8,00 €
La historia de amor que lo cambió todo.
Con su amor, Rei y Claire salvaron el mundo. Ahora, deberán luchar para protegerlo.
Mientras lideran las fuerzas unidas de Bauer y sus aliados contra la amenaza demoníaca, comienzan a descubrir secretos que nunca debieron ser revelados.
La verdad oculta del mundo tiene implicaciones devastadoras, no solo para las vidas de todos los que aman, sino también para ellas mismas.
¡Toda gran historia merece un final épico!
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 499
Veröffentlichungsjahr: 2024
INORI
Ilustraciones: Hanagata
Contenido
Capítulo 16: La invasión de la capital imperial
Interludio: Feroz hasta el final (Dorothea Nur)
Capítulo 17: La verdad de este mundo
Capítulo final: El futuro de la humanidad
Epílogo
Capítulo adicional: El día que pudo haber sido
Notas finales
1
—¿La Reina de los demonios? —repetí confundida.
¿Pero qué estaba ocurriendo? Primero, y sin previo aviso, empezaron a aparecer demonios que apenas figuraban en el juego original, ¿y ahora resulta que tienen una reina? Desde luego, eso es algo que ni siquiera se mencionaba en los libros de referencia.
—Madre, ¿quién es esa «Reina de los demonios» de la que hablas? —preguntó Philine vacilante, verbalizando la misma pregunta que yo me moría por hacer.
Estaba claro que Philine era una chica increíble. Ahora, cuando la mirabas a la cara, no podías encontrar rastro de su antigua timidez, pero aun así estaba inquieta por las palabras de Dorothea.
—La Reina de los demonios es la soberana de todos los demonios y monstruos que habitan el planeta. De hecho, la conocí una vez —respondió Dorothea, dándose cuenta de la preocupación de su hija.
Su respuesta no fue lo más sorprendente para mí. Lo más sorprendente fue que, al hablar, pude apreciar un matiz de miedo en su voz. ¿Qué demonios podía hacer que Dorothea, que era la viva imagen de la arrogancia y la confianza, sintiera miedo?
El encuentro de Dorothea con la Reina de los demonios fue fruto de la casualidad. Por aquel entonces, Dorothea acababa de cumplir los siete años y, pese a su corta edad, ya había demostrado poseer un talento excepcional con la espada. Teniendo esto en cuenta y con el objetivo de que adquiriese experiencia real en combate, acabó incorporándose a una de las numerosas expediciones que se aventuraban en los territorios demoníacos. Sin embargo, aunque oficialmente formaba parte de la expedición, en la práctica su rol se limitaba a observar todo desde una posición segura en la retaguardia. Y es que, a pesar de su destreza, Dorothea no dejaba de ser un miembro de la familia imperial. Su participación no buscaba tanto la adquisición de experiencia bélica como el prestigio que esto conllevaría. De cualquier manera, la zona elegida para el combate fue una que, según los informes, presentaba un riesgo relativamente bajo, lo que permitiría a Dorothea presenciar la acción desde un lugar seguro.
Fue allí cuando conoció a la Reina de los demonios.
—Ya había oído hablar de la tremenda fuerza de los demonios —prosiguió Dorothea—, pero ella superaba con creces cualquier cosa que pudiera haber imaginado. Incluso en aquel entonces, si los tres archidemonios se hubiesen presentado, podría haberme enfrentado a ellos sin dificultad. Sin embargo, me temo que ni en aquel momento ni ahora soy capaz de igualar el poder de la Reina de los demonios. Ningún humano es capaz de hacer frente al inmenso poder que ella ostenta. Es como si una persona intentase enfrentarse a la devastadora fuerza de la naturaleza.
El equipo de expedición fue completamente aniquilado en un abrir y cerrar de ojos. Y, aunque la propia Dorothea se enfrentó cara a cara con la Reina de los demonios, todos sus esfuerzos resultaron inútiles.
—Recuerdo que, en aquel instante, me preparé para mi muerte. Sin embargo, por alguna razón, ella, únicamente a mí, me perdonó la vida.
Confundida por el inesperado giro de los acontecimientos, Dorothea no pudo evitar preguntarle a la Reina de los demonios por qué no la había matado.
—Cuando le pregunté, su respuesta fue… que matarme alteraría en exceso el curso de la historia… Incluso ahora, sigo sin comprender el significado detrás de esas palabras.
Sea como fuere, Dorothea logró salvarse y halló un nuevo propósito en la vida.
—Fue entonces cuando decidí reunir todas las fuerzas de la humanidad para, de esa manera, poder enfrentarme a ella.
Era evidente que había hecho todo lo que estaba en sus manos para conseguir tal propósito. Incluso sus agresiones a otros países se habían llevado a cabo con ese objetivo. No obstante, era discutible si eso justificaba o no sus acciones.
—¿Cómo es posible que exista una persona tan poderosa de la que casi nadie tiene conocimiento? —preguntó William, verbalizando la duda que rondaba entre todos los allí presentes.
—No estoy segura, pero sospecho que tiene que ver con lo que dijo sobre no querer alterar el curso de la historia —respondió Dorothea.
—¿Qué quiere decir eso?
—Supongo que el mero hecho de que su existencia sea conocida afectaría enormemente al mundo. Por eso hasta ahora ha limitado al máximo sus acciones, para evitar que la historia cambie.
—Mmm… He de reconocer que todo esto suena algo complicado, pero entiendo que no augura nada bueno para la humanidad —respondió William con preocupación.
—Pero, si eras consciente de semejante amenaza… ¿Por qué no alertaste al mundo en cuanto supiste de ella? —regañó Claire a Dorothea—. Estoy segura de que hubiera sido más sensato trabajar unidos que invadir otras naciones sin ton ni son.
—Claire François, es evidente que no sabes nada de política. En un mundo donde los intereses de las naciones son tan dispares, las palabras carecen de peso.
Existían numerosas formas a través de las cuales una nación podía interactuar con otra: mediante la fuerza militar, la economía, la ideología o la moral. Entre todas ellas, Dorothea había considerado que el diálogo era la menos efectiva. Personalmente, no estaba de acuerdo con esa visión. Sin embargo, no podía negar que bastantes personas compartían su opinión en el Japón contemporáneo.
—Tonterías —replicó Claire con incredulidad—. Si la gente fuera consciente de que compartimos un enemigo común, estoy segura de que nos escucharían. Sobre todo si fueras tú la que se dirigiera a ellos.
Ante las palabras de Claire, Dorothea sacudió la cabeza, exasperada por su incapacidad para entender algo tan evidente.
—Simplemente se limitarían a escuchar y nada más. No verían motivo alguno para actuar mientras exista nuestro imperio y mantengamos a raya a los demonios.
—Pero podrías haberlos incitado a la acción como hizo Philine —insistió Claire.
—Eso funcionó únicamente porque me veían como un enemigo común —explicó Dorothea—. Como ya he dicho, es el imperio el que defiende al mundo de la invasión demoníaca actualmente. Y precisamente por eso ninguna otra nación percibe a los demonios como una auténtica amenaza.
Ella tenía razón. Al menos yo, cuando vivía en Bauer, nunca había considerado que los demonios fueran una amenaza real.
—¡Pero eso no justifica el hecho de anexionarse otros países a la fuerza! —exclamó Claire, alzando la voz.
—En efecto, nunca he pensado que fuera lo correcto. Simplemente era la mejor opción que tenía. Pero ahora, gracias a vosotras, he fracasado —dijo Dorothea con una carcajada llena de autodesprecio.
—Puedo comprender tus motivos —intervine—, pero ¿por qué crees que los demonios van a atacar precisamente ahora?
—Supongo que sabes que los demonios no pueden entrar en la capital imperial, ¿verdad? —preguntó Dorothea.
—Lo sé. Es gracias a la barrera, ¿no?
—Correcto. Aunque la tengamos, los demonios son capaces de enviar espías humanos, como el que dejé escapar en la pelea de hace un momento —continuó.
Recordé entonces que Dorothea había fijado su mirada en un oficial del imperio que trataba de escabullirse. Supuse que ese era el espía al que se refería.
—Temo que a estas alturas ese espía ya habrá informado a los demonios de que os he masacrado, lo que representa la oportunidad perfecta para atacar —explicó Dorothea.
—Entiendo… ¿Quieres decir que cuando afirmaste que ibas a matarnos a todos, solo estabas actuando? —preguntó Claire, sorprendida.
