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Aquel hombre podía curar su corazón herido. La niñera Casey Thomas había aprendido que no debía implicarse demasiado en su trabajo. Sin embargo, eso fue antes de que conociera a su atractivo y apuesto jefe, Blake Decker, y a Mia, la sobrina huérfana de éste. Para sorpresa de Casey, la convivencia y los roces diarios con el arrogante Blake le aceleraban más de lo que debieran los latidos de su corazón... Lo último que esperaba el acaudalado abogado era sentirse atraído por la testaruda e irresistible mujer que insistía en que él fuera mucho más que un padre a medias para su sobrina. Mientras Casey lo animaba a que abriera el corazón a su sobrina, la niñera parecía inspirarlo de igual modo a abrirle su corazón también a ella...
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Seitenzahl: 199
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Teresa Ann Southwick
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Mi irresistible jefe, n.º 1861- enero 2022
Título original: The Nanny and Me
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-592-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
A NADIE le gusta que lo dejen en evidencia y Casey Thomas tenía razones de sobra para que le desagradara mucho más que a la mayoría. La última vez que se vio en esa situación murió una persona.
No necesitaba que la manipulara su jefa. Ginger Davis era una mujer de armas tomar, que parecía dispuesta a demostrar que seguía siendo muy joven a sus cincuenta años. Era la presidenta y directora gerente de Nanny Network, una empresa dedicada a proporcionar servicios de cuidado para los niños de Las Vegas, y, aparentemente, parecía gozar con el estrés que le ocasionaba la dirección de la exclusiva empresa que se especializaba en cuidar los hijos de los más ricos y famosos de la ciudad.
Casey miró a su jefa con desaprobación. Estaban en el despacho de Ginger.
—Nos podríamos haber ocupado de este asunto por teléfono. Has insistido en que venga aquí porque no me crees capaz de decirte no a la cara.
—Quería que conocieras a Blake Decker y a su sobrina huérfana para que le dijeras tú a él que no a la cara —replicó Ginger.
Si no se trataba de una manipulación completamente descarada, Casey se comería su manual de cuidado infantil. Ginger había tenido que mencionar que la niña era huérfana. Casey perdió a su madre cuando tenía once años. Sin embargo, como niñera tenía reglas… y también buenas razones para que así fuera.
Tenía cicatrices físicas y emocionales que lo demostraban. Los años pasados en el ejército le habían enseñado que la vida podía ser imprevisible y que el tiempo que cada uno fuera a pasar en la tierra no debía desperdiciarse en empresas imposibles. Si iba a ayudar a un niño, sería en los primeros años de su vida, antes de que las influencias negativas pudieran hacer mella en su personalidad.
—Ya sabes que yo me centro en niños que tengan menos de diez años.
—Sí. Y tú sabes que mi trabajo es emparejar a mis empleados con los clientes que más adecuados pueda resultarles. Tú eres feliz. El cliente es feliz. Todo el mundo está contento. Mira, Casey, sé lo que te ocurrió en ultramar mientras estabas en el ejército. Comprendo por qué te has especializado en un cierto grupo de edad. He respetado tus límites sin cuestionarlos desde que pasaste a formar parte de esta empresa.
No resultaba muy conveniente estar en deuda con Ginger Davis. Ginger contrató a Casey justo después de que la licenciaran del ejército por motivos médicos. Casey se había preparado mientras trabajaba en la escuela infantil Nooks and Nannies y, mientras trabajaba para Nanny Network seguía asistiendo a clases para terminar sus estudios de Educación Infantil.
Trabajaba como niñera interna, cuidando a niños de menos de diez años, dándoles estabilidad y enseñándoles a ser adultos responsables a través del ejemplo, de la disciplina y del cariño. Su profesión resultaba muy satisfactoria y ella necesitaba toda la satisfacción que pudiera conseguir para conseguir redimirse. Cuando una amiga pagaba con su vida el error que uno mismo ha cometido, no resulta fácil seguir viviendo.
