Mi irresistible jefa - Wendy Etherington - E-Book

Mi irresistible jefa E-Book

Wendy Etherington

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Beschreibung

¿Cómo podía conseguir una chica que un hombre cayera rendido a sus pies? Gracias al eficiente director de la empresa, Lily Reaves se encontró tambaleándose sobre tacones de aguja justo cuando su sofisticada y sensual línea de zapatos parecía estar a punto de alcanzar un gran éxito. Por eso precisamente el anuncio de que James abandonaba la compañía fue un golpe tan grande. Antes de que él llegara, Lily no tenía ni tiempo para buscar un amante, pero había encontrado en James al hombre perfecto tanto para el negocio como para el placer.

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Seitenzahl: 177

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Wendy Etherington

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Mi irresistible jefa, n.º 1575- julio 2017

Título original: If the Stiletto Fits...

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-060-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LILY Reaves entró en su oficina en Manhattan, admirando sus nuevos zapatos. Unos Lily únicos. ¿Pronunciarían algún día su nombre los famosos con la misma admiración que sentían hacia Manolo Blahnik o Prada?

Bueno, quizá no había llegado a su altura todavía, pero estaba en camino. ¿Habría logrado ella, una chica criada en una granja en Des Moines, el éxito en Nueva York? A veces esa idea la dejaba sin aliento.

Lily se miró en el espejo de recepción. Los zapatos color mantequilla con tacón de aguja y brillantitos en forma de mariposa serían la estrella de la colección esa temporada.

Por supuesto, el mostrador de recepción estaba vacío. Lily miró su reloj, uno de esos que vendían en la Sexta Avenida por un dólar, y comprobó que era casi mediodía.

¿Dónde estaba esa chica? Otra vez llegaba tarde.

Luego se dirigió hacia el despacho de su gerente. James Chamberlin estaba frente a su, como siempre, inmaculado escritorio, tomando notas con su bolígrafo favorito mientras hablaba por teléfono. Naturalmente, no tenía ni un pelo fuera de su sitio y, aunque se había quitado la chaqueta, la corbata azul y la camisa blanca eran sencillamente perfectas.

—Lo sé, pero habrá que cambiarlo… La pasarela Espectacular tiene prioridad —James la saludó con la mano—. ¿Has visto el informe de organización que te pasé el otro día…? ¿No? Bueno, pues a lo mejor ése es el problema.

Su tono controlado, medido, solía hacer que la gente se echara a temblar. Pero eso era bueno, pensó Lily. Después de todo, James estaba de su lado.

Y era una suerte. James Chamberlin había sido administrador-gerente-agente de conocidos músicos, algunos con más de un Grammy en su haber, de grandes ejecutivos, de actores y directores de primera fila…

Y ahora, era su gerente.

Además, James era uno de esos hombres que quieren y respetan a su madre. Un chico ideal.

De hecho, fue su madre, la famosa actriz Fedora Chamberlin, quien consiguió que James trabajara para ella nueve meses atrás. Lily había ido a ver una de sus obras y esperó fuera del teatro después como una fan para conseguir un autógrafo.

Y, de inmediato, se hizo amiga de la alegre y sofisticada Fedora. Un día, mientras comían, le había contado lo desesperada que estaba por encontrar a alguien que dirigiera su empresa y, afortunadamente, James fue la respuesta. En ese momento estaba en Los Ángeles, pero su madre tenía intención de llevarlo de vuelta a Nueva York.

James había dejado al director de cine con el que estaba trabajando en ese momento y apareció en su puerta con su profesionalidad, su seriedad, su paciencia para sus ocasionales… bueno, más bien frecuentes, cambios de humor y desastrosa habilidad para organizarse.

Gracias a él, Calzados Lily Reaves se había convertido en la sensación de la temporada. Gracias a él, su colección iba a aparecer en la pasarela Espectacular. En unas semanas, tres de los diseñadores más famosos de Nueva York iban a organizar un desfile especial. Y todas las modelos llevarían sus zapatos.

—Muy bien. Hablaremos a última hora —James colgó el teléfono y levantó la mirada—. ¿Qué tal ha ido?

Lily puso un pie sobre la silla para mostrarle los zapatos.

—Preciosos, ¿verdad?

—A mí me parecen incomodísimos.

—No te estoy pidiendo que te los pongas —replicó ella.

Le molestó que no le dijera lo bonita que era la falda con brillantitos en forma de mariposa a juego con los zapatos. Uno de los diseñadores de la pasarela Espectacular se la había enviado porque ella le regaló a su hermana varios pares de zapatos. Unos zapatos de diseño eran la pieza más cotizada para cualquier neoyorquina.

