A fuerza de arrastrarse - José Echegaray - E-Book

A fuerza de arrastrarse E-Book

José Echegaray

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Beschreibung

Publicada en 1905, "A fuerza de arrastrarse" de José Echegaray es una farsa cómica en prosa en un prólogo y tres actos.
"A fuerza de arrastrarse", cuyo título ha ve­nido a convertirse en una frase hecha en España, viene a ser la sátira dramática de los que quieren encumbrarse a base de bajezas o claudicaciones, un tema tan actual. Aquí, censura lo egoísta e hipócrita de una sociedad que aún, en parte, padecemos.

Eche­garay, muy prolijo y desigual, mezcló las exageraciones del romanticismo más desor­bitado, con los problemas del positivismo de esta época. Se funden en él lo estrafalario y lo genial, en un momento en que el pú­blico, tras las restricciones pacatas que lo antecedieron necesitaba una sacudida de nervios, un morbo ibseniano y finisecular, lleno de rebeldía social y de un soplo, en cierto modo, calderoniano.
José Echegaray fue un polifacético personaje de la España de finales del siglo XIX. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, por la Escuela de Madrid, matemático, dramaturgo, político... con excelentes resultados en todas las áreas en las que se involucró. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1904.

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Tabla de contenidos

A FUERZA DE ARRASTRARSE

Reparto

PRÓLOGO

Escena primera

Escena segunda

Escena tercera

Escena cuarta

Escena quinta

ACTO PRIMERO

Escena primera

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Escena VI

Escena VII

Escena VIII

Escena IX

Escena X

Escena XI

Escena XII

ACTO SEGUNDO

Escena primera

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Escena VI

Escena VII

Escena VIII

Escena IX

Escena X

Escena XI

Escena XII

Escena XIII

Escena XIV

Escena XV

ACTO TERCERO

Escena primera

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Escena VI

Escena VII

Escena VIII

Escena IX

Escena X

Escena XI

Escena XII

Escena XIII

Escena XIV

Escena XV

Escena XVI

Escena XVII

Escena XVIII

Escena XIX

A FUERZA DE ARRASTRARSE

José Echegaray

Reparto

PERSONAJES — Actores

BLANCA — Sra. Guerrero. JOSEFINA — Srta. Suárez. PLÁCIDO — Sr. Díaz de Mendoza (F.) MARQUÉS DE RETAMOSA DEL VALLE — Palanca. CLAUDIO — Santiago. DON ROMUALDO — Cirera. DON ANSELMO — Carsí. JAVIER — Guerrero. BASILIO — Díaz de Mendoza (M.) TOMÁS — Mesejo. PADRINO 1º — Medrano. IDEM 2º — Soriano Viosca. TÍO LESMES — Urquijo. DEMETRIO — Juste. CRIADO 1º — Gil IDEM 2º — Ariño

PRÓLOGO

La escena representa la sala baja de una casa muy pobre, en una aldea. Puerta en el centro que da al campo. A un lado, una verja con algún tiesto de flores. Se ven el cielo y árboles. Un sofá, un sillón, algunas sillas, etc., todo pobrísimo, viejo y desvencijado. Una mesa de pino; sobre ella, una palmatoria con un cabo de vela sin encender. Es la caída de la tarde.

Escena primera

PLÁCIDO, en la puerta, mirando hacia fuera.

