Me enamoré de la villana: ¡Qué plebeya tan descarada! Vol.01 - INORI - E-Book

Me enamoré de la villana: ¡Qué plebeya tan descarada! Vol.01 E-Book

Inori

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Beschreibung

¡Ahora, son los villanos quienes cuentan la historia!


Claire François lo tiene todo: belleza, inteligencia y sangre noble. Como hija de un destacado aristócrata, asume su estatus y las responsabilidades que conlleva con la mayor seriedad, incluso cuando el rey amenaza con desestabilizar el reino con sus absurdas ideas de «meritocracia». Claire está dispuesta a adaptarse a este cambio social, hasta que una nueva estudiante plebeya en su exclusiva academia, Rei Taylor, pone su mundo patas arriba. Todo en Rei desconcierta a Claire: desde su comportamiento y su inteligencia hasta su extraña fifijación con ella. Lo que Claire no imagina es cuánto cambiará Rei su vida... y cuánto cambiará ella la de Rei.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

 

Capítulo 1: La extraña plebeya y yo

Capítulo 2: La descarada sirvienta y yo

Capítulo 3: La plebeya, que al parecer ha comprendido cuál es su lugar, y yo

Notas finales

 

 

 

 

 

 

 

INORI

Ilustraciones: Hanagata

 

 

 

Capítulo 1: La extraña plebeya y yo

 

1

 

—Pensar que una simple plebeya se atrevería a sentarse a mi lado… Conoce tu lugar, plebeya.

La plebeya pareció aturdida ante mis palabras. Miró a su alrededor, aparentemente incapaz de comprender la situación, hasta que al final dirigió la mirada hacia mí. ¿Cómo osaba faltarme al respeto de esa manera? Debo admitir que me estaba costando contener la furia.

Me llamo Claire François y nací en uno de los linajes nobles más estimados del Reino de Bauer. Mi padre, Dole François, ocupa el prestigioso cargo de ministro de Finanzas, lo cual significa que es el responsable de la tesorería del reino. Esto ha elevado a la Casa François como la tercera fuerza más poderosa del país, solo por detrás de la familia real y el canciller. Pertenecemos a la élite, incluso entre la nobleza. Por tanto, alguien como yo no asistía a una escuela común. No, yo estudiaba en la Real Academia del Reino de Bauer, una institución reservada en exclusiva a lo mejor de lo mejor… O, al menos, así había sido hasta que los plebeyos lograron abrirse paso.

—¡Oh…! —dijo finalmente la plebeya—. ¿Claire…?

—¡Qué insolente! ¿Quién te crees que eres para llamarme por mi nombre de pila sin mostrar siquiera el más mínimo respeto?

Dios mío… Los plebeyos creían que podían comportarse de esa manera tan imprudente solo por haber sido admitidos en la misma escuela que nosotros. Esa era precisamente la razón por la que nunca llegarían a nada: no sabían cuál era su lugar.

La plebeya, que aún parecía no comprender del todo la situación en la que se encontraba, finalmente me miró a los ojos y volvió a hablar.

—Señorita Claire —dijo por fin.

¡Al fin! ¡Por fin empieza a entender cuál es su lugar!

—Sí. Eso ya está mejor —respondí—. Una plebeya siempre debe mostrar respeto.

—¿Me conoce? —preguntó.

Nunca me he molestado en recordar cada uno de los nombres de los plebeyos, pero tampoco me agrada que cuestionen mi memoria. Así que decidí responder con sequedad a su pregunta. Si no recordaba mal, había oído su nombre al pasar lista.

—¿Acaso te estás burlando de mí, Rei Taylor?

La plebeya que tenía frente a mí se llamaba Rei Taylor y era la más destacada de entre todos los que habían ingresado este año; una forastera a la que, a pesar de ser una donnadie, se le había permitido asistir a nuestra ilustre Academia.

Como ya he mencionado, la Real Academia era una institución para la élite que había educado a la nobleza durante generaciones. Sin embargo, el linaje no era suficiente para que un estudiante obtuviera el derecho a asistir. No, incluso los nobles debían superar rigurosas pruebas y demostrar ser lo mejor de lo mejor para ser admitidos. Sin embargo, por alguna razón, el rey l’Ausseil había permitido que un reducido grupo de plebeyos asistiera bajo el pretexto de promover la meritocracia. Como si eso no fuera ya suficientemente absurdo, ahora uno de esos plebeyos pretendía sentarse a mi lado. Como noble dama de alto rango, era mi deber restablecer el orden en esta clase lo antes posible.

Así que, con esto en mente, me dispuse a abrir la boca para reprenderla, pero antes de que pudiera decir una sola palabra…

—¡Sí! —exclamó con alegría Rei Taylor.

Qué chica tan extraña. ¿Acaso no se daba cuenta de que trataba de amonestarla por su impropio comportamiento?

—¿Por qué haces esto? Deja de decir cosas sin sentido… Por eso los plebeyos son…

La diferencia entre los plebeyos y la gente de mi clase social había quedado patente con tan solo un breve intercambio de palabras. Era justo como me temía: estos plebeyos acabarían arruinando por completo la reputación de la Academia.