Por supuesto, James iba siempre directo a lo que le interesaba. No el pelo, con el que Lily se pegaba diariamente. Ni la ropa, ni sus piernas, que eran lo que más impresionaba a todo el mundo.

James la estudió un momento, guiñando sus ojos grises, en un gesto de concentración.

—La artesanía es excelente. Me gusta el brillo de la piel. Y el diseño es bastante decente.

James Chamberlin no era de los que se volvían loco diciendo piropos. Pero claro, Lily le pagaba por su habilidad organizativa, no para que le dijera lo mona que era.

—¿Dónde está Garnet?

—Ha salido a comer.

—¿Y cuánto tiempo lleva comiendo?

James miró el reloj de la pared.

—Demasiado. Como siempre.

—¿Has visto qué zapatos llevaba?

—Sí.

—Si la vuelvo a pillar con unos zapatos…

Él suspiró, nada convencido.

—No irás a despedirla otra vez.

—Qué horror. ¿Por qué volví a contratarla?

—Porque uno de tus clientes más importantes te lo pidió.

—Me lo suplicó, ¿te acuerdas?

El día anterior, su traidora recepcionista se había ido a bailar con unos zapatos que Lily había diseñado especialmente para Bloomingdale’s.

—No vas a despedirla, Lily.

—Sí lo haré.

—Demuéstralo.

Ella sonrió.

—¿Estás intentando retarme, James Chamberlin?

—¿Haría yo eso?

—A veces creo que harías cualquier cosa con tal de no ver a Garnet nunca más.

—Son tus zapatos, no lo olvides.

Lily apoyó los codos en el escritorio. Garnet tenía potencial; sólo necesitaba algunos buenos consejos. Y concentración. Y ganas de trabajar. Y ambición. Lily había tenido todo eso cuando llegó a Nueva York.

—Su padre me ayudó cuando más necesitaba un pedido.

—Lo sé. Era una broma.

—Garnet necesita que la aconsejen. ¿Tú nunca has sido joven y anárquico?

—No.

Estudiando su rostro, tan serio, Lily imaginó que era verdad. James siempre sabía lo que hacía y lo que quería, conocía los diferentes caminos que había que recorrer para conseguirlo y tenía todo el viaje controlado, días, horas, fecha de partida, cantidad de gasolina necesaria e incluso el informe del tiempo.

Había mirado su agenda una vez y, de inmediato, se sintió transportada a la clase de estudios sociales, cuando uno tenía que escribir ensayos con números romanos, bibliografía, índices y notas a pie de página. Y todo ordenado y limpio. Cada vez que lo pensaba se ponía mala.

—Por lo menos podrías hablar con ella sobre los mensajes telefónicos. No lleva ningún orden. A veces se acuerda, a veces no… a veces me manda notitas rosas en las que dibuja corazones, otras me los manda por e—mail. Aunque normalmente se le olvida anotar los números de teléfono. A veces intenta dejármelos en el contestador… en el tuyo, no en el mío. Es un desastre.

—Hablaré con ella —le prometió Lily.

Aunque los ordenadores la dejaban perpleja y un poco asustada a veces, enviar e—mails era como hacer vida social. Y ése era un concepto que ella entendía bien.

—¿Has conseguido el contrato para la pasarela Espectacular?

James le mostró un montón de papeles.

—Aquí está.

Lily apretó los labios. Llevaba meses deseando hacerle una pregunta…

—¿Y mi nombre está en ellos?

—Pues claro.

—¿Y todo está bien?

—Hay que cambiar algunas cláusulas pero, por lo demás, todo bien.

—¿Te he dicho últimamente cuánto te aprecio, James?

—Lily, te lo has ganado. Fueron ellos los que vinieron a hablar con nosotros, ¿recuerdas?

Lily negó con la cabeza. Antes de que él llegase, su posición como diseñadora de zapatos era más bien mediocre. Pero tuvo suerte dos años antes, cuando una actriz nominada para un Oscar se rompió el tacón del zapato justo antes de aparecer en la alfombra roja y tuvo que ponerse los que llevaba su ayudante: unos Lily Reaves. La gente de la industria empezó a hablar de sus zapatos, pero Lily no había sabido aprovechar la oportunidad hasta que tuvo a James a bordo.

Él había conseguido contactar con la gente adecuada, gente de Los Ángeles, de Manhattan… y que varios diseñadores de Hollywood le encargaran zapatos para actrices que tenían que acudir a programas de televisión o a entregas de premios.

—No estaría aquí sin ti.

James sonrió.

