Mariana - José Echegaray - E-Book

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José Echegaray

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Beschreibung

Daniel y don Pablo luchan por el amor de la joven y rica viuda Mariana, cruel y caprichosa, para lo que piden a don Joaquín y Trinidad que intercedan por elloa. Unos hechos acaecidos en su niñez hacen que Mariana rehuya el compromiso y no se fíe de los hombres.

Esta tragedia romántica, drama en tres actos y un epílogo protagonizado por la actriz María Guerrero, fue estrenada el 5 de diciembre de 1892 en el Teatro de la Comedia, de Madrid.

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Mariana

Drama original, en tres actos y un epílogo

 

 

por

 

José Echegaray

 

 

 

 

Edición basada en la siguiente edición:

Imprenta de R. Velasco, Madrid, 1906, 9ª edición

 

 

Fotografía de portada: María Guerrero.

 

De esta edición: Licencia CC BY-NC-SA 4.0 2021 Xingú

https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/deed.es_ES

Índice

DEDICATORIA

PERSONAJES

— I — ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

ESCENA II

ESCENA III

ESCENA IV

ESCENA V

ESCENA VI

ESCENA VII

ESCENA VIII

 ESCENA IX

ESCENA X

ESCENA XI

ESCENA XII

— II — ACTO SEGUNDO

ESCENA PRIMERA

ESCENA II

ESCENA III

ESCENA IV

ESCENA V

ESCENA VI

ESCENA VII

ESCENA VIII

— III — ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA

ESCENA II

ESCENA III

ESCENA IV

ESCENA V

— IV — EPÍLOGO

ESCENA PRIMERA

ESCENA II

ESCENA III

ESCENA IV

ESCENA V

ESCENA VI

ESCENA VII

ESCENA VIII

ESCENA IX

ESCENA X

DEDICATORIA

Dedico esta obra a la Compañía del Teatro de la Comedia, dirigida por el eminente actor D. Emilio Mario, y de este modo cumplo un deber ineludible de gratitud y de justicia.

Un gran autor dramático, gloria de la escena y autoridad inapelable, decía textualmente la noche del estreno: «Entre las seis u ocho obras dramáticas que he visto representar, desde que tengo uso de razón, de una manera perfecta, esta es una de ellas».

Y le decía a la Srta. Guerrero1, en su estilo a la vez entusiasta y regañón: «No se engría usted; pero hace usted el papel de Mariana de tal modo, que es la perfección misma».

Yo, ¿qué he de agregar? Sí: en ese papel de Mariana, tan difícil, tan complejo, tan peligroso; en ese papel que todo lo comprende, desde la coquetería insustancial de los salones, desde el sentimiento profundo y doloroso, hasta los últimos gritos de la pasión y los arranques de la tragedia; en ese papel que es para la actriz como un examen de cuanto el arte escénico abarca, la Srta. Guerrero ha realizado un prodigio de arte, una maravillosa perfección: ni una frase, ni un acento, ni un grito, ni un suspiro, son otra cosa que lo que deben ser: todo está comprendido con admirable talento y todo está expresado y sublimado con poética y altísima inspiración.

¿Qué me queda que decir? Lo que dice Mariana al final del primer acto: ¡En avant! ¡le drapeau est engagé!

 

José Echegaray

1 María Guerrero (1867-1928): actriz y empresaria teatral española.

PERSONAJES

MARIANA, 24 años.

CLARA, esposa de don Cástulo de 30 ídem.

TRINIDAD, viuda, hermana de don Pablo, 35 ídem.

DANIEL MONTOYA, enamorado de Mariana, 30 ídem.

DON PABLO, general, 48 ídem.

DON JOAQUÍN, protector antiguo de Mariana, de 65 a 70 ídem: carácter noble.

DON CÁSTULO, arqueólogo y anticuario, 56 ídem: acercándose a la caricatura sin llegar.

LUCIANO, enamorado de Clara, 22 ídem.

CRIADOS.

FELIPE, criado gallego.

CLAUDIA, criada andaluza.

 

Escena contemporánea: en Madrid.

— I — ACTO PRIMERO

La escena representa un salón de paso adornado con elegancia. Puertas laterales y en el fondo. Es de noche: iluminación espléndida: «pequeña recepción».

 

 

ESCENA PRIMERA

 

CLARA; después TRINIDAD. Clara, sentada. Trinidad entra al empezar el acto.

 

Trinidad.(Entrando). Vengo a buscar tu compañía, Clarita.

 

Clara. ¿Te cansaste de oír música?

 

Trinidad. (Sentándose al lado de Clara). La música no me gusta más que en el teatro Real. Allí me cuesta muy cara, luego debe ser muy buena. Solo vale lo que cuesta.