—Respeto a su majestad, pero no puedo estar de acuerdo con su política…

—Señorita Claire, pienso igual que tú.

—¡Y yo también!

Quienes respondieron a mis quejas fueron Pepi y Loretta, mis dos íntimas amigas, quienes, como era de esperar, estaban totalmente de acuerdo conmigo. La Academia pertenecía a la nobleza y no había sitio para una plebeya como ella en un lugar así.

Si lograba hacer algo con esta plebeya en particular, la más destacada entre los estudiantes transferidos, los demás seguramente seguirían su ejemplo, ¿verdad? Con ese objetivo en mente, me dispuse a hablar, pero antes de que pudiera empezar, la plebeya pronunció mi nombre.

—Señorita Claire.

—¿Qué quieres? Preferiría que no se dirigiera a mí una plebeya como tú.

—Me gusta.

—¿Eh…? ¿Qué…?

«¿Qué acaba de decir? —pensé mientras mi mente se aceleraba—. ¿Gustar? Bueno, pueden gustarte muchas cosas, como alimentos, objetos, personas… ¿personas? ¿Cómo…? No… No puede ser…».

—Señorita Claire, la amo.

—¿Qué…? ¿Qué…? ¿Qué…?

¡¿Qué tonterías estaban saliendo de la boca de esta chica?! Yo me había acercado a ella con la clara intención de ponerla en su lugar y en cambio… ¿me estaba diciendo que me amaba?

—¿Se puede saber de qué hablas?

—Simplemente me gusta. Es solo eso —respondió la plebeya, mirándome con confusión, como si lo que decía fuera lo más natural del mundo.

No pude detectar ni una pizca de malicia en sus palabras, pero tampoco podía tomármelas al pie de la letra. ¿Qué pretendía conseguir con esto? Lo pensé un momento, hasta que una posibilidad me vino a la mente.

—¿Eh? ¡Serás atrevida! No permitiré que una simple plebeya como tú intente aprovecharse de mí. ¡Pierdes el tiempo!

No había límite al número de personas que trataban de ganarse mi favor por la posición de mi familia. Esta plebeya no era más que otra de ellos. Me di la vuelta con un resoplido.

—Eres preciosa.

—¿Qué…? ¿Qué…? ¿Qué…?

Era cierto que estaba acostumbrada a escuchar alabanzas sobre mi aspecto, pero por lo general la gente decía que era guapa o bonita. Era la primera vez que me decían preciosa desde…, bueno…, ¡desde que era una niña! Espera, ese no es el verdadero problema. El verdadero problema en esta situación era que las dos somos del mismo sexo y, aun así, esta plebeya mostraba un incuestionable… interés por mí.

—No me digas… que tú… eres una de esas personas…

En las novelas y obras de teatro, a veces aparecen mujeres que desean a otras mujeres, y suelen ser retratadas como lascivas y libertinas. ¿Acaso esta chica era igual?

—¿Eh? No, no es eso. Es más bien… Bueno, no tiene importancia… Quiero decir… Todo es irrelevante porque, para mí, eres preciosa.

—¡¿Eh?! —exclamé sorprendida.

Aquella explicación me lo dejó claro, ¡era una de esas asquerosas pervertidas que aparecen en las novelas!

—Señorita Claire, me odia, ¿verdad?

—¡Por supuesto!

Es más… ¡No había ni una sola cosa de esta chica que no odiara!

—¡Muchas gracias! Por favor, siga metiéndose conmigo como hasta ahora. ¡Me encanta!

—Pero ¿qué…?

No le encontraba el menor sentido común a esta chica. Decía que me quería, pero no le importaba que la odiara; es más, parecía querer que me metiera con ella. Era totalmente incomprensible. La observé, perpleja, como si fuera una forma de vida desconocida que hubiera adoptado aspecto humano.

—¡A partir de hoy, disfrutemos de nuestra vida escolar, señorita Claire! Pasémoslo muy bien las dos juntas.

—¡¿Por qué supones que quiero pasar mi valioso tiempo contigo?!

En ese momento, no tenía la más mínima idea de que esa plebeya, irritante y descarada, acabaría convirtiéndose en el amor de mi vida.

 

2

 

—¿Qué demonios le pasa a esa plebeya?

—¡Está loca! ¿Cómo se atreve a dirigirse así a alguien tan noble como la señorita Claire?

Pepi y Loretta me habían acompañado a tomar el té, así que en ese momento nos encontrábamos sentadas en una de las muchas pérgolas que adornaban los terrenos de la Academia. Las estructuras estaban ahí para que los alumnos que lo desearan pudieran relajarse a su gusto. En concreto, este cenador estaba situado en el patio central.

Pepi pertenecía a la Casa Barlier, una familia con profundas raíces en el mundo financiero. Era una chica hermosa, de piel lechosa y cabello castaño teñido de rosa que le caía hasta los hombros. Loretta, por su parte, era de la Casa Kugret, una familia distinguida por sus oficiales militares. Tenía un aire algo masculino y llevaba el pelo corto y negro. Ambas eran muy cercanas a mí, y solíamos pasar mucho tiempo juntas.

