Marcos quiere vivir del arte - Emanuel López - E-Book

Marcos quiere vivir del arte E-Book

Emanuel López

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Beschreibung

Marcos había terminado su formación como cineasta a sus veinte años. Al no poder dedicarse a ello, se alejó de ese rubro. Veinte años después se encontró con la noticia de que un excompañero suyo, quien había hecho una notable carrera en el arte, falleció. A partir de entonces, Marcos se replantea muchas de las decisiones tomadas en los últimos veinte años y decide retomar contacto con aquella época olvidada.

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Seitenzahl: 135

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Emanuel López

Marcos quiere vivir del arte

LLópez, Emanuel Marcos quiere vivir del arte / Emanuel López. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3010-3

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

ÍNDICE

A mis 20. Garaje. Día.

A mis 20. Auditorio. Noche.

A mis 20. Casa de mis padres. Mediodía.

A mis 40. Mi casa. Día. Madrugada.

A mis 40. Calle. Día.

A mis 40. Mi trabajo. Día.

A mis 20. Casa de mis padres. Día. Atardecer.

A mis 20. Mi mente. Una pesadilla. Una larga noche.

A mis 20. Plaza. Día.

A mis 40. Casa de Melody. Noche.

A mis 40. Mi casa. Día. Madrugada.

A mis 21. Oficina de RR. HH. de la empresa donde actualmente trabajo. Día.

A mis 40. Restaurante de Recoleta. Noche.

A mis 21. Casa de mis padres. Noche.

A mis 21. Mi mente, una pesadilla. Una larga noche.

A mis 21. Casa de mis padres. Día. Madrugada.

A mis 40. Mi casa. Día. Madrugada.

A mis 21. Mi cubículo. Día.

A mis 40. Mi trabajo, la entrada de la calle. Día.

A mis 22. Mi mente, una pesadilla. Una larga noche.

A mis 40. Casa de mis padres. Noche.

A mis 40. Regresando a casa. Noche.

A mis 40. Mi cabeza, una pesadilla. Una larga noche.

A mis 40. Mi oficina. Día.

A mis 40. Centro Cultural Sombra. Día. Tarde.

A mis 40. Mi casa. Día. Madrugada.

A mis 41. Mi casa. Noche.

A mis 41. Oficina de Ángeles. Día.

A mis 40. Mi oficina. Día.

A mis 41. Casa de Ernestina. Día.

A mis 41. Bar. Noche.

A mis 41. Casa de Melody. Noche.

A mis 41. Mi casa. Día.

A mis 41. Centro Cultural Sombra. Día. Anochece.

A mis 41. Casa de Melody. Noche.

A mis 41. Inauguración del Centro Cultural Sombra. Día.

A mis 41. Centro Cultural Sombra. Escenario. Día.

A mis 41. Mi casa. Noche.

A mis 41. Calle. Día.

“Marcos quiere vivir del arte”

De

Emanuel López

Otros nombres que se tuvieron en cuenta fueron:

· Marcos sólo quiere vivir del arte.

· Marquitos quiere vivir del arte.

· Marcos quiere ser artista.

· Marquitos quiere ser artista.

· Marquitos.

Este libro es una novelización de un guion de largometraje hecho entre Matías Ariel Bavastro y yo. Él creó al Marcos joven, quien fue resignando sus sueños lentamente, mientras que yo hice al Marcos adulto, quien los fue recuperando luego de un fuerte evento que sacudió su pequeño mundo.

Tanto Matías como yo somos guionistas egresados de un instituto de cine, pero nunca nos dedicamos a eso, como le pasó a Marcos.

Esta historia fue concebida, originalmente, como una manera de decirle adiós a ese mundo. Pero tuvo otro efecto en mi caso, pues me inspiró a volver a escribir.

Hoy en día sigo escribiendo, no importa si no vivo de eso, yo amo escribir y quiero seguir haciéndolo toda la vida. Espero ver a Matías escribiendo nuevamente algún día, tiene mucho talento.

A mis 20. Garaje. Día.

Estaba con dos personas, unos actores amateurs del teatro independiente. Habían aceptado ayudarme a filmar el cortometraje que mostraría en un concurso del instituto de cine para competir por el premio a la mejor cinta. El premio era sólo una estatuilla con forma de un dragón mal formado. Estos actores eran bastante exagerados, no me gustaba. Pero habían aceptado venir si les pagaba el viaje del colectivo, el maquillaje y ropa lo llevaban ellos. Espero que les haya ido bien, nunca más supe de ellos.

