Marx y su concepto del hombre - Erich Fromm - E-Book

Marx y su concepto del hombre E-Book

Erich Fromm

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Dos aspectos sobresalientes presenta este breviario: la publicación de los manuscritos económico-filosóficos de Marx, y el análisis que Erich Fromm hace a fin de valorar las tesis marxistas sobre la naturaleza del hombre y su espíritu de independencia. El autor penetra en esas ideas para situar a Marx como "existencialista espiritual", destacando a la vez la índole real de su materialismo histórico y de su socialismo para oponerlos como protesta a la enajenación del hombre en la sociedad industrial.

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BREVIARIOSdelFONDO DE CULTURA ECONÓMICA

166

Traducción JULIETA CAMPOS

Erich Fromm

Marx y su concepto del hombre

IncluyeManuscritos económico-filosóficos de Karl Marx

Primera edición en inglés, 1961 Primera edición en español, 1962 Segunda edición, 2019 [Primera edición en libro electrónico, 2020]

© 1961, Frederick Ungar Publishing Co., Nueva York Título original: Marx’s Concept of Man

D. R. © 1962, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel. 55-5227-4672

Diseño de portada: Neri Ugalde

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-662-46 (ePub)ISBN 978-607-16-6521-5 (rústico)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

Prefacio

La falsificación de las concepciones de MarxEl materialismo histórico de MarxEl problema de la conciencia, la estructura social y el uso de la fuerzaLa naturaleza del hombreLa enajenaciónLa concepción del socialismo en MarxLa continuidad en el pensamiento de MarxMarx, el hombre

Apéndice IMANUSCRITOS ECONÓMICO-FILOSÓFICOS DE KARL MARX

Nota del traductor inglés

Prefacio

Primer manuscrito

El trabajo enajenado

Segundo manuscrito

[La relación de la propiedad privada]

Tercer manuscrito

[La propiedad privada y el trabajo]

[La propiedad privada y el comunismo]

[Necesidades, producción y división del trabajo]

[El dinero]

[Crítica de la dialéctica y la filosofía en general de Hegel]

Apéndice IIOTROS ESCRITOS DE MARX

De La ideología alemana

Prólogo a Contribución a la crítica de la economía política

De la introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Crítica de la religión

Apéndice IIISOBRE KARL MARX

Recuerdos de Marx, Paul Lafargue

Carta de Jenny Marx a Joseph Weydemeyer

Karl Marx (Notas dispersas), Eleanor Marx-Aveling

Confesión

En los funerales de Karl Marx, Frederick Engels

PREFACIO

El núcleo de este volumen está constituido por una traducción de la principal obra filosófica de Karl Marx, publicada por vez primera [en inglés] en los Estados Unidos.1 Obviamente, esta publicación es importante, aunque sólo fuera porque pondrá en contacto al público con una de las principales obras de la filosofía poshegeliana, hasta ahora desconocida en el mundo de habla inglesa [y española].

La filosofía de Marx, como una gran parte del pensamiento existencialista, representa una protesta contra la enajenación del hombre, su pérdida de sí mismo y su transformación en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo occidental. Es despiadadamente crítica de todas las “respuestas” al problema de la existencia humana que tratan de aportar soluciones por la negación o simulación de las dicotomías inherentes a la existencia humana. La filosofía de Marx tiene sus raíces en la tradición filosófica humanista de Occidente, que va de Spinoza a Goethe y Hegel, pasando por los filósofos franceses y alemanes de la Ilustración, y cuya esencia misma es la preocupación por el hombre y la realización de sus potencialidades.

Para la filosofía de Marx, que ha encontrado su expresión más articulada en los Manuscritos económico-filosóficos,el problema central es el de la existencia del individuo real, que es lo que hace, y cuya “naturaleza” se desarrolla y se revela en la historia. Pero, en contraste con Kierkegaard y otros, Marx contempla al hombre en toda su concreción, como miembro de una sociedad y una clase dadas y, al mismo tiempo, como cautivo de éstas. La plena realización de la humanidad del hombre y su emancipación de las fuerzas sociales que lo aprisionan está ligada, para Marx, al reconocimiento de estas fuerzas y al cambio social basado en este reconocimiento.

La filosofía de Marx es una filosofía de protesta; es una protesta imbuida de fe en el hombre, en su capacidad para liberarse y realizar sus potencialidades. Esta fe es un rasgo del pensamiento de Marx que ha sido característico de la actitud occidental desde fines de la Edad Media hasta el siglo XIX y que ahora es tan escasa. Por esta misma razón, para muchos lectores infectados por el espíritu contemporáneo de resignación y el renacimiento de la idea del pecado original (en los términos de Freud o de Niebuhr), la filosofía de Marx parecerá superada, anticuada, utópica —y por esta razón, cuando no por otras, rechazarán la voz de la fe en las posibilidades del hombre y de la esperanza en su capacidad para llegar a ser lo que potencialmente es—. Para otros, sin embargo, la filosofía de Marx será una fuente de nueva visión y esperanza.

