Matrimonio a la fuerza - Pippa Roscoe - E-Book
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Matrimonio a la fuerza E-Book

Pippa Roscoe

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Beschreibung

Odir Farouk estaba a punto de convertirse en rey, pero para acceder al trono necesitaba tener a su rebelde esposa a su lado. Odir no quería admitir el deseo que sentía por ella, se negaba a poner en riesgo su poder por culpa de la pasión. Eloise, rechazada, se había marchado, pero Odir necesitaba que volviese con él antes de que se hiciese pública la noticia de su sucesión, y el placer iba a ser su arma más poderosa para convencerla.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Pippa Roscoe

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Matrimonio a la fuerza, n.º 2661 - noviembre 2018

Título original: Conquering His Virgin Queen

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-010-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

1 de agosto, 20.00-21.00 horas, Heron Tower.

 

Decir que Odir Farouk Al Arkrin, duodécima generación de guerreros de Farrehed, hijo primogénito del jeque Abbas y empresario de éxito internacional, tenía un mal día habría sido un gran eufemismo. El príncipe hizo el lazo de la pajarita de estilo inglés y se sacudió la sensación de que era una soga que se le apretaba al cuello mientras contenía una palabra malsonante. Una palabra malsonante dirigida a su maldita esposa, a la que hacía seis meses que no veía.

Lo que hubiese sentido por ella en el pasado ya no importaba, ni tampoco su reciente ausencia.

En menos de una hora volvería a estar a su lado.

Y él conseguiría lo que necesitaba, lo que su país necesitaba.

Odir ajustó el lazo para que la pajarita se quedase en su sitio. Retrocedió y se miró en el espejo de cuerpo entero. El sol, que empezaba a ponerse sobre el cielo de Londres, se reflejó en el espejo y lo deslumbró un instante antes de ocultarse detrás de sus anchos hombros. Tiró de las mangas del esmoquin, que le resultaba tan incómodo como la ropa tradicional de su país. Ambos atuendos hacían que se sintiese atrapado, disfrazado del papel que estaba obligado a desempeñar. Y aquella noche, en uno de los hoteles más caros y conocidos de Inglaterra, tendría que hacer el papel de su vida.

A sus espaldas estaba Malik, su guardaespaldas, al que había conocido desde que ambos habían recorrido el palacio de Farrehed corriendo, casi todavía con pañales. Un hombre que seis meses antes lo había traicionado de la manera más sorprendente. Odir se sintió frustrado y en esa ocasión no pudo contenerse.

–Quita esa expresión de culpabilidad de tu rostro o márchate. En estos momentos no me puedo permitir que despiertes la curiosidad de la gente.

Malik abrió la boca para responder, pero Odir lo interrumpió.

–Y si no tienes la sensatez suficiente como para dejar de disculparte, te mandaré de vuelta a Farrehed, donde te pasarás el resto de la vida escoltando a la hermana de mi padre. Es una promesa, no una amenaza. Come más que un camello y vive como una tortuga. Te morirás prematuramente de aburrimiento, lo que sería un verdadero desperdicio.

Malik no se inmutó. Hacía meses que Odir no hacía un comentario jocoso y él solo podía seguir sintiendo vergüenza. No era momento de hacer bromas.

–¿Está seguro de que quiere hacerlo? –preguntó Malik.

Tal vez se hubiese atrevido a hacer la pregunta solo porque estaba a sus espaldas, pero Odir tuvo que reconocer que él sentía las mismas dudas.

–¿Si quiero hacerlo? No. ¿Si estoy seguro? Sí. Hay que hacerlo.

Llamaron a la puerta y su asesor personal asomó la cabeza por la ranura, consciente del humor del que estaba su príncipe desde esa mañana, sin atreverse a entrar.

–¿La rueda de prensa está organizada? –inquirió Odir, mirando a su asesor a los ojos a través del espejo.

–Sí, mi…

–No me llames así. Todavía no.

–Por supuesto, señor. Sí, se ha convocado a la prensa para mañana a las ocho de la mañana en la embajada. ¿Señor…?