El té que servían para nuestro pequeño grupo había sido importado de un país lejano al oeste, mientras que los numerosos dulces que nos ofrecían provenían de Broumet, uno de los mejores restaurantes del reino. Por supuesto, aunque los dulces eran exquisitos, nada acompañaba mejor el té que una buena conversación. Hoy, el tema de nuestra conversación era esa extraña plebeya.

—Señorita Claire, ¿no crees que deberíamos hacer algo con ella? No podemos dejar que se vaya de rositas después de lo que ha hecho.

—¡Sí! ¡Si dejamos las cosas como están, podrías acabar convirtiéndote en el hazmerreír de la Academia!

No es que no entendiera lo que decían. Despreciarme a mí, una de las nobles más prominentes del Reino de Bauer, era lo mismo que despreciar a toda la nobleza. Algo así, simplemente, no podía tolerarse.

—¡Jo, jo, jo! Por favor, amigas mías, no tenéis de qué preocuparos —les dije con una sonrisa fuerte y tranquilizadora—. Expulsar a una plebeya como ella sería demasiado fácil para mí.

Por muy extraña que fuera esa plebeya, seguía siendo humana. Podía hacer que abandonara la Academia simplemente convirtiendo su estancia en algo insoportable. Aunque normalmente iba en contra de mi naturaleza aprovecharme de un enemigo débil, estaba dispuesta a rebajarme a tales niveles si eso significaba proteger el orden en la Academia.

—¡Tal y como esperaba de la señorita Claire!

—Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Cómo harás que abandone la Academia?

—Bueno… —Incluso entre los aristócratas, el acoso era algo conocido. Pero como uno de los individuos más prestigiosos de mi clase social, nunca había considerado cometer tal acto personalmente, así que no tenía la menor idea de por dónde empezar—. Solo por curiosidad, ¿qué haríais vosotras dos?

La primera en responder a mi pregunta fue Pepi.

—Bueno, en mi caso… supongo que le metería trozos de cristales en los zapatos sin que se diera cuenta.

—¡¿Trozos de cristales?! —exclamé.

«¿De verdad ha sugerido eso? Si la plebeya no se da cuenta de que sus zapatos tienen cristales antes de ponérselos… ¡Dios mío, qué horror! Oh, vamos, Pepi, dime que solo estás bromeando… Dime que nunca serías capaz de hacer algo tan horrible», pensé para mí misma horrorizada antes de responder.

—Ya veo… Bu… Bueno… ¿Y tú, Loretta? ¿Qué harías?

—Mmm… Supongo que le prendería fuego a su uniforme.

—¿Prenderle fuego a su uniforme? —dije incrédula.

«Por Dios… Si hiciéramos algo así, la plebeya podría acabar herida. ¿Acaso el acoso de los nobles ha aumentado hasta estos niveles sin que yo me enterara? ¿La Real Academia no ha hecho nada para mantener la disciplina y corregir la conducta de esta escuela?», pensé mientras intentaba asimilarlo.

—Aunque, bueno, estoy segura de que la señorita Claire no estaría satisfecha con nuestras ideas, ya que, bueno, son demasiado simples.

—¡Sí! No puedo esperar a ver qué se le ocurre a la señorita Claire.

He de reconocer que, llegados a este punto, su entusiasmo empezaba a asustarme un poco. Seguir ciegamente sus sugerencias me llevaría a resultados desastrosos, así que tenía que idear algo por mi cuenta. Algo más sensato.

—Veo que aún estáis demasiado verdes —dije—. Un tipo de violencia tan burda ni siquiera puede considerarse acoso.

—¿Oh?

—¿Entonces…?

Los ojos de ambas brillaban con expectación. ¿Qué esperaban exactamente? Prefería no saberlo. Sentía que estaba presenciando una nueva faceta de mis amigas, una que habría preferido no descubrir. Para ser sincera, me irritaban bastante.

—Pensaba en que podríamos empujarla por detrás.

—¡¿Quieres decir por detrás cuando esté bajando las escaleras?!

—¡¿O te refieres a cuando esté asomada a una de las ventanas?!

«Por Dios… Parad de una vez. Gracias a vuestros comentarios, mi opinión sobre vosotras está cayendo en picado».

—Lo siguiente que pensaba hacer es pisarla.

—¡¿Con tacones altos?!

—¡¿En la cara?!

«¡Eso sería peligrosísimo! ¡Si la piso en la cara con los tacones, podría herirla gravemente!».

—Entonces tomaría sus libros de texto y…

—¡¿Rasgarlos?!

—¡No! ¡Seguro que los quemarás!

«¡¿Por qué iba a arruinar así un papel tan preciado?! ¡¿Acaso no saben que el papel que usamos es gracias a los recursos naturales que nos brindan los dioses?!».

—Después de eso, me aseguraría de que esté sola y…

—¡¿La encerrarías?!

—¡Señorita Claire, eres un monstruo!

«¡Las únicas monstruas sois vosotras dos! Madre mía… ¿Habrá sido un error escoger a estas personas como amigas?».

