Mis plagios - Leopoldo Alas Clarín - E-Book

Mis plagios E-Book

Leopoldo Alas Clarín

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Beschreibung

Mis plagios es un texto metaliterario con tintes humorísticos de Leopoldo Alas, Clarín. En él, el autor confiesa una serie de plagios literarios que le sirven como excusa para hacer una fina burla del panorama literario.-

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Leopoldo Alas Clarín

Mis plagios

 

Saga

Mis plagiosOriginal titleMis plagios

Cover image: Shutterstock Copyright © 1890, 2020 Leopoldo Alas Clarín and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726550160

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

MIS PLAGIOS

- I -

En fin, hablemos del Sr. D. Luis Bonafoux y Quintero; pero no crea el agraciado, como se dice de los que ganan un premio de la lotería, que me decido a publicar su nombre por espíritu de caridad; la caridad bien entendida -aunque él opinará hoy por hoy lo contrario- consistiría en no decir palabra de tal sujeto, dejándole en la merecida oscuridad en que vive, a pesar de todas las pajuelas de azufre escandaloso y pestilente que anda encendiendo por los rincones más intransitables de la prensa callejera; pajuelas cuya lumbre apaga el viento frío de la indiferencia pública, como diría Alonso Martínez, puesto en mi caso. No es caridad sacar a relucir estos nombres de muchachos exaltados, que tienen por enfermedad el prurito literario, y que, creyendo imitar lo que ni siquiera son capaces de comprender, insultan y calumnian, y llaman a esto sátira y crítica; y confundiendo lastimosamente las especies, censuran al escritor, no por sus literaturas, sino por vicios, pecados y hasta delitos reales o supuestos, pero siempre extraños a la materia artística. La caridad consistiría en insistir público y crítica en no conocer a tales caballeros, en no querer saber quién son, por mucho que vociferen. Así podría lograrse, y se ha logrado muchas veces, que, cansados de su eterno monólogo, dejasen las letras para quien son, y buscasen pábulo a su actividad en cualquier otro género de profesión u oficio. Respecto del Sr. Bonafoux, no hay caridad en este artículo, preciso es confesarlo; pero acaso la haya con relación a otros jóvenes y algunos viejos que pudieran tomar ejemplo de lo que aquí van a leer, para evitarse análogas malandanzas.

Tenga entendido, por consiguiente, el escritor filipino o inca, o lo que sea (ultramarino lo es), que si se adora la peana, es por el santo; de otro modo: que si se habla de él aquí, no es por él, sino porque conviene escoger uno entre muchos, y presentarlo a sus congéneres para que se miren en ese espejo.

- II -

Hace ya algunos años ¡oh Póstumo! escribía yo con Sánchez Pérez y otros amigos El Solfeo, y en este periódico, o en alguno de los que le sucedieron con la misma dirección y sin grandes cambios de redactores, comencé a notar que colaboraba de vez en cuando uno de estos escritores gratuitos que llegan a convertirse en obligatorios, verdadera polilla de la prensa madrileña literaria, causa principal de su decadencia y de otros muchos males consiguientes; y noté también que el tal colaborador, dicho sea sin vanidad -¡ni qué vanidad cabe en esto!- procuraba imitar mis articulejos, y desde luego conseguía parecérseme en la poca aprensión con que yo abordaba algunas materias difíciles, sin más disculpa que el buen deseo y los pocos años; pero pronto advertí en sus ocurrencias cierta rudeza seca, una fraseología vulgar y de baja estofa, a que yo, a Dios gracias, no he descendido nunca. Y, valga la verdad, no sólo en esto, sino en otras muchas cosas de forma y fondo, creía yo distinguirme y aun separarme, hasta quedar a cien leguas, del Sosias importuno que en mi misma casa se me presentaba, de aquel espejo de rigolade que me molestaba y acababa por marearme, inspirándome repugnancia invencible. Por mucha modestia que yo tenga, y por mucha más que quiera aparentar, declaro que si hubiese creído que el Sr. Bonafoux, en cuanto escritor, se me parecía de veras, era como yo, no sólo hubiera arrojado la pluma, sino que me hubiese echado yo mismo al río, o por lo menos en el surco. De resultas de todo esto, nació en mí una suprema antipatía, de la que era objeto aquel literato malicioso y atrevidillo que empezaba a firmar con el seudónimo de Aramis, que a él lo parece ya tan famoso como el de Moliére, o el de Despraux, o el de Fígaro, o el de Tirso.

