Sabiduría natural - Jorge Guasp Spetzian - E-Book

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Jorge Guasp Spetzian

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Beschreibung

Aunque el desarrollo tecnológico y la vida en las grandes urbes nos han alejado de la Naturaleza, poco a poco estamos retornando a ella. El objetivo de este ensayo  es que este retorno a la Naturaleza no solo sirva para evitar que esta pierda sus formas de vida y ambientes frágiles y especiales, sino también para que nosotros mismos evolucionemos como especie hacia un mundo más armónico en todo sentido. Esta evolución implica que nos conozcamos mejor, y que profesemos y propiciemos el respeto por el resto de las formas de vida y elementos que componen la Naturaleza. Para ello, lo más importante que podemos hacer es volvernos más conscientes y más sabios acerca de lo que ocurre, tanto en nosotros mismos como en nuestro entorno.

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Sabiduría natural

Aprendizajes de vida extraídos de la Naturaleza

Jorge Guasp

Título original: Sabiduría natural

Primera edición: Marzo 2016

© 2016 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autor: Jorge Guasp Spetzian

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Diseño de cubierta: Patricia Fuentes

Maquetación: Rocío Aguilar Bermúdez y Marcela Rojas Parra

Conversión a libro electrónico: Patricia Fuentes

ISBN: 978-84-163646-8-8

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

NOTA DEL AUTOR

Aunque el desarrollo tecnológico y la vida en grandes urbes nos han alejado de la Naturaleza, no nos hemos desvinculado de ella tanto como pensamos. De hecho, basta que vayamos a un supermercado y tomemos una fruta entre nuestras manos para que nos encontremos en contacto con la Naturaleza. Lo mismo sucede cuando abrimos un grifo y obtenemos agua (que proviene de un río, un lago o embalse, o un acuífero), cuando encendemos un artefacto que funciona a gas, cuando utilizamos un vehículo que funciona con combustibles fósiles, o cuando consumimos electricidad producida por centrales hidroeléctricas, paneles solares, generadores eólicos, etc.

La Naturaleza no sólo está presente en nuestras vidas, como digo, a través de nuestros alimentos y de la energía que consumimos, sino que ella también se ha introducido de algún modo en nuestros hogares a través de las plantas, piedras, tallas en madera, o cualquier otro elemento que provenga del mundo natural.

Nunca nos hemos divorciado por completo de la Naturaleza. En nuestra relación con ella nos comportamos como esas parejas que declaran querer vivir sin su cónyuge, y sin embargo lo echan de menos, de un modo secreto o inconsciente. Por eso buscamos terrenos más amplios que el espacio necesario para emplazar nuestra vivienda, a fin de cubrirlos de césped y plantas. Y si vivimos en departamentos, compensamos la falta de jardines con pequeñas macetas ubicadas en el balcón, las cuales tienden un puente entre nosotros y el mundo natural.

La Naturaleza tiene asimismo una función terapéutica. Está comprobado que, en los hospitales, sanan más rápido los enfermos internados en salas con ventanas que miran a un parque, un jardín o algunos ejemplares de árboles. Por este mismo motivo buscamos el contacto con la Naturaleza cuando el estrés nos supera, y necesitamos recuperar nuestro cable a tierra.

Pienso que además de reconocer nuestra necesidad biológica, mental y espiritual de contacto con la Naturaleza, también podemos aprender de ella. No me refiero a adquirir el conocimiento que nosotros mismos hemos creado sobre la Naturaleza (cómo se llama determinado animal o planta, dónde vive, y qué función ecológica cumple). No hablo de aprender sobre la Naturaleza; hablo de aprender de ella, del mismo modo en que aprendemos de un anciano que gracias a su experiencia de vida posee una profunda sabiduría.

Poco a poco estamos retornando a la Naturaleza, ya sea a través del eco-turismo, las urbanizaciones que privilegian en contacto con árboles, plantas y cursos de agua, el involucramiento en actividades de conservación de ambientes en peligro, etc.

