Más que venganza - Lynne Graham - E-Book
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Más que venganza E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

Misty Carlton se quedó de piedra cuando Leone Andracchi se ofreció a ayudarla con sus problemas económicos. Tenía que haber alguna trampa.Así era... el despiadado y sexy magnate siciliano necesitaba que Misty fingiera ser su amante durante un par de meses. Misty sintió un fuerte impulso de aceptar el trabajo; después de todo, Leone solo le había pedido que se hiciera pasar por su amante, no que lo fuera de verdad. ¿Qué problema podría haber?Poco a poco, Leone se dio cuenta de que cada vez le resultaba más difícil resistirse a los encantos de la bella mujer que había metido en su vida. Aquella criatura había conseguido entrar en su corazón como nadie lo había hecho jamás.¿Sería demasiado tarde para cambiar los planes?

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Seitenzahl: 150

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Lynne Graham. Todos los derechos reservados.

Más que venganza, Nº 1363 - julio 2012

Título original: The Disobedient Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0696-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Leone Andracchi se reclinó sobre la silla de cuero y miró a la mujer a la que utilizaría para vengarse.

Al fondo de la habitación, Misty Carlton mantenía a los empleados del catering ocupados sirviendo bebidas. No llevaba maquillaje, tenía el pelo recogido y vestía un traje gris y unos zapatos sencillos y poco femeninos. Tenía el aspecto de una mujer de negocios seria, alguien que pretende pasar desapercibida; y parecía conseguirlo, ya que Leone no había visto a ninguno de los altos ejecutivos de la empresa intentando flirtear con ella.

¿Estaban todos aquellos hombres ciegos? ¿Era él el único que notaba su atractivo? Increíbles ojos grises, boca carnosa... Con la ropa adecuada, Misty estaría despampanante, más que cualquier otra mujer de belleza convencional ya que... emanaba una sensualidad poco frecuente. Leone la imaginó con ropa interior de seda, medias de red y zapatos de tacón.

Al darse cuenta de que su imaginación no pasaba de la ropa interior, una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Era imposible que una mujer hermosa pasara desapercibida ante un siciliano como él.

Al cabo de un par de semanas como mucho, Misty Carlton sería una mujer muy famosa en Londres. Se convertiría en su amante, y como tal, su foto aparecería en todas las portadas de las revistas. Los periodistas indagarían sobre el pasado de la misteriosa mujer, y si no conseguían nada, él se encargaría de dejar unas cuantas pistas. Tras averiguar lo necesario, Leone les había dejado el camino preparado. Desde que la encontró, hacía ya seis meses, todo estaba cuidadosamente planeado para que la joven estuviera en una situación tal, que no pudiera rechazar su oferta. Leone saboreó el momento.

Misty Carlton era la hija ilegítima de Oliver Sargent, el responsable de la muerte de su hermana. Ese hombre, era un político rico con don de palabra, cuya prestigiosa reputación se debía a su imagen de hombre tradicional con una moralidad estricta. Era un hipócrita, un seductor de jovencitas y prácticamente un asesino. Oliver, había preferido dejar morir a Battista entre la destrozada carrocería del coche, antes que llamar a la ambulancia y enfrentarse a un posible escándalo.

La cara de Leone adquirió una expresión grave. A pesar de que ya había pasado casi un año, todavía lo afectaba mucho pensar en la forma, cruel e intencionada, en que a su hermana le habían arrebatado la vida. Los médicos dijeron que quizá hubieran podido salvarla si la ambulancia hubiera llegado antes. Por aquel entonces, Battista estudiaba Ciencias Políticas y, ese verano, había comenzado a trabajar en un proyecto de investigación con Sargent... solo tenía diecinueve años.

Battista era una mujer muy guapa, con ojos marrones y pelo castaño largo y rizado, una chica idealista y confiada. Durante el verano, Leone se había cansado de oír a su hermana hablar de Sargent. Pero no se había dado cuenta del peligro que podía entrañar esa excesiva adoración hacia el político. Después de todo, era un hombre casado y veinticinco años mayor que Battista. No se le había ocurrido pensar que Sargent era un seductor muy atractivo.