El cortometraje era simple: un hombre quería dedicarse a algo que no explicité qué era, pero no era algo de mucha salida laboral, entonces se pone a estudiar algo tradicional, estoy 99 % seguro de que era Administración de empresas. O sea, el personaje se resignó, entonces su depresión se manifestó como un fantasma. Algo así como uno de los que aparecen en “Canción de Navidad”. El fantasma se burlaba de él y le juraba atormentarlo toda la vida.

Bastante tonto, y una clara muestra de autodesprecio de un problema que me negaba a afrontar de manera directa. Hoy rememoro esto a la perfección y me avergüenzo inmensamente.

El actor es un chico flaco y alto, algo difícil de vestir, ya que su altura implicaría una contextura más atlética, y él era prácticamente una escoba parada al revés, ya que su pelo era un desastre.

La actriz era quien hacía de fantasma. Se había puesto un vestido blanco, manchado con carbón y kétchup. Tenía los pelos como en las caricaturas, cuando el personaje se electrocuta; así de puntiagudo.

Puse una cámara a unos dos metros de ambos, a lo largo del garaje, en medio de ellos. Les dije qué hacer y actuaron acorde a mis vagas instrucciones y un guion bastante escueto.

—Así que… ahora te arrastras. —Se burló el fantasma.

—Ya no sé qué hacer. –Dijo, resignado el hombre.

—Lo que harás es callarte, sentarte todos los días en el mismo asiento, para realizar por años y años el mismo trabajo. Cada vez que tu pequeña empresa recorte personal tendrás el miedo de que te recorten a vos, porque seguro no vas a encontrar otra cosa. Tu única compañía va a ser la ansiedad y la depresión, y se comerán tus vínculos familiares, amistosos y amorosos. No sabrás para qué viniste al mundo, no hallarás tu lugar.

—¡Pero es que yo no pedí nacer! –Se excusa el hombre.

—¿Y eso qué importa? Estás donde estás ahora ¿no? Eso es todo lo que cuenta, es todo lo que tendrás. Quizás, sólo quizás, tengas respuestas pasados los sesenta, cuando estés jubilado y listo para morir.

—¿Y qué voy a hacer con eso?

—Absolutamente nada. –Sentenció el fantasma.– Así quedó tu vida.

El fantasma rio y rio sin parar. Fundido a negro y fin del cortometraje. Recuerdo que se me hizo un jirón en el estómago. Me había autoconvencido de que era porque mi producto había quedado brillante, pero era mi subconsciente diciendo “Así es como te ves a ti mismo ahora, y así te vas a ver pronto”. Porque el miedo y la inseguridad siempre fueron fuertes en mí, nunca supe manejar los problemas. Aquí es donde toda la basura acumulada y concentrada en una esfera perfecta se encontró a breves metros de la cima para luego llevarme con ella. Una crisis de la mediana edad, pero prematura.

A mis 20. Auditorio. Noche.

Estaban: el director del instituto, parado sobre un escenario, delante de cientos de personas, entre ellos; mis amigos, novia y familiares.

Al lado del director estaban los premios del instituto, enfilados sobre una mesa. Tenían forma de un dragón, decía él. Yo recuerdo haber hecho mejores esculturas cuando tenía seis años y jugaba con plastilina. Había cuatro estatuillas, una dorada, una plateada, una de bronce, y un dragón color caca. Mientras las tres primeras estatuillas representaban los tres puestos de una competencia, el cuarto era el premio al desempeño, a participar, o sea, a ser la menos caca entre toda la caca, el premio de “lo intentaste, es una mierda lo que hiciste, pero lo intentaste mejor que las otras mierdas”. Te hace dudar si sonreír o llorar.

En el escenario estábamos: mi mejor amigo, Ernesto “Sombra” (apodado por su fascinación con el humor negro), dos compañeras de clase con las que nunca interactué, y yo.

Sombra se llevó el premio de oro, por su cortometraje “Happy Powers Inc.”. El de plata se lo llevó una de las chicas, por su obra “Dioses domesticados”. La de bronce se la llevó la otra chica, por “La disociación del Detective Nocturno”.

Por lo tanto, la caca me la comí yo. Mi obra se llamaba “Sueños perdidos”, nombre perfecto para un clip de pop romántico de comienzos del dos mil.

