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Lulo relata la conmovedora historia de un niño que, sufriendo un mutación genética, nació como felino, y al ser tomado por un gato cualquiera, vivió terribles experiencias por el hambre y el encierro. Cuando al fin pudo librarse, se enteró de que muchos otros niños estaban sufriendo lo mismo y se propuso lograr un cambio en la sociedad. Una historia de vida que nos enseña que todos podemos hacer mucho en aportar esperanza para nuestro mundo.
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Seitenzahl: 150
Veröffentlichungsjahr: 2024
HANS SCHMIDT
Hans Schmidt, Rodolfo Guillermo Lulo : una historia de lucha y superación / Rodolfo Guillermo Hans Schmidt. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5632-5
1. Novelas. I. Título. CDD 808.883
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
CAPÍTULO 1 – Un fin para un principio
CAPÍTULO 2 – Cuatro años antes
CAPÍTULO 3 – Efectos secundarios
CAPÍTULO 4 – Un par de ojitos se abren
CAPITULO 5 – Crueldad
CAPÍTULO 6 – Terribles revelaciones
CAPÍTULO 7 – Lo temido ataca
CAPÍTULO 8 – Dos pequeños asaltantes
CAPÍTULO 9 – Temible encuentro
CAPÍTULO 10 – Triste historia
CAPÍTULO 11 – Desenmascarados
CAPÍTULO 12 – Hermanos
CAPÍTULO 13 – Tormentoso camino
CAPÍTULO 14 – Sorpresa inesperada
CAPÍTULO 15 – Furries declarando
CAPÍTULO 16 – El ciudadano Luciano
CAPÍTULO 17 – Discusión familiar
CAPÍTULO 18 – El “vamos”
CAPÍTULO 19 – Lo prohibido a la vista
CAPÍTULO 20 – Una nueva etapa
CAPÍTULO 21 – La jura
CAPÍTULO 22 – La cita
CAPÍTULO 23 – El Instituto
Las tristezas no se hicieron para
las bestias, sino para los hombres.
Pero si los hombres las sienten demasiado,
se vuelven bestias.
Don Quijote de la Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra.
En la ciudad de Lerkandas, a finales de los 80, en un viejo depósito de mercaderías ubicado en los fondos de una casa familiar, dos niños de la misma edad preparaban el operativo escape. El niño de la casa hurtó la llave del depósito que su padre tenía bien guardada, y se dirigió sigilosamente a abrir la vieja puerta. Cuando la abrió, desde el interior del depósito apareció el otro niño, igual en edad pero muy diferente en aspecto.
—¿Estás listo? –le susurró.
—Sí –le respondió el niño del depósito.
—Tomá –y le dio una bolsita.
—¿Qué es esto?
—Ropa. No podés salir al mundo sin esto.
—¿Estas son ropas tuyas?
—Sí. Tengo muchas, así que te puedo dar estas. Ponételas.
—¿Así?
—El calzón va primero, y después el pantalón.
—Ah.
—Apurate.
No estaba acostumbrado a llevar ropas, así que cuando dificultosamente terminó de ponerse todo lo que su amigo le había traído, se miró.
—Estoy raro. Tus ropas me cuelgan.
—Eso es porque sos más chico que yo. Pero de a poco vas a crecer y te quedarán bien. Tomá –y le entregó otra bolsa un poco más grande–. Aquí hay comida para unos cuantos días hasta que alguien te adopte o aprendas a vivir solo.
El niño del depósito abrazó a su compañero.
—Ya te estoy extrañando.
—Yo también, amigo. Pero ya no podés vivir más en ese lugar tan feo.
Miró hacia la puerta del depósito, luego a su amigo y suspiró, con una lágrima en sus ojos azules.
—Miedo.
—¿De qué tenés miedo?
—De no volver a verte nunca.
El otro lo abrazó más fuerte.
—Vos solo ocupate de vivir, que algún día la vida nos juntará de nuevo.
Cruzaron sigilosamente el viejo patio y el niño de la casa abrió la puerta que daba a la calle. El batifondo del tránsito se multiplicó por cinco, y el niño del depósito se asustó cuando, después de tantos años de encierro, vio la calle por primera vez.
—¡Es horrible!
—Sí. Cuidate de los coches y mirá antes de cruzar las calles. Llevá siempre puesta la capucha para que no te vean las orejas. No pelees con nadie. Cuando puedas, practicá leer. Andá, amigo. Tengo que cerrar.
El niño se puso la capucha, respiró profundo y salió hacia lo desconocido, con miedo y sin saber a dónde ir.
—Mi amor, ¡mirá! –exclamó Amanda, con los ojos encendidos de alegría, mientras le mostraba a su esposo un test de embarazo con dos rayitas azules.