–Señor Andracchi...

Sin darse cuenta de lo intimidante que resultaba su expresión, Leone vio cómo le ofrecían unos pasteles sicilianos de crema. La esbelta mano que sujetaba la bandeja temblaba casi imperceptiblemente, pero él era un buen observador. Dirigió su mirada hacía la curtida cara de Misty Carlton, la suave sombra debajo de los ojos, la tensión de la delicada mandíbula... Sus pestañas eran marrones y largas como las de un niño, y temblaba; ya que estaba desesperada.

Misty estaba a punto de perder el negocio por el que tanto había trabajado y Leone lo sabía, porque así lo había planeado.

–Gracias –murmuró Leone con un tono un tanto burlón.

Si Misty pensaba que iba a conseguir sorprenderlo con esos detalles insignificantes, estaba muy equivocada. Para conceder un contrato, había que tener en cuenta la eficiencia, el precio y la seriedad en el trabajo.

–Nucatoli y pasta ciotti, qué agradable sorpresa, me mima demasiado.

El traicionero y agitado pulso que notó en su cuello permitió a Leone admirar la fina y delicada piel de Misty.

–Me gusta innovar, eso es todo –dijo Misty con la respiración entrecortada.

Temblaba, y los ojos oscuros, el tono rojizo de las mejillas, los labios carnosos y rosados lo reclamaban. Misty se sentía atraída por él, y si no hubiera sabido tanto sobre ella, habría pensado que la joven era demasiado inocente para ocultar sus sentimientos. Pero sabía que no debía hacerlo... tal vez si la habitación hubiera estado vacía, la habría sentado sobre sus rodillas y sus manos habrían recorrido ese agitado cuerpo que lo llamaba. Su física masculinidad amenazaba con despertarse y delatarlo, pero pensó en su plan, y pronto consiguió dominar sus instintos. No tenía ninguna intención de acostarse con la hija de Oliver Sargent. Se convertiría en su amante, sí, pero solo de puertas para fuera.

–¿Y no nos gusta a todos? –afirmó Leone con cierto sarcasmo.

El pastel de se deshizo suavemente en su boca y Misty se retiró a un lado, como una criada sumisa.

Leone sonrió levemente, le gustaba verla ahí, de pie, junto a él. Era un hombre chapado a la antigua y el pastel estaba delicioso, quizá pudiera cocinar para él en su tiempo libre.

–Está bueno –le dijo con dulzura.

Los ojos plateados de Misty se iluminaron de repente en una mezcla de alivio y orgullo. Leone se la imaginó tumbada en la cama, en una tórrida tarde siciliana: los cabellos rojizos enmarañados sobre la cama, la jugosa boca pidiendo que la besara mientras se retorcía y gemía de placer ante su gran maestría. Apenado, se dijo a sí mismo que eso nunca iba a suceder y se enfadó por dejarse llevar por su libido.

Misty le sirvió el café y le echó el azúcar. Leone se preguntó si su antiguo novio, el cantante de rock, había sabido apreciar esos detalles tan femeninos. Pero había descubierto un par de sorpresas sobre Misty en la investigación; y esa mujer no era ninguna santa. Quizá tuviera solo veintidós años, pero tenía una vida llena de avatares que lo hubiera conmovido si no fuera por un acontecimiento. Al parecer, la joven se había quedado con todos los ahorros de una pobre anciana. Bajo esos brillantes y plateados ojos, se escondía una persona egoísta y sin sentimientos.

«Cálmate», se dijo Leone mientras aceptaba el café. Tal vez Misty no conociera, ni supiera quién era su padre, pero él ya encontraba un gran parecido entre los dos, sobre todo en la forma en que utilizaban a la gente para alcanzar sus propósitos.

