Mundos aparte - Maggie Cox - E-Book

Mundos aparte E-Book

Maggie Cox

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Beschreibung

Bianca 2019 Jugador de polo, aristócrata y propietario de una empresa de fama mundial, Pascual Domínguez era una leyenda en su país. Briana Douglas no era más que una niñera cuando conoció a Pascual, y no pudo creer en su buena fortuna cuando se interesó por ella. Pero no duró mucho tiempo… De regreso en Inglaterra, tuvo que hacer malabares para ocuparse de su exigente trabajo y de un hijo pequeño. Había creído que nunca volvería a ver a Pascual. Pero él reapareció de repente, exigiéndole que regresara a Buenos Aires, ¡donde la esperaba una alianza de oro de dieciocho quilates!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2009 Maggie Cox

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Mundos aparte, bianca 2019 - febrero 2023

Título original: The Buenos Aires Marriage Deal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411415811

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DE REGRESO de su cabalgata bajo el deslumbrante sol de Palermo, Pascual Domínguez entró trotando al relativo frescor de los establos y desmontó. Dio una palmada en la grupa del caballo y ordenó al mozo de cuadra que lo soltara en el prado tras ocuparse de él.

Estaba de buen humor. La noche anterior había habido una fiesta familiar en honor a su próxima boda y estaba deseando pasar un par de horas a solas con su prometida, Briana, cuando ella saliera del trabajo.

La fiesta había estado tan concurrida que no habían podido hablar ni un momento. Pero esa noche iban a cenar en su restaurante favorito y después esperaba que pasara la noche con él, antes de irse a pasar unos días juntos. Solos y lejos de su bienintencionada familia y amistades.

Briana había vuelto del revés su bien ordenado mundo, era indudable. Ni en sueños había creído que llegaría a sentir una conexión tan instantánea y poderosa con una mujer, y daba gracias por ello a diario.

Desde que había puesto los ojos en la joven niñera inglesa que habían contratado sus amigos Marisa y Diego de la Cruz para cuidar de su hija, Briana Douglas se había convertido en el centro de sus esperanzas y sueños. Había aceptado convertirse en su esposa y él contaba los días que faltaban para la boda.

Silbando entre dientes, cruzó la doble puerta de la casa y se encontró con su ama de llaves, que lo esperaba. Una arruga ensombrecía el rostro de piel tersa y morena.

–¿Qué ocurre, Sofía? –Pascual enarcó una ceja y sintió un inexplicable escalofrío de aprensión.

–La señorita Douglas vino cuando estaba usted cabalgando… –empezó la mujer de mediana edad.

–¿Dónde está? –interrumpió él, mirando con impaciencia el fantástico vestíbulo de mármol.

–No se ha quedado, señor.

El ama de llaves metió la mano en el bolsillo de la larga falda negra, sacó un sobre blanco y se lo ofreció a Pascual. Él sintió que se le helaba la sangre en las venas.

–Me dijo que le entregara esto.

–Gracias –se lo arrancó de la mano, fue hacia la escalera y subió los escalones de dos en dos.

En su suite de habitaciones privadas, rasgó el sobre. Odiaba el presentimiento de desgracia que le estaba atenazando el estómago. Se acercó al balcón de la sala de estar y la brisa perfumada con aroma a jazmín y madreselva agitó la hoja de papel crema que su mano aferraba con avidez.

Empezó a leer y la sensación helada que lo había invadido se intensificó.

 

Querido Pascual, ¿Por dónde empezar? Me resulta muy difícil decírtelo, pero he decidido que no puedo seguir adelante con nuestros planes de boda. No es porque haya dejado de quererte, ni nada de eso. Mis sentimientos por ti siguen siendo tan intensos como siempre. Pero he empezado a darme cuenta de que nuestro matrimonio nunca podría funcionar. La diferencia de clase y lo que somos como personas es demasiado grande. He intentado hablarlo contigo, pero siempre me dices que no hay por qué preocuparse y que invento problemas donde no los hay.

Me temo que te equivocas. Al final, esas diferencias ejercerán un efecto negativo en nuestra relación. Ya ha habido repercusiones en tu entorno familiar por querer casarte con una extraña. Está claro que tu familia significa un mundo para ti y no quiero interponerme entre vosotros; con el tiempo sentirías resentimiento hacia mí. Así que, en vez de provocar más dolor quedándome y viendo cómo se desintegra lo que ahora tenemos, he decidido regresar a Inglaterra y retomar mi vida allí.

