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Dos años pasaron desde que Melién descubrió que tiene el poder de darle vida a lo que imagina. Desde que logró hacer visible a uno de sus personajes –La chica de blanco– ha practicado mucho y ahora, por fin, puede controlar su poder. O al menos, eso creía... Julián es un joven que está atrapado en una casona abandonada, y Melién es la única que puede verlo y, por lo tanto, ayudarlo. Sin embargo, no tardará en descubrir que el misterio que envuelve a este joven es mucho mayor e involucra a las personas que más quiere. UNA NUEVA AVENTURA DE LA CHICA MÁS RARA DEL MUNDO
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Seitenzahl: 130
Veröffentlichungsjahr: 2024
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¿QUÉ SUCEDE CON LAS IDEAS QUE OLVIDAMOS?
Dos años pasaron desde que Melién descubrió que tiene el poder de darle vida a lo que imagina. Desde que logró hacer visible a uno de sus personajes –La chica de blanco– ha practicado mucho y ahora, por fin, puede controlar su poder. O al menos, eso creía...
Julián es un joven que está atrapado en una casona abandonada, y Melién es la única que puede verlo y, por lo tanto, ayudarlo. Sin embargo, no tardará en descubrir que el misterio que envuelve a este joven es mucho mayor e involucra a las personas que más quiere.
UNA NUEVA AVENTURA DE LA CHICA MÁS RARA DEL MUNDO
MARIANO CATTANEO nació en 1979 en Bernal, provincia de Buenos Aires, Argentina. A los nueve años de edad, se enamoró de la literatura; fue una tarde de lluvia, cuando llegó a sus manos el cuento ilustrado El corazón delator, de Edgar Allan Poe. Desde ese momento la fascinación que sintió por la fantasía y el misterio lo llevó a estudiar cine y a escribir sus propias historias. Publicó el libro de cuentos de terror juvenil Estados aterrados en 2019, y dirigió la serie Del Amor a la Muerte (sobre relatos de Poe) y la película de fantasía La chica más rara del mundo, en la cual se basa su primera novela. Melién y el mundo del olvido es su segunda novela publicada en VR Editoras.
FERNANDO BALDÓ nació en 1975 en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Desde 1997, realiza ilustraciones, bocetos, muestrario de ideas y numerosos story boards para diversas agencias de publicidad y productoras de cine. También, colabora realizando ilustraciones infanto-juveniles para editoriales nacionales e internacionales, y publica historietas para Comic.ar, Comiqueando, Sudestada, Fierro, Términus, Glénat (España) y Dark Horse (EE.UU.).
“Era común, y a su vez aterrador, encontrar a Sara posando inmóvil en cualquier parte de la casa. Ella decía que jugaba a ser un maniquí. Fabricio, su hermano menor, muchas veces se aguantaba las ganas de ir al baño por temor a encontrarla en el pasillo, quieta, con los brazos en una posición extraña y sin mover un solo músculo.
Una tarde, la madre entró en la habitación de Sara y la halló sentada en la cama, con los brazos semiflexionados y la cara volteada hacia la pared. Cuando la llamó, la joven no respondió; nunca respondía cuando jugaba a ser un maniquí. La mujer se acercó para mirarla directo a los ojos, estrategia que usaba para ponerla nerviosa y sacarla del trance, pero al hacerlo se asustó: su hija tenía dos botones grandes en lugar de ojos. Se llevó una mano al pecho y retuvo la respiración, hasta que Sara se desplomó sobre la cama como un títere roto, y rompió en una carcajada.
Otro día, Fabricio estaba jugando con un muñeco, cuando giró sobre sus talones y, espantado, dejó caer el juguete al suelo: su hermana llevaba puesto un vestido antiguo de falda amplia; tenía dos botones en lugar de ojos y de la comisura de los labios le salían líneas que le llegaban hasta la barbilla. Parecía una marioneta. Él trató de hacerle entender que ese tipo de bromas no le causaban gracia, pero, al no recibir respuesta, se alejó del lugar llorando y llamando a su madre.
