Motivo de escándalo - Dos mujeres iguales - Anna Depalo - E-Book
SONDERANGEBOT

Motivo de escándalo - Dos mujeres iguales E-Book

ANNA DEPALO

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Motivo de escándalo Summer Elliott tenía un plan para los próximos cinco años... y conseguir una ansiada entrevista con Zeke Woodlaw era parte del plan. Pero acostarse con la afamada estrella del rock no estaba programado. Mientras se hacía pasar por su seductora y extravagante hermana gemela, Summer no pudo resistirse a perder con él la virginidad que durante tiempo había protegido. Su aventura habría seguido siendo un secreto si las revistas no la hubieran hecho pública… Dos mujeres iguales Deseaba lo que jamás podría ser suyo... La misteriosa "mujer de rojo" que apareció en casa de John Harlan y encendió su pasión era la única mujer que nunca podría ser suya: Scarlet Elliott, la hermana gemela de su ex prometida. Después de años de amar a John en la distancia, una noche Scarlet se dejó llevar por el deseo y se coló en su cama. Pero lo suyo jamás podría ser más que un romance prohibido...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 369

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

N.º 44 - mayo 2015

© 2006 Harlequin Books S.A.

Motivo de escándalo

Título original: Cause for Scandal

Publicada originalmente por Silhouette® Books

© 2006 Harlequin Books S.A.

Dos mujeres iguales

Título original: The Forbidden Twin

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicados en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-687-6372-9

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Créditos

Índice

Motivo de escándalo

Del diario de Maeve Elliott

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Dos mujeres iguales

Del Diario De Maeve Elliott

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Del diario de Maeve Elliott

Desde el día de su nacimiento, mis nietas gemelas, Summer y Scarlet, no han podido resultar más distintas. Scarlet es un torbellino, una joven llena de energía y con una vena rebelde; Summer en cambio es una chica responsable y jamás le había dado a la familia problema alguno… hasta ahora.

Esa foto que ha aparecido en la prensa rosa ha causado un auténtico revuelo. Nunca lo hubiéramos esperado de ella. Al fin y al cabo sabe muy bien lo que conlleva ser una Elliott.

Sin embargo, también es cierto que la vida no se rige por un plan preestablecido.

Su Zeke parece un hombre encantador, cariñoso, y desde luego es muy guapo. Todavía no soy tan vieja como para que me pasen desapercibidas esas cosas.

Summer y él son también muy diferentes el uno del otro, pero eso mismo dijeron mis padres de Patrick y de mí, y llevamos juntos cincuenta y siete años.

Summer está buscando su lugar en el mundo, y por primera vez veo brillar de verdad esos ojos verdes suyos que tanto me recuerdan a mi querida Irlanda. ¿Será amor?

Capítulo Uno

Summer necesitaba aquella entrevista. Su carrera dependía de ello; era el eje central de su plan.

Lo único que se interponía en su camino eran unos cuantos guardias de seguridad, aunque bastante fornidos, la falta de un pase de prensa para acceder a la zona entre bastidores, y los cerca de veinte mil fans que habían acudido al concierto de su ídolo, Zeke Woodlow.

La figura del cantante destacaba sobre el escenario, atrayendo todas las miradas. Los vaqueros y la camiseta negra que llevaba dejaban entrever un físico esbelto y musculoso, y el cabello castaño, algo largo y revuelto, le daba un aire de chico malo.

Sin embargo eran sus perfectas facciones lo que de verdad volvía locas a sus fans. ¡Si pudiera sacarle una foto de cerca!

Justo en ese momento los ojos de Zeke Woodlow parecieron posarse en ella, y aunque sólo fue un instante, la intensidad de su mirada hizo que Summer sintiera un cosquilleo eléctrico que la recorrió de arriba abajo.

Dios, desde luego no había duda de que era un hombre muy sexy, se dijo al darse cuenta de que había estado conteniendo el aliento. No era que fuera su tipo, por supuesto, añadió para sus adentros, bajando la vista al anillo de compromiso en su mano. No, por supuesto que no.

En medio de la masa agobiante de gente que la rodeaba, Summer exhaló un suspiro de impaciencia y miró en derredor. El Madison Square Garden, uno de los estadios más importantes de la ciudad de Nueva York. Allí se habían celebrado mítines políticos, innumerables eventos deportivos, y por él habían pasado además algunos de los cantantes y grupos más importantes. Frank Sinatra, Elvis Presley, los Rolling Stones, Elton John, Bruce Springsteen… Ahora le había llegado el turno a Zeke Woodlow, ganador de un Grammy, y sensación del momento en el mundo del rock que llevaba vendidas más de diez millones de copias de su último disco, Falling for you.

Nacido en Nueva York, en la actualidad residía en una mansión que poseía en Beverly Hills, y se había unido a otros en la creación de Musicians for a cure, una fundación que mediante conciertos como aquél recaudaba fondos para la investigación y erradicación del cáncer.

No tenía un pase a la zona entre bastidores, pero estaba decidida a conseguir una entrevista con él para The Buzz, la revista en la que trabajaba.

Su abuelo paterno, Patrick Elliott, presidente del grupo editorial EPH, al que pertenecía The Buzz, opinaba que los miembros de la familia tenían que esforzarse tanto como cualquier otro empleado para escalar puestos dentro de la compañía. Por eso a Summer, que llevaba meses pensando cómo podría conseguir un ascenso, se le había ocurrido que una entrevista con Zeke Woodlow podría ser la llave para pasar de ser sólo correctora a redactora.

Una entrevista con Zeke Woodlow podría poner a The Buzz por delante de EntertainmentWeekly, su principal competidor, y también por delante de las otras revistas de EPH. Su abuelo Patrick había anunciado en Nochevieja que quería jubilarse, y que lo sucedería en el cargo el director de aquella revista que obtuviera mayores beneficios a lo largo del año.