Personalmente, si lo que sospechaba Claire era cierto, habría preferido que Dorothea se hubiera contenido un poco.
—No, lo decía en serio —afirmó Dorothea con firmeza—. Si no me hubierais superado en poder, habríais estado a la altura de mis expectativas. En cualquier caso, estaba dispuesta a ser yo quien muriera y dejarlo todo en tus manos.
—¡Tu madre se ha pasado de la raya, Philine! —exclamé.
—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! —respondió Philine de inmediato, inclinándose una y otra vez.
—¿Y ahora qué? Dudo que estemos en condiciones de continuar esta cumbre —dijo William, mirando a su alrededor. Todos los no combatientes habían regresado ahora que la lucha había terminado.
—Dorothea, ¿cuánto tiempo estimas que tenemos hasta que los demonios nos ataquen? —preguntó Dole.
Esta pregunta hizo que Dorothea se quedara pensativa un momento, antes de responder finalmente:
—Si tenemos en cuenta el tiempo que les llevará atravesar todas las fortificaciones… diría que… unas dos semanas.
—Dos semanas… es demasiado poco tiempo —respondió Dole con una mueca. Era más que improbable que dos semanas bastaran para pedir refuerzos a Bauer, el país más cercano a Nur. Y ya no hablemos de hacer un frente común de toda la humanidad.
—Dorothea, supongo que tienes algún plan en mente, ¿no? Dudo mucho que seas el tipo de persona que hace algo tan imprudente sin tener algún plan previsto —dijo Manaria, apareciendo en escena.
—¡Hermana! —gritó Claire antes de lanzarse a sus brazos—. ¿Ya te han curado?
—Sí. Siento haberte preocupado.
Al verlas, no pude evitar sentir una punzada de envidia, pero lo dejé pasar por lo que le había ocurrido a Manaria. Además, ¡Claire seguía siendo mía para abrazarla cuando quisiera!
—Sí, tengo una idea —respondió Dorothea a Manaria—. Hay una enorme herramienta mágica instalada en una de las fortalezas entre el territorio de los demonios y la capital. Si la activamos, acabará tanto con los demonios como con la fortaleza.
Según ella, aquella herramienta era su as bajo la manga, creada con la última, mejor y más sofisticada tecnología del imperio. Al parecer, era tan poderosa que habría que volver a trazar los mapas después de utilizarla.
—Si tenías algo así en tus manos, ¿por qué no lo usaste para eliminar todo el territorio de los demonios de un plumazo? —preguntó Claire.
—No es un artefacto que se pueda emplear a la ligera. Requiere de un cinturón volcánico para funcionar —aclaró Dorothea.
Al oír aquello, algo en mí hizo clic.
—Dorothea… ¿Usaste esa herramienta para provocar la erupción del monte Sassal? —pregunté.
—Rei Taylor, veo que eres muy perspicaz. Así es. Dicha herramienta es capaz de agitar las esencias de fuego y tierra que recorren un cinturón volcánico —respondió Dorothea sin un ápice de culpa.
Así que esa fue la razón por la que la erupción se había adelantado respecto al juego original: el imperio había intervenido. Quizás esta también hubiera podido ser la causa de la erupción en el juego original.
—¡Eres un monstruo! —exclamó Thane, quien para mi sorpresa agarró a Dorothea por el cuello. En lugar de su habitual expresión melancólica, mostraba una ira que ansiaba venganza—. ¿¡Tienes idea de cuántos de mis ciudadanos lo perdieron todo por esa erupción?! Incluso ahora, hay quienes no tienen nada que comer a causa de ella.
Como rey, Thane había hecho propio el sufrimiento que sus súbditos habían tenido que soportar tras la erupción del monte Sassal. Descubrir que el desastre no había sido natural, sino provocado por el hombre, era comprensiblemente desquiciante.
—No tengo excusa alguna —reconoció Dorothea—, tenía que conquistar tu país, pero no podía permitirme el lujo de elegir los medios para hacerlo.
—¡No tienes corazón! —exclamó Thane.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué sugieres que haga ahora?
—No hay nada que puedas hacer para compensar lo que has hecho. ¡Vete al infierno!
—Vaya, vaya. Esa no es una buena jugada, majestad —intervine—. Al menos exijámosle una disculpa y alguna reparación.
Aunque emocionalmente simpatizaba con él, teníamos que mirar hacia el futuro.
—Estoy dispuesta a satisfacer esa demanda —dijo Dorothea—; eso sí, siempre y cuando Philine esté de acuerdo.
—¿Eh? ¿Yo? —respondió Philine, incrédula al escuchar cómo su madre mencionaba su nombre.
—Sí, Philine. A partir de este momento, abdico el trono en tu favor.
2
—¿Philine como emperatriz? ¿Acaso te has vuelto loca, Dorothea? —le pregunté, incrédula.
—¿Qué pretendes insinuar con eso, Rei? —replicó Philine, claramente ofendida—. ¡¿Y desde cuándo has dejado de dirigirte a mí con el debido respeto?!
No pude evitar observar a Dorothea y a Philine, que en esos momentos estaban una junto a la otra.
—Sé que Philine es bastante capaz cuando se lo propone, pero compararla con Dorothea es un poco… insuficiente… ¡Ah! Así que pensé que ya era hora de dejar de lado todas esas formalidades.
—¡Me molesta mucho no poder refutar tus palabras! —se quejó Philine, visiblemente frustrada—. ¡¿Y a qué viene ese cambio tan repentino?!
Philine era, sin duda, una persona muy capaz. Si no hubiera sido así, nunca habría logrado formar una alianza contra Dorothea tan rápidamente. Pero, aun así, tenía serias dudas de que pudiera ocupar el lugar de Dorothea. En gran parte, esto se debía a que, incluso cuando se convirtió en emperatriz al tomar la ruta de la revolución, fueron sus intereses amorosos quienes la ayudaron en su gobierno. No era como Dorothea, que gobernaba por méritos propios, sino que su habilidad para usar a los demás era lo que la había hecho destacar. Considerando lo bajos que eran sus niveles de afecto hacia cualquier persona que no fuera ella misma, no podía imaginarme que alguien la ayudara por voluntad propia.
—Lo sé, soy consciente de ello —dijo Philine, resignada—. Nunca podré llegar a ser como mi madre.
—En eso tienes razón —comentó Dorothea.
—¡¿Eh?! —Philine se quedó boquiabierta—. ¡No tenías que estar de acuerdo!
—No saques conclusiones precipitadas. Para empezar, no tienes por qué actuar como lo he hecho yo —contestó Dorothea.
Era extraño: era casi como si Dorothea estuviera intentando animar a su hija.
—Parece que realmente deseas que Philine se convierta en emperatriz, ¿verdad? —pregunté—. Pero ¿por qué?
—Es un simple proceso de eliminación —explicó Dorothea—. Sería indigno dejar el trono a mis otros hijos, los cuales no hacen nada más que adularme. Philine demostró la voluntad de hacerme abdicar, aunque solo fuera por un momento. Ninguno de mis hijos es más apto para el trono que ella.
—Madre, ¿me estás alabando? —preguntó Philine.
—Por supuesto. ¿Acaso crees que abdicaría si no pensara así de ti?
—Eso… es… Bueno… Supongo que no.
En aquel momento me di cuenta de que Dorothea podía llegar a ser un tanto ingenua. Sin embargo, no estaba dispuesta a perdonarla por lo que había hecho y quería que recibiera un castigo justo. El problema era que no podía permitirme prescindir de su fuerza en aquel instante y, además, no me atrevía a odiarla como persona.
—Supongo que, dadas las circunstancias, tendremos que aplazar la ceremonia de coronación —dijo solemnemente Dorothea—, pero desde este momento, Philine, eres la nueva emperatriz de Nur.
Al escuchar aquellas palabras, Philine enderezó la espalda y se encontró con la mirada de su madre.
—Es un honor —dijo, antes de llevarse la mano al corazón y hacer una profunda reverencia. Ver su compostura me devolvió parte de la adoración que había sentido por ella antes. Aunque, bueno, tan solo fue un poco.
Tenía mis dudas sobre si los demás hijos de Dorothea aceptarían todo esto sin rechistar, aunque tampoco creía que ninguno de ellos fuera lo suficientemente valiente como para oponerse a una decisión suya. Lo que estaba claro era que a Philine le esperaban bastantes problemas.
