Mala bruja nunca muere - Arantxa Comes - E-Book

Mala bruja nunca muere E-Book

Arantxa Comes

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Beschreibung

Es fácil borrar las huellas de quienes nunca han sido alguien. Hace un año que la hermana de Nova murió durante una invocación prohibida de su aquelarre. O desapareció. Depende de a quién se le pregunte. Ahora Nova solo busca la verdad# si es que el abismo de traiciones, amistad, amor y misterio que se abre ante ella no se la traga antes. El problema es: ¿de quién puede fiarse?

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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A mi madre, por enseñarme la magia más poderosa de todas.

La vida, la muerte y la magia tenían algo en común: eran ordenadas, aunque no lo pareciera. La primera no existía sin la segunda y ambas le debían sus orígenes a la tercera.

Preparación. Apertura. Invocación. Ejecución. Ofrenda. Cierre. Los seis ciclos de un hechizo. Una estructura que Nova Ventfosc aprendió a cumplir porque ignorarla podía derivar en consecuencias nefastas como la huida de un demonio, una posesión imprevista, una catástrofe dimensional o la corrupción de los propios poderes.

Y aquel aquelarre, a pesar de que seguiría paso a paso las instrucciones del hechizo, iba a romper la ley porque su ofrenda iba a ser un sacrificio. Estos estaban prohibidos des­­de hacía un siglo y, si bien a veces el Eje de Control Mágico pasaba por alto algunos, dependiendo de qué criatura fuera la víctima, los sacrificios humanos comportaban un castigo igual de salvaje para sus ejecutores.

–Es irónico que los sacrificios no respeten la vida y, sin embargo, solo funcionen si se llevan a cabo con las manos limpias –murmuró Nova, enfundada en un vestido blanco y con la piel desprendiendo el aroma de las plantas con las que había purificado el agua antes de bañarse.

–No hay nada más poderoso que la sangre –respondió su hermana Juniper como si no estuviera hablando de un corazón que aún latía.

Aquella era la crueldad de una ofrenda: estaba viva y muerta a la vez.

–No uses este tiempo para dudar, sino para meditar.

Aunque Juniper era la pequeña de las dos, siempre se esforzaba por sonar más adulta. Quizá porque era muy poderosa y estaba destinada a hacer grandes cosas. O a las peores. Aquella era la complicación de la magia: se dejaba dominar, pero, ante un despiste, daba y arrebataba para convencer de que aquello no era un juego, de que era un ser viviendo dentro de sus cuerpos, con autonomía suficiente para poder cambiar las cosas.

La magia nunca era la huésped. Y a Nova le preocupaba que Juniper no tuviera esa norma tan clara.

–Recita el mantra que te enseñó Esadora mientras te aplico aceite de eucalipto. Te ayudará a concentrarte –insistió Juniper, que se colocó detrás de su hermana mayor para ungirle las sienes y retirarle el largo y húmedo cabello del rostro.

Nova inspiró hondo y, por un instante, la fragancia del ungüento le irritó la garganta y los ojos. O tal vez eran las lágrimas. El olor penetró y paralizó sus inseguridades. Antes de un ritual, era esencial prepararse. Confiar en su poder para que el hechizo funcionara. Sin voluntad, nada respondería. Y de aquella noche dependía la salvación de todo su aquelarre: las brujas sinestésicas casi se habían extinguido por culpa de la avaricia de otros. No obstante, si lograban invocar a las mielgas, obtendrían el suficiente poder para defenderse.

El problema era que el fin no justificaba los medios. Al menos, no para Nova.

–Quiero verlo antes, Juniper.

–No.

–Quiero verlo o no lo haré.

–Demonios –suspiró, terminando de trenzar los últimos mechones de Nova. El eucalipto imitando el hedor de la muerte–. ¿Por qué tienes que complicarlo todo?

–Porque estamos hablando de la vida de una persona. Porque..., a partir de esta noche, nos definirá algo terrible.

–Pero ya nadie se atreverá a utilizarnos y... –En los ojos de Juniper brilló la posibilidad de vengarse, aunque Nova fingió no percatarse.

–¿A qué precio?

Juniper le dio la espalda. Tenía el pelo un poco más largo, también era un poco más alta. Y, aunque poco, siempre era más. Su presencia y su ausencia pesaban lo mismo.

–Vamos –claudicó Juniper.

El bosque y el cielo estaban repletos de ojos en los nudos de los árboles y en la luna llena, que aguardaba dispuesta a estimular la magia y, si no controlaban el hechizo, incitar a la violencia. Con su potente influjo, podía avivar todo tipo de emociones. Nova debía permanecer fría, inmutable, mientras otra sangre, aún caliente, dejaba el cuerpo al que pertenecía.

Por suerte, Juniper consiguió convencer a las brujas que vigilaban a la víctima de que se marcharan para ayudar a ultimar los preparativos del hechizo. El altar estaba precioso; la magia se engalanaba incluso más cuando se trataba de la muerte.

–Rápido –le gruñó Juniper, manteniéndose oculta entre las sombras.

–Gracias –susurró Nova con nerviosismo. Si lo percibía humano, lloraría.

El sacrificio estaba atado a un roble. La bruja no quería fijarse en los detalles: iris verdes, piel oscura, labios y pómulos agrietados, venas inflamadas, rabia aquí, tristeza allá, miedo en todas partes.

Lloró.

–¿Me ahorras las lágrimas? –preguntó él, conservando el humor a la fuerza.

–Lo siento.

–El arrepentimiento solo vale si cambias la situación. –Voz áspera, lengua sedienta. Vivo y muerto. Perfecto para ofrendar y que las mielgas acudieran a su llamada–. Libérame.

–No puedo.

Pero el Eje de Control Mágico sí podría, gracias al chivatazo de Nova. Solo tenían que llegar en el momento justo y detener toda aquella locura. De esa manera, ellas no romperían la ley, no serían unas asesinas. Encontrarían otra forma de sobrevivir en un mundo que codiciaba demasiado el tipo de magia que eran capaces de hacer.

–¿El qué de todo no puedes, bruja?

Matarlo. Nova solo buscaba su perdón antes de cometer el pecado. Egoísta. Como si así sus manos limpias, elegidas para llevar a cabo el sacrificio, se fueran a manchar menos con su sangre.

Una caracola

Las mejores historias empiezan con una mentira. Es el ingrediente perfecto y también el más caro. Por eso Nova las colecciona y utiliza en cualquier ocasión. De hecho, si pudiera usar su magia, convertiría las mentiras en hechizos para luego venderlos en masa.

Nova ha aprendido a ser una excelente tejedora de engaños, y ya pocos se fían de ella. Antes se aprovechaban de su bondad, cuando enredaba las inseguridades en su largo cabello oscuro y dejaba que Juniper se lo trenzara. Sabía cómo ensogar los malos presagios para que no se cumplieran. Pero después de aquella noche, cuando su hermana pequeña murió desapareció durante la invocación de las mielgas, Nova se lo cortó. Y, sueltas todas sus inseguridades, las deformó hasta convertirlas en rabia, desesperación y otra gran mentira. Solo suya.

Sin embargo, al igual que los hechizos, las mentiras pueden deshacerse. El caso es que no cualquiera está dispuesto a removerlas para dar con la verdad. Si entierran algo es por una razón. Y nada que resucite regresa de la misma manera.

–¿Crees que te delatará? –le pregunta Camille, sentada en el centro del techo, colgando bocabajo.

Por suerte para Nova, a Camille no le importa romperse las uñas escarbando si cada gramo de verdad vale la pena. Además, bruja y vampira llevan demasiado tiempo siendo dos malas hierbas para la dimensión mágica. Nunca las condenaron por sus crímenes porque, en realidad, cometerlos le ahorró muchos quebraderos de cabeza al Eje de Control Mágico. Y, dado que ambas son capaces de todo, las prefieren atadas en corto, creyendo que, porque las han indultado han aflojado un poco sus correas, no les morderán.

