Mouche y la hechicera - Yak Rivais - E-Book

Mouche y la hechicera E-Book

Yak Rivais

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Beschreibung

Cada vez que Mouche se queda sola en casa, sus papás le recomiendan que no abra la puerta a nadie. Y mucho menos a la bruja que sueña con comerse a la pequeña. Pero, a pesar de que Mouche es una chica despierta y audaz, la hechicera urde una trampa y logra entrar en el departamento. Para vencerla, Mouche necesita encontrar el Gran libro negro de los horrores. ¿Logrará hacerlo?

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Mouche y la hechicera

YAK RIVAIS

ilustraciones

RODRIGO PONCE

traducción

DIANA LUZ SÁNCHEZ

Primera edición, 2002    Cuarta reimpresión, 2013Primera edición electrónica, 2016

Editor: Daniel Goldin Diseño: Joaquín Sierra Dirección artística: Mauricio Gómez Morin

© L’école des loisirs, Paris

D. R. © 2002, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5449-1871

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-3943-1 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

A Pierre Gripari

Entre menos graciosas son las brujas, más malvadas.

EL MAGO MERLÍN

❖ SUS PAPÁS trabajaban todo el tiempo. Así que los días en que no había clases, antes de irse al trabajo no dejaban de hacerle mil recomendaciones a su hijita:

–Recuerda, sobre todo, Mouche –decía su mamá–, no le abras la puerta del departamento a nadie.

–No, mamá.

–A ningún vendedor, repartidor, encuestador –añadió el padre–, afilador de cuchillos, ni a ningún oficio cuyo nombre termine en “or”.

–No, papá.

–Y en especial –insistía la mamá–, jamás le abras la puerta a esa vieja bruja que vive en la casa de al lado.

–No, mamá.

Con esto los padres se quedaban tranquilos. Tomaban sus cosas, el paraguas, el camino hacia la puerta y se iban a trabajar tras echar doble llave al cerrojo. Todavía alcanzaban a gritar por el agujero de la cerradura:

–Mouche, ponle el pasador a la puerta.

–Sí, mamá. Sí, papá. Adiós, mamá. Adiós, papá.

Y la pequeña Mouche se quedaba sola en el departamento. A Mouche le decían así porque era astuta e inquieta como una avispa, pero Mouche sonaba mejor. A veces su padre le decía:

–Mouche, avíspate, saluda a la dama.

O bien, cuando estaba demasiado parlanchina:

–Mouche, deja de revolotear tanto... Perdón, quiero decir, de parlotear tanto.

O sea que Mouche tenía sentido del humor, y sus padres también. Pero la hechicera no.

Esa horrible arpía vivía en el número ochenta y cinco y no podía entrar al ochenta y siete pues la puerta tenía una contraseña y la bruja no la sabía. Sin embargo, en el ochenta y siete vivía la apetitosa niñita, mientras que en el ochenta y cinco no había nadie a quien comerse. Todas las noches, la bruja estudiaba la forma de colarse al edificio prohibido. Una mañana se incorporó de un salto y lanzó un grito de alegría:

–¡Ya lo tengo!

Se puso a bailar por todo el cuarto mientras apartaba con la chancla la basura regada por el piso, pues decía que ocuparse del quehacer da mala suerte. Esa mañana ni siquiera se bañó (aunque bañarse para ella era sumergise en una tina con agua sucia que nunca había cambiado desde que llegó al barrio en 1925) y preparó una mezcolanza extraña en un gran caldero.

Posado en la chimenea, su búho la veía afanarse y cantar a grito pelado:

Abracadabra, qué ganas,

Apetitosa niñita,

De comerte bien fritita

Y adornada con manzanas.

Un humo entre violeta y verdoso se elevaba del caldero hirviendo.

La bruja introdujo una botella en el líquido hasta llenarla.

Luego salió de su casa y subió al desván. Abrió el tragaluz, trepó al techo y caminó sobre las tejas hacia el techo del edificio de al lado.

–Y ahora ¡manos a la obra! –exclamó.

Acababa de detenerse de la antena de televisión del departamento ochenta y siete. A esa hora, la bruja lo sabía bien, la pequeña Mouche se quedaba sola y seguramente estaría viendo las tonterías que transmitía el canal uno.

La bruja se frotó las manos con satisfacción, mientras se le hacía agua la boca:

–Ya la tengo. La devoraré.

Quiso ponerse a bailar de nuevo pero estuvo a punto de perder el equilibrio y volvió a agarrarse precipitadamente de la antena.

–Éste no es momento para romperme la crisma –masculló–, y luego abrió su botella.

Un pestilente vapor rojo escapó de ella. La bruja rió burlonamente, se agachó hacia la antena y virtió un poco del líquido viscoso. Luego volvió a tapar la botella.

En el edificio, las imágenes del canal uno empezaron a bailar a ritmo de rock. Se deformaban, se agitaban, se deshacían, y de pronto un horrible dragón tomó su lugar: era verde, con escamas y una cola enorme. La pequeña Mouche estaba tumbada sobre el sillón mordisqueando unos cacahuates.

–¡Qué animal más raro! –exclamó–. No conozco esa raza de perros.

Agarró el control de la tele y cambió de canal. La hechicera ya lo había previsto. Allá en el techo contaba tranquilamente hasta cien:

–Noventa y cuatro, noventa y siete, noventa y dos, cien.

Entonces volvió a abrir su botella y a verter un poco de su inmunda poción sobre la antena. Luego se carcajeó otra vez mientras la tapaba. En el edificio, las imágenes del canal dos empezaron a bailar a ritmo de vals. Giraban y giraban y de pronto, ¡zas!, apareció un gran diablo amarillo y cornudo.

–¡Ah, qué animal más feo! Parece un chivo con hepatitis.