Miedo en el cine - Enrique Pérez Díaz - E-Book

Miedo en el cine E-Book

Enrique Pérez Díaz

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Beschreibung

Quince espeluznantes historias integran Miedo en el cine. Cuentos que erizan la piel… y aumentan las ganas de seguir leyéndolos. Los más (re)conocidos filmes de terror son pretextos de los que parte el autor para ofrecernos fábulas sorprendentes donde el lector puede involucrarse como personaje protagónico…¡y aterrarse!, recordar historias que vio o leyó, rememorar situaciones por las que ha transitado y reflexionar sobre asuntos íntimos o dolorosos. De temática actual y en ocasiones arriesgada, haciendo gala de un ejercicio escritural tan audaz como efectivo, Enrique Pérez Díaz reafirma con este libro su apuesta por los jóvenes, y logra, como mayor conquista, una literatura dirigida a todos.

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Seitenzahl: 117

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Edición: Josefa Quintana Montiel

Diseño, cubierta, ilustraciones y composición: Marla Albo Quintana

Realización electrónica: Alejandro Villar Saavedra

Sobre la presente edición:

© Enrique Pérez Díaz, 2021

© Ediciones ICAIC, 2021

ISBN 9789593042734

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Ediciones ICAIC

Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos

Calle 23, no. 1155, e/ 10 y 12, Vedado, Plaza de la Revolución,

La Habana, Cuba.

CP 10400

Teléfono: (53) 7838 2865

[email protected]

www.cubacine.cu

Índice de contenido
        Sin miedo al terror en el cine
        Cuando nos muerde el miedo
Sangre en la puerta
En mi(su) casa
La madre de Drácula
The birds
Canción de Frankenstein
El sabueso caza otra vez
¿Se imaginan?
El enano asesino
El gato negro
Del otro lado del espejo
Clown
Morirás en siete días
Luz que agoniza
Casa maldita

Sin miedo al terror en el cine

Narrativa sobre otra (de la pantalla); recreación afectiva, fictiva sobre ficciones precedentes, clásicas en su mayoría; procedimiento inverso (del cine a la literatura), lo que nos propone Enrique Pérez Díaz en este volumen es su apropiación de terrores y horrores que en el mundo del séptimo arte —cierto que antes, muchas veces, en el de los libros— han hecho temblar y divertirse a generaciones enteras.

Ya que el público sigue prefiriendo el género del miedo, este escritor especializado en literatura para niños y jóvenes, con una vasta y respetada obra tanto de ficción como de reflexión, quien sin embargo se incluye entre esos numerosos fans del cine terrorífico, nos ofrece ahora un puñado de cuentos que tienen como origen muchas de esas películas que lo (nos) han hechizado durante décadas mediante poéticas y autores diversos, pero con un punto en común: la facultad de procurar el sutil y brutal estremecimiento ante historias, personajes y ambientes que pretenden —y generalmente logran— situarnos un nudo en la garganta y erizarnos la piel.

Pueden ser criaturas familiares, doblemente eternas, al estilo de Drácula, Frankenstein, la Condesa Sangrienta o Barba Azul, partiendo de algunas de sus películas, o de otras que firman Hitchcock, Cukor o Verbinski; proceden de los modernos cines coreano y japonés o son remakes que se perpetúan ante la fuerza que detentan en cualquier época; aluden lo mismo a viejos filmes como La luz que agoniza, The Birds o The Black Cat, que a nuevos pero ya «de culto» como It o The Ring/Ringu. Al igual que en el cine que les sirve de fuente, en estos cuentos protagonizan fantasmas, muertos vivientes, criaturas que se mueven en el interregno de varios universos, o animales, esos otros personajes claves del terror, sean gatos y perros, sean aves asesinas, generalmente mansas y nobles mascotas devenidas seres monstruosos, por obra y gracia de guionistas, realizadores y… escritores.

Enrique no le teme a la previsibilidad de muchos de esos argumentos y sus respectivos desenlaces. ¿Quién no sabe que en la mayoría de los relatos aquí reunidos lo que ocurre en la pantalla o en el libro se va a mezclar y a confundir con la realidad? Mas no importa: lo válido es que el escritor ha logrado —con imaginación, con gracia, con estilo depurado y límpido— recrear estas leyendas e historias para entregarlas renovadas y compartirlas de nuevo con quienes nos hemos dejado arrastrar y fascinar por ellas.

Como afirma un estudioso del género refiriéndose al cine, aunque válido para la literatura:

En un principio el terror nacía de lo sugerido, y lo que asustaba era lo que no se veía, lo que acechaba en nuestra propia imaginación. Hoy en día, la eclosión de las nuevas tecnologías reemplaza a veces al ingenio y, como consecuencia, la tendencia al efectismo empaña el resultado final de muchas obras… Pero esa adecuación del cine a los nuevos tiempos no siempre es perjudicial, pues depende, en última instancia, del creador que se coloca tras la cámara.1

También en Miedo en el cine, el creador, tras esa otra cámara que es su escritura, asomado a la página en blanco (del papel o el ordenador) desecha artificios y trampas innecesarias para dejarnos con su pura invención, que no es solo la que alimenta el único texto no basado específicamente en un pretexto («¿Se imaginan?»), sino todos los que llegan ahora envueltos en el ropaje del pastiche, la paráfrasis, el trasvase lingüístico, para hacernos recordar, revivir y… temblar de nuevo ante lo que ya conocimos y disfrutamos.