Por eso, Casey se esforzaba tanto por ayudar a los demás. ¿Por qué tenía Ginger que ponerla en aquella situación? ¿Por qué no podía dejar que siguiera haciendo lo que tanto le gustaba con sus propias condiciones?
—Ya estoy trabajando para los Redmond.
—Tienes ahora un mes de vacaciones mientras ellos están en Europa con Heidi y Jack. Cuando regresen, ya les habré encontrado una sustituta.
La verdad era que Casey había estado temiendo tener demasiado tiempo libre para poder pensar, pero eso no significaba que estuviera dispuesta a romper sus reglas.
—Tengo planes para ese mes de vacaciones.
—Y yo tengo que pedirte que los canceles como un favor personal hacia mí. Esta niña tiene doce años… tan sólo son dos más de tu límite. Y necesita ayuda.
—¿Y por qué crees tú que yo debería hacer una excepción con Blake Decker y su sobrina huérfana?
—Compruébalo tú misma.
Ginger apretó el botón del intercomunicador y le pidió a su ayudante que hiciera pasar a Decker y a la niña.
Unos instantes después, un hombre entró en el despacho seguido de una niña. Él se dirigió directamente a Casey, quien aún seguía de pie frente al escritorio de Ginger.
—Blake Decker —dijo.
—Casey Thomas —respondió ella mientras estrechaba la mano que él le ofrecía.
Él miró a la niña que lo acompañaba.
—Ésta es mi sobrina Mia Decker.
—Encantada de conocerte, Mia.
—Sí, vale.
La niña casi no miró a Casey a los ojos. Iba vestida con unos vaqueros, varias capas de camisetas y una chaqueta y era la imagen de la pura indiferencia. También era una niña muy guapa, de largo y ondulado cabello castaño, enormes ojos de un extraño color verdoso, casi turquesa.
Aparentemente, los Decker compartían gran parte de su ADN. Su tío era un hombre muy guapo, de entre treinta y cinco y cuarenta años. Casey había visto muchos hombres guapos en el ejército, pero el cabello oscuro de Blake Decker, sus ojos azules y su poderosa mandíbula podrían vender muchas entradas de cine por todo el mundo. El traje oscuro, la corbata roja y la camisa blanca le sentaban perfectamente y parecían ser prendas muy caras, lo que indicaba que podía pagar perfectamente los altos precios de Nanny Network. Sin embargo, hasta aquel momento, Casey no había visto nada que la animara a hacer una excepción en sus reglas. Ni siquiera el hecho de que Blake Decker pareciera estar dispuesto a retorcerle el pescuezo a su sobrina por el comportamiento tan grosero que mostraba.
—Siento mucho los malos modales de Mia —dijo por fin.
—Y yo siento mucho que seas tan carca —replicó la niña.
Ginger se aclaró la garganta.
—¿Por qué no nos sentamos todos para que podamos conocernos mejor? —sugirió.
—¿Para qué? —repuso Mia—. Él me va a dejar tirada como todos los demás.
—Mia, yo no te voy a dejar tirada…
—Define eso de «como todos los demás» —dijo Casey.
—¿Y a ti qué te importa?
—No me importa en absoluto —replicó ella—. No te conozco lo suficientemente bien como para tener sentimientos hacia ti.
—Entonces, ¿por qué me haces tantas preguntas?
—Llamémoslo curiosidad.
—Yo no suelo hablar de mis cosas a la primera de cambio —le espetó la niña—. Todo esto es una estupidez…
—Mia…
En aquel momento, el teléfono móvil de Blake comenzó a sonar. Él lo sacó y, tras mirar quién lo llamaba lo puso en modo de silencio. A continuación, dedicó a su sobrina una mirada de desaprobación que ella le devolvió.
—La señorita Davis te ha pedido que te sientes.
Mia lo desafió con la mirada durante varios instantes. Entonces, decidió obedecer. Sin decir ni una sola palabra, se dejó caer sobre una butaca.
Muy a su pesar, Casey se estaba enganchando y, aparentemente, su jefa conocía su debilidad y planeaba beneficiarse de ella. Lo primero que hizo fue levantarse.