PLÁCIDO.—Sí, la puesta del sol es muy hermosa, ¡admirable! ¡La Naturaleza ama el lujo..., ¡como yo! Pero ella es rica, puede derrochar tesoros. ¡Yo soy pobre, mis tesoros son éstos! ( Viniendo al interior.) Paredes enyesadas y sucias. Muebles que se deshacen en polilla. Una mesa que vino en línea recta de aquel pinar. Y para alumbrarnos esta noche, un cabo de vela: hay que economizarlo; que si no, nos quedamos a oscuras. ¡Oh sol, párate y sigue alumbrando, que me quedo sin palmatoria! ( Ríe con risa forzada. Va a sentarse, el mueble cruje y él se levanta.) ¡No puedo sentarme, que me quedo sin muebles! ¡Oh! Pero, en cambio, mi reja es un jardín. Lo cuida Blanca. ¡Qué linda es, y qué buena! ¿Y para qué le sirve la bondad? Para traerme esas flores, que siempre están asomadas a la ventana como queriendo volverse al campo. ¿Y para qué le sirve su hermosura, envuelta en miserables trapos de campesina pobre? En Madrid, ya sería otra cosa. ¡Madrid! ¡Oh! Si yo fuera muy rico, me la llevaría a Madrid..., sí, Blanca conmigo..., y después la pasearía en triunfo por Europa. Pero ahora, lindamente ataviada, está para pasearla en triunfo. ¡A la vaquería o al corral! ¡Cuando más, a la era! ¡Aunque se rompa! ( Dejándose caer en el sofá.) Estoy cansado. Cansado porque no lucho; pero no lucharé. Yo he de subir: no sé cómo, como pueda... ¡Arriba, como pueda! Bien a bien, o mal a mal. Hola, ¿quién es?

Escena segunda

PLÁCIDO y el Tío LESMES.

LESMES.—Soy yo, a la gracia de Dios.

PLÁCIDO.—¡Ah! El tío Lesmes. Buenas tardes.

LESMES.—Buenas han sido, que el camino no se me ha hecho largo. En su carro me tomó el tío Roque; tiene muy buenas entrañas y muy buenas mulas.

PLÁCIDO.—¿Estuviste en el pueblo?

LESMES.—Pues estuve, que por eso he vuelto.

PLÁCIDO.—¿Y diste mi carta a don Rufino?

LESMES.—Se la di, que por eso vengo. Digo, a traerle a su merced la contestación.

PLÁCIDO.—Pues venga.

LESMES.—Si no la traigo.

PLÁCIDO.—¿Pues no has dicho que la traías?

LESMES.—La traigo y no la traigo.

PLÁCIDO.—Explícate.

LESMES.—Así por escrito, no la traigo; que a don Rufino no le gusta escribir..., porque dice: «que lo escrito... son compromisos».

PLÁCIDO.—Bueno, ¿y qué te dijo?

LESMES.—Que vaya usted y que verá si le gusta... eso..., lo que va usted a llevarle; y que si le gusta y usted se conforma con el poco dinero que tiene, que lo comprará, como le ha comprado a usted otras cosas. «Que voluntad no le falta.» No le crea; lo que más le falta es voluntad. Es un tío usurero. ¡Es un tío marrajo!

PLÁCIDO.—Bueno; gracias Lesmes. ¿Y cuándo he de ir?

LESMES.—Pues verá usted. Tiene usted que salir ahora, al anochecer, y llegará usted a las doce. Estas noches de verano da gusto caminar.

PLÁCIDO.—¿Y por qué no mañana?

LESMES.—Porque don Rufino así lo dispuso.

PLÁCIDO.—¿Y por qué lo dispuso así?

LESMES.—Ya. A la cuenta porque tiene que irse temprano de viaje y no volverá en quince días.

PLÁCIDO.—Está bien. Te repito las gracias.

LESMES.—Pues con Dios. ( Se va y vuelve.) ¡Ah!..., tengo que darle una buena noticia. Que se casa mi chico.

PLÁCIDO.—¿Se casa? ¿Y con quién?

LESMES.—Con Pacorra.

PLÁCIDO.—¡Guapa moza!

LESMES.—Como guapa, sí que es guapa. Unas carnes y una color... ¡Ni Tomasa, la carnicera, tiene la color más encendida! Así es que mi chico está todo él encendido.

PLÁCIDO.—¿Y cuándo es la boda?