Con el bolígrafo y la libreta en la mano, Summer cambió el peso de una pierna a la otra. Había ido al concierto directamente desde el trabajo, y al no haber podido cambiarse de ropa estaba de lo más incómoda.

Los tacones de las botas la estaban matando, y los pantalones de lana y el jersey de cuello vuelto que llevaba eran perfectos para la oficina, pero allí, rodeada como estaba de gente, estaban dándole un calor horrible.

Siendo como era sólo una correctora, sabía que el manager de Zeke Woodlow se habría reído en su cara si le hubiese pedido una entrevista con él, pero tenía la esperanza de poder convencer al propio cantante si conseguía acercarse a él.

Cuando acabó la melodía que estaba cantando el público prorrumpió en aplausos y silbidos, y Zeke les dio las gracias y bromeó con ellos.

–¿Queréis más? –les preguntó con esa voz sensual tan característica.

El público coreó un «sí» acompañado de nuevos silbidos y aplausos.

–No os oigo –los picó él sonriendo, al tiempo que se llevaba una mano a la oreja.

Sus fans gritaron con más fuerza.

–¡Así, con fuerza! –les contestó.

Se colgó una guitarra eléctrica, se volvió hacia los músicos que estaban detrás de él y, en cuanto empezaron a tocar, Summer reconoció la canción, una balada llamada Beautiful in my arms, que era uno de sus temas más conocidos.

Mientras Zeke Woodlow cantaba sobre hacer el amor bajo las palmeras meciéndose al viento, con el aire húmedo de la noche envolviendo a los amantes, Summer se sintió atrapada por la magia del momento.

Sólo cuando acabó la canción se rompió el hechizo, haciéndola volver al mundo real, y la joven se reprendió a sí misma por estar comportándose como una adolescente. No había ido allí para convertirse en una admiradora más de Zeke Woodlow, sino para conseguir una entrevista en exclusiva.

Media hora después, el concierto había terminado. Summer se dirigió hacia la zona entre bastidores, tratando de abrirse paso entre la multitud, pero uno de los guardas de seguridad, un tipo alto y fornido, la detuvo.

–Por aquí no puede pasar, señorita.

–Pero es que soy periodista –le dijo ella.

–¿Y su acreditación?

–Bueno, no tengo, pero…

El hombre ni siquiera la dejó terminar. Levantó una mano para hacerla callar y tras negar con la cabeza le contestó:

–Si no tiene acreditación no puedo dejarla pasar.

Summer resopló y rebuscó en su bolso una tarjeta de visita.

–¿Lo ve?, trabajo en la revista The Buzz –le dijo. No tenía por qué decirle en qué puesto–. La conoce, ¿no?

El guarda miró la tarjeta con desgana y luego a ella.

–Lo siento, pero como ya le he dicho sólo pueden pasar las personas con acreditación.

La joven apretó los puños llena de frustración. Debería haberlo imaginado. Tal vez debería hacer un último intento.

–Está bien –masculló fingiéndose irritada–, pero luego no me eche la culpa cuando lo despidan porque Zeke Woodlow ha perdido la oportunidad de ser entrevistado por una de las revistas más importantes del país.

El tipo se limitó a enarcar una ceja, y Summer, viendo que no iba a conseguir nada, se giró sobre los talones y se dirigió a la salida pero no porque hubiese decidido darse por vencida.

Antes o después el cantante tendría que abandonar el estadio, así que lo esperaría fuera. No había soportado casi tres horas de pisotones y empujones para nada.

Una hora después, sin embargo, el frío hizo que empezara a preguntarse hasta qué punto quería conseguir aquella entrevista. Estaba cansada, tenía hambre y lo que de verdad quería era irse a casa.

Estaba buscando en su bolso un caramelo de menta, un chicle… cualquier cosa comestible, cuando oyó chillar a las fans que aún estaban esperando, como ella, con la esperanza de ver salir al cantante.

En efecto, estaba saliendo en ese momento, rodeado de guardaespaldas y personal de seguridad. Consciente de que sólo tendría unos segundos antes de que el cantante subiera a la limusina que estaba deteniéndose en ese momento junto a la acera, Summer salió corriendo hacia él.

–¡Señor Woodlow!

Sin embargo, las fans se habían arremolinado en torno a él, al igual que los pocos fotógrafos que no se habían marchado todavía, y aunque Summer trató de abrirse paso entre ellos, de pronto su avance se vio obstaculizado cuando chocó con uno de los guardias de seguridad.

–Échese atrás –le ordenó.

Summer retrocedió y observó llena de frustración cómo Zeke Woodlow entraba en el coche. Tenía ganas de llorar. Sólo faltaba que acabara lloviendo, pensó alzando la vista hacia el plomizo cielo con un suspiro.

Justo entonces le cayó una gota sobre la mejilla, y al poco le siguió otra. Estupendo. Summer hizo una mueca y salió corriendo hacia una parada de taxis, pero cuando vio que empezaba a llover con más fuerza supo que tendría que esperar un buen rato hasta que pasara uno libre.

Veinticinco minutos después, llegaba por fin a la casa que sus abuelos tenían como segunda residencia en la ciudad, en el Upper West Side. Summer y su hermana gemela habían estado viviendo con ellos desde que sus padres murieran en un accidente de avión a sus diez años, y aunque sus abuelos seguían residiendo en la mansión que tenían en el campo, las dos se habían instalado allí al empezar a trabajar.

Cuando llegó al piso de arriba, su hermana Scarlet, que debía haberla oído subir las escaleras, salió de su dormitorio.

–¿Cómo te ha ido?

