó una con otra y el chirridito... ¡Ay...! (Seestremece y muerde el pañuelo.)
Gerv. (Serio.) Vamos, vamos, Margarita, que tú empiezas con los recuerdos y acabas con la neuralgia.
Marg. Tienes razón.
Juan (Querepasa el periódico.)¡Aqui está ya...! Acabáramos. (Leyendo). En la Academia de Jurisprudensia...
Marg. ¿A ver?
Juan (Leyendo.)Una conferensia y un «érsito» de la distinguida señorita Cecilia Olivares, hija de los marqueses de Ananúñez.
Marg . (Secándose una lágrima.)¡Qué orgullo experimento...!
Gerv. Y yo, Margarita.
Marg . ¡Tener una sola hija y que haya resultado «una as»...!
Gerv . Licenciada en letras, doctora dentro de dos meses...
Marg . Una verdadera sabia, y al mismo tiempo tan mona, tan sencjlla, tan corriente, tan mujer.
Gerv. Eso es verdad; ni «posse», ni excentricidades, ni tonterías. Ciencia y corazón.
Juan (Suspirando.) ¡Ay, qué mujé me voy a llevá si ella quiere!
Marg. Comprendo que estés loco por ella.
Juan Loco es poco, marquesa. ¡Es mucha criatura! ¡Lo que sabe...! ¡Y cómo habla...!
Gerv. Habla y perlifica.
Juan ¡Ole!
Gerv. Es una prosa la suya tan elevada, tan poética, que al prosaisar petrarquiza las cuestiones más áridas.
Juan ¡Y ole!
Gerv. ¡Cómo habló ayer del descubrimiento del fuego...! ¡Qué descripción aquélla del hombre cuaternario...! ¡Cómo pintó su terror ante el bosque incendiado por un rayo del cielo...! ¡Cómo se le veía huir de la quema...!
Marg. ¡Cuánto sabe...!
Gerv. ¡Muchísimo!
Juan (Tristemente.)Quizás más de lo que a mí me conviene. Porque al fin y al cabo uno no sabe más que lo corriente, lo que sabemos tós: las cuatro reglas, o sea sumá, restá, multiplicá y tené educasión, y luego las seis cosillas que sabe tó er mundo: que hay otras rasas y otros pueblos, que er té se cría en la China, que en el Polo Norte hace frío y en er Polo «Sú» hase caló, etcétera, etcétera.
Marg. ¡Claro!
Juan Ahora, que en lo mio... ella será una as, pero yo soy el rey. En lo que toca a ganadería y a negosios de campo, y a agricurtura en generá, aonde esté yo, está la cátedra. Llevo yo a mi finca de Lebrija a sincuenta sabios y no me dice a mí ninguno cuándo va a llové.
Gerv. Naturalmente.
Juan Es que yo sí lo digo.
Gerv. ¿Tú?
Juan Yo digo cuándo va a llové con veinticuatro horas de antisipasión.
Gerv. ¿Tienes alguna dureza quizás que...?
Juan (Digno.)Hombre, marqués, que estamos hablando en serio, y aunque por tablas, estamos hablando de tu hija, que yo quiero que sea mi mujer y sé que tú ves con buenos ojos que lo sea.
Gerv. Ya sabes que seria mi bello ideal.
Juan Gracias.
Marg. Siguen las firmas.
Juan Y siguen las gracias.
Gerv. Nadie puede ofrecerle lo que le ofreces tú: salud, fortuna, nobleza y, sobre todo, una bondad nativa que te hace acreedor a lo que más valga en el mundo.
Juan Muchas gracias otra vez, Gervasio.
Gerv. Ahora, que te repito lo que antes te dije: conviene que leas un poco, que estudies un poco para ponerte a tono con ella.
Juan Desde hoy voy a prinsipiá a leé, que voy a desgasta er cristá de la lupa. Porque yo leo siempre con una lupa; ve uno las letras grandes y no lee uno cortijo en lugá de cortejo. Luego subiré a la Biblioteca y como me pienso leé tó lo que hay en ella, cogeré un libro ar tún tún y esta noche me lo sampo. A mí a voluntá no me gana nadie, y por tu hija soy yo capá hasta de leerme er Quijote... Por cierto que he encontrao yo esta tarde a Cesilia una chispita nerviosa y así como preocupá. ¿No habéís notao nada ustedes?
Marg . Lleva así varios días. Yo lo achacaba a los nervios de la conferencia, pero ha pasado la conferencia y sigue lo mismo.
Gerv. Es una criatura tan impresionable... Cualquiera tontuna causa en ella una verdadera abrumación. Quién sabe si algún punto científico...
Juan Sentiría yo que algún punto...