—Claro, porque soy el mejor…

Al ver esa sonrisa, Lily parpadeó. James era tan serio normalmente que sólo cuando sonreía se daba cuenta de lo guapo que era. Aunque también era atractivo cuando no sonreía. Lo era. Con un estilo más bien conservador, pero guapo.

No era su tipo, afortunadamente, ya que él había dejado claro desde el principio que aquella era una relación puramente profesional. Y a Lily le parecía bien. Necesitaba alguien que organizase sus horarios, que consiguiera contratos y entrevistas, que se encargara de invertir y controlar su dinero.

A los novios los podía encontrar ella solita.

Aunque en ese aspecto la cosa no iba demasiado bien. Los hombres que conocía buscaban una esposa de las que se quedan en casa cuidando una docena de niños o imbéciles que sólo querían un revolcón.

—Pero sólo porque tengo mucha experiencia —siguió James—. No me necesitas tanto como crees.

—Sí te necesito.

Él la miró con una expresión rara, pero antes de que Lily pudiera preguntar, una voz familiar gritó desde el pasillo:

—Holaaaaaaa…

—Ha vuelto

—Los mensajes —suspiró James.

Lily se dirigió a la puerta sobre sus tacones de diez centímetros. A lo mejor se los pondría esa noche para salir con Brian. Le gustaba que a un hombre se le cayera la baba mirándole las piernas.

—Voy, voy.

—Tengo que hablar contigo antes de que salgas esta noche.

Lily se detuvo en la puerta.

—¿Por qué sabes que voy a salir? Podría quedarme en casa leyendo un buen libro.

—Lo dudo. Y yo también voy a salir, por cierto.

—¿Con una chica?

James levantó una ceja.

—De vez en cuando salgo con chicas.

Lily recordó una morena con la que había ido a un cóctel. Era una chica callada y dulce, la clase de chica con la que uno podía imaginar a James. ¿Cómo se llamaba? ¿Kate, Karly? Kelly.

—¿Vas a salir con Kelly?

—Ya no salgo con Kelly. Es otra.

—Ah, pues que lo pases bien.

Lily llegó a recepción cuando Garnet estaba sentándose frente al mostrador.

—Mira qué bolso más precioso me he comprado.

A pesar de su frustración, Lily tuvo que sonreír. Garnet tenía muy buen ojo para las tendencias.

El bolsito era como una caja de comida china, pero el cartón estaba forrado en satén rojo y negro.

—Es precioso. ¿Dónde lo has…? —Lily no terminó la frase—. ¡Pero si es de Fabian LaRoche!

—Sí, ¿a que es divino?

—Es un bolso de quinientos dólares. Tú no ganas eso ni en dos semanas.

Garnet dejó el bolsito sobre el mostrador.

—Lo he comprado con la Visa. Esas facturas las paga mi padre.

Lily abrió la boca para decirle a su recepcionista que no tenía edad para dejar que su padre pagara sus facturas, pero luego recordó que Garnet no trabajaba por dinero. Ésa era su manera de aplacar a su padre hasta que cumpliera los veinticinco años, cuando podría meterle mano a su fideicomiso.

Criada en un hogar de clase media, Lily no entendía esas cosas, pero ahora vivía en ese mundo. Ah, los sacrificios que había que hacer para vivir en la Gran Manzana.

—Tenemos que hablar sobre los mensajes.

—¿Otra vez? —suspiró Garnet, levantando los ojos al cielo.

—James tiene problemas con eso.

—¡No es culpa mía! Es el ordenador —Garnet señaló la pantalla como si fuera un monstruo—. Hace unos ruidos muy raros y luego me sale una exclamación en rojo y un mensaje de error.

Lily miró el salvapantallas —unos zapatitos rojos que bailaban— creación de su amiga y experta en informática, Gwen. Gwen y ella podían salir de copas, tomar un martini, ver una película o cotillear sobre lo que fuera, pero Lily no compartía su pasión por la informática.

—Ya —dijo, intentando no parecer intimidada—. Creo que James prefiere que le mandes los mensajes por e—mail o que se los dejes en su contestador. No le gustan las notitas rosas con corazoncitos.

Garnet mascaba ruidosamente un chicle.

—Pues podría relajarse un poco, ¿no?

—Sí, bueno, él es quien lleva la oficina.

—Pero tú eres la jefa, ¿no? A mí me cae bien James, pero las mujeres deberían apoyarse, ¿no te parece? —preguntó la recepcionista, haciendo una bomba de chicle—. Tú deberías entenderlo siendo feminista como eres… ¡Oye, qué zapatos! ¡Son preciosos!

—Gracias.