Creo que hacen falta la esperanza y una nueva perspectiva que trascienda los estrechos límites del pensamiento positivista y mecanicista de las ciencias sociales en la actualidad, si Occidente quiere salir con vida de este siglo de prueba. Si el pensamiento occidental, del siglo XIII al XIX (o quizás, para ser exactos, hasta el estallido de la primera Guerra Mundial en 1914), fue un pensamiento de esperanza, una esperanza enraizada en las ideas de los profetas y el pensamiento greco-romano, los últimos cuarenta años han sido de un pesimismo y una desesperanza crecientes. El hombre medio busca refugio; trata de escapar de la libertad y busca seguridad en el regazo del gran Estado y la gran compañía. Si no podemos salir de esta desesperanza, es posible que aún podamos sostenernos durante algún tiempo sobre la base de nuestra fuerza material pero, a la larga, la perspectiva histórica de Occidente estará condenada a la extinción física o espiritual.

Grande como es la importancia de la filosofía marxista como fuente de visión filosófica y como antídoto contra la actitud generalizada —velada o abiertamente— de resignación, hay otra razón, no menos importante, para su publicación en este momento. El mundo se desgarra hoy entre dos ideologías rivales: la del “marxismo” y la del “capitalismo”. Mientras que, en los Estados Unidos, “socialismo” es una palabra diabólica e irrecomendable, lo contrario sucede en el resto del mundo. No sólo Rusia y China utilizan el término “socialismo’’ para hacer atractivos sus sistemas, sino que la mayoría de los países asiáticos y africanos se sienten profundamente atraídos por las ideas del socialismo marxista. Para ellos, el socialismo y el marxismo son atractivos no sólo por las realizaciones económicas de Rusia y China, sino por los elementos espirituales de justicia, igualdad y universalidad inherentes al socialismo marxista (enraizado en la tradición espiritual occidental). Aunque la verdad es que la Unión Soviética es un sistema de capitalismo conservador de Estado y no la realización del socialismo marxista y aunque China niega, por los medios que emplea, esa emancipación de la persona humana que es el fin mismo del socialismo, ambas utilizan la fuerza del pensamiento marxista para atraer a los pueblos de Asia y África. ¿Y cómo reaccionan la opinión pública norteamericana y la política oficial? Hacemos todo por reforzar la pretensión ruso-china proclamando que su sistema es “marxista” e identificando el marxismo y el socialismo con el capitalismo de Estado soviético y el totalitarismo chino. Enfrentando a las masas no comprometidas del mundo a la alternativa entre el “marxismo” y el “socialismo”, por una parte, y el “capitalismo”, por la otra (o, como suele decirse, entre la “esclavitud” y la “libertad” o la libre empresa), damos a la Unión Soviética y a los comunistas chinos todo el apoyo posible en la batalla por el espíritu de los hombres.

Las alternativas para los países subdesarrollados, cuyo desarrollo político será decisivo en los próximos cien años, no son el capitalismo o el socialismo sino el socialismo totalitario o el socialismo marxista humanista, tal como tiende a desarrollarse en distintas formas en Polonia, Yugoslavia, Egipto, Birmania, Indonesia, etc. Occidente tiene mucho que ofrecer como líder de ese desarrollo a las antiguas naciones coloniales; no sólo capital y ayuda técnica, sino también la tradición humanista occidental de la que el socialismo marxista es la suma; la tradición de la libertad del hombre, no sólo de sino para desarrollar sus propias potencialidades humanas, la tradición de la dignidad y la fraternidad humanas. Pero naturalmente, para ejercer esta influencia y comprender las pretensiones rusas y chinas, hay que entender el pensamiento de Marx y descartar la imagen ignorante y deformada del marxismo que es corriente hoy en el pensamiento norteamericano. Espero que este libro sea un paso en esa dirección.

He intentado presentar, en mi introducción, la concepción del hombre en Marx en forma sencilla (espero que no simplista), porque su estilo hace que sus escritos no sean siempre fáciles de entender y confío en que la introducción ayudará a la mayoría de los lectores a comprender el texto de Marx. Me he abstenido de manifestar mis desacuerdos con el pensamiento de Marx, porque son pocos en lo que se refiere a su existencialismo humanista. Existen ciertos desacuerdos respecto de sus teorías sociológicas y económicas, algunos de los cuales he expresado en obras anteriores.2 Se refieren, principalmente, al hecho de que Marx no percibiera la medida en que el capitalismo era capaz de modificarse a sí mismo para satisfacer las necesidades económicas de las naciones industrializadas, no previera claramente los peligros de la burocratización y la centralización ni los sistemas autoritarios que podían surgir como alternativas al socialismo. Pero como este libro sólo se refiere al pensamiento filosófico e histórico de Marx, no es el lugar para analizar los puntos controvertibles de su teoría económica y política.

La crítica a Marx es, sin embargo, algo muy distinto del juicio acostumbrado, fanático o condescendiente, tan característico de las opiniones actuales sobre él. Estoy convencido de que sólo si entendemos el sentido real del pensamiento de Marx y podemos diferenciarlo, en consecuencia, del seudomarxismo ruso y chino, seremos capaces de entender las realidades del mundo de hoy y estaremos preparados para enfrentarnos realista y positivamente a su reto. Espero que este libro contribuya no sólo a una mayor comprensión de la filosofía humanista de Marx, sino que sirva para disminuir la actitud irracional y paranoide que ve en Marx al diablo y en el socialismo un reino del diablo.

