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Cuidado con lo que deseas... El precio de la perfección podría ser tu condena. En una cocina ahora silenciosa, Sheryl Hawne yace en un charco de sangre. A su lado está su única hija, Katie, aún con el arma homicida en la mano y aparentemente incapaz de hablar. Para la detective Kim Stone, el caso parece claro y resuelto. Pero Katie no está en condiciones de ser interrogada, así que Kim y su equipo tendrán que profundizar para entender qué desencadenó ese acto tan brutal. Poco después, descubren que Katie participó en concursos de belleza cuando era niña y que su madre mantenía un pequeño santuario donde exhibía sus trofeos dorados y cintas brillantes. Y, cuando Kim recibe una llamada impactante, en la que la informan de que otra mujer, cuya hija también asistía a concursos de belleza, ha aparecido asesinada, entiende que el caso es más complicado de lo que pensaba. Es imposible que Katie sea la culpable, porque está bajo custodia. La investigación sumerge a Kim en un mundo competitivo donde las apariencias lo son todo y en el que algunas madres harían cualquier cosa para ver a sus hijas ganar. Pero alguien está convencido de que esas madres son culpables… y de que merecen morir. Enfrentándose a los recuerdos de su propia y monstruosa madre, Kim se ve obligada a hacer justicia por esas mujeres, al margen del dolor que puedan haber causado. --- «Fantástico… Me enganchó hasta la última página. Me encanta Kim Stone… Se lleva un gran aprobado y cinco enormes estrellas brillantes de mi parte». Stardust Book Reviews ⭐⭐⭐⭐⭐ «Me gustó tanto que tuve que parar y volver atrás a releer algunos fragmentos… Impresionante». Robin Loves Reading ⭐⭐⭐⭐⭐ «¿Quién necesita dormir cuando hay un nuevo libro de Kim Stone? No pude soltarlo, leí hasta la madrugada. ¿Me arrepiento? Para nada». mandylovestoread ⭐⭐⭐⭐⭐ «Perfecto. Cada pequeño giro hace que sigas pasando páginas. A los lectores deberían darles días de asuntos propios para leer, porque una vez que empiezas no deberías tener que parar». Chapter in My Life ⭐⭐⭐⭐⭐ «¡¡¡MADRE MÍA!!! Esta mujer sí que sabe escribir… Una lectura adictiva». Book Review Café ⭐⭐⭐⭐⭐ «¡Mi serie de misterio/thriller/crimen FAVORITA de todas! Devoré cada página». Firepit and Books ⭐⭐⭐⭐⭐
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Veröffentlichungsjahr: 2025
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Madres culpables
Madres culpables
Título original: Guilty Mothers
© Angela Marsons, 2024. Reservados todos los derechos.
© 2025 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
ePub: Jentas A/S
Traducción: Daniel Conde Bravo, © Jentas A/S
ISBN: 978-87-428-1368-3
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
Esta es una historia ficticia. Los nombres, personajes, lugares e incidentes se deben a la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas vivas o muertas es mera coincidencia.
Queda prohibido el uso de cualquier parte de este libro para el entrenamiento de tecnologías o sistemas de inteligencia artificial sin autorización previa de la editorial.
First published in the English language in 2024 by Storyfire Ltd, trading as Bookouture.
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Este libro está dedicado a todas las madres extraordinarias del mundo que sienten que no lo hacen lo suficientemente bien. Lo hacéis de maravilla.
Capítulo 1
Kim comprobó el teléfono por tercera vez.
—¿Tenemos ya algo, jefa? —le preguntó Stacey, al percibir sus movimientos. Todos habían oído la comunicación por radio en relación con un hallazgo en uno de los estanques donde se solía practicar la pesca en Dudley. Se había requerido la presencia en el lugar del equipo de buceo, y si se confirmaba lo peor, el nombre de Keats iba a aparecer en la pantalla del teléfono de Kim en cualquier momento.
Tres pares de ojos observaban a la inspectora.
Kim movió la cabeza de lado a lado; el estado de ánimo del equipo se le estaba contagiando.
Habían pasado un par de meses desde el último caso importante y, aunque ninguno de ellos deseaba que apareciera un cadáver, eran precisamente las investigaciones de asesinatos las que los ponían a prueba, las que sacaban lo mejor de ellos.
Kim sabía que cada miembro de su equipo se esforzaba al máximo con cada caso con el que tenían que lidiar, pero hacerle justicia a una persona a la que le habían arrebatado la vida avivaba aún más su pasión por el trabajo y su determinación: se esforzaban durante noches interminables, se enfrentaban a madrugones diarios y prácticamente no se dedicaban a otra cosa en sus vidas hasta que el caso no estuviera resuelto.
También era consciente de que el equipo estaba esperando que les sacara un tema del que ninguno de ellos quería oír hablar. Supuso que aquel sería un momento tan adecuado para hacerlo como cualquier otro. Tenían que discutir el incómodo asunto antes de que la gestión del mismo se complicara más de la cuenta.
La inspectora dejó el lugar que ocupaba tras el escritorio vacío y se sentó en el borde del mismo, señal inequívoca de que estaba a punto de dirigirse al equipo al completo.
—Bueno, venga, chicos, sabéis que tenemos que hablar del tema.
Se escucharon gruñidos; todos intercambiaron miradas.
—A ver, es un concurso de talentos con fines benéficos. Uno de vosotros tiene que participar.
—Nosotros, jefa. Uno de nosotros —la corrigió Bryant. Su compañero sensato y pragmático siempre consideraba necesario aclarar esos detalles menores.
—¿Tú te crees yo que tengo algún talento que pueda funcionar sobre un escenario y frente a una sala repleta de gente?
—La verdad es que no.
—Venga, gente, alguno de vosotros sabrá hacer algo, ¿no?
Habían «invitado» a todos los departamentos a participar en un concurso benéfico que tendría lugar la noche del siguiente domingo. Estaba ya a punto de decirle a Woody que no contaran con ellos cuando él le preguntó específicamente qué miembro del equipo iba a ocupar el hueco de tres minutos que quedaría entre el equipo de Tráfico y la Unidad Especial de Intervención, dejando claro que todos los departamentos iban a aportar su granito de arena con fines benéficos.
—Seguro que alguno de vosotros tiene un talento oculto que pueda durar tres minutos —repitió Kim.
—Yo creo que sí, pero no sé si será muy adecuado hacer eso sobre un escenario —ofreció Bryant.
Todos se rieron excepto Kim, que centró su atención en Penn. Seguro que el aplicado sargento, que nunca dejaba de asombrarles con datos curioso sobre cualquier tema, sabría hacer algo.
—¿Una canción? ¿Un poema?
—Venga, sí, yo tengo uno —dijo Penn; se aclaró la garganta.
Todos los demás esperaban expectantes.
—»El chico estaba en una cubierta ardiendo, tenía en sus bolsillos dos limones. Una llama por su pernera fue subiendo, y se le terminaron quemando sus...».
—Venga ya, Penn. ¿No tienes nada mejor que eso? —preguntó Kim mientras Stacey se secaba las lágrimas de risa de los ojos.
—Iba a decir limones —dijo Penn, encogiéndose de hombros.
Kim lo ignoró y se giró hacia la ayudante de detective.
—¿Y tú, Stace? Yo qué sé... ¿Qué canción cantas en la ducha?
Stacey hizo un gesto de concentración antes de comenzar a entonar las primeras palabras de una famosa canción de Whitney Houston.
