Mi bella jaula de oro - Jorge Guasp Spetzian - E-Book

Mi bella jaula de oro E-Book

Jorge Guasp Spetzian

0,0
7,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Mi bella jaula de oro es una maravillosa historia sobre un ciervo nacido para ser libre pero que, sin embargo, se somete a la domesticación, a la dominación e, incluso, a las peores humillaciones. Y todo ello por miedo. Miedo a lo desconocido, a salir de su zona de confort y a atreverse a vivir sus sueños. Una fábula sobre cómo transformar nuestros miedos para lograr una vida mucho más plena, la vida que verdaderamente merecemos. Como el pequeño huemul, podemos hacerlo si dejamos de limitarnos y nos enfrentarnos al cambio.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Mi bella jaula de oro

Una fábula sobre el miedo a la libertad

Jorge Guasp

Título original:Mi bella jaula de oro

Primera edición: Mayo 2016

© 2016 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autor: Jorge Guasp Spetzian

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Diseño de portada: Iñaki Mota

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón

Conversión a libro electrónico: Patricia Fuentes

ISBN: 978-84-163648-3-1

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

«¡La libertad! La mayor parte de los esclavos no serían capaces de ser libres, aunque se les permitiera serlo. Como los animales domésticos, cuando se les deja libres tienen más miedo a la libertad que a sus amos. Y liberados, tal vez por un dueño generoso, acabarían yendo a ladrar a las puertas de un amo ruin, que no sentirá ningún escrúpulo en apalearlos. Porque para ellos resultan mejor, al cabo, los palos y la obediencia que la soledad dura y llena de problemas de la verdadera libertad».

David H. Lawrence, Saint Mawr

Prólogo

El huemul (hippocamelus bisulcus), utilizado en este relato de un modo alegórico y sin fundamento científico alguno, es un cérvido en vías de extinción.

Los indígenas patagónicos, para quienes la especie fue muy importante pues aprovechaban su carne, sus huesos y su cuero, lo conocían con otros nombres: shoam en el caso de los tehuelches, y güemul entre las tribus de araucanos. La caza del huemul se realizaba con flechas, lazos o boleadoras[1]. El vínculo entre el animal y estos pueblos ha quedado plasmado en varias pinturas rupestres.

Los machos de esta especie alcanzan mayor tamaño que las hembras y sólo ellos poseen astas, que son bifurcadas. Estas astas se les caen después del apareamiento, que tiene lugar desde fines de verano hasta mediados de otoño, y tras él nace una sola cría, entre noviembre y diciembre, después de seis o siete meses de gestación.

El pelaje del huemul es grueso, denso y oscuro en verano, volviéndose más claro en invierno. Sus orejas llegan a tener más de 20 cm de largo y su cola mide entre 10 y 20 cm. Es un animal de gran belleza. Es habitual que se mueva en grupos de tres ejemplares constituidos por el macho, la hembra y una cría.

Debido a que es un animal difícil de ver, su presencia se infiere del hallazgo de excrementos, huellas, pelos, marcas en la corteza de los árboles, astas caídas, etc. Estos indicios permiten estimar su población y distribución con el fin de adoptar medidas destinadas a su protección.

Como consecuencia de distintos factores, entre ellos las enfermedades contagiadas por el ganado en contacto con esta especie, su bajo éxito reproductivo, la modificación de su ambiente por efecto de las actividades humanas y la disminución y fragmentación de sus poblaciones, el huemul ha reducido su rango histórico de distribución.

La especie habita la Patagonia argentina y chilena. Ocupa terrenos escarpados, con una elevación mínima de 1 700 m pero con acceso a sectores de aproximadamente 500 m de altitud sobre el nivel del mar, que son utilizados como zonas de pastoreo en invierno cuando la nieve le impide el acceso al alimento en áreas más altas.

El futuro de este cérvido depende principalmente de la protección del hábitat en que se encuentran sus poblaciones y de la colaboración entre los distintos sectores de su área de distribución geográfica, condiciones que facilitan el intercambio genético entre grupos aislados entre sí.

El huemul ha sido declarado Monumento Natural por la Ley 24 702, sancionada por el Senado y la Cámara de Diputados de la nación argentina el 25 de septiembre de 1996, y promulgada el 17 de octubre del mismo año. También ha sido incluido en el Apéndice I del CITES[2], acuerdo mundial firmado en 1975.

j

Índice

Introducción 9

Primera parte 11

Segunda parte 69

Epílogo 137

Introducción

En cada semilla de un árbol sano y vigoroso está ese mismo árbol. Si la semilla germina en un suelo fértil y recibe luz suficiente, desarrollará su máxima expresión biológica: se convertirá en un árbol sano y vigoroso. No importa la finalidad de ese árbol, es decir, si será utilizado para madera, para cosechar sus semillas, o si sólo servirá para despertar admiración en quienes lo contemplen. El árbol es simplemente lo que debe ser, es decir, es fiel a su naturaleza intrínseca.