Comprendo que esta noticia supondrá una tremenda sorpresa para ti y lamento muchísimo el dolor que pueda causarte, pero creo que a la larga es lo mejor para el bien de ambos. Has sido muy bueno conmigo y nunca te olvidaré, Pascual, pienses lo que pienses mientras lees esta carta. También siento que seas tú quien tenga que decirle a todo el mundo que la boda no se celebrará pero, tras haber conocido a tu familia un poco, estoy segura de que la noticia confirmará su convicción de que era totalmente inadecuada para ti desde el principio.

Por favor, no intentes volver a ponerte en contacto conmigo. Es lo único que te pido. Sólo prolongaría el dolor de ambos, y creo que es mejor que volvamos a empezar desde cero. Cuídate, te deseo lo mejor, ahora y siempre.

Con todo mi amor, Briana

 

–¡Dios mío!

Pascual, asolado por una despiadada ola de incredulidad, dolor y decepción, volvió a leer la carta, incapaz de asimilar su devastador contenido. Lo había abandonado. Briana, la mujer de su alma, la bella joven de la que se había enamorado a primera vista y con la que iba a casarse, había vuelto a Inglaterra. Ni siquiera había tenido las agallas para comunicarle cara a carra su increíble decisión.

La noche anterior había parecido muy feliz en la fiesta. O tal vez no. Al hacer memoria, recordó que al final de la velada en casa de sus padres había parecido algo cansada y tensa; había deseado quedarse a solas con ella y preguntarle qué la preocupaba. Pero al final, dado que sus amigos no habían querido que dejara la fiesta demasiado temprano, había pedido a su chófer que llevara a Briana a casa, pensando que la vería esa noche y podría enterarse del motivo de su intranquilidad.

Era demasiado cruel darse cuenta de que su intención no llegaría a materializarse porque ella había decidido marcharse sin esperar a hablar con él. «¿Por qué no escuchaste antes lo que intentaba decirte?», se recriminó, angustiado. Era obvio que Briana estaba convencida de que había problemas, aunque él no lo creyera. Sin embargo, no tenía derecho a suponer que sabía «lo que era mejor para ambos a la larga». Hablaba respecto a sí misma… ¡no de él!

Empezó a sentir que la amplia habitación se convertía en una prisión. La necesidad de escapar y respirar aire fresco lo galvanizó. Tiró la carta sobre el escritorio y abandonó la casa. Sus labios dejaron escapar una violenta maldición mientras salía de nuevo al sol de mediodía. Los tacones de sus botas de montar resonaron en los adoquines blanqueados por el sol.

Por segunda vez en sus treinta y seis años de vida, había chocado de frente con el amargo dolor de la pérdida y eso lo había desestabilizado por completo. El año en que Pascual cumplía los treinta, Fidel, su mejor amigo, había fallecido en un horrible accidente de tráfico, dejando atrás esposa e hijo. Eso lo había llevado a entender, de forma brutal, que la vida era breve y no servía de nada disponer de una gran riqueza cuando no se tenía con quién compartirla. Había reflexionado sobre el futuro y comprendido que anhelaba tener una esposa y una familia propia. Pero su esperanzada búsqueda de una compañera lo había llevado a entregar su corazón a una mujer que, obviamente, valoraba tan poco sus sentimientos que era capaz de marcharse sin previo aviso y sin darle una explicación digna de ese nombre.

Pascual volvió a sentir el impacto de la marcha de Briana y su agonía y desesperación fueron tales que estuvo a punto de caer de rodillas. Se preguntó por qué no había confiado lo bastante en él como para confesarle sus dudas sobre el futuro, si las dudas eran el problema. Tal y como él lo veía en ese momento, sus acciones la convertían en un ser desdeñable. Su único consuelo era la esperanza de que llegara a arrepentirse amargamente de haberlo abandonado y sufriera en consecuencia.

Porque no iría tras ella. No iba a dar pie a que lo rechazara una segunda vez, por muy desesperado que estuviera por verla en los siguientes días, semanas o años. Y si llegaba a descubrir que lo había abandonado por lo impensable, porque se había enamorado de otro, la maldeciría hasta el fin de sus días.

 

 

Cinco años después, en Londres, Inglaterra

 

–¿Era el cartero, cariño?

–Sí, mamá.

Briana miró el fino sobre marrón que había recogido y sintió que el corazón empezaba a pesar como un plomo en su pecho. Si no se equivocaba, era otra misiva del banco, y cabía la posibilidad de que la amenaza de una demanda judicial que llevaba semanas rondándola se hubiera convertido en una horrible realidad.