Todos los ojos se clavaron en ella; reinó un silencio atónito mientras sus compañeros la contemplaban.
Kim levantó la mano para poner fin a la tortura después de un par de versos.
—Bueno, pues está claro que estamos bien jod...
Su frase se vio interrumpida por el sonido de su teléfono.
—Es Keats. Todos listos —ordenó antes de pulsar el botón de respuesta.
—Cuéntame.
—Madre mía, Stone, parece que estabas esperando mi llamada.
—La verdad es que la estaba esperando.
—Inquietante, pero bueno. Solicito formalmente vuestra presencia en...
—Oye, Keats, ¿estás seguro de que este está muerto? —le interrumpió.
La inspectora llevaba dos meses esperando para hacerle esa pregunta, tras el error que había cometido el forense en el último caso al pronunciarse prematuramente.
El silencio que respondió a su pregunta le indicó a Kim que aún no había transcurrido el tiempo suficiente para que Keats recordara aquel episodio con agrado o buen humor.
—¿Todavía es demasiado pronto?
—Sí —respondió el forense escuetamente.
—Venga, voy para allá.
—¿Para dónde?
—Uno de los estanques de Dudley. Me llamas en relación con eso, ¿no?
—Lo siento, yo no tengo ni idea de lo que está pasando allí. Tengo lío en el número treinta y uno de Loudon Road, Stourbridge. La víctima es una mujer de cuarenta y muchos años.
—Vale, Keats, vamos para allá —respondió Kim.
Parecía un caso importante que requería la atención del equipo. Aunque no era el que ella había estado esperando.
—Y en mi humilde opinión —añadió Keats bajando la voz—, no os va a resultar muy difícil encontrar al culpable.
Capítulo 2
Loudon Road se ubicaba en el área de Stourbridge que lindaba con Stourton, y era una de las últimas vías antes de que la A458 se adentrara en la zona rural.
—¿Qué tal si seguimos conduciendo, nos pillamos un café y nos dedicamos a contemplar el río en Bridgnorth? —sugirió Bryant mientras se aproximaba al giro hacia la izquierda.
—No me hace falta, gracias —respondió Kim. Bridgnorth era uno de los muchos lugares de la zona que se encontraba en alerta por posibles inundaciones, a consecuencia de lo que, según los expertos, estaba siendo el septiembre más húmedo desde que existían registros oficiales.
En el instante preciso y como obedeciendo una señal, los limpiaparabrisas se pusieron en marcha al empezar a caer las primeras gotas sobre el cristal delantero del coche.
No es que la actividad de sentarse junto al río la enamorara en alguna época del año, y sobre ello reflexionaba Kim al acercase al cordón con el que la policía ya había aislado la escena del crimen. El campo en general no casaba con su inclinación natural a estar entre el bullicio, la actividad y el caos de la vida urbana. Ya disfrutaba de la naturaleza cuando cogía su Kawasaki Ninja para despejar la mente.
Al ver que no había espacio para aparcar más allá del cordón, Bryant lo hizo antes de llegar, en un hueco que encontró a pocos metros de la multitud que ya se congregaba frente al lugar.
Kim emitió un leve gruñido cuando vio quién estaba al frente de las personas allí reunidas. Como no podía ser de otra forma, su archienemiga del Dudley Star ya había llegado.
—¿Algún comentario, inspectora? —preguntó Frost.
—Eres una idiota.
—Sobre eso —protestó la periodista, señalando con la cabeza hacia la casa.
—¿Sobre qué? —preguntó Kim—. ¡Ni siquiera he pasado el cordón aún! ¿Cómo coño has llegado antes que yo? —La inspectora entrecerró la mirada—. No te habrás comprado una escoba nueva, ¿no?
—Tengo mis fuentes. Bueno, cuéntame, ¿qué ha pasado? Los vecinos dicen que...
—Ahórrate los cotilleos —respondió Kim, agachándose para pasar bajo la cinta. No tenía intención alguna de escuchar nada de lo que le pudieran contar los periodistas antes de haber visto siquiera el cadáver con sus propios ojos.
Kim ya se estaba alejando de la cinta cuando de repente se giró.
—Oye, Frost, tengo una primicia para ti.
—Dime —dijo Frost con recelo.
—Me parece que va a llover.
Reafirmando su predicción, las gotitas que había visto antes en el parabrisas se convirtieron en otras más grandes y pesadas que comenzaron a salpicar en el suelo.
Kim se dirigió hacia la carpa que se había erigido para cubrir la entrada a la propiedad.
Keats salió de la misma para darles algo de información mientras Kim y Bryant se ponían los equipos de protección.
—No es agradable. Hay mucha sangre. El arma homicida está ahí dentro.
Kim se ajustó el traje protector en su cuerpo.
—¿A qué ha venido ese comentario críptico sobre el asesino? —le preguntó al forense—. ¿Ahora también haces nuestro trabajo, además del tuyo?
—A su debido tiempo. Id directos a la cocina.
Kim percibió el olor nada más entrar en la casa. El aroma metálico era inconfundible: sangre, y mucha.
Dejó atrás una mesa de teléfono volcada y una lámpara rota antes de llegar hasta la puerta de la cocina, que se abría a un mar de sangre que se extendía desde la víctima hasta el resto de los rincones de la estancia. Parecía casi imposible que aquella cantidad de sangre perteneciera a una sola persona y no fuera el resultado de una batalla entre gladiadores. La inspectora se preguntaba cómo era posible que el cuerpo humano contuviera tanta.
La inhalación de Bryant hizo que volviera a centrarse, alejándose un poco de aquel hipnótico mar rojo.
Solo al observar bien la magnitud del incidente se dio cuenta de que tuvo que haber sido realmente violento. La mujer que estaba en el suelo era menuda y estaba vestida con vaqueros y lo que había sido una camiseta morada. La parte delantera de la camiseta estaba empapada de sangre a consecuencia de las múltiples puñaladas que había recibido. Tenía los brazos y las manos cubiertos de cortes, e incluso había un par de ellos en su atractivo rostro. Un rasguño que no le había atravesado la piel le recorría la mandíbula inferior en diagonal por el cuello y terminaba deslizándose bajo su pelo castaño oscuro.
Había salpicaduras de sangre sobre la encimera de la cocina, al igual que lo que parecían ser muescas provocadas por un cuchillo.
No había duda de que se había producido un ataque brutal y de que la víctima se había defendido con toda su alma. El resultado había sido una masacre, una carnicería, y aquella vivienda típica en un barrio residencial normal irradiaba una tremenda sensación de furia.
Kim miró hacia la encimera, donde ya había un cuchillo precintado en una bolsa para pruebas transparente. En el soporte para los cuchillos, todos los huecos estaban ocupados, excepto uno.
—¿Ha usado uno de los suyos? —preguntó Kim a Mitch, que se encontraba tras la barra americana de la cocina.
—El más grande —respondió este, levantando la bolsa. Era un cuchillo para carne, de unos veinte centímetros.
Kim se estremeció ante la idea de clavar una hoja de aquel calibre en la piel de otra persona en repetidas ocasiones.
La inspectora salió de la cocina mientras Mitch y sus dos compañeros continuaban trabajando. No podía pisar por ninguna parte sin alterar la forma del charco de sangre.
Inspeccionó la estancia y cayó en la cuenta de que la radio todavía seguía sonando de fondo. Alguien había sacado un montón de ropa de la secadora y la había colocado sobre la mesa para doblarla. El leve aroma de un suavizante floral trataba de vencer al hedor de la sangre.