—Una vez hecho eso, tomaré un poco de agua y…

—¡¿Vas a impedir que beba agua?!

—¡¡Ya entiendo!! ¡Luego celebrarás una fiesta del té delante de ella!

«¡¿Cómo demonios creen estas dos que alguien de mi posición organizaría una fiesta del té tan bárbara?! De verdad… ¿Son estas dos chicas las mismas de ayer?».

—Por último… dejaré un florero en su escritorio —dije débilmente.

—¡¿Y se lo romperás en la cara?!

—¡¿La desfigurarás con los fragmentos?!

«¿Cómo pueden estas dos ser tan violentas? No importa si es o no una plebeya, ¡jamás, en ninguna circunstancia, se debe estropear el rostro de una dama!».

—Vaya… Supongo que por eso la señorita Claire está a un nivel completamente distinto.

—Sí, nuestras sugerencias ni siquiera se acercaban a lo que la señorita Claire tenía en mente.

—Me pregunto si eso es verdad…

Debo reconocer que ahora desconfiaba un poco de mis amigas. Hasta aquel momento, ambas parecían tranquilas, pero el extraño entusiasmo que mostraron hacía unos instantes me recordaba a la plebeya. ¿Podría ser que el té y los dulces tuvieran algo raro? Es cierto que había oído que algunos dulces podían contener licor, pero estoy segura de que los que nos sirvieron no tenían nada de eso.

—De todas formas, dejadme a mí el acoso. Esa plebeya estará fuera de nuestra Academia antes de que os deis cuenta —dije mientras recuperaba un poco la compostura, llevando una taza de té a mis labios.

—¡No! ¡Por favor, déjanos ayudar!

—¡Sí, por favor!

—¡De ninguna manera! —respondí con firmeza.

—Señorita Claire…

—¿Por qué?

—Porque no hay necesidad de que os ensuciéis las manos con algo así. ¡Mis acciones serán más que suficientes para echar a esa plebeya de la Academia!

Mientras esa plebeya se enfrentara a mí, nunca me rebajaría a pedir ayuda. Mi orgullo no me lo permitiría.

—Oh, por supuesto, señorita Claire…

—¡No esperaba menos de ti!

Y así, mi plan para intimidar a aquella descarada plebeya siguió adelante. No fue hasta mucho más tarde cuando me di cuenta de que los planes que había pasado toda la tarde ideando solo serían vistos como una recompensa para ella.

 

3

 

—Hola, Misha. Ha pasado mucho tiempo.

—¿Eh? Oh, señorita Claire, un placer verla —respondió Misha, inclinando la cabeza con cortesía.

En ese momento no me acompañaban ni Pepi ni Loretta, ya que me había escabullido en cuanto vi a Misha. No quería que escucharan lo que tenía que hablar con ella.

Misha Jur era una chica preciosa, de cabello plateado y ojos rojos. Hacía mucho que no nos veíamos, pero su expresión seguía siendo implacablemente indiferente, como siempre, y sus ojos fríos no mostraban la más mínima emoción al mirarme.

—Felicidades por tu admisión en la Academia. Quizá ahora seas una plebeya, pero eso no cambia el hecho de que, hasta hace poco, tu familia formaba parte de la nobleza del Reino. Está claro que eres diferente al resto. Por favor, siéntete libre de dejar las formalidades cuando estés conmigo —dije.

—Se lo agradezco mucho, pero, con su permiso, prefiero abstenerme —respondió Misha, insistiendo en que ambas mantuviéramos nuestros papeles, lo que, por cierto, me pareció muy propio de ella.

El cabeza de familia de los Jur había ostentado el rango de marqués. Supervisaban asuntos relacionados con la tierra y la arquitectura. Había oído que su relación con la familia real era tan estrecha que hasta el tercer príncipe, Yu, solía visitar su casa para jugar cuando era pequeño. Los miembros de la familia Jur solían ser estoicos y serios, y Misha había heredado esos mismos rasgos hasta el punto de que, en ocasiones, quizás llegaba a ser excesivamente diligente.

—Muy bien. Sin embargo, debo admitir que me entristecí profundamente al conocer las desgracias que afectaron a tu familia.

—Bueno, supongo que era algo inevitable. Las luchas de poder entre la aristocracia están a la orden del día, y la caída en desgracia del perdedor solo es parte de ese juego.

Mientras Misha pronunciaba esas palabras no percibí ni el más mínimo indicio de mentira en ellas. Había aceptado con calma la realidad que le había tocado vivir. Tampoco encontré en su tono ni rastro de arrepentimiento o rencor. Aunque, claro, esa disposición de Misha a aceptar la derrota era uno de los rasgos arquetípicos por los que la Casa Jur era bien conocida.

En el Reino de Bauer existían cuatro grandes bastiones políticos. El primero, como era de esperar, era la familia real. Habían gobernado durante casi dos mil años, y aunque seguían siendo los más poderosos del país, su autoridad actual se sostenía más en la influencia del pasado que en logros presentes, lo cual había provocado que algunas de las familias nobles contemporáneas superaran a la familia real en riqueza y en poder político.