—Voy a dejarles solos a los tres para que puedan hablar —dijo—. Tengo que hacer algunas llamadas y voy a salir fuera para realizarlas.
Antes de que Casey pudiera protestar, los tres se quedaron a solas. Quería dar por terminada aquella maldita reunión y marcharse también, pero las palabras de la niña le habían tocado su punto débil.
—No me has respondido, Mia. ¿Quién más te ha dejado tirada?
—Mi sobrina lo ha pasado muy mal —respondió Blake en lugar de Mia—. Mi hermana no estaba en un buen lugar y jamás desarrolló ni instintos ni habilidades para ocuparse de ella correctamente. No sirve de nada recordar todo esto.
Casey lo miró.
—En primer lugar, señor Decker, mi pregunta iba dirigida a Mia —dijo. Miró a la niña y le pareció ver algo en sus ojos, algo que desapareció casi instantáneamente. El momentáneo interés se había visto reemplazado inmediatamente por la mirada de aburrimiento—. En segundo lugar, ¿le puedo preguntar a qué se dedica?
—Soy abogado.
—¿Derecho civil?
—No exactamente.
—¿Cuál es exactamente su especialidad?
—Soy abogado matrimonialista. Estoy especializado en divorcios.
—Entiendo —dijo Casey. Entonces, volvió a mirar a la niña—. ¿Vas a responder a mi pregunta?
—¿Tengo que hacerlo? —replicó Mia.
—Sí.
—Se me ha olvidado cuál era la pregunta.
—¿Quién más te ha dejado tirada?
Después de varios segundos, Mia lanzó un bufido de exasperación.
—Mi padre se separó de mi madre antes de que yo naciera. Mi madre murió. Yo me quedé con la hermana de mi padre durante un tiempo, pero ella no me quería.
—No es exactamente así —comentó su tío.
—Claro que lo es —le espetó Mia—. Nadie me quiere. Y eso te incluye a ti.
Aquellas palabras llegaron muy dentro del corazón de Casey.
—Mia, ¿te importaría esperar a tu tío en la otra sala?
—¿Por qué?
—Porque me gustaría hablar con él en privado —replicó ella—. ¿Qué tienes que perder? De todos modos, todo esto es una estupidez, ¿no?
—Lo que tú digas…
La niña salió de la habitación y dio un portazo. Casey se apoyó sobre el escritorio y miró a Blake Decker.
—Ahora, señor Decker, me gustaría que me hablara de su sobrina.
—Es una vieja historia, señorita Thomas. Mi hermana se lió con el tipo equivocado. Se quedó embarazada. Mis padres la echaron de casa y ella desapareció. Yo estaba en la universidad y jamás tuve noticias de ella. Ni siquiera sabía que tenía una sobrina hasta que los de los Servicios Sociales se pusieron recientemente en contacto conmigo. No hay nadie más para que se haga cargo de ella.
La niña tenía razón. Él tampoco la quería.
—Podría usted dejar que el Estado se hiciera cargo de ella.
—No.
—¿Por qué no?
—Buena pregunta —dijo. Su teléfono volvió a sonar. Él miró la pantalla—. Lo siento, pero en esta ocasión tengo que contestar. ¿Qué? —preguntó tras abrir el aparato. Tras escuchar unos segundos, asintió—. Estaré allí dentro de media hora. Es una declaración. Pueden esperar —concluyó. Cuando colgó el teléfono, lo guardó en su maletín—. Quiere saber por qué la acogí, señorita Thomas. Ojalá tuviera una respuesta. Podría ser muy sencillo decirle que es porque es familia mía, pero no es así. Es una desconocida. Lo único que puedo decirle con toda seguridad es que esa niña no va a pasar a ser responsabilidad de los Servicios Sociales.
Casey respetó aquella sinceridad mucho más de lo que quería. Le habría gustado que Blake Decker fuera un completo estúpido para que le resultara mucho más fácil darle con la puerta en las narices.
—¿Por qué necesita usted una niñera?
—Tengo que trabajar. Además, debo confesar que no tengo ni idea de cómo criar a un niño, y mucho menos a una niña. Es demasiado joven para dejarla sin supervisión.