Junto al hervidor había dos tazas.
¿Habría estado aquella mujer esperando a la persona que la iba a visitar?
La primera impresión que tuvo Kim fue que la víctima habría estado desarrollando su vida normal y rutinaria cuando, quizá, recibió una llamada. Preparó las tazas para su invitado, pero la atacaron a pocos metros de la puerta principal, en el pasillo, como si la persona que había ido a verla no pudiera reprimir la necesidad de desatar su ataque contra ella.
—Su nombre es Sheryl Hawne, cuarenta y ocho años. No tenía marido, aunque sí una hija llamada Katie —ofreció Mitch—. El teléfono y el bolso estaban junto al microondas. Todo parece intacto.
Kim ya había descartado el robo en cuanto había visto la sangre. La mayoría de los ladrones se limitaban a hacer lo estrictamente necesario. Aquello era demasiado. Absolutamente excesivo.
Keats apareció por detrás de Bryant.
—La vecina llamó a la policía tras escuchar gritos y chillidos, y luego el silencio. Llamó a la puerta, pero estaba demasiado asustada como para entrar. La policía sí lo hizo, y encontró a la agresora sentada en silencio junto a la víctima, aún con el cuchillo en la mano.
El forense señaló con la cabeza hacia el salón.
—¿Con quién voy a hablar, Keats? —preguntó Kim.
—La mujer que sostenía el cuchillo era su hija.
Capítulo 3
Kim no estaba lista para el espectáculo que la aguardaba en el salón.
Sentada en el sofá, flanqueada por dos agentes de policía, había una mujer extremadamente delgada que tendría unos veinticinco años. Vestía una camiseta blanca que estaba empapada de sangre, y los vaqueros grises, las zapatillas deportivas y la piel de sus antebrazos, cuello y cara estaban llenos de salpicaduras rojas. Incluso había rastros evidentes de sangre en su pelo rubio pajizo. Tenía unas esposas puestas y se encontraba sentada en el borde del sofá, con la mirada perdida al frente.
Kim siguió la mirada de la chica hacia la pared, que estaba repleta de fotos de una niña rubia vestida con diferentes trajes de princesa, sonriendo ante la cámara.
El rostro de la hija carecía de expresión alguna mientras contemplaba las fotos de sí misma. La mujer que yacía en la cocina tras haber sido brutalmente atacada no aparecía en ninguna de ellas.
Kim se colocó delante de la pared, pero los ojos de la mujer no titubearon, sino que parecían mirar a través de su vientre hacia las fotografías.
—Katie, soy la inspectora detective Stone. ¿Podría contarnos qué ha ocurrido aquí?
No recibió respuesta alguna ni tampoco algún indicio de que la hubiera escuchado.
—¿Puede confirmarnos que la persona que está en la cocina es su madre?
Tampoco hubo respuesta.
Kim se arrodilló frente a ella.
—Katie, ¿qué ha sucedido?
Nada.
La inspectora volvió a ponerse de pie e hizo un gesto con la cabeza a Bryant, que estaba en el umbral de la puerta.
El sargento dio un paso al frente y mostró su identificación policial. Dadas las circunstancias y la negativa de la chica a hablar, no les quedaba más remedio que proceder a realizar un arresto inmediato.
—Katie Hawne, la arresto en...
Kim se desentendió de la lectura de sus derechos y se centró en estudiar el rostro de la chica buscando algún tipo de reacción. No hubo nada. No tenía claro si Katie estaría planeando ya su defensa o si tal vez hablaría cuando estuviera en presencia de un abogado.
Reflexionar sobre ello hizo que su cabeza pensara en la siguiente fase de la investigación. Se giró hacia la puerta y, como si le hubiera leído el pensamiento, Mitch la estaba esperando con bolsas para pruebas que se encontraban vacías. Las cogió y se giró hacia la mujer sentada en el sofá.
—Katie, vamos a tener que llevarnos su ropa para analizarla como prueba. A usted la registrarán exhaustivamente cuando llegue a comisaría, pero ahora la agente Murphy la ayudará a subir a la planta de arriba para que se ponga algo más adecuado y meta en estas bolsas la ropa que lleva puesta.
Tanto si guardaba silencio de forma consciente como si en realidad lo hacía porque se encontraba en estado de shock, tarde o temprano se daría cuenta de que su ropa estaba manchada con la sangre de su madre.
Kim le hizo un gesto a la agente, que tocó con suavidad el codo de Katie y la instó de esa forma a ponerse de pie.
Cuando Katie se dirigió hacia la puerta, la mirada de Kim se cruzó con la de la agente, que asintió, indicando así que comprendía que no podía dejar sola a la sospechosa.
Kim indicó al otro agente que se colocara al pie de la escalera. No tenía la impresión de que Katie fuera a intentar darse a la fuga, pues no parecía estar en condiciones de intentarlo. Pero, si le diera por pensar en el inminente futuro que se le avecinaba, quizá tuviera la tentación de hacerlo.
—¡Joder, jefa! —exclamó Bryant, dejando escapar un largo suspiro—. Está en otro mundo.
—Si es que es real —contestó Kim, dirigiéndose de nuevo hacia la cocina. No sería la primera vez que un sospechoso intentaba fingir problemas de salud mental para evitar una cadena perpetua.
—¿Algo más que tenga que saber? —gritó hacia dentro de la cocina.
—No estaría mal que aprendieras a descubrir el momento en el que una broma deja de tener gracia —respondió Keats, entrecerrando los ojos mientras la miraba.
—No es demasiado probable que lo haga, pero gracias por el consejo.
Kim echó un último vistazo a la carnicería que había transformado una cocina completamente normal en una escena de una película de terror, antes de dirigirse de nuevo hacia la puerta de la casa.
No podía hacer nada más allí. Su trabajo era volver a la comisaría e interrogar a Katie Hawne para averiguar por qué había acabado con la vida de su madre de una forma tan cruel y brutal.
Con la eficacia de una máquina bien engrasada, tanto ella como Bryant se quitaron en silencio todo el equipo protector junto a la papelera que les habían proporcionado. Cuando estaba depositando la última zapatilla de papel en la misma, oyó cómo la respiración de su compañero se entrecortaba.
Se volvió y siguió la mirada del sargento hacia la mujer esposada que estaba bajando ya las escaleras.
Katie se había cambiado de ropa, eso estaba claro. Atrás habían quedado las prendas manchadas de sangre; en su lugar, un vestido de gala magenta con lentejuelas.
Capítulo 4
—¿De verdad que no dijo nada? —preguntó Stacey, incrédula, mientras Kim les narraba la historia.
—Ni una sola palabra. Se montó en el coche, sin más, y ahora están registrando su llegada en la planta baja —explicó Kim, antes de tomar un sorbo de café.
No les detalló detenidamente que se había encargado de disponer una serie de policías formando una hilera a la salida de la casa para cubrir la corta distancia desde la carpa hasta el coche patrulla. Lo último que les hacía falta era que apareciera una foto de la mujer en la prensa nacional, aunque estaba bastante segura de que eso terminaría sucediendo. Un caso de matricidio brutal siempre atraía la atención del gran público.
—¿Alguna idea de por qué perdió el control? —preguntó Penn.
—Nada que al menos resulte obvio. La casa parece normal.
—No se han registrado llamadas anteriores en relación con asuntos domésticos o jaleos de cualquier clase —confirmó Stacey.
—Imagínate, que te apuñalen con tu propio cuchillo de cocina —añadió Penn—. Un utensilio de cocina que usas cada domingo para...