Si me paraba a pensarlo, con esto el plan que tanto Claire como yo habíamos urdido para manipular al imperio había llegado a su fin, ¡y con un éxito rotundo! ¡Dios mío! Tenía la sensación de que habíamos recorrido un largo camino y ni siquiera había tiempo para relajarnos con los demonios pisándonos los talones. La vida era una montaña rusa.
—Entonces, su majestad imperial, ¿cuál es el plan? ¿Cómo combatiremos a los demonios? —preguntó William.
—¿Eh? ¿Me lo estás preguntando a mí? —respondió Philine, entrando en pánico.
—Naturalmente que os lo preguntamos a vos —dijo Dole—. Nos encontramos en el imperio y no hay nadie que conozca el terreno mejor que su propio gobernante. No pretendemos convertirla en la líder de nuestra alianza, desde luego, pero la humanidad está en peligro. Estamos dispuestos a confiarle temporalmente el mando de nuestras fuerzas.
No podía decir que en esos momentos envidiara su posición. Era su primer día de trabajo y ya tenía que idear un plan de batalla contra los demonios, por no hablar de que todavía tenía que negociar con los líderes de Sousse, los Apalaches y Bauer.
—Yo… puedo encargarme de manejar algunos de los asuntos políticos y diplomáticos que hay pendientes en estos momentos, pero comandar un ejército está más allá de mi… —dijo Philine, vacilante, a lo que Dole solo pudo sonreír.
—No tiene que encargarse de todo usted sola. Es la máxima autoridad del imperio, simplemente tiene que asignar las personas adecuadas a los trabajos propicios. Por suerte, tenemos aquí a alguien que está muy versado en la guerra.
—Oh, ya veo… Madre, ¿podrías encargarte de dirigir nuestras tropas? —preguntó Philine.
—Me niego. Si lo hiciese, solo estaríamos dando un mal ejemplo. Una perdedora como yo no puede dirigir un ejército. Si me destináis a algún sitio, que sea como soldado de infantería en la frontera o en el frente —rechazó Dorothea con firmeza.
—Oh…, no… —musitó Philine casi sin esperanzas.
«¡Venga ya! ¿Dónde está esa fría y calculadora Philine que puso en jaque mate a su madre?», pensé para mis adentros.
—Si eres la perdedora, ¿eso no implica que tienes la obligación de obedecer en todo lo que te ordene quien te ha vencido? —interrumpió Claire con determinación—. ¿A qué viene actuar de esa forma en medio de una situación tan grave como esta?
«¡Así se habla!».
—Mmm… —Dorothea frunció el ceño.
—Además —continuó Claire—, si alguien de tu categoría fuera un simple soldado raso, dudo mucho que hubiera algún tipo de orden en el campo de batalla. El frente simplemente sería un caos.
—Pero…
—Cállate y acepta el puesto. Y tú, Philine, siéntete libre de usarla como convenga —concluyó Claire con dureza.
—Gracias, Claire. Aunque no he podido evitar darme cuenta de que tú también has dejado de llamarme «señorita» cuando te refieres a mí —respondió Philine.
—¿Acaso preferirías que lo hiciera? —preguntó Claire.
—¡En absoluto! Me encantaría hacer una excepción contigo. Creo que así lograremos ser más cercanas día a día —admitió Philine con una sonrisa.
Vaya… Al parecer la emperatriz se estaba adelantando a los acontecimientos.
—Tal y como dijo Dole, dado que nos encontramos en el imperio, al menos por ahora, estoy dispuesta a que tomes las riendas de la situación —dijo Manaria con autoridad—. Supongo que esa fortaleza en la que está instalada la herramienta mágica va a desempeñar un papel bastante importante en nuestra estrategia.
Manaria hablaba con la autoridad de quien lideraba la recién formada alianza. Esto tenía su lógica, ya que Sousse era el segundo país más poderoso de la alianza tras el imperio, mientras que Bauer aún estaba lidiando con las consecuencias de la erupción. Claramente, la nueva potencia internacional unificada que Manaria vislumbraba podría funcionar sin un líder permanente, pero esa no era una cuestión relevante en ese preciso instante.
—Al menos, debería ser así —indicó Dorothea—. Nuestra mejor baza es atraer al mayor número posible de demonios dentro del radio de acción de la herramienta.
—Supongo que al mismo tiempo tenemos que encontrar una manera de evitar que nuestra propia gente se vea atrapada en la explosión —añadió William.
—Lo ideal sería que de alguna forma pudiéramos conseguir información sobre las fuerzas enemigas —propuso Dole.
De esa manera, los tres iniciaron una discusión estratégica en toda regla. No había lugar para que una aficionada como yo pudiera decir algo al respecto.
—Al parecer, nuestro plan para manipular al imperio ha dado sus frutos —dijo Claire.
—Señorita Claire…
—Rei, lo conseguimos —respondió Claire, sonriendo.
—Sí, lo logramos. Pero aún no estamos fuera de peligro —admití.
—Tienes razón. Es imposible que podamos ignorar a los demonios —convino Claire.
Contemplé su rostro de perfil mientras hacía esta declaración con firmeza. Parecía tan noble como siempre. Me habría enamorado de ella en ese mismo instante si no lo hubiera hecho ya hace mucho tiempo.
—¿Había alguna mención sobre la reina esa en las profecías?
—No —respondí—. Apenas se hablaba sobre los demonios.
—Ya veo… Y, al parecer, el imperio tampoco tiene mucha información sobre ellos. Si queremos hacer algo, al menos necesitamos alguna pista —reflexionó Claire.
—Quizás el imperio no sepa mucho, pero sé de alguien que sí podría saber algo más —dije, pensativa.
—¿En serio? Deberías habérmelo dicho antes. ¿Quién es? ¿El profesor Torrid? —preguntó Claire con curiosidad.
—Bueno, es cierto que el profesor podría saber algo al respecto, pero se me ocurre otra persona que quizás esté al tanto de todo lo que está ocurriendo —expliqué.
—¿Quién? —preguntó Claire, intrigada.
—La conocimos cuando visitamos al profesor Torrid, ¿recuerdas? Hablo de esa persona que parecía saber mucho sobre nosotras.
Además, por la manera en que se expresaba, daba la impresión de que tenía algún tipo de conexión con Claire y conmigo, similar a la que parecían tener los demonios.
—No lo habrás olvidado, ¿verdad? —pregunté—. Me refiero al apóstol.
3
—¿Están buscando la manera de encontrarse con el apóstol?
Al día siguiente, Claire y yo fuimos a visitar a Torrid.
—Bueno, conozco una forma… —dijo Torrid, haciendo una pausa, con cautela—. ¿Por qué quieren verle?
—Nos gustaría saber más sobre la Reina de los demonios —respondió Claire—, dado que parece ser alguien a quien incluso Dorothea teme.
—Por supuesto. También nos gustaría preguntarle si sabe algo, profesor —añadí—. Sin embargo, teníamos la sospecha de que el apóstol sabría mucho más de todo esto.
—Comprendo. —Suspiró Torrid con entendimiento—. Desgraciadamente, la primera vez que oí mencionar a la Reina de los demonios fue durante la cumbre de ayer. Siento no poder ser de más ayuda.
—Entiendo… Entonces, la única vía que nos queda es interrogar al apóstol —afirmó Claire.
—Así parece; aunque, personalmente, les recomendaría no hacerlo. Ese apóstol del que hablan se rige por unos valores muy distintos a los nuestros.
—¿A qué se refiere exactamente? —preguntó Claire con curiosidad.
—Como escucharon de su propia boca, el apóstol no es humano. Pero lo que rodea su existencia es aún más enigmático que eso. Parece ser que la vida humana le es completamente indiferente —respondió Torrid en un tono de voz cargado de amargura.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió Claire.
—Más o menos cuando perdí a mi hija, los apóstoles comenzaron a vigilarme —reveló después de una pausa—, y nada más verlos supe que poseían un poder divino. Al descubrir que mantenían vínculos con el Dios Espíritu, les imploré que me devolvieran a mi hija.
—¿Y qué respuesta obtuvo? —pregunté.
—Ninguna. Se limitaron a decirme que la vida de mi hija les resultaba indiferente. Sin embargo, la forma en que lo expresaron fue… extraña…, como si insinuaran que ya era un hecho consumado.