Y en aquel tiempo yo no conocía al Sr. Bonafoux, el cual me escribió una carta muy fina, invitándome a comer con él y con su tío, embajador o cosa así de una República americana. Las comidas iban a ser dos: una con tío y sobrino, y otra en compañía de muchos personajes, en un gran banquete que fue famoso, aquel en que Cánovas rogó a Castelar que aguase el vino. No recuerdo si contesté a las cartas e invitaciones; supongo que sí; pero lo cierto es que no fui a comer con Bonafoux y Quintero. Y aprovecho la ocasión para declarar al tío, si vive, que el no portarme entonces con la proverbial galantería de los hidalgos castellanos, fue por culpa del sobrino, o, mejor, de la antipatía que me inspiraba aquel escritor desenfadado y original, que, dicho sea con perdón, se me ponía, y sigue poniéndoseme, en la boca del estómago.

Pasaron los días, pasaron años, y yo, muy a mi placer, seguía sin conocer personalmente a Bonafoux. Debo añadir que no leía ya hacía mucho tiempo sus artículos. No recuerdo por quién ni cuándo, se me dijo una vez: -Ése es ese Bonafoux...- En efecto, exclamé; ese es el Bonafoux que yo tenía aquí (señalando al estómago). Hacía buen tiempo, y el escritor original y maleante llevaba levantado el cuello del gabán como si fuese a cantar epístola, o como si no pudiera tolerar el frío. ¡Qué original! Nada, lo mismo que Alfonso Karr. ¡Qué rarezas! ¡Qué salidas! ¡Oh! Por algo le llaman (¿quién?) el hombre de la puerta de Fornos (¿Por qué?)... Y después de todo, puede ser un bendito. Pero me apresuro a decir que no lo parece. Como antipático... ¡lo es!

Al llegar aquí, se me podría decir que incurro en el defecto que censuro en Bonafoux y otros como él, puesto que me olvido de sus cualidades de escritor para hablar de su aspecto y de sus originalidades representadas. Pero contesto que en Bonafoux las literaturas van unidas inseparablemente a estos arranques geniales del hombre de la solapa enhiesta, y de la puerta de Fornos, y de las acusaciones infundadas e injuriosas que podrían llevarle ante la justicia, si uno tuviera mala intención y tiempo que perder.

Y vuelvo a mi narración. Una tarde, en la última primavera, se me presentó en mi rincón de Asturias un joven escritor americano, el señor Barreal, que no me dejará mentir, el cual me traía de parte de Bonafoux un libro, que conservo, titulado Mosquetazos de Aramis, con una dedicatoria de manu auctor, la cual decía: «Al autor de La Regenta, en prueba de simpatía, Aramis». Y aquí un paréntesis: es así que, según el señor Aramis, La Regenta es un plagio, es decir, un robo literario, y sin embargo el autor de La Regenta le es simpático... luego el señor Bonafoux simpatiza con los ladrones.

Como yo no era, ni soy, ni seré capaz de corresponder a tamañas simpatías, ni leí el libro de Aramis, ni di las gracias al autor por el regalo, ni dije al público palabra de semejante producto de las musas.

- III -

La consecuencia que el tal Bonafoux (Aramis en el Helicón) saca de todo esto, es que yo soy un plagiario, que le he robado a Zola una bellísima página que tomó de un libro suyo antes de escribirlo él; que La Regenta no es más que una mala traducción de Madame Bovary, y Zurita el mismo Bovary en persona; y mi Pipá ¡oh colmo de la venganza! una copia del Periquín, de Fernanflor. ¿Quién es Periquín? Juro por lo más sagrado que no conozco a ese Periquín, y que lo de plagiar a Fernanflor es una broma llevada al extremo. Pero vamos a cuentas, y pongámonos semiserios.