Melissa Carlton había pasado su niñez con varias familias de acogida, y siempre se había metido en problemas. Había estado a punto de casarse con un terrateniente y la madre de este todavía se alegraba del fracaso de la relación. Según ella, Misty era una mujer interesada, fría y calculadora. Después, la estrella de rock, un jovenzuelo rebelde de aspecto descuidado. Con sus canciones, que hacían un ruido infernal, Misty había bailado como una salvaje. Aquella relación tampoco había durado mucho.

–¿Señor Andracchi, puedo hablar un momento con usted? –preguntó Misty preocupada.

–Ahora mismo no –contestó Leone sin ningún remordimiento, a pesar del sobresalto y la palidez que sus palabras provocaron en Misty.

Podía aguantar un poco más... ¿Y por qué no? Dentro de poco, le haría una oferta que podría beneficiarla mucho. Misty era el punto débil de Oliver Sargent y necesitaba su ayuda para arruinar la vida de ese canalla. Ella no debía saber nada hasta que fuera demasiado tarde. De todas formas, no merecía la pena preocuparse por una mujer como ella. Alguien que era capaz de robar a una pobre ancianita mientras se hacía pasar por una hija cariñosa no merecía su compasión.

Cuando la prensa descubriera que Misty Carlton era la hija ilegítima de Sargent, la carrera del acérrimo defensor de los valores morales se vendría abajo. Leone sabía que lo que Sargent más apreciaba en la vida era su poder. Le gustaba sentirse admirado, sobre todo por las mujeres, y cuando todo saliera a la luz, perdería su orgullo, su poder y su influencia. Sería el castigo perfecto para un hombre tan ambicioso y egocéntrico. Una vez que fuera desenmascarado, lo demás no tardaría en saberse: los turbios asuntos financieros, las amistades con hombres de negocios de dudosa reputación; la carrera de Oliver Sargent se desmoronaría de tal forma, que no podría volver a la política.

A pesar de todo, no era suficiente para compensar la muerte de su hermana. Pero cuando su carrera se viniera abajo, Leone estaría allí para explicarle por qué lo había destruido. Desde hacía tiempo, Sargent se comportaba de un modo extraño cuando estaban juntos. Lo que no sospechaba era que sabía que la noche del accidente él estaba con su hermana. Pero, claro, ese desvergonzado seductor ya se había ocupado de borrar todas las pistas, y a pesar de lo mucho que lo había intentado, nunca pudo demostrar que los dos iban en el coche.

Observó cómo Misty Carlton, que era el vivo retrato de su madre, supervisaba a sus empleados. A no ser que estuviera muy equivocado, Oliver Sargent se pondría nervioso en cuanto la viera, en el mismo instante que oyera su nombre...

Misty se preguntó si alguna vez podría odiar tanto a alguien como odiaba a Leone Andracchi.

¡Le había ordenado que se retirara como si fuera una criada maleducada! Era el último día de su contrato de prueba y todavía tenía que decirle si iba a renovárselo. Si no lo hacía, estaría arruinada. Nerviosa, Misty siguió trabajando, pero dentro de ese cuarto lleno de hombres y dondequiera que estuviera notaba la intensa presencia de Leone Andracchi.

Era un magnate siciliano muy rico, difícil de tratar e impredecible.

Los altos ejecutivos de la empresa correteaban nerviosos ante él, siempre dispuestos a complacerlo, a impresionarlo y, cuando hacía un gesto de desaprobación, se quedaban pálidos. Solo tenía treinta años, y a pesar de ello, su presencia provocaba una gran conmoción.

«Es una pena que tenga ese carácter», se dijo Misty. ¡Qué mala suerte! Tener que doblegarse ante aquel monstruo machista. Dios mío, cómo disfrutaba viéndola comportarse como una esclava. Su orgullo estaba herido, no le gustaba tener que adular a nadie ¿Quizá no debería haber hecho esos pasteles?, pero ¿qué tenía que perder? En una situación tan crítica no podía elegir. Sí, se había doblegado ante él, pero lo había hecho por Birdie, ya que perdería la casa si ella no lograba mantener el negocio. Tenía que conseguir ese contrato. Y por Birdie, Misty haría cualquier cosa.