 

Clara. Es verdad: por eso los hombres quieren tanto más a una mujer cuantos más sacrificios hacen por ella.

 

Trinidad. Por eso Daniel quiere tanto a la encantadora Mariana.

 

Clara. Y por eso quiere tanto a la divina Mariana tu hermano don Pablo, nuestro heroico general.

 

Trinidad. Qué sé yo.

 

Clara. No lo niegues.

 

Trinidad. No, hija; si no lo niego. Aunque me parece que mi heroico hermano se ha empeñado en un guerra en que han de ser más las derrotas que las victorias.

 

Clara. Con una victoria, la de la boda, le basta; y después, dado el carácter de Mariana, no son de temer los desastres. Además, don Pablo, como buen militar, tomaría de ellos venganza sangrienta.

 

Trinidad. La boda es muy dudosa.

 

Clara. ¿Por qué? El buen sentido lo aconseja. Mariana es una viuda que casi no es viuda y que es casi niña: hermosa como un sol: rica con riqueza incalculable, porque media América es suya: una reputación sin mancha: una virtud marmórea.

 

Trinidad. Quizá por eso es tan virtuosa, porque es tan marmórea. La Venus de Milo resistiría todos los asaltos amorosos de todos los tenores de frac o de trusa, sin que un mal pensamiento cruzase por su monísima cabeza, ni una sola sacudida agitase su corazón de piedra.

 

Clara. Pero, en fin, ella es virtuosa. Y en cuanto a tu hermano… ¡ah! tu hermano es un militar de altos hechos y limpia fama: leal, enérgico, simpático: con sus cuarenta y ocho años vale más que muchos de treinta: y en política llegará muy arriba.

 

Trinidad. Quedamos en que Pablo es heroico y simpático, y en que Mariana es rica, hermosísima y virtuosa.

 

Clara. Justamente.

 

Trinidad. Pues mira: nuestra querida Mariana será muy virtuosa; pero ella coquetea horriblemente con Daniel.

 

Clara.(Riendo). ¿A eso le llamas coqueteo? Di que le abrasa el fuego lento, que le atormenta sin piedad, que juega con él como el gato con el ratoncillo: le acaricia, le clava las uñas: le suelta, salta sobre él: le hace monadas y le ensangrienta. No es coqueteo; más bien parece odio, crueldad. El pobre Daniel, si no huye, o se vuelve loco o se pega un tiro.

 

Trinidad. Esos son desenlaces melodramáticos. Se desengañará y se casará con otra… o se casará con Mariana.

 

Clara. Pero si te digo que le odia. ¿Si la conoceré yo? Cuando le mira, pone los ojos como cuando reñía con una chica en el colegio y se lanzaba sobre ella para morderla y arañarla. Créeme: si los usos sociales lo consintiesen, mordería y arañaría a Daniel.

 

Trinidad. ¡Ay, Clarita, qué peligroso es eso!

 

Clara. Para Daniel.

 

Trinidad. No, hija; para Mariana. Oye, te lo diré en confianza: lo primero que sentí por mi pobrecito Paco, que en paz descanse, fueron deseos invencibles de morderle las manos: como las tenía tan blancas y tan bien cuidadas. ¿Sabes tú? (Se limpia los ojos).

 

Clara.(Riendo). Es extraño lo que dices. Yo, antes de casarme, nunca sentí deseos de morder a mi querido Cástulo. Después de casados... muchas veces.

 

Trinidad. Pero si Mariana odia a Daniel, como dices, ¿por qué le recibe en su casa? ¿por qué le llama y le atrae?

 

Clara. No sé. Será porque se goza en atormentarle. Mariana es muy buena, pero es algo... ¿cómo diré yo?… algo cruel.

 

Trinidad. Cierto. Mariana es muy buena; pero allá en el fondo… en el fondo. Dios sabe lo que es Mariana. (Con misterio).

 

Clara. ¿Sabes lo que es? Egoísta.

 

Trinidad. Muy fría, ya lo sé.

 

Clara. No: seca de corazón.

 

Trinidad. No quiere a nadie.

 

Clara. Es que no siente: vamos, que no siente.

 

Trinidad. Y que no cree en nadie ni en nada.

 

Clara. Pero a pesar de todo, es muy buena. (Entra don Joaquín).

 

Trinidad. Eso sí; y yo la quiero mucho.

 

Clara. ¡Y es monísima!

 

Trinidad. Monísima!

 

Clara. Don Joaquín.

 

 

ESCENA II

 

CLARA, TRINIDAD y DON JOAQUÍN.

 

Joaquín. Ya están ustedes hablando bien de alguna amiga.

 

Trinidad. Es verdad.

 

Joaquín. ¿Lo acerté? Si eso se conoce en la cara… Tenían ustedes la cara de los grandes panegíricos, como diría don Cástulo.