Todo lo que Bonafoux puede decir de mis obras, erigiéndose en crítico de ellas, me tiene sin cuidado; y en la absoluta sinceridad con que digo esto creerán cuantos me conozcan un poco, y el mismo Aramis acaso; para mí es un axioma que el tal Bonafoux no es de la clase de seres capaces de juzgar o entender siquiera lo que yo escribo. Por esta parte sus censuras me producen el mismo efecto que me produjeran las de los toros de Guisando si pudieran escribir artículos.

Pero entra la hojarasca de los chistes y ocurrencias con que el buen Aramis aspira a molestarme, encuentro que me llama plagiario, y esto merece contestación, no por quien lo dice, sino por quien puede leerlo, por casualidad, como yo mismo lo he leído.

Recuerdo haber escrito en alguna parte algo por el estilo: en materia de plagios literarios cabrá sostener si son legítimos o no; pero el escritor de conciencia hará en este punto lo que ciertos comunistas, que además son personas decentes: Predican tal vez la abolición de la propiedad, pero no roban.

Soy muy escrupuloso en este particular, y seguro de no haber tomado en la vida un renglón ni una idea a nadie, me molesta que haya quien diga, siquiera sea un Aramis, que he plagiado a tal o cual autor, aunque éste sea Cervantes.

Si el lorito de mi vecina, que me llama «borracho», sin que yo haga caso de tal calumnia, me llamase plagiario... le llevaría ante los Tribunales. Lo mismo podría hacer con el Sr. Bonafoux, y él no debe de haberse fijado en esto. Prescindo de que me ha calumniado diciendo que he tomado a Zola una página bellísima de su Pot-bouille para un cuento de mis Solos de Clarín. Pot-bouille se publicó en 1882 y Solos de Clarín en 1881, es decir, un año antes; de modo que aquí la calumnia es evidente; pero prescindo de ella porque, por deficiencias legales relativas a las garantías de la propiedad intelectual, el plagio de que Bonafoux me acusa no es delito que produzca procedimiento de oficio, y, por consiguiente, su calumnia, moralmente, y jurídicamente también, tan vituperable como cualquier otra, ante la ley no puede ser perseguida con arreglo a nuestro Código penal. Pero la injuria es evidente, y, a mi entender, injuria grave, comprendida en el art. 472, caso II del citado Código; y aunque yo viese las cosas algo abultadas y no fuese grave la injuria, nadie me podría negar que sea por lo menos leve; y el Sr. Bonafoux podía ser muy bonitamente condenado a la pena de arresto mayor en su grado mínimo, y por ser el ataque injurioso público y por escrito, a una multa de 125 a 1.250 pesetas.

Reconozca el Sr. Bonafoux que éstas son habas contadas. ¿No ha de ser injuria, leve por lo menos, decir a un escritor que vive de sus obras, y éstas de ser originales, que las copia de las ajenas, que hurta a otros escritores páginas, tipos, situaciones, etc., etc.? Si el Sr. Bonafoux pudiera demostrar que yo copiaba mis cuentos y novelas, ¿no aniquilaría la poca fama que haya podido adquirir a fuerza de trabajo y de años de perseverante afán, para ganarme un puesto humilde en nuestras letras, y si no la comida, la cena de mis hijos? ¿Cree Bonafoux que los editores me comprarían mis libros si llegasen a pensar que he dado en la gracia de copiarlos?

¿Y con qué cara el Sr. Bonafoux se atreve a decir, siendo esto tan grave para mí, que he copiado a Zola, sabiendo que era imposible, pues lo que supone copiado se publicó un año antes que el supuesto original?

Que Bonafoux procedió de mala fe, es indudable. Pues si quiere disculparse diciendo que él no se detuvo a mirar en la cubierta de cada libro de qué año era, la disculpa será torpe. ¡Cómo! replicaremos todos; ¿usted aventura en público acusaciones tan graves, sin enterarse antes de que son fundadas? ¿Por qué dice usted que Clarín plagia a Zola sin que le conste? Mala fe y ligereza incalificables.