Aunque los Manuscritos económico-filosóficos constituyen la parte principal de este volumen, he incluido también pequeños fragmentos de otros escritos filosóficos de Marx para redondear el cuadro. El más largo de estos apéndices comprende varios testimonios acerca de la persona de Marx, que tampoco habían sido publicados antes en los Estados Unidos. He añadido esta sección porque la persona de Marx, igual que sus ideas, ha sido calumniada y difamada por muchos autores; creo que una imagen más fiel de Marx, como hombre, contribuirá a destruir algunos prejuicios en relación con sus ideas.3

Sólo me queda expresar mi cálido agradecimiento a T. B. Bottomore, de la London School of Economics, por haberme permitido utilizar su excelente traducción de los Manuscritos eoonómico-filosóficos4 y agradecerle también las importantes sugerencias críticas que me hizo después de leer el original de mi introducción.

E. F.

1. LA FALSIFICACIÓN DE LAS CONCEPCIONES DE MARX

UNA de las ironías peculiares de la historia es que no haya límites para el entendimiento equivocado y la deformación de las teorías, aun en una época donde hay acceso ilimitado a las fuentes; no hay un ejemplo más definitivo de este fenómeno que lo que ha sucedido con la teoría de Karl Marx en las últimas décadas. Se hacen continuas referencias a Marx y al marxismo en la prensa, los discursos políticos, los libros y los artículos escritos por estudiosos de las ciencias sociales y filósofos respetables; no obstante, con pocas excepciones, parece que los políticos y periodistas jamás han echado siquiera una mirada a una línea escrita por Marx y que los estudiosos de las ciencias sociales se contentan con un conocimiento mínimo de Marx. Aparentemente se sienten seguros actuando como expertos en este terreno, puesto que nadie con prestigio y posición en el reino de la investigación social pone en cuestión sus ignorantes afirmaciones.1

Entre los entendimientos equivocados que circulan no hay quizás otro más difundido que la idea del “materialismo” de Marx. Se supone que Marx creía que la principal motivación psicológica del hombre es su deseo de ganancias y de bienestar económico y que su busca de las utilidades máximas constituye el principal incentivo de su vida personal y de la vida de la especie humana. Como complemento de esta idea existe el supuesto, igualmente difundido, de que Marx descuidó la importancia del individuo; de que no tenía respeto ni comprensión por las necesidades espirituales del hombre y que su “ideal” era la persona bien alimentada y bien vestida pero “sin alma”. La crítica de la religión que hace Marx se considera idéntica a la negación de todos los valores espirituales y esto parece aún más evidente a los que suponen que creer en Dios es la condición de toda orientación espiritual.

Esta imagen de Marx discute también su paraíso socialista como la sede de millones de hombres sometidos a una todopoderosa burocracia estatal, que han renunciado a su libertad aunque puedan haber realizado la igualdad; estos “individuos” materialmente satisfechos han perdido su individualidad y han sido transformados en millones de robots y autómatas uniformados, conducidos por una pequeña élite de líderes mejor alimentados.

Baste decir por ahora que esta imagen popularizada del “materialismo” de Marx —su tendencia antiespiritualista, su deseo de uniformidad y subordinación— es totalmente falsa. El fin de Marx era la emancipación espiritual del hombre, su liberación de las cadenas del determinismo económico, su restitución a su totalidad humana, el encuentro de una unidad y armonía con sus semejantes y con la naturaleza. La filosofía de Marx fue, en términos seculares y no teístas, un paso nuevo y radical en la tradición del mesianismo profético; tendió a la plena realización del individualismo, el mismo fin que ha guiado el pensamiento occidental desde el Renacimiento y la Reforma hasta el siglo XIX.

Esta otra imagen chocará a muchos lectores por su incompatibilidad con las ideas acerca de Marx a las que han tenido acceso. Pero, antes de probarla, quiero acentuar la ironía existente en el hecho de que la descripción que se hace del propósito de Marx y del contenido de su visión del socialismo corresponda casi exactamente a la realidad de la sociedad capitalista occidental de nuestros días. La mayoría de la gente es motivada por un deseo de mayores ganancias materiales, de confort y productos destinados a facilitarlo, y este deseo sólo tiene un límite: el deseo de seguridad y de evitación de riesgos. Cada vez se sienten más satisfechos con una vida regulada y manipulada, en la esfera de la producción y del consumo, por el Estado y las grandes compañías con sus respectivas burocracias; han llegado a un grado de conformismo que ha borrado, en gran medida, toda individualidad. Son, para utilizar el término de Marx, “hombres mercancías” impotentes al servicio de máquinas viriles. El cuadro del capitalismo, a mediados del siglo XX, apenas se distingue de la caricatura del socialismo marxista trazada por sus oponentes.