Los ojos de Summer se posaron en el pijama de seda rojo que llevaba su hermana, y como en tantas otras ocasiones pensó que no podían ser más distintas a pesar de ser gemelas. Todo el mundo consideraba a Scarlet la hermana alocada e impulsiva, mientras que a ella la tenían por una chica sensata y metódica.

–Fatal –le contestó entrando en su habitación.

Se dejó caer en el silloncito que había en el rincón, se quitó las botas, y movió los dedos de sus doloridos pies con un suspiro de alivio.

–No sé cómo pude creer por un momento que conseguiría una entrevista –masculló–. ¡Ni siquiera pude acercarme a él! Por las medidas de seguridad que había cualquiera habría dicho que era el presidente.

Le contó a Scarlet todas sus peripecias, y al final concluyó con un suspiro:

–La verdad es que desde el principio sabía que era una locura, y ahora tendré que pensar en otro modo de conseguir un ascenso. ¿Se te ocurre alguna idea?

–¿Vas a darte por vencida así, tan fácilmente? –la picó su hermana.

–No has escuchado nada de lo que te he dicho, ¿verdad? –le espetó Summer.

–¿No hay un concierto más mañana por la noche? Todavía tienes una posibilidad de conseguir una entrevista.

–Déjalo ya, Scar. Es imposible.

Scarlet puso los brazos en jarras.

–Bueno, es imposible si vuelves a ir vestida de ese modo.

Summer miró su ropa.

–¿Qué tiene de malo lo que llevo puesto?

–Pues que pareces una monja –le contestó su hermana con un ademán–. Vas prácticamente tapada de la cabeza a los pies.

–Es que hace frío; estamos en marzo –le replicó Summer, poniéndose a la defensiva–. Además, ¿no estarás sugiriendo que por ir enseñando escote por ahí voy a conseguir algo?

–Mujer, puede que no, pero por probar…

–Ya. ¿Y qué propones?, ¿que tome algo prestado de tu armario?

Los ojos de Scarlet brillaron traviesos.

–Pues mira, es una idea.

Todo el mundo sabía del amor de Scarlet por la moda. De hecho algunas de las prendas de su ropero habían sido diseñadas y hechas por ella. Summer la admiraba por esa habilidad, pero su gusto en ropa era bastante más discreto que el de Scarlet.

–Olvídalo.

–¿Qué dices? ¡Pero si es la idea perfecta! No sé cómo no se me había ocurrido antes. Si te vistes como si fueras una fan cualquiera conseguirás que la gente de seguridad te deje pasar a su camerino. Siempre dejan pasar a las mujeres guapas.

Summer frunció el entrecejo.

–Lo que quiero es inspirar respeto como una mujer profesional, no parecer una chica ligera de cascos .

Sin embargo, Scarlet no estaba escuchándola. Ya se había girado sobre los talones y se dirigía al armario.

–Ven, vamos a ver qué tengo por aquí que puedas ponerte mañana por la noche. Después de todo vas a un concierto de rock, no a una convención de las Naciones Unidas.

Summer suspiró pero se levantó y fue tras su hermana gemela. No quería ni imaginarse la clase de vestimenta que Scarlet tendría en mente.

Cuando se bajó del taxi que había tomado para ir al Madison Square Garden, Summer inspiró profundamente, repitiéndose mentalmente el consejo que Scarlet le había dado antes de salir de casa.

«Deja salir a la diosa que hay en ti; deja salir a la diosa que hay en ti…»

Lo cierto era que todavía no podía creerse la transformación que había obrado en ella la ropa de su hermana gemela, y cómo la había maquillado y arreglado el pelo.

Parecía más Scarlet que ella misma. Una sonrisa asomó a las comisuras de sus labios mientras se llevaba una mano al cabello. Su hermana le había aconsejado que se lo dejara suelto, y los rizos le caían sobre los hombros en una suave cascada.

En cuanto al atuendo que finalmente habían escogido, llevaba una cazadora de cuero, una minifalda negra, botas altas, y un top rojo con un escote en uve.

Normalmente Summer apenas se maquillaba, pero Scarlet había insistido en que su rostro necesitaba un poco de color y, aparte del rimel y el colorete, le había pintado los labios con un sensual rojo oscuro.

También le había hecho dejar en casa el anillo de compromiso. Bajó la vista a su mano desnuda recordando cómo su hermana la había increpado, diciéndole que una fan de un cantante de rock no iría por ahí con un anillo de diamantes, y menos si quería dar la impresión de estar soltera.

Al final Summer había claudicado, pero se sentía como si estuviese engañando a John, su prometido… lo cual era ridículo. No era como si fuese a serle infiel con otro hombre; únicamente iba a hacer uso de su atractivo para intentar conseguir una entrevista.

No había nada malo en eso, se dijo queriendo convencerse. Además, John pronto volvería de su viaje de negocios y empezarían a ocuparse de los preparativos de la boda.

Summer era una de esas personas a las que les gustaba fijarse objetivos y cumplirlos. De hecho, el comprometerse a los veinticinco, como había hecho, entraba dentro de su plan personal con vistas a los próximos cinco años.

Era más o menos así: a los veinticinco años se comprometería y conseguiría que la ascendieran a la categoría de redactora; a los veintiséis se casaría; al cumplir los veintiocho sería ya una de las reporteras más valoradas de la revista; y a los treinta, siendo ya supervisora, se quedaría embarazada de su primer hijo.

Por el momento las cosas estaban saliendo a la perfección, y en parte tenía que reconocer que era gracias al hecho de que John también tenía unas metas establecidas. Era uno de los motivos que la habían llevado a escogerlo como futuro marido de entre los hombres con los que había salido.

John, al igual que ella, se tomaba las cosas muy en serio y era una persona con altas miras y ambiciones.