 

Clara. Eso es: hablábamos…

 

Joaquín. ¿De la dueña de la casa?

 

Trinidad. Justo: de Mariana.

 

Joaquín. Y les faltaba a ustedes mucho para…

 

Clara. ¿Para qué?

 

Joaquín. ¿Para acabar de… divinizarla?…(De descuartizarla).

 

Clara. Muy poco.

 

Joaquín. Pues les ayudaré yo. Acabemos de divinizar a Mariana.

 

Trinidad. Usted la quiere mucho.

 

Clara. Siempre la quiso usted mucho.

 

Trinidad. Ha sido usted casi un padre.

 

Joaquín. No tanto. Pero en fin, me intereso de veras por ella. Y a mi edad, puede interesarse un hombre como yo por una joven como Mariana, sin temor a que nos divinicen ustedes. Digo, me parece… aunque no estoy muy seguro.

 

Clara. No, señor; no lo está usted. (Riendo).

 

Trinidad. No, señor; todavía es usted peligroso... (Riendo).

 

Clara. Peligroso a ratos. (Riendo más).

 

Joaquín. ¿Qué me cuentan ustedes? ¡Ustedes me enaltecen! Voy a pedir permiso a don Pablo para hacerle a usted la corte, Trinidad. Voy a pedir licencia a don Cástulo, nuestro primer arqueólogo, para explicarle a usted, Clarita, un curso práctico de Arqueología.

 

Clara. Déjese usted de floreos, y volvamos a Mariana.

 

Joaquín. ¿Pues no habíamos acabado con ella?

 

Clara. No, señor: aún quedaba mucho por decir de la encantadora viudita.

 

Trinidad. ¡Viudita! Pero si casi no lo es. Se casa, o la casa su padre, por poderes, con un americano inmensamente rico: la remite en el primer vapor: desembarca la divina desposada y se encuentra a su esposo de cuerpo presente. Diga en conciencia: ¿es esto ser viuda? (A don Joaquín).

 

Joaquín. Bueno, pues la llamaremos viuda por poderes. ¿Usted no lo es de ese modo, Trinidad?

 

Trinidad. No, señor. ¡Pobre Paco!

 

Joaquín. ¿Ni usted es tampoco viuda en esa forma, Clarita?

 

Clara. Ni en ninguna. ¿No se acuerda usted de Cástulo?

 

Joaquín. ¡Es verdad!, ¡qué cabeza!... ¡Cástulo! ¡El gran sacerdote de la Arqueología!… Toma, pues ya acude a la evocación.

 

Clara. Y viene con Luciano; ¡pobre chico!

 

Joaquín. ¡Cómo dirige el pobre chico hacia usted miradas suplicantes para que le salve usted, Clarita!

 

Clara. Déjenle ustedes, que le está iniciando Cástulo en misterios arqueológicos.

 

Joaquín. Échele usted un cabo de salvamento.(A Clara).

 

Clara. ¡Eso es!, y Cástulo se viene detrás. (Los tres hablan en voz baja y ríen).

 

 

ESCENA III

 

CLARA, TRINIDAD y DON JOAQUÍN forman un grupo a la izquierda del espectador. DON CÁSTULO y LUCIANO vienen de los salones lentamente y se colocan en la izquierda. Don Cástulo explica con interés. Luciano escucha por cortesía, piro no cesa de dirigir miradas a Clara.

 

Cástulo. Desengáñese usted, Luciano: no hay nada más curioso, más instructivo y, casi me atreveré a decir, más profundo, que la historia de ese utensilio al parecer tan prosaico. ¡Oh!, la historia del peine, desde los tiempos más remotos, desde la caverna del oso prehistórico, y de la hiena prehistórica y del elefante melenudo, hasta nuestros días, ¡es la historia de la humanidad! ¿Lo duda usted?

 

Luciano. No lo dudo, don Cástulo. Pero allí veo a su señora de usted.

 

Cástulo.(Deteniéndole). No me crea usted bajo mi palabra. Los arqueólogos somos vanidosos; ¡pero tengo una colección de peines!.. ¡Ah!

 

Luciano. Me parece que me llama Clarita.

 

Cástulo.(Asomándose un poco). No, no le llama a usted. Usted la verá mañana y pasará usted un buen rato con ella.

 

Luciano. ¿Yo? ¿Con quién?

 

Cástulo. Sí, usted: ¡con esa colección sin rival!

 

Luciano. Ya. ¿La de los peines?

 

Cástulo. Cien mil francos me daba el Museo Británico.

 

Luciano. ¿Y no la vendió usted?

 

DEDICATORIA

PERSONAJES

— I — ACTO PRIMERO

— II — ACTO SEGUNDO

— III — ACTO TERCERO

— IV — EPÍLOGO

Hitos

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