LESMES.—Eso va para largo. Mi muchacho va ahora a servir al rey, y tiene que volver, y tiene que morirse su tía, que ha prometido darle unas tierras así que se muera... ella, su tía. ¿Estamos?

PLÁCIDO.—Mucho tienes que esperar.

LESMES.—Aquí tenemos calma y esperamos a que Dios quiera. Pero siempre quiere. Esperamos la lluvia, y al fin llueve, si por nuestros pecados no hay sequía. Y esperamos la espiga, y al fin sale más dorada que el sol. Y a luego esperamos la siega. ¡Qué remedio! La vida se ha hecho para esperar, que todo llega. Como llegarán mis nietos, y ya verá usted qué guapos. Conque, con Dios, don Plácido; queda usted convidado para la boda y para el bautizo. ( Se va y vuelve.) Cásese, don Plácido, cásese, y que no haya sequía... Quede con Dios..., y mantenerse firme, que está usted un poco esmirriado... ¡Ea, hasta la vuelta..., con Dios..., con Dios!

Escena tercera

PLÁCIDO; después, CLAUDIO y JAVIER, hermano de BLANCA.

PLÁCIDO.—Ese bestia es feliz: se contenta con lo que tiene a su alcance. Es feliz Blanca con traerme unas cuantas flores, que yo luego tiro al suelo cuando ella se va. Esas flores son felices conque les llegue un rayo de sol. ( Dando un puñetazo en la mesa.) Y hasta creo que es feliz esta mesa estúpida, que, afirmando sus cuatro patas, se queda donde la ponen, sin desear ir a otra parte. ¡Yo, no; yo me ahogo aquí; yo quiero ir a otra parte, donde se brille, donde se luche, donde se goce!

CLAUDIO.—¿Estabas declamando? ¿Piensas hacerte actor?

PLÁCIDO.—Pienso hacerme diablo; ¡que los diablos me lleven!

JAVIER.—A eso venimos.

PLÁCIDO.—¿Y adónde me lleváis?

JAVIER.—Si somos diablos, ¿adónde te hemos de llevar? Al infierno.

CLAUDIO.—A Madrid, quiere decir éste.

PLÁCIDO.—¿Con bromitas venís?

JAVIER.—YO no bromeo. Yo voy a Madrid. Conque a ver si os animáis. A Madrid; y me llevo a mi hermana Blanca, que es toda mi familia.

PLÁCIDO.—¿Pero cómo es eso?

JAVIER.—Me tienes envidia, una envidia rabiosa, te lo conozco en el tono.

PLÁCIDO.—Sí; rabiosa.

JAVIER.—Como ése.

CLAUDIO.—Como yo: rabiosa.

JAVIER.—Pues verás. Pero sentémonos.

PLÁCIDO.—Sentémonos, pero con tino.

JAVIER.—Tú sabes que mis padres, sin ser ricos, estaban bien acomodados y hacían buen papel en Madrid.

CLAUDIO.—Como mi familia.

PLÁCIDO.—Como la mía. Ni estado llano, ni estado noble; vanidad y poco dinero. Para gastar, marqueses; para ganar, ni obreros. Querer tocar las nubes y no tener torres a que subir. Llevar plomos en los pies y alas en el deseo. ¡Aleteo plomizo!

CLAUDIO.—Aleteo plomizo. Así somos los tres.

JAVIER.—¡Cuántas veces hemos hablado de esto mismo desde que nos conocimos en la Universidad!

CLAUDIO.—Tres carreras empezadas...

PLÁCIDO.—Y ninguna concluída.

JAVIER.—Tres naufragios y los tres de cabeza a Retamosa del Valle.

PLÁCIDO.—Adelante.

JAVIER.—Las tentaciones de mi familia eran grandes, porque la mayor parte de sus amigos eran personas de gran posición. La madrina de Blanca eran una gran señora: doña Mercedes, la hermana del marqués de Retamosa del Valle.