A sus veintinueve años era ya socio en la empresa publicitaria en la que trabajaba y tenía una impresionante cartera de clientes. Era el compañero perfecto y por eso había decidido que quería formar un proyecto de futuro con él y convertirse en la señora de Harlan.

Después de haber estado saliendo nueve meses, John finalmente le había propuesto matrimonio… durante una romántica cena el día de San Valentín.

Había sido todo tan perfecto que Summer se había acabado de convencer de que había tomado la decisión correcta al aceptar. ¿Y qué si por las noches, antes de dormirse, a veces pensaba en ello y la asaltaban las dudas? Después de todo antes de casarse era normal sentir nervios, ¿no?

Centró su atención en el concierto, que por fin había comenzado, garabateando de cuando en cuando sus impresiones en la libretita que se había llevado, buscando los adjetivos adecuados para describir cada una de sus actuaciones y el efecto electrizante que tenía en el público.

Luego, cuando cantó Beautiful in my arms volvió a sucederle otra vez como la noche anterior; la acariciadora voz de Zeke Woodlow y su presencia en el escenario estaban hechizándola de nuevo, y sin darse cuenta comenzó a imaginarse que estaba cantando sólo para ella y se permitió por un instante pensar en la única vez que había hecho una locura… Inmediatamente sin embargo se reprendió a sí misma diciéndose que tenía que poner los pies en la tierra y que no tenía sentido alguno la dirección que habían tomado sus pensamientos. Aquello era su secreto y nada tenía que ver con el motivo por el que estaba allí en ese momento. Esa vez, con un poco de suerte, conseguiría aquella entrevista.

Cuando acabó el concierto esperó a que el estadio se hubiera vaciado casi por completo, y después de colarse en la zona entre bastidores aprovechando un despiste de uno de los guardias de seguridad, y accedió al pasillo que conducía a los camerinos.

A los pocos pasos sin embargo se topó con otro tipo de seguridad y se repitió mentalmente: «puedes hacerlo, puedes hacerlo».

Le dirigió una sonrisa al hombre, y no le pasó desapercibido el modo en que sus ojos recorrieron su figura. Quizá después de todo Scarlet tuviera razón. Aquello le infundió ánimos, y sin dejar de sonreír miró al tipo con coquetería.

–Vengo a ver a Zeke. Me dijo que no dejara de saludarlo cuando viniera a Nueva York.

–¿Ah, sí?

Summer asintió y dio un paso adelante.

–He hablado con Marty antes y me aseguró que me dejarían pasar sin problemas a verlo.

Aquella mañana había hecho unas cuantas llamadas hasta averiguar el nombre del manager. Si tenía que mentir debía hacerlo de un modo convincente.

–¿Conoce a Marty?

–Sí, claro que sí. He ido a ver cantar a Zeke cuando ha estado en Los Ángeles, en Chicago, en Boston… –se quedó callada un momento y luego añadió con una mirada significativa–: y siempre lo hemos pasado muy bien juntos después del concierto.

El guardia señaló por encima de su hombro con un gesto de la cabeza.

–Tercera puerta a la izquierda.

Summer no podía creerse que hubiera resultado tan fácil. Se sentía tan aliviada que se habría echado a llorar, pero en vez de eso volvió a sonreír al tipo y le dio las gracias antes de alejarse.

La verdad era que no le costaría nada acostumbrarse a ir de vampiresa pelirroja por la vida, se dijo muy ufana. Sin embargo, los nervios volvieron a invadirla cuando llegó frente al camerino. Inspiró profundamente, irguió los hombros y llamó con los nudillos.

–Adelante –contestó el cantante desde dentro.

Summer giró el pomo, y cuando entró vio que estaba de espaldas a ella.

–Estaba esperándote –le dijo.

Su voz hizo que una ola de calor la invadiera, igual que si hubiera tomado un trago de vodka. Era una voz sensual, profunda y vibrante que resultaba aún más seductora que a través del micrófono.

Sin volverse, tomó un teléfono móvil de una mesita, y apretó un par de botones.

–¿Te importaría darme diez minutos antes de que volvamos al hotel, Marty?

Todavía estaba vestido con los vaqueros y la camiseta negros que había llevado puestos en el escenario. Bajo los pantalones, ligeramente ajustados, se marcaban unas nalgas firmes, y bajo la camiseta de algodón se adivinaban una espalda y unos hombros musculosos.

Summer, que se sentía de nuevo algo acalorada, se aclaró la garganta y le dijo:

–No soy Marty.

El cantante se dio la vuelta y se quedó mirándola. Era muchísimo más guapo de cerca, y esos ojos… Dios, esos ojos azules cómo el océano…

Con las pocas neuronas que no se le habían fundido, Summer reparó en que no se había movido. ¿Era su imaginación o estaba tan aturdido como ella?

–Desde luego no te pareces en nada a Marty –dijo finalmente–. ¿Quién eres?

Capítulo Dos

Las primeras notas de aquella canción volvieron a acudir a la mente de Zeke, una canción que oía dentro de su cabeza cada noche que soñaba con ella. Por la mañana, al despertarse, la música permanecía en sus oídos como un leve eco antes de desvanecerse, y nunca lograba recordar las notas suficientes como para escribirla.

Aquella vez, sin embargo, las oyó con más claridad. Era como si la joven que estaba de pie frente a él estuviese sacándolas a flote de lo más profundo de su conciencia. Hasta se parecía a la mujer de la fotografía, la mujer de sus sueños. Era esbelta pero no falta de curvas, tenía el cabello largo y pelirrojo, como ella, y esos ojos verdes… Dios, eran de un verde casi idéntico…

La principal diferencia entre ambas era que la mujer anónima de aquella fotografía, que había comprado en un mercadillo, estaba vestida con una túnica griega, mientras que no había duda de que la joven que estaba frente a él pertenecía al siglo veintiuno, igual que él.