—Penn, de verdad te lo digo, siempre te fijas en las cosas más extrañas —interrumpió Bryant, sacudiendo la cabeza en un gesto de desesperación.
Kim consultó su reloj. Habían pasado veinte minutos desde que solicitó el informe de la actuación policial.
A pesar de la expresión distante y ausente de Katie Hawne, estaba claro que esa mujer había matado a su propia madre, y Kim tenía que considerar la posibilidad de que aquel comportamiento extraño formara parte de un plan premeditado para acogerse a una defensa basada en la disminución de la responsabilidad. La inspectora se iba a ajustar estrictamente al protocolo; no habría interrogatorio sin la presencia de un representante legal.
—Bueno, chicos, mientras esperamos a que...
El sonido del teléfono interno de Bryant interrumpió las palabras de Kim.
El sargento contestó, asintió y luego le pasó el teléfono a su jefa.
—Stone.
—Esto... creo que debería bajar aquí —le aconsejó el sargento de guardia.
—¿Me puedes resumir algo? —preguntó, esperanzada.
—Eh..., creo que no. Y me da que va a necesitar algo más que un resumen cuando lo vea.
Kim le devolvió el teléfono a Bryant y se apresuró hacia las escaleras. ¿Para qué coño la estaban haciendo bajar? ¿Estaría la detenida reteniendo como rehén a uno de los agentes con una pinza para el pelo que se había escondido en alguna parte?
La inspectora abrió con fuerza la puerta que daba a la sala de detención, casi golpeando a un agente al hacerlo. Había otros ocho agentes más alineados a lo largo del pasillo que conducía a las celdas. Katie Hawne se encontraba en el extremo final del mismo, aún esposada, pero algo había cambiado en ella. Sus ojos estaban vivos, brillantes y animados.
—¡Ah, perfecto! ¡Una jueza! Siempre hay que sonreír a las mujeres, pero a los hombres hay que guiñarles el ojo discretamente —dijo Katie con voz firme y segura.
La joven comenzó a caminar por el pasillo con el aplomo de una supermodelo, girando la cabeza a la izquierda y luego a la derecha, ofreciendo una sonrisa deslumbrante a cada agente con el que se cruzaba.
Llegó hasta Kim y se detuvo.
—Mira a los jueces a los ojos durante tres segundos, sonríe con seguridad y abandona el escenario por el lado izquierdo —dijo, girándose y haciendo que su vestido ondeara por detrás de ella.
Los agentes miraron a Kim para saber cómo actuar, pero ella les hizo un gesto con la cabeza, indicándoles que no hicieran nada. Katie estaba esposada en una sala llena de agentes de policía, no había forma de que escapara. La inspectora quería ver cómo se desarrollaban los acontecimientos y se centró en buscar alguna señal de que aquello fuera un intento de engaño.
Katie se desplazó contoneándose hasta el final del pasillo y se volvió a girar. Esta vez, su sonrisa era infantil, llena de ilusión.
—¿He ganado? ¿He estado perfecta?
Kim intentó que no se le notara el estado de shock en el que se encontraba.
—Katie, ¿es consciente de dónde se encuentra? —le preguntó.
Al instante, la luz desapareció de los ojos de la mujer. Se miró de arriba abajo y dejó escapar un pequeño grito de sorpresa. Miró a su alrededor, a todas las caras que la estaban contemplando. El terror distorsionó su semblante.
—¡¡No, no, no, no!! —gritó, comenzando a desgarrar frenéticamente la tela del vestido. Las lentejuelas volaban y las costuras se rasgaban mientras luchaba por quitarse la tela de la piel, como si la estuviera quemando viva. En el proceso, dejó al descubierto gran parte de su torso, incluido un sujetador color carne que se había descolocado y mostraba más de lo debido.
Kim se apresuró a ponerse a su lado y protegió a Katie rodeándola de nuevo con el vestido, colocándose además por delante de ella para que dejara de estar expuesta.
—¡Que alguien me traiga algo de ropa! —gritó por encima del hombro—. Y el resto, ¡fuera de aquí!
—Voy, señora —respondió una de las voces, mientras Katie se apoyaba en la pared y se deslizaba hasta el suelo.
Kim imitó su movimiento y la mantuvo cubierta.
—¿Qué he hecho? —susurró Katie contra su brazo.
Kim la miró a los ojos, pero la mujer había retomado su expresión ausente.
—¡Que alguien llame al médico de guardia! —ordenó Kim. La única emoción que se reflejaba en el rostro de Katie era desesperanza, y a Kim no le hicieron falta más pruebas.
Aquella mujer no estaba fingiendo.
Capítulo 5
—Vale, eso sí que no lo he visto venir —dijo Stacey cuando la jefa salió de la sala de la brigada tras ponerlos al día de los últimos acontecimientos.
Kim iba ya de vuelta hacia la escena del crimen, habiendo dejado instrucciones estrictas de que la informaran cuando el médico hubiera examinado a Katie Hawne.
—O sea, debes tener algo muy chungo en la cabeza para matar a tu propia madre —dijo Penn, recostándose en su asiento. Dejó escapar un largo suspiro y su mirada se perdió durante un breve instante. Su hermano, Jasper, y él habían tenido que enfrentarse a la pérdida de su madre recientemente, y Stacey sabía que los dos la habían querido con locura.
—Hay muchos ejemplos que se remontan muy atrás en el tiempo —explicó Stacey—. Cleopatra III de Egipto fue asesinada en el año 101 a. C. por orden de su hijo. En 2005, una chica de dieciocho años de Memphis apuñaló a su madre cincuenta veces. No todo el mundo ha disfrutado de una infancia perfecta gracias a una madre cariñosa y protectora.
—Pero aun así... —respondió Penn, volviendo a centrarse en la conversación—. ¿No escribió Freud largo y tendido sobre el tema?
—Pero tenía una gran obsesión por su madre, ¿me equivoco? —preguntó Stacey.
—Me parece que creía en la existencia de una fase preedípica que determina las relaciones madre-hija, compuestas por sentimientos encontrados de amor y odio de la niña hacia su madre, que culminan mayoritariamente en odio.
—Vale, WikiPenn, ¿y en cristiano?
—Lo que quiere decir es que hay una fase, anterior al complejo de Edipo, entre los tres y los cinco años, en la que predomina el apego a la madre en ambos sexos. En general, también se considera que los celos y las expectativas son dos factores fundamentales que contribuyen a dificultar las relaciones entre madre e hija.
—¿No existe ahora un nuevo concepto denominado «atribución de la culpa a la madre»? —preguntó Stacey, recordando algo que había leído recientemente—. Según eso, todos los problemas se achacan a algo que la madre hizo o dejó de hacer durante la infancia, ¿no es así?
Penn se encogió de hombros.
—No sé yo si somos los más indicados para hablar de esto, Stace.
Sí, Stacey estaba de acuerdo en eso. Sabía que Penn había estado muy unido a su madre y que habían compartido un vínculo muy especial a través de la devoción que ambos sentían por Jasper. En el caso de la propia ayudante de detective, jamás existió un momento a lo largo de toda su vida en el que no hubiera podido contar con su madre, que siempre fue sinónimo de paz y seguridad, junto con una buena dosis de sinceridad. Cuando Stacey cometía un error, su madre no dudaba en reprenderla. Como hizo cuando por fin le contó todos los detalles del calvario que tuvo que sufrir con Terence Birch.
Su madre no se contuvo al criticar las decisiones de Stacey, pero su enfado pronto dio paso a la preocupación y el apoyo.