—¿Cuándo estarán a la venta?

—Cualquier día de estos —contestó Lily—. Junto con el resto de la colección de primavera. Éste es el primer par de la producción.

—Siempre haces eso, ¿verdad? —sonrió Garnet—. Quedarte con el primer par. Qué suerte. ¿Lo ves? A eso es a lo que me refiero. Un hombre nunca se preocuparía de tener una muestra de cada par de zapatos en su colección particular. De verdad te lo digo, ¿por qué hay hombres que diseñan zapatos de mujer?

Eso era lo que solía pasar cuando hablaba con Garnet, que uno acababa mareado. Lily no podría decir si el cerebro de su recepcionista funcionaba a más velocidad de la normal… o era al contrario.

—Me gusta tu filosofía —siguió Garnet entonces, cambiando de tema—. Salir con muchos tíos y no quedarte con ninguno.

A Lily no le hacía gracia ser el modelo de comportamiento para una cría de veintiún años. Aunque sólo tenía siete más que ella, parecía como si las separasen varias décadas. Garnet y las chicas con las que salía parecían tan… ajadas, como si ya hubieran pasado por todo.

—Salgo mucho, sí. Pero no me acuesto con todos los hombres con los que salgo.

Garnet hizo un gesto con la mano.

—Sí, sí, no me extraña. Por ahí hay mucho cerdo que sólo está interesado en echar un polvo. ¿Qué piensas sobre las mamadas?

Lily tragó saliva.

—Pues no sé…

Quizá ella no era la persona más adecuada para contestar a esa pregunta.

—Yo creo que uno debe tener cuidado con cualquier acto sexual.

Garnet hizo un puchero.

—Ésa es una buena filosofía. Y sobre los mensajes para James… prometo enviárselos por e—mail si él promete echarle un vistazo a mi ordenador para ver qué son esas exclamaciones tan raras.

—Si ése es el problema, ¿por qué no se lo has dicho antes?

Garnet miró hacia el pasillo y luego se inclinó hacia delante:

—No se lo digas a nadie, pero a veces me intimida —dijo en voz baja.

Era comprensible. Garnet y ella hablaban mucho. James no. Seguramente, a Garnet le pasaba lo mismo que a ella; la gente que no hablaba mucho la ponía nerviosa. El silencio era un vacío que se veían obligadas a llenar.

—Bueno, a ver qué se puede hacer.

—¿Vas a ayudarme con el ordenador? —exclamó la recepcionista, incrédula.

—Oye, que yo hacía todo esto antes de que tú llegaras —contestó Lily. Al menos, hacía lo que podía—. Vamos a empezar con los mensajes por teléfono. Yo tengo la extensión uno, James, la dos. Cuando tengas que pasarle una llamada, pulsas este botón…

—¿Y cuando tenga que pasártela a ti?

—Pues lo mismo, pero pulsando el otro botón. ¿Por qué no los pintas? Azul para James, rosa para mí.

—Ah, qué buena idea.

Estuvieron cinco minutos cortando papelitos y pintándolos con rotuladores de colores. Ahora que los botones estaban bien diferenciados, confiaba en que Garnet pasara las llamadas correctamente. No quería que James acabara marchándose por culpa de su enloquecida recepcionista.

—Y ahora, los e—mail —dijo Lily, mirando el ordenador con cara de susto.

Cuando pulsó la barra del espaciador los zapatos bailarines desaparecieron de la pantalla. Pulsó luego la conexión a Internet y esperó hasta que el ordenador hizo lo que tuviera que hacer para conectarse.

Un símbolo de exclamación apareció en la pantalla y Lily dio un paso atrás.

—¡Ay!

—Ya te lo dije.

—Vamos a… será mejor que no toquemos esto. Voy a buscar a James.

—Eso, eso. Mejor tú que yo.

Cuando se alejaba por el pasillo, Lily vio por el rabillo del ojo que Garnet sacaba una lima de uñas… trabajando duro, como siempre. A toda prisa, le contó a James lo que pasaba y luego entró en su taller. Ella tenía otras cosas que hacer.

Estuvo varias horas evaluando los bocetos que había hecho para la pasarela Espectacular. Uno de los diseñadores quería que todo fuera en naranja, un color que a ella le gustaba particularmente, de modo que estaba probando diseños con lunares, rayas, cuadros, lazos, tiras y logos en ese color.

Después de firmar los bocetos, Lily se estiró. Tenía que arreglarse para la cita de esa noche.

