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Iholdi es una niña normal a la que le ocurren cosas insólitas: una pistola en una caseta; una canguro muy sospechosa; y, una vecina con un tesoro muy especial. Todas estas aventuras se las va contando a su abuela, que está en el cielo, pero que jamás dejará de darle buenos consejos. ¿No debería un parque ser solamente un lugar de juegos? Una magistral colección de relatos en el que se muestra la importancia de ser autónomo en la superación de las dificultades.
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Seitenzahl: 40
Veröffentlichungsjahr: 2012
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HOY, A LAS CINCO DE LA TARDE.
Abuela, tengo un gran secreto y no sé a quién contárselo.
Me dicen que estás en el cielo, y yo, a veces, me quedo mirando hacia las nubes, sobre todo cuando veo pasar los aviones. Entonces, me imagino que Dios te ha encargado el trabajo de dirigir el tráfico allí arriba, como hacen los guardias de la circulación en la calle, porque antes tampoco podías estar sin hacer nada, y seguro que ahora también en el cielo trabajas y nos observas. A mí también me miras, a ver si me porto bien, como cuando estabas entre nosotros. Seguro que, de vez en cuando, fijas la vista en los geranios que tanto te gustaban para ver si los riego, o controlas si Jerónimo, nuestro jilguero, tiene o no su alpiste, o compruebas si yo hago los deberes, porque desde ese sitio donde estás tienes el poder de verlo todo.
Por eso, me imagino que ya sabrás de qué te voy a hablar, pero yo prefiero contártelo todo personalmente, para que me des algún consejo, porque aunque lo puedas ver todo desde el cielo, igual no distingues muy bien desde tanta altura, igual te parecemos hormigas y se te hace difícil reconocer me entre todos los niños de la Tierra. Y todavía te resultará más difícil ver la preocupación que tengo aquí dentro, en mi pecho, sobre todo por ese montón de aviones que cruzan el cielo, la verdad es que es una gran responsabilidad encargarse de que no choquen los unos con los otros.
Pues, abuela, ayer, a la vuelta del cole, Martín me preguntó si quería ver una cosa, algo que yo antes nunca había visto.
Y yo, que a ver de qué se trataba.
Y él, que no era cosa de decirlo sino de verlo.
Y me miró con una sonrisa así como rara, con ese aire de sabihondo que tiene a veces y aquello me dio un poco de rabia, qué se cree ese, y le dije que por supuesto que sí.
Y me llevó al parque, al mismo parque al que yo solía ir contigo cuando era pequeña. Seguro que te acuerdas de que allí hay un estanque grande, con patos, cisnes y un sauce llorón en la orilla, ¿verdad? Cuando aprendí a hacer pajaritas de papel, solía ir a ese estanque a echarlas al agua y, entonces, tú me decías que no había que hacer eso, que aquellas pajaritas de papel molestaban a los patitos que buceaban buscando tesoros bajo el agua. Y aquello me solía extrañar mucho, hasta que tú me contaste la historia del patito que encontró un anillo de oro bajo el agua... ¿te acuerdas? Pues cerca de ese estanque hay también un palomar, tiene el aspecto de un molino de madera, está allí para que las palomas tengan un sitio donde refugiarse, pero yo no he visto jamás que ninguna paloma se meta allí adentro, siempre andan atareadas comiendo las migajas de pan que les ofrecen los niños y cosas así.
Pues, abuela, como te iba diciendo, ayer a la tarde entré con Martín en aquel palomar, y al principio no veíamos nada, porque esa caseta de madera tiene solo unas ventanitas muy estrechas en la parte de arriba, y seguro que ahora también te preguntas cómo lo hicimos, cómo abrimos la puerta de ese palomar si nadie entra allí dentro, ni siquiera las palomas... Bueno, pues Martín sacó del bolsillo una especie de gancho como un alambre torcido y, cris-cris-cris, manipuló la cerradura como hacen los ladrones en las películas de la tele, hasta que esta se abrió. Yo no me lo podía creer.
Ya recordarás cómo es mi primo Martín, antes también te daba mucho trabajo cuando venía a casa, bueno pues ahora sigue igual o peor, siempre está planeando aventuras, siempre pensando en jugarretas, porque le gusta meter las narices en todo, fisgonear, salsear... no se está quieto nunca, y a veces es divertido jugar con él, pero otras veces se pone muy chulo y es un pesado. Pero como somos primos y estamos en la misma clase, andamos muchas veces juntos, sobre todo por la tarde, al salir del cole, ya que suele venir a hacer los deberes a mi casa. La Seño dice de él que tiene buen corazón, pero que es más vago que la suela de un zapato, y me dice a mí que le tengo que ayudar. Y yo, a veces, lo quiero mucho, y otras no. Ahora, por ejemplo, no lo quiero nada y te voy a explicar por qué.