Al parecer, los apóstoles siempre habían sido muy crípticos con todo lo que decían.
—Al oírte decir eso, parece que insinúas que carezco de corazón —intervino una voz desconocida.
Al escucharla, me sobresalté. Ni Claire, ni Torrid ni yo habíamos notado la presencia de una cuarta persona en la sala hasta ese mismo instante.
—¡Apóstol! —exclamó Torrid sorprendido.
—Saludos, mago Torrid. Así que eso es lo que piensas de mí, ¿eh? No tenía idea de que te hubiera causado tanto sufrimiento. Aunque lamento informarte de que resucitar a un humano nos está prohibido.
Frente a nosotros apareció una monja a la que no reconocí. Esto confirmó que, al parecer, Lilly no era la única persona a la que el apóstol podía controlar. Aunque no dejaba de preguntarme si esa era la palabra adecuada para describir aquella situación.
Obviando eso, me invadía la curiosidad sobre cómo aquella monja había conseguido acercarse de aquella manera tan sigilosa sin emitir sonido alguno. Si hubiera sido Lilly, con su entrenamiento, lo entendería, pero esta monja parecía normal y corriente. ¿Podría el apóstol potenciar los atributos físicos, o incluso mágicos, de una persona al tomar posesión de su cuerpo? Eso parecía muy conveniente.
«No estaría nada mal tener una habilidad así», pensé.
—Llegas en el momento justo —dijo Claire—. Tenemos algunas preguntas que hacerte.
—Adelante, Claire François, pregúntame lo que desees.
—¿Conoces a la Reina de los demonios?
La pregunta hizo sonreír al apóstol.
—Por supuesto, es nuestra enemiga.
—¿Con «nuestra» te refieres a la Iglesia espiritual?
—No exactamente. Es cierto que es la enemiga de la Iglesia, pero también lo es de toda la humanidad. Eso os incluye a Rei Taylor y a ti —pronunció estas palabras con una sonrisa inquebrantable—. Ya que nuestros intereses coinciden, ¿por qué no colaboramos?
No confiaba en absoluto en él.
—En ese caso, cuéntanos todo lo que sepas sobre la Reina de los demonios —exigió saber Claire.
—Lamentablemente no dispongo de la autoridad necesaria para divulgar esa información.
—¡¿Qué?! ¡Pero si acabas de proponer que colaboremos! —replicó Claire, desconcertada.
—Es cierto que lo he propuesto, pero eso no altera lo que puedo y no puedo hacer —explicó el apóstol, esquivando astutamente la cuestión.
—Pero ¿por qué…?
—Por favor, señorita Claire, mantén la calma —intervine—. Apóstol, si no tienes autoridad para ello, ¿podrías pedir a tus superiores que nos asistan?
—Eso es imposible en estos momentos.
—¿En estos momentos…?
—Sí, en estos momentos.
En otras palabras, quizás sería posible más adelante… La cuestión era cuándo se materializaría esa posibilidad.
—Pero…, bueno…, supongo que podría daros un consejo —se aventuró el apóstol.
—¿De verdad? —preguntó Claire, expectante.
—Claire François, Rei Taylor, tenéis que intensificar vuestro coqueteo y mostraros mucho más cariñosas.
—¿Eh?
No podía creer lo que estaba oyendo.
«¿De verdad ha dicho eso?», pensé para mis adentros.
—¡No estamos para bromas! —exclamó Claire indignada.
—No bromeo. Si vais a enfrentaros a la Reina de los demonios, eso es precisamente lo que debéis hacer.
¿Eh? ¿Estaba hablando en serio?
—Me encantaría flirtear con la señorita Claire —respondí—, pero ¿qué relación tiene eso con combatir a los demonios?
—Es algo que aún no puedo revelar, pero tened por seguro que será crucial.
—¿Hablas en serio?
—Lo siento, pero tengo mis motivos para aconsejaros algo así. ¡Ah! Una cosa más… Nunca hagáis caso a lo que os diga la Reina de los demonios.
Y así, volvió a su habitual lenguaje críptico.
—Debéis derrotarla lo antes posible, sin prestar atención a sus palabras. Si os distraéis intentando entenderla, acabaréis siendo derrotadas.
—Decir eso solo aumenta mi interés por escuchar lo que tiene que decir.
—Rei Taylor, puedes hacerlo si quieres, pero te advierto que podría costarte la vida de la persona a la que más amas.
Me quedé sin palabras por un instante.
—Veo que sabes cómo tocarme la fibra sensible, pero supongo que es de esperar de alguien que controla el mundo entre las sombras.
—Agradezco tu observación, pero te equivocas. Nosotros no controlamos el mundo, tan solo lo ajustamos. En realidad, estamos del lado de la humanidad.
—Me pregunto si eso será verdad…
Aunque las palabras del apóstol quizás no fueran mentira, estaba segura de que no me estaba contando toda la verdad.
—Pero no podemos perder el tiempo flirteando, estamos en medio de una crisis. —Suspiró Claire.
—¿Y si os dijera que de eso depende el éxito de la batalla que se avecina? —dijo el apóstol a modo de réplica a las palabras de Claire.
—Ugh… —gimió Claire.
Parecía que el apóstol también sabía qué decir para contener a Claire.
—No creo que sea tan complicado —afirmó el apóstol—, después de todo, ya coqueteáis siempre que podéis.
—¡Eso es absurdo! ¡No es cierto! —insistió Claire.
—¿Eh?
—¿Eh?
—¿Eh?
Tanto el señor Torrid como el apóstol y yo nos miramos desconcertados. Yo era consciente, al menos hasta cierto punto, de lo unidas que Claire y yo estábamos.
—Mago Torrid —comenzó el apóstol—, ve y negocia con Thane Bauer y Dole François para conseguir que estas dos tengan algo más de tiempo libre.
Ante esas palabras, Torrid solo pudo exhalar un suspiro resignado.
—Supongo que no puedo negarme, ¿verdad?
—¿Por qué harías algo así? Esto beneficiará a la humanidad, ¿acaso no pensaría Emily de la misma manera?
—Por favor, no hables como si conocieras a mi hija.
Emily, al parecer, era el nombre de la fallecida hija del profesor.
—Yo también ayudaré a preparar el terreno —anunció el apóstol—. Así que, Claire François, Rei Taylor, coquetead todo lo que podáis. Por el bien de la humanidad, por supuesto.
Y sin añadir nada más, el apóstol se marchó.
4
—¡Guau!
—Esto es increíble…
Claire y yo nos quedamos completamente anonadadas ante el espectáculo que se desplegaba ante nuestros ojos.
Nos encontrábamos en un complejo turístico dotado de una cabaña de madera ubicada en la ribera de un extenso lago, perteneciente al imperio. Esta oportunidad se nos presentó gracias a que tanto Philine como Thane nos concedieron permiso para disfrutar de algo de tiempo libre. Claro está, en ningún momento les revelamos que nuestra intención era aprovechar el descanso para coquetear. Así que terminamos explicándoles que necesitábamos un respiro para reponernos de todo lo que había ocurrido las últimas semanas. De todas formas, Thane y Dole ya eran reticentes a que continuáramos trabajando, así que cuando se enteraron de nuestros planes, accedieron encantados a nuestra solicitud. Asimismo, conversamos con ellos acerca de la inminente batalla, y aunque se mostraron algo más reticentes a aceptar nuestra implicación en el próximo enfrentamiento contra los demonios, finalmente accedieron, tal como yo había anticipado. A fin de cuentas, aunque está mal que yo lo diga, era impensable que optaran por prescindir de nuestra fuerza.
Así pues, en aquellos momentos, tanto Claire como yo observábamos cómo May y Alea disfrutaban jugando en el agua. El lago se extendía generosamente en una zona poco profunda, lo cual permitía que nuestras hijas se divirtieran sin preocupaciones, siempre y cuando no se aventuraran hacia las partes más hondas del lago. Empezaron con juegos sencillos como salpicarse mutuamente y nadar, pero rápidamente buscaron formas más creativas de entretenerse.
—Alea, ¿estás lista? —preguntó May.
—¡Claro que sí! ¡Empieza cuando quieras!
Con un gesto de la mano, May liberó una ráfaga de magia condensada que provocó la formación de olas. Pero no hablo de pequeñas olas con suaves ondulaciones, sino de esas enormes olas que podrías encontrar en un parque acuático de Japón, esas que podrían tragarse fácilmente a un adulto si no tiene cuidado.