No sabía quién era el autor de la fotografía, ni quién era la joven retratada en ella. Tan sólo tenía una pista: en una esquina de la parte inferior estaba escrito a mano: La ninfa Dafne.

–No has contestado aún a mi pregunta; ¿quién eres? –le repitió.

La desconocida apartó la vista un momento antes de volver a mirarlo.

–Ca-Caitlin.

Zeke se dio cuenta de pronto de que había estado conteniendo el aliento. Pues no, su nombre no era Dafne. Sin embargo no pudo resistirse a preguntarle:

–¿Has trabajado como modelo alguna vez?

La joven frunció el entrecejo.

–No.

–Pues deberías planteártelo –contestó él.

No, decididamente no era la chica de la foto.

–¿Tú crees?

–Lo creo –respondió Zeke con una sonrisa, mientras avanzaba hacia ella–. Tienes cuerpo y cara de modelo. Y tus ojos son inusuales… cautivadores.

–Yo podría decir lo mismo de ti –contestó ella.

Zeke se echó a reír. Debía ser una de esas fans a las que Marty dejaba pasar a la zona entre bastidores después de los conciertos. Las fans siempre estaban ansiosas por poder verlo y hablar con él, y su manager pensaba que mostrarse accesible podía darle buena publicidad.

Sin embargo, aquella joven era distinta a las otras, y no quería charlar sólo un rato con ella para que luego fuese a contarle lo increíble que era a los reporteros que aún estaban a la entrada del estadio. No, tenía la sensación de que aquella joven podía ser la clave que liberara su creatividad, y quería conocerla mejor. Y aunque no lo fuera… igualmente quería conocerla mejor; prácticamente era la encarnación de todas sus fantasías.

–Siéntate –le dijo señalándole un sofá con un ademán–. ¿Te apetece beber algo?

–Gra-gracias.

Zeke enarcó una ceja. ¿Eran imaginaciones suyas… o la ponía nerviosa?, se preguntó, observando fascinado el rubor que subió desde el escote de la joven hasta su rostro.

–¿Cerveza? –le preguntó.

–Sí, gracias –contestó ella mientras se quitaba el bolso y la chaqueta de cuero antes de sentarse.

Zeke sacó un par de botellines de un mueble bar que había en un rincón, y después de abrir los dos le tendió uno a la joven y se sentó junto a ella.

Por un momento Caitlin se quedó mirando el botellín como si no estuviera muy segura de qué tenía que hacer con él. Zeke tomó un trago, y ella lo imitó, pero lo hizo como si en vez de un botellín de cerveza fuera de algún refresco, y cuando lo apartó de sus labios la espuma había subido casi hasta la boca de la botella.

Zeke sonrió divertido.

–¿No te ha enseñado nadie a beber cerveza?

–¿Por qué?, ¿estoy haciéndolo mal?

–Fatal –le contestó él en un tono de fingida reprimenda–. Mira cuánta espuma se está haciendo.

Caitlin ladeó un poco el botellín para ver mejor el interior.

–Oh.

–Fíjate en mí –le dijo Zeke–. No es naranjada; si tapas la boca del botellín por completo con los labios harás que se forme espuma. Tienes que abrirlos un poco, apoyar el botellín en el labio inferior, y levantarlo –le explicó antes de hacerle una demostración.

Caitlin lo imitó.

–Eso es –murmuró él mientras la joven bebía.

Cuando Caitlin bajó el botellín y lo miró, Zeke reprimió con dificultad un repentino deseo de besarla. Sus sensuales labios estaban pintados de un rojo intenso, pero por algún motivo tenía la impresión de que parecía que fuese disfrazada, con esa minifalda, las botas altas, aquel provocador top… Casi la imaginaba más vestida de un modo sencillo y discreto.

–Háblame de ti –le pidió.

–¿Qué quieres saber?

Todo, quería saberlo todo de ella.

–¿Te ha gustado el concierto?

–Sí, claro que sí. Ha sido fantástico oírte cantar Beautiful in my arms en directo. Es una de mis favoritas.

–¿Ah, sí? –murmuró él, mirándola con curiosidad. Esa canción la había compuesto justo el día en que había comprado aquella fotografía–. ¿Qué te gusta de ella?

Caitlin apartó la vista.

–Pues… es bonita.

–¿Eso es todo?

–Bueno, no sé, es como… mágica. Me hace pensar en…

–¿En el sexo? –bromeó él.

La joven volvió de nuevo la vista hacia él.

–No, no era eso lo que iba a decir –contestó azorada.

Zeke se puso serio.

–Sólo bromeaba. Es que, bueno, ya sabes, como la letra habla de hacer el amor bajo las palmeras y todo eso… generalmente hace que la gente piense en el sexo.

Al verla sonreír Zeke sintió que se derretía por dentro.

–Iba a decir que me hace pensar en esos momentos en los que quieres abrazar a esa persona especial, la persona a la que te aferrarías en los momentos en que estás más en baja.

Aquella chica era una caja de sorpresas, se dijo Zeke, sintiendo que su fascinación aumentaba por momentos.

–¿Tienes por costumbre dejar entrar a desconocidas en tu camerino? –le preguntó ella de repente.

En el mismo instante en que las palabras abandonaron sus labios se llevó una mano a la boca, como avergonzada.

Zeke reprimió una sonrisa.

–No, por costumbre no. Mi manager cree que es buena publicidad hacer que parezca accesible complaciendo de cuando en cuando a alguna que otra fan –le respondió–. Lo único que hago es flirtear con ellas un poco, y mostrarme amable y simpático. Luego, cuando salen de aquí, le cuentan a la prensa que han conocido a Zeke Woodlow y… en fin, ya sabes.

