Maleficio de amor - Jill Shalvis - E-Book
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Maleficio de amor E-Book

Jill Shalvis

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Beschreibung

Mantenerse soltera resultaba fácil... hasta que apareció aquel sexy soltero. Suzanne Carter había jurado mantenerse alejada de los hombres porque estos no entendían que no pudiera tomarse la vida en serio. Pero una noche apareció el guapísimo Ryan Alondo y ella se derritió, aunque se propuso no enamorarse de él, ya que no quería arruinar la vida a un hombre tan maravilloso. Nada más verla Ryan supo que Suzanne era la mujer de sus sueños; era sexy, divertida... como una ráfaga de aire fresco en una vida llena de responsabilidades. Ahora solo tenía que convencerla de que él era lo bastante serio para los dos. Y podía ser muy, muy persuasivo.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Jill Shalvis

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Maleficio de amor, n.º 43 - junio 2018

Título original: Roughing it with Ryan

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-715-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

1

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3

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5

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10

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Epílogo

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

Suzanne Carter miraba alternativamente los anuncios para alquilar un apartamento y el saldo de su chequera. Por mucho que mirara, sumara o restara, seguía estando prácticamente en números rojos. Con lo que tenía, tendría suerte de conseguir algo que tuviera cuatro paredes y un tejado, sin mencionar artículos de lujo tales como el agua caliente o una bañera.

Sin embargo, cualquier cosa sería mejor que donde vivía en aquellos instantes, que era prácticamente como si no habitara en ninguna parte. Aquella misma mañana, su prometido, mejor dicho, su ex prometido, su mismísimo ex prometido, le había dejado muy cortésmente en la calle las cosas que tenía en el apartamento que habían compartido hasta entonces. Al principio, ella se había creído que su prometido estaba de broma. Eso había sido hasta que vio que la llave no funcionaba. Parecía que la broma había sido a su costa. Como siempre.

En cualquier caso, al final se había dado cuenta de la verdad. Parecía estar maldita para las relaciones sentimentales. Si no fuera así, podría culpar a los otros ex prometidos, en total había habido tres, por los fracasos de sus relaciones. Sin embargo, la culpa era exclusivamente suya. Parecía poseer la habilidad de destruir a los hombres buenos. Había destruido a Tim hasta el punto de que había terminado llorando todas las noches, queriendo que ella hablara sobre sus sentimientos, suplicándole que se abriera a él. Suzanne se había sentido horriblemente, pero en lo más profundo de su ser había sabido que no quería a un hombre que también llorara con las películas románticas y cuando hablaba con su madre por teléfono. Diariamente.

No era que Tim no hubiera colaborado a la hora de hacer que fracasara su relación. Le sorprendió realizando gimnasia sexual contra la puerta principal de la casa con la chica que iba a limpiar. No obstante, también había culpado de eso a Suzanne, diciendo que se le había roto el corazón por lo distante que ella se mostraba hacia él y por su falta de compromiso hasta el punto que había necesitado un desahogo.

Ya.

Aquel último desastre en sus relaciones sentimentales solo le confirmaba que estaba maldita. Por eso, y desde aquel mismo momento, se juró olvidarse de los hombres. Era una pena que no pudiera olvidarse de la búsqueda de un lugar donde vivir. Tal vez debería haber luchado por conservar el apartamento, pero ya no quería hacerlo. Con un suspiro, levantó el rotulador rojo e hizo un círculo en el anuncio más barato que pudo encontrar en el periódico.

—Eso es, economiza —le habría dicho su madre con aprobación—. Empieza a controlar tu vida.

Todo el mundo decía que necesitaba controlar su vida. Todo el mundo a excepción de su padre, a quien se parecía en su descontrol.

El anuncio que había rodeado con un círculo anunciaba un «barato, barato, baratísimo apartamento sin ascensor, con un dormitorio y un cuarto de baño». Lo de «barato, barato, baratísimo» le sonaba estupendamente, dado que, en primer lugar, estaba sin casa y no tenía ahorros y, en segundo lugar, en contra de lo que creía la gente, el sueldo de los chefs era muy reducido. «Hogar dulce hogar», pensó. Con eso, se metió en el coche.