–¿Sí?

–Todavía se puede cancelar lo de esta noche.

–Este evento anual se ha celebrado a pesar de dos escaramuzas, una guerra, una crisis financiera y una boda real, y todo eso, solo en los últimos treinta años. Se tarda meses en organizar y, aunque no fuera así, tampoco se podría cancelar. Hacerlo se consideraría un signo de debilidad. Y, en estos momentos, eso sería insostenible.

Su asistente asintió, pero no se marchó, se quedó allí, como si supiese que la conversación no había terminado.

–¿Han llevado la invitación esta mañana? ¿La ha recibido?

El asistente volvió a asentir.

Cuando el equipo de seguridad de Odir había descubierto el nombre falso con el que su esposa se movía y que figuraba en su también pasaporte falso, habían tardado menos de media hora en localizarla. A partir de ahí había sido muy sencillo hacer que el consulado en Suiza le enviase la invitación a casa, a una dirección en la que Odir no había estado nunca y de la que no había tenido conocimiento hasta diez horas antes.

–Puedes marcharte –dijo, y su asistente desapareció.

Odir volvió a mirarse en el espejo y, aunque parte de él deseó cerrar los ojos y no mirar hacia el documento que había encima de la mesita de noche, junto a la cama, se obligó a mantenerlos abiertos. Se forzó a mirar la fotocopia borrosa de un pasaporte con una imagen que conocía bien y un nombre completamente desconocido. Aquel documento se había convertido en una prueba física del engaño de su esposa y Odir tuvo que contenerse para no arrugarlo y tirarlo contra la pared.

Aquella mujer se había casado con él y Odir había prometido ante Dios respetarla sobre todas las cosas y lo había cumplido, pensó, enfadado. Ella, no.

Después de seis meses de infructuosas investigaciones, intentando encontrar a su esposa huida, Malik había entrado en razón y había revelado el nombre falso que figuraba en el pasaporte. Y Odir se había preguntado si Eloise también habría engatusado a su guardaespaldas, idea que había descartado casi al instante. Malik no habría sido capaz de tocar a su esposa. Solo había otra persona que lo había hecho, y aunque él estaba muy enfadado jamás le habría hecho daño.

Volvió a mirar el documento y notó cómo aumentaba su frustración.

Su esposa siempre había sido muy bella. En el pasado, su belleza había estado a punto de ser su perdición. Odir se preguntó si Eloise se habría ruborizado mientras le tomaban aquella fotografía para el falso pasaporte, pero en aquella fotocopia en blanco y negro era imposible de adivinar.

Intentó calmar la frustración, que le oprimía el pecho. No tenía tiempo para entretenerse en semejantes nimiedades. Nunca lo había tenido.

Aquella noche solo tenía un objetivo.

–¿Tienes la confirmación de su llegada? –le inquirió a Malik.

–Ha aterrizado en Gatwick hace cinco horas.

Aquello lo relajó ligeramente, todo iba saliendo según lo previsto.

–La han seguido hasta un hotel en Londres, donde ha estado un par de horas y ha hecho un par de llamadas –continuó Malik–. Ha salido de allí en taxi y debería estar aquí dentro de veinte minutos.

Odir se preguntó por qué Eloise no había huido a casa de sus padres, en Kuwait. Sabía que no se entendía bien con su padre. Siempre había habido un vínculo extraño y silencioso entre Eloise y su padre, al que había seguido a Farrehed tras acabar los estudios universitarios, cuando este había sido nombrado embajador. Un padre que no se había dado cuenta de que su hija llevaba seis meses perdida. Aunque Odir tuvo que reconocer que él mismo había tardado tres días enteros en percatarse de su desaparición.

El hecho de saber tan poco de la familia de Eloise era otra señal más de que tenía que haber conocido mejor a la mujer con la que iba a casarse. Había creído a su padre cuando este le había dicho que la unión beneficiaría al país y fortalecería los vínculos entre su reino del desierto y Gran Bretaña. Y a pesar de que Odir siempre había estado preparado para un matrimonio de conveniencia, se había sentido esperanzado cuando, dos años antes, había conocido a Eloise. Había tenido la esperanza de encontrar en ella algo más, algo real. En su lugar, se había dejado cegar por el deseo y por lo que en esos momentos consideraba que había sido una actuación digna de un galardón.