El juego de Sara se volvía cada vez más inquietante; mantenía por más tiempo su postura inerte, usaba maquillaje para empalidecer su rostro y fijador de pelo para darle una apariencia extraña.
Una tarde de verano, al regresar del trabajo, el papá de Sara encontró a la chica en la cocina, sentada inmóvil en una silla frente a una taza vacía. La imagen era tan perturbadora, que el hombre puso un dedo sobre la frente de su hija y descubrió, con horror, que se había transformado en una muñeca de verdad.
Los padres se reunieron alrededor de ella y comprobaron que ahora Sara era un maniquí de plástico, con mirada de botón y pelo de mentira. No sabían qué hacer: si llamar a un médico o a un exorcista, en ambos casos serían tomados por locos. Decidieron, esperar un poco más; quizás, al día siguiente, todo regresaría a la normalidad. Pero eso no sucedió; por la mañana, cuando entraron al dormitorio de Sara, el maniquí seguía recostado en la cama, inmóvil. Sin embargo, Fabricio notó algo llamativo; el vaso de agua que le había dejado en su mesita estaba vacío. La muñeca había bebido durante la noche.
La familia decidió seguir esperando. Y así, descubrieron que durante esa semana el maniquí comía y bebía, pero solo cuando nadie lo veía. Cada mañana, encontraban platos y vasos sucios sobre la mesa de la cocina y en el fregadero. Al octavo día, el 19 de octubre, la familia estaba reunida en el living cantándole el feliz cumpleaños a la muñeca, cuando una voz hizo que todos giraran la cabeza hacia la puerta de la cocina. Allí parada, con los brazos sobre la cintura, estaba Sara, tan real como cualquier chica de trece años. Ante el asombro de sus padres y de su hermano, la joven se acercó a la mesa, hundió una gran cuchara sobre el pastel de chocolate, los miró y les dijo: ‘No me iba a perder los regalos. Además, ya me cansé de dormir debajo de mi cama’. Luego de saborear el pastel, abrazó al maniquí y agregó: ‘¿No me salió divina?’.
Esa noche Sara rebosaba de alegría; su muñeca descansaba en la silla de su habitación y, mientras pensaba cuál sería el siguiente susto que probaría con su familia decidió ir a la cocina por otro bocado. Apoyó la mano sobre el picaporte y, antes de salir, una voz de niña le heló la sangre. ‘¿Por qué te vas, Sara?’”.
El grupo de niños mantiene los ojos abiertos como monedas plateadas. Están sentados en el suelo, en el primer piso de la librería El Baúl Imaginario, que fue decorado para la ocasión: tiras de banderines de color violeta, negro, naranja y gris oscuro forman una red de pared a pared. Monstruos y brujas cuelgan desde el cielo raso y falsas telas de araña cubren rincones y estanterías. Todos los niños están disfrazados. El selecto grupo de chiquillos, de entre cinco y siete años, está formado por zombis, hadas, magos, esqueletos y fantasmas; y todos están en trance, ninguno parpadea, ninguno se ríe. Saben que esa noche tendrán pesadillas con las historias que les está contando la joven de pelo oscuro, tez blanca, ojos delineados y labios negros.
Paf. El cuaderno se cierra con un ruido seco y fuerte, como un aplauso, que asusta aún más a los pequeños.
—¿No fue una historia escalofriante? —pregunta Melién, sonriendo de oreja a oreja. Luego, se pone de pie y todos la siguen con la mirada, hipnotizados.
La joven se apoya la mano derecha en la cintura, donde una cinta negra ciñe el vestido color violeta que completa su disfraz de “chica fantasma”, deja el cuaderno sobre la silla y camina entre los niños, analizándolos, mientras ellos la observan como si fuese la maestra que va a tomarles una lección oral.
Una niña, que tiene el pelo rizado y la cara blanca como una calavera, mira con sus pequeños ojos ocultos entre dos cuencas negras a la contadora de historias, que reacciona rápido y se inclina velozmente, cortándole la respiración.