Me quise autoconvencer de que estaba todo bien, de que no importaba que ellos tuvieran lindos reconocimientos y yo sostuviera un enorme excremento de plástico. No porque el premio nos fuera a llevar a algún lado, claro que no, esto era algo hecho para alumnos y sus allegados. Me pasaba que tenía algo así como bichos en el estómago, eran la manifestación de todo lo malo que venía pensando.

A mis 20. Casa de mis padres. Mediodía.

Estábamos: mis amigos del secundario, mi novia y mi familia. Sombra y yo habíamos terminado el terciario en cine y nos disponíamos a celebrarlo en mi casa. Mis amigos, mi novia y yo teníamos nos conocíamos del secundario.

Sombra: Era el artista nato, perfecto en todo lo que hacía. Era capaz de filmar la cosa más absurda que te puedas imaginar y venderla por millones en algún festival europeo. Era medido con el humor negro, sabía cuándo usarlo y cuándo no. Entonces sus cintas parecían una cosa increíble, capaces de romper esquemas y bla, bla, bla. Nunca aprendí tanto sobre enfermedades terminales como con esta persona. Él y yo fuimos al mismo instituto a aprender cine, pero mientras yo sólo hice esa carrera, él entró a cientos de otros cursos de formación, festivales, reuniones y demás. Era una cosa imparable, casi viciosa.

Ernestina: la hermana de Sombra. (Sus padres tenían muy poca imaginación para los nombres). Ella había comenzado a estudiar el profesorado en teatro y le faltaba poco. Desde pequeña supo que quería dedicarse a eso; sus padres la habían llevado a distintas escuelas de actuación y participaba de todos los actos con el rol principal. Cursaba la carrera en un instituto aparte, el de ella era municipal, no le hacía gastar un solo centavo a sus padres, a diferencia de Sombra y yo, que no era poca cosa para nuestros padres.

José y Jimena: era difícil describirlos individualmente en esa época. Estaban tanto tiempo juntos que ya parecía una simbiosis. Eran pareja desde los diecisiete. Ni bien terminaron el secundario, consiguieron un trabajo y se fueron a vivir juntos. A un pequeño departamento a mitad de camino de las casas de ambas familias, para poder recibir el visto bueno. Los dos se habían anotado en psicología en la misma universidad pública. El tiempo se encargó de llevar la relación hacia otro rumbo, como ocurre la mayoría de las veces. Pero en ese año eran una hermosa pareja feliz, y que siempre ponía la casa para los sábados a la noche.

Anabela: también del secundario. Hermosa, buena y comprensiva, pero también muy visionaria, ya había planeado su futuro entero, desde su infancia hasta su vejez. No me parece algo malo, siempre y cuando acepte la frustración de cuando algo no sale según lo planeado. Pero este rasgo fue malo para mí, ya que le hizo proyectar un futuro en el que yo no estaba, sólo que eso lo decidió unos pocos meses después de aquella noche. Ella estudió odontología y actualmente es de las mejores del país. Una vez me hicieron un arreglo muy malo en la muela y pasé meses sufriendo dolor en la boca. Ella lo hubiera hecho a la perfección, pero no acepta obras sociales. Entiendo que las obras sociales y prepagas son entidades del mal para quienes ejercen la medicina, ya que pagan cuando se les canta. Pero nosotros, el proletariado, no podemos costearnos el precio que ella le fijó a sus servicios. Eligió trabajar para los más acaudalados, lo entiendo, es libre de hacerlo, pero qué desperdicio de talento el compartirlo con sólo unos pocos.

Sofía: mi hermana menor. Mi padre quería un varón futbolista, nací yo, quien no sabe ni las reglas del juego y alienta siempre al equipo contrario para fastidiar. Sofía, por otro lado, es del mismo equipo que mi padre (nunca me acuerdo el nombre), se conoce todos los nombres de quienes juegan y dirigen y hasta jugó en el fútbol mixto. Para mi madre es la hermosa hija que siempre quiso tener. No digo que yo no fuera deseado, pero mi madre anhelaba una nena. Estudió abogacía en universidad pública y se convirtió en una profesional muy competente y respetable. Pero, ese día, era demasiado joven.

