Monstruosi en la villa de los horrores - Enrique Pérez Díaz - E-Book

Monstruosi en la villa de los horrores E-Book

Enrique Pérez Díaz

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Beschreibung

Monstruosi es un niño inadaptado al que todos repudian y apartan por su aspecto físico, pero un día decide tomar las riendas de su vida y entonces comenzarán para él las mayores y más misteriosas aventuras.

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Seitenzahl: 57

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Editor ejecutivo: Carlos Tablada

Edición y corrección: Aldo R. Gutiérrez Rivera

Diseño, composición e ilustraciones: Natalia Urquía Linares

© Enrique Pérez Díaz, 2022

© Sobre la presente edición,

Ruth Casa Editorial, 2022

ISBN 9789962703891

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, óptico, por grabación magnética o xerograbado, sin autorización escrita del autor y la editorial, por el tiempo acordado.

Ruth Casa Editorial

Calle 38 y Ave. Cuba, Edif. Los Cristales, Oficina No. 6

Apdo. 2235, Zona 9A, Panamá

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[email protected]

Tabla de Contenidos
Dedicatoria
I UN NIÑO TRISTE Y SOLITARIO
II EN EL AULA
III SORAYA
IV RECUERDOS
V SOMBRA SOY
VI ESCAPAR
VII DE NOCHE
VIII EL CASTILLO
IX VILLA DE LOS HORRORES
X HAY CADA PERSONAJE
XI LOBATO
XII MAMMERTA
XIII ¿POR QUÉ?
XIV CADA QUIÉN TIENE SU HISTORIA
XV HACIENDO PLANES
XVI EL SUEÑO ¿IMPOSIBLE?
XVII EL PROYECTO
XVIII LA BANDA
XIX VIAJANDO
XX TIEMPO AL TIEMPO
XXI DESPUÉS DE TODO
EPÍLOGO
DATOS DE AUTOR

Para mi querido Anduin, quien sabe defender la Diferencia

 

 

“Donde hay amor, no hay espacio para el temor”.

Gautama Chopra

 

I

UN NIÑO TRISTE Y SOLITARIO

 

 

 

–¡Monstruosi, Monstruosi! –le gritaban otros niños, con burla, sin gota de afecto, al verlo pasar–. ¡Monstruosi, Monstruosi!

Y existen palabras que corren tan veloces como el aire.

Por eso, desde la escuela, aquel nombrete lo persiguió al barrio, a su calle, y hasta su propia casa.

 

Le parecía que el día entero estaba escuchando lo mismo:

–¡Monstruosi! ¡Monstruosi! –montones de voces gritándole siempre con un dejo de ironía y como para que nunca pudiera olvidarse de quién era –o parecía ser– en realidad.

Todo el tiempo:

–¡Monstruosi, Monstruosi!

Siempre, Monstruosi.

Eternamente, Monstruosi.

En muchas voces, la misma palabra:

¡Monstruosi, Monstruosi!

–¿De verdad, no te has visto bien en un espejo? –solía decirle uno de sus condiscípulos, quizás el más persistente y abusador de todos–. ¿Qué te vas a mirar en un espejo? Si lo hicieras, ¡el pobre!, se rompería en mil pedazos, como aquel de la malvada bruja de Blanca Nieves, el cual era, después de todo, un espejo muy sabio y capaz de decir siempre la verdad...

Y tras una pausa, aquel niño agregaba:

–Solo que a ti, cosa fea, aquel espejo todo el tiempo te diría: “Tú, Monstruosi, tú mismo eres el más feo entre todos los feos horribles y horrorosos del mundo entero”.

Monstruosi nada decía. Lo escuchaba taciturno y sólo esperaba que su agresor de turno se marchara y lo dejara en paz de una vez y por todas.

Así era siempre.

SIEMPRE.

Así, todo el tiempo, lo mismo.

Así, cabizbajo, con aire ausente, pesaroso, este niño al que todos llamaban Monstruosi se alejaba sin responder a nadie sus insultos.

–Eh, tú, horroroso, especie rara, eslabón perdido –le decía otro de sus compañeros de clase–. Usas espejuelos de doble fondo, aparatos en los dientes, zapatones ortopédicos y tus orejonas parecen las puertas de un coche abierto.

En momentos así, escapaba una risita tímida entre aquel coro de niños atentos a esa especie de juego en que se habían convertido las burlas y bromas pesadas que le hacían todo el tiempo.

Luego, no era una risita, sino una risa grande, enorme como esas marejadas que produce el océano cuando se enfurece y decide desbordarse hacia la tierra.

Cada vez más triste, sin entender nada, él se recogía hacia lo más recóndito de sí mismo, muy adentro, tan adentro como le era posible llegar.

¿Adónde si no?

¿Es que habría otro lugar mejor para ocultarse?

Siempre se escondía.

Como si fuera un caracol.

O una tímida mariposa de esas que vuelan solamente en la noche.

O una sombra.

O cierta huella a punto de ser borrada por la marea que baña las costas solitarias.

O el eco de una frase que jamás debió ser dicha.

Él, siempre callado, con sus grandes ojos, todavía más agrandados aún detrás de aquellos cristales eternamente empañados que no le dejaban ver el mundo como es en realidad.

Él, preguntándose una y mil veces por qué tenía que ser así, si era incapaz de hacer daño a alguien y, de haberle querido un poquito más los otros, les hubiera abierto, de par en par, su corazón que era bueno y grande como una casa enorme, de muchas puertas y ventanas, todo el tiempo ahí, para el viajero que llegara junto a ella buscando cobijo, aliento, comprensión y hasta un poco de amistad.

Pero nadie llamaba nunca a la puerta de su corazón. Todo el tiempo arrojaban piedras a ella, la ensuciaban con sus gritos y malas acciones o pasaban de largo sin saber, imaginar siquiera, que ahí estaba, abierta para ellos, de par en par, y con las mejores intenciones del mundo.

Y como nunca entendía, nada podía decir ni hacer.

¿O sí?

 

II

EN EL AULA

 

 

 

—Eres espantoso, feo, terrible. Le darías miedo al propio miedo –le gritó una vez, con verdadera furia, Toribio, sí aquel mismo, el peor de todos los niños que conocía, quien le tiraba tacos cuando estaba de espaldas, después ensuciaba el pupitre para que los demás le hicieran burla, también robaba su merienda, le escondía los cuadernos o encabezaba aquellos coros que siempre decían lo mismo:

–¡Monstruosi, Monstruosi!

Se le antojaba que Toribio era como una especie de toro bravío, todo el tiempo dispuesto aembestirlo salvajemente y que –al menor descuido, de darle una simple oportunidad–, algún día acabaría con él para siempre.

Y Monstruosi, no sólo sentía tristeza, sino miedo.

Un miedo grande.

Sentía Pánico. Terror.

Una y mil veces se preguntaba por qué había venido a este mundo tan lindo en otros aspectos, pero tan feo en cuanto al comportamiento que suele tener la gente hacia quienes no cumplen con sus deseos.

“¿Qué puede él ganar burlándose de mí?”, se preguntaba una y otra vez Monstruosi. “¿Cómo alguien será feliz solamente por burlarse de otro alguien, de su misma edad, sexo, color, tamaño y hasta grado escolar?”

Por más que pensara en ello, Monstruosi nunca podía entenderlo.

En vano, se rompía la cabeza pensando y pensando y pensando y pensando mucho.