PLÁCIDO.—¡Gran personaje! Hombre político de primera, senador, marqués y una fortuna colosal: todo lo que alcanza la vista es suyo.

CLAUDIO.—¡Si no fuera más que eso! Dicen que tiene más de veinte millones de pesetas.

JAVIER.—¡Más, mucho más! Pues con esa gente alternábamos. Mi padre quiso hacer gran fortuna en poco tiempo; jugó a la Bolsa, se arruinó y se murió de pena. Y mi pobre madre, de pena se murió también. Tuve que abandonar la carrera, y aquí me vine con Blanca a un casucho casi tan lujoso como éste.

PLÁCIDO.—Esa es la historia antigua. Ya la conocíamos, y se parece mucho a la nuestra. Pero dijiste que ibas a Madrid. ¿Es que ha cambiado tu fortuna? ¿Te ha caído la lotería?

JAVIER.—Nada de eso. Es que me propuse salir de este villorrio: la voluntad puede mucho.

PLÁCIDO.—A ver cómo pudo.

JAVIER.—Ya os he dicho que doña Mercedes fue la madrina de Blanca. Blanca y la hija del marqués eran niñas, se encontraban en casa de doña Mercedes y eran amiguitas.

PLÁCIDO.—¡Sí, Josefina, la hija única, la heredera millonaria! Pero dicen que es fea, casi contrahecha, la columna vertebral desviada, el alma torcida, egoísta, voluntariosa, mal educada, antipática...; y ella, un mal engendro, rica..., y Blanca, un ángel y un sol, ¡pobre!... ¡Así es el mundo!... ¡A él sí que se le torció el espinazo!... ¡Hay que enderezarlo o romperlo!

CLAUDIO.—Pero ¿cómo? Eso es lo que tienes que decir, que lamentarse se lamenta cualquiera.

PLÁCIDO.—( A JAVIER.) Sigue..., Sigue.

JAVIER.—Pues aprovechando esas antiguas relaciones, que los marqueses habrán olvidado de seguro, pero que yo no olvido, le escribí al marqués pidiéndole protección.

CLAUDIO.—Ya.

JAVIER.—Y no me hizo caso.

CLAUDIO.—Claro.

JAVIER.—Y le volví a escribir una carta que partía los corazones. ¿Qué digo los corazones? ¿Habéis visto que está partido el poste kilométrico de la salida del pueblo? Pues fue que sobre él dejé la carta un momento mientras encendía un cigarro. ( Riendo.)

CLAUDIO.—( Riendo.) Buena carta.

PLÁCIDO.—¡Buena, buena! ¿Y el marqués de Retamosa del Valle?

JAVIER.—Nada.

PLÁCIDO.—Más duro que el marmolillo.

JAVIER.—¡Le escribí hasta cinco cartas! Y como si se las hubiera escrito al emperador de la China. Al fin conseguí que Blanca le escribiera a Josefina. Me costó trabajo, mucho trabajo, porque Blanca es orgullosa; pero la convencí de que iba a tirarme al río si no me sacaban de Retamosa..., y escribió ¡como ella sabe!

PLÁCIDO.—Sí sabe, sí.

JAVIER.—Esta vez, triunfo completo. El marqués me da colocación en su periódico, uno de los primeros de la corte: El Faro del Porvenir, y ése es mi faro. La colocación es modesta, pero lo que yo quiero es ir allá. Y Josefina protegerá a Blanca, la llevará alguna vez al teatro, y en coche. ¡En fin, que veo luz!

CLAUDIO.—Yo sigo a oscuras. No tengo la suerte que tú. Ni tengo hermana bonita, ni madrina rica, ni protector marmolillo.

JAVIER.—Calla, hombre, que cuando yo sea algo ya te daré la mano.

CLAUDIO.—( Por PLÁCIDO.) ¿Y a ése?

JAVIER.—También. Os protegeré a todos.