Mi anhelo es que este retorno a la Naturaleza no sólo sirva para evitar que ésta pierda sus formas de vida y ambientes frágiles y especiales, sino también para que nosotros mismos evolucionemos como especie hacia un mundo más armónico en todo sentido. Esta evolución implica que nos conozcamos mejor, y que profesemos y propiciemos el respeto por el resto de las formas de vida y elementos que componen la Naturaleza. Para ello, lo más importante que podemos hacer es volvernos más conscientes y más sabios acerca de lo que ocurre, tanto en nosotros mismos como en nuestro entorno. Y creo que la Naturaleza es una poderosa fuente para esa evolución de consciencia y para la adquisición de sabiduría.

Jorge Guasp

Dependemos de la Naturaleza no sólo para nuestra supervivencia física. También necesitamos a la Naturaleza para que nos enseñe el camino a casa, el camino de salida de la prisión de nuestras mentes. Nos hemos perdido en el hacer, en el pensar, en el recordar, en el anticipar: estamos perdidos en un complejo laberinto, en un mundo de problemas.

El silencio habla, Eckhart Tolle

Conocernos a nosotros mismos es el mayor logro de nuestra especie.

El Yo evolutivo (Una Psicología para un Mundo Globalizado), Mihaly Csikszentmihalyi

1

Aceptamos las características de la Naturaleza y rechazamos las del mundo artificial creado por el hombre

¿Por qué juzgamos todo lo que nos rodea, incluidas las personas, y somos más benévolos o contemplativos con la Naturaleza y encontramos siempre en ella perfección? Porque la Naturaleza es como debe ser; está regida por fuerzas que escapan a nuestro control, e incluso a veces a nuestro entendimiento. No sabemos por qué un vendaval derriba un árbol y no otro; o por qué un arroyo se desborda, mientras otro permanece dentro de su cauce... Aceptamos que la Naturaleza está por encima de nuestro manejo cotidiano de la realidad y nos rendimos ante su fuerza y belleza.

En medio de la Naturaleza, nadie espera que un árbol sea más alto o más bajo, que modifique el grado de inclinación de sus ramas o su grosor, ni que tenga flores de otro tamaño o de otro color. En la ciudad, en cambio, nuestro estado constante es el rechazo de situaciones tales como el tránsito caótico, la molestia producida por los bocinazos, la pérdida de tiempo que representa moverse con lentitud de un lugar a otro en coche, la espera del transporte público, etc.

La aceptación que nos inspira la Naturaleza nos transporta de inmediato a un estado de serenidad. No esperamos que suceda nada diferente de lo que está sucediendo. Cada pájaro, cada árbol, cada hoja se encuentra en el lugar en que debe estar. La sabiduría ha ordenado el mundo natural y nosotros no aspiramos a mejorarlo (pero sí deseamos, en cambio, ver en mejor estado una calle de nuestro barrio, el frente de nuestra casa, la medianera que nos separa de nuestro vecino, etc.).

Si comprendemos que este orden natural nos brinda un estado de paz, podremos aceptarlo y sintonizar con él. Respirando con profundidad y advirtiendo que en la Naturalezatodo es perfecto, empezaremos a sentirnos en armonía con el entorno. Una vez logrado este estado, tendremos la alternativa de analizar qué situaciones rechazamos mentalmente en nuestra vida cotidiana, y qué podríamos hacer para aceptarlas, es decir, para trasladar a nuestra existencia ese estado de serenidad que nos brinda la Naturaleza.

Por ejemplo, podría suceder que estando nosotros en perfecta armonía con la Naturaleza, inmersos en el silencio, alguien nos dirigiera la palabra y nos perturbase. En ese caso tendríamos la opción de rechazar mentalmente esa situación y pensar que esa persona acaba de estropear la experiencia de paz de la cual estábamos disfrutando. Sin embargo, también podríamos incorporar sus palabras al estado de serenidad que habíamos alcanzado gracias a la Naturaleza.