Aunque ya nada de aquello importaba. Su esposa iba a volver a su lado, no tenía elección. Él tampoco la tenía y no había nada que lo enfadase más.

–Ve por tus hombres y esperadme en recepción.

 

 

–¿Me puede dejar en la esquina?

Eloise sabía que la princesa de Farrehed no podía llegar en taxi a Heron Tower, donde se iba a celebrar el glamuroso acto benéfico organizado por su marido.

No había estado en el rascacielos desde su construcción y la alta estructura de cristal, que se alzaba hacia el oscuro cielo, le pareció que era un buen símbolo para representar el poder de un marido al que hacía medio año que no veía.

Un escalofrío recorrió su espalda. No necesitaba saber cómo la había encontrado Odir. En realidad, le sorprendía que Malik no la hubiese delatado antes.

Durante los primeros meses, lo único que la había distraído de la certeza de que Odir llegaría en cualquier momento a buscarla a Zúrich para llevársela de vuelta a Farrehed había sido Natalia, su amiga de la universidad, que en tan solo un par de días la había ayudado a sentirse mejor.

En comparación con la situación de Natalia, Eloise había sentido que sus problemas eran los de una niña tonta y mimada.

Respiró hondo e intentó apartar aquello de su mente y centrarse en el presente. ¿Qué era lo que quería su marido? ¿Habría tomado la decisión de poner fin a su matrimonio? ¿O había otro motivo por el que la había hecho llamar justo un día antes de su cumpleaños? El mismo día en que ella tendría acceso por fin al fondo fiduciario que tan generosamente le había abierto su abuelo. Debía de ser una coincidencia.

Pensó que, si se repetía aquello cien veces más, tal vez empezaría a creérselo.

Agarró con fuerza la invitación que le habían hecho llegar aquella misma mañana. Había abierto la puerta con una taza de café en una mano y había aceptado el sobre con la otra. Casi no se podía creer que solo hubiesen pasado ocho horas de aquello. La petición de su marido de asistir al acto benéfico la había hecho reaccionar al instante. No había reaccionado así ni con la enfermedad de Natalia, ni con el chantaje de su padre ni con la indiferencia de su madre.

Había tardado una hora en barajar todas sus opciones, llamar al hospital y organizarlo todo para cubrir su ausencia. Podría haberse quedado en Zúrich. Podría haber vuelto a huir, pero Odir ya conocía su nombre falso y, sin la ayuda de Malik, conseguir uno nuevo le habría resultado imposible.

Pero, sobre todo, se había dado cuenta de que podía utilizar aquella inesperada invitación para, por fin, hacer lo que llevaba seis meses queriendo hacer.

Eloise hizo girar la alianza sobre su dedo. Se le había quedado grande porque había perdido peso y no podía evitar preguntase si aquello no sería una señal. Una señal de que por fin iba a escapar del lazo que le habían puesto al cuello cuando su ambicioso padre había conseguido su propósito y ella había pronunciado aquellas dos palabras:

–Sí, quiero.

Otro coche tocó el claxon detrás de su taxi y ella le dio al conductor lo que le quedaba de dinero inglés y salió, recogiendo con cuidado la larga falda del vestido de seda negro que se había comprado en el aeropuerto. El cuello halter era perfecto, porque ocultaba la necesidad de joyas caras alrededor de su cuello, joyas que habría sido de esperar que portase teniendo en cuenta que, desde hacía ocho meses, era una princesa. La seda se pegaba a su pecho como una segunda piel y, gracias a la ola de calor que golpeaba Londres aquel verano, no tuvo frío a pesar de llevar la espalda desnuda. Se había gastado una fortuna en el vestido, casi más que el sueldo de un mes, pero merecía la pena.

Sabía que no podía asistir a un evento así con otro vestido. Y también sabía que no podía enfrentarse a un príncipe sin llevar puesta una armadura.