La agente seguía sintiendo escalofríos cuando se paraba a pensar en el daño que había hecho a las personas más importantes de su vida por no contarles la verdad. Pero todo se iba arreglando, de forma lenta pero segura, y las cosas estaban empezando a volver a la normalidad.
Stacey siguió los consejos de la jefa y se puso en contacto con Charlotte Danks, a la que Birch también acosó. Quedaron varias veces, y Stacey experimentó un gran alivio y una sensación de curación al hablar con una persona que comprendía el nivel de vulnerabilidad e indefensión que él les había hecho sentir. Después del tercer encuentro, ambas se dieron cuenta de que, conversando sobre él, de alguna forma lo mantenían vivo, así que había llegado el momento de dejar atrás lo ocurrido y mirar hacia el futuro para avanzar en sus vidas.
Y, en parte, en el caso de Stacey eso incluía volver a dar lo mejor de sí misma en el trabajo.
Actualizó el sistema para averiguar si había alguna novedad en el incidente del estanque. Probablemente ese sería el próximo caso importante del equipo, ahora que parecía que ya se había resuelto el brutal asesinato de Sheryl Hawne.
Capítulo 6
Tiff trató de ocultar el escalofrío que sintió mientras colocaban el cuerpo sobre la camilla.
Donkey Pool era un estanque propicio para la pesca situado en Priory Road, Dudley. Situado junto a una zona deportiva, no era el enclave para practicar la pesca de mayor tamaño de la zona, pero seguía siendo muy frecuentado por los habitantes del lugar debido a la abundancia de carpas. El estanque acaparó titulares nacionales en 2019 cuando un ladrón prolífico, tras una persecución en coche, huyó de su vehículo y nadó hasta la isla situada en el centro del pequeño lago para esconderse. Finalmente, un equipo de rescate de bomberos lo encontró sobre un bote salvavidas y lo trasladaron al hospital, aquejado de hipotermia. Cualquier policía del distrito conocía la historia.
Tiff no era aprensiva, y aquel no era el primer cadáver que veía. Ni siquiera era el primero que había visto sacar del agua. Pero sí el primero que tenía ante sus ojos tras haber estado unos dos años sumergido bajo el agua.
Había visto cuerpos con adipocera, la formación grasienta y cerosa que se producía si se daban las condiciones adecuadas para ello. Sabía que, una vez que se formaba, podía preservar el cuerpo durante años. No la perturbaba el cadáver hinchado y deforme «en posición de ahogamiento», donde la espalda está arqueada y las extremidades parecen extenderse hacia abajo. Lo que nunca había visto antes era la presencia de lo que se conocía como «manos de lavandera», una formación de arrugas y descamación de la piel, sobre todo en manos y pies, habitual en casos de inmersión prolongada.
La ropa que aún quedaba en el cadáver le recordaba a la película Hulk: las prendas se habían estirado y rasgado en varios lugares, al tensarse por la presión que la hinchazón había ejercido.
—¿Te juegas algo a que esta es la persona desaparecida de hace un par de años? —le preguntó el sargento Kendrick.
—No me apuesto nada, sargento, la ropa coincide —respondió Tiff con una sonrisa. Kendrick era uno de los tipos que valían la pena, y a ella le encantaba trabajar con él siempre que podía. En cierto modo, le recordaba al sargento Bryant. Kendrick alcanzó el rango de sargento y decidió que con eso le era más que suficiente. A solo ocho meses de jubilarse, seguía tratando cada caso como si fuera el primero.
—Yo no estaría tan seguro —dijo—. El agua puede decolorar...
—Es por el cinturón, sargento. Tenía una hebilla dorada de doble vuelta con una cabeza de león. —Tiff señaló la ambulancia—. Es el mismo...
El sargento Kendrick asintió con aprobación justo cuando dos compañeros de Tiff pasaban junto a ellos.
—Bueno, amigos. Vera se ha puesto ya con el caso. Lo tendrá resuelto antes de la hora de merendar —dijo el que iba delante, un hombre con el que Tiff había compartido muchos turnos.
El sargento escuchó el comentario, pero se quedó en silencio.
Tiff intentó que su rostro no reflejara lo que sentía. Menos mal que el sargento no había salido en su defensa, porque eso habría empeorado las cosas.
Aquella había sido la tónica habitual desde que presentó su candidatura al Departamento de Investigación Criminal. Había previsto algún tipo de reacción, pero lo que realmente le dolía era que los comentarios sarcásticos provenían de compañeros que habían sido amigos suyos. Más de una vez y de dos se había tomado alguna cerveza con aquellos dos agentes. Juntos habían celebrado detenciones, cumpleaños, ascensos... Pero su decisión de presentarse al Departamento de Investigación Criminal había creado una barrera entre ellos. Ahora se encontraba en una especie de limbo, sintiendo que no encajaba en ninguna parte.
—Ignora a esos criticones —dijo el sargento, haciéndole un gesto para que caminara junto a él—. Acabas de llevarte un premio por identificar el cinturón.
—Ah, ¿sí? —contestó Tiff—. ¿Qué he ganado?
—Te has ganado venir conmigo a informar a la familia.
Capítulo 7
A Kim siempre le sorprendía la rapidez con la que el vecindario se adaptaba a un evento importante, incluso a un asesinato brutal, aunque ocurriera junto a la puerta de tu casa.
Solo hacía una hora que junto al cordón apenas cabía un alfiler, pero aquello solo era un espectáculo, y ya había terminado la mejor parte. Las sirenas habían dejado de sonar, las luces azules de emergencia habían desaparecido y las estrellas de la función habían abandonado ya el escenario. Solo quedaban algunos rezagados viendo cómo el equipo desmontaba el decorado. El resto de los que habían estado allí reunidos habían vuelto a ocuparse de sus prioridades, que no habían desaparecido por el hecho de que se hubiera producido un asesinato despiadado. Kim se alegró al comprobar que Tracy Frost ya no andaba por allí. Tuvo la esperanza de que la reportera hubiera desviado su atención hacia el cadáver encontrado en el estanque y fuera ya el dolor de muelas de otra persona.
Kim firmó en el registro oficial su entrada y la de Bryant en la casa, pero esta vez no se puso el equipo protector. Mitch llevaba un par de horas trabajando en la escena, y ella no tenía intención de acercarse a la cocina. No era ese el motivo de su visita.
Aunque ya habían retirado el cuerpo, el técnico forense inspeccionaría cada centímetro cuadrado. Incluso en un caso tan obvio como aquel, se necesitarían pruebas forenses para respaldar la acusación ante el tribunal.
No, en aquel momento el interés de Kim era otro. Después de la actuación espontánea de Katie en la comisaría, quería entender qué factores podrían haberla desencadenado. Había acudido allí para examinar detenidamente la vivienda.
—¡Estaba a punto de llamarte! —gritó Mitch desde la cocina.
—¿De llamarme qué? —respondió Kim.
Mitch movió la cabeza con desaprobación ante aquel chiste sin gracia.
—Primer dormitorio a la izquierda. Me parece interesante.
Kim miró a Bryant antes de subir las escaleras. Como le habían ordenado, se dirigió a la primera puerta que encontró a la izquierda.
—¡Hostia! —exclamó al abrirla.
Dudó un instante si protegerse los ojos.