Más sorprendente es aún el hecho de que los que acusan más duramente a Marx de “materialismo” atacan al socialismo por su falta de realismo, al no reconocer que el único incentivo eficiente del hombre en el trabajo es su deseo de beneficios materiales. Difícilmente podría ilustrarse mejor la ilimitada capacidad del hombre para negar las contradicciones obvias con racionalizaciones, si esto le conviene. Las mismas razones que se dicen pruebas de que las ideas de Marx son incompatibles con nuestra tradición religiosa y espiritual que se utilizan para defender nuestro sistema actual, contra Marx, son empleadas al mismo tiempo, por los mismos individuos, para probar que el capitalismo corresponde a la naturaleza humana y es, por tanto, muy superior al socialismo “irrealista”.

Trataré de demostrar que esta interpretación de Marx es completamente falsa; que su teoría no supone que el principal motivo del hombre sea la ganancia material; que, además, el fin mismo de Marx es liberar al hombre de la presión de las necesidades económicas, para que pueda ser plenamente humano; que Marx se preocupa, principalmente, por la emancipación del hombre como individuo, la superación de la enajenación, el restablecimiento de su capacidad para relacionarse plenamente con el hombre y la naturaleza; que la filosofía de Marx constituye un existencialismo espiritual en lenguaje laico y, por su cualidad espiritual, se opone a la práctica materialista y a la filosofía materialista, apenas disimulada, de nuestra época. El fin de Marx, el socialismo, basado en su teoría del hombre, es esencialmente un mesianismo profético en el lenguaje del siglo XIX.

¿Cómo puede ser, entonces, que la filosofía de Marx sea tan completamente malentendida y deformada hasta convertirla en su opuesto? Hay varias razones. La primera y más obvia es la ignorancia. Parece que se tratara de cuestiones que, por no enseñarse en las universidades y no constituir tema de ningún examen, se prestan “libremente” a que todo el mundo piense, hable, escriba sobre ellas como se le antoje y sin ningún conocimiento. No hay autoridades reconocidas que puedan insistir en que se respeten los hechos y la verdad. Por eso todos se sienten con derecho a hablar de Marx sin haberlo leído o, cuando menos, sin haber leído lo suficiente para tener una idea de su complejo, intrincado y sutil sistema de pensamiento. No ha contribuido a mejorar la situación el hecho de que los Manuscritos económico-filosóficos de Marx, su principal obra filosófica donde se expone su concepción del hombre, de la enajenación, la emancipación, etc., no hayan sido traducidos hasta ahora al inglés2 y, por tanto, que algunas de sus ideas fueran desconocidas para el mundo de habla inglesa. Pero este hecho no basta para explicar la ignorancia que prevalece. Primero, porque el hecho de que esta obra de Marx no hubiera sido traducida antes al inglés es, de por sí, tanto un síntoma como una causa de la ignorancia; segundo, porque la principal tendencia del pensamiento filosófico de Marx está suficientemente clara en los escritos previamente publicados en inglés para haber podido impedir el falseamiento que se ha producido.

Otra razón descansa en el hecho de que los comunistas rusos se apropiaran la teoría de Marx y trataran de convencer al mundo de que su práctica y su teoría siguen las ideas de aquél. Aunque lo contrario es lo cierto, Occidente aceptó las pretensiones de la propaganda y ha llegado a dar por supuesto que la posición de Marx corresponde a la concepción y la práctica rusas. No obstante, los comunistas rusos no son los únicos culpables de malinterpretar a Marx. Aunque el brutal desprecio de los rusos por la dignidad individual y los valores humanistas es, ciertamente, peculiar de ellos, la malinterpretación de Marx como expositor de un materialismo económico-hedonista ha sido compartida también por muchos socialistas anticomunistas y reformistas. No es difícil comprender las razones. Mientras que la teoría de Marx fue una crítica del capitalismo, muchos de sus seguidores estaban tan profundamente imbuidos por el espíritu del capitalismo que interpretaron el pensamiento de Marx según las categorías económicas y materialistas que prevalecen en el capitalismo contemporáneo. En efecto, aunque los comunistas soviéticos, como los socialistas reformistas, creían que eran enemigos del capitalismo, concebían el comunismo —o el socialismo— con el espíritu del capitalismo. Para ellos, el socialismo no es una sociedad humanamente distinta del capitalismo sino, más bien, una forma de capitalismo en la que la clase trabajadora ha alcanzado un alto nivel; es, como alguna vez observó Engels irónicamente, “la sociedad actual sin sus defectos”.

Hasta ahora nos hemos ocupado de las razones racionales y realistas de la deformación de las teorías de Marx. Pero, sin duda, también hay razones irracionales que contribuyen a producir esa deformación. La Rusia soviética ha sido considerada como la encarnación misma de todo mal; de ahí que sus ideas hayan asumido la cualidad de lo diabólico. Lo mismo que en 1917, en un corto lapso, el káiser y los “hunos” fueron considerados como la encarnación del mal e inclusive la música de Mozart se convirtió en parte del reino del mal, los comunistas han ocupado ahora el lugar del diablo y sus doctrinas no son analizadas objetivamente. La razón aducida generalmente para explicar este odio es el terror practicado, durante muchos años, por los estalinistas. Pero hay serias razones para dudar de la sinceridad de esta explicación; los mismos actos de terror e inhumanidad, cuando son practicados por los franceses en Argelia, por Trujillo en Santo Domingo y por Franco en España, no provocan la misma indignación moral; en realidad, apenas si provocan alguna indignación. Además, el cambio del sistema de terror sin límites de Stalin al Estado policial reaccionario de Jruschov* no ha recibido suficiente atención, aunque sería de esperarse que, cualquiera seriamente preocupado por la libertad humana cobrara conciencia y se sintiera satisfecho de un cambio que, aunque insuficiente, es una gran mejoría sobre el terror desnudo de Stalin. Todo esto nos hace pensar si la indignación contra Rusia se origina realmente en sentimientos morales y humanitarios o, más bien, en el hecho de que un sistema que no reconoce la propiedad privada es considerado inhumano y amenazador.

