Moby Dick - Herman Melville - E-Book

Moby Dick E-Book

Herman Melville.

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Beschreibung

"Llamadme Ismael. Hace algunos años, no importa exactamente cuántos, con poco dinero en el bolsillo y nada que me interesara en tierra, pensé en hacerme a la mar y ver la parte acuática del mundo. Es una gran forma de alejarse de la melancolía y mejorar la circulación, pero no sé por qué se me metió en la cabeza embarcarme en un ballenero". Una colección de clásicos dirigidos especialmente a niños y niñas a partir de 7 años. Mujercitas, Moby Dick, La isla del tesoro, Colmillo Blanco… Una adaptación de las historias clásicas más emocionantes, para leer y releer una y otra vez.

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Título original: Moby Dick

© 2013 Edizioni EL, San Dorligo della Valle (Trieste), www.edizioniel.com

Texto: Davide Morosinotto

Ilustraciones: Matteo Piana

Dirección de arte: Francesca Leoneschi

Proyecto gráfico: Andrea Cavallini / theWorldofDOT

Traducción: Cristina Bracho Carrillo

© 2019 Ediciones del Laberinto, S. L., para la edición mundial en castellano

ISBN: 978-84-1330-908-8

IBIC: YBCS / BISAC: JUV007000

EDICIONES DEL LABERINTO, S. L.

www.edicioneslaberinto.es

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com <http://www.conlicencia.com/> ; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

1

El barco

Llamadme Ismael. Hace algunos años, no importa exactamente cuántos, con poco dinero en el bolsillo y nada que me interesara en tierra, pensé en hacerme a la mar y ver la parte acuática del mundo. Es una gran forma de alejarse de la melancolía y mejorar la circulación, pero no sé por qué se me metió en la cabeza embarcarme en un ballenero. Quizá fueron las ganas que tenía de ver una ballena de carne y hueso, un monstruo tan portentoso que me despertaba gran curiosidad. O quizá soñaba con los mares salvajes por donde nadaban y los indescriptibles peligros de la caza.

Así que metí un par de camisas en mi bolsa de viaje, me la eché al hombro y me dirigí hacia New Bedford. Cuando llegué allí una noche de diciembre, descubrí que, desafortunadamente, el barco hacia Nantucket ya había zarpado, así que no llegaría a mi destino hasta el lunes.

Me encontré en la situación de tener que preocuparme por dónde iba a comer y a dormir, pero al echar mano al bolsillo solo encontré unas pocas monedas de plata, y todas las posadas tenían un aspecto demasiado espléndido y lujoso para mis posibilidades.

Caminé durante largo tiempo hasta que vi un cartel que se balanceaba por el viento con una ola espumosa pintada en lo alto en el que rezaba: «POSADA DEL CHORRO». Como la luz frente a la puerta estaba casi apagada, el local se veía bastante ruinoso e incluso el mismo cartel oscilante desprendía miseria, pensé que probablemente me hallara ante el alojamiento adecuado.

Entré y pedí una habitación al posadero, pero me respondió que no le quedaba ninguna libre.

—Aunque —añadió rápidamente—, si no te importa, podrías compartir la cama con un arponero. Viene de los mares del sur, donde compró algunas cabezas de ballena embalsamadas, y ahora se dirige hacia la ciudad para intentar venderlas. Lo mismo esta noche ni siquiera lo ves.

Para terminar de convencerme, el tabernero me guio escaleras arriba y me mostró una habitación fría como un témpano, provista de una cama lo bastante grande como para albergar a cuatro arponeros. Aliviado, acepté la propuesta del hombre, me desvestí rápidamente y me metí bajo las sábanas. Justo empezaba a caer en brazos de Morfeo cuando oí pisadas en el pasillo y vi una luz que se filtraba por debajo de la puerta. «Socorro», pensé. «Ahí viene el arponero, el terrible vendedor de cabezas». Y me quedé inmóvil donde estaba, sin atreverme siquiera a respirar.

El desconocido entró en la habitación con una vela en una mano y una cabeza embalsamada en la otra. Me asomé por debajo de las sábanas para verle el rostro y... ¡menuda cara! ¡La tenía repleta de tatuajes de grandes cuadrados oscuros!

Estaba completamente calvo a excepción de un mechón sobre la coronilla, y cuando se desvistió, vi que, al igual que la cara, tenía el torso y los brazos como un tablero de ajedrez. Aquel tipo era claramente un salvaje que se había embarcado en un ballenero de los mares del sur. Y quizá la cabeza embalsamada pertenecía a uno de sus compañeros.

El desconocido rebuscó en sus bolsillos y sacó una curiosa estatuilla de madera que puso sobre un estante. Encendió una pequeña llama delante de ella a modo de sacrificio. Después, sacó de su equipaje una pipa con forma de hacha, acercó la llama al extremo y aspiró hasta que salieron grandes nubes de humo. Un instante después, el caníbal salvaje se metió en la cama con la pipa entre los dientes. Yo grité y salí corriendo de la habitación, aterrorizado.

Gracias a Dios, justo en aquel momento llegó el posadero con una vela en la mano.

—No tengas miedo —me dijo sonriendo—. Queequeg no mataría ni a una mosca.

El arponero asintió.