Gerv. Si viniera por aquí Gustavo Talledo, el nieto de la Gómez Lorca, uno de sus compañeros de clase, le preguntaríamos... Porque ella tiene en la Universidad dos grandes amigos, este Gustavo y un tal Marcelo Quintana, de quien habla constantemente...
Juan Dos puntos... cientificos, ¿no?
Marg. Por Dios, Juan, ¿vas a tener celos?
Juan De ese Quintana estoy una chispita mosqueao. Habla ella de él de una manera...
Marg. ¡Bah! Un camarada, un compañero de estudios...
Juan En fin, si de lo que se trata es de preguntá, ¿por qué no le preguntan ustedes a don Diego Barrena? ¿No es don Diego el que la acompaña a todas partes?
Marg. Sí, como ella no quiere carabinas ni institutrices... Llama, Gervasio, toca uno.
Gerv. (Sinmirarala pared y buscando con la mano el botón del timbre.)Seguramente don Diego podrá decirnos...
Marg. (Estremeciéndoseychillando.)¡Ay...! ¡Gervasio…! ¡¡Las uñas...!! ¡La pared!
Gerv. ¡Recarape...! Perdona, mujer. (Toca el timbre.)
Marg. Hoy estoy incapaz, hijo mio. No lo puedo remediar.
Gerv. (APEDRO, el criado, que entra en escena por la derecha.)Diga al señor Barrena que haga el favor de venir. (Seva Pedro por la puerta del foro.)
Juan De paso le daré rasón de un recomendao suyo que por poquito me lo hasen porvo el otro día allá en mi finca.
Gerv. ¿Ese mecánico que te recomendó con tanto interés?
Marg . ¿Un tal Astorga, ¿no?
Juan Astorga. Un güeso. Estando en el molino al cuido de las máquinas se peleó con Serafín el boyero, que, vamos, si no los desapartan, se lo come Serafín. Y tó por una bricoca.
Gerv. ¿Cómo has dicho?
Juan Por una bricoca; porque er boyero, que tiene los ojos malos, había estao en er pueblo a vé ar médico, y er médico le había mandao que s’echara unas gotas de una cosa que decía Serafín que se llamaba «un locutorio», y fué Astorga y le dijo que no era un locutorio, sino un colirio. Prinsipiaron a discutí una mijita agrios; me llamaron a mí pá que yo dijera si era colirio o locutorio, y yo, claro, dije lo que tenía que desí...
Gerv. ¿Que dijiste?
Juan Que como yo no había tenido nunca los ojos malos, que no sabía...
Gerv. ¡Bien!
Juan Y en cuanti me quité de enmedio, el Astorga le dijo a Serafín no sé qué interjección de su mujer, y se agarrraron, que por poco se matan. El peor librao ha sido el Astorga. El otro está en la cárse, que ya tiene pá rato. Y parese que ahora niega que haya hecho ná. El lune lo sometió er juez a un cacareo con varios testigos, y lo negó tó.
Marg. Y como tú dices muy bien, todo por una «bricoca».
Gerv. ¡Margarita...!
Marg. ¿Qué?
Gerv. Que él no dice bien, ni tú tampoco; es bicoca.
Don Diego (Porel foro.)¿Se puede?
Gerv. Adelante, don Diego.
Diego Gracias. (Entra. Tiene más de sesenta años y parece un preceptor o un mayordomo ya jubilado.)A los piés de la señora marquesa... Beso la mano al señor marqués.
Juan Hola, Barrena.
Diego Para servir al señor conde. ¿Está bien el señor conde?
Juan Muy bien, muchas gracias, amigo don Diego. Qué, ¿ha sabido usté ya lo de Astorga?
Diego Sí, señor, estoy al cabo de la calle.
Juan ¿Y qué le ha paresido a uste?
Diego Una gran mentecatada, señor conde; una mentecatada de Astorga. ¿A quién se le ocurre discutir con una bestia, que no sabe lo que es un colirio; porque una persona que no sabe lo que es un colirio, ni lo que es un locutorio, es una bestia.
Juan Hombre, don Diego, a lo mejor la gente no sabe...
Diego Nada, nada; una bestia.
Juan Está bien, hombre.
Diego Creo que le ha hecho mucho daño, ¿no?
Juan Disen que le ha partido una clavicula vertebral.
Diego ¿Eh?
Juan El, para cersionarse, ha ido a Sevilla a que le hagan una hidrografía con los raxos X.
Gerv. (¡Atiza!)
Juan Ahora, que a lo mejó tó queda en ná, porque los médicos desajeran mucho. Cuando yo vorqué con el auto dijeron que lo de mi brazo era una «lursión», y luego no era más que un güeso con agujetas.
Gerv. (Aparte a Margarita.)Es una lástima; pero no es posible que sea nuestro yerno.
Diego Entonces, y según eso, Astorga está ahora en Sevilla, ¿no?
Gerv. Desde el lunes.
Diego