El segundo bastión era la familia François, de la que yo provenía. Éramos la segunda fuerza política del reino y habíamos ocupado el cargo de ministro de Finanzas durante generaciones. Nuestra riqueza e influencia siempre amenazaban con eclipsar a la familia real. Si bien el canciller Saaras Lilium tenía una influencia política algo mayor, nadie podía compararse con la profundidad de nuestras arcas. Si algún noble era lo bastante imprudente como para enfrentarse a mi padre, su control sobre el tesoro del reino podía convertir su vida en un infierno. Por supuesto, jamás se le ocurriría usar su poder para algo tan mezquino.

El tercer bastión era la facción del canciller Saaras Lilium. Con esto me refiero a su facción y no a su familia en sí, dado que esta tenía poca influencia por sí misma. Esto era algo normal, dado que Saaras había ascendido al cargo de canciller por méritos propios. Aunque no manejaba el tesoro del reino, contaba con el respaldo de muchas personas influyentes. Era un secreto a voces entre la nobleza que la familia real solo lograba impulsar sus políticas gracias al apoyo de Saaras. Su facción giraba en torno a su personalidad carismática y dependía completamente de él.

El cuarto y último bastión era la familia Achard, cuyo patriarca ostentaba el título de marqués. A pesar de que su rango era inferior al nuestro, la historia de los Achard era casi tan antigua como la de la familia real, lo que les otorgaba un prestigio considerable. Varias generaciones atrás habían perdido una lucha de poder contra mi familia, lo que les había hecho perder algo de poder y descender de duques a marqueses. No obstante, el peso de la historia y el linaje seguía siendo inmenso entre la nobleza, y en esos aspectos, la Casa Achard destacaba. En la actualidad lideraban la facción conservadora, oponiéndose a las reformas meritocráticas del rey l’Ausseil. Si bien sus logros actuales no eran especialmente notables, mantenían una influencia sólida.

Perdóname, creo que me he extendido un poco con esta explicación. Todo esto lo menciono porque la casa de Misha, la Casa Jur, había perdido una batalla política contra la Casa Achard. La Casa Jur siempre se había mantenido neutral, sin aliarse con ninguno de los cuatro poderes mencionados; aun así, se había ganado la enemistad de la Casa Achard y había terminado arruinada. Se rumoreaba que la conexión de la Casa Jur con la familia real había sido orquestada por los Achard, pero la verdad seguía sin esclarecerse.

—Señorita Claire, ¿tiene algún asunto que tratar conmigo? —preguntó Misha.

—¡Sí! ¡Sí que lo tengo! —Casi lo había olvidado—. ¡Es sobre esa compañera tuya!

—¿Te refieres a Rei? ¿Qué pasa con ella?

—¡Oh! ¡Déjame decirte que esa plebeya está loca! ¡No deja de decir tonterías! ¡Nunca! ¡Nunca en toda mi vida he conocido a alguien tan maleducada como ella!

—¿Eh? Oh… Sí… Siento escuchar eso… —Misha, algo confusa, bajó la cabeza, pero mantuvo la calma—. Solo por saberlo, ¿podría darme más detalles de lo que le dijo?

—Bueno… —Vacilé—. Empezó a decir que yo le gustaba…

—¿Perdone? Creo que no he escuchado bien, ¿podría repetirlo?

—Dije que…

—¿Sí?

«¿Por qué alguien como yo tiene que pasar por algo como esto? ¡Una tiene demasiado orgullo como para repetir semejantes tonterías!», pensé.

—Todo es culpa de esa maldita plebeya… —murmuré.

—¿Señorita Claire?

—¡Da igual! ¡Asegúrate de que esa plebeya aprenda a mostrar el debido respeto a la nobleza!

—Pero, por lo que he visto, Rei es una persona bastante educada…

—¡¿De qué hablas?! Si eliminaran una a una a todas las personas de este mundo hasta que solo quedara la más grosera… ¡La única que quedaría sería ella!

—¿Seguimos hablando de Rei? —preguntó Misha, inclinando la cabeza.

Qué extraño… ¿De verdad nuestros puntos de vista sobre esa plebeya eran tan diferentes?

—Solo por curiosidad, ¿qué clase de persona piensas que es esa chica?

—Mmm… Supongo que, si tuviera que describirla, normal sería la palabra más adecuada.

—¡¿Normal?! ¡¿Esa cosa es normal para ti?!

—Sí. No entiendo qué es lo que no le gusta de ella, pero Rei es una chica normal y corriente. Es la viva definición de una chica que no destaca mucho.

Empezaba a sentirme débil…

«¿Qué? ¿Esa plebeya es normal? Vamos… ¿Acaso todos los plebeyos son como ella y yo no me he enterado hasta ahora? Si ese es el caso, temo por el futuro de Bauer…», pensé.

—Es un poco callada —continuó Misha— y la verdad es que no hay nada destacable en ella. Eso sí, es una muy buena estudiante.

—Normal… Esa plebeya es… ¿normal?

En esos momentos la palabra «normal» no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. Si eso era normal, los plebeyos debían ser personas horribles… Si ese era el caso, lo mejor sería que los nobles dirigieran este reino para siempre. Si dejábamos las cosas en manos de los plebeyos, el país se vendría abajo.