Al ser lunes, la zona del South Village estaba muy concurrida. Hacía unos años, aquella zona, que estaba justo en las afueras de Los Ángeles, no había sido más que una zona comercial, pasada de moda y muy descuidada, llena de edificios a punto de caerse de puro viejos y con mendigos en todas las esquinas. Entonces, un comité histórico se había hecho cargo, y en un abrir y cerrar de ojos, la zona se había convertido en un barrio encantador y cosmopolita. Se le consideraba el lugar más moderno, lleno de cafés y restaurantes, galerías de arte y tiendas únicas, diseñadas para atraer a los solteros con recursos.

Consiguió aparcar su modesto vehículo en la calle correcta. Entonces, se bajó un poco las gafas para observar mejor el edificio. No le sirvió de nada. Por mucho que lo mirara, la vista era la misma.

Mala. Las torretas del edificio, los balcones y las ventanas, a pesar de tener un diseño encantador, no podían ocultar el hecho de que necesitaban profundas reformas… por no hablar de derribo.

Sin embargo, estaba en el South Village, lo que significaba que, a ambos lados de aquel desmoronado edificio estaba la belleza personificada. Casi todos los edificios de la zona habían sido restaurados para recuperar su anterior gloria.

Suzanne no podía permitirse ninguno de aquellos lugares, pero eso no importaba. Aquel era un nuevo día, una oportunidad de demostrarle al mundo que podía salir adelante sin estropearlo todo y sin tener otro hombre que lo estropeara todo. Aquella era su oportunidad de madurar y de aprender a ser responsable. De controlar su vida, lo que, en realidad, a la edad de veintisiete años, ya debería haber aprendido.

—Bueno, vamos —dijo mientras salía del coche.

La planta baja del edificio parecía estar destinada a uso comercial, aunque hacía mucho tiempo que habían quedado atrás sus días de gloria. Había dos tiendas, con un impresionante potencial, dado el tamaño de los escaparates, pero ambos estaban vacíos y oscuros y por todas partes habían crecido las malas hierbas.

Dado que en la descripción del apartamento se había especificado que no había ascensor, Suzanne dio por sentado que tenía que ir a la segunda o la tercera planta. Estaba esperando haberse equivocado de lugar cuando vio que el árbol que había a su derecha comenzaba a moverse. Era un roble, frondoso y majestuoso, uno de los muchos que rodeaban el edificio. Se agitaba y se tambaleaba. Inmediatamente, un hombre saltó del árbol. Tampoco se trataba de un hombre normal, sino que era un hombre alto y musculoso, y dado su ceño fruncido, Suzanne podría haber añadido la cualidad de arrogante a la lista.

Cuando el hombre cuadró sus anchos hombros y se puso a mirar al árbol, Suzanne vio que tenía el cabello negro y ondulado y un profundo bronceado. Todavía no había visto a la joven. Se puso las gafas de sol en la cabeza y luego apoyó unas enormes manos contra el árbol. Entonces, comenzó a… empujar.

Suzanne lo miró con mucha curiosidad. Era un hombre muy hermoso… Bueno, tal vez «hermoso» no fuera la palabra más adecuada, dado que le hacía pensar en cualidades femeninas de las que aquel hombre carecía completamente. Dios santo, con solo mirarlo, Suzanne sentía que se le secaba completamente la garganta.

Llevaba puestos unos Levi’s deslucidos sobre unas piernas que parecían interminables y una camiseta blanca, que parecía tener las costuras a punto de estallar por la presión de sus músculos. No se podía decir que estuviera fuerte hasta la exageración, como los culturistas, que a ella no le gustaban. No. Aquel hombre era más bien como un esbelto boxeador.

¡Y qué importaba! Había decidido acabar para siempre con los hombres. ¿Acaso no recordaba que había destruido a todos los que habían estado a su lado? No necesitaba otro para su conciencia. Sin embargo, a pesar de todo, la boca se le abrió un poco más mientras admiraba los fuertes y nervudos músculos que tenía en los brazos y en los hombros, vibrando de poder mientras sacudía el árbol.