En resumen, podemos aprender a disfrutar de la armonía de la Naturaleza y extenderla luego a otras situaciones cotidianas. Pasaremos así de la paz externa que se respira en la Naturaleza a incorporar ese estado en nuestro cuerpo y nuestra actividad mental, para aceptar a continuación y de un modo gradual todo lo que sucede en el entorno, sin que ello altere nuestro estado de paz.

Dado que muchas personas no pueden abandonar la ciudad para hacer este proceso de conexión con la armonía de la Naturaleza, este ejercicio también puede practicarse en parques, jardines y otros sitios con contengan elementos naturales como agua en movimiento, pájaros, árboles, etc.

Y ya que hablamos de la posibilidad de escapar de las ciudades y de la diferencia entre éstas y los sitios de Naturaleza prístina, veremos a continuación que, con frecuencia, la aceptación de la Naturaleza se verifica en ambientes naturales, pero no siempre en nuestras urbes…

2

En las ciudades, con frecuencia queremos adaptar la Naturaleza a nuestros deseos. ¿Qué pasaría si la aceptáramos tal como es?

A menudo aceptamos la forma y estructura de la Naturaleza en ambientes poco modificados por el hombre, pero queremos adaptarla a nuestro gusto en contextos urbanos. Por este motivo mutilamos árboles para darles formas caprichosas, regamos el césped para que no se seque, podamos ciertas plantas para que anticipen su floración y sea más numerosa, y las fertilizamos para crezcan más deprisa.

¿Cuál es el aspecto negativo de que el césped se seque? Me dirán que es más bello cuando está verde, y podemos estar de acuerdo en esto desde el punto de vista estético. Pero mantenerlo verde consume mucha agua (en la mayoría de los casos se trata de agua potable, que ha pasado por costosos procesos de filtrado y desinfección). Además, con el riego, el césped crece más rápido, y es necesario cortarlo (consumiendo electricidad o combustible fósil) y se generan residuos verdes que deben ser transportados hasta los sitios de disposición. ¿Por qué no aceptar entonces los ciclos naturales en los cuales el césped se seca y renace con las lluvias, como sucede con muchas plantas anuales? En mi casa he construido un jardín con piedras y rocas y un pequeño espacio para algunas plantas que necesitan muy poca agua, que puedo regar con un vaso de vez en cuando.

La idea de que la Naturaleza responda a nuestros deseos y no a sus propias necesidades, se pone de manifiesto con claridad en nuestra conducta con los árboles. ¿Por qué no habríamos de respetar su aspecto natural en lugar de darles formas caprichosas como si fuésemos sus amos? Aunque es aceptable podar un árbol cuando sus ramas alcanzan los cables de electricidad, o cuando interfieren con la estructura de alguna vivienda o comercio, muchas personas los podan sin ninguna necesidad, sobre la creencia de que ellos se desarrollan mejor después de esa práctica, o porque desean darles una forma que resulte de su agrado (como si la Naturaleza no fuese bella por sí misma).

Cabe señalar que las podas excesivas llevan a los árboles a una situación de estrés. De hecho, muchos árboles mueren por exceso de poda. Sabemos que las plantas se nutren gracias a la fotosíntesis desarrollada por las hojas y los tallos. Por lo tanto, cuando un árbol queda desprovisto de las yemas que dan lugar a las hojas, rebrota y lanza ramas con rapidez (como estrategia de defensa) a fin de desarrollar un follaje que le permita alimentarse a través de la fotosíntesis. Es éste, y no otro, el motivo por el que los árboles responden creciendo con prisa ante la poda. Se trata una respuesta urgente a una situación fisiológicamente negativa y de ningún modo este tipo de práctica es beneficiosa para los árboles.