Caitlin se limitó a asentir en silencio.

Zeke no podía creerse que estuviese siendo tan sincero con ella, pero es que parecía tan inocente, tan sencilla… Era la clase de persona con la que no le costaría nada abrirse más… y seguramente a Marty le daría algo si lo viese en esos momentos, contándole cosas que seguramente no creía que debiese estarle contando.

–¿Qué es lo que más te gusta de tu profesión? –le preguntó la joven.

–Componer.

Caitlin parpadeó sorprendida.

–¿No los conciertos?

–No, los conciertos son sólo la guinda del pastel.

–¿Y no es algo inusual hoy en día que un cantante componga sus propias canciones?

–Sí, la verdad es que ya hay pocos que lo hagan.

–¿Y qué me dices de esas fiestas a las que se supone que vais después de los conciertos? –le preguntó ella mientras miraba en derredor–. ¿No tienes ninguna fiesta a la que ir hoy?

–Sí, pero prefiero tu compañía.

Caitlin volvió la cabeza hacia él.

–Oh –murmuró sonrojándose ligeramente.

Y era verdad que prefería su compañía, se dijo Zeke. Aquella joven irradiaba un aura de dulzura y pureza que era muy poco común en los tiempos que corrían.

–Claro que a veces me las ingenio para poner una excusa y no ir; sobre todo cuando tengo apretada la agenda del día siguiente.

–¿Y qué haces cuando no tienes ninguna fiesta a la que ir?

Zeke iba a responder a aquella ingenua pregunta que cuando se era tan famoso como él siempre había alguna fiesta donde era requerido, pero en vez de eso le dijo:

–Conseguir que alguno de los chicos de la orquesta o del equipo de luces y sonido me invite a cenar en su casa con su familia.

Su contestación hizo que una hermosa sonrisa iluminara el rostro de la joven, y se quedaron mirándose en silencio hasta que se desvaneció lentamente de sus labios y simplemente siguieron mirándose, como hipnotizados.

Zeke sintió de nuevo el impulso de besarla, y estaba inclinándose hacia ella cuando llamaron a la puerta.

Diablos.

–Adelante –contestó.

La puerta se abrió y uno de los técnicos de sonido asomó la cabeza dentro de la habitación.

–Tu coche ya ha llegado, Zeke. Marty me pidió que te avisara. Él ya ha salido para el hotel.

Zeke se puso de pie.

–De acuerdo; salgo en diez minutos.

El técnico miró a Caitlin y luego de nuevo a él.

–Como quieras –le contestó antes de salir y cerrar la puerta.

Zeke se volvió hacia Caitlin y alargó el brazo para tomar el botellín de su mano.

Al hacerlo sus dedos rozaron los de ella, y un cosquilleo eléctrico recorrió la espalda de Zeke.

Y, a juzgar por la expresión que se reflejó en los ojos de Caitlin, tuvo la impresión de que a ella le había pasado lo mismo.

–¿Quieres venir conmigo? –le preguntó.

«Díselo, díselo; dile que has venido para pedirle una entrevista», se ordenó Summer mentalmente.

Sin embargo, en vez de eso se encontró sonriendo como una tonta y respondiéndole:

–Claro.

Él sonrió satisfecho.

–Estupendo.

Zeke levantó la chaqueta de cuero del sofá y la sostuvo para ayudarla a ponérsela.

A Summer aquel gesto tan caballeroso le sorprendió y le agradó enormemente.

¿Quién le hubiera dicho que un cantante de rock podía tener unos modales tan refinados? Se dio la vuelta para meter los brazos en las mangas, y cuando él le colocó bien el cuello de la chaqueta le rozó la nuca con los dedos y una ola de calor la invadió. Tenía un efecto embriagador en ella.

Zeke fue a por su chaqueta, que estaba colgada en un perchero, y cuando se la hubo puesto le preguntó:

–¿Lista?

Summer asintió y salieron al pasillo. Pronto se congregaron en torno a ellos los guardaespaldas y personal de seguridad. Cuando salieron por una puerta el frío aire de la noche los envolvió, pero al mirar en derredor Summer se fijo en que aún estaban en un recinto cerrado aunque sin techo.

–¿Dónde estamos? –le preguntó a Zeke.

Al verla tiritando el cantante le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí mientras se dirigían a la limusina que estaba a unos metros de ellos. A Summer le dio un vuelco en el pecho el corazón y se sintió estremecer por dentro, pero no de frío precisamente.

–Digamos que ésta es la salida «secreta» –le contestó Zeke con una sonrisa socarrona–. Aquí es donde se hace la carga y descarga del equipo técnico y es de acceso restringido.

–Pero no fue por aquí por donde saliste anoche –se le escapó a Summer, que de inmediato se puso roja como un tomate.

Zeke sonrió divertido.

–¿Acaso estabas esperando que saliera?

–Tal vez –admitió ella, sin apartarse de él. Le gustaba el calor de su cuerpo.

–Anoche salí por la entrada principal porque quería saludar a algunas personas que están ayudando a financiar esta serie de conciertos benéficos –le explicó Zeke–. A veces consigues que se animen a hacerlo de nuevo –añadió con un guiño.

–Ya veo.

Zeke le señaló con un movimiento de cabeza la limusina, de la que ya sólo estaban a unos pasos.

–Cuando salgamos a la calle no te sorprendas si hay fotógrafos y se abalanzan sobre las lunas tintadas con sus cámaras.

–Eso suena horrible –murmuró ella.

Y sabía que era horrible. No era una celebridad como Zeke, pero al pertenecer al rico y poderoso clan de los Elliott, algo sabía de eso.