Entonces, se dio cuenta de que Suzanne lo estaba mirando. En aquel momento, una sonrisa le transformó el rostro.

—Siento haberla sobresaltado —dijo. Entonces, tomó una carpeta.

Como Suzanne era débil y él era tan… guapo, no pudo evitar mirarle el trasero mientras se inclinaba; luego, apartó súbitamente la mirada cuando él se incorporó.

Tenía un rostro de rasgos fuertes y bronceados, y unos ojos muy oscuros, con unas arrugas de expresión que horrorizarían a una mujer pero que tan atractivas resultaban en un hombre. Anotó algo en la carpeta y, mientras silbaba, se dio la vuelta y entró en el edificio.

¿Qué había dicho? ¿Que sentía haberla sobresaltado? Presumiblemente porque había saltado del árbol como si se tratara de Tarzán.

Si supiera que lo que la había sobresaltado en realidad había sido el modo en que había despertado todos sus instintos femeninos, a pesar de que no quería sentirse interesada…

En absoluto. Ni hablar. Tenía una vida que arreglar. Levantó la barbilla y, decidida a olvidarse del guapísimo hombre que había caído del árbol, entró en el edificio.

—¿Hola? —dijo. Su voz resonó por el interior. Parecía estar sola.

No se veía a nadie por ninguna parte, ni siquiera al guapísimo hombre del árbol. Empezó a subir las escaleras. Al llegar al segundo piso encontró dos puertas. Las dos estaban cerradas y, presumiblemente, conducían a dos apartamentos. Desde el piso superior se oían voces, por lo que tomó las escaleras para llegar a la última planta, en la que había un último apartamento.

Entró en lo que se suponía que debía ser un salón, pero la sala estaba vacía y tan llena de polvo como el rellano. Era muy pequeño, aunque la ventana que daba a la calle compensaba en cierto modo el tamaño. La luz del sol entraba a raudales. A pesar del polvo, que revoloteaba por todas partes, Suzanne se dio cuenta de que aquel apartamento tenía posibilidades.

Como la cocina estaba separada del resto solo por una barra, pudo ver a dos personas que estaban de pie en el reducido espacio, inclinados sobre unos planos que había sobre la barra. La mujer tenía la mano sobre la boca, en un gesto de máxima concentración. Al oír cómo las sandalias de Suzanne resonaban sobre el suelo, levantó la cabeza.

Parecía tener aproximadamente la misma edad que Suzanne, aunque era ahí donde terminaban las similitudes. Al contrario del revuelto cabello de Suzanne, el de aquella mujer, rubio y elegantemente recogido en la nunca, tenía mucho estilo y glamour. La mujer iba también muy bien maquillada y vestida. Rodeada de polvo en aquel pequeño apartamento, parecía fuera de lugar.

Cuando el hombre levantó la mirada, vio que era él. El guapísimo hombre del árbol…

La estaba mirando directamente. Su enorme cuerpo empequeñecía aún más el espacio. Tenía unos ojos de color chocolate, que eran sus favoritos, y que irradiaban una intensidad que indicaba una fuerte pasión. Suzanne se podría haber ahogado en aquellos ojos.

Eso habría sido si no hubiera decidido dejar de lado a los hombres, que era exactamente lo que había hecho. Era una pena, porque aquel hombre tenía un rostro capaz de tentar a las mujeres, una mezcla de santo y de pecador a partes iguales.

—Hola —dijo Suzanne, algo tímidamente—. ¿Es este el apartamento que aparecía en el periódico como «barato, barato, baratísimo»? —añadió, citando el anuncio.

La mujer se echó a reír, no con superioridad como su aspecto podría haber indicado.

—Espero que eso no la haya desanimado —respondió mientras se apartaba un mechón de cabello del rostro.

—¿Está bromeando? —replicó Suzanne, pensando en el estado de su pobre cuenta bancaria—. Me atrajo a este lugar como una llama atrae a una polilla. ¿Cómo es de barato exactamente?

—Ya hablaremos de esto, pero primero… ¿Podemos terminar esto más tarde? —le preguntó al hombre.