El sol, que había vuelto a salir tras un nuevo chaparrón, brillaba a través de la ventana, iluminando una colección deslumbrante de trofeos, coronas, tiaras, bandas y escarapelas. Había un expositor de tres niveles, revestido de seda de color marfil y dispuesto de modo que pudieran verse todos los trofeos y copas. Cada banda colgaba orgullosa de su propio gancho en la pared, por encima del expositor.
Las otras tres paredes estaban repletas de fotografías enmarcadas de una niña que llevaba puestos vestidos de lentejuelas brillantes de todo tipo. Kim sospechó que todos ellos estarían colgados en el armario de dos puertas que había detrás de la puerta.
Junto a la ventana había un único sillón.
Kim comprendió al ver todo aquello que las fotos que había en la planta baja no eran de una niña que jugaba a disfrazarse, sino de sus competiciones.
Katie Hawne había concursado de niña en certámenes de belleza.
—Parece que están en orden cronológico —apuntó Bryant, echando un vistazo a los trofeos.
—¿Qué años aparecen? —preguntó Kim, cogiendo una tiara que estaba hecha de plástico barato y algo que parecía cristal.
—La primera fecha que veo es 2006, y corresponde a Miss Stourbridge Infantil, y la última, 2013, Miss Black Country Adolescente.
—¿Siete años en total? —preguntó Kim, contemplando todos los trofeos que había ganado durante ese periodo.
—Debió ser buena —apuntó Bryant—. Hay muchos primeros puestos y otros con el distintivo Gran Campeona o Gran Campeona Suprema, términos que no entiendo pero que suenan impresionantes.
Kim siguió la mirada de su compañero. No parecía difícil trazar la trayectoria de la chica. Katie había ganado los títulos más prestigiosos y los trofeos más importantes a una edad aún temprana.
—¿De verdad es posible que una niña alcance su mejor momento entre los ocho y los once años? —preguntó Kim, observando el número de trofeos que correspondían a un segundo puesto después de esa edad.
—Nunca he reflexionado demasiado sobre la longevidad de los participantes en concursos de belleza. Ni siquiera sabía que existían en este país. A Laura le encantaba ver cuando era pequeña un programa americano llamado Toddlers and Tiaras —dijo Bryant, abriendo las puertas del armario para revelar vestidos que parecían abarcar el periodo de siete años que habían calculado.
Kim se sentó junto a la ventana, en la posición ideal para contemplar toda la habitación. No olía a humedad, tampoco había rastro de polvo. Aquel santuario se mantenía muy vivo, no era una vieja acumulación de recuerdos.
La pregunta era, ¿quién lo estaría conservando, Katie o su madre?
Capítulo 8
—No estoy convencida de que Katie estuviera reviviendo la experiencia en comisaría —dijo Kim mientras se dirigían hacia la entrada de la casa de la vecina.
Katie ya no vivía en la casa de la familia, así que era más probable que el santuario que acababan de contemplar fuera obra de una madre orgullosa. ¿Un poco exagerado? Tal vez, pero Kim no juzgaba la forma en la que la gente pasaba su tiempo libre, siempre y cuando no hicieran daño a nadie. Si Sheryl Hawne disfrutaba reviviendo los años de gloria de Katie, ¿a quién le hacía daño eso?
Pocas personas envidiarían el lugar de felicidad de Kim, su garaje, rodeada de componentes aceitosos de motos. Así que, para gustos, los colores.
Tratarían de averiguar qué motivaciones tenía Kate cuando fueran a su piso, una vez que hubieran hablado con la vecina de Sheryl.
—¿Rosie Kemp? —preguntó Kim, mostrando su identificación policial a la mujer de unos setenta años que abrió la puerta.
—¿Quieren otra taza de té? —preguntó esta, mirando hacia la escena del crimen.
—De momento no —respondió Kim, a la que ya le habían advertido de que Rosie Kemp era la mamá gallina de la ocasión. En todas las escenas del crimen de un barrio había señora mayor, a veces dos, que se apresuraba a ofrecer té, galletas y a menudo sándwiches.
—Ah, vale —dijo Rosie, decepcionada.
A todas las mamás gallinas les gustaba ser útiles para los agentes de policía que acudían a atender un incidente, y estos agradecían enormemente sus esfuerzos. Con esa vocación por implicarse, la mamá gallina solía ser la persona que más información poseía sobre su entorno más inmediato.
—Bueno, pasen de todos modos —invitó la mujer, haciéndose a un lado.
La casa tenía la misma distribución que la de su vecina, y Kim fue directa a la cocina. Una decena de tazas descansaban bocabajo en el escurreplatos; limpias y listas para volver a ser usadas.
Kim se presentó tanto a sí misma como a Bryant.
—¿Podríamos hacerle unas preguntas sobre Sheryl Hawne?
—Por supuesto —respondió Rosie, encendiendo el hervidor, que se puso en modo ebullición casi de inmediato. Vaya, sí que era diligente. Hasta el hervidor estaba siempre listo en caso de necesidad.
—No se preocupe, señora Kemp —dijo Kim, tomando asiento junto a la mesa. Bryant la imitó.
—Por favor, llámenme Rosie —instó la mujer, que apagó el hervidor y se sentó.
—¿Le importaría contarnos algo sobre su vecina?
—¿Qué le gustaría saber? —preguntó Rosie reservadamente.
Vaya, parecía que iban a lidiar con una mujer prudente que no iba a responder a preguntas abiertas, cuyas respuestas solían ser las más reveladoras de todas.
—¿Cuánto tiempo llevaba viviendo aquí la señora Hawne? —preguntó Kim, explorando otra vía.
—Yo diría que unos quince años. La pequeña tendría seis o siete cuando se mudaron, o eso creo.
Kim esperó a que siguiera hablando.
Rosie esperó a que le hicieran otra pregunta.
—¿Hubo algún señor Hawne?
—No que yo haya visto.
—¿Alguna vez se lo mencionó? —preguntó Kim.
—¿Cuándo podría haberlo hecho? —preguntó Rosie, cruzándose de brazos.
Por un momento, Kim no tuvo claro quién estaba interrogando a quién.
—Tal vez tomando un café, en algún paseo que dieran juntas por la calle, charlando por encima de la valla del jardín...
—Bueno, bueno, debo ser la primera vecina con la que hablan —dijo Rosie con una sonrisa llena de intención.
—¿Qué relevancia tiene eso? —preguntó Bryant.
—La verdad, ninguna. Pero he dado por hecho que quizá habrían hablado con gente con hijos de la misma edad que Katie.
—¿Qué nos quiere decir? —instó Kim.
—Bueno, los vecinos hicieron un esfuerzo mayor por relacionarse con Sheryl que nosotros. Nuestros hijos abandonaron el nido hace ya mucho tiempo, así que, aparte de saludarla de vez en cuando, Edmund, que Dios lo tenga en su gloria, y yo teníamos poco que ofrecerle. Era una chica joven con una hija pequeña, así que... Pues eso, le regalábamos una tarjeta para felicitarle las Navidades, pero poco más.
—¿Y qué nos habrían contado las otras madres de la calle? —preguntó Kim.
—Que Sheryl Hawne tenía una actitud tan grosera que a menudo la hacía parecer antisocial. Ni un solo vecino del barrio ha puesto un pie en esa casa jamás.
—¿Por qué no? —preguntó Kim, dándose cuenta de que Rosie era una mujer a la que había que empujar permanentemente para que hablara. Por muy buena intención que tuviera al contárselo, Rosie no podía garantizar que Sheryl nunca hubiera recibido visitas.