Gerardo y Mabel: mis padres. Buena gente. Trabajaron desde los dieciséis. Mi padre se recibió de contador para proveer a mi familia. Mi madre siguió el mandato de aquellos años donde la mujer se quedaba a cuidar a los hijos. Celebraban que había terminado la carrera, primero porque les gustaba verme feliz, segundo porque ya no tendrían que pagar la cuota. No los culpo, es lógico. Yo no trabajé en toda la cursada para “enfocarme en mis estudios”. Era una carrera terciaria y la hice en tres años y medio, sin haber trabajado. Cada vez que contaba eso me miraban raro. Un cuatrimestre más no era tanto, pero para esa carrera sí, porque (para ellos) no era una carrera seria. Estudiar cine en Argentina siempre suele ser objeto de que te vean así, como a veces lo hacían mis padres.

Entonces… estábamos todos en la casa de mis padres, ya que la de José y Jimena era pequeña, un monoambiente con olor a mugre. Ellos habían extendido la mesa para recibirnos a todos y la habían llenado de comidas chatarra como panchos, snacks, gaseosas, etcétera.

Tomamos asiento y nos dispusimos a celebrar por mí y por Sombra. José y Jimena, obviamente, se sentaron juntos. Sombra y yo también, pues éramos las estrellas del momento. El resto estaban sentados por ahí, no es relevante.

Luego de algunas risas e ingesta de comidas poco saludables, mi padre, con la mejor de las intenciones, hizo las preguntas que todos pensábamos, pero que nadie quería hacer:

—Bueno, Marcos. –Empezó.– Ahora que terminaste la facu ¿qué vas a estudiar?

—Ahora voy a empezar a trabajar de esto. –Respondí.

—Bueno, ¿pero sabés cómo? –Continuó.– ¿Tenés algún plan B?

A partir de ahí, la charla sólo supo escalar hasta que me indigné y subí a mi habitación, hasta Anabela se fue luego de eso. Sólo quedaron mis padres y mi hermana. Sofía intentó entrar a mi pieza, pero cerré la puerta con llave y la ignoré cuando llamó para que le abra. Mi madre se quedó hablándole a mi padre, dándole un sermón sobre cómo y cuándo decir las cosas, mientras que él se defendía diciendo que no había nada de malo ni antinatural en lo que hizo.

La verdad es que hoy, siendo adulto, veo todo mejor, lo venía viendo bien desde hacía bastante tiempo. Porque es un tema complejo para varios. La charla es muy común:

Uno quiere dedicarse a hacer películas o series.

El mercado laboral en Argentina parece un cuello de botella, donde sólo se puede estar tranquilo si te hacés de contactos influyentes.

La mayoría de las productoras argentinas nacen, hacen dos películas y mueren, al menos así nos lo cuentan.

La mayoría de las producciones que uno encuentra son acerca de romances prohibidos entre personas hegemónicas o acerca de la marginalidad, generalmente, mal representada, de forma inexacta.

El cine promociona a los mismos actores que llevan años y años opacando el negocio, y que parece que lo van a heredar sus descendientes.

Las productoras internacionales con sede en Argentina reciben a pocos afortunados. Mientras que otros se van al exterior y quizás logran acceder a ese puesto soñado.

Quienes estudian y no se dedican a ello son personas resignadas, muy perezosas para intentarlo, o muy miedosas, o escasas de recursos.

Lo cierto es que no todos logran lo que esperaban, entonces buscan un “plan B”, cosa que yo no creí que fuera a existir cuando empecé a estudiar cine, pero que terminé haciendo. Luego de unos años viviendo así, hubo un evento que cambió las cosas.

A mis 40. Mi casa. Día. Madrugada.

Mi alarma es una canción muy melancólica y depresiva. Fue elegida inconscientemente, lo juro. Suena, como todos los días de semana, a las seis y diez de la mañana.

Me levanto de golpe, porque sino no puedo escuchar las alarmas de las seis y media y las siete menos cuarto. Seguiría de largo y llegaría tarde al trabajo.

Es invierno y emerjo desde un montón de sábanas y frazadas. Camino como un zombi hacia el baño, meo, me cepillo los dientes y me lavo la cara.

Regreso al dormitorio, donde ya tengo mi ropa lista. Todas las noches, antes de dormir, separo la ropa que me pondré y la coloco sobre mi escritorio, al lado de mi notebook. Me es más cómodo tenerla en mi habitación, por si quiero mirar “algo” antes de dormir; vida de soltero.

Me pongo la ropa elegida, hoy toca pantalón de corderoy marrón, camisa celeste, medias negras y zapatos marrones hechos mierda (siempre me olvido de comprar cera para lustrarlos).