–Ese Andracchi está buenísimo –Clarice, su empleada y amiga, le comentó mientras recogía unas tazas–. Cada vez que lo veo, siento que estoy en el paraíso.

–Shh –le dijo Misty malhumorada. Que una camarera lanzara miradas de deseo al jefe no era un comportamiento muy profesional...

–Tú también lo miras por el rabillo del ojo –le contestó con tono burlón antes de retirarse.

De acuerdo, lo miraba, pero no porque se sintiera atraída por él. Leone Andracci la ponía nerviosa. Misty llegó a pensar que él también la miraba, pero debían de ser imaginaciones suyas porque no lo había visto hacerlo. Era un presentimiento.

Nunca en su vida se hubiera imaginado que llegaría a conocer a alguien tan importante como Leone Andracchi, presidente del imperio Andracchi Industries. Después de todo, ella era la dueña de una insignificante empresa de catering con un contrato de prueba para una de las empresas de Leone, y no merecía su atención. Además, la empresa Brewsters no tenía su sede en Londres, sino a las afueras de una ciudad de la provincia de Norfolk. Aun así, cuando Leone Andracchi fue allí, se tomó la molestia de entrevistarla personalmente.

Al recordarlo, Misty se puso tensa, y se criticó a sí misma por el resentimiento que aún sentía, ya que, al aceptar su oferta, Leone Andracchi le había dado la oportunidad de su vida. No era culpa suya que hubiera querido abarcar más de lo que en realidad podía... el contrato se le había ido de las manos.

–Ese Andracchi es un hombre de verdad –enfatizó Clarice al pasar de nuevo junto a Misty–. Es tan musculoso y desborda tanta energía... huele a sexo, debe de ser increíble en la cama...

–Ese hombre es despreciable, además... ¡tiene muy mala reputación con las mujeres! –susurró Misty enfurecida– ¿Podrías dejar el tema, por favor?

–Solo intentaba hacerte reír –su amiga arrugó la frente–. ¡Espabila, Misty!

Misty enrojeció y se sintió culpable, tenía los nervios de punta. Pero ni siquiera su amiga sabía que Carlton Catering estaba a punto de quebrar. Si no conseguía el contrato con Andracchi Industries, el banco se negaría a prestarle más dinero y ni siquiera podría pagar a sus empleados a fin de mes, eso sin tener en cuenta a los proveedores. De repente, se sintió avergonzada, ¿cómo se había metido en semejante lío?

Un hombre rubio muy elegante se acercó a ella.

–El señor Andracchi la espera en su despacho.

El hombre no intentaba disimular la sorpresa que le provocaba que Leone Andracchi se ocupara de asuntos tan insignificantes, pero como él mismo había dicho hacía unos meses: «La comida es muy importante para los sicilianos, y quiero que los altos ejecutivos coman bien. Estoy harto de ver a la gente engullir bocadillos durante el trabajo. Creo que una buena comida mejorará la productividad».

Así que, cada día, Misty servía una comida ligera en el comedor que se había instalado para los altos ejecutivos de la empresa y, algunas tardes, como aquella, cuando terminaban una importante reunión, se quedaba a ofrecerles algo de beber. Misty se dirigió al vestuario, se lavó las manos y se aseguró de estar presentable. No tenía buen aspecto y lo sabía, lo que no ayudaba mucho. Las noches sin dormir, las preocupaciones... iban dejando huella.