—Me gusta tu cara calavera —le dice Melién y le guiña un ojo. La pequeña sonríe y exhala el aire contenido—. Tengo un amigo que es un esqueleto; ya les hablé de él, ¿no? —le pregunta ahora al grupo.
—Sí... sí… Clep —se apura a responder un niño con el rostro decorado como calabaza.
—Exacto. Clep, el esqueleto que atrapa las pesadillas. Hoy a la noche, antes de irse a dormir, piensen en él, recuérdenlo y ninguno de ustedes tendrá un mal sueño. Les doy mi palabra. —Melién hace una pausa y mira a cada uno de los presentes—. ¿Serán los suficientemente valientes como para conocer a Clep?
Un entusiasmo silencioso reina en el lugar; todos se mueven en sus lugares a la espera de la sorpresa que tiene preparada la narradora de historias.
—Muy bien, recuerden que solo es un personaje de cuento y nada más —explica ella—. Voy a contarles un secreto… ustedes tienen un poder: el de creer en la magia, y deben alimentarlo día a día, leyendo historias fantásticas, imaginando mundos increíbles o sintiendo que todo puede suceder. —Se inclina hacia delante, coloca una mano al lado de su mejilla y habla en un tono de misterio—: Los adultos pierden ese poder cuando llenan sus cabezas con otras cosas. Pero ustedes, que sí creen, podrán ver cómo la fantasía cobra vida.
Melién toma su cuaderno, apoya la punta de un lápiz negro sobre una hoja en blanco y, mientras sigue hablando, empieza a delinear. Ella tiene el don de la imaginación, de vivificar a sus creaciones, y los niños allí presentes serán testigos de esa magia.
—Cuando dibujo, si la fantasía se une a mis sentimientos, puedo darles vida a mis personajes —explica—, llevarlos del papel a la realidad. Y ahora es momento de comprobar si ustedes realmente confían en el poder de la imaginación. ¡Les presento a Clep! —Les muestra el retrato a los niños y guarda en la memoria su reacción, ese brillo exteriorizado de la ilusión que atraviesan sus mentes.
Clep es un esqueleto amarillo de ojos amables y sonrisa pícara que, muy despacio, comienza a moverse y saluda a la concurrencia. Es una imagen que podría parecer macabra, pero hay dulzura en ella y no causa horror, porque estos niños creen en Melién y su fantasía es más fuerte. Ella puede darle vida a la imaginación; y también sabe que, más tarde, cuando los niños cuenten esto en sus casas, los adultos creerán que están exagerando. La acción es efectiva y el resultado, una fascinación inmediata.
La joven mantiene su sonrisa amplia, guarda el cuaderno y busca una bolsa de papel llena de dulces y chocolates para repartir entre los chicos al cierre de la reunión. Todos conocen la rutina y esperan las golosinas con una sonrisa. Muchos de ellos hace dos años que acuden a la librería en estas fechas para escuchar los relatos de terror.
A la distancia el abuelo de Melién, dueño de la librería, la observa con cariño. Aún recuerda cuando, un par de años atrás, su nieta le propuso festejar Halloween todos los sábados de octubre, y contarles historias tenebrosas a los niños del barrio. La primera reacción de Mateo fue decirle que no, porque nadie en ese país festejaba esa costumbre, pero ella insistió. Le dijo que cualquier evento donde se pudieran ver películas de terror, leer cuentos que provocan escalofríos y comer dulces era propicio para acercar a los más pequeños a la lectura. Y con desconfianza, su abuelo finalmente accedió.
Desde aquel primer octubre, la librería se llena de niños. Hoy es el último sábado de “Imaginasustos de Melién”, el nombre que le puso ella al ciclo de lecturas.
La joven separa bien las manos para recibir el abrazo de los pequeños, que aplauden y festejan el final del evento. Luego, todos la siguen escaleras abajo hasta la sala principal de la librería, en donde sus padres los reciben.
Melién se acerca a Mateo.