Por otro lado, Alea, quien en aquel momento sostenía una rama de árbol, empezó a destrozar todas las olas que se cruzaban en su camino. Lógicamente, parecería imposible que una simple rama tuviera algún efecto en las gigantescas olas creadas por May. Supongo que la lógica no tiene cabida aquí, ya que Alea lograba deshacerlas una tras otra con una intensidad que me recordaba a Dorothea.
—Mmm… ¿Señorita Claire…? —comencé a decir.
—Dime.
Nos encontrábamos sentadas en la terraza de la cabaña. Desde allí observábamos sorprendidas a las niñas.
—Estaba pensando…
—¿Sí?
—¿Crees que nuestras hijas podrían ser más fuertes que nosotras?
—Qué coincidencia. Yo justo estaba pensando exactamente lo mismo.
Siempre las había considerado superdotadas, pero presenciar sus juegos me dejó prácticamente sin palabras. Por lo que veía, May usaba magia pura, sin atributos específicos, y en cuanto a Alea, bueno… Ella simplemente estaba utilizando un palo. Tanto Claire como yo teníamos ya una vasta experiencia en combate real, así que era probable que aún pudiéramos superarlas en una pelea. Sin embargo, en términos de poder puro, nuestras dos hijas nos superaban. Y aunque no permitiría que sucediera, si hipotéticamente tuvieran que enfrentarse a alguien en batalla, estaba convencida de que podrían defenderse sin dificultades.
—La verdad es que es algo preocupante —comentó Claire.
—¿A qué te refieres?
—Aún están en la escuela primaria… Si las cosas se complican, es posible que tengan que enfrentar algunos desafíos.
—Ah…
Las gemelas veían sus habilidades como algo normal, pero no se podía decir lo mismo de los niños que solían estar a su alrededor. Para bien o para mal, los niños tienden a desconfiar de aquellos que son distintos. Si estos las veían como superdotadas, todo iría bien, pero existía la posibilidad de que fueran marginadas por ser diferentes. Ya había sucedido algo similar cuando May se negó a ir a la escuela por una razón parecida.
—Debo admitir que es realmente fascinante. Una de ellas puede utilizar todos los elementos mágicos y, sin embargo, la otra no puede usar ninguno.
—¡Ah! —exclamó Claire, sorprendida por aquella inesperada declaración.
No pude evitar disfrutar un poco de la expresión de asombro de mi amada, aunque también sentí cierta exasperación.
—¿Otra vez haciendo lo mismo, apóstol? —pregunté—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no aparezcas así de repente?
—Lo siento, no era mi intención.
Al parecer, el apóstol había tomado el control de uno de los dos guardaespaldas de May y Alea. Como ya he comentado, las gemelas contaban con guardaespaldas contratados por Dole. Ambos eran mujeres. La que estaba bajo el influjo del apóstol resultó ser, de hecho, mi antigua jefa.
—Veo que esta vez has elegido poseer a la jefa de las criadas —comentó Claire.
—Bueno… Simplemente era la que se encontraba más cerca.
En realidad, la guardaespaldas había sido la jefa del servicio de la familia François cuando estos aún eran nobles. Al conocerla, pensé que debía de ser una empleada modélica, pero recientemente había descubierto que también era una guardaespaldas muy competente. Podéis imaginaros mi sorpresa cuando Dole nos la presentó.
Por otro lado, esto hacía evidente que el apóstol podía poseer prácticamente a cualquier persona, sin necesidad de que esta fuera parte de la Iglesia espiritual. Aunque ya me lo había imaginado. Confirmarlo hizo que me preguntara…
«Entonces…, ¿también podría poseernos a Claire y a mí?».
—De hecho, no podemos. Vosotras sois dos excepciones a la regla. Si pudiéramos poseeros, no tendríamos tantos problemas.
—¿Podrías dejar de leerme la mente? —le pregunté.
—Oh… Lo siento.
Como siempre, todo lo que el apóstol decía crípticamente venía cargado de segundas intenciones.
—¿A qué te referías con lo que dijiste hace un momento? —inquirió Claire con una expresión tensa—. Entiendo que te sorprenda el poder mágico de May, pero no pienso dejarte marchar así como así si criticas las habilidades mágicas de Alea.
—No, no. No era eso a lo que me refería. Lo que intentaba decir es que el carácter insípido de Alea Barbet es verdaderamente insólito.
—En ese caso, contéstame a esto —contestó Claire—: ¿Barbet es el apellido de Alea? ¿Conoces su origen? ¿A qué te refieres con «insípido»?
—Permitidme que os lo aclare —replicó el apóstol antes de ir a buscar una silla dentro de la casa. Regresó poco después y se sentó con nosotras. Aunque no era para tanto, para alguien que nos había instado explícitamente a que Claire y yo fuéramos más afectuosas la una con la otra, se estaba entrometiendo demasiado—. Por supuesto que conocemos los antecedentes de May y Alea Barbet. Al fin y al cabo, conocemos la historia de toda la humanidad.
—¿De verdad? Entonces, ¿qué sabes sobre sus padres? —preguntó Claire.
—Fallecieron, como supongo que ya sabéis. Y aunque es cierto que las gemelas aún tienen parientes vivos, me temo que ninguno de ellos las amaba lo suficiente como para querer ocuparse de ellas.
La manera en que el apóstol pronunciaba esas palabras era, cuando menos, objetiva e impersonal. A pesar de que sabía que hablaba así porque realmente no le importaban en absoluto las dos niñas, escuchar de nuevo las circunstancias que May y Alea tuvieron que afrontar me hacía hervir la sangre.
—Ahora os tienen a vosotras —comentó el apóstol—. En cuanto a tu otra pregunta, el carácter de Alea Barbet es exactamente opuesto al de Dorothea Nur.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Claire.
—Mientras que la aptitud de Dorothea Nur es negar toda magia, la habilidad de Alea Barbet le permite absorber cualquier clase de magia.
—¿Y eso qué implica? —insistió Claire.
—Creo que en este caso sería mejor mostrároslo que explicarlo. Por favor, llamad a las gemelas.
Al escuchar su petición, Claire y yo intercambiamos una mirada furtiva, pero tras no encontrar motivo alguno para negarnos, las llamamos.
—¿Qué ocurre, mamá Rei? ¡Nos habéis interrumpido en la mejor parte! —exclamó May.
—¡Madres, aún no es hora de la siesta! —protestó Alea.
Las dos niñas rebosaban energía, y presenciar esto, como madre, me hacía la persona más feliz del mundo.
—Señorita May, señorita Alea, vuestras madres han dicho que les gustaría ver vuestra técnica secreta —dijo el apóstol, fingiendo ser la jefa de las criadas.
—¿Técnica secreta? —no pude evitar preguntar intrigada.
—¿Qué? ¿Se lo has dicho? —se lamentó May.
—¡Queríamos practicar más antes de sorprenderlas! —se quejó Alea.
—Perdón, se me escapó sin querer. Pero vuestras madres han dicho que quieren verla.
—Mmm… Vale… —aceptó May, algo molesta.
—¡Entonces, vamos a mostrársela!
A continuación, May y Alea se alejaron un poco de la terraza.
—¡Mamá Rei, mamá Claire, ni se os ocurra parpadear! ¿Estás lista, Alea?
—¡Lista!
Entonces, observé cómo May formaba una flecha de fuego en la mano y, sin dudarlo, se la lanzaba a Alea.
—¡No! —grité alarmada.
Claire y yo, casi al unísono, formamos una especie de balas mágicas en un intento desesperado de interceptar el proyectil antes de que alcanzara a Alea, pero el apóstol se interpuso y bloqueó nuestro intento.
—Por favor, observad —nos instó.
Justo cuando creí que la flecha impactaría en Alea, esta se esfumó, dejando atrás un destello rojizo que poco a poco se extinguió. Era como si Alea la hubiese absorbido.
—¿Eh…? ¿Qué ha pasado? —balbuceé.
—Lo que acabáis de presenciar es la habilidad de absorción mágica de vuestra hija —explicó el apóstol—. Aunque no puede usar magia por sí misma, es capaz de asimilar cualquier clase de magia imaginable y emplearla como si fuera su propio poder.
Me quedé atónita. ¿La capacidad de absorber magia no sería incluso más potente que la propia habilidad de Dorothea?