Le gustaba el diseñador Brian Thurmond, pero era más un colega simpático que un posible novio. Lo había conocido unas semanas antes en la semana de la moda, pero la verdad era que no sentía entusiasmo alguno. Sobre todo porque Brian se pasó toda la cita de la última semana intentando convencerla para que lo metiera en la pasarela Espectacular.

Estaba saliendo del taller cuando Garnet la llamó desde el pasillo…

—¡Lilyyyyyy!

—Estoy aquí. Y tenemos un intercom, Garnet.

—Ah, se me había olvidado. Línea uno, tu hermana.

Conteniendo un suspiro, Lily descolgó el auricular.

—Hola, hermana, me pillas a punto de salir.

Bueno, estaba a punto de salir. Pero primero tenía que ducharse, vestirse y maquillarse.

—¿Con quién vas a salir? —preguntó su hermana mayor.

—Con un chico. Un diseñador.

—¿Y el asunto va en…? —su hermana no terminó la frase—. ¡Jack, sal de ese armario ahora mismo!

—Podemos hablar mañana…

—No, no pasa nada. Iba a preguntar si el asunto parece prometedor.

—No voy a casarme con él, si eso es lo que quieres saber.

—Lily, tienes veintiocho años. Cuando yo tenía veintiocho años…

—Lo sé, llevabas ocho casada y ya tenías dos hijos. Pero yo no soy como tú, Karen.

Su hermana suspiró.

—Perdona. Estoy incordiándote otra vez. Ya sabes que ése es mi trabajo.

Lily sonrió, aliviada. No se entendían demasiado bien, pero eran familia y eso era algo que ni el tiempo, ni la distancia, ni las diferencias entre ellas podía borrar.

—Y lo haces muy bien.

—Ah, gracias por los zapatos. Mamá me preguntó cuánto cobrabas por ellos y le dije que no tenía ni idea.

—Bien hecho.

—¿Y por qué me enviaste dos pares? El tacón de los negros es altísimo. ¿Cuándo voy a ponerme yo algo así?

Su hermana tenía unas piernas estupendas, pero Lily estaba segura de que nadie las había visto en los últimos diez años. Y no se le ocurría nada más deprimente que no tener una ocasión para estrenar zapatos nuevos.

—Para ir a cenar con tu marido, por ejemplo.

—¿En Redwood, Iowa? Por favor…

—Pues póntelos en casa.

—¿Con qué, con unos vaqueros y una camiseta?

—Mejor no te pongas nada —rió Lily—. Seguro que a Jack le gusta.

Lily habló con sus sobrinas y sobrinos, dos de cada, y les prometió que iría a verlos en cuanto terminase la pasarela Espectacular.

Aunque no se cambiaría por su hermana, le gustaba estar con sus sobrinos. Aunque no fuera maquillada, aunque no fuera divina, los niños la adoraban porque jugaba con ellos durante horas y horas.

Después de colgar, le dijo a Garnet que no volvería a la oficina hasta el día siguiente y, como respuesta, la recepcionista explotó una bomba de chicle mientras hacía un solitario en el ordenador.

—Bueno. Que lo pases bien.

Lily entró en su precioso apartamento, al final del pasillo. Su casa, en la planta veinte, estaba dividida en dos áreas, la de trabajo y la de vivienda. El edificio estaba situado en una buena zona y tenía gimnasio y conserje uniformado. James se quedó tan impresionado al verlo que alquiló un apartamento para él en el piso dieciséis.

Pasó por delante del sofá y los sillones, tapizados con una tela estampada en ciruela y dorado, y se dirigió a los ventanales que ocupaban toda una pared. El sol estaba poniéndose y las luces de Manhattan brillaban como luciérnagas. Pronto los trajes y los maletines serían reemplazados por vestidos y bolsos de diseño. Los compradores se convertirían en clientes de los restaurantes de moda. Los bares y las discotecas despertarían a la vida, siguiendo el rápido pulso de la ciudad.

Sí, su vida era estupenda. Ya no tenía que tomar el tren para ir a casa, tenía buenos amigos, una profesión interesante y había conseguido un nivel creativo y económico que la mayoría de la gente envidiaría.

De modo que, si de vez en cuando, sentía que le faltaba algo, se metía en un nuevo proyecto, buscaba un nuevo amigo, se iba de compras o de fiesta.

Había soñado con esa vida desde que tenía cinco años, cuando su abuelo la llevó a Nueva York por primera vez. Fueron al teatro en Broadway, subieron a la Estatua de la Libertad, al Empire State… Habían sido los cinco días más emocionantes de su vida.

Volvió a casa con la Estatua de la Libertad dentro de una bola de cristal y se fue a la cama mirándola y deseando que llegara el día en el que podría convertirse en una neoyorquina de verdad.