—¡Ay, abu! Estoy creando monstruitos divinos. Mira lo que dibujó Mariana —dice y le extiende un papel en donde está dibujada ella en un cementerio, con muertos vivos saliendo de las tumbas, todos con enormes sonrisas en sus rostros—. Y este otro me lo hizo Nahuel… —Le entrega otro dibujo en el que la retrataron flotando sobre un cielo nocturno, con alas de murciélago de color violeta.
—Ya me puedo imaginar que mañana bien temprano tendré a varios padres acampando en la puerta de la librería por el aluvión de pesadillas infantiles —le replica Mateo con ironía.
—¡Ja ja ja! Sería fantástico.
El hombre se queda mirando a su nieta con una sonrisa, sin comprender del todo su humor macabro, pero aceptando que eso la hace feliz. Y eso es lo único que le importa.
En la sala principal también está Florencia, que saluda a su amiga con una sonrisa.
—¿Cómo estuvo el evento: Perturbando infancias con Melién? —pregunta, jocosa.
—¡Fue un éxito! En uno de los cuentos, Marquitos casi se va corriendo, pero se quedó escuchando y aguantó hasta el final de la historia. Lo que es genial, porque así se aprende a superar los miedos. —Melién abraza a Florencia, inhalando el aroma a vainilla que despide su pelo.
—Qué bien. No esperaba menos de la chica más rara del mundo —replica Flor, y ambas se ríen.
Melién saca una barra de chocolate del bolsillo de su disfraz y se la extiende.
—Te guardé esta, tiene almendras —dice.
—¡Gracias! —Flor recibe la golosina como si fuera la cosa más valiosa del universo—. Eh… y ahora, Meli, ¿me acompañarías a teatro? —le pregunta con una amplia sonrisa—. Vamos, toma una clase de prueba conmigo —insiste, sujetándola del codo y arrastrándola hacia la puerta.
—Uy, sabes que me muero de ganas… pero aún tengo mucho trabajo aquí. Hay una pila de libros que mi abuelo no puede acomodar solo y… bueno, lo quiero ayudar.
En ese momento pasa Mateo, cargando una torre de libros en las manos:
—Por mí no te hagas problema, Melién. Podemos hacerlo mañana. Ve tranquila —dice él y se aleja riéndose entre dientes, mientras su nieta lo fulmina con la mirada.
Florencia se desinfla, sabe que no va a conseguir que su amiga la acompañe. Una vez más, de las tantas, que intenta que socialice un poco… Pero no pierde las esperanzas de lograrlo algún día.
—Está bien, pero no acepto un “no” como respuesta para la fiesta de disfraces de esta noche. Es más, ya estás vestida, no tienes excusas —alega, apuntando al disfraz de fantasma que luce la joven.
—Ah… ¿es hoy? Creí que era dentro de… no sé… ¿nunca? ¿Y si mejor nos juntamos con los chicos en mi casa y hacemos nuestra propia fiesta de disfraces? —propone Melién con una mirada tierna.
No se mueve un solo músculo en el rostro de Florencia. Su seriedad es absoluta.
—Me lo prometiste —protesta, apuntándola con el dedo índice y el entrecejo arrugado.
Melién baja los hombros; sabe que hizo una promesa, pero no quiere ir.
—Pero… me lo preguntaste cuando estaba tomando un helado, o sea, científicamente no estaba preparada para responder. Mientras una come helado sus respuestas no tienen ninguna validez.
—Habíamos quedado en ir a la fiesta, Meli, dale… —Flor se mantiene firme en su postura.
—Ya sabes cómo soy con las fiestas, con tanta gente alrededor… que sea de disfraces me tienta mucho, pero… en casa, con el viento fresco que entra por la ventana, una peli, un chocolate… —Melién busca complicidad en el rostro de su amiga, y agrega—: Ok, te prometo que lo voy a intentar… ¿Sí?
—Te tomo la palabra —responde la joven y rompe su estructura rígida para volver a estar cargada de energía, como es su costumbre. Una alarma suena en su teléfono móvil; mira la pantalla y se despide—: Me voy, que no quiero llegar tarde a la clase —dice mientras abraza a Melién—. Promesa de amiga no se rompe —le susurra al oído y sale de la librería.
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