–Si Éyone me delata, le sacaré los intestinos, los conservaré y, cuando recupere mi magia, los usaré para preparar elixires contra la deslealtad.

–Te forrarías –responde Camille, mientras analiza el tono granate del esmalte con el que se ha pintado las uñas. Largas y perfectas. De momento.

Nova cruza su sobria habitación, apartando el pelo de su amiga, que cae desde arriba como una lisa y sedosa cortina negra. Se sienta encima del escritorio, cruza las piernas y mira hacia el ventanal. Hace horas que ha anochecido y ahora ve perfectamente su reflejo en el cristal. Siempre le cuesta apartar la mirada de esa imagen que es ella pero no es ella: los iris dorados y no marrones oscuro; la piel más grisácea que pálida, ocultando sus pecas; alargada por la escualidez, no porque sea bastante alta; el pelo corto marchito cuando lo tiene alborotado y una diadema de zarzas incrustada en el cráneo, sobresaliendo entre los mechones.

Nadie más que Nova puede ver esa imagen que solo aparece en los reflejos y funde sus rasgos con otros. Nadie más que Nova puede escuchar la voz de la criatura que tiene atrapada dentro.

Hoy estás para devorarte.

La Nova del reflejo mueve la boca que la Nova real mantiene bien prieta.

No es la insinuación que parece. Es exactamente lo que dice.

–Al intento trescientos ochenta va la vencida, Phasmia –le responde, desapasionada–. Ánimo.

Trescientos ochenta días desde que Nova comparte su cuerpo con Phasmia. Desde que el ritual salió mal a pesar del sacrificio. Desde que Juniper no está a su lado. Desde que asesinaron a su aquelarre.

–¿Te ha vuelto a amenazar? –pregunta Camille.

Phasmia, la mielga de lo invisible, una de las criaturas más poderosas de la dimensión mágica y una de las muchas razones por las que Nova es la última bruja sinestésica viva. Se supone, porque Juniper está desaparecida para ella, pero muy muerta para el Eje de Control Mágico.

Si el hechizo irrompible que la mantiene unida a la mielga no bloqueara sus poderes, su condición sinestésica le habría permitido percibir los rastros que deja la magia como un color, una melodía... La de Juniper sabía a lima ácida y un tanto fría, a veces azulada y a veces, al parpadear, rosácea. Con práctica, también la detectaba como un sentimiento. Una mezcla caótica de cólera y melancolía.

De tener su magia activa, Nova ya la habría encontrado.

–¿Y si no das con lo que esperas? –La vampira desciende del techo–. Ha pasado más de un año.

–Un año humano.

–Nuestras dimensiones conviven juntas –le rebate Camille, como si aún echara de menos su yo mortal después de siglo y medio.

–No somos parte de la suya.

Has golpeado bajísimo, bruja.

Camille no parece ofendida. Aun así, Nova se arrepiente enseguida, pero es incapaz de disculparse. Por imbécil. Le cuesta ser una adulta madura en este tema, porque evita detesta a los humanos. Le recuerdan demasiado a aquel sacrificio. A todo lo que perdió por culpa de su aquelarre, de los cazadores de brujas, del Eje de Control Mágico.

Desde su ventana, ve perfectamente el campanario de la catedral de Valencia y eso le hace pensar en qué hora será. La comprueba en su Casio con calculadora. Aunque es cierto que comparten mundo con los humanos, el tiempo en la dimensión mágica a veces es relativo.

–Éyone ya debería estar aquí.

Entonces se oye un leve rumor al otro lado de la puerta de entrada. Alguien, o algo, la está rascando. Camille se mueve tan rápido que Nova solo tiene la prueba de que lo ha hecho porque los ventanales de su balcón están abiertos de par en par y la brisa de un otoño recién nacido se cuela en su habitación. En el pasillo espera Tarot, una gata con los iris púrpuras y el pelo negro.

Nova no llega a cruzar el umbral porque, frente a ella, aparece Éyone. La náyade está empapada. Muda, extiende una mano escamosa y le muestra una pequeña caracola.

–Esto no es lo que habíamos acordado –gruñe Nova.

–No he podido hacer más. Contiene su voz. Rómpela para activar el hechizo. Solo funcionará una vez, pero no debería darte problemas.

–¿No debería? –La bruja se cruza de brazos, enarcando una ceja. Tarot maúlla.

–No lo hará –sentencia Éyone–. ¿Lo mío?

–Lo tiene la Momia.

Con un asentimiento, la náyade se marcha y Nova vuelve a cerrar la puerta una vez la gata pasa al interior. Camille ha regresado y está sentada en la barandilla del balcón. Sus rasgos asiáticos se han contraído en una mueca sarcástica e incrédula que molesta a Nova.

–¿Has usado uno de los favores de la Momia para esto? ¿Qué le va a dar a cambio?

–Se lo va a devolver –aclara observando la caracola. Turquesa, nacarada, imprescindible.

–Oh, qué considerada has sido, pero también muy idiota: Éyone te ha dejado todo el trabajo sucio. ¿Ahora qué? –Camille se acerca a su amiga sin atreverse a tocar el objeto que sostiene.

–Vamos a descubrir por qué mi hermana desapareció aquella noche durante el ritual.

Nova piensa romperse las uñas escarbando.

Hasta que las mentiras sean los cadáveres que pueblen sus recuerdos.

Dos huesos de melocotón

Las pesadillas persiguen a Nova y enquistan sensaciones que luego ella no puede arrancarse del corazón.

Una luna llena contempla un roble, un bosque, un pueblo, un altar. El eucalipto irrita. Juniper trenza mechones y malos augurios con demasiada fuerza. El cabello de Nova, cada vez más largo, traza un camino hasta los brazos del sacrificio. Recorre la tierra como una raíz más y el humano lo enreda en sus muñecas al igual que una soga. Tira, arrastrando a Nova hasta que sus rostros son casi uno y queda atrapada en esos ojos verdes que, de pronto, se transforman en dorados. En Phasmia, la mielga de lo invisible, la que tiene una diadema de zarzas incrustada en su cráneo y crece hacia la noche como un árbol invertido. Oculta tras un velo de organza que a Nova se le mete en la boca al respirar hondo.

Se asfixia.

Los zarzales se elevan unos metros más y luego se retuercen hasta alcanzar el cuello de Nova, hundiendo las espinas.

¿Dónde encerraste a mi gemela, bruja? ¿Dónde escondes a Dhas­mia, la mielga de lo visible?

Nova no responde a las preguntas exigentes de Phasmia. Con la lengua, repasa las mentiras que le cosen los labios. La mielga de lo invisible, encargada de llevarse consigo la memoria de los muertos, podría leerlas en su mente.

Una vibrante campanada se cuela entre los árboles, quebrando la tierra y abriendo el cielo en canal. Dos tañidos más y Phasmia se descompone. También la pesadilla y su voz etérea al decir:

Tu hermana está muerta, y no hay mentira lo suficientemente buena que la resucite.

Nova respira a trompicones cuando se despierta en la cama de su habitación. Valencia amanece. Mira hacia el ventanal y, en el reflejo, sus facciones distorsionadas por las de Phasmia hacen que lance la lámpara de la mesilla contra el cristal. Este resiste a pesar de fracturarse y la porcelana se hace añicos por todas partes. Sus lágrimas también están a punto de partirse en miles, pero aguanta. Tarot maúlla y le lame el sudor de la frente.

Unos segundos después, alguien más se cuela allí, bajando las persianas completamente.

–Nova.

Es Camille, que enseguida la acuna entre sus fríos brazos. Porque el hielo también puede ser suave y reconfortante. La gata sigue en su regazo.