Pero ¿y los demás plagios? dirá Bonafoux, colorado, supongo yo, porque no creo que lo falta la sangre oportuna que debe subirse al rostro en casos semejantes.

-Allá vamos, señor mío, allá vamos. Pero bueno es, y malo, malísimo para usted, que el juez o tribunal que entienda en el asunto, sea el público, sea un tribunal de honor literario, tenga de usted estos antecedentes: que usted acusa de plagios imposibles astronómicamente, que usted calumnia a Clarín de modo evidente, e insiste, sin embargo, en probar otros plagios. ¿No es natural que los que hayan de juzgarnos estén poco propicios a creer las cavilaciones malévolas de usted?

¿Y no tendría yo derecho a despreciar todas sus demás acusaciones de plagio, después de esa evidente calumnia?

Pero ya he dicho que no es por usted, sino por los que pueden haberle leído, por quien yo doy explicaciones.

Y vamos a ellas.

- IV -

Dice Bonafoux (esto no lo he leído en escrito suyo, sino en un corresponsal de un periódico, que se refiere a ciertas frases de Aramis en La Regencia, diario que no he visto en mi vida; es más, dudo que exista semejante periódico, y me fundo en que, según dicen, está inspirado por D. Pío Gullón, y ya se sabe que la ciencia moderna ha demostrado que D. Pío Gullón es un mito: es el dios del agua... de cerrajas); dice que mi Pipá está tomado del Periquín de Fernanflor.

Yo no conozco a ese Periquín, pero según me dicen, se trata de un niño pobre que en Nochebuena se ve abandonado, en la calle, entre la nieve, y después es recogido por unas damas, y entra en un sarao, o no sé en dónde, etc., etc.

La acusación de que yo imité, plagié o copié a D. Isidoro Fernández Flórez será absurda, desde luego, a los ojos de los que estén en ciertas interioridades psicológicas y sepan la opinión que tengo de las facultades literarias y artísticas del Sr. F. Flórez; facultades que no niego, mas que son de índole tan distinta de las que yo para mí quisiera; pero como el público en general no está en autos, estos argumentos recónditos no me sirven.

Yo no he leído a Periquín. Esto no puede probarse. ¿Cómo he de probar yo que no lo he leído? Por aquí tampoco hay argumento ni probanza. Y sin embargo, ¡bien sabe Dios que no lo he leído! Pero es el caso que Pipá está tomado del natural; vivió y murió en Oviedo; fue tal como yo le pinto, aparte las necesarias alteraciones a que el arte obliga; el que me lo confunda con uno de tantos muchachos como han figurado en esos cuentos de Navidad en que hay nieve, antítesis de niños ricos y bien comidos, etc., no me ha hecho el honor de enterarse de lo que es mi Pipá. ¡Cuántos pilluelos, en las condiciones generales de Pipá y de Periquín, andarán por esas literaturas romántico-cristianas! ¡Cuántos tipos, modelos de esta clase, no podríamos encontrar sólo en Dickens! Algunos tiene Ouida, uno tiene Dostoievski en un cuento, que se parece mucho más a ese Periquín, por lo visto, que mi Pipá; y no creerá nadie que el autor de Crimen y castigo copió a Fernanflor; ni tampoco dirá nadie que está sacado de Periquín El pájaro en la nieve, precioso boceto de Armando Palacio (otro mozo incapaz de imitar a Fernanflor, así lo tonsuren). De Pipá, sabe todo Oviedo; el medio ambiente que le rodea es de Oviedo en parte, y en parte de Guadalajara... Y sobre todo, ¡cáscaras! que yo no he leído el Periquín de Fernanflor. Y sobre eso todavía, que yo no soy hombre para copiar, imitar o plagiar a Fernanflor... ¡Si el alma un cristal tuviera, Sr. Bonafoux!

Y, en fin, ¿quiere usted que haya copiado el Periquín? Pues sea, bueno. ¡Después de todo, la cosa tiene gracia!

Todo lo demás que he copiado en este mundo, según Bonafoux, está sacado de Madame Bovary, que es entre literatos como sería entre teólogos escribir: Et Verbum caro factum est, etcétera, y después firmar: Ramón Nocedal, o C. el conde de Toreno.