—No permitía que nadie se acercara demasiado a ellas. Algunas madres intentaban quedar para que sus hijos jugaran juntos, pero ella siempre decía que no, siempre ponía excusas como que Katie tenía muchas alergias, que era una niña delicada, pero yo siempre pensé que eso no tenía ningún sentido.
—¿Y por qué creía usted eso?
—Bueno, la niña estaba rodeada de otros chicos tanto en el colegio como en los certámenes. Así que las madres jóvenes de la zona se cabrearon un poco y dejaron de sugerirle planes.
—¿Sabían esas madres que Katie participaba en certámenes?
—Solo porque yo se lo conté. Las veía practicando en la parte de atrás de su casa, pero nunca lo podría haber descubierto si no hubiera tenido una visión privilegiada desde la mía. Cuando salían de camino a esos eventos, Katie vestía ropa normal y corriente y Sheryl llevaba una maleta, aunque volvieran el mismo día. No le gustaba que nadie se enterara de aquello.
Si era así, Sheryl parecía guardar en secreto aquella actividad que hacía junto a su hija. Tal vez Katie había sido una niña delicada y la madre quería evitar el escarnio de los certámenes.
—¿Diría usted que estaban muy unidas? —preguntó Kim, aunque la escena del crimen de la vivienda contigua indicara lo contrario.
—Bueno, a ver, siempre estaban juntas. Las vi en el jardín de atrás una vez cuando Katie tendría unos doce años; le habló a su madre de forma insolente, levantándole la voz. Cosas típicas de una preadolescente. No quería seguir practicando, pero Sheryl la presionaba para que lo hiciera bien. Katie empezó a burlarse de su madre, haciéndolo mal a propósito, lo que enfureció aún más a Sheryl. En ese momento estornudé, y Sheryl me pilló mirando. Se llevó a Katie para adentro y jamás volvieron a practicar en el exterior.
—¿Algún otro conflicto entre ellas que usted sepa? —preguntó Bryant.
—Bueno, se pelearon muchas veces, eso seguro. Gritos fuertes, insultos horribles. Incluso me planteé llamarlos a ustedes en un par de ocasiones, pero Edmund, Dios lo tenga en su gloria, dijo que no era asunto nuestro y que no debíamos interferir. Yo he tenido algunos enfrentamientos serios con mis hijos, y no me habría gustado que ustedes aparecieran por aquí cada vez que perdía los estribos y les regañaba.
—¿Alguna vez las cosas se pusieron violentas entre ellas? —preguntó Kim.
—Mire, tengo la tentación de decirles que no, y así quitarme un peso de encima por no haberles llamado, pero la verdad es que no me gusta mentir. En ocasiones he escuchado ruidos que parecían objetos golpeando la pared..., pero, en fin, no puedo saberlo con certeza.
¡Dios santo, qué pesadilla los «mejor no meterse en nada»! ¿Cuántos problemas podrían haberse evitado con una simple llamada telefónica? Los gritos, los chillidos y los golpes contra la pared justificaban sin duda una llamada a la policía. Edmund, Dios lo tuviera en su gloria, había cometido un error, y Kim reflexionó sobre ello.
—Asumo que, para haberse mudado y vivir de forma independiente, Katie tuvo que conseguir algún trabajo. ¿Alguna idea de dónde? —preguntó Kim.
—Sé que comenzó a trabajar en cuanto cumplió los dieciséis. Un par de años después se mudó. Se dedicaba a la limpieza, creo. Trabajaba mucho, pero socializaba poco.
—¿No veía usted a gente que viniera a la casa de su vecina? ¿Amigos? ¿Algún novio?
Rosie negó con la cabeza.
—No, nadie venía a visitar a ninguna de las dos.
—Pero supongo que Katie sí que venía a ver a su madre después haberse independizado, ¿no?
—Bueno, sí, hacía las visitas rutinarias.
—¿A qué se refiere? —preguntó Kim.
—Ya sabe, una visita al mes, siempre el mismo día, siempre durante un par de horas. Visita rutinaria. Un café, una comida. Lo suficiente para mantener el contacto, ese tipo de cosas.
Cada vez que Rosie abría la boca, Kim se sentía más confusa.
Independientemente de lo que hubiera ocurrido durante su infancia, Katie se había ido de casa. Tenía un trabajo, su propio hogar y había desarrollado una rutina y un tipo de relación que era capaz de mantener.
Entonces, ¿qué cojones habría pasado para cambiar todo eso?
Capítulo 9
Tiff permaneció un paso por detrás del sargento Kendrick cuando este llamó a la puerta de un adosado que hacía esquina en Netherton.
A pesar de la presencia de un Citroën pequeño en la entrada de la vivienda, no parecía haber nadie en el interior de la misma. El sargento no aceptaba un no por respuesta y volvió a llamar a la puerta, esta vez con más fuerza.
Al cabo de otro minuto, oyeron cómo se giraban dos cerraduras y se aseguraba una cadena. La puerta se entreabrió, muy ligeramente, y apareció un hombre joven de poco más de veinte años, supuso Tiff.
—¿Está Olivia Dench en casa? —preguntó Kendrick.
—¿Quién pregunta por ella?
—La policía —respondió Kendrick, señalando su uniforme, que resultaba de lo más esclarecedor.
El joven desenganchó la cadena y abrió la puerta, lo que les permitió contemplarlo mejor. Tiff supuso que mediría algo más de un metro ochenta y observó que era musculoso, aunque tampoco en exceso. No era un adicto a las pesas.
—Soy su hijo, Logan. ¿Puedo ayudarlos en algo? —preguntó el joven, abriendo más la puerta.
—¿Podríamos pasar?
Dudó antes de asentir.
Los agentes entraron.
—Se trata de la denuncia por desaparición que su madre registró hace un tiempo —explicó Kendrick, mirando por encima de él.
Logan esperó a recibir más detalles.
—¿Está aquí su madre? —repitió Kendrick.
—Lo siento. Sí. Claro. ¡Mamá! —gritó hacia el pasillo.
Una mujer salió de la cocina, secándose las manos con un paño. Vestía unos pantalones negros sencillos y una camiseta blanca de cuello alto. No llevaba maquillaje y tenía el pelo corto y recogido, aunque su peinado no lucía demasiado. Su rostro denotaba unos cuarenta y cinco años, pero su aspecto general la hacía parecer diez años mayor.
—¿Podemos sentarnos en algún sitio, señora Dench? —preguntó Kendrick.
La mujer hizo un gesto con la cabeza, señalando el salón.
Cuando todos hubieron entrado, Logan se sentó al lado de su madre.
—Lo han encontrado, ¿verdad? —preguntó la mujer, mirando de Tiff a Kendrick.
—Déjalos hablar, mamá —espetó Logan.
Tiff no dijo nada. Había acudido solo en calidad de observadora. Y, como tal, había apreciado la casi imperceptible expresión de irritación que apareció en el rostro de Olivia cuando Logan se sentó a su lado.
La verdad, tampoco es que tuviera otro sitio en el que sentarse.
—Siento decir que hoy se ha recuperado un cadáver en un estanque donde la gente practica la pesca, en Dudley. Creemos que se trata de James Nixon.
Un pequeño grito escapó de la boca de Olivia; Logan pasó un brazo por encima de los hombros de su madre.
—¿Están seguros? —preguntó la mujer, mirándolos con los ojos enrojecidos.
—Con la descripción que nos usted nos facilitó, estamos bastante seguros de que se trata del hombre cuya desaparición denunció.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó, bajando la cabeza.
Logan intensificó su abrazo.