–Llora, Nova.

Muere, Nova.

La bruja no quiere morir llorar. Las campanadas en sus sueños solo anuncian un nuevo día y no su funeral, o el de Juniper, a pesar de que, en alguna parte del enorme edificio donde vive, las cenizas de su hermana pequeña son la prueba irrefutable de que está desaparecida muerta. De que, Phasmia está en lo cierto, sus mentiras no son lo suficientemente buenas.

Pero Nova desconfía de esas cenizas porque no vio arder ningún cadáver.

–Hueles a quemado.

–El amanecer me ha rozado un poquito –susurra la vampira–. ¿Otra pesadilla?

–Siento cómo te hablé el otro día con respecto a... la dimensión humana.

–No te preocupes, hace siglo y medio que dejé de serlo.

Pues lo que en realidad le molesta a Camille d’Agulles es que rechacen quién ha sido siempre, con o sin colmillos, con o sin reflejo, con o sin alma.

Camille es una mala hierba que odia serlo.

–¿Juniper está muerta? –Una pregunta que la bruja ha repetido trescientas ochenta y cinco veces, una por cada día sin su hermana pequeña.

Pero Nova no recuerda su muerte durante aquel ritual en el que asesinó a un humano para invocar a Phasmia y Dhasmia, las mielgas de lo invisible y lo visible. No puede fiarse de una memoria llena de recovecos.

–Eso es lo que vamos a averiguar –intenta animarla Camille–: si el Eje falsificó la información. Aquella noche ocurrieron demasiadas cosas, quedan pocos testigos y... no es la primera vez que se cubren las espaldas.

El Eje de Control Mágico rige la dimensión mágica y vigila la dimensión humana. El Eje de Control Mágico ofrece protección. El Eje de Control Mágico busca la paz entre todas las criaturas, pero con sus normas y siendo capaces de lo peor siempre que sea necesario. Siempre que no sean sus manos las que acaben manchadas. Todo en nombre del equilibrio.

–En fin, siguiente asunto: estás hecha un asco. Date una ducha y, por lo que más quieras, cepíllate esos pelos –le ordena Camille–. Te espero en la cafetería.

–Serás bruja. ¿Esa es tu forma de animarme?

–La bruja eres tú. Me has dicho que apesto a chamuscado, y eso que he venido a salvarte.

–Nadie te lo ha pedido.

–Y tanto que sí. Tus latidos a distancia. Casi me revientan los tímpanos.

–Camille... –Suspira–. ¿Camille?

Ya no está, y Nova no puede añadir que, en realidad, no la ha salvado de nada. Porque sus pesadillas ayudan a enterrar bien hondo aquello que Phasmia busca. La oscuridad tapando más oscuridad. Por eso en ella no cabe nada más.

* * *

«Distinguimos la luz por las sombras que crea». El lema del Eje de Control Mágico, un recordatorio de la importancia del equilibrio. Sorprendentemente, Nova no lo rechaza del todo porque le gustan los contrastes, que nada sea blanco o negro.

La cafetería de la sede valenciana del Eje de Control Mágico es gigante, pero no tiene ni una sola ventana. Debe adaptarse a cualquier necesidad, pues la dimensión mágica alberga todo tipo de criaturas. Nova suele almorzar al aire libre, en el patio de los licántropos. Le caen bien, y a ellos les importa entre poco y nada que deambule por su zona porque, cuando luchas contra ti mismo para que tu lado lobuno antropomórfico no pierda los papeles y se vaya cargando gente a diestro y siniestro, los demás te la sudan bastante. En fin, que es el sitio ideal para tomarte un descanso. La brisa agradable, el cielo despejado, los pájaros que pían libres... Cuando Nova cierra los ojos estando allí, regresa al pueblo donde vivía sobrevivía con su aquelarre. Sin embargo, es algo que no puede disfrutar con Camille porque la luz diurna la desintegraría en cuestión de segundos.

En la barra, pide un café y, mientras un semigigante se lo prepara, hojea un periódico que hay abierto a su lado. La sección de crímenes del Ganzúa informa sobre varios asesinatos perpetrados, supuestamente, por seres infernales. A Nova le sorprende, no es fácil invocarlos. Quiere seguir leyendo, pero el camarero deja el vaso sobre las páginas con un gruñido.

Camille está sentada en una mesa individual, con su taza de sangre y releyendo su manoseadísimo ejemplar de Crepúsculo. Las hojas están subrayadas por decenas de colores, llenas de pósits y apuntes. En la mesa contigua, un licántropo la observa con fijeza, desayunando un plato rebosante de paella con más pollo que arroz.

–Necesito energía –se justifica él cuando Nova se acomoda frente a su amiga con una mueca y el estómago revuelto.

–Cómo echo de menos comer paella –gimotea Camille antes de darle otro sorbo a su bebida.

Inconfundible por la consistencia... y por el rastro que deja.

–Se te ha ensuciado la ortodoncia –le avisa Nova, que luego bebe más café para paliar el revoltijo de olores. Carne. Óxido. Y apenas son las ocho de la mañana.

–¡Joder! –protesta Camille. Deja la novela y se pasa una servilleta por los brackets para descubrir que, efectivamente, tienen un tinte rojizo–. La conversión podría haberme arreglado la dentadura, ¿no? ¿A ti te dio todos esos músculos? –le inquiere al licántropo.

–Menudo estereotipo.

–¿Eres team Edward o team Jacob? –continúa Camille, tan voluble que cualquiera se pierde con sus cambios de conversación.

–¿Otro estereotipo? –insiste él.

–¡Es una pregunta muy seria!

–Soy de Charlie.

–¿Te lo puedes creer, Nova? –se consterna la vampira.

–Te aseguro que no.

Es un grado de surrealismo para el que no está preparada sin haberse terminado el café. O dos más. Aun así, teniendo en cuenta que están a punto de quebrantar unas cuantas normas más, Nova vacía el vaso sin prisas mientras Camille y el licántropo discuten sobre la saga. Tiene su gracia. La bruja se descubre sonriendo. ¿Cuánto hace que no se ríe a carcajadas?

Su aquelarre debería haber sido su familia, aunque no fuera la biológica (menos Juniper, por supuesto) ni la que escogió. Y el hogar es allí donde quieras estar, pero nadie te explica qué ocurre cuando nadie te quiere en él. Esadora Alalliure, su líder, no la soportaba y la castigaba con magia dura. Quizá por sus inseguridades, quizá por su desobediencia, quizá porque no estaba dispuesta a todo, quizá porque ya sospechó que las traicionaría en el futuro. Aquella no era forma de querer a alguien, ¿cómo iba a reír entonces?

–Vuelvo al curro –anuncia el licántropo, que se levanta y coge el plato donde solo quedan huesos limpios–. Ha sido... interesante.

–La mejor conversación de tu vida –se despide Camille de él, guiñándole un ojo.

–Te lo vas a tirar –murmura Nova.

–¿Apuestas?

–Afirmo.

Camille se ríe como Nova no puede sabe, se acaba su bebida de un trago y se retoca una última vez por si quedasen restos de sangre. Los párpados granates, las uñas granates, los labios granates, los colmillos ya no tanto.

–Ojalá vendieran sangre alcoholizada aquí. Voy a necesitarla para jugársela a mi madre.

Maude d’Agulles. La madre biológica de Camille y una de las criaturas más falsas que Nova ha tenido la desgracia de conocer, porque es contradictoria. Dice amar a su hija, pero sería capaz de condenarla. Dice no esconder nada, pero nunca es del todo sincera. A veces se muestra cálida y a veces se muestra fría, aunque, en este caso, la bruja no necesita su magia sinestésica para distinguir que la energía de Maude siempre es neutra. Y no hay nada más peligroso que la equidistancia.