—Madres, por favor, ¡miradnos! ¡May, estoy lista!
—¡Vale!
Esta vez, May lanzó una roca hacia Alea.
—¡¡Aaah!! —gritó Alea. Golpeó la roca con el bastón que tenía en la mano, la partió en dos y una llamarada la cubrió.
—La técnica que Alea Barbet acaba de mostrar, que llamaremos «espada mágica» para simplificar, puede atravesar incluso la anulación mágica de Dorothea. Antes sugeríais que las gemelas podrían ser más fuertes que vosotras, pero no tenéis ni idea. Juntas, podrían incluso rivalizar con la antigua emperatriz —dijo el apóstol, riendo entre dientes—. Es obvio que vuestros puntos fuertes son de una índole completamente distinta.
5
Después de conversar un rato más con nosotras, finalmente el apóstol se marchó para que pudiéramos disfrutar de un tiempo en familia. Tras su partida, disfrutamos del resto del día jugando en el lago, y agotadas, nos pusimos manos a la obra para preparar la comida y cenar. Como de costumbre, hicimos todo lo posible para asegurarnos de que Claire no cocinara. Y así, por primera vez en mucho tiempo, pudimos relajarnos y tomarnos las cosas con calma.
Además, consideramos necesario advertir a las gemelas sobre el uso de sus habilidades delante de otros. Esta decisión la tomamos tanto en un intento de aliviar las crecientes preocupaciones de Claire como por el bienestar de las propias gemelas. Les pedimos que nos prometieran no utilizar sus poderes de manera imprudente y, sobre todo, que jamás los emplearan contra un amigo o conocido, ya que esto podría provocar que otros las temieran. Al principio, me preocupaba que les resultara difícil comprender la importancia de nuestra petición, pero, para mi sorpresa, aceptaron nuestras indicaciones de buen grado. Tal vez su experiencia previa con la maldición que padecían las ayudó a entender por qué estábamos tan preocupadas.
Una vez terminamos de hablar con las gemelas, nos dedicamos simplemente a jugar con ellas. Esto provocaba que tanto Claire como yo acabáramos exhaustas, ya que las niñas preferían los juegos basados principalmente en la actividad física a otros más tranquilos, como jugar a las casitas. Sin embargo, este tipo de cansancio no me resultaba molesto; al contrario, lo encontraba bastante gratificante. Era un agotamiento muy diferente al que sentía después de luchar contra demonios o enfrentarme a Dorothea.
—Por fin se durmieron —comenté.
—Deben de estar agotadas después de tanta actividad —respondió Claire con una sonrisa angelical.
Tras un día lleno de diversiones, las niñas estaban exhaustas; tanto que, durante la cena, se dormían por momentos, lo que nos llevó a adelantar la hora de su aseo diario. Después del baño estaban tan cansadas que tuve que cargarlas en brazos. Al hacerlo, no pude evitar notar que ambas pesaban un poco más que la última vez que las cogí en brazos, lo que solo podía significar una cosa: estaban creciendo.
—Estaban encantadas de pasar el día contigo después de tanto tiempo —dije.
—También les alegró que tú estuvieras con ellas —afirmó Claire.
—Bueno, me pregunto si eso es cierto… —contesté.
Aunque sabía que quería a esas niñas con todo mi corazón, a veces no podía evitar dudar de si mi amor era correspondido del todo.
—No es justo que pienses eso; te adoran, lo he visto en sus ojos durante la cena.
—Supongo que solo les gusta mi comida…
¿Eh? ¿Por qué estaba siendo tan negativa? En el fondo sabía que ellas también me querían, pero…
—Je, je, incluso tú también tienes a veces momentos vulnerables —dijo Claire con una sonrisa cómplice.
—¿A qué te refieres?
—A esos momentos en los que necesitas consuelo. Ya sea por problemas con amigos, familiares, desafíos a la hora de cuidar a nuestras hijas, cuestiones políticas o enfrentamientos con demonios, casi siempre eres tú quien me consuela. Es reconfortante ver que, por una vez, eres tú quien me necesita —dijo Claire, extendiendo los brazos en una invitación. Aunque su respuesta no me convenció del todo, no pude evitar sentirme feliz por este hecho.
—Juraría que más de una vez he necesitado de tu consuelo —afirmé.
—Para nada. Desde que llegamos al imperio, siempre te has mostrado valiente y no has mostrado debilidad. Aunque estoy convencida de que actúas así porque te preocupas por nosotras.
—¿De verdad piensas eso? Pero si perdí completamente los estribos cuando secuestraron a May y a Alea…
Incluso ahora, todavía me avergüenzo al recordar cómo reaccioné en aquel momento. Es más, probablemente no superaré ese trauma en mucho tiempo.
—A mí me pasó lo mismo. Cualquier persona hubiera reaccionado como tú en esas circunstancias. Si te parecí calmada, fue solo porque tú estabas más asustada que yo en ese momento.
—Lamento haberte causado tantos problemas.
—En absoluto. Más bien, has sido un gran apoyo para mí durante todo este tiempo. Pero eso es lo que hacemos, ¿no? Cuando una de nosotras lo necesita, la otra siempre está ahí para brindarle su apoyo.
A continuación, me rodeó con los brazos y su calor me alivió. Y aún abrazadas, le di un beso en los labios.
—Han pasado muchas cosas desde que llegamos al imperio —dijo.
—Sí, tienes toda la razón —reconocí.
—La audiencia con Dorothea, nuestro paso por la Academia, conocer a Philine y a todos nuestros compañeros... ¿Recuerdas cuando la papisa vino de visita? Eso sí que fue sorprendente.
Sí, la verdad es que nunca se me hubiera ocurrido acabar haciendo de su doble.
—También ayudamos a mejorar la cocina del imperio. ¡Eso sí que fue divertido! —respondí.
—Pero aún no puedo creer que Alea se convirtiera en la discípula de Dorothea.
—¡Tienes razón! ¿Recuerdas cuando May nos ayudó a abrir aquella caja prohibida?
—Además, cuando exiliaron a Philine, hubo un momento en que pensé que todos nuestros planes habían fracasado.
—Por no hablar de lo que ocurrió con Joel, Eva y Lana. Todavía sigo dándole vueltas a todo lo que pasó.
Por supuesto, aunque no lo mencioné, no podía olvidar el secuestro de mis dos hijas y lo mal que lo pasé.
—Pero finalmente se celebró la cumbre en la que Philine se enfrentó a Dorothea ¡y aquí estamos! —concluyó Claire—. Sin lugar a dudas, han sido unos meses muy animados.
—Claire, has estado genial —la felicité.
—Igual que tú, Rei —respondió Claire con una sonrisa.
Ambas soltamos una risita y volvimos a besarnos.
—¿Crees que era esto a lo que se refería el apóstol cuando nos dijo que coqueteáramos más? —pregunté con curiosidad.
—Por supuesto, aunque todavía no tengo claro cómo nos ayudará a derrotar a los demonios.
—Mmm… ¡Quizás el amor sea la única fuerza capaz de detener a seres empeñados en destruir el mundo!
—Sería maravilloso que todo fuera tan simple…
Independientemente del verdadero propósito de nuestro coqueteo, lo cierto es que ambas nos entregamos a él sin reservas.
—Señorita Claire, ¿crees que seremos capaces de vencer a los demonios?
—Sin duda alguna. Y cuando todo acabe, volveremos a nuestra casa en Bauer.
Sí, nuestro hogar nos esperaba, pero si queríamos volver primero teníamos que luchar con uñas y dientes contra la inminente invasión.
—Tengo que reconocer que no dejo de pensar en todo lo que dijo Dorothea sobre la Reina de los demonios —confesé.
—¿Te refieres a la historia y todo eso?
—Sí.
Según Dorothea, la Reina de los demonios le dijo que no la mató porque eso alteraría demasiado el curso de la historia. Esa declaración me hizo reflexionar: era casi como si ella también estuviera al tanto de los acontecimientos que se desarrollan en ambos juegos.
—Quizás la Reina también sea una hija perdida de los espíritus —sugerí—, igual que yo.
—Pero ¿no tendría que haber sido humana primero para eso? ¿Podría serlo a pesar de ser la soberana de todos los demonios?