Siguiendo con esta idea de que la Naturaleza nos pertenece y podemos hacer con ella lo que nos viene en ganas, muchos vecinos podan árboles que han plantado en la vereda de su casa, sin tener en cuenta que el arbolado urbano (como las calles y aceras) es público, y que sólo las comunas o municipios tienen autoridad para hacerse cargo de esos árboles. Puede seducirnos la idea de extender nuestro poder de dominación más allá del frente de nuestra casa; pero, por desgracia (o mejor dicho, por fortuna), esos árboles no nos pertenecen aunque los hayamos plantado nosotros (del mismo modo en que no nos pertenecen nuestros hijos, aunque seamos los responsables de haberlos traído al mundo).

Otra práctica frecuente es la de introducir plantas que no provienen del lugar y que, por lo tanto, necesitan cuidados adicionales. Si se trata de plantas de clima húmedo y son introducidas en una zona seca, es necesario regarlas más que las plantas autóctonas. ¿Por qué no colocar, entonces, plantas de la región adaptadas al clima local? De este modo contribuimos a que el ambiente mantenga sus características intrínsecas en lugar de modificarlo introduciendo especies de otros lugares. Cuanto más se respetan las plantas originarias, mayor continuidad ecológica se logra en el paisaje y más altas son las probabilidades de que las especies locales puedan sobrevivir a las modificaciones introducidas por el hombre en el ambiente.

Algunas especies foráneas crecen muy bien fuera de su región de origen, por lo que plantarlas resulta una tentación. Sin embargo, y como decía con anterioridad, a veces consumen más agua que las plantas locales. Otras consecuencias ecológicas de la presencia de estas especies es que vuelven artificial el paisaje y modifican el hábitat. Algunas de estas plantas, en especial las que poseen características colonizadoras, invaden con mucha rapidez el lugar al que llegan, más aún si el terreno ha sido modificado por la mano del hombre (son cómodas; prefieren que otros hagan ese trabajo por ellas). Esto provoca que se dispersen y acaben por ocupar grandes extensiones, por lo que luego es muy difícil erradicarlas, y a menudo se convierten en plagas.

Si una planta ocupa cierta región de un modo natural es porque está adaptada a ella (y hay otros seres vivos asociados ecológicamente a esa planta). Podemos tomar una especie y llevarla a otra parte, pero desde el punto de vista ecológico, ninguna intervención de la mano del hombre resulta inocua y las consecuencias de estas manipulaciones no siempre son evidentes.

Las relaciones ecológicas son sutiles, y a menudo sólo se manifiestan cuando ya han sido violadas (por ejemplo, se advierte que un bosque protegía el suelo cuando tras su tala se producen inundaciones). Con los vínculos humanos suele sucede algo similar: a veces, los aspectos más delicados de las relaciones entre las personas aparecen sólo cuando el diálogo se rompe y ya es tarde para restaurarlos. En consecuencia, tanto en las relaciones humanas como en las ecológicas, necesitamos ser más conscientes de los vínculos subyacentes y de los posibles efectos de su ruptura.

La invasión de especies exóticas se produce tanto con plantas como con animales, y es uno de los aspectos más relevantes de la crisis ecológica mundial. Como ejemplos podemos citar la plantación de coníferas provenientes del hemisferio Norte, en Argentina y Chile. La introducción de estas especies no sólo ha conllevado la desaparición de buena parte de los bosques nativos (que han sido talados para permitir la implantación de árboles foráneos), sino que las coníferas también se han esparcido más allá de las plantaciones, colonizando territorios donde el hombre ha tenido que intervenir para controlar su dispersión y las consecuencias ambientales de su presencia (entre ellas, la imposibilidad de que las plantas nativas crezcan bajo un bosque de coníferas exóticas).