Dieciocho meses antes, la empresa que había creado, de servicios administrativos y turísticos para ejecutivos en viaje de negocios, florecía a un ritmo que superaba todos sus sueños. Pero desde que la recesión global había empezado a echar raíces, había caído en picado. La gente no estaba dispuesta a utilizar una empresa sólo medio establecida cuando había otras de más renombre que podían arriesgarse a reducir el precio de sus servicios, minando así a la competencia.

Tenía un hijo al que criar y un alquiler que pagar. No sabía cómo iba a hacerlo cuando apenas tenía ingresos suficientes para comprar comida y pagar las facturas básicas.

–¿Briana? ¿Vas a desayunar con Adán y conmigo antes de irte de fin de semana?

–Claro. Dame un minuto, ¿vale?

Briana, con un suspiro, metió el sobre cerrado en su bolso. No iba a compartir con su madre la noticia de que acababa de recibir otra preocupante carta sobre su deuda. Frances Douglas vendería la ropa que llevaba puesta si con eso podía ayudar a su hija y a su nieto a llegar a fin de mes; ya había amenazado con rehipotecar su casa para ayudarlos. Había hecho más que suficiente. Sin su ayuda, Briana ni siquiera habría podido crear la empresa. Era ella quien tenía que conseguir salir del abismo en el que había caído.

Se pasó una mano por la sedosa y rebelde melena castaña y volvió a la cocina con una sonrisa forzada. Su hijo estaba sentado en un taburete alto, dando cuenta de un bol de cereales, y su abuela estaba poniendo dos rebanadas de pan integral en la tostadora.

El niño sonrió de oreja a oreja al ver a Briana.

–Mami, ¡estoy repitiendo! –anunció con alegría. Una gota de leche brillaba en el hoyuelo de su barbilla.

–¿En serio, ángel mío? ¡No me extraña que estés creciendo tanto! –depositó un beso cariñoso en su cabeza morena y fue hacia el hervidor de agua que había sobre la encimera–. ¿Quieres una taza de té, mamá?

–¿Por qué no te sientas con Adán y dejas que me ocupe yo? ¡No dejaré que salgas de casa sin tomar al menos un par de tostadas! Con tantas preocupaciones, estás muy pálida y delgada. Ponerte enferma no servirá de nada.

–No es porque no coma –Briana se colocó el pelo tras las orejas, suspiró y puso dos bolsitas de té en las tazas–. He estado algo absorta, nada más. Este fin de semana tiene que ir bien, mamá. Tengo a tres empresarios que reciben a un millonario extranjero y he de atenderlos en una mansión Tudor con la que ni siquiera estoy familiarizada. Tengo que llegar temprano y ponerme al día para recibirlos como se merecen, ¡o será un desastre! Menos mal que Tina fue ayer para empezar a organizarlo todo. Si reciben una buena impresión, es probable que me den más trabajo, así que cruza los dedos por mí, ¿vale?

–¡No tendrías que necesitar que cruzara los dedos! –anunció Frances Douglas, arrugando la frente–. Eres la mejor en lo que haces, Briana Douglas, ¡no lo olvides! La deuda que amenaza a la empresa se debe a tu naturaleza confiada, no a tu falta de capacidad.

–Gracias, mamá. Necesitaba un poco de ánimo esta mañana. ¡Eres un ángel!

–No te preocupes por Adán. He organizado un fin de semana fantástico para los dos. Quiero que vayas a trabajar y te concentres en lo que haya que hacer sin preocuparte por nosotros.

–Prometo no fallaros.

Los ojos gris claro de su madre se humedecieron.

–No me has fallado en veintisiete años de vida, ¡ni se te ocurra pensar que cabe esa posibilidad!

Briana, con los ojos también húmedos, se sorbió la nariz y le dio un fuerte abrazo. Era muy afortunada. Tenía a la mejor madre que una chica podía desear, y un hijo encantador que era la luz de su vida. Dejando a un lado los problemas financieros, no le iba nada mal. Sin embargo, en cuanto decidió mirar las cosas por el lado bueno, la imagen del padre de su hijo destelló en su mente y el pinchazo que sintió en el corazón casi la dejó sin aliento.

 

 

La casa era impresionante. Situada en medio del verde aterciopelado de las suaves lomas de Warwickshire, denominada la tierra de Shakespeare, era una bella reliquia de la tumultuosa época Tudor. Cualquiera que se interesara por la Historia la habría mirado con admiración.