Es difícil determinar cuál de los factores antes citados es más responsable de la deformación y entendimientos equivocados de la filosofía de Marx. Probablemente varían en importancia y no es probable que ninguno de ellos sea el único factor responsable.

2. EL MATERIALISMO HISTÓRICO DE MARX

EL PRIMER obstáculo que hay que vencer para llegar a una comprensión justa de la filosofía de Marx es el entendimiento equivocado de los conceptos materialismo y materialismo histórico. Los que consideran que consiste en la tesis filosófica de que el interés material del hombre, su deseo de obtener ganancias y comodidades materiales cada vez mayores, es su mayor motivación, olvidan el simple hecho de que las palabras “idealismo” y “materialismo”, tal como son utilizadas por Marx y todos los demás filósofos, no tienen nada que ver con las motivaciones psíquicas de un nivel superior, espiritual, en oposición a las de un nivel inferior y más bajo. En la terminología filosófica, el “materialismo” (o “naturalismo”) se refiere a una concepción filosófica que sostiene que la materia en movimiento es el elemento fundamental del universo. En este sentido, los filósofos presocráticos griegos eran “materialistas”, aunque no eran en absoluto materialistas en el sentido de la palabra antes mencionado, como juicio de valor o principio ético. Se entiende, por el contrario, por idealismo una filosofía en la que no es el mundo siempre variable de los sentidos lo que constituye la realidad, sino las esencias incorpóreas o ideas. El sistema de Platón es el primer sistema filosófico al que se aplicó el nombre de “idealismo”. Aunque Marx era, en el sentido filosófico, un materialista, en ontología nunca se interesó realmente por esas cuestiones y apenas si las trató.

Hay, sin embargo, muchas clases distintas de filosofías materialistas e idealistas y, para comprender el “materialismo” de Marx, tenemos que ir más allá de la definición general que acabamos de dar. Marx adoptó, en realidad, una posición firme contra una forma de materialismo filosófico corriente entre numerosos pensadores progresistas (especialmente estudiosos de las ciencias naturales) de su tiempo. Este materialismo sostenía que “el” sustrato de todos los fenómenos mentales y espirituales se encontraba en la materia y los procesos materiales. En su forma más superficial y vulgar, este tipo de materialismo sostenía que los sentimientos y las ideas se explican suficientemente como resultado de procesos corporales químicos y que “el pensamiento es al cerebro como la orina a los riñones”.

Marx combatió este tipo de materialismo “burgués’’ mecanicista, “ese materialismo abstracto de los naturalistas que deja a un lado el proceso histórico”1 y postuló en su lugar lo que llamó en los Manuscritos económico-filosóficos “el naturalismo o humanismo [que] se distingue tanto del idealismo como del materialismo y, al mismo tiempo, constituye su verdad unificadora”.2 Marx nunca utilizó los términos “materialismo histórico” o “materialismo dialéctico”; se refirió a su propio “método dialéctico” en contraste con el de Hegel y a su “base materialista”, con lo que se refería simplemente a las condiciones fundamentales de la existencia humana.

Este aspecto del “materialismo”, el “método materialista” de Marx, que distingue su concepción de la de Hegel, supone el estudio de la vida económica y social reales del hombre y de la influencia del modo de vida real del hombre en sus pensamientos y sentimientos. “Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida.”3 O, en términos algo diferentes: “La filosofía de la historia de Hegel no es más que la expresión filosófica del dogma cristiano-germánico respecto de la contradicción entre el espíritu y la materia, Dios y el mundo… La filosofía de la historia de Hegel presupone un espíritu abstracto o absoluto, que se desenvuelve de tal manera que la humanidad es sólo una masa que contiene este espíritu, consciente o inconscientemente. Hegel supone que una historia especulativa, esotérica, precede y está subyacente a la historia empírica. La historia de la humanidad se transforma en la historia del espíritu abstracto de la humanidad, que trasciende al hombre real”.4

Marx definió sucintamente su propio método histórico: “El modo como los hombres producen sus medios de vida depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que se trata de reproducir. Este modo de producción no debe considerarse solamente en cuanto es la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Tal como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que produce como con el modo cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción”.5