Uno de los hombres de seguridad les abrió la puerta de la limusina para que subieran a ella.

–Las damas primero –le dijo Zeke con un ademán.

Una vez se hubieron puesto en marcha, Summer le preguntó:

–¿Adónde vamos?

–Al Waldorf-Astoria –le contestó él–. Siempre me alojo allí cuando vengo a Nueva York.

El estómago le dio un vuelco a Summer y rogó que no se encontrara con ningún conocido de sus abuelos o con alguno de sus primos o tíos. Sin duda no aprobarían verla vestida como iba y en compañía de un cantante de rock.

Tal y como Zeke había dicho, tan pronto como salieron a la calle empezaron a dispararse flashes de cámaras, pero por suerte el semáforo de la esquina estaba en verde, así que los dejaron atrás antes de que pudieran pegar sus cámaras a las ventanillas.

Cuando llegaron al Waldorf-Astoria, los guardaespaldas y demás encargados de la seguridad de Zeke se bajaron del coche que los había precedido durante el corto trayecto, y Summer se sintió agradecida de que contuvieran a los fotógrafos y fans mientras ellos se dirigieron apresuradamente a la entrada del hotel.

Summer mantuvo la cabeza gacha. No quería que Zeke se diera cuenta de que estaba tratando de evitar que la fotografiaran y sospecharan de ella, pero no quería ni imaginar las repercusiones que podría tener el que su fotografía saliese en los periódicos al día siguiente.

–¿Te da vergüenza que te hagan fotos? –le preguntó Zeke, mirándola divertido cuando hubieron entrado y se dirigían al ascensor.

–¿Siempre saben dónde te alojas? –le preguntó ella a su vez, exasperada.

Zeke se encogió de hombros.

–No sé cómo se las arreglan para averiguarlo, pero sí. Aunque como ya te he dicho siempre que vengo a Nueva York me alojo en este hotel, así que tampoco tienen que indagar demasiado.

–¿Y los guardaespaldas y la gente de seguridad nunca te dejan a solas?

Zeke le dirigió una sonrisa traviesa.

–Estás a punto de averiguarlo –le dijo mientras entraba en el ascensor detrás de ella y apretaba un botón.

En aquel confinado espacio Summer fue más consciente aún del aura sensual y masculina que parecía emanar del cantante.

–¿Adónde vamos? –le preguntó, intentando no mostrarse nerviosa.

–A mi suite –le contestó él, justo cuando las puertas del ascensor se abrieron.

«Díselo, díselo», volvió a ordenarse mentalmente Summer. Tenía que decírselo; ¡iba a llevarla a su habitación!

Sin embargo las palabras no le salían. Era como si la hubiese atrapado aquella extraña y fascinante atracción que había entre ellos.

Pasaron junto a otro guardia de seguridad, y finalmente llegaron a la suite de Zeke.

Cuando entraron, éste apretó un botón de un panel que había en la pared, junto a la puerta, y por los altavoces del techo empezó a sonar una suave música ambiental.

Summer lo siguió por un pequeño pasillo, y se detuvo a la entrada del salón-comedor, en el que había una mesa alargada con seis sillas, dos sofás y una elegante chimenea.

–Ahora ya sabes por qué siempre me alojo aquí cuando vengo a la ciudad –le dijo con una sonrisa Zeke, mientras dejaba la chaqueta sobre el respaldo de una silla.

–Sí, ya lo imagino –asintió ella, mirando en derredor y fingiéndose impresionada.

Estaba acostumbrada al lujo porque había crecido rodeada de él, pero al fin y al cabo el cantante creía que era sólo una fan.

Zeke se quedó de pie a sólo unos centímetros de ella, y permanecieron un buen rato mirándose en silencio.

–Si quieres puedes usar el cuarto de baño –le dijo rompiendo la tensión del momento–. Es por ese pasillo, la primera puerta antes del dormitorio –añadió señalando.

–Gra-gracias –tartamudeó ella, sintiéndose como una idiota.

No necesitaba ir al baño, pero sí necesitaba al menos un par de minutos a solas para pensar, para decidir cómo podría decirle que quería pedirle una entrevista.

–Vo-volveré enseguida.

¿Por qué diablos no podía dejar de tartamudear?

–Tranquila, yo entretanto voy a cambiarme de camiseta –le dijo él.

–Bien.

Zeke hizo un ademán para indicarle que fuera delante. Summer se dirigió hacia el pequeño pasillo, e iba tan nerviosa, con él detrás de ella, que estuvo a punto de pasar de largo frente a la puerta del baño. Cuando se dio cuenta se paró en seco y se giró sobre los talones, chocándose de bruces con Zeke.

Éste la agarró por los brazos para que no perdiera el equilibrio, y se quedaron inmóviles, mirándose el uno al otro.

Dios, tenía los ojos más azules que había visto en su vida, se encontró pensando de nuevo. ¿Qué le estaba pasando? Las piernas le temblaban y…

–Desde el momento en que te vi he estado queriendo hacer esto –murmuró Zeke con voz ronca.

–¿El qué? –inquirió ella sin aliento.

–Esto –respondió él, agachando la cabeza y tomando sus labios.

Fue un beso increíble, que hizo que un cosquilleo eléctrico la recorriera de arriba abajo.

–Sé que esto te parecerá una locura –le dijo Zeke cuando despegó sus labios de los de ella–, pero es como si te conociera de algo, como si ésta no fuera la primera vez que nos vemos.

–No es una locura; yo tengo la misma sensación –le confesó ella.

No sabría cómo explicarlo, y sí, en realidad era una locura, pero era verdad, era como si durante toda su vida, sin saberlo, hubiese estado esperando ese momento.