Celio, que estaba esperando esta noticia con toda la ilusión, abrazó fuertemente a su amada. Por fin iban a tener el hijo tan esperado. Fue un placer para ambos ir de compras esa tarde y encargar por anticipado todo lo necesario para el cuarto del bebé.
Todo tenía que ser perfecto, así que se ocuparon también de los controles médicos. La doctora que los atendió era muy amable y les pidió toda clase de estudios y exámenes de salud para la futura mamá. Amanda se realizó análisis de sangre y cuando le entregaron los resultados, fue con mucha alegría a entregárselos a su doctora. Esta recibió el papel con una sonrisa y empezó a leer ese montón de cifras inentendibles. La doctora, a medida que leía, iba perdiendo paulatinamente su sonrisa y cuando llegó al final, su expresión era de franca preocupación.
Amanda le preguntó si todo estaba bien.
La doctora hizo un pequeño silencio y con un suspiro dijo:
—Casi.
Sacó uno de los gruesos libros de medicina que tenía sobre un estante, lo consultó, y con un suspiro, se recostó sobre el respaldo de su gran sillón.
—¿Pasa algo malo, doctora? –preguntó la mujer, ya con preocupación.
—Hay un problemita en tu sangre. Pero antes de decirte si es malo, tengo que verlo con alguien que es experto en estas cosas. A lo mejor no es nada. Pero hazme un favor.
—Sí, doctora. Lo que quiera.
—Esta noche lo consultaré y mañana te daré un resultado definitivo. Por favor, vení a verme de nuevo mañana. Y vení con tu esposo.
***
—Margulies –llamó la secretaria asomándose al pasillo donde estaban esperando los esposos. Estos esperaban una sonrisa de la doctora que anticipara buenas noticias, pero la doctora se mantuvo seria mientras ellos se sentaban. Sacó un papel con resultados y mientras lo miraba, habló a la pareja.
—Consulté a un colega mío que conoce estos casos, y me dijo que tu problema lamentablemente no tiene cura, porque ya lo tenés en la sangre.
Celio y Amanda se miraron con angustia.
—¿Cuál es el problema que ella tiene, doctora?
—Tiene un tipo de sangre muy poco común, porque es producto de una genética alterada. Es incompatible con el proceso de gestación. Vale decir, no es apta para embarazarse, porque el feto para su desarrollo necesita una sangre sana y normal, y la sangre de Amanda no lo es.
—¿Qué quiere decir, doctora? –inquirió la mujer, intentando entender–. ¿Mi sangre no es sana, o no es normal?
—Es sana solo para vos. No para tu bebé.
—¿Por qué?
—Porque tu sangre, Amanda, no es totalmente humana.
Amanda y Celio abrieron la boca de asombro y se recostaron sobre el respaldo del asiento. Celio tomó la mano de Amanda.
—¿Co… cómo que no es totalmente humana?
La doctora suspiró, como para tomar aliento antes de emprender una explicación.
—Celio, vos, yo y todos tenemos en la sangre componentes que son humanos y sirven para cumplir funciones dentro de lo que es un cuerpo humano normal. Tu esposa nació con una genética y por tanto, una sangre con elementos que no son humanos, y su cuerpo se ha adaptado a funcionar con esa sangre. Pero un cuerpo que no sea de ella, como el del bebé que está creciendo, no está adaptado para desarrollarse con esa sangre extraña, y las funciones orgánicas tanto de Amanda como las del bebé, se complicarán más y más en los próximos meses, hasta que…
La doctora se interrumpió porque no tenía fuerzas para decir lo que tenía que decir. Pero los esposos lo entendieron.
La mujer cerró fuertemente los ojos, bajó la cabeza con una lágrima, y su mano apretó con fuerza la de su esposo. Nunca creyeron que de la alegría de su primer hijo pasarían a esta terrible noticia.
—El tuyo no es el único caso. Se está descubriendo mucha gente con esa genética, y por eso es un riesgo para ellos tener hijos.
—¿Pero por qué recién ahora me entero? –sollozó Amanda, con lágrimas de amargura–. ¿Por qué en todos los exámenes de sangre anteriores ningún médico vio nada?
—Cuando vos naciste no había aún tantos casos, y tampoco existían los avances que existen hoy en día para detectar esa alteración. Muchas quedaron embarazadas y por no hacer el tratamiento perdieron su embarazo y su vida.
—¿Tratamiento? –preguntó Celio, levantando la cabeza y mirando a la doctora–. ¿Qué tratamiento?
—Hay un procedimiento médico, no para curar la sangre, pero sí para salvar al bebé y a la madre.