Marx estableció claramente la diferencia entre el materialismo histórico y el materialismo contemporáneo en sus tesis sobre Feuerbach: “La falla fundamental de todo el materialismo precedente (incluyendo el de Feuerbach) reside en que sólo capta la cosa (Gegenstand), la realidad, lo sensible, bajo la forma del objeto (Objekt) o de la contemplación (Anschauung), no como actividad humana sensorial, como práctica; no de un modo subjetivo. De ahí que el lado activo fuese desarrollado de un modo abstracto, en contraposición al materialismo, por el idealismo, el cual, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, en cuanto tal. Feuerbach aspira a objetos sensibles, realmente distintos de los objetos conceptuales, pero no concibe la actividad humana misma como una actividad objetiva (gegenständliche)”.6 Marx —como Hegel— ve el objeto en su movimiento, en su devenir y no como “objeto” estático, que pueda ser explicado descubriendo la “causa” física del mismo. En contraste con Hegel, Marx estudia al hombre y la historia partiendo del hombre real y de las condiciones económicas y sociales en las cuales tiene que vivir y no primordialmente de sus ideas. Marx estaba tan lejos del materialismo burgués como del idealismo de Hegel, por eso podía decir justamente que su filosofía no es ni idealismo ni materialismo sino una síntesis: humanismo y naturalismo.

Ahora puede apreciarse claramente por qué la idea popularizada de la naturaleza del materialismo histórico es errónea. La opinión popular supone que, en la concepción de Marx, el motivo psicológico más fuerte en el hombre es ganar dinero y tener mayor comodidad material; si ésta es la principal fuerza que actúa en el hombre, continúa su “interpretación” del materialismo histórico, la clave de la comprensión de la historia es el deseo material del hombre; por eso, la clave de la explicación de la historia es el estómago del hombre y su ambición de satisfacciones materiales. El entendimiento equivocado fundamental en que descansa esta interpretación está en el supuesto de que el materialismo histórico es una teoría psicológica que se refiere a los impulsos y pasiones del hombre. Pero, en realidad, el materialismo histórico no es en absoluto una teoría psicológica; sostiene que el modo de producción del hombre determina su pensamiento y sus deseos y no que sus principales deseos sean los de obtener la máxima ganancia material. La economía, en este contexto, se refiere no a un impulso psíquico, sino al modo de producción; no a un factor subjetivo, psicológico, sino a un factor objetivo, económico-sociológico. La única premisa cuasipsicológica de la teoría está en la suposición de que el hombre necesita alimentos, techo, etc., y, por tanto, necesita producir; de ahí que el modo de producción, que depende de numerosos factores objetivos, actúe primero, como si dijéramos, y determine las demás esferas de sus actividades. Las condiciones objetivas que determinan el modo de producción y, por tanto, la organización social determinan al hombre, sus ideas y sus intereses. En realidad, la idea de que “las instituciones forman a los hombres”, como decía Montesquieu, era una vieja idea; lo nuevo en Marx es su análisis detallado de las instituciones como originadas en el modo de producción y en las fuerzas de producción que lo condicionan. Ciertas condiciones económicas, como las del capitalismo, producen como incentivo principal el deseo de dinero y propiedad; otras condiciones económicas pueden producir exactamente los deseos opuestos, como el ascetismo y el desprecio por los bienes terrenales, como sucede en muchas culturas orientales y en las primeras etapas del capitalismo.7 La pasión por el dinero y la propiedad, según Marx, está tan condicionada económicamente como las pasiones opuestas.8

La interpretación “materialista” o “económica” de la historia no tiene nada que ver con un supuesto impulso “materialista” o “económico” como el impulso fundamental del hombre. Significa que el hombre, el hombre real y total, “los individuos realmente vivos” —no las ideas producidas por estos “individuos’’— son el tema de la historia y de la comprensión de sus leyes. La interpretación marxista de la historia podría llamarse una interpretación antropológica de la historia, si se quisiera evitar las ambigüedades de los términos “materialista” y “económico”; es la comprensión de la historia basada en el hecho de que los hombres son “autores y actores de su historia”.9, 10

En realidad, una de las grandes diferencias entre Marx y la mayoría de los escritores de los siglos XVIII y XIX es que no considera el capitalismo como un resultado de la naturaleza humana ni la motivación del hombre en el capitalismo como la motivación universal del hombre. El absurdo de la opinión que sostiene que Marx consideraba el impulso por obtener el máximo de ganancias como el motivo más profundo del hombre se hace evidente cuando tomamos en cuenta que Marx hizo algunas declaraciones muy directas sobre los impulsos humanos. Diferenció los impulsos constantes o “fijos”, que “existen en todas las circunstancias y que pueden ser modificados por las condiciones sociales sólo por lo que se refiere a la forma y la dirección”, y los impulsos “relativos”, que “deben su origen sólo a determinado tipo de organización social”. Marx suponía que el sexo y el hambre caían en la categoría de los impulsos “fijos”, pero nunca se le ocurrió considerar el impulso por obtener el máximo de ganancias económicas como un impulso constante.11

Pero no hacen falta estas pruebas de las ideas psicológicas de Marx para demostrar que la opinión popular acerca del materialismo de Marx es totalmente falsa. Toda la crítica de Marx al capitalismo es, precisamente, que ha hecho del interés por el dinero y la ganancia material el motivo principal del hombre y su concepción del socialismo es la de una sociedad en la cual este interés material dejaría de ser dominante. Esto se apreciará aún más claramente cuando analicemos en detalle el concepto de Marx de la emancipación humana y la libertad.