—Hay clases extraescolares a las que podría apuntarla… —sugirió Casey. Sentía que su resolución se estaba resquebrajando. Maldita Ginger. Tenía razón en lo de que no podría decirle que no a la cara.
—En primer lugar, mi jornada laboral es mucho más larga que esas clases extraescolares de las que me habla y, en segundo lugar, no vaya usted a creer que es la típica niña de doce años. Necesita mucho más que clases de teatro o de manualidades o que la lleven de vez en cuando al zoo.
—¿Y qué es lo que necesita?
—Espero que sea usted quien me lo diga. Usted es la experta. Si usted quisiera disolver su matrimonio, yo sería el experto al que usted consultaría.
—No estoy casada —dijo Casey. Nunca lo había estado. En una ocasión había estado a punto, pero no había llegado a contraer matrimonio. No era de las que se casan. El matrimonio requiere confianza y eso se lo arrebató un suicida que hizo explotar una bomba en Irak.
—Lo que quería decir es que un buen abogado sabe cuando necesita la ayuda de un experto. Y yo ahora necesito un experto en niños. Me han recomendado esta agencia y la señorita Davis me ha dicho que usted es la experta con la que yo necesito hablar.
—¿Le ha dicho también que no acepto clientes que tengan más de una cierta edad?
—Sí, pero necesito que me diga que va a hacer una excepción en el caso de Mia.
—No puedo. Lo siento —replicó—. Ginger tiene muchos contactos. Estoy segura de que podrá ayudarlo a encontrar a otra persona.
—Ya la ha encontrado a usted y me ha dicho que es la más cualificada para lo que necesita Mia. Me gustaría que lo pensara…
Por fin había conseguido decirle a la cara que no, pero Blake Decker no parecía entender el significado de la palabra. Casey se dirigió hacia la puerta y la abrió.
—Ya lo he pensado…
Miró a su alrededor esperando ver a una hostil Mia medio tumbada en una butaca lanzando miradas de antagonismo a todo el mundo. Sin embargo, la sala estaba completamente vacía.
Blake Decker no necesitaba algo así. Tenía un montón de citas acumuladas y debía aparecer en el tribunal después de almorzar para defender a un cliente famoso. Mia no podía haber elegido un día peor para desaparecer.
En el ascensor, miró a Casey.
—No necesito ayuda para buscarla.
—No, pero dos pares de ojos son mejor que uno.
Cuando el ascensor llegó a la planta baja, las puertas se abrieron. Blake extendió una mano para que ella saliera en primer lugar. Recorrieron rápidamente el vestíbulo del lujoso edificio y salieron al exterior. Entonces, miraron en todas direcciones esperando ver a Mia.
—¿La ve? —preguntó él.
Casey se puso de puntillas para tratar de ver mejor.
—La chaqueta verde que llevaba puesta debería resaltar mucho, pero no la veo.
Blake se preguntó cómo era posible que su día se hubiera estropeado tanto. Técnicamente, las cosas habían empezado unas dos semanas antes, cuando Mia fue a vivir con él. Desde entonces, sus días y sus noches se habían convertido en una pesadilla. Llamadas del colegio, la angustia de no saber dónde estaba la niña la mitad del tiempo y el hecho de no saber lo que Mia hacía mientras él estaba trabajando…
Era abogado. Se le daba muy bien su trabajo y comprendía las leyes. Como tutor legal de su sobrina, era responsable de su comportamiento y también de los errores que ella pudiera cometer. Su vida no había estado tan fastidiada desde que sorprendió a su esposa acostándose con su mejor amigo.
Miró a Casey.
—Le agradezco mucho el gesto, pero ella es mi problema. Yo la encontraré.
—A caballo regalado no hay que mirarle el diente.
Efectivamente, era un regalo porque ella había rechazado el puesto de trabajo que Blake le ofrecía. Otra situación que había ido mal en la vida de él. No estaba acostumbrado a perder una negociación.