—Tenemos entendido que llevaba unos meses quedando con él. ¿Tenía James algún familiar con el que podamos contactar? —preguntó Kendrick.
—Su único pariente es una hermana que vive en Italia. No están muy unidos —explicó Olivia, con voz temblorosa.
Tiff sabía el porqué de la pregunta. Necesitaban a alguien que tuviera una relación cercana con el hombre.
—Nos hará falta que alguien identifique formalmente el cuerpo —señaló Kendrick.
—Yo lo haré —se ofreció Logan de inmediato, mientras otro pequeño lamento escapaba de los labios de Olivia.
—¿Está usted seguro? —preguntó Kendrick.
—Claro que sí. No voy a permitir que mi madre tenga que pasar por algo así. Díganme cuándo tengo que hacerlo y yo me encargaré.
Logan dijo su número en voz alta.
Tiff lo anotó en su libreta.
—¿Y tendría el número de la hermana de James?
—Sí, lo tengo en mi teléfono —respondió Olivia.
—Voy a buscarlo —dijo Logan, y salió de la habitación.
Tiff oyó el sonido apresurado de unos pasos que subían las escaleras. En cuestión de segundos, Logan había regresado al salón. Le entregó a Kendrick el teléfono, ya desbloqueado, y volvió a colocarse junto a su madre.
—Se llama Esther —ofreció Olivia.
Kendrick se deslizó por el teléfono y pulsó el número del contacto, que Tiff también apuntó en su libreta. El sargento le devolvió el teléfono a Olivia, que se lo guardó en el bolsillo.
—¿Puedo preguntarles dónde lo han encontrado? —preguntó Logan.
—En Donkey Pool —le dijo Kendrick—. Le harán la autopsia para determinar la causa de la muerte y quizá haya una investigación posterior, pero eso ya sería cosa del Departamento de Investigación Criminal.
—No pensarán que alguien pudo hacerle algo, ¿no? —preguntó Olivia.
—Por desgracia, eso no nos compete a nosotros —respondió Kendrick, apoyando las palmas de las manos en las rodillas como para ponerse en pie.
Tiff había observado en el rostro de Logan una actitud pensativa. Había acudido allí como mera observadora, y por tanto no sabía qué hacer. El sargento no se había dado cuenta y ella no quería hacer nada que no le correspondiera, pero finalmente resolvió que prefería que le echaran una bronca por extralimitarse antes que por inacción.
—Logan, ¿se encuentra usted bien? —preguntó Tiff, inclinándose hacia delante, aún sentada.
—Sí, sí, estoy bien. Estoy pensando en algo, pero no creo que sea importante.
—Cuéntenos, chico —instó Kendrick, retomando el control de la conversación.
—La cosa es que no me sorprende demasiado que lo hayan encontrado allí. Ese era su lugar favorito para ir pescar. Le encantaba. Y... —El joven miró a su madre, incómodo.
—Continúe, Logan.
—Pues... estaba atravesando una depresión.
Olivia giró la cabeza bruscamente hacia su hijo.
—Lo siento, mamá, pero él no quería que te enteraras. Sabía que tú harías lo que estuviera en tu mano por que se pusiera bien, y que te sentirías culpable si no lo conseguías. —Logan se giró de nuevo hacia los agentes—. No quería que mamá pensara que ella no era suficiente para él, que no merecía la pena vivir por ella. Prefería enfrentarse por sí mismo a sus propios demonios, de la manera que pudiera.
—¿Le habló de quitarse la vida? —preguntó Kendrick.
—Nunca dijo esas palabras exactas, pero sí que quería paz, que necesitaba escapar de su propia cabeza —explicó Logan, dándose golpecitos en la sien.
—De acuerdo, gracias. No se olvide de transmitirles esa información a las personas a cargo de la investigación de la muerte de James. Señora Dench, la acompañamos en el sentimiento.
—Gracias —dijo Olivia, con la mirada perdida.
—Nos marchamos, no hace falta que nos acompañen.
—No se preocupe —dijo Logan, poniéndose de pie—. Voy con ustedes para cerrar la puerta.
Se despidieron junto a la salida de la casa.
Tiff siguió a Kendrick por el camino que daba acceso a la vivienda y escuchó cómo se cerraban las cerraduras de la puerta. Experimentaba un malestar difícil de definir mientras su mente regresaba una y otra vez al paño de cocina que Olivia Dench tenía en las manos. No lo había soltado ni una sola vez a lo largo de toda la conversación en la que le habían informado de la recuperación del cadáver de su novio.
Capítulo 10
Olivia permaneció de pie junto al fregadero mientras Logan cerraba la puerta de la casa.
Se quitó el paño de cocina de las manos y las metió bajo el grifo. El agua fría mitigó las quemaduras de inmediato, aunque en aquel instante no sabía qué dolor necesitaba aliviar más urgentemente, si el de sus manos o el de su corazón.
En su interior, había tenido la certeza de que James estaba muerto, aunque en su día Logan trató de convencerla de que la había dejado por otra.
Pero nunca se lo había creído. Hubo química entre ellos desde el instante en el que se conocieron. A algunos les había parecido prematuro, pues había sucedido muy poco tiempo después de la muerte de su marido, el padre de Logan, pero Olivia sabía que el fallecimiento de Joe era inevitable e inminente y tuvo la oportunidad de prepararse para ello y afrontarlo. Superado el duelo, se impuso la necesidad de seguir adelante. No se dedicó a buscar el amor, pero quería volver a reír, bailar, salir a cenar con alguien que no se estuviera desvaneciendo día tras día, muriendo poco a poco. Vivió con Joe cada segundo de sus últimos meses de vida, pero cualquier gesto de alegría, carcajada o momento de intimidad estaba permanentemente marcado por la presencia de la muerte.
Apenas cuatro meses después de su fallecimiento conoció a James, un soltero empedernido al que le encantaba ganarse la vida haciendo chapuzas aquí y allá y que pasaba su tiempo libre pescando o viajando, a veces ambas cosas.
Pese a su condición de soltero convencido, algo había ido creciendo entre ellos. Cada vez salían más veces juntos por la noche, y en no pocas ocasiones se quedaban a dormir en casa del otro.
Lo único negativo de la historia fue cómo se la tomó Logan, que rechazó a James desde el principio.
Estando de pie junto al fregadero, a Olivia le costaba recordar la época en la que todo era así de sencillo, cuando ese rechazo de Logan no parecía más que un pequeño inconveniente, pero... ¡cómo había cambiado su vida en los dos años que habían transcurrido desde la desaparición de James!
Notó el calor de las lágrimas que querían brotar, pero era muy consciente de que no debía permitir que eso sucediera.
¿Había sufrido James una depresión, y ella ni se había enterado? De ser así, ¿por qué se lo habría contado a Logan, si apenas eran capaces de mirarse a la cara el uno al otro?
Sintió la presencia de su hijo por detrás de ella, lo que hizo que su cuerpo se tensara.
—Muy bien, mamá. Te has comportado impecablemente.
La tensión apenas cedió al notar cómo Logan se acercaba. Olivia sintió el calor del cuerpo de su hijo, aunque no estuviera en contacto con el suyo. A pesar de tratar de evitarlo, las rodillas empezaron a temblarle.
—Pero ¿no se te ha olvidado una cosa? —preguntó Logan, como si le estuviera hablando a una niña
—N... N... No —respondió Olivia, girándose hacia él.
Su hijo ya le había dicho que se había comportado bien. No había hecho nada que pudiera levantar sospechas.
Logan extendió la mano.