Sobre todo, cuando el príncipe era su marido.

 

 

En cuanto Eloise entró en Heron Tower, cuatro hombres vestidos de negro de la cabeza a los pies la escoltaron. Por un instante, imaginó que la iban a esposar, pero se dio cuenta de que aquello era una tontería. Tal vez su marido estuviese furioso con ella, pero jamás haría nada que pusiese en riesgo la reputación de la familia real. Eloise reconoció a Malik, que fue el único que la miró a los ojos. Ninguno le dirigió la palabra y ella no supo si lo hacían por respeto o por vergüenza.

Entraron en el ascensor y los guardias bloquearon el paso a cualquier otro invitado, haciendo que Eloise se permitiese sentir una luz de esperanza. Tal vez, después de aquella noche, pudiese volver a ser libre. Se le encogió el estómago mientras el ascensor subía y subía, proporcionando unas vistas espectaculares de la noche londinense. Luces multicolores se extendían ante sus pies con una belleza que estuvo a punto de cortarle la respiración.

Pero en el espejo del ascensor veía también su pálido reflejo. No había ido a una carísima peluquería, sino que se había arreglado como había podido ella sola, en la habitación de un hotel barato en el que pasaría la noche. Y en su mente, ambos extremos: el hotel barato y el lujo de Heron Tower, resumieron los dos últimos años de su vida.

La parte más pobre era mucho más valiosa para su libertad… la más rica, la obligaba a pagar un precio que ya no podía pagar.

 

 

El ascensor se detuvo antes de lo que ella había esperado y las puertas se abrieron en una habitación decorada de manera muy lujosa, en la que había importantes personajes de la escena internacional, muy elegantes.

Recorrió con la mirada el salón decorado en tonos suaves, en el que la delicada iluminación contrastaba con el sonido de las copas al chocar y de las tediosas conversaciones.

Al parecer, la fiesta había empezado sin ella.

Nada más entrar Eloise en el salón, las personas que había más cerca del ascensor dejaron de hablar y se fue haciendo el silencio a su alrededor. Varias personas inclinaron la cabeza, en señal de respeto, pero también para disimular los murmullos. Y ella lo odió. Siempre lo había odiado. Había odiado que les prestasen tanta atención a ella y a su familia antes y, todavía más, después de haberse casado con Odir. Por un instante, se preguntó si aquel sería el motivo por el que se había marchado su madre. Sonrió para ocultar su dolor y se reprendió a sí misma. Su marido, a pesar de que tenía múltiples defectos, no se parecía en nada a su padre.

–¿Eloise? –la llamó una voz familiar entre la multitud.

Ella se giró hacia la única amiga que le quedaba del pasado.

–Emily, me alegro de verte –respondió, sorprendida ante la sinceridad de sus propias palabras, y todavía más sorprendida de que Emily la abrazase tan cariñosamente.

–¿Dónde estabas? –le susurró Emily al oído–. Hacía siglos que no te veía. Se rumoreaba que tu marido te había encerrado en una de las torres de Farrehed.

Eloise sintió ganas de contárselo todo a su amiga. Deseó hablarle de lo feliz que se había sentido ayudando a los demás, de la libertad que había encontrado en Zúrich, de lo bien que se había encontrado viviendo de manera tan sencilla…

–Señora Santos –intervino Malik, interrumpiendo los pensamientos de Eloise.

Era evidente que no podía decir nada que revelase que se había marchado de Farrehed… y que había dejado al príncipe.

–Malik –lo saludó Emily, inclinando la cabeza.

–Es una historia muy larga –respondió Eloise en voz baja, sonriendo–. ¿Qué haces aquí? No sueles acudir a estos eventos.

–Lo mismo podría decir yo de ti –respondió la morena entre susurros–. Mi padre… no se encuentra bien.

–Lo siento mucho. ¿Y tu marido?

–No ha venido, afortunadamente –respondió Emily riendo–. Hablando de maridos… el tuyo lleva toda la velada de mal humor.

–¿Sí? –preguntó Eloise con el corazón acelerado.