Pascual lo había hecho durante varios minutos, después de que el chófer abriera la puerta del Rolls-Royce que lo había llevado allí desde el aeropuerto. Admiró la fachada blanca con vigas de madera y las pequeñas ventanas con forma de arco y paneles de cristal emplomado, del edificio de tres plantas. El entorno también era espectacular. De camino hacia allí, tras cruzar una verja metálica, habían atravesado un bello parque con árboles centenarios. Empezó a llover suavemente, como si todo quisiera recordarle que estaba en la campiña inglesa, lejos de la colorida viveza y calor de Buenos Aires. Cuando la lluvia arreció, corrió a ponerse a cubierto.

Estuvo a punto de chocar con una jovencita rubia y delgada que anunció que se llamaba Tina y trabajaba para los hombres de negocios que habían organizado la estancia de fin de semana de Pascual. Tras enseñarle su suite, le dijo que volvería con café, y que más tarde su colega lo acompañaría a conocer a sus anfitriones.

Agradeciendo la oportunidad de darse una ducha y familiarizarse con el entorno antes de comer y entregarse a los negocios, Pascual se tomó su tiempo para prepararse para la reunión. La lluvia no dejaba de caer, golpeando los cristales emplomados de la ventana del dormitorio. Miró afuera y al ver que los árboles se doblaban casi hasta el suelo, comprendió que el viento había adquirido intensidad de tormenta. Pero dentro el ambiente era cálido y agradable. Sintió una especie paz y quietud, que casi nunca experimentaba en su casa, descender sobre él como una suave manta de plumas que lo aislaba del resto del mundo.

Dejó escapar un suspiro de satisfacción. Al fin y al cabo, no tenía por qué preocuparse. Por más que hiciera esperar a sus anfitriones, no se les ocurriría emitir una sola queja. Tenían ante sí la oportunidad de comprar los caballos de polo de pura raza más buscados del mundo, la élite de la élite, así que controlarían su impaciencia tardara lo que tardara Pascual en ir a buscarlos.

Estaba absorto poniéndose los gemelos de diamante en los puños de la camisa azul intenso de Savile Row, cuando oyó un golpecito en la puerta. Supuso que sería la pequeña rubia y pensó que le iría bien una taza de café solo y cargado.

 

 

Al otro lado de la puerta de roble, en el pasillo largo y de techo bajo, Briana intentaba controlar el ritmo de su respiración. Había llegado tarde, a pesar de sus esfuerzos, justo a tiempo de hacerse cargo de la bandeja de café que Tina subía a la suite del importante invitado. Se pasó una mano por el pelo y deseó que las prisas y no haber tenido tiempo de retocarse el maquillaje no disminuyeran la calidez y profesionalidad que eran su marca de calidad. Ni siquiera le había preguntado a Tina cómo se llamaba el invitado. Con un poco de suerte, estaría tan agradecido por el café que no notaría que no lo llamaba por su nombre.

La cafetera de plata, el plato, la taza y la jarrita de porcelana blanca temblaron sobre la bandeja que Briana sujetaba. Se obligó a inspirar profundamente otra vez.

–¡Justo a tiempo! Iba a… ¡Dios mío!

Unos ojos de color tan intenso como el del mejor cacao, enmarcados en un rostro atractivo de rasgos duros, con pómulos altos y una boca increíblemente sensual y viril, se clavaron en ella como si su propietario no pudiera creer lo que veía.

–¿Qué haces tú aquí?

Briana aferró la bandeja, que había estado a punto de dejar caer. Se preguntó si estaba soñando. El corazón golpeteaba en su pecho a ritmo infernal. ¡Pascual era el importante invitado! Era imperdonable no haberlo sabido. Su equilibrio y profesionalidad se esfumaron de repente. Se sentía tan vulnerable, expuesta e inadecuada, que las lágrimas empezaron a quemarle la garganta.

–¿Has oído lo que he dicho?

Durante un momento, su acento le pareció más marcado de lo que recordaba. Briana descubrió, a su pesar, que el timbre sensual de su voz seguía teniendo el poder de hacer que sus piernas temblaran como gelatina.

–Estoy trabajando… y te he subido el café –consiguió decir, ofreciéndole una sonrisa temblorosa y torcida–. ¿Te importa que suelte la bandeja? Temo dejarla caer.

Pascual abrió la puerta para que entrara. Sus ojos la siguieron, acusadores, mientras cruzaba la habitación para dejar la bandeja en una mesita auxiliar de roble tallado.