—Más tarde va a ser demasiado tarde, Taylor.

Suzanne tendría que haberse imaginado que tendría una voz ronca, que fuera perfectamente con aquel rostro. Era profunda, serrada y muy sensual. Su rostro no era de los que ocultaban los sentimientos, y en aquel momento, mientras enrollaba los planos, parecía estar muy enojado.

—Necesito tener una inquilina.

—Lo que necesitas es arreglar esos árboles, Taylor. Cualquiera de los que hay en el lado este podría salir volando con la siguiente tormenta, que, por cierto, parece que va a ocurrir esta misma noche.

—Ryan —dijo ella, tocándole suavemente el brazo.

Suzanne vio cómo el hombre sellaba su rendición con un suspiro. Ella nunca había domado a un hombre con solo tocarlo, y mucho menos a un hombre con un aspecto tan poderoso como aquel. ¿Serían las carísimas ropas o el modo en que las llevaba puestas? Algo tristemente, se pasó la mano por el vestido, que no solo estaba pasado de moda, al ser de falda muy larga, sino que también estaba arrugado. Lo llevaba porque ocultaba sus defectos, siendo el más notorio de ellos su afición a su propia cocina. Una gran afición. Una afición como de cinco kilos extra.

—Tranquilo, el hombre del tiempo nunca acierta —dijo Taylor, tocando de nuevo el brazo del hombre—. Mañana estaremos todavía a tiempo para decidir sobre los árboles.

Ryan sacudió la cabeza, mostrando su insatisfacción con la tensión de su enorme cuerpo y el ardor que sus penetrantes ojos irradiaban.

Suzanne lo observaba fascinada. Los hombres de su vida, siendo su padre el único en aquellos momentos, nunca habían mostrado sus sentimientos. En el hogar de los Carter, las emociones intensas eran motivo de gran diversión y todas las adversidades se recibían con risas. «Libre y sin compromiso» era el lema familiar de los Carter. Sus prometidos habían seguido un modo de vida similar, ocultando sus sentimientos detrás de máscaras. Hasta Tim, que siempre tenía los ojos llenos de lágrimas, había utilizado aquella actitud para ocultar que era un mentiroso y un manipulador. Hasta aquel mismo momento, no se había dado cuenta de que un hombre pudiera ser de otra manera.

El guapísimo hombre del árbol, Ryan, pasó a su lado y le dedicó una inclinación de cabeza. Sus hombros se tocaron y sus labios murmuraron una disculpa.

La avergonzaba admitirlo, pero el pulso se le había acelerado mucho. Estiró el cuello para verlo marchar. Aparentemente, haber decidido que iba a olvidarse de los hombres no tenía ningún efecto a la hora de controlar sus hormonas.

—Sí —dijo Taylor, que se había acercado hasta estar a su lado—. Está muy bien —añadió. Suzanne estaba completamente de acuerdo, pero se guardó para sí su opinión—. Y, aunque es demasiado educado para mostrarlo, está muy enfadado conmigo en estos momentos, pero sobrevivirá —concluyó, encogiéndose elegantemente de hombros.

Las dos se acercaron a la puerta y vieron cómo desaparecía escaleras abajo. Se quedaron momentáneamente absortas en el modo en que la camiseta destacaba tan agradablemente sus anchos hombros y su fuerte espalda. Además, estaban los vaqueros, que tan maravillosamente embutían las largas y tonificadas piernas, por no mencionar el mejor trasero que Suzanne había visto en mucho tiempo.

—Bueno —suspiró la dueña del apartamento—, me llamo Taylor Wellington. Yo puse ese anuncio. ¿Quieres el apartamento?

—Creo que primero debería ver el resto —respondió Suzanne.

—Oh, sí, claro —comentó Taylor, mientras miraba a su alrededor—. Pero recuerda que es barato, ¿de acuerdo? Muy barato. Bueno, aquí está el dormitorio —añadió, abriendo una puerta que Suzanne había pensado que era un armario.