Nova y Camille recorren la sede del Eje de Control Mágico en completo silencio. Cada provincia del país posee una y todas responden ante la nacional. Distintas en apariencia, la de Valencia es un entramado infinito y cambiante. Interiores que transforman la robustez de sus techos y escaleras en delicados ornamentos que embellecen los arcos y cornisas de las salas. Puertas acristaladas que conducen a amplios espacios revestidos de estanterías que, a su vez, tienen puertas enrejadas que llevan a lugares más íntimos. Lámparas de araña y velas ina­gotables. Espejos tan inmensos como muros y alfombras tan gruesas como finas son las cortinas de algunas ventanas. Bóvedas y vidrieras cubiertas por tanta vegetación que parecen abandonadas. No tiene fin, ninguna esquina es idéntica a otra, como si el edificio no dejara de evolucionar.

Eso sí, es la residencia de una minoría. Para Nova y Camille también lo es, aunque a ellas las ubicaron en el área más moderna, más aislada del resto. Como un castigo más.

Los candelabros apenas iluminan sus pasos y, aun así, dilatan sus sombras sobre los inmensos cuadros que cubren las paredes. Se cruzan con varias cunas vampíricas y algún que otro duende que intenta estafarlas con un intercambio engañoso.

–¿Tu madre no ha pensado en darle algo más de vidilla al lugar? –bromea Nova deteniéndose frente al despacho de Maude.

–Mi madre ha pensado exactamente cómo quiere que luzca su lugar –responde Camille, con las comisuras tan temblorosas que al final no dibujan una sonrisa.

Porque Maude prefiere despertar terror que respeto.

Porque Maude no solo es la madre de Camille y una detestable contradicción, también es la líder de la cuna d’Agulles y una de las tres directoras del Eje de Control Mágico valenciano. Las otras dos, lamentablemente, no son mucho mejores.

De repente, las puertas se abren de par en par y Maude les da la bienvenida desde el fondo de su despacho, una estancia incluso más siniestra que el resto del área vampírica. Mientras caminan hacia el centro, Nova evita fijarse en una esquina concreta, clavando la vista un instante en el quinto hueco de la fila de retratos colgados en un lateral. No había nacido cuan­­do lo quitaron y, sin embargo, puede imaginarse sin problemas a Rafel, fundador y antiguo líder de la cuna d’Agulles. El vampiro que mordió a madre e hija y después se convirtió en esposo y padre. El motivo por el que Camille fue marginada por los suyos.

–¿Teníamos cita? –pregunta Maude detrás de su escritorio, sin levantar sus ojos rojos de los papeles que sujeta.

La Maude fría, la menos maleable. Por mucho que cueste, Nova se recuerda que solo es una fachada. Dura y complicada de alterar, sí, aunque por eso mismo no se han plantado allí sin un plan. Este es el plan: Camille va a tocarle las narices hasta que a su madre no le quede más remedio que reaccionar. Y bruja y vampira saben perfectamente cómo meter el dedo en la llaga. Camille lo suelta sin anestesia:

–Quiero liderar nuestra cuna, mamá.

Ni una arruga. Ni un gruñido. Ni unos papeles que resbalan. Nada. Y, aun así, esa imperturbabilidad es la pose más forzada que Nova le ha visto jamás a la directora d’Agulles. Bingo. Han dado en el clavo; ahora solo es cuestión de insistir a martillazos. Porque Camille ha dicho algo más que una insensatez, y está claro que Maude no permitirá que lo repita:

–¿A qué viene eso, hija? –Las palabras calculadas al igual que su tono, sus movimientos, todo–. ¿Crees que estas son maneras de discutir algo que no tiene discusión?

–Quiero que me readmitáis.

–¿Quieres? –La voz de Maude chirría sin necesidad de variar o reírse para denotar su incredulidad–. Haberlo pensado mejor cuando decidiste asesinar a tu padre.

Camille no se inmuta. ¿Por qué debería? No se arrepiente de haber matado a Rafel d’Agulles. Así que el ataque de Maude cae en saco roto y a Nova le sorprende que haya cometido un desliz tan estúpido. La vampira conoce bien a su hija y sabe cuál es su punto más débil: la lealtad. No hay nada que Camille valore más. Siempre se ha enorgullecido de ser una criatura confiable, y eso es exactamente lo que su madre debería haber usado para hacerla trizas: tan leal no será si traicionó a toda su cuna.

Pese a los nervios, a Nova casi se le escapa un gestito triunfante. Maude se ha crispado con tan poco que solo falta el golpe de gracia. Y Camille, a quien la bruja le confiaría hasta su vida, se lo da con fuerza:

–Empezaré convenciendo a toda la cuna, y luego...

–Camille –Maude se incorpora y atraviesa el despacho con zancadas que revelan más de lo que cree–, sal un momento conmigo. Y ¿Nova? –La bruja por fin la mira y aguanta sin pestañear–. No te muevas. Sé que también quieres algo.

Nova asiente y traga saliva en cuanto cierran la puerta. Maude ha detectado la urgencia en su pulso y espera que siga retumbándole igual de histérico tras cumplir su misión, o el cambio le hará sospechar y se meterá en un lío incluso más grande que este. Camille ha conseguido dejarla a solas, pero no por mucho tiempo, así que no vacila cuando se dirige hacia lo que antes no se ha atrevido ni a mirar de reojo: la fuente decorativa situada en la esquina del despacho.

Sus aguas parecen enturbiadas por el bronce oscuro de las esculturas que la componen. Seres diablescos que no interrumpen el flujo y observan todo con ojos petrificados. Nova estudia el fondo, la rejilla que comunica con otros conductos de la sede y por los que Éyone, la náyade, nadó para colarse allí y robar disimuladamente un fragmento de la voz de Maude, reteniéndolo dentro de una caracola mágica.

Tranquila, no permitiré que la vampira te arranque el corazón si te descubre.

Phasmia mueve su boca en el reflejo al hablarle.

–Como si pudieras –susurra.

Porque el hechizo indescifrable que las fusiona anula sus magias por completo. Hasta donde saben, y es poquísimo, lo único que quizá podría separarlas y liberar a la mielga de lo invisible es que Nova muriese, pero ni siquiera a Phasmia le conviene que eso suceda. Por ahora.

De espaldas al agua, Nova saca la pequeña caracola que retiene la voz de Maude pronunciando la contraseña que abre la entrada secreta a los archivos del Eje. A la bruja le ha costa­do meses y meses descubrir dónde estaban, cómo acceder a ellos, cuánta valentía requería intentarlo.

Sea como sea, Maude d’Agulles debería replantearse su gusto por las fuentes, piensa la bruja con un amago de sonrisa.

Luego aplasta la caracola entre sus dedos y los restos se esparcen por el aire mientras la voz de Maude suena tan alta y clara que incluso las vampiras podrían enterarse: «Sang de nit, obri la porta».

Aunque sacude la mano, Nova no puede limpiarse del todo el polvo turquesa y nacarado del hechizo que acaba de utilizar. Entonces escucha el susurro de algo deslizándose. Éyone no pudo salir de la fuente y ver dónde estaba ubicada exactamente la entrada a los archivos, por lo que Nova empieza a deambular sin tocar nada.

Tras el escritorio, una ligera brisa mece su corta melena y la bruja observa la mesa maciza, la oscuridad que se arremolina bajo ella. Algunas baldosas se han abierto, dejando al descubierto el inicio de una escalera. Cuidándose de no mover la silla, se agacha y desciende poco a poco. El suelo no se cierra al cruzar la puerta y, con pasos seguros, activa la luz de su reloj para comprobar si el tiempo transcurre en el sentido humano. Las horas colapsan, los minutos avanzan y los segundos retroceden.

–Mierda.