—En ese caso, ¿cómo describiría usted a Rei? —me preguntó Misha.

—Es una pervertida.

—¿Eh?

—He dicho que es… ¡una pervertida! ¡¿Qué le pasa?! ¡Intentó cortejarme sin tener en cuenta ni su humilde estatus ni el hecho de que somos del mismo sexo! ¡No puede estar cuerda!

—Lo siento, que intentó… ¿qué? ¿Cortejarla?

—¡Sí! Estoy segura de que lo único que quería era burlarse de mí. ¡Pero a mí no me pareció para nada gracioso!

Mientras seguía desahogándome, Misha ladeó la cabeza, visiblemente confundida.

—¿Ocurre algo? —pregunté.

—Nada… Bueno… Es que no puedo evitar tener la sensación de que ha confundido a Rei con otra persona.

—Eso es imposible. Es esa plebeya de aspecto preocupantemente delgado, con el cabello negro cortado en una leve melena y que es ligeramente más alta que yo, ¿verdad?

—Sí, es ella. La recuerda bastante bien.

—¡Como si pudiera olvidarla después de pasar por una experiencia tan traumática!

—¿De verdad cree eso? —soltó Misha mientras comenzaba a reírse.

—¿Perdona? ¿Misha? ¿Acaso hay algo gracioso en todo esto?

—Lo siento, señorita Claire, le ruego que me disculpe. Es solo que parece que disfruta un poco con toda esta situación.

—¡¿Qué?! ¿Que estoy disfrutando?

—Sí —dijo Misha con una ligera sonrisa—. Como noble que es, siempre tiene una sonrisa brillante para todo el mundo, pero esa sonrisa no es más que una máscara. Solo muestra su verdadero yo ante sus amigos, ¿estoy en lo cierto?

—Por supuesto que… —empecé a decir, pero me quedé sin palabras. Quizá tenía razón.

—Sin embargo, aquí está, expresando abiertamente sus verdaderos sentimientos. Lo cual me hace pensar que, en realidad, está bastante interesada en Rei.

—¡Te equivocas! ¡Estás totalmente equivocada! —¿Misha insinuaba que yo, en ese momento, bajaba la guardia ante una plebeya? ¡No puede ser!—. Es solo que, dado que tú eres su compañera de habitación, quería advertirte sobre su inapropiado comportamiento…

—Sí, comprendo. No se preocupe, le daré una severa advertencia, pero… ¿ha considerado alguna vez la posibilidad de que Rei solo se comporte así con usted?

—¿Eh?

—Quiero decir, ¿quizás la encuentra especial?

«¡¿Qué?! ¿Especial? ¡¿Que ella me encuentra especial?!», pensé.

—De todas formas, ¡creo que he sido bien clara! La próxima vez no dejaré que se vaya de rositas, ¡así que asegúrate de que termine con sus tonterías!

—Lo haré, no se preocupe. Me aseguraré de advertirle severamente.

—¡Por favor! Y con eso, ¡te deseo un buen día!

Acto seguido, giré sobre mis talones y me alejé de Misha.

—Señorita Claire, ¿dónde has estado?

—No te encontrábamos, así que no pudimos evitar preocuparnos.

—Pepi, Loretta, lo siento. Tenía asuntos que atender.

Me reuní con mis dos amigas y juntas tomamos el té en nuestro lugar habitual. El té negro que me sirvió mi criada de toda la vida, Lene, estaba delicioso, pero… tenía que ocuparme de algunos asuntos.

—¿Ella me… encuentra especial?

Las palabras de Misha se quedaron grabadas en mi mente. No había nada de agradable en caerle bien a una plebeya, nada en absoluto…

Sin embargo, aunque me repitiera eso una y otra vez, no podía dejar de pensar en la radiante sonrisa de aquella chica.

 

4

 

—Buenos días, señorita Claire.

Estaba estudiando en el aula antes de que comenzaran las clases cuando esa plebeya se dirigió a mí como si fuéramos amigas. Loretta, al ver la expresión en mi rostro, se interpuso entre nosotras para bloquearle el paso.

—¿Por qué te diriges a nosotros como si fuéramos amigos? Vivimos en mundos completamente diferentes. ¿No es así, señorita Claire? —dijo Loretta con sorna.

Loretta, normalmente, no era de las que se metían con los demás, pero en cuanto a temas de estatus y normas sociales, era tan estricta como yo.

—¡Qué pesados sois! No tengo nada de qué hablar con unos lacayos como vosotros. Intento hablar con la señorita Claire.

—¿Qué…? ¿Cómo te atreves? ¿Sabes quién soy? Pertenezco a la familia Kugret y hemos servido a la familia François durante generaciones.

—Así que… no eres más que un lacayo. Tengo razón, ¿no?

—Se… señorita Claire…

—Plebeya… —Suspiré—. Para ya. No tengo nada de qué hablar contigo. ¿Acaso no sabes que «Buenos días» también se puede usar como despedida? Qué desagradable eres.