—¡Por favor, doctora! –rogó el joven esposo–. ¡Haré lo que sea para salvarla a ella y al bebé!
—Hasta hace algunos años no había forma, así que hubo muchos fallecimientos de bebés y madres. Un especialista amigo mío fue el que desarrolló ese procedimiento para ayudar a que sus gestaciones lleguen a término normalmente.
—¡Qué orgullo, ser el inventor de un tratamiento para salvar vidas! Me imagino que la ciencia médica le habrá rendido honores.
La doctora hizo un gesto de escepticismo y con un suspiro, respondió:
—Tendría que haber sido así, pero lamentablemente, el Consejo de Investigaciones Médicas nunca le reconoció su tratamiento como válido, y por poco lo denuncian.
—¿Por qué?
—Porque tiene efectos secundarios en el bebé.
Los esposos quedaron como congelados. Cuando se repusieron, Amanda preguntó:
—¿Qué efectos secundarios?
Los esposos empezaron a preocuparse por lo frágil de la luz de esperanza que suponía ese tratamiento.
—Pues... verán... –empezó la doctora– con esa terapia el bebé será sano y fuerte, pero tendrá algunas particularidades físicas que lo harán diferente de los demás niños. Pero serán solo físicas. No se han comprobado alteraciones a la capacidad intelectual ni al cerebro. Si no se dejan afectar por su apariencia, podrá tener una vida afectiva y escolar feliz y sin problemas.
—¿Su… apariencia?
—Amanda, el tratamiento salva la vida de los bebés, pero para ello tiene que complementar su sangre incompatible con otra que “rellene” los faltantes genéticos de la sangre de la madre. Estas complementaciones genéticas se pueden hacer solo con ADN de animales, por lo cual los embriones incorporan esa información y los bebés nacen con apariencia de animales. No es posible saber de antemano de qué especie ni en qué grado. Hay casos en que solo tiene orejas de animal. Pero se han reportado otros casos en que el bebé es animal casi por completo.
Amanda y Celio se miraron uno al otro con una mezcla de asombro y tristeza, todavía sin poder entender.
—Tienen que concientizarse de que su bebé no será como los demás niños –prosiguió la doctora–. Será un bebé de los llamados “furry”, o sea “peludos” y tendrán que aprender a amarlo así, con la apariencia que tenga.
—Es que… todavía no nos podemos imaginar un bebé que sea como animal. ¿No tiene alguna foto para mostrarnos de alguno de ellos?
—Las tengo en un dossier médico extraoficial y no se las muestro a nadie, porque algunas son chocantes y desagradables. Pero considero que ustedes tienen derecho a verlas, ya que asumirán la responsabilidad.
La doctora se levantó de su sillón, y con una pequeña llave abrió un cajón y extrajo de él una carpeta negra.
Tomaron la carpeta, la abrieron, y empezaron a mirar, pasmados, las fotografías. Las imágenes eran impresionantes. Había bebés que parecían normales, pero tenían el cuerpo cubierto de pelos. Otros que tenían muy poco pelo, pero en cambio, tenían la dentadura de un can. Había otros que tenían orejas como de cabra e incluso dos pequeños cuernos que asomaban de su cabecita. Pudieron ver otro bebé que tenía uñas largas como un depredador, y otros que tenían una cola parecida a la de un equino. Continuaron viendo muchas otras impresionantes fotografías, todas de casos diferentes, hasta que con un suspiro, Amanda cerró la carpeta suavemente.
—Vamos a hacer ese tratamiento, doctora –dijo la mujer, decidida–. Tenga la apariencia que tenga, será nuestro bebé.
Celio abrazó a su esposa fuertemente y le besó la frente. La doctora, concluyó:
—Los felicito por la decisión. Mañana le enviaré los análisis al doctor Rumpel y empezaremos el tratamiento cuanto antes.
***
Amanda tuvo que acudir al centro médico donde atendía ese especialista. Este hizo sentar a Amanda sobre un gran sillón reclinable, en una habitación con televisión, y le puso una vía en una vena del brazo.
—Amanda –dijo amablemente el doctor–, primero procederemos a realizarte un acondicionamiento sanguíneo, porque esa sangre que tenés es el problema. Te pondremos sangre de tu mismo grupo y factor, pero acondicionada con compuestos que la reactivarán y la harán compatible con una gestación. En mujeres no embarazadas este reemplazo tiene una duración más breve, pero considerando que tu embarazo ya tiene ocho semanas, es mejor hacerlo en forma más lenta y gradual, para no afectar al bebé.
Celio vio cómo el doctor ponía una aguja con vía en el brazo de Amanda, y el otro extremo estaba conectado a una extraña máquina, similar a una de diálisis, y le dosificaba varios compuestos antes de volver al cuerpo.