Estudió las profundas ojeras que ella tenía bajo los ojos castaños. Casey era una rubia muy atractiva, de cabello largo hasta los hombros y aspecto muy sexy. El vestido blanco que llevaba puesto dejaba al descubierto unos brazos tan bronceados y tan bien torneados como sus fantásticas piernas. Las sandalias dejaban al descubierto unos dedos pintados de un profundo tono rojizo. Lo que veía le decía que Casey Thomas se mantenía en forma. Sin embargo, nada era comparable con los labios. Casi no podía dejar de mirarlos. Sin duda eran completamente naturales, porque ella no parecía de la clase de mujeres a las que les gustaran las inyecciones cosméticas. Tenía unos profundos hoyuelos en las mejillas que aparecían en aquel momento, cuando estaba enojada. Sin poder evitarlo, Blake pensó el aspecto que ofrecerían cuando sonriera. No había tenido reparo alguno a la hora de rechazar la oferta de trabajo que él le había hecho. No obstante, allí estaba, ayudándolo a buscar a su sobrina.
—¿Por qué siente usted la necesidad de ayudarme? —le preguntó.
—Yo la hice salir del despacho. Me siento responsable de que se haya escapado. Evidentemente, está muy disgustada…
El teléfono de Blake volvió a sonar. Él reconoció inmediatamente el número de su despacho.
—Hola, Rita. Sí. Sé que llego tarde, pero me ha surgido algo. Necesito que canceles todas mis citas y que me las pases a otro día. Con un poco de suerte, llegaré al tribunal, pero no lo sé. Si no es así, te avisaré para que Leo pueda sustituirme. Eres un cielo, Rita. Gracias.
—Es usted un hombre muy ocupado… —comentó Casey.
—Sí. Mi sobrina ha elegido el peor momento posible para comenzar su rebelión.
—Como le decía, evidentemente Mia está muy disgustada…
—¿Y cómo lo sabe? Lo que ha visto es normal en ella. Desde que la acogí, se ha mostrado sarcástica, agresiva, beligerante… Y creo que, después de lo de hoy, podríamos añadir imprevisible a esa lista.
—En realidad, no debería sorprenderlo, dada la inestabilidad que ha tenido en su vida. Todos somos producto del entorno familiar, señor Decker…
—Llámeme Blake
Ella asintió y prosiguió hablando.
—La hice salir del despacho y eso me hace sentirme un poco responsable de que se haya escapado. Lo menos que puedo hacer es ayudarte a encontrarla.
—Se lo agradezco —dijo él. Efectivamente, le venía bien la compañía.
—No hay de qué.
Mientras caminaban y hablaban, ninguno de los dos dejaba de mirar a su alrededor, como si estuvieran patrullando. Este hecho hizo que Blake recordara un detalle del currículum de Casey que le había llamado la atención.
—La señorita Davis me dijo que estuviste en el ejército.
—Así es.
Blake esperó que ella añadiera más detalles, pero no fue así. Siguió hablando.
—Creyó que tu trayectoria te haría encajar bien con Mia. Fuerte y lo suficientemente inteligente como para ocuparte de ella.
—Ginger se equivoca.
Blake estudió la tensión que se reflejaba en aquellos hombros y boca. Teniendo en cuenta que había sido militar, le daba la sensación de que en su pasado había algún suceso triste del que no quería hablar. Tenía los labios más sexy y los ojos más tristes que había visto en toda su vida. Él había vivido las suyas propias y se había enriquecido a costa de las de los demás. Aquella mujer despertaba algo en él, algo que no había sentido en mucho tiempo. No era bueno. Tal vez era lo mejor que Casey Thomas se negara a trabajar para él.
Se detuvieron en un semáforo, frente a un centro comercial. No se veía a Mia por ninguna parte.
—Tal vez deberíamos llamar a la policía —sugirió Blake.
—Tendremos que hacerlo, pero sigamos buscando.
—¿Se te ocurre alguna idea de dónde mirar?
Casey indicó el enorme centro comercial.
—Creo que si yo quisiera perderme, ahí sería donde iría. Ir de compras hace maravillas.
—Ya te he dicho que no sé nada sobre las niñas de doce años. No tengo ninguna experiencia con ellas.