—No tengo ni idea…
En los libros que leí en mi vida anterior había muchas historias sobre personas que se reencarnaban en villanos en otros mundos. Si ella fuese una de esas personas, su comentario a Dorothea tendría todo el sentido del mundo. Sin embargo, seguía quedando una cuestión: ¿por qué querría destruir el mundo?
—Rei… Estás temblando.
—Tengo miedo…
—¿Miedo de la Reina de los demonios?
—Sí. Si ella conoce lo que está por suceder, eso significa que tiene una ventaja increíble sobre nosotras. En mi caso, mi libro de las profecías solo me revelaba los eventos que llevaban a la derrota de Dorothea, pero este será un enfrentamiento a ciegas.
Saber qué iba a ocurrir y quién estaba involucrado nos dio una ventaja táctica decisiva. La única razón por la que alguien normal y corriente como yo había logrado avanzar era gracias a haber jugado previamente tanto a Revolution como a Revo-Lily. Eso me había proporcionado conocimientos previos sobre ciertos eventos. De ahora en adelante, no contaba con esa ventaja.
—No me importa morir, pero lo que realmente me aterra es perderos a ti y a las gemelas.
—No digas esas cosas, Rei —dijo Claire con un suave golpecito en mi frente. En ese momento no encontré la fuerza necesaria para hacer mi ya habitual broma sobre cómo incluso el dolor era un premio si venía de ella—. ¿Recuerdas cuando secuestraron a Alea y May? Entonces me aseguraste que las cuatro volveríamos a estar juntas.
—Sí…
Ante mi respuesta, Claire me regaló una sonrisa tan radiante como una rosa en plena floración.
—Bueno, ahora me toca a mí decírtelo: no permitiré que ninguna de nosotras muera. Las cuatro regresaremos juntas y sanas a nuestro hogar en Bauer.
—Supongo que no soy rival para ti.
—Claro que no lo eres. ¿Quién te crees que soy?
—Mi querida y amada Claire.
—Je, je, je. Supongo que eso es cierto.
Nos abrazamos y besamos nuevamente.
—Me pregunto si ese apóstol nos estará observando incluso ahora mismo —murmuró Claire.
—Que mire. Exhibirnos un poco no hace daño a nadie. Además, sé que te gusta.
—¿Qué? ¡Yo no tengo esas inclinaciones!
—Di lo que quieras, pero sé perfectamente lo rápido que late tu corazón cuando nos besamos y nos están mirando.
—¡Eso no es…!
—Es broma.
—¡Rei!
Acto seguido, Claire comenzó a golpearme juguetonamente con los puños. Sus golpecitos eran un premio para mí.
—¿Señorita Claire?
—¿Qué? No puedo creer que hayas arruinado el momento, con lo mágico que estaba quedando.
—Te quiero.
—Eso es injusto…
—¿No me lo vas a decir tú también?
—No lo haré. Esas palabras apenas llegan a describir lo que siento por ti. —Claire se acercó más y me susurró suavemente al oído—: Rei, para mí significas más que todo lo que existe en este mundo.
Al oír esas palabras, me dejé llevar por la euforia del momento.
—Señorita Claire, ¿nos retiramos a nuestra habitación?
—Sí, vamos.
Y así, con la invasión demoníaca en el horizonte, cayeron las cortinas de nuestros breves días de descanso.
6
—Os agradezco a todos vuestra asistencia. A partir de este momento, comienza la cumbre en la que abordaremos las estrategias a seguir frente a la inminente invasión del imperio por parte de los demonios —inició Philine.
En aquel momento nos hallábamos en la sala de conferencias del castillo imperial, rodeadas de figuras destacadas. Entre ellas se encontraban Philine, Dorothea, Josef, Hilda y otros muchos representantes del imperio. También había varios delegados de Sousse, Los Apalaches, Bauer y de la Iglesia espiritual. Por ello, no era exagerado afirmar que, en esa sala, en ese preciso instante, se congregaban todos los líderes de la humanidad.
—Comencemos repasando la situación actual. Hilda, ¿podrías informarnos sobre la ubicación de los demonios?
—Por supuesto. Os ruego que observéis el mapa —respondió Hilda, apuntando con una vara a un gran mapa desplegado en la pared que mostraba el imperio y sus alrededores. En él se veía el territorio controlado por los demonios al este y, delimitando sus dominios con el del imperio, seis fortalezas—. Actualmente, los demonios han tomado la segunda fortaleza y me temo que ahora mismo la tercera está bajo asedio —explicó—. La tercera fortaleza está bajo el mando del valeroso general Sacha, pero hemos recibido noticias de un mensajero que indica que solo podrán resistir unos días más.
—Entonces, ni siquiera Sacha puede contenerlos —comentó Dorothea con preocupación.
Según nos explicó Hilda, Sacha era un general de renombre que había sido crucial para frenar y contener el avance demoníaco hasta aquel momento.
—Parece que el enemigo ha aumentado considerablemente en número y, para empeorar las cosas, ahora incluye monstruos como duendes y orcos, que poseen una relativa inteligencia —continuó explicando Hilda.
—¿Estás insinuando que solo con eso ya es suficiente para abrumar a Sacha? —preguntó Dorothea con curiosidad.
—En absoluto. Sin embargo, hemos observado que tanto duendes como orcos se suelen replegar en cuanto perciben que la refriega se complica. Hasta ahí todo parece normal, pero lo preocupante es que no dudan en lanzarse de manera temeraria, sin importarles sus propias vidas, para alcanzar su objetivo. Es como si los demonios temieran a algo más aterrador que la muerte misma.
—Mmm… Qué interesante… —comentó Dorothea, pensativa.
—Según parece, los demonios han puesto todas sus esperanzas en esta invasión —indicó Manaria con seriedad.
Parecía que la invasión era de vital importancia para ellos.
—¿Cuánto tiempo estimamos que tenemos hasta su ataque? —inquirió William.
—Mmm… Ahora mismo, me temo que no disponemos de más de una semana —dijo Hilda.
—Ya veo… Entonces, es probable que los refuerzos de Bauer no lleguen a tiempo —dijo Dole con preocupación.
Cuando asumimos la gravedad de la situación, Dole solicitó refuerzos a Rod. Pero, lamentablemente, por más hábil y experimentado que este fuera, necesitaba tiempo para movilizar a su ejército. Por lo tanto, considerando el poco tiempo que nos quedaba, era bastante improbable que llegaran a tiempo.
—¿En cuál de las fortalezas han instalado la herramienta mágica que mencionó Dorothea? —preguntó Yu.
—En la quinta —respondió Hilda de manera espontánea—, lo que significa que la sexta fortaleza es la última línea de defensa antes de llegar a la capital.
Dicho de otra manera: la seguridad de la capital dependía de nuestro éxito o fracaso. Si fallábamos, solo restaría una fortaleza para defenderla y proteger a sus habitantes.
—¿Y esa herramienta está lista para ser utilizada? —preguntó Thane.
—Sí —confirmó Hilda con seguridad—. La herramienta, a la que oficialmente denominamos «Artillería Mágica Inferno», está completamente operativa. No obstante, el verdadero desafío radica en atraer al ejército enemigo hasta su radio de acción. Observad este mapa, por favor —dijo mientras señalaba un mapa extendido—. Muestra el terreno circundante de la quinta fortaleza. Como podéis ver, está rodeada por montañas, lo que la convierte en una fortaleza natural. La única manera de atravesarla es forzando la entrada o realizando un extenso rodeo para atacar la capital desde el norte.
—Entonces, deberíamos evitar que los demonios tomen esa ruta, ¿verdad? —pregunté.
—Así es. Si su ejército decide dar un rodeo antes de alcanzar la capital, no podremos utilizar Inferno. Es cierto que existe otra fortaleza al norte, pero es imposible instalar allí la herramienta.
—Así que tenemos que atraerlos de algún modo hasta la quinta… —dijo Claire.
—Me temo que sí.
—Pero ¿cómo lo haremos?
—¿Estamos completamente seguros de que el enemigo no conoce Inferno? —preguntó Manaria.
—Por supuesto. Su existencia se ha mantenido en secreto excepto para unos pocos miembros del ejército. Los espías que la señorita Dorothea ha dejado vagar a sabiendas parecen ser conscientes de que disponemos de un arma poderosa, pero qué es y su ubicación ha sido algo de acceso restringido. La probabilidad de una filtración es ínfima, podéis estar seguros de ello.
Al parecer, Hilda estaba muy segura de sí misma mientras pronunciaba aquellas palabras. Esperaba que, por el bien de todos, estuviera en lo cierto.