En realidad, no era mucho mayor, pero tenía una ventana que daba a la calle, en la que se veían una buena selección de tiendas y de galerías. La gente paseaba por las aceras. Le pareció encantador y era infinitamente mejor que dormir en el coche. Entonces, le llamó la atención el letrero de la tienda que había justamente enfrente. El corazón le dio un vuelco.

—¿Es una heladería? —preguntó.

—Sí. Está abierta todas las noches hasta las once —confirmó Taylor—. Tenlo en cuenta mientras vamos a ver el cuarto de baño.

Este era del tamaño de un sello de correos. No había bañera, lo que decepcionó un poco a Suzanne, pero tenía todo lo básico: ducha, lavabo y retrete.

—Todo funciona perfectamente —prometió Taylor—. Bueno, eso si no tratas de preparar una tostada y utilizar un secador al mismo tiempo. Además, con una buena sesión de limpieza, este apartamento podría ser hasta acogedor. ¿Qué te parece?

—Creo que, si el precio es el adecuado, me lo quedo.

—El precio es el adecuado —reiteró de nuevo Taylor—. Vamos abajo. Allí tengo los impresos. ¿Cuándo te gustaría mudarte?

—Espero que ahora mismo sea un buen momento —dijo Suzanne, pensando en que tenía todas sus pertenencias en el coche.

—Si me puedes pagar el alquiler de dos meses, junto con una pequeña fianza, ahora me parece un momento muy adecuado.

Maldita sea.

—Mmm… ¿Lo de la fianza no es negociable?

Taylor se detuvo en seco y la miró atentamente.

—¿Andas algo justa de dinero?

—Podríamos decir eso.

Tim le había permitido que comprara unos carísimos muebles para su dormitorio con todos sus ahorros hacía unas pocas semanas, unos muebles que él reclamaba que habían sido un regalo para él. ¡Ja! Suzanne podría haber alimentado a un pequeño país durante un año con el dinero que había pagado. Resultaba extraño lo mucho que la enfurecía todo aquello, sobre todo cuando ella le habría dado con gusto todo lo que hubiera querido hacía solo un mes.

—Pero tengo trabajo —añadió—. ¿Sirve eso de algo?

—Sí, claro que sirve —comentó Taylor. Entonces, estuvo pensando durante unos segundos—. Está bien, podemos olvidarnos de la fianza.

Siguieron bajando las escaleras, Taylor vestida elegantemente, con aspecto de ser un miembro de la realeza que visitaba los barrios bajos y Suzanne con su vestido de gitana, que encajaba perfectamente con el ambiente que las rodeaba.

—¿A qué te dedicas? —le preguntó Taylor.

—Soy chef en el café Meridian.

Al mencionar el café, que solo estaba a cinco manzanas de allí, sintió una abrumadora sensación de intranquilidad. Había dejado de trabajar en otro sitio cuando la hermana de Tim había comprado aquel café. Tim había insistido en que le encantaría trabajar para su hermana. Ahora que habían roto, Suzanne esperaba que no resultara problemático seguir trabajando allí. Aunque ganaba menos dinero que el que le gustaría, adoraba su trabajo. Y lo necesitaba. Sin él, tendría que apoyarse solo en los servicios de catering que realizaba puntualmente, y que era simplemente un hobby y eso precisamente seguiría siendo. Dirigir un negocio sería… demasiado.

En general, los Carter, es decir, su padre y ella, no eran demasiado serios, por lo que su madre se ponía siempre furiosa con ellos. Su padre seguía siendo un humorista que actuaba ocasionalmente y donde podía cuando tenía ya casi sesenta años. No le iba demasiado bien, pero le encantaba aquella vida sin preocupaciones. Las posesiones materiales y el éxito significaban menos para él que su libertad. Suzanne, según su madre, estaba cortada por el mismo patrón.

Por fin, Taylor y ella llegaron al segundo piso, en el que la mujer abrió uno de los dos apartamentos. Entonces, le hizo una indicación a Suzanne para que pasara.

—Esta es mi casa.

Suzanne entró a un salón vacío, no muy diferente al que había en el piso superior. La única diferencia radicaba en que el lugar estaba limpio como una patena.

—Pero… está vacío.

—Yo también acabo de mudarme y solo al dormitorio. El resto pienso hacerlo esta semana.