Como subrayé antes, Marx parte del hombre, que hace su propia historia: “La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado de hecho comprobable es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su comportamiento hacia el resto de la naturaleza. No podemos entrar a examinar aquí, naturalmente, ni la contextura física de los hombres mismos ni las condiciones naturales con que los hombres se encuentran, las geológicas, las oro-hidrográficas, las climáticas y las de otro tipo. Toda historiografía tiene necesariamente que partir de estos fundamentos naturales y de la modificación que experimentan en el curso de la historia por la acción de los hombres. Podemos distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso éste que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material”.12

Es muy importante comprender la idea fundamental de Marx: el hombre puede hacer su propia historia: es su propio creador. Como expresó, muchos años después, en El capital: “Esta historia sería más fácil de trazar, pues, como dice Vico, la historia humana se distingue de la historia natural en que la una está hecha por el hombre y la otra no”.13 El hombre se crea a sí mismo en el proceso de la historia. El factor esencial de este proceso de autocreación de la raza humana está en su relación con la naturaleza. El hombre, en el principio de su historia, está ciegamente atado o encadenado a la naturaleza. En el proceso de la evolución, transforma su relación con la naturaleza y, por tanto, se transforma a sí mismo.

Marx se extiende más en El capital sobre esta dependencia de la naturaleza: “Aquellos antiguos organismos sociales de producción son extraordinariamente más sencillos y más claros que el mundo burgués, pero se basan, bien en el carácter rudimentario del hombre ideal, que aún no se ha desprendido del cordón umbilical de su enlace natural con otros seres de la misma especie, bien en un régimen directo de señorío y esclavitud. Están condicionados por un bajo nivel de progreso de las fuerzas productivas del trabajo y por la natural falta de desarrollo del hombre dentro de su proceso material de producción de vida, y, por tanto, de unos hombres con otros y frente a la naturaleza. Esta timidez real se refleja de un modo ideal en las religiones naturales y populares de los antiguos. El reflejo religioso del mundo real sólo podrá desaparecer por siempre cuando las condiciones de la vida diaria, laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones claras y racionales entre sí y respecto a la naturaleza. La forma del proceso social de vida, o lo que es lo mismo, del proceso material de producción, sólo se despojará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional. Mas, para ello, la sociedad necesitará contar con una base material o con una serie de condiciones materiales de existencia, que son, a su vez, fruto natural de una larga y penosa evolución”.14

En esta exposición, Marx habla de un elemento que tiene un papel central en su teoría: el trabajo. El trabajo es el factor que constituye la mediación entre el hombre y la naturaleza; el trabajo es el esfuerzo del hombre por regular su metabolismo con la naturaleza. El trabajo es la expresión de la vida humana y a través del trabajo se modifica la relación del hombre con la naturaleza: de ahí que, mediante el trabajo, el hombre se modifique a sí mismo. Más adelante ahondaremos en este concepto del trabajo.

Concluiré esta sección citando la formulación más completa hecha por Marx del concepto de materialismo histórico, escrita en 1859:

“El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta ahí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad humana”.15

Sería útil subrayar y elaborar algunas nociones específicas de esta teoría. Antes que nada, el concepto de Marx del cambio histórico. El cambio se debe a la contradicción entre las fuerzas de producción (y otras condiciones objetivas) y la organización social existente. Cuando un modo de producción u organización social obstaculiza en vez de favorecer a las fuerzas dadas de producción, la sociedad, si no quiere morir, escogerá aquellas formas de producción que correspondan a la nueva serie de fuerzas productivas y las desarrollará. La evolución del hombre, a través de la historia, se ha caracterizado por la lucha del hombre con la naturaleza. En un momento de la historia (y, según Marx, en el futuro inmediato), el hombre habrá desarrollado las fuentes productivas de la naturaleza en tal medida que el antagonismo entre el hombre y la naturaleza pueda resolverse eventualmente. En este momento terminará “la prehistoria del hombre’’ y comenzará la verdadera historia humana.

3. EL PROBLEMA DE LA CONCIENCIA, LA ESTRUCTURA SOCIAL Y EL USO DE LA FUERZA

UN PROBLEMA de la mayor importancia se plantea en el fragmento citado: el de la conciencia humana. La afirmación clave es ésta: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Marx dio una explicación más completa, en relación con el problema de la conciencia, en La ideología alemana:

“Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos, que, como productores, actúan de un determinado modo, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de falsificación, la trabazón existente entre la organización social y política y la producción. La organización social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos no como puedan representarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal como realmente son; es decir, tal como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.