Aunque me he alejado un poco del tema del manejo de la Naturaleza en las ciudades, me ha parecido interesante citar algunos ejemplos de ello puesto que muestran nuestra soberbia (de creernos por encima de la Naturaleza) y la incomprensión acerca de las consecuencias de nuestras acciones. La aceptación de la Naturaleza tal y como es y de las especies presentes en un lugar como consecuencia de la evolución ecológica, es sinónimo derespeto. Así como aceptamos los ciclos de lluvia y sequía, y de calor y frío, deberíamos respetar las decisiones de la Naturaleza en lugar de querer adaptarlas a nuestras necesidades, unas necesidades que, por lo demás, en la mayoría de los casos son sólo estéticas o están orientadas a obtener un rédito concreto, es decir, a pensar en nuestra vida antes que en la de los demás seres vivos.

El reino animal no es una excepción a estas conductas. Hace poco, una periodista de la ciudad en la que vivo hizo el siguiente comentario acerca de una persona acusada de tener animales en cautiverio:«yo lo conozco, y es muy bueno. Ama a los animales y les da de comer lo mejor». Imagino que tanto la periodista como su conocido, tendrán las mejores intenciones, como las tienen todos los dueños con sus mascotas, o los padres con sus hijos. Sin embargo, sabemos que, con frecuencia, las buenas intenciones no bastan…

No es suficiente multar a quien tiene animales autóctonos, y permitir la tenencia de animales exóticos. Los animales siempre son autóctonos en alguna parte. Si miramos el planeta en su conjunto, comprenderemos que todos los animales silvestres tienen derecho a estar en libertad, ya sea en su hábitat original o en otro. En Argentina, por ejemplo, no hay elefantes. Pero eso no significa que yo pueda tener uno en el patio de mi casa sólo porque se trata de una especie exótica que no habita en mi país. La fragmentación del mundo en países, regiones, provincias, etc., también ha atentado contra la preservación de la Naturaleza, como veremos en otro apartado.

A fin de reflexionar sobre estos temas, podríamos hacernos una pregunta simple: ¿Qué significaquerera un perro?: ¿Darle el mejor alimento? ¿Tenerlo al lado para acariciarlo? ¿dejarlo ser perro, ensuciarse en el barro, jugar con palos y meterse en el agua en medio de la Naturaleza? Tal vez al perro le encante dormir en la cama, e incluso comer su hueso preferido sobre la almohada, pero lo cierto es que lo más cómodo y más placentero (para nosotros y para el perro) no es lo que en verdad necesitamos. Al perro (y a nosotros) pueden encantarle los dulces. Sin embargo, consumirlos en exceso es perjudicial para la salud. Íntimamente, el perro quiere ser perro, y privarlo de explorar el mundo, de saciar su curiosidad y gastar energía es pernicioso para su vida; aunque a él y a nosotros nos encante tenerlo sobre la falda mientras vemos la televisión.

Si nos cuesta discernir los límites en el caso de un perro, que es un ser domesticado y adaptado a la vida humana, imagínate qué difícil resulta reflexionar sobre la vida de un animal silvestre, y saber lo que en verdad necesita. ¿Cuál es el criterio, entonces, para decir que nuestra prueba de amor hacia un animal es darle de comerlo mejor(cuando él no está en condiciones de opinar sobre la comida que le damos)?

Los animales han nacido para ser libres. Nosotros los necesitamos desde un punto de vista emocional, pero ellos (en especial los silvestres) se las arreglan muy bien sin los hombres. Por lo tanto, darles amor implica permitirles que sean lo que son: seres salvajes y autónomos, una manifestación espontánea y bella de la Naturaleza. Amarlos también conlleva el compromiso de conservar su hábitat, pues destruir su casa constituye un modo indirecto de restringir su libertad, confinándolos a ambientes convertidos en islas, es decir, desvinculados del resto del territorio.

La Naturaleza nos enseña el respeto por el resto de los seres vivos y la aceptación de que ellos tienen un hábitat natural y una conducta determinada. Nosotros no somos los dueños del mundo para modificar esas características; por el contrario, debemos adaptarnos a ellas a fin de convivir en armonía con otras formas de vida.

3

Cada ser vivo tiene aptitudes potenciales de desarrollo que lo hacen único