—¿Eres la dueña del edificio?

Taylor deslizó un zapato beige, muy elegante, por el suelo. Seguramente aquel zapato costaba más que todo el guardarropa de Suzanne.

—Ahora sí.

—Perdona mi franqueza, pero estás vestida a la última, irradiando elegancia y sofisticación, pero, sin embargo, me da la sensación de que no tienes mucho más dinero que yo.

Taylor suspiró y se encogió de hombros.

—¿Qué me ha delatado? ¿El que no quisiera gastar dinero en los árboles?

—Digamos que la desesperación reconoce a la desesperación.

—¿Sabes una cosa? —preguntó Taylor mientras se echaba a reír—. Me gustas. Muy bien. Aquí está la humillante verdad. Crecí en una familia acomodada, estudié en los mejores colegios y fui a la universidad Brown, cortesía de la cuenta bancaria que mi abuelo tenía en Suiza. Después de terminar mis estudios, me dediqué a viajar por toda Europa solo para divertirme.

—¿También por cortesía de la cuenta suiza del abuelo? —sugirió Suzanne. Cuando Taylor asintió, sacudió la cabeza—. Todavía no me das pena.

—Lo sé, pero ya verás ahora. Admito que me mimaron mucho. No he trabajado ni un solo día de mi vida ni me preocupé por el dinero. Entonces el abuelo, al que yo solo veía de vez en cuando él sentía la necesidad de ver los resultados de su dinero, se murió.

—¡Qué poca consideración! —murmuró Suzanne.

—Pero me dejó este edificio.

—Es una finca de primera clase. Seguro que vale una fortuna.

—Sí, si se tiene una fortuna para gastar en él —replicó Taylor—. Mi abuelo no me dejó nada de dinero, ni un centavo. Yo nunca tuve que ahorrar dinero y no tengo trabajo, así que estoy sin blanca.

—A excepción de este edificio.

—A excepción de este edificio —repitió Taylor—. Evidentemente, necesito inquilinos, dado que me he dado cuenta de que me gusta comer todos los días. Supongo que podré conseguir dinero de los alquileres, y si todo empieza a salir como yo espero, prometo arreglar el lugar. Si quieres ayudar, te dejaré un alquiler muy bajo. Bueno… ¿sigues queriendo el apartamento?

—¿Por qué no te limitaste a vender esta finca y embolsarte una buena cantidad?

—¿Y renunciar a mi primer desafío? Ni hablar.

Suzanne sonrió. Era la primera vez que lo hacía desde que encontró sus cosas amontonadas en la calle y las cerraduras cambiadas.

—¿Sabes una cosa? Creo que tú también me gustas.

—Genial —dijo Taylor, sonriendo también—. Bueno, aquí tienes los impresos. Soltera, ¿verdad?

—Sí. Soltera para siempre, desde este mismo momento.

—Ah. Algo más que tenemos en común.

—Yo lo digo en serio. Estoy… Estoy maldita para las relaciones sentimentales.

Taylor se echó a reír, pero cuando vio que Suzanne no lo hacía, la sonrisa se le heló en el rostro.

—No estás bromeando, ¿verdad?

—En esto no. Créeme. Sea cual sea la tentación, resistiré.

—Estoy contigo. Sea cual sea la tentación —afirmó Taylor, igual de solemnemente—. Aunque la tentación venga en la forma de un magnífico hombre de los árboles, con un trasero que hace que se me doblen las rodillas.

—Incluso en ese caso —suspiró Suzanne. Entonces, firmó los papeles.

—Por nosotras —dijo la hermosa rubia, levantando una copa imaginaria—. Por un próspero futuro en solitario. Sin hombres. En cuanto me lo pueda permitir, compraré una botella de champán de verdad para que podamos brindar en serio.

—Por nosotras —afirmó Suzanne, con una sonrisa—. Buena suerte, Taylor.

—Buena suerte también para ti, Suzanne.

Suzanne levantó su copa imaginaria y los ojos para mirar al techo, imaginándose el apartamento que había en el piso de arriba.

¿Suerte? Efectivamente iba a necesitarla.