«Es culpa mía», se dijo Misty con dureza, se había arriesgado mucho al aceptar el capricho del señor Andracchi, y cabía la posibilidad de que no le renovaran el contrato. Leone le iba a decir que no, lo presentía, ese era el castigo por haber pedido un préstamo para aumentar su negocio, y así poder cumplir el contrato ¿Qué le importaba a él que su insignificante empresa se hundiera? Seguramente a Leone le gustaría verla suplicar ¿Podría hacerlo? ¿Por Birdie? ¿Sería capaz de suplicar a ese cretino arrogante que tuviera compasión? Misty se quedó aterrorizada ante la idea, pero su única alternativa era aún peor. Flash la ayudaría sin dudarlo ni un momento pero, ¿a cambio de qué?... sin duda le pediría que se acostara con él, y ella no quería caer tan bajo.

La secretaria, que parecía intimidada por la visita del presidente de Andracchi Industries, abrió las puertas de un enorme despacho. Misty se estiró un poco, tomó aire y entró queriendo adoptar una expresión de confianza. Pero los nervios la traicionaban.

–Siéntese, señorita Carlton.

Leone Andracchi estaba de pie junto a la ventana. Hablaba por teléfono en italiano y su voz tenía un tono suave, como el de un galán conversando con su amante. A Misty le dio asco. Pero, por desgracia, Clarice tenía razón en algo, ese hombre era guapísimo. Pelo negro y fuerte que pedía ser acariciado, pómulos muy marcados... «un hombre increíble», tuvo que reconocer. Nariz prominente, las cejas bien definidas, la mandíbula fuerte y masculina, la boca perfecta y los ojos... los ojos eran algo aparte, muy negros con motas doradas. Con ellos parecía poder decir cualquier cosa sin necesidad de pronunciar palabra alguna.

Misty había visto a Leone dejar a sus empleados paralizados con esa mirada. Era un hombre al que seguramente le gustaran las mujeres rubias, sensuales y tontas. Patético. Misty pensaba que un hombre como él debería estar con una mujer inteligente, que estuviera a su altura y que supiera ponerlo en su sitio. Si alguien necesitaba que lo pusieran en su sitio, ese era Leone Andracchi. Era tan egocéntrico que daba grima.

Tras terminar de hablar, Leone miró a su futura víctima y se preguntó por qué tenía esa sonrisita y la mirada perdida.

Misty sabía que imaginarse a las personas que te intimidan desnudas ayudaba a perderles un poco el miedo, pero ni por un momento se le pasó por la cabeza hacerlo con Leone Andracchi. Aun así, sus pensamientos la traicionaron y se imaginó a sí misma tocando ese cuerpo tan escultural. La vergüenza la hizo volver rápidamente en sí.

–Bienvenida a la tierra, señorita Carlton –murmuró Leone con tono burlón.

–Señor Andracchi...

El corazón de Misty, acelerado, parecía que se le fuera a salir del pecho, y se tuvo que obligar a alzar la mirada.

–Siento haberla hecho esperar

¡Qué iba a sentir!, su cara permanecía inexpresiva, pero Misty sabía que no era verdad. Leone se apoyó contra la mesa, dejando ver su musculoso y elegante cuerpo. «Debe de medir cerca de dos metros», estimó.

–Seguramente querrá saber si ya he decidido algo sobre el contrato. Aunque no estoy obligado a darle esa información –señaló suavemente–. Sin embargo, en vista del excelente trabajo que ha realizado durante las pasadas ocho semanas, se merece que le cuente por qué no voy a renovarle el contrato.

Misty se quedó pálida. Su pulso se aceleró y juntó las manos sobre las rodillas para tranquilizarse.

–No es necesario que me mienta –dijo con firmeza–. Si no me ha concedido el contrato, será porque no está satisfecho con el trabajo realizado.

–No es tan sencillo –afirmó Leone lentamente–. Su negocio se ha extendido demasiado y sería absurdo por su parte afirmar que puede mantener la empresa a flote durante un año.

Las pupilas de Misty se dilataron con sorpresa. Por primera vez, dejó a un lado la cautela y miró fijamente esos increíbles y brillantes ojos.

–¿Puedo preguntarle dónde ha conseguido esa información?

–Yo nunca desvelo mis fuentes.