—Dejando de lado el tema de si el enemigo es consciente o no de la existencia de Inferno —dijo Philine con cierta preocupación—, tal y como están las cosas, para ellos dar un rodeo es la opción más conveniente. Si no podemos hacer algo para disuadirles, no tendremos oportunidad de usarlo.
—¿Y si estacionamos fuerzas a lo largo de la ruta del norte? —sugirió Thane.
—Ya tenemos varios regimientos estacionados allí. Estacionar los suficientes como para que la ruta parezca infranqueable podría tener el efecto contrario, y además debilitaría demasiado las defensas de la fortaleza —respondió Philine.
—¿Eh? Entonces, ¿cómo se supone que ha luchado el imperio contra los demonios hasta ahora? —preguntó Lilly.
Creo que lo que intentaba decir era que el imperio parecía terriblemente falto de personal para lidiar con una situación como esta.
—Lilly Lilium —dijo Dorothea—. Los demonios no son la única amenaza para el imperio. Tanto la existencia de la Reina de los demonios como los verdaderos motivos tras mis acciones siguen siendo desconocidos para el resto de estados. Si disminuyéramos la seguridad en nuestras fronteras, nos arriesgaríamos a una invasión por parte de otros países.
—Qué sorpresa… —refunfuñó Misha—. Para nada es eso consecuencia de tus actos —continuó hablando con sarcasmo.
Para ser sincera, yo sentía lo mismo.
—Bueno, lo hecho, hecho está —contestó Dorothea—, así que tendremos que apañárnoslas con lo que tenemos. No sirve de nada preguntarse a estas alturas cómo hubieran sido las cosas si se hubiera actuado de forma diferente.
—¡Ja! En eso no estás equivocada, aunque he de reconocer que me sorprende tu capacidad para ser tan impertinente —respondió Yu con una sonrisa.
De nuevo, no tuve más remedio que darle la razón.
—Nos estamos desviando del tema —intervino Philine, intentando reconducir el debate—. Necesitamos atraer de alguna manera a los demonios hasta Inferno. ¿Alguien tiene idea de cómo conseguirlo?
Acto seguido se produjo un breve silencio, antes de que fuera Claire quien lo rompiera.
—Creo que podría tener un plan.
—Adelante, Claire.
—Podríamos ponerles un cebo que no puedan ignorar —dijo en tono serio, con expresión rígida en el rostro.
Tenía la sensación de que no me iba a gustar lo que iba a decir a continuación.
—¿Y quién podría ser ese cebo? —preguntó Dorothea, poniendo en palabras lo que todos nos estábamos preguntando.
—Estaba pensando que ese cebo podría ser yo.
—¿Señorita Claire? —exclamé, levantándome de un salto, pero ella levantó la mano para detenerme y continuó hablando.
—Cuando luchamos contra los tres grandes archidemonios, me dijeron que yo debería morir por lo que había provocado. —Se refería a la batalla contra Aristo—. No tengo ni idea de qué querían decir con eso, pero parece que los demonios me tienen en su punto de mira. Incluso enviaron a los archidemonios tras de mí —dijo, sonriendo con valentía—. Por eso estoy segura de que, si me usáis, podremos atraerlos.
—¡Estoy en contra! ¡Es demasiado peligroso! —protesté con vehemencia. Tenía razón en preocuparme, Claire estaba intentando sacrificarse de nuevo. No podía permitir que eso ocurriera. ¡Jamás!
—Por supuesto —continuó Claire—, dado que estaría en peligro, Rei tendría que acompañarme.
En un instante, mi cabeza se enfrió. Ahora lo comprendía. No estaba sacrificándose como antes: estaba actuando pensando en la supervivencia.
—Desgraciadamente, no puedo dirigir un ejército, ya que no tengo experiencia en ello, por lo que esa tarea la dejaré para alguien más cualificado. En cambio, si Rei y yo nos dedicamos a provocar a los demonios, como pareja seremos más ágiles y podremos escapar rápidamente en cualquier momento.
—Nuestro objetivo no será luchar contra los demonios, sino simplemente actuar como cebo.
—Yo también estoy en contra de ese plan —manifestó Philine—. No me parece justo obligaros a asumir un papel tan peligroso.
Era una respuesta totalmente comprensible, considerando que la persona de la que estaba enamorada había sugerido ser enviada al campo de batalla como cebo. Era normal que tuviera reticencias.
—Philine, ¿tienes alguna otra idea? —preguntó Dorothea en voz baja. Su mirada era penetrante, como si supiera que su hija no era ni mucho menos ingenua.
—Yo no…
—Entonces, guarda silencio. Lo peor que puedes hacer en una situación como esta es expresar una queja emocional sin ofrecer una solución alternativa.
Ver a Dorothea hablar así a Philine me irritó un poco y no pude evitar intervenir.
—Dorothea, ¿estás segura de esto?
—Rei Taylor, no te entrometas.
—La señorita Claire y yo no somos ciudadanas del imperio, ¿verdad? ¿Cómo puedes estar tan segura de que no abandonaremos el imperio y nos iremos corriendo a Bauer en cuanto veamos que Philine no tiene inconveniente en utilizarnos como cebo? —repliqué, ya que me disgustaba especialmente que Dorothea diera por sentado que debíamos sacrificarnos.
—El imperio no es lo único que está en juego en estos momentos —respondió Dorothea—. Nos enfrentamos a una amenaza que podría poner en jaque a toda la humanidad.
—Eso puedo entenderlo, pero no necesitamos arriesgarnos y luchar aquí. Podríamos retirarnos con la misma facilidad y reunir las fuerzas de Sousse, los Apalaches y Bauer mientras el imperio es invadido por los demonios.
—Mmm…
Parecía que no tenía nada que decir al respecto.
—Si queremos ayudar al imperio es precisamente porque alguien tan bondadoso como Philine ahora es su emperatriz —continué—. Dorothea, no puedes aplicar tu fría lógica a todo.
Tras mis palabras, Dorothea se tomó un momento antes de responder:
—Rei, tienes razón. Lo siento, Philine.
—Madre… Gracias, Rei —dijo Philine, visiblemente conmovida.
Al final, lo único que había hecho era señalar lo obvio.
—Parece que hemos llegado a un acuerdo —declaró Manaria—. Debo reconocer que este plan tampoco me convence del todo, pero confiaré en vosotras dos. Será mejor que no muráis, ¿os ha quedado claro?
Claire y yo nos inclinamos ante Manaria.
—Eso no pasará —afirmó Claire con determinación.
—Cueste lo que cueste, juro que al menos traeré de vuelta sana y salva a la señorita Claire —prometí con firmeza.
Las reuniones estratégicas se sucedieron durante varios días y se extendieron siempre hasta altas horas de la noche. Al final, solo quedaban tres días antes de nuestra crucial batalla en la quinta fortaleza.
7
—¡General! Se han detectado fuerzas demoníacas en el camino.
—Así que ya están aquí… Os lo agradezco, podéis retiraros.
El general Sacha inclinó la cabeza solemnemente en cuanto recibió el informe. Se trataba del hombre al frente de la tercera fortaleza, quien era, en términos generales, bastante guapo. Era un hombre de mediana edad con barba espesa y un cuerpo robusto enfundado en una armadura mágica.
—Ha llegado el momento, señoritas Claire y Rei. ¿Están listas?
—Sí, déjelo en nuestras manos —contestó Claire con determinación.
—Los atraeremos de una forma u otra —añadí.
El ejército demoníaco estaba apostado justo antes del punto de bifurcación que habíamos acordado en la reunión estratégica. Si proseguían hacia el norte, nos veríamos en una situación comprometida, por lo que recaía en nosotras la responsabilidad de redirigirlos hacia la quinta fortaleza.
—General, le ruego que ordene la retirada de sus tropas en cuanto confirme que los enemigos han cambiado de rumbo —solicitó Claire.
—Así se hará.
Inferno devastaría todo a su paso, no solo al ejército demoníaco sino también la fortaleza y a cualquiera que se encontrase en su radio de acción. Como se podía activar a distancia, no había necesidad de que los soldados permaneciesen en la fortaleza. Si todo transcurría según lo planeado, lograríamos atraer al ejército enemigo mientras que Sacha y sus hombres se encargarían de despejar la zona.
—Rei, ¿nos ponemos en marcha?