Si antes no tenía tiempo, ahora ni siquiera podrá calcular cuánto rato va a pasar allí, a merced de una magia que intentará proteger lo que custodia haciéndole perder la noción. Unos fuegos fatuos verdosos se encienden en cuanto baja el último peldaño, iluminando una especie de biblioteca donde todo permanece estático.

Nova mira atrás, a la escalera alumbrada por la luz anaranjada que se filtra desde el despacho. Aún puede retroceder y pensar en un plan más sólido. A fin de cuentas, por fin ha averiguado cómo es el lugar donde el Eje de Control Mágico guarda sus documentos clasificados. Puede volver a pedirle a la náyade que le robe la voz a Maude y regresar estando segura de que la boca del lobo no se cerrará con ella dentro.

Camina de espaldas. La magia se burla de los sentidos más obvios.

Sabe que Phasmia está en lo cierto. La magia es como una niña que juega a ganar sin medir el daño de sus acciones. Y, para vencerla, no siempre se requiere un poder idéntico. A veces solo es necesario entender cuál de todas sus reglas engaña y actuar en consecuencia. Es por eso que los humanos comunes suelen caer en su trampa, encandilados por lo que finge ser sin esforzarse en advertir lo que realmente es.

No se repetirá una ocasión como esa, Nova es consciente. Los humanos pueden tropezar con la misma piedra varias veces, pero, en la dimensión mágica, la piedra aprende y se asegura de hacerte pagar con creces una segunda oportu­nidad.

–Gracias –dice la bruja, sorprendida por la ayuda que Phasmia le ha brindado. Hasta que se acuerda de que la necesita viva.

Nadie me arrebatará el placer de tu muerte.

–Faltaría más.

Sin apartar la vista de la entrada, Nova camina de espaldas a la biblioteca por el pasillo central. Más fuegos fatuos se prenden a su paso y, al principio, le cuesta mirar hacia las baldas de las gigantescas estanterías que se erigen a ambos lados. Cuando ha traspasado las primeras seis filas, se detiene.

Si la sala no ha reaccionado a tu presencia, significa que puedes usarla sin que salten las alarmas.

–Pero sin mi magia...

Inténtalo.

Nova se rasca la nuca tatuada con las manos sudadas, manchadas todavía con los restos brillantes de la caracola mágica. Debe recordárselo: ahora es una bruja sin inseguridades ni un largo cabello en el que enredarlas. Ahora es una bruja que, pese a saber que la piedra aprende, se tropieza a propósito una vez más para generar una nueva oportunidad. Aunque esta la devore.

–Juniper Ventfosc. 1 de octubre de 2024. Extinción del último aquelarre sinestésico.

El tiempo sigue descontrolado. La entrada secreta, abierta. Los fuegos fatuos, quietos. Los archivos no responden y es una ventaja, pero también un problema.

–Juniper Ventfosc. 1 de octubre de 2024. Extinción del últi­­mo aquelarre sinestésico. –Nova siente que las zarzas invisibles de Phasmia se le clavan en la cabeza–. ¡Juniper Ventfosc! ¡1 de octubre de 2024! ¡Extinción del último aquelarre sinestésico!

Los fuegos fatuos insuflan sus llamas y los archivos por fin reaccionan. Y lo hacen bien. De pronto, una carpeta marrón aparece sobrevolando el pasillo central hasta quedar suspendida frente a Nova, que titubea antes de cogerla.

No es momento de dudar, bruja.

Sin embargo, Nova está a punto de descubrir qué sucedió aquella noche de la que no recuerda mucho. Qué sucedió exactamente con Juniper, y si es cierto que la asesinó uno de los cazadores de brujas que interrumpieron el ritual.

Precavida, esconde la mano sucia de magia en la manga de su chaqueta y apoya la carpeta en esta para abrirla con la zurda. Revisa rápido la información que contiene cada separador. Expedientes, documentos reglados y fotografías.

«En la madrugada del 1 de octubre de 2024, el aquelarre sinestésico liderado por Esadora Alalliure realizó un ritual por medio del cual invocaron a las mielgas, siervas de la Muerte, con la agravante intención de arrebatarles sus poderes».

Hojea algunas anotaciones: «Los rituales de alta magia requieren altas ofrendas, pero el sacrificio humano está prohibido desde el 30 de agosto de 1922».

Continúa con un informe: «Los cazadores del clan Corb interrumpieron el hechizo y asesinaron al aquelarre de Alalliure. De ambos bandos quedaron pocos supervivientes...».

Asfixiada por rememorarlo, Nova se salta más líneas y líneas que, seguramente, le interesarían, pero la obsesión por conocer la verdad de su hermana pequeña la empuja con ansiedad. Y, al fin, da con lo que ha estado buscando durante meses y meses.

«No se halló el cuerpo de Juniper Ventfosc».

El Eje le aseguró que incineraron su cadáver, si bien no le dejaron verlo antes de hacerlo. Una mentira. Y de las peores. A Nova le tiembla tanto el brazo que algunos folios se deslizan fuera de las fundas junto a una bolsita de plástico. Pegada a ella, una etiqueta: «Pertenencias de Juniper Ventfosc halladas en el lugar de los hechos». Son dos huesos de melocotón. Para la dimensión humana, el centro de un fruto. Para la dimensión mágica, ataúdes.

Nova los saca y los agarra con rencor. Cree escuchar la voz de Phasmia pidiéndole que se controle, pero es incapaz. Acaba de descubrir que tenía razón, que su dolor y su desconfianza y su rabia nunca han sido infundados. Parpadea porque se le está emborronando la vista, porque los fuegos fatuos titilan.

De pronto, su Casio pita. Las horas, los minutos y los segundos se han restablecido y Nova alza la cabeza a tiempo de ver cómo la entrada empieza a cerrarse. El hechizo que mantiene abiertos los archivos está agotándose. Sin meditarlo, suelta la carpeta, que se reordena y sobrevuela el pasillo otra vez para regresar a su sitio, y echa a correr.

Más rápido.

Los fuegos fatuos se apagan antes de que ella los sobrepase. Sube las escaleras a cuatro patas, las puntas de sus zapatillas tropiezan con el último peldaño y se golpea el tobillo izquierdo. Las baldosas bajo el escritorio se recolocan con un tenue rumor y Nova se incorpora con el aliento atragantado.

Continúa sola, pero un ruido fuera hace que cojee hasta el punto exacto en el que Maude la ha dejado. Experta en contener las lágrimas, se mantiene erguida y con el pie dolorido bien firme en el suelo cuando madre e hija irrumpen más enfadadas que al principio.

–¡Largo! –ruge la líder de la cuna d’Agulles.

Camille no la ha provocado, la ha desquiciado; por eso, Maude recorre el despacho sin mirarlas. Sin siquiera darle importancia a por qué el pulso de Nova sigue revolucionado. Sin siquiera atender a la magia que vibra en las manos de la bruja cerradas en torno a dos huesos de melocotón.

Tres pájaros

La ira es un combustible del que no se conocen las dosis exactas para que no prenda sin control. Y la inseguridad que Nova transformó en ira ni siquiera necesita una chispa. Es la única emoción con la que se entiende y, aunque en ocasiones pierda sus riendas, suele lograr frenarla prometiéndole un incendio mayor. Porque estallar, acaba estallando.

El atardecer entra a raudales en el Ruiseñor, como si fuera el sol de mediodía, y Nova termina de poner en orden sus peores sentimientos con el quinto sorbo que le da a su café solo. Doble, triple, no lo acierta esta vez. El señor Ruiz, propietario de esa cafetería-librería, siempre se los sirve según como la vea. Y el tazón de hoy es inmenso. Sin duda, directamente proporcional a su desesperación.