De un modo análogo, cada humano recién nacido tiene la capacidad potencial de desarrollar al máximo su naturaleza interior, de ser libre por completo, de hacer realidad todos sus sueños. Al igual que el árbol, no importa el papel social del ser humano. El desarrollo de su vida interior es independiente de la función o profesión que tenga, pues muchas de esas tareas son simples adaptaciones a la sociedad. Para muchos de nosotros el trabajo cotidiano no representa lo que somos; es solamente lo que hacemos.

Se nos educa para que nos comportemos de acuerdo con lo que la sociedad espera de nosotros y no con lo que somos y anhelamos. En este afán por cumplir con la sociedad, en lugar de ser fieles a nosotros mismos, a menudo olvidamos quiénes somos o qué queremos. Nos esforzamos por alcanzar lo que la sociedad nos exige y, cuando lo conseguimos, advertimos con frecuencia que somos esclavos de las metas alcanzadas y que esos logros no nos deparan la felicidad esperada.

Al huemul de esta historia le sucede lo mismo que a muchos de nosotros: viene al mundo para ser un ciervo libre, para expresar al máximo la naturaleza instintiva de su especie, pero acaba convirtiéndose en la mascota de una familia de la que depende de un modo artificial. Y, como le ocurre a muchos seres humanos, pierde su libertad y renuncia a sus sueños por mera comodidad, por vanidad y por otros tantos errores que, como muchas veces, en nuestro caso son consecuencia, precisamente, de la traición a nuestro mundo interior.

Pero como la mayoría de las historias, esta también tiene un desenlace feliz. El huemul acaba por retornar a la libertad y hacer realidad sus sueños. Al final de la vida vuelve a elegir su dieta y su hábitat, recuperando así la independencia y su naturaleza salvaje.

Sólo espero que esta historia aliente a los lectores a luchar por sus sueños, aunque se encuentren momentáneamente acorralados como este pequeño animal.

j

PRIMERA PARTE

«¡Cuántas cosas haría uno de buena gana, sin entusiasmo, claro está, pero de buena gana y sin ninguna razón aparente para no hacerlas y, sin embargo, no las hace! ¿Habrá que poner en duda la libertad humana?»

Samuel Beckett, ‘Molloy’

I

En la Patagonia, esa región de inviernos fríos y largos días estivales, ese año había llovido y nevado muy poco y el verano había sido muy seco y caluroso. Algunos ríos y arroyos de alta montaña, que todavía tenían un poco de agua, acababan de congelarse debido a las bajas temperaturas de un otoño que anunciaba un invierno muy duro. Las hojas de los árboles habían cambiado el verde habitual por una gama de tonos que iban del marrón al naranja y la cima de las montañas ya estaba cubierta por una delgada capa de nieve.

Desde lo alto de la montaña, uno de los últimos huemules que quedaban en la Patagonia comenzó a bajar hacia los valles en busca de agua. Sabía que en los campos bajos todavía no hacía tanto frío y, por lo tanto, que el agua no estaba congelada. Además, cerca de los valles se encontraba el lago Grande, que contenía agua suficiente para calmar durante años la sed de todos los huemules de la Patagonia.

Después de varias horas de recorrido, el huemul divisó a lo lejos la casa y los corrales de don Rudecindo, un poblador rural que vivía en tierras del estado nacional en las que criaba ganado gracias a un permiso otorgado por el gobierno.

Un pequeño arroyo separaba la casa de los corrales en los que Don Rudecindo encerraba a sus animales. Al principio el huemul pensó en bajar al arroyo para calmar su sed, pero luego notó que los márgenes eran escarpados. Y si bien a su corta edad ya había caminado por terrenos difíciles, aún los temía.

Descubrió un bebedero en uno de los corrales que estaban vacíos, cruzó un cerco de madera a través de una tranquera que el poblador había abierto y se acercó a beber. Notó que el agua tenía un gusto desagradable y que no era pura como la del lago Grande; pero siguió bebiendo porque le pareció más cómodo que bajar al arroyo.

Una vez calmada su sed, comenzó a caminar hacia la parte del cercado por la que acababa de entrar y descubrió que don Rudecindo había cerrado la tranquera. Apoyado ahora contra la valla, el hombre contempló al animal con curiosidad y después se encaminó hacia su casa.

—Tengo un huemul encerrado en el potrero —le dijo a su mujer y a sus dos hijos—. Se ve que vino a tomar agua porque arriba está todo congelado. Yo lo encerré sin darme cuenta…

—¿Sí? —dijeron asombrados Ramiro y Pedro. Y, sin pensarlo dos veces, salieron corriendo en busca del animal.

El huemul los miró asustado y rogó en silencio que no lo mataran. Sabía que muchos pobladores rurales cazaban huemules –o al menos lo habían hecho en el pasado–, para comérselos o para vender su carne. Sin embargo, al cabo de un rato la alegría de los niños le hizo pensar que le perdonarían la vida. Ramiro y Pedro estaban locos de contento y don Rudecindo y Elvira, su mujer, se alegraban de que a sus hijos les gustara tanto la nueva mascota.

El animal era todavía pequeño y, aunque no entendía que tenía libertad para alimentarse por sus propios medios y pasear por donde quisiera, en aquel pequeño corral se sentía oprimido.

Después de un rato los niños saltaron el cercado y se acercaron al huemul, que se separó de ellos asustado, pues era la primera vez que estaba frente a un ser humano.