Emily asintió y miró por encima de su hombro.

Y Eloise vio al hombre al que no había visto en seis meses. No podía ver su rostro, pero reconoció su ancha espalda.

Era una cabeza más alto que el resto de las personas que lo rodeaban y, por un instante, Eloise se quedó sin respiración. Miles de imágenes de su guapo marido cruzaron su mente. La primera vez que lo había visto, desmontando a un semental negro; su impenetrable aire de autoridad incluso antes de que ella hubiese sabido que era hijo de un jeque; el modo en que ella se había burlado de su arrogancia cuando lo había visto entregar las riendas del caballo al mozo de cuadras; el inocente coqueteo que habían compartido antes de que, aquella misma noche, los hubiesen presentado de manera formal.

Odir no había revelado a nadie que ya se conocían y había convertido lo que para Eloise había sido una vergonzosa situación en un secreto para ambos.

Eloise recordó los momentos que habían pasado juntos: los viajes a los límites de Farrehed, donde ella había realizado labores benéficas, llevando medicinas a tribus del desierto; las cenas que habían compartido los dos; la mañana que habían visto el amanecer en las dunas del desierto.

Avergonzada, recordó que le había contado a Odir cuáles eran sus sueños, cómo había absorbido los planes de Odir en relación con Farrehed y su pueblo. Cómo se habían puesto de acuerdo, a espaldas de sus padres, para intentar hacer las cosas mejor. Cómo se había atrevido ella a soñar con que su matrimonio pudiese funcionar.

Pero no había sido así. Ella había sido un peón movido al antojo de los hombres.

Notó que se le volvía a salir la alianza. Estaba cansada de esperar a que el príncipe fuese a salvarla. Aquella princesa iba a salvarse a sí misma.

 

 

A Odir le dolían los pómulos de tanto forzar sonrisas, le dolía la garganta de tanto hablar de nimiedades y le dolía la cabeza porque llevaba todo el día muy tenso. Se frotó la nuca, agotado. Había estado peor, se aseguró, aunque no estaba seguro de que fuese cierto.

En aquellos momentos habría dado la mitad de su país por un whisky.

Pero el soberano de Farrehed no podía beber whisky en un evento en el que solo se servía el mejor champán.

Odir nunca había entendido que hubiese que gastar tanto dinero en recoger todavía más dinero con fines benéficos.

–¡Y fue entonces cuando dijo que no lo veía!

Odir rio con los demás, aunque el chiste del embajador francés no tuviese ninguna gracia. Y entonces, en vez de apartarse y buscar la soledad que tanto ansiaba, continuó charlando de temas triviales, cosa que habría podido hacer incluso dormido.

A pesar de aquella escenificación, de tantas cortesías, el futuro de Farrehed pendía de un hilo. Y la única persona que podía ayudarlo era la mujer con la que se había casado.

A sus espaldas, Odir oyó varios silencios y se le erizó el vello de los brazos. Eloise jamás debía haber conseguido provocar aquella reacción en él. Se había creído lo suficientemente fuerte para evitarlo, pero no lo había sido.

Eloise, su esposa, su futura reina, había llegado.

Odir vio su reflejo en un cristal mientras Eloise avanzaba por el salón. Cuanto más se acercaba, más consciente era él de lo estirados que llevaba los hombros, de la decisión de sus pasos. Aquello le gustó. Quería batirse con ella, lo necesitaba.

Esperó a que estuviese muy cerca y, entonces, actuó.

Se giró y la atrapó entre sus brazos, procediendo a besarla como solo se había permitido hacerlo en un par de ocasiones, durante su noviazgo. Se aprovechó de sus labios, separados por la sorpresa e introdujo la lengua en…

En un refugio que se negaba a recordar.

Y juró en silencio. El sabor de la lengua de Eloise era sorprendentemente dulce, sus suaves labios aceptaron las órdenes de los de él. Odir había pensado que aquel beso sería su venganza, no había esperado que se convirtiese en su propio castigo. Todo su cuerpo ardía y tuvo que apartarse de ella para no quemarse por completo.