Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Tres relatos independientes protagonizados por niños que cuentan una parte de su vida. Alex está ingresado en un hospital, Ainhoa espera el nacimiento de su sobrino e Iholdi cuenta sus aventuras cotidianas. Después de leer estos cuentos... ¿a alguien le molesta que le llamen bicho raro? Una novela en la que se entremezclan realidad, fantasía y ternura.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 38
Veröffentlichungsjahr: 2012
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Ainhoa está dedicado a Xabier Landa.
Iholdi está dedicado a Idoia Aguirre.
QUIERO escribirle una carta a Nina.
Ayer le pedí un bolígrafo y un cuaderno a mi madre sin decirle para qué era, y ella, con una sonrisa cómplice, me preguntó si era para contar mi aventura. Aunque al principio mi madre se pegó un susto de muerte cuando me trajeron a este hospital, la verdad es que lo que nos pasó a Nina y a mí le sigue pareciendo la mar de emocionante.
–¡Escribe, escribe detalladamente todo lo que pasó en la taberna de Mikel! –me dijo entusiasmada–. Luego disfrutarás mucho al volver a leer tus aventuras.
Y yo, que no. Porque es difícil contar lo que pasó, cómo supe que Nina estaba en peligro y todo eso. Además, tendría que hablar de mis poderes especiales y nadie cree en ellos; tampoco mi madre, y para eso es mejor no decir nada.
–¡Vaya hazaña la vuestra! ¡Habéis salido hasta en el periódico!
A mi padre también le ha dado mucha satisfacción que su hijo haya sido protagonista de una aventura... La verdad es que mis padres se pirran por las aventuras de cualquier tipo y este hecho ha marcado mucho mi vida, como a Nina el ser coja se lo ha marcado también... «Nosotros somos unos antiaventureros, Nina», le dije un día, y ella se rió muy bajito y me dijo que sí, que los antiaventureros deberíamos fundar un club.
Pero no tengo tiempo de escribir sobre esto. Pronto se abrirá la puerta y Marga me traerá la cena. Marga es la enfermera de la tarde, y Juana, la de la mañana. Son muy distintas. Marga tiene el aspecto de un pajarillo, anda a saltitos, es parlanchina, simpática... Juana, en cambio, tiene cara de avestruz, anda tiesa y habla muy despacio, pero tiene la ventaja de que sabe jugar al ajedrez.
No sé cuánto tiempo tendré que estar en este hospital. Desde que aquel ladrón entró en el bar de Mikel no he visto a Nina y eso me pone triste. Sobre todo al anochecer, como ahora, cuando se acaban las visitas y me quedo solo.
***
La enfermera Marga me ha vuelto a decir que los niños no pueden venir al hospital.
–¡No insistas! Nina no puede venir.
Y luego, con sonrisa maliciosa, me ha dicho que de todas formas, si yo quería enviarle algo a Nina, ella se lo daría, porque da la casualidad de que Nina y ella son vecinas y eso, por lo visto, le da derecho a Marga a tomarme el pelo todo el tiempo.
–Es bonita la niña que tú salvaste, ¿eh?
Me ha mirado la herida de la cabeza, me ha arreglado la cama y se ha sentado a mi lado.
–Nina es una chica muy maja. Ayer, cuando se acercó a mí, se puso toda roja. «¿Tú éres la enfermera de Álex?», me preguntó, y yo le dije que sí. Y mira por dónde, va y me da un tablero de ajedrez. «¿Para qué?», le pregunté yo, porque no sabía que fueras un loco del ajedrez. ¿Te ha hecho ilusión? Por lo que ella me ha dicho, jugáis todos los días. ¡Qué par de tortolitos! ¡Hacéis una pareja muy bonita...! ¿Y por qué lleva Nina ese aparato en la pierna?
Si Marga fuera una buena enfermera, debería saber lo que le pasa a Nina, el porqué de ese cacharro que lleva en la pierna izquierda. Además, yo no sé muy bien lo que le pasa. Lo único que sé es que tiene que llevar ese aparato un par de años o así, que no es para siempre, que usándolo se le irá curando el hueso de la cadera... Eso, al menos, es lo que Nina me contó un día.
Al principio se me hacía raro ir al lado de una coja. Sin embargo, ahora la verdad es que se me olvida. Y cuando empiezo a correr, luego tengo que esperarla y me quedo mirándola, porque me hace gracia su forma de andar, muy airosa a pesar del chisme ese.
Ayer, cuando Marga me trajo el tablero de ajedrez, sentí una alegría loca, el corazón me empezó a pegar saltos como un canguro, pero disimulé y volví a darle la lata preguntándole por qué Nina no podía venir al hospital a verme.
–Porque está prohibido que los niños vengan al hospital de visita –dijo ella.
–¡Pues no hay derecho! –le contesté yo enfadado.
–¿Y por qué no le escribes una carta? Yo se la entregaría en seguida.
Sí, ya, pero no es lo mismo; y además escribirle a Nina se me hace muy difícil.
***
Ha pasado el médico. Me ha dado unas palmaditas cariñosas en la cara.
–¿Qué tal, valiente?