El tratamiento duraba nueve días, y la pobre mujer tenía que estar tres horas por día allí acostada con la aguja en el brazo y la cánula conectada a ese artefacto y viendo televisión, o leyendo libros, porque no tenía con qué pasar las tres interminables horas.
Al cabo de los nueve días el tratamiento concluyó y el doctor les recomendó que hicieran una dieta sana para no incorporar sustancias extrañas que interfirieran en el tratamiento o en el embarazo.
Ambos cumplieron esta premisa al pie de la letra, y después de un embarazo tranquilo, con controles periódicos, Amanda empezó a sentir las primeras dolorosas contracciones de parto.
Un ser desconocido estaba por asomarse a nuestro mundo.
Por recomendación de la doctora, Amanda tuvo su parto en la clínica del Dr. Rumpel para poder subsanar cualquier complicación que surgiera con la salud de ambos, y de paso, para asegurarles la privacidad y el anonimato que en una clínica corriente no tendrían.
Era una noche bastante fría. El parto fue normal y sin complicaciones, ya que el recién nacido, una niña, era de tamaño algo más pequeño que un bebé común.
Ni bien nació, la madre quiso verla, pero no fue posible, porque el médico tenía que revisarla inmediatamente para hacerle los controles indispensables en casos como este.
Ella comprendió que esto era necesario, pero sufrió igual la frustración que toda madre siente cuando, después de tanto esfuerzo de parto, no la dejan ver a su bebé aunque sea por unos momentos.
Fue trasladada a una habitación en la que estuvo acompañada por su esposo.
Media hora después, que a la pareja le parecieron días por lo ansiosos que estaban, se abrió la puerta de la habitación y una enfermera entró con una cuna con ruedas, la cual acomodó junto a la cama de Amanda.
—Es una niña hermosa y muy sanita. Y parece que quiere ver a sus papás… –comentó la amable enfermera, sonriendo dulcemente. Tomó a la bebé con mucha delicadeza y se la entregó a la flamante mamá, quien la esperaba ansiosa.
La pareja miró el rostro de su beba y se asombró. Si bien no era un rostro totalmente humano, lucía facciones felinas muy delicadas que la hacían muy tierna. La beba tenía cabello castaño claro como el de Celio y los ojos color miel de Amanda. Tenía un muy leve pelaje con manchas grises y blancas. Sus orejas eran totalmente felinas, de color grisáceo como el resto del cuerpo. Ambos se miraron y se adivinaron mutuamente la misma curiosidad. Así que le sacaron la mantita que la envolvía y vieron lo que sospechaban. Su hermosa beba tenía una cola, y del mismo color de las orejas. Cuando se la acariciaron, la beba la movió levemente.
Esto les arrancó una sonrisa de ternura. Le colocaron la colita cuidadosamente a un costado y volvieron a envolverla en la mantita.
A ambos les pareció bellísima, nada que ver con las bizarras fotos de furries que les había mostrado la doctora. La bebita empezó a llorar con llantitos mezcla de bebé y gato.
***
Decidieron llamarla Fanny, y fueron con ella los mejores padres, aunque trataron en lo posible de ocultar sus rasgos más felinos y que tuviese una infancia lo más normal posible. No querían que sufriese de bullying o discriminación. Así que el leve pelaje que cubría su cuerpo fue cuidadosamente depilado, sobre todo en la parte de sus extremidades y su cara. Y la pequeña tuvo que acostumbrarse a llevar su rabito hacia un costado y oculto bajo la ropa.
Se crio como una niña fuerte y muy sana. Su pediatra y médico familiar de cabecera fue, obviamente, el Dr. Rumpel, el cual atendía en su clínica a esos niños y niñas mitad animal, siendo para todos ellos un excelente profesional.
A los tres años de vida de Fanny, y en una consulta médica de rutina, el doctor había dicho a Amanda y Celio –en confidencia– que él sabía que había muchas madres con sangre furry que no hacían su tratamiento, con gran peligro para la vida de la madre, del bebé o ambos. Muchos bebés y madres morían, pero un pequeño porcentaje sobrevivía logrando nacer en partos domiciliarios y vivían marginados, sin atención médica. Él sentía que tenía que encontrarlos y ayudarlos de alguna manera, pero a causa de la clandestinidad de su condición y de la discriminación que estarían sufriendo, resultaría muy difícil, cuando no imposible, rastrearlos y ubicarlos.
Sobre todo porque recordaba haber pasado por su clínica un caso de una joven de ojos azules y mirada triste cuyo parto él había atendido, y que tuvo un bebé felino como Fanny, pero con muchos más rasgos de gato, y que por esto requería mucha atención especial, tanto por parte del médico como de la madre.