Porque ahora Nova sabe que Juniper no está muerta, aunque tampoco puede asegurar que esté viva. Entre los escombros de aquel altar, el Eje de Control Mágico encontró cadáveres de todo tipo y unos pocos supervivientes. Entre ellos, Nova, que fingió aceptar lo que le contaron tras recuperarse. Y atinó al desconfiar, dado que Juniper ni fue cadáver ni fue superviviente. Dos huesos de melocotón, eso es lo que es por el momento.

En la segunda planta del Ruiseñor, Nova se pasea entre las estanterías, confiada como no lo hizo en los archivos. Lleva casi cuarenta y ocho horas fuera de la sede, a pesar de que Camille la buscó por la noche después de que huyera sin rumbo por la ciudad. No puede ir muy lejos, ni siquiera salir del perímetro de Valencia, pero Nova se ha ido refugiando en los únicos sitios donde, al menos, se siente más cerca de ella misma.

El Ruiseñor posee algo de las dos dimensiones, la humana y la mágica. Dos planos que coexisten en un mismo espacio: las criaturas mágicas pueden percibir ambas, mientras que casi todos los humanos solo perciben la propia. El ejemplo más claro es que allí hay una estantería mágica que ningún humano corriente puede detectar. Ni siquiera el señor Ruiz, aunque sea el dueño del establecimiento. Y es que la dimensión mágica es mucho más grande porque no atiende a las leyes físicas; por eso se expande más allá de los límites humanos.

–Los Cinco Entes Infinitos, por Roser...

Frente al estante hechizado, Nova calla con un dedo sobre el lomo del libro. Parece que Phasmia va a decir algo, pero solo es una punzada en la nuca. Pensaba que estaba sola; al fin y al cabo, un recital de poesía ha congregado a toda la clientela en la planta baja. Sin embargo, dos ojos verdes se apartan en cuanto la bruja intenta hacer contacto. No se fija más, siempre es sospechoso sospechar: coge el libro y regresa a su mesa junto al ventanal.

Las cúspides del barrio de Ruzafa fraccionan el fulgor encarnado del sol y las sombras tiznan el suelo, los muebles restaurados, las plantas y las manos de Nova al abrir el antiguo volumen.

–¿De dónde has sacado ese libro?

Esos ojos verdes otra vez, diferentes a los oscuros de Nova, mágicos humanos. La bruja parpadea, desconcertada al haberse confundido por un instante. No hay nada extraordinario en el ser humano, ni siquiera en los pocos que tienen el don de percibir la magia.

–Esto es una cafetería-librería. Tú me dirás –responde Nova, reclinándose en la butaca con una ceja enarcada y una sonrisa insolente que esconde tras su tazón.

Para apagar la ira, a veces solo necesita cantidades ingentes de café, mucha negación y juguetear con la ignorancia ajena. Aun así, la humana no se ofende, todo lo contrario: su repentina carcajada desestabiliza el mundo durante los segundos que dura. Y a Nova le resultan eternos, desagradables porque una simple risa como esa no debería caldear la sala u hormiguearle por el cuerpo.

–¿Fan del esoterismo?

Claramente, la chica está burlándose. Tampoco pide permiso para sentarse en la butaca de enfrente, señalando los tomos apilados en la mesa que las separa. Nova se recrea en su atrevimiento, en esa superioridad, porque hay humanos a los que les gusta que su realidad tenga límites exactos. Que no sean mágicos aunque lo sean.

Y son tantas las mentiras acumuladas que, en ocasiones, a Nova le alivia decir verdades sin consecuencias:

–Soy una bruja sinestésica.

–¿Eso existe? –Más cachondeo.

La chica le da un sorbo a su té rojo, pero Nova piensa que, teniendo en cuenta su carta de presentación, bien podría ser sangría dentro de una tacita. Un chupito irónico, como casi todo.

–¿Por qué te interesa si eres escéptica?

Una humana corriente que, además, no cree que exista nada más allá. Por ese y mil factores más, le es imposible interactuar con la estantería de la dimensión mágica. ¿Verá otra distinta?, ¿una pared?, ¿un hueco? Nova solo puede apostar, porque no percibe cómo es la realidad humana sin la suya de por medio.

–Si fuera escéptica, implicaría que dudo. Soy... curiosa. Y la curiosidad no entiende de creencias. –Y la chica vuelve a beber sin esquivar la mirada penetrante de Nova. De hecho, cuando desliza la suya hacia la ventana y luego regresa, ni siquiera es un vaivén nervioso, solo otro alarde de seguridad–. Así que... ¿bruja sinestésica?

Están jugando. No van a hacerse daño. Es el entretenimiento perfecto que ambas parecen buscar. La chica se divierte a costa de lo que cree el despropósito de una loca y la bruja se olvida de que su hermana está viva y muerta, al menos, durante unas cuantas horas más.

–¿Sabes qué es la sinestesia? –Nova deja la taza sobre la mesa y no espera a que responda–. Asocia sensaciones de dos sentidos diferentes. Por ejemplo, azul melodioso. Vista y sonido. Pues, aparte de ser una bruja de pócimas y hechizos, puedo percibir la magia como un color, una nota musical... Y a veces puedo captarla como un sentimiento. ¿Qué te parece?

–Que me gustan mucho las películas de fantasía –tiene guasa que sea fan de ese tipo de historias con el carácter que se gasta, porque encima recalca la palabra «fantasía» para dar a entender que no es nada más que eso– y nunca me he encontrado a una bruja igual.

Pero a Nova le suena como si fuera especial. Por eso vuelve a sacudir su mundo, solo un poco, una ligera grieta que provoca que se lleve una mano al collar del que pende una turmalina negra. Luego, a la nuca. Desde que tiene el pelo corto, busca demasiado enterrar su inseguridad nerviosismo en esa porción de su cuerpo.

–Es un collar bonito. –La humana se inclina para tocarlo, pero la bruja se aparta–. Perdona.

–No se deben tocar los amuletos ajenos. ¿Tampoco te has encontrado con eso en tus películas de fantasía, listilla? –Nova se recompone a golpe de sarcasmo. No le gusta que una humana le haga sentir vulnerable. Con un sacrificio tuvo suficiente, aunque en el Ruiseñor no vaya a mancharse las manos de sangre.

–¿Por?

–Alterarías la magia que alberga. Tu energía se mezclaría con la mía y el amuleto dejaría de protegerme.

–Tienes el personaje muy bien montado. ¿Eres actriz de método? No, escritora. ¡Espera! Es una cámara oculta. –La chica se gira en todas direcciones, realmente ilusionada ante la posibilidad de que lo sea.

Mientras está distraída, Nova aprovecha para contemplarla. La tez oscura, los rizos alborotados y sin forma, vestida con un peto gris oscuro del que solo ha enganchado un tirante. Aun así, su top es el encargado de enseñar piel como si aún hiciera demasiado calor, y Nova también clava la vista en sus clavículas, en la pronunciada curva de su cintura... Chasquea la lengua y regresa al libro abierto que se ha quedado olvidado en su regazo.

–¿Qué son los Cinco Entes Infinitos?

–Cinco de los seres más poderosos de nuestro mundo –responde la bruja.

–Tu mundo.

–Nuestro.

Porque lo es. Como ambas dimensiones conviven juntas, una afecta a la otra pese a que se entiendan de manera diferente.

–¿Y qué son?

–¿Aparte de unos cabrones?

La chica pestañea, sorprendida por la respuesta, y Nova suelta una risa que se parece más a un quejido. Es cierto que ya no sabe reír, pero le alienta que la humana no la juzgue cuando se suma con otra de esas carcajadas que derrumbarían universos si se lo propusiera.

