Me llamo Lolita - Fuencisla Avial Sancho - E-Book

Me llamo Lolita E-Book

Fuencisla Avial Sancho

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Beschreibung

Me llamo Lolita y soy la más pequeña de cuatro hermanos. Nací lejos de aquí, en el campo. Mi madre era una pastora alemana de color marrón, muy guapa y cariñosa, y mi padre, un buen perro de la misma raza, elegante y negro como el azabache.

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Título original: Me llamo Lolita Primera edición: Noviembre 2014 © 2014 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autora: Fuencisla Avial Sancho

Ilustradora: Cristina Peydró Duclos

Diseño de cubierta : Patricia Fuentes

Dirección y producción editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación y conversión a libro electrónico:  Patricia Fuentes

ISBN: 978-84-942756-1-6

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier procedimiento, comprendidos la reprografía y tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

Me llamo Lolita

Fuencisla Avial Sancho

Para Lucía, Gonzalo, Pelayo, Jeanne, Martina y Foucault

CAPÍTULO 1

En el campo

Me llamo Lolita y soy la pequeña de cuatro hermanos. Nací lejos de aquí, en el campo. Mi madre era una pastora alemana de color marrón, muy guapa y cariñosa, y mi padre, un buen perro de la misma raza, elegante y negro como el azabache.

Me parezco a ellos a partes iguales, pues soy de color negro fuego. Mi lomo es tan oscuro como el de mi papá, y mis patas marrones como las de mi mamá. Todos dicen que soy guapa también, aunque tengo, según los entendidos, un pequeño defecto: una de mis orejas no pudo estirarse bien como tendrían que estar las orejas de un perfecto pastor alemán y a veces se me dobla un poco la puntita. Sin embargo yo creo que esto me da un aire muy simpático y, sobre todo, me hace más original.

Vivíamos en una finca muy grande un poco alejada de la ciudad. En ella había árboles enormes, flores de todos los tamaños y colores y una gran casa de piedra, en la que se alojaban los amos cuando iban al campo los fines de semana y durante las vacaciones.

Mis padres, mis tres hermanos y yo ocupábamos una caseta que estaba junto al garaje. Teníamos unas mullidas colchonetas para dormir, nuestros platos para comer y dos cubos con agua para beber.

Mis tres hermanos eran buenos y más bien tranquilos; siempre obedecían y nunca se alejaban de mis papás, escuchaban atentos todas sus explicaciones y seguían a rajatabla sus consejos.

Yo era la más inquieta de todos y empecé a andar muy pronto; enseguida sentí una gran curiosidad y el deseo de olerlo todo. Conocer profundamente cada rincón de la caseta donde nací y de la que no salí durante mi primer mes de vida, era mi principal ocupación. No podía enfriarme bajo ningún concepto, debía comer y dormir mucho para crecer y convertirme en una perrita sana y guapetona, aunque hasta más adelante no entendería bien por qué.

Al cabo de treinta días sin salir al exterior, mi mamá me llevó a la entrada de nuestra caseta y entonces... ¡Ohhhhh! Me quedé atónita al ver el mundo que había al otro lado de la puerta. Me pareció tan grande, tan grande, que me asusté y me di la vuelta, escondiéndome detrás del cubo del agua.

Todo lo que apareció ante mis ojos me causó un miedo atroz ¡era demasiado para mí! Mi mamá se dio cuenta de mis temores y con suma paciencia me explicó que no tenía de qué desconfiar, pues ellos vivían allí desde hacía muchos años y siempre se habían sentido felices y dichosos corriendo por aquel campo y cumpliendo con rigor su trabajo, que consistía en vigilar bien la casa, ladrando muy fuerte para asustar a los ladrones que pudieran venir a robar.

“Bueno –pensé, agachando la cabeza–, será cuestión de intentarlo”.

Y detrás de ella me atreví a dar mi primer paseo, realmente cortito, porque entre el susto y el ejercicio pronto me encontré francamente cansada.

Empecé a observar todo con detenimiento sin alejarme demasiado de la puerta de la caseta. Acercaba mi nariz a cualquier piedra o rama que me encontraba por el suelo, olfateaba por un lado, olfateaba por el otro, miraba a mi alrededor y rápidamente encontraba otra cosa que llamaba más mi atención y, de nuevo, se repetía el mismo proceso.

Así, sin darme cuenta, día tras día, cumplí los dos meses.

Fue entonces cuando, un fin de semana que vinieron los amos a la casa grande, mis padres oyeron una conversación extraña: el amo hablaba de mí, por teléfono, con alguien.

A partir de aquel momento mi vida iba a cambiar definitivamente. Sí, ni en mis mejores sueños hubiera podido imaginar lo que me esperaba al día siguiente.