Zeke volvió a agachar la cabeza y posó sus labios sobre los de ella. Aquel segundo beso fue mucho más lento y sensual, y pronto Summer sintió la necesidad de apoyarse en la pared, pues tenía la sensación de que las rodillas iban a cederle.

Cuando Zeke hizo el beso más profundo se estremeció y subió las manos a sus hombros para atraerlo más hacia sí. Apretada como quedó contra su cuerpo, podía sentir cada centímetro de su esbelta y musculosa figura, desde los fuertes muslos, hasta la ancha extensión de su bien definido tórax.

Los labios de Zeke abandonaron los suyos para depositar un reguero de besos a lo largo de la línea de su mandíbula hasta alcanzar el lóbulo de la oreja. Lo mordisqueó suavemente, y luego lo succionó, haciendo que de la garganta de la joven escapara un gemido.

En su adolescencia Summer jamás se había encaprichado de ningún actor o cantante, como las demás chicas de su edad; siempre había sido racional y madura, pero en ese momento estaba dejándose llevar por sus impulsos y comportándose de un modo completamente desinhibido. Dios, aquello era una locura…

Las manos de Zeke descendieron por sus costados, deslizándose a continuación por las caderas antes de regresar al hueco de su espalda para apretarla más contra sí.

–Deberíamos parar –murmuró Summer.

–Lo sé –contestó él, que estaba ocupado besándola en el cuello.

–Esto no está bien… –jadeó Summer, girando sin embargo el rostro para que pudiera besarla mejor.

–Pero es tan agradable…

Summer no podía discutirle eso.

–Durante todo este tiempo has estado visitándome en sueños –le susurró Zeke entre beso y beso.

–Eso suena precioso –murmuró ella–. ¿Es una letra que estás escribiendo?

Zeke se rió suavemente contra su garganta.

–No, es verdad que he soñado contigo –dijo levantando la cabeza para mirarla a los ojos–, pero tenerte aquí, en carne y hueso, es muchísimo mejor.

Tomó el rostro de la joven entre las manos y la besó con pasión. Cuando sus labios se separaron la respiración de ambos se había tornado jadeante.

–¿Te fías de mí? –le preguntó Zeke.

Summer asintió, y él deslizó un brazo por debajo de sus rodillas para luego alzarla en volandas, como si fuera una pluma.

Luego, con ella en brazos, se dirigió al dormitorio que había al final del pasillo.

A la Summer Elliott responsable y cerebral en esos momentos la habría invadido el pánico, pero era como si se hubiera transformado en una mujer completamente distinta.

No era sólo la ropa que llevaba puesta lo que la hacía diferente, sino también el hecho de que sus inhibiciones parecían haberse evaporado con la misma rapidez que un charco de agua en el desierto.

Cuando entró en el dormitorio, Zeke la dejó en el suelo, a los pies de la enorme cama.

–No te importa que nos deshagamos de esto, ¿verdad? –le preguntó Zeke, tomando el dobladillo de su top entre los dedos–. Necesito tocarte.

La Summer Elliott racional se habría sentido alarmada, pero la Summer desinhibida en que se había transformado contestó excitada:

–Sí, quítamelo, por favor.

Zeke le sacó la prenda por la cabeza y la arrojó a un lado antes de admirar con ojos hambrientos sus senos, cubiertos con un sujetador de encaje de color granate.

–Eres preciosa –murmuró, haciéndola sonrojar.

Había sido Scarlet quien la había convencido para que se pusiera aquel conjunto de ropa interior. Era el único sexy que tenía, y de hecho había sido también Scarlet quien la había instado a comprarlo un día que habían ido juntas de compras.

La noche anterior Summer había estado discutiendo con ella, diciéndole que no entendía por qué tenía que llevar ropa interior sexy a un concierto cuando nadie iba a verla. Su hermana había resoplado exasperada y le había contestado que aquello formaría también parte de su disfraz, que cuanto más sexy se vistiera, más fácil le resultaría interpretar el papel de una mujer sexy.

Zeke la acarició con las yemas de los dedos, dibujando círculos en sus hombros. Luego sus manos descendieron por los brazos de Summer y se posaron en la parte superior de sus senos.

Si se hubiese mostrado brusco con ella Summer habría salido corriendo de allí, pero su dulzura estaba haciéndola derretirse por dentro.

Zeke le bajó un tirante del sujetador y tomó en su mano el seno que había quedado al descubierto. Con la yema del pulgar comenzó a estimular el pezón, haciéndolo endurecer, y de la garganta de ella escapó un nuevo gemido.

Summer se sentía como si las piernas se le hubiesen vuelto de gelatina, y como si todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se hubiesen vuelto más sensibles que nunca.

Cuando Zeke la atrajo hacia sí, tomó un pezón en su boca. Summer se dejó envolver por las maravillosas sensaciones que estaba experimentando y enredó los dedos en su despeinado cabello.

Zeke le desabrochó el sujetador y se lo quitó. Su boca se concentró entonces en el otro seno, mientras sus manos vagaron libres por la espalda desnuda de Summer, antes de bajar hasta el cierre de la minifalda.

La joven apenas la oyó caer al suelo, enajenada como estaba por el intenso placer que estaba sintiendo.

Zeke apartó la boca de sus senos, levantó la cabeza, y dio un paso atrás para mirar a Summer, que ya sólo estaba vestida con las medias, las braguitas, y las botas.

–Vaya, me parece que tendré que quitarme yo también algo para que estemos en igualdad de condiciones –le dijo con una sonrisa pícara, antes de sacarse la camiseta por la cabeza.

Summer lo devoró con los ojos, y cuando Zeke volvió a atraerla hacia sí las manos de ambos comenzaron a explorar al otro de un modo casi frenético en medio de ardientes besos.