–¿Qué significa esto?

La estaba observando como si fuera una broma de mal gusto… una broma que aborrecía y detestaba.

–Te lo he dicho, estoy trabajando. Tus anfitriones contrataron a mi empresa de servicios para que se encargara de la recepción y hospitalidad durante tu estancia. No sabía que el invitado vip. eras tú. Lo siento, Pascual…

Se mordió el labio y enrojeció, arrepintiéndose de haber utilizado su nombre. Sobre todo porque el bello rostro no mostraba ningún placer por volver a verla, ¡más bien al contrario!

–Esto debe de ser lo último que necesitabas. Verme de nuevo, quiero decir –murmuró. Su confianza se evaporó del todo mientras él recorría su cuerpo de arriba abajo, como si buscara ponerle pegas al sencillo pero profesional traje de chaqueta de color negro.

Se preguntó qué haría él. Si rechazaba su asistencia y le impedía realizar su trabajo, sería la última gota que daría al traste con sus finanzas y su reputación profesional. Briana rezó para que no llegara tan lejos. Mientras se preocupaba por la pérdida del trabajo, e intentaba no pensar en el dolor del pasado, sus ojos hambrientos deseaban llorar de júbilo al ver en carne y hueso al hombre al que había amado y que había soñado con volver a ver algún día.

Estaba impresionante. «Un regalo para la vista», habría dicho su madre. Apenas había cambiado, aunque su estatura le parecía más imponente que nunca. Seguía siendo esbelto y musculoso y no dudaba que la sublime ropa a medida que lucía ocultaba un físico envidiable, en plena forma. Si a eso se unía la belleza de su rostro, había que admitir que Pascual Domínguez, no era de la clase de hombres que una chica veía a diario. Al menos, no en el entorno de Briana.

La había deslumbrado desde el primer momento, y no había tardado en enamorarse locamente de él. Cuando había descubierto que él sentía lo mismo por ella, le había costado creer en su buena fortuna. Pero eso había sido cinco años antes; cinco años en los que había tenido que asumir su condición de madre soltera, porque Pascual no tenía ni idea de que había engendrado un hijo antes de que ella se fuera. No pasaba un día sin sentir el peso del remordimiento por esa realidad…

Él seguía sin hablar, mirándola como si no supiera si sacudirla hasta quitarle el sentido o gritarle hasta que le pitaran los oídos. Briana se retorció las manos heladas y miró la bandeja que había dejado sobre la mesa.

–¿Quieres que te sirva un café?

–¡Olvida el maldito café! ¿A qué crees que estás jugando? –clamó él con voz amarga.

–No juego a nada –musitó–. Esta situación es tan inesperada y sorprendente para mí como para ti.

–Pero sí jugaste conmigo, como si fuera un tonto, ¿no, Briana? –estrechó los ojos oscuros, entrecerrando los párpados de largas pestañas–. Aún me cuesta creer que hicieras lo que hiciste… ¡por mucho tiempo que haya pasado!

–Nunca tuve la intención de hacer que te sintieras como un tonto.

Al notar que empezaban a temblarle los labios, Briana intentó controlar los nervios, para no derrumbarse ante él y confesarlo todo. ¿De qué serviría explicarle por qué lo había dejado en realidad? Habían pasado cinco años. No había querido escucharla entonces, no tenía por qué hacerlo en la actualidad. Además, no quería remover las cosas y acabar discutiendo, como sin duda ocurriría. Tampoco podía hablarle de la existencia de Adán aún; necesitaba más tiempo…

–Siento mucho que las cosas acabaran de aquella manera, pero ¿no fue para bien?

Era un comentario estúpido y banal del que Briana se arrepintió de inmediato.

–¿Para bien? –rugió él.

Las palabras reverberaron por la habitación y para Briana fue un gran golpe captar las emociones que expresaban: confusión, ira, frustración… todo estaba allí.

Él se pasó los dedos por el espeso cabello oscuro y movió la cabeza de lado a lado, mirándola con fijeza.

–Puedo superar haber quedado como un tonto ante mi familia y amigos, pero lo que no puedo aceptar ni perdonar es que no me dieras ninguna pista de que tus sentimientos hacia mí eran tan frágiles. Ni que te fueras sin darme la oportunidad de escuchar la razón de tus propios labios, ¡tuve que leerla en una carta fría y carente de emoción! Debes de ser una actriz consumada, Briana… Parecías feliz y enamorada y yo te creía. ¡Menudo idiota fui!