—¿Acaso son las niñas de más edad más de tu estilo?
—Me gustan las mujeres, si es eso lo que me estás preguntando. ¿Estilo? No creo que tenga ninguno en particular. Además, creo que ningún hombre entiende a las mujeres. Ni jóvenes, ni mayores ni medianas… Las mujeres son la octava maravilla del mundo y tan misteriosas y esquivas como la suerte en esta ciudad.
—No sé cómo responder a eso, así que no lo haré. Sugiero que vayamos a ver si está ahí dentro.
—Está bien.
Cruzaron la calle y entraron en el centro comercial. A pesar de que no se podía decir que Casey fuera una mujer alta, dado que medía poco más de un metro sesenta, caminaba muy rápido. Seguía sin dificultad las zancadas de Blake que, con su más de metro ochenta, avanzaba rápidamente por delante de las tiendas. Recorrieron dos plantas sin encontrar a Mia.
—Creo que ya va siendo hora de llamar a la policía —comentó Blake.
—Está bien —dijo Casey, sin dejar de mirar un plano de la distribución del centro comercial.
Blake había sacado el teléfono móvil cuando ella echó a andar.
—Creía que íbamos a llamar a la policía.
—Y así es. Más o menos.
Blake la siguió. Ella se dirigió al despacho de los guardias de seguridad. En el interior, un oficial tenía sentada a una niña con una chaqueta verde junto al escritorio.
—Mia —dijo él, con un suspiro de alivio. Rápidamente le explicó al guardia que la niña era su sobrina y que él era su tutor legar.
—La pillaron robando maquillaje —afirmó el guardia.
Como especialista en la ley, sabía que, aunque el derecho penal no era su especialidad, no le vendría mal echarse un farol.
—Supongo que presentar cargos será más costoso y más largo de lo que vale todo lo que haya intentado robar. ¿Y si le doy mi palabra de que no la va a volver a ver por aquí? Además, habrá consecuencias para ella en casa.
—Está bien —comentó el guardia de seguridad—. Has tenido suerte, chica.
—Muchas gracias —dijo Blake—. Me aseguraré de que no vuelva a hacer nunca nada parecido.
Casey y Blake tomaron a Mia del brazo y la llevaron hacia la entrada del centro comercial.
—Tengo que ir al cuarto de baño —dijo Mia al pasar delante de los aseos.
¿Estaría tratando de nuevo de escaparse? ¿Podía confiar en ella?
Como si Casey le hubiera leído el pensamiento, dijo:
—Voy a ver si es seguro.
Desapareció en el aseo para reaparecer segundos después.
—Seguro.
Mia hizo un dramático gesto con los ojos, pero se contuvo de realizar ningún comentario sarcástico al entrar.
—Tal vez le pueda poner uno de esos sistemas de localización que se colocan en los tobillos.
—No se te da muy bien esto, ¿verdad?
—No. Lo admito claramente. Necesito ayuda. Por eso he ido a la agencia para contratarte.
Casey asintió. Tenía dudas. Éstas se le reflejaban en el rostro y en la incertidumbre de sus ojos. Finalmente miró a Blake a los ojos.
—¿Sigues queriendo que trabaje para ti?
—¿Es el Papa católico? ¿Hibernan los osos en invierno?
Casey sonrió.
—¿Es eso un sí?
—Tanto como pueda serlo sin tener que suplicar.
—Está bien. Acepto el puesto en periodo de prueba. Si no sale bien…
Él le silenció los labios con un dedo.
—Piensa en positivo.
Ése era el plan. Sin embargo, tenía que admitir que había sido una estupidez tocarle los labios con el dedo, porque ese gesto le había llevado a quererlos explorar aún más. Una soberana tontería, teniendo en cuenta que, por fin, ella había accedido a trabajar para él.
Sin embargo, considerando su historia con las mujeres, no debía sorprenderse de su estupidez. Desde que su matrimonio fracasara, había aprendido a esperar lo peor, porque así nunca sufría.
En aquellos momentos, prefería esperar lo mejor con su recién contratada niñera porque realmente la necesitaba.