¿O acaso para tan solo sonreír? Aun cuando sepamos de memoria muchas de esas historias, vistas más de una vez no solo en los originales, sino en lo que ha venido después, y por tanto no seamos víctimas de sustos ya superados, premiaremos de todos modos a Pérez Díaz con una agradecida sonrisa, pues detrás del homenaje se oculta un tácito pero indudable sentido del humor, como anima en el fondo todo ejercicio intertextual.

Estos monstruos amigos, queridos, por mucho que sean detestables en sí mismos; esos lugares comunes que vuelven a transitarse con gusto —al menos por los adeptos al antiguo y siempre nuevo género—; esos ambientes góticos, de pueblos pequeños y casas embrujadas; esas historias tan antiguas que sin embargo nunca envejecen, llegan a las nuevas generaciones con un hálito fresco, una invitación a retornar a las fuentes primigenias, a reabrir expedientes y archivos, y sobre todo a no dejar morir —al menos en nuestras memorias— ese viejo cine de barrio al que se rinde tributo en El fantasma de Meliés, porque no es solo al pionero que tanto hizo por este tipo de filmes a quien se reverencia, sino a esas cálidas e inolvidables salas, pequeñas y rústicas que hace tiempo pertenecen al pasado, y donde sin embargo degustamos mucho buen cine, no únicamente de ese género.

Con tal perspectiva lúdicra, revisitadora y afectuosa, sin miedos ni complejos de culpa, se acerca Enrique Pérez Díaz a un imaginario que forma parte de nuestra historia y nuestra cultura: nos lo devuelve ahora en toda su magia y «oscuro esplendor», para volver a gozarlo desde los paradójicos e incomparables placeres que solo ofrece el terror fílmico.

Frank Padrón

La Habana, abril 2018

1Carlos L. García-Aranda: «Presentación», en: Horrormanía. Enciclopedia de cine de terror. José M. Serrano, Imágica Ediciones, S.L, Madrid, 2007, p. 11.

Cuando nos muerde el miedo

Miré donde nadie podía mirar,

y vi lo que nadie vio,

lo que nadie debía ver...

Vi lo que ninguna persona debe saber,

pero que todos quisieran saber...

Hans Christian Andersen

Todos sentimos el terror. Alguna vez. Mil veces. Desde niños vivimos asustados. Hasta el fin de nuestros días. En forma abstracta, inconsciente. Pero también ante hechos, personas o situaciones concretas.

El miedo es como un ave misteriosa que eternamente cabalga con nosotros. Sufrimos por el miedo ante algo, sobre todo imaginándolo, acrecentando su fuerza, dándole un tremendo poder sobre nuestros sentidos y actos.

El miedo nos vuelve de hielo o nos impele a una actuación repentina e impensada. Nadie duda de que pueda ser un poderoso motor, de la acción o del inmovilismo.

La censura es miedo. La represión es miedo. Las prohibiciones son miedo. Significan temor ante lo que no se conoce bien y es tamizado por una mente contaminada por lo que horroriza.

Pero del mismo modo, el alarde de libertad llega a ser un profundo temor a perderla. En todo hay miedo. Porque el miedo quizás sea el más peculiar de los sentimientos, el más inexplorado, el más temido y magnificado, casi un sentido, además de los que el humano reconoce.

El miedo es un sentimiento, la experiencia vital que menos deseamos aceptar, aunque casi siempre nos persiga o acompañe o la cultivemos de manera inconsciente como a una planta entrañable.

¿A qué tememos? Con certeza, a nosotros mismos. Nos imaginamos en mil situaciones. Nuestro pensamiento disparatado, fantasioso, ilusorio, nos transporta a ellas de manera sutil, sin que lo apreciemos siquiera.

Poco a poco quedamos cautivos del miedo, del terror, del espanto, de lo horrible imaginado, de lo pavoroso soñado o harto analizado.

Tememos a un médico, un viaje, una enfermedad que hemos sido capaces de crear. Nos tememos a nosotros en hipotéticos trances que nos suponemos incapaces de soportar, aunque luego la vida nos demuestre cuán peor puede ser ese miedo que el propio trance. Tememos a las personas, a un animal, al clima, a cierto lugar que se nos antoja escalofriante.

Nos llenamos de esos miedos que nos van alimentando desde pequeños. Damos explicación o respuesta a lo desconocido valiéndonos del miedo.

Miedo y cine. Miedo y literatura

La literatura, el cine, nos motivan a disfrutar de un terror diferente. Es el terror que se planifica, que se concientiza, que incluso se aguarda con expectación y hasta se degusta con placer. Uno sabe que va a un cine, ha leído sobre tal filme, va estremeciéndose progresivamente en un in crescendo sublime del que aprovecha sombras y luces.