–Poseen poderes inconmensurables, y ninguno los ofrece sin más en caso de que te atrevas a invocarlos. Amheretis se adueña del tiempo, Gronlog se aprovecha del sufrimiento... Y todos, como la vida, están regidos por la Muerte, que siempre va acompañada por las mielgas. Cuando alguien fallece, cada una se encarga de una parte: la Muerte se lleva el alma, la mielga de lo visible se lleva la vida del cuerpo y la mielga de lo invisible se lleva la memoria. Bueno, pues yo tengo una mielga de lo invisible atrapada dentro de mí.

–¿Y la mielga de lo visible?

–La... tengo encerrada en otra parte.

Phasmia no habla, pero Nova está tan sumergida en las verdades sin consecuencias que ni siquiera se percata.

–¿Y eso es malo?

–Bastante peligroso. Según sus normas, siempre son dos y no pueden existir por separado.

–Y tú las has separado.

Sí.

No.

–Sí.

–¿Por eso necesitas el amuleto?

Nova cierra de golpe el libro y la mira con suspicacia. La conversación ya no parece un juego, sino un interrogatorio. Sin embargo, la dureza se le disuelve en los rasgos al advertir una disculpa en los de ella.

–¿Sabes leer el futuro en los posos del té? Curiosidad, ya sabes. –La humana encoge un hombro, como si nada de lo anterior fuera relevante, y le tiende su tacita vacía sobre el plato.

No. Nova ya no sabe si es solo curiosidad. El problema es que ahora la tiene ella; por eso coge la tacita y la vuelca contra el plato. Luego la levanta, los posos empiezan a componer el futuro y le pregunta:

–¿Qué formas distingues?

–Ninguna.

Porque no cree, pero debería.

–¿Y tú?

–Nubes –responde Nova, y esta vez es una verdad con consecuencias–. Formas onduladas, imprecisas.

–¿Significa que voy a viajar en avión?

Significa que le llega una mala época. Y, dado que los posos están más cerca del borde que del fondo, es un futuro inminente.

–Claro, listilla –musita Nova, pero el sarcasmo que le servía como parche no invade su tono porque entonces atisba su reflejo en el ventanal.

–Ha sido divertido, bruja.

Nova no la escucha. Ha anochecido y, al contrario que todas las veces desde hace un año, su figura no está fusionada con la de Phasmia en el reflejo. Solo es ella: el pelo corto, oscuro y desgreñado con el flequillo recto, los ojos castaños, la piel pálida llena de pecas, sin diadema de zarzas. Más persona que monstruo.

Entonces se gira hacia la humana, pero ya no está. Cuando vuelve a mirar el cristal, la mielga de lo invisible ha regresado, llena de cólera. Siente sus espinas clavadas en el cráneo a pesar de que, al llevarse los dedos al pelo, nada le pincha.

¿Qué has hecho? ¿Me has encerrado como a Dhasmia? ¡Dímelo! ¿Por qué he desaparecido?

Incomprensible. Y, acuciada por el dolor en que se ha convertido la voz interna de Phasmia, Nova vuelca su taza de café sobre su plato. Se lo ha terminado sin darse cuenta, al igual que se han terminado el ocaso y la curiosidad y el juego.

No quiere hallar posos irregulares. No quiere que su futuro esté entrelazado con los huesos de esa chica. No quiere muchas cosas, pero mucho menos lo que simbolizan los restos que descubre a punto de salirse de la taza.

Tres pájaros. Tres cuervos.

Muerte. Muerte. Muerte.

Cuatro días

Las brujas siempre acaban huyendo. Del fuego, del odio. Pero no hay nada más peligroso que descender de unas raíces imposibles de talar. Que, de boca en boca, de sangre en sangre, jamás dejan de crecer. Y, aunque Nova pervive a pesar de su aquelarre, hubo brujas que le enseñaron a no suplicar en la hoguera.

Davina, su madre, que arrancaba flores sin dañar los bosques y cercenaba cuellos en la más absoluta quietud. Nestora, su tía, que recogía la lluvia gota a gota y preparaba finos venenos con un regusto dulce. Nova apenas tenía siete años cuando ambas fallecieron durante una misión en Francia. Trabajaban para el Eje de Control Mágico y este las destinó las utilizó como sabuesos para rastrear la magia de unos nigromantes que estaban quebrantando las normas de convivencia con los humanos.

Las brujas sinestésicas se fueron extinguiendo así, en manos de seres que solo veían un arma en su singular habilidad. Y hay más brujas con otros atributos, pero si Nova no encuentra a Juniper, será la última de su especie.

Y todos saben que ser la última en algo es más malo que bueno.

La calle Angosta del Almudín la recibe como un callejón que hace siglos parecía más estrecho, porque apenas estaba iluminado y sus extremos estaban cercados por dos puertas enrejadas. Los humanos la conocen como la calle de las brujas, aunque, para ellos, el hecho de que fuera un lugar antiguamente habitado por hechiceras y adivinadoras solo es una leyenda. Ahora, entre sus sencillas viviendas bien iluminadas y ventanas decoradas con flores, se encuentra la sede del Eje de Control Mágico valenciano. Quizá, en la dimensión humana, sea un portal más. En cambio, en la dimensión mágica, uno de sus muros se expande para dar cabida a una imponente entrada de hierro. Hasta el más inapreciable de sus herrajes está forjado con ornamentos geométricos y orgánicos de bron­­ce, en contraste con el fondo azul oscuro. Una bella pieza que solo se abre con las palabras adecuadas:

–Ull de lluna i cendra –pronuncia Nova en valenciano.

La magia atraviesa sus grabados como la sangre corre por las venas, y la puerta se abre sin un solo ruido. En el vestíbulo, un encantador arruga la nariz en cuanto identifica a Nova. Siempre hay un par vigilando el acceso como parte de la guardia oficial del Eje de Control Mágico. Sus uniformes negros e impecables tienen el símbolo de la institución cosi­­do en la pechera: una llave, cuyo orificio es un ojo, y una flecha cruzadas en equis. Nova le hace una peineta y sigue avanzando, cansada de pelear con otros y consigo misma. Lleva cuatro días fuera de la sede y lo único que quiere es aovillarse bajo las mantas de su cama mientras piensa en el siguiente paso.

No puede permanecer viva quieta mucho tiempo más.

La bóveda acristalada del vestíbulo proyecta en su piel los múltiples colores que la tiñen, rociándola también de las estrellas plateadas que la decoran y se suman a las que se ven más allá, en el firmamento. Por suerte, la magia todavía las aviva en algunas zonas de su dimensión. En la otra, apenas pueden contarse con una sola mano, porque los humanos albergan un poder destructivo capaz de apagar estrellas sin siquiera tocarlas. Es sorprendente lo poco que aprecian la tierra que pisan y el cielo que los cobija, cuando sin ello se convertirían definitivamente en el polvo estelar del que están hechos sus frágiles cuerpos.

Después de cruzar la entrada y ascender por unas escaleras a la derecha, los arcos de piedra y las columnas adosadas del vestíbulo se convierten en muros lisos. Un área desprovista de detalles, aséptica, más deprimente que un hospital. Todo de un blanco tan pulcro que daña la vista. Con lo que le gusta a Nova oler el tiempo de los muebles envejecidos, que la luz de las grandes lámparas cree sombras policromadas, que nada sea lo que parece.

Frente a la puerta de su dormitorio, Tarot la espera, enfurruñada. Nada comparado con lo que le aguarda dentro: el enfado que Camille ha ido acumulando durante esos días. Porque sí, aquella primera noche la buscó por toda la ciudad, pero no la encontró.

–Arréglate y ven a la zona de adivinadoras y encantadores. –Camille pasa de largo por su lado con los brazos cruzados–. Dan una fiesta y tú tienes mucho que contarme.