El uso del lenguaje en el reino se había vuelto impropio últimamente, incluso entre los aristócratas. Las frases vulgares de la clase baja eran, por desgracia, cada vez más comunes. Normalmente, alguien como yo no se dignaría a corregir las palabras de alguien tan insignificante, pero, si dejaba pasar esta ocasión, quién sabía qué efecto podría tener en la Academia. Así que me sentía con el deber de enseñarle a esta plebeya la forma correcta de hablar en Bauer.

—Es maravillosa. Siempre que la señorita Claire me habla, me enseña el buen uso de las palabras. La amo mucho —respondió la plebeya.

—¡Cállate! ¿Acaso te estás burlando de mí?

—¡Sí!

—¡¿Ni siquiera lo niegas?!

—Rei, contrólate. Buenos días, Claire —dijo Misha, como si estuviera intentando agarrar a la plebeya por el cuello, tal y como haría una gata madre con sus cachorros. He de reconocer que sentí un poco de alivio al verla. Dado que Misha es una persona bastante sensata, estaba segura de que sabría meter en vereda a esa plebeya maleducada.

—¡Misha! ¡Suéltame! ¡Estoy intentando pasar un buen rato con Claire!

—Olvida eso de «con» —repliqué.

—¡Te dije que pararas de una vez! —dijo finalmente Misha, mientras le daba un ligero golpe en la cabeza a la plebeya.

«Misha…, deberías darle también unas cuantas bofetadas de mi parte», pensé antes de exigir:

—Misha…, ¿querrías controlar a tu gata como es debido?

—Claire, Rei no es mi mascota.

—¡Me encantaría ser su mascota, señorita Claire!

—¡¿Acaso no he dicho que te callaras?! —grité.

Dios mío, no hacíamos más que dar vueltas en círculos cada vez que se trataba de esta chica. ¿Cómo podía permitirse ser tan tonta todo el tiempo, y además ante una noble de alto rango como yo?

—Señorita Claire, parece no encontrarse muy bien hoy. Sería mejor que descansara un poco —dijo la plebeya.

—¡¿Y quién te crees que tiene la culpa?! ¡Desaparece de mi vista de una maldita vez! —le espeté. Sin embargo, mis palabras no parecieron irritarla en absoluto. Que chica más exasperante…

—Parece que hoy también os estáis divirtiendo desde bien temprano.

—Su alteza Yu…

—Buenos días, Claire. Hacía ya mucho tiempo que no te veía tan alterada —dijo Yu con una sonrisa.

Frente a nosotras estaba Yu Bauer, el tercer príncipe del Reino de Bauer. Tenía el cabello rubio, suave y rizado, y una sonrisa amable y alegre; era la viva imagen de un príncipe. Sin embargo, no era de esos a los que se les suben esas cosas a la cabeza, así que procuraba ser atento con todo el mundo. Tal vez eso contribuía en gran medida a su popularidad entre las personas del sexo femenino.

—Su alteza Yu… ¡No nos estamos divirtiendo! Esta maldi… Rei, quiero decir, no ha dejado de actuar irrespetuosamente delante de mí, así que la advertía para que tenga más cuidado la próxima vez.

—¿En serio? —preguntó Yu mientras volvía la mirada hacia la plebeya.

—No, no estaba siendo irrespetuosa. Simplemente estaba siendo cariñosa con ella.

—¿Pero de qué hablas?

—¡Ja, ja, ja! —Yu no pudo evitar reír ante toda la situación.

Esa plebeya iba tan lejos como para actuar con total naturalidad frente a Yu. ¿Cómo se atrevía? Que alguien de su categoría hablara así con un noble era simplemente inconcebible. Lo primero que me vino a la cabeza fue que Yu acabaría ofendido, pero, para mi sorpresa…

—Eres Rei Taylor y, si no me equivoco, eres la mejor estudiante de entre todos los plebeyos que han entrado en la Academia este año, ¿verdad? Pensaba que serías un ratón de biblioteca que no hace más que estudiar, pero veo que también eres una chica bastante divertida —dijo Yu con su sonrisa más amable, aunque, a decir verdad, era un desperdicio dedicársela a alguien como ella.

—Gracias.

Aquella espléndida sonrisa parecía no surtir efecto en la plebeya. ¡Hablamos de una sonrisa capaz de hacer que muchas chicas se desmayen con solo verla! Pero no, su respuesta fue tan escueta que casi parecía que quería discutir con él.

—No seas tan grosera, Rei —la regañó Misha—. Buenos días, su alteza Yu.

—Buenos días, Misha.

Era bien sabido que Yu, independientemente del estatus, era amable con todo el mundo. No obstante, con Misha mostraba una ternura especial, ya que ambos eran amigos de la infancia. Habían sido muy cercanos antes de que la familia de ella cayera en desgracia, y parecía que Misha había llegado a sentir algo por él cuando era más joven, aunque, por desgracia, a estas alturas ya no tenía ninguna posibilidad.

—Me disculpo por el comportamiento de Rei. Me aseguraré de castigarla como es debido más tarde —indicó Misha a Yu.