Hay un toma y daca histórico entre ambas manifestaciones del entretenimiento, literatura y cine, que todo el tiempo se nutren una del otro, incluso desde la propia negación o afirmaciones. Magníficas versiones cinematográficas consagraron un texto, otras lo enriquecieron permitiendo su relectura, su variación, su descontextualización o ese irse muy suyo en pos de impensados derroteros. Excelentes historias narradas en un libro aportaron filmes grandiosos.

La historia del libro y del cine cuenta con populares epígonos del terror. Obras maestras que en su momento pusieron de pie y a dar alaridos de espanto o dejaron congelados a miles de espectadores.

El ambiente de una sala oscura puede ser como el de una página tras otra: en el simple acto de voltear una página/en el corte de una escena puede venir la sorpresa fatal, el desenlace inesperado, un summun del anticlímax. Aquel, no menos aguardado cuanto más aterrador, en el cual todos nos aferramos a la butaca (o a la página siguiente) y rompemos a dar gritos, estremecidos, ateridos de sudor o de un frío glaciar ante lo horrible. Ambos nos producen estremecimientos, nos hacen mirar en torno con aspereza ante un supuesto invasor, desatan nuestras glándulas y nos provocan apetito, ansiedad, desvelo y otras tantas sensaciones. Y todas esas sensaciones las amamos mientras más nos manipulan, en un ciclo que no termina nunca.

Este libro de cuentos intenta rescatar ese ambiente, honrarlo, con el respeto hacia lo que siempre significó y la angustia (deseada) que en su momento pudo provocar, desde el signo de interrogación que todavía sus trepidantes argumentos fueron capaces de sembrar en mi persona.

Un recorrido por el cine de terror nos devuelve de inmediato a la literatura y viceversa. Aquí nos encontramos de nuevo con esos personajes que, con su exótica y romanticismo, en su momento nos hicieron estremecer, suspirar, sentirnos adivinos de la próxima situación imprevista o previsible y hasta sucumbir frustrados ante un final espeluznante, sorprendente, apocalíptico, terrorífico al extremo.

Volveremos a los argumentos de la muy gótica Dafne Du Marier o hasta su relectura hecha por ese mago del suspenso que todavía es —y será— Alfred Hitchcock. También nos paseamos por otros clásicos atisbando algo del presente —incluso en las reinterpretaciones que diversas cinematografías nacionales producen sobre otros precedentes— cuando el horror en el cine se ha vuelto menos sugestivo y más evidente, mientras mayores son sus apelaciones al efecto especial y las técnicas digitales.

El terror salta desde las páginas, reverbera en una pantalla y se vuelve cotidiano. Nos acosa, inclemente. Viaja con nosotros en autobús. Aparece en un hospital. En nuestra calle, con la propia familia, del día a la noche. Es una presencia oculta que siempre nos acompaña, como la sombra, ese misterioso algo que proyectamos y significa un desdoblamiento de nuestra personalidad.

Estos cuentos de miedo nos llevan a la sala oscura, pero igual a la página impresa, a lo imposible, lo inesperado, aquello que resulta inevitable… El terror que reverdece nunca se detiene, sino que es raíz que se afianza a una tierra promisoria: nuestros propios sentimientos y frustraciones.

El reencuentro con grandes terrores del cine nos asalta. Volver a Drácula, Frankenstein, la Condesa Sangrienta, su émulo francés Barbazul… habitar en misteriosas casas llenas de presencias ocultas, maléficos seres de otras épocas sedientos de venganza. Descubrir lo indecible desde el hallazgo morboso de lo inexplicable e intangible. Ser víctimas de nuestras propias alucinaciones. Sufrir la influencia poderosa de objetos con vida propia que nos hacen suyos doblegando nuestra voluntad y arrastrándonos más allá de sus dimensiones físicas.

Siempre el miedo ante algo que nos domina de forma imperceptible hasta someternos por completo. Un terror creciente, asfixiante, todopoderoso y omnisciente que se hace portador de nuevas y pavorosas evidencias, monstruosas certezas de las que, ya muy tarde, apenas podemos abominar sin fuerzas para defendernos de él, de sus causas, de sus nefastas consecuencias y hasta de nosotros mismos.

El miedo es como un ave misteriosa que eternamente cabalga con nosotros. Junto a ella, dentro de ella, envueltos cual nube recorremos universos, abismos y sitios impensables. Nunca nos abandona, vuela y vuela trazando derroteros, horizontes. Inermes, la miramos a nuestra vera y contritos suspiramos. ¿Qué puede ocurrir si se nos posara encima indefinidamente, si un día, por desgracia, decidiera anidar para siempre en nuestros corazones?

El Autor

Sangre en la puerta

Nunca abras una puerta

que no esté cerrada con llave. Nunca.

Saw IV

Le llamaban Barbazul desde que habíamos visto aquella horrible película donde un hombre asesinaba mujeres y más mujeres y todo era descubierto por la última de ellas.