Ni siquiera la saluda o le ofrece un triste abrazo. Es su for­­ma de castigarla, y Nova lo acepta. Se lo merece. Pero ¿reunirse en la zona de adivinadoras y encantadores? Ahí ya se ha pasado de la raya. Y es que las adivinadoras la detestan tanto o más que los encantadores. Algo que tampoco le extraña porque todos ellos son un atajo de idiotas que se lo tienen muy creído solo por formar parte de la guardia del Eje. De todas maneras, existe una nula hermandad entre las criaturas con la habilidad de hacer algún tipo magia a través de conjuros, ritos, sortilegios... Así que brujas, encantadores, adivinadoras, nigromantes y hechiceros se aborrecen por razones que han ido olvidando con los siglos, pero que sostienen por puro orgullo.

Por eso Nova nunca pisa, ni de broma, la zona de las adivinadoras y los encantadores. Está vertebrada por un claustro precioso donde almorzaría bien a gusto, si sus ocupantes no tuvieran como afición principal intimidarla. Tampoco va a echarse a llorar. Está acostumbrada a que no la quieran.

Se quita el amuleto de turmalina porque dentro de la sede no lo necesita. Y, sin más, la humana del Ruiseñor regresa a sus pensamientos. Es raro que la recuerda al detalle, ¿no? Sobre todo su risa, que desestabiliza mundos pero no los destruye, sino que crea algo mejor a través de sus grietas.

Espero que no vuelvas a verla. Sientes demasiado a su lado.

Eso le dice Phasmia, y por eso Nova echa de menos su magia. A veces la conjuraba para apagar en ella esa parte que más humanos hace a los humanos.

–Me da igual.

Tus mentiras empiezan a flojear y son lo único que te mantiene la cabeza sobre los hombros.

Literalmente.

Cuando Nova se agobia, actúa deprisa. Como si las cosas dejaran de doler por no darles tiempo para hacerlo. Se ducha enseguida, escoge la ropa en completa oscuridad, se desenreda el pelo húmedo con los dedos, se recoloca el reloj, acaricia una vez a Tarot, se mete en el bolsillo los dos huesos de melocotón, sale de su dormitorio a zancadas, empuja a la humana fuera de su cabeza.

Ya en el dichoso claustro de la guardia del Eje, Nova ve a un par de licántropos compartiendo a morro una botella de vodka. Sopesa seriamente la opción de tirarse al pozo que hay entre los parterres, pero ni siquiera así Camille la dejaría en paz. Antes de entrar en la sala donde las adivinadoras suelen estudiar, mira a la noche, a las estrellas que también la miran y ruegan por no morir. Bajo su piel vibra la música que debe de estar a todo volumen en el interior, una versión machacona de Heads will roll.

Todo son señales.

Que Phasmia se cachondee tiene su gracia, pero la coincidencia ya es hasta insultante.

–Solo es una fiesta. Solo es Camille. Solo es Phasmia. Solo es el Eje de Control Mágico. Solo es una humana. Solo es Juniper. Lo de siempre.

La sala está a reventar de criaturas que se mueven sin compás. Los orbes de luz en el techo parpadean y unos cuantos fuegos fatuos alumbran las esquinas. El incienso suele perfumar el ambiente, pero ahora ni siquiera se intuye por el hedor a cerrado, sudor, alcohol y humo. No hay ni rastro de las estanterías abarrotadas de libros y tarros con órganos frescos, de las mesas en las que esparcen cartas y cristales. El lugar se ha convertido en una discoteca improvisada que es imposible que le haya pasado inadvertida a alguna de las tres directoras del Eje de Control Mágico.

Inmóvil, Nova espera a que Camille la detecte entre el tumulto. Le será fácil por su pulso frenético, su respiración desgastada, su aroma a café del Ruiseñor y noches a la intemperie. Efectivamente, Camille tarda la friolera de dos segundos en aparecer. Iris rojos, piel marmórea y largo cabello oscuro, escalonado por delante en dos capas rectas y lisas, la primera a la altura de la mandíbula. Japón y Francia mezclándose en todos sus rasgos.

–Qué puntual.

–Ya me conoces –susurra Nova. Gracias al oído afinado de su amiga, ni siquiera necesita despegar mucho los labios.

–¿Que te he dicho de arreglarte?

–No tengo espejo.

–Ni yo reflejo, y mírame. –Maquillaje perfecto y marcado. Prendas que se ciñen todavía más a su cuerpo con algunos arneses. Cuero y pinchos.

Aunque resulte inconcebible, ahora mismo ese lugar es el más seguro dentro de la sede. Apartadas en un rincón, a la luz de un fuego fatuo azulado, Camille le da un sorbo a su vaso y se lo ofrece a Nova.

–¿Sangre alcoholizada? ¿En serio?

–Peores cosas te has tomado, bruja.

–También es verdad.

Pero, obvio, no bebe. Suspira buscando las palabras adecuadas antes de seguir:

–No encontraron el cuerpo de Juniper.

–Joder. Está viva. –La vampira acaricia el brazo de Nova, un gesto que recorre un año de agónica incertidumbre–. ¿De quién son las cenizas entonces? ¿De otra bruja?

–Supongo. No lo ponía. Tampoco me dio tiempo a leer mucho. –Hunde las manos en los bolsillos de su chaqueta de algodón, se pisotea las puntas de sus Converse maltrechas y juguetea con los dos huesos de melocotón antes de mostrárselos–. Aunque, según el Eje, esto es suyo.

–¿Dos ataúdes de hadas?

Hay elementos de la dimensión humana que la dimensión mágica entiende de otra manera. Concretamente, los huesos de melocotón son solo semillas para la primera, mientras que para la segunda son donde algunas hadas acuden a morir y, por tanto, es una aberración comerse la fruta.

–No era un elemento necesario para el ritual, así que no tiene sentido.

–Pero... Entonces, esto demuestra que tu hermana frecuentaba lugares de la dimensión humana. No lo sabía.

–Yo tampoco.

Dos palabras que a Nova le escuecen en la garganta. Porque todo el mundo tiene derecho a conservar secretos, pero no le gusta sentir que quizá no conocía tanto a Juniper. Era Es su hermana pequeña, aunque también es una bruja muy poderosa y el misterio siempre forma parte de quienes destacan. Como si hubiera algo inalcanzable en ellos y, por tanto, incomprensible para el resto.

–Me asusté mucho cuando desapareciste. No vuelvas a hacerlo –dice Camille, olvidado ya su enfado.

–Lo siento. Necesitaba espacio.

–Y Valencia se te queda enana para todo el espacio que necesitas.

–No salí del área de protección del amuleto. No te preocupes.

–Ya sabes qué pasará si lo haces.

Que las mías te encontrarán y ambas moriremos.

Nova asiente por las dos. Las mielgas no pueden existir individualmente. Son gemelas, y sus semejantes las matan si nacen únicas o rompen su vínculo. Jamás deben dividirse. Pero el último aquelarre sinestésico las obligó a hacerlo, y ahora Nova las mantiene alejadas. Esa es la principal razón por la que debe llevar un amuleto protector: las mielgas las están buscando para castigarlas, a pesar de que Phasmia y Dhasmia no quisieran separarse.

–¿Y no ha sucedido nada más en estos días?

La humana. Nova se muerde la lengua. Detesta no poder quitarse de la cabeza a un ser insignificante que, además, estuvo burlándose de ella el poco rato que pasaron juntas. Pero su risa. Pero su cintura desnuda. Pero su interés fingido. Pero su curiosidad real. Pero su magia sin magia.

–Nada. Mucha lectura y café en el Ruiseñor.

Y la humana otra vez. Insomnio. Un desconsuelo muy profundo. Una rabia más profunda todavía. Tres cuervos que significan su la muerte.

–¿Puede haber una mente más privilegiada que la del señor Ruiz llamando «Ruiseñor» a su cafetería-librería? ¡Es un genio! –se ríe Camille, y de verdad.

Ahora retumba Gasolina