”La producción de las ideas y representaciones de la conciencia aparece al principio directamente entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan todavía, aquí, como emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero los hombres son reales y actuantes, tal como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es un proceso de vida real. Y si en toda la ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura,* este fenómeno responde a su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina responde a su proceso de vida directamente físico.”1

En primer lugar, hay que advertir que Marx, como Spinoza y más tarde Freud, creía que la mayor parte de lo que los hombres piensan conscientemente es conciencia “falsa”, ideología y racionalización; que las verdaderas fuentes de los actos del hombre son inconscientes. Según Freud, se originan en los impulsos de la libido; según Marx, se originan en toda la organización social del hombre, que dirige su conciencia en determinadas direcciones y le impide que cobre conciencia de determinados hechos y experiencias.2

Es importante reconocer que esta teoría no pretende que las ideas o ideales no son reales ni poderosos. Marx habla de la conciencia, no de los ideales. Es precisamente la ceguera del pensamiento consciente del hombre lo que le impide tener conciencia de sus verdaderas necesidades humanas y de los ideales arraigados en ellas. Sólo si la conciencia falsa se transforma en conciencia verdadera, es decir, sólo si tenemos conciencia de la realidad, en vez de deformarla mediante racionalizaciones y ficciones, podemos cobrar conciencia también de nuestras necesidades humanas reales y verdaderas.

Hay que observar también que, para Marx, la ciencia misma y todas las capacidades inherentes al hombre son parte de las fuerzas de producción que interactúan con las fuerzas de la naturaleza. Aun por lo que se refiere a la influencia de las ideas en la evolución humana, Marx no olvidó de ningún modo su influencia, como hace suponer la vulgarización de su obra. Sus argumentos no iban contra las ideas, sino contra las ideas que no estaban arraigadas en la realidad humana y social, que no eran —para utilizar la terminología de Hegel— “una posibilidad real”. Sobre todo, nunca olvidó que no sólo las circunstancias hacen al hombre sino que también el hombre hace a las circunstancias. El siguiente fragmento pondrá en claro cuán erróneo resulta interpretar a Marx como si hubiera atribuido al hombre, al igual que los filósofos de la Ilustración y muchos sociólogos de hoy, un papel pasivo en el proceso histórico, como si lo concibiera como el objeto pasivo de las circunstancias:

“La teoría materialista [en contraste con la concepción de Marx] del cambio de las circunstancias y de la educación olvida que las circunstancias las hacen cambiar los hombres y que el educador necesita, a su vez, ser educado. Tiene, pues, que distinguir en la sociedad dos partes, una de las cuales se halla colocada por encima de ella [como un todo].

”La coincidencia del cambio de las circunstancias con el de la actividad humana o cambio de los hombres mismos sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.”3

El último concepto, el de la “práctica revolucionaria”, nos conduce a una de las ideas más discutidas de la filosofía de Marx, la de la fuerza. En primer lugar, hay que observar lo peculiar que resulta que las democracias occidentales sientan tanta indignación acerca de una teoría que proclama que la sociedad puede transformarse mediante la toma del poder político por la fuerza. La idea de la revolución política no es en absoluto una idea marxista: ha sido la idea de la sociedad burguesa durante los últimos trescientos años. La democracia occidental es hija de las grandes revoluciones inglesa, francesa y norteamericana; la revolución rusa de febrero de 1917 y la revolución alemana de 1918 fueron cálidamente acogidas por Occidente, a pesar de que hicieron uso de la fuerza. Es evidente que la indignación contra el uso de la fuerza, tal como existe actualmente en el mundo occidental, depende de quién utilice la fuerza y contra quién. Toda guerra se basa en la fuerza; todo gobierno democrático se basa en el principio de la fuerza, que permite a la mayoría emplear la fuerza contra una minoría, si es necesario para el mantenimiento del statu quo. La indignación contra la fuerza es auténtica sólo desde un punto de vista pacifista, que sostiene que la fuerza es absolutamente mala o que, salvo en el caso de la defensa más inmediata, su uso nunca conduce a un cambio favorable.

No obstante, no basta demostrar que la idea de Marx de una revolución violenta (de la que excluía, como posibilidades, a Inglaterra y los Estados Unidos) corresponde a la tradición de la clase media; hay que acentuar que la teoría de Marx constituyó un importante adelanto en la visión de la clase media, un adelanto originado en toda su teoría de la historia.

Marx comprendía que la fuerza política no puede producir nada para lo cual no esté preparado el proceso social y político. Por eso la fuerza, en caso necesario, sólo puede dar —por así decir— el último empujón a un desarrollo que virtualmente ya ha tenido lugar, pero no puede producir nada verdaderamente nuevo. “La violencia —decía— es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva.”4 Precisamente uno de sus grandes hallazgos es que Marx trasciende la concepción tradicional de la clase media: no creía en el poder creador de la fuerza, en la idea de que la fuerza política podía crear, por sí misma, un nuevo orden social. Por esta razón la fuerza, para Marx, sólo podía tener cuando más una importancia transitoria, nunca el papel de un elemento permanente en la transformación de la sociedad.

4. LA NATURALEZA DEL HOMBRE

1. LA CONCEPCIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA

MARX no creía, como muchos sociólogos y psicólogos contemporáneos, que no existe una naturaleza del hombre; que el hombre, al nacer, es como una hoja de papel en blanco, sobre la que la cultura escribe su texto. En contraste con el relativismo sociológico, Marx partió de la idea de que el hombre qua hombre es un ser reconocible y determinable; que el hombre puede definirse como hombre no sólo biológica, anatómica y fisiológicamente sino también psicológicamente.