—No tienes por qué preocuparte por eso. De todas formas, ¿podrías hablarme con algo menos de formalidad? Después de todo, recuerda que todos somos iguales en la Academia.

—Lo tendré en cuenta…

Aquella extraña conversación parecía insinuar que quizás aún quedara algo entre ellos. Justo mientras pensaba en eso, la plebeya se acercó a mí y me susurró:

—Señorita Claire, ¿qué opina sobre eso? ¿Cree que podrá revivir su amor?

—¿Por qué es tan vulgar cada pensamiento que pasa por tu cabeza? —Suspiré.

¿Acaso Misha no era su amiga? ¿Cómo podía esa plebeya mostrarse tan imperturbable mientras Misha anhelaba un amor tan irremediablemente perdido?

—Hola, Yu y Claire. Buenos días a todos.

—Buenos días, su alteza Rod —contesté.

—Buenos días, hermano —dijo Yu.

El chico al que saludábamos era Rod Bauer, el príncipe heredero del reino y hermano mayor de Yu, lo que significaba que era el primero en la línea de sucesión al trono y quien sería el próximo rey de Bauer.

—¿Qué es lo que ocurre aquí? Parece algo interesante, y me gustaría participar también —dijo entre risas, sumándose a la conversación.

—Aquí no pasa nada interesante —repliqué—. Es tan solo que una persona quiere perturbar el orden establecido.

—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? —preguntó la plebeya—. ¿Insinúa que se uniría a mí? ¿Quiere que perturbemos el orden juntas? ¿Es eso?

—¡Nunca haría tal cosa! —declaré con vehemencia, intentando dejar claro que no deseaba, ni remotamente, que me relacionaran con ella. ¿Pero qué tonterías estaba diciendo esta plebeya frente a nuestro futuro rey?

—¿Quién es…? —Rod, sorprendido, miró a la plebeya como si fuera un animal raro.

—Se llama Rei Taylor —respondió Yu riéndose—. Es la plebeya más sobresaliente de la clase y, como puedes ver, es muy divertida.

En circunstancias normales, debería ser la plebeya quien se presentara primero… ¿Es que ni siquiera sabía algo tan básico?

—Sí, he de reconocer que tiene un carácter poco común. Personas así tampoco abundan entre la aristocracia. Supongo que las políticas de mi padre han dado resultados bastante curiosos, ¿no? —dijo Rod.

—Je, je —respondió la plebeya de manera apática. La mayoría se habría tomado esas palabras como un gran honor, pero parecía que ella no lo veía así.

—Es divertido conocer a alguien como tú. Así que te llamas Rei… Lo recordaré.

—Gracias.

—Sé más respetuosa, por favor, Rei —la riñó Misha.

—¿Acaso te haces una idea de cuántas chicas matarían por ser recordadas por su alteza Rod? —indiqué. Incluso el simple hecho de poder afirmar que alguien de la familia real conocía tu nombre podía otorgarte una ventaja en la alta sociedad. ¿Era tan ignorante esta plebeya que ni siquiera lo sabía?

—Thane, únete a nosotros tú también —dijo Rod.

—No, estoy bien —respondió con una voz que tenía un tono agrio.

Al escuchar aquellas palabras, mi corazón comenzó a latir con fuerza, y dirigí mi mirada hacia el fondo de la sala de conferencias. Allí, sentado, estaba un chico de cabello plateado por quien sentía algo en secreto.

—No creo que a Thane le gusten este tipo de cosas —dijo Yu con una sonrisa preocupada.

—¿Acaso hay algo que le guste? —refunfuño Rod.

Thane era el segundo príncipe del reino. Poseía una belleza fría y un aire melancólico, pero era precisamente eso lo que aceleraba mi corazón. Era el polo opuesto a esa plebeya grosera y ruidosa.

—Su alteza Thane…

El simple hecho de pronunciar su nombre hacía que mi corazón saltara de alegría. Sabía que, al menos por ahora, mis sentimientos no eran correspondidos; es más, era probable que él solo me viera como una de las incontables nobles que poblaban este mundo. Pero, por el momento, eso estaba bien, ya que estaba segura de que algún día el destino nos uniría.

—¿Por qué no va a hablar con él, señorita Claire? —dijo la plebeya.

Aquellas palabras me sorprendieron tanto que mi corazón dio un vuelco, ¿era posible que esta simple plebeya se hubiera dado cuenta de mis sentimientos?

—¿Por qué tendría que ir? —tartamudeé.

—Porque le gusta, ¿verdad?

El mero hecho de que mis sentimientos se conocieran de esa manera me hizo estremecer. Es más, hasta aquel momento, estaba segura de que estos solo saldrían a la luz de la forma más romántica posible… Tal vez cuando Thane y yo nos miráramos a los ojos, a solas, en una playa iluminada únicamente por la luz de la luna… Jamás imaginé que sería así. Sorprendida, las siguientes palabras que salieron de mi boca fueron algo que en absoluto quería decir.

—¡N-No! ¡Jamás he pensado en su alteza Thane de esa manera!

Mi voz resonó en toda la sala de conferencias y, cuando me di